Ya tenemos aquí el día del libro, 23 de abril. Y no puedo dejar pasar la ocasión para apremiaros, alentaros, conminaros incluso coaccionaros a que, si vuestra economía así os lo permite, adquiráis algún libro y hagáis felices a un librero, a una editorial, a un autor… y a vuestra mente. Por supuesto, si os hacéis con mi bebé Ángeles Caídos mi agradecimiento será incalculable; sin embargo la entrada de hoy es una recomendación muy distinta. Esto es literatura de verdad, no mis balbuceos, y es una obra además que ha vivido a la sombra de otra considerada más grande, y desde Sin Orden ni Concierto queremos que eso cambie. Que le dé un poquito más el sol, ya sabéis que sentimos simpatía por el cachorro débil de la camada.
En primer lugar, ha sido (no podía ser de otra forma) Satori la que ha publicado en español este volumen, Cuentos de lluvia de primavera (1808), pero ya lo hizo en 2013 la primera vez y luego en 2021, por lo que no es una novedad editorial. Ni falta que hace. Por supuesto, tiene un prólogo estupendo de Carlos Rubio y contó con la excelente traducción de Yoshifumi Kawasaki.
Y aquí tenéis las dos portadas de las que pudo (y puede) presumir esta compilación de 10 cuentos. La primera es de la artista Shôen Uemura (1875-1949), y se titula Una larga noche (1907); la segunda pertenece a la edición actual, y es de Tsukioka Yoshitoshi (1839-1892), su título es La iluminación de la cortesana del infierno (1890), y forma parte de la serie «Nuevas formas de 36 fantasmas».
¿Y por qué digo que este Harusame Monogatari (春雨物语) permanece a la sombra de otra obra? Pues porque es así, mucho más célebre es Ugetsu Monogatari (1776) o Cuentos de lluvia y de luna (en español lo tenéis aquí), que es considerada una de las obras más importantes de la literatura fantástica y de terror de Japón. Curiosamente, Akinari la escribió cuando la narrativa gótica estaba naciendo en Inglaterra.
Si os interesa saber un poco más sobre el hermano mayor de nuestro protagonista de hoy, os dejo por aquí el link del pequeño artículo que dediqué a su magnífica adaptación cinematográfica, dirigida por Kenji Mizoguchi, Ugetsu Monogatari (1953). Todo lo que pueda deciros sobre esa película es poco, si no la habéis visto, ya tardáis, otaquería.
Regresando de nuevo a nuestra estrella de hoy, Cuentos de lluvia de primavera, quería escribir un poquito (solo un pocoooo, de verdaaaad) sobre el autor, Ueda Akinari (1734-1809). Aquí en Occidente, a no ser que uno sea estudioso/admirador de la cultura asiática, no resulta muy conocido; sin embargo, en Japón es considerado uno de sus escritores imprescindibles. Tuvo una vida bastante azarosa, y eso se plasmó en su obra, con toda lógica. Nació en un burdel de Osaka, hijo ilegítimo que fue abandonado por su madre a los tres años, y con esa tierna edad tuvo la fortuna de ser adoptado por un comerciante de papel y aceite, que lo cuidó y crio con esmero. Con cuatro años enfermó de viruela, lo que le dejó una deformidad permanente en su mano derecha. Su vida corrió peligro seriamente, pero su nueva familia lo asistió con amor y no escatimó en medios, incluso espirituales, para sacarlo adelante. A partir de entonces, Akinari siempre tendría especial devoción por el dios Inari, al que sus padres habían acudido con rezos y ofrendas a su santuario de Kashima; y también sentiría mucho cariño por los asistentes de este dios, los zorros.
Esta malformación no supuso ningún impedimento en su carrera literaria, en realidad Akinari firmó muchos de sus trabajos tempranos bajo el pseudónimo de «el Cangrejo», manifestando así un peculiar sentido del humor, cáustico, que solo fue el reflejo de una existencia compleja. Akinari no fue solo escritor, sino también filólogo, erudito, pionero del yomihon, maestro de ceremonia del té, poeta haiku, ceramista, médico, comerciante… de modo que resulta difícil de clasificar. Pero enfocándonos en su faceta literaria, podemos aseverar sin lugar a dudas que es una de las figuras más brillantes de las letras japonesas. Y siempre fue a contracorriente.
Este Cuentos de lluvia de primavera fue escrito un año antes de su fallecimiento, y tiene mucho de la autoconsciencia de Akinari de su propia mortalidad, pero un discernimiento sereno y paciente: «como ya no me queda nada por hacer, me limitaré a tomar té y a esperar la muerte». En esos últimos tiempos, durante los cuales vivió en el templo budista Nanzen-ji de Kioto, Akinari estaba medio ciego, sumido en «una pobreza honrada» (así la describe él) y, como diríamos ahora vulgarmente, con el culo pelao ya de todo, por lo que arremetió a su vez contra todo y contra todos. Con sarcasmo impasible y elegancia corrosiva, a su estilo.
Si Cuentos de lluvia y de luna son una delicada oda a la fantasmagoría, Cuentos de lluvia de primavera es una labor de diferentes retales que narra muy distintos asuntos. Se trata de una obra heterogénea donde Akinari no se preocupó demasiado en otorgarle una cohesión interna, son ensayos históricos y comentarios personales también, poesía y cuentos satíricos; especialistas como Carlos Rubio lo relacionan con el zuihitsu. Quizá resulte en su forma y contenido menos accesible que su predecesor, y por ello menos popular. Aunque en esto también tuvo responsabilidad su publicación tardía, ya en 1907, y no fue hasta mediados del s. XX que se editó además de manera completa.
Cuentos de lluvia de primavera puede distribuirse en 5 bloques temáticos, aunque en una primera lectura me costó darme cuenta. Tenemos tres relatos históricos: «La tela ensangrentada», «Las doncellas celestiales» y «El pirata». Dos relatos satíricos: «El dios de un solo ojo» y «El lazo de las dos vidas». Tres relatos idealistas: «La sonrisa de la muerta», «Suteishi Maru» y «La tumba de Miyagi». Un ensayo poético: «Enaltecimiento de la poesía». Y, para terminar, un relato picaresco, que es el más extenso de todos: «Hankai».
Las comparaciones son odiosas, pero en ocasiones inevitables. Si ya habéis catado su Cuentos de lluvia y de luna, este Cuentos de lluvia de primavera es otro planeta: más espontáneo, más cerebral. Dislocado en su estructura, el elemento sobrenatural solo aparece de manera puntual para centrarse en lo que se podrían estimar las últimas reflexiones de Akinari, enredadas en historias de diverso pelaje, con excepción del ensayo poético. En los de tinte idealista podemos atisbar además una dicotomía clara entre dos conceptos, el naoki kokoro como valor positivo, que es como el corazón de un niño, sin intención de engaño, la inocencia, la pureza; y el urami como valor negativo, que es el rencor y la violencia emocional que sienten los espíritus descarnados.
¿Podríamos hablar entonces de una síntesis del pensamiento del autor? Quizás. También de una nota de despedida en la que manda al cuerno al mundo. Muy poco japonés eso, por cierto. Pero, ¿cuáles serían los relatos más destacables? No soy orientalista, no obstante sí puedo comentar sobre los que más me han gustado: «El lazo de las dos vidas», por su sarcasmo casi blasfemo y reflexiones epicúreas, de gran escepticismo pero que conducen a una felicidad plácida; «El dios de un solo ojo», que contiene la molécula de lo maravilloso (como en Ugetsu monogatari) y, mediante una deidad cíclope, Akinari medita, con mucho humor y mala baba, sobre el arte de la poesía, procurando que sus pensamientos se conviertan en enseñanzas útiles para el joven protagonista de la historia; y, finalmente, «La sonrisa de la muerta», basado en un evento real que sucedió en 1767, el «Incidente de Genta», donde el autor, a través de una cruel historia de amor, no se corta ni un pelo en criticar el modelo confuciano de piedad filial, en su época intocable.
Para finalizar, ya sabéis que las curiosidades y rarezas son mi debilidad, y naufragando en los piélagos de zarrios que salpican las inmensidades de internet, me topé con el afamado compositor y cantante de trágica vida Ken Yabuki (1945-2015) el cual, inspirándose en la obra de Akinari (o no), publicó en 1974 este single titulado «Cuento de lluvia de primavera» que, además, contó en la portada con el arte de, nada más y nada menos, ¡Kazuo Uemura! Lo podéis escuchar en todo su esplendor aquí.
Y aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, os dejo por aquí también trabajos de Kyonosuke Takayasu, unas ilustraciones sencillas, elegantes, tenebrosas, dedicadas a los relatos de Akinari. Habrá que seguir de cerca a este artista, me temo. Su talento así nos compele a hacerlo.
Hasta aquí llega la entrada de hoy, espero que paséis un buen día dedicado a la lectura y que invirtáis lo que os podáis conceder en un libro interesante. Cuentos de lluvia de primavera es una excelente opción para aquellos osados que no teman adentrarse en el combativo y aseado intelecto de Akinari Ueda. Esta es su vertiente más mordaz, pero muy suculenta también. ¿Recomiendo esta obra? ¡Pues claro! Pero, camaradas otacos, esto no es material peso pluma, ni mucho menos… Quedáis avisados.
Buenos días, buenas tardes, buenas noches.