Este pasado 2022 nos ha dejado varias novedades editoriales en España bastante jugosas, estoy encantada. Pero lo que no me tiene tan entusiasmada es el vacío de mis bolsillos, por lo que no he podido hacerme físicamente con todo lo que me habría gustado. Así que he tenido que seleccionar con cuidado mis lecturas para poder tener algo en el frigorífico también, y una de ellas ha sido esta Nieve rojade Susumu Katsumata (1943-2007).
La verdad es que, a la chita callando, la editorial Gallo Nero se está haciendo con un pequeño catálogo de gekiga en su colección Gallographics bastante interesante, de hecho diría que imprescindible, pues han ido eligiendo títulos con sumo esmero entre autores como mi amado Seiichi Hayashi, Yoshihiro Tatsumi, Masahiko Matsumoto o Yoshiharu Tsuge. Y este pasado 2022 han brillado con especial fulgor Flores Rojas de Yoshiharu Tsuge y, por supuesto, Nieve Roja, que en 2005 ya se había llevado el premio de la Asociación de Dibujantes de Cómics de Japón. Fue todo un éxito entre lectores y crítica en su tierra, lástima que Katsumata solo pudiera disfrutar de las mieles de la popularidad un par de años más, un melanoma se lo llevó por delante.
En 2008 fueron Éditions Cornélius los que se atrevieron a sacar Akai Yuki o Neige Rouge fuera de Cipango, en 2009 fue la canadiense Drawn & Quarterly, luego siguieron Coconino Press en Italia en 2018 y Reprodukt en Alemania en 2021. Y en noviembre de 2022, por fin, en España, con una edición sobria y elegante, Gallo Nero publicó Nieve Roja, que además contiene un prólogo estupendo de Paolo La Marca, profesor de lengua y literatura japonesas en la Universidad de Catania, y responsable de la colección de manga de la editorial italiana Coconino Press antes mencionada. La traducción ha corrido a cargo del prestigioso tándem formado por Yoko Ogihara y Fernando Cordobés.
El mangaka, Susumu Katsumata, no fue como el resto de los maestros del gekiga, que se inspiraban en la sordidez de los ambientes urbanos o el noir cinematográfico. Sí tenía en común con ellos la inquietud de plasmar el drama de la realidad cotidiana, alejarse del cómic de entretenimiento para acceder a una perspectiva superior, más amplia pero también más severa. Sin embargo, a Katsumata, al menos así deja traslucir en esta Nieve Roja, le atraían más los paisajes de su niñez en la agreste región de Tôhoku.
Susumu Katsumata fue hijo ilegítimo, su padre no quiso saber nada de él ni de su madre, y se casó con otra mujer. Con seis años quedó huérfano y fue criado por su tía. No sabemos si tuvo una infancia feliz, pero probablemente todas estas circunstancias lo marcaron de alguna forma. Cuando terminó sus estudios secundarios, acudió a la Universidad de Educación de Tokio, donde estudió Física y realizó un posgrado en física nuclear. Sin embargo, fue con 23 años cuando supo que su carrera se encontraba en las artes, haciendo su debut con varios 4-koma en la Garo, en 1966. A partir de entonces comenzó a colaborar con más publicaciones, donde sobre todo realizaba ilustraciones y portadas, aunque también dibujó sus primeros mangas.
Fue con el paso del tiempo que halló su propio camino estilístico, sobre todo a partir de 1969. Fue entonces cuando decidió buscar otra senda, la suya, que consistió en expresar la dureza que caracterizaba al gekiga a través del lirismo de la vida rural, otorgando más peso a las experiencias personales y la relación íntima de sus personajes con la naturaleza. Katsumata hacía poesía con sus pequeños relatos, pero sin amansar la violenta esencia del hombre, que plasmaba sin disimulos.
Esta Nieve Roja es una antología que compila 10 relatos que fueron publicándose en su mayoría en la revista Manga Goraku entre 1976 y 1985. Son muy variados, aunque todos tienen en común el Japón rústico de mediados de la era Shôwa. Un Japón nacido de su memoria, un Japón donde fantasía y crueldad se mezclan, como en los recuerdos de un niño. En carrusel giran en torno a sus historias criaturas como los kappa, las yuki-onna, yûrei y astutos mujina; pero también maltratadores, prostitutas, monjes lascivos o ancianas violadas.
Se trata de narraciones despiadadas en muchos aspectos, sobre todo desde nuestra mirada del s.XXI, pero que no dejan de reflejar la realidad de un Japón que ya dejó de existir, solo quizás sobreviviendo perdido en las brumas de la memoria de unos pocos, y en las páginas de este manga. No deja de llamarme la atención tampoco la ferocidad a la que son sometidas las mujeres de manera corriente, y con qué normalidad la aceptan, aunque en ocasiones consumen sus pequeñas venganzas. Cosas del patriarcado.
Los nombres de los relatos son «Hanbei», «La cuesta de los grillos», «Torajiro Kappa», «Funeral para gansos salvajes», «Historia de una bolsa», «Las moras», «Espectro», «Kokeshi», «El espíritu del sueño» y «Nieve roja». Son independientes y autoconclusivos, pero tienen en común el sexo, la muerte, el amor a la naturaleza de Katsumata y la presencia de lo sobrenatural, que forma parte de lo cotidiano. Hay también un viento de nostalgia que lo agita todo.
Y en esta atmósfera de primitiva melancolía, también hay lugar para un más allá, encarnado en la isla de Sajalín (cuando todavía era la japonesa Karafuto), susurrando sobre lo lejano, lo remoto de donde no se suele regresar. Los protagonistas son personas normales y corrientes del campo, y quizás por esa sintonía con la tierra y el mar, viven a la merced de emociones tan primarias como honestas, aunque no por ello morales.
Las historias son narradas con sencillez, casi como si fueran cuentos infantiles, pero si se releen aparecen nuevos matices que antes se habían pasado por alto. Una metáfora por ahí, un detalle en una viñeta por allá… desde luego Katsumata poseía una sutileza que lo diferenciaba de manera muy obvia de otros autores del gekiga. Es el más cercano de ellos al mundo literario como tal, recreándose en la frontera de la ilusión y una cruda objetividad.
Nieve Roja debe paladearse con lentitud, una lectura rápida no comunicará gran cosa, salvo los dislates y supersticiones de unos pueblerinos olvidados en el norte de Japón. Y a pesar de todas las brutalidades que Katsumata relata, se advierte el cariño con que representó a sus viejos paisanos.
Y no me olvido del arte en sí, no. El dibujo de Katsumata es engañosamente simple, como los Pixies. Por un lado parece ingenuo, casi cómico, rozando lo ordinario; y luego descubres su trazo preciso y delicado, rico en pormenores y gran expresividad. Trabaja bastantes temas, y muestra lo bello, lo feo, lo atroz y lo bondadoso con dulzura, pero una dulzura que no evita el leñazo de realismo destemplado.
¿Recomiendo Nieve Roja? ¡Vaya pregunta! ¡Pues claro! Es historia del manga, un clásico. Solo espero que otras obras suyas, de temática antinuclear y que ya se han traducido a otros idiomas, no tarden en llegar al español demasiado.
Esa fue la pregunta que me hice después de aterrizar en el blog. Quería ponerme un poco al día, así que husmeando como auténtico Perdiguero de Burgos, me tropecé una y otra vez, una y otra vez, UNA Y OTRA VEZ con este tebeo: Chainsaw Man de Tatsuki Fujimoto. Así, de buenas a primeras, me pareció la típica becerrada shônen para adolescentes con el cerebro hiperhormonado tan espeso como un botillo berciano. Vamos, el típico hype que se esbafa como la gaseosa. Pero no, no ha sido el caso.
Y es que, lo primero que me viene a la cabeza cuando oigo la palabra «motosierra» es la imagen de mi padre con su vieja husqvarna cortando leña. Cosas de pueblo, qué le vamos a hacer, soy rural. Así que por una cuestión completamente personal y aleatoria, este tebeo contaba con mis simpatías, además de que la portada del primer número me pareció tan Sienkiewicz que la tentación era demasiado fuerte para dejarlo pasar. Por lo que me sumergí en su lectura.
Sé que hace nada ha terminado de emitirse el anime de este tebeo, además en manos de MAPPA, estudio que a mi compi Treintañera Pauutopía le gusta mucho como podéis leer aquí; pero no lo he visto ni tengo intenciones de hacerlo de momento, por lo que esta reseña amorfa se centrará en el manga. No he leído tampoco nada del autor, Tatsuki Fujimoto, de modo que carezco de referencias (parece que Fire Punch pegó tan fuerte como para que Norma lo publicara en España), así que no podrá ser tan completa como me gustaría, y se basará en impresiones puras y duras venidas de lo más hondo de mis tripas. Para empezar, hay una auténtica locura desatada con este manga, tiene detractores destructivos y fanáticos fervorosos, un poco como si se tratase de la Virgen del Pilar el asunto, poco término medio. Y ese tipo de polarizaciones siempre llaman mi atención.
Chainsaw Man comenzó a publicarse en diciembre de 2018 y, a pesar de un hiato que finalizó una primera etapa argumental, sigue en curso desde este verano en la Weekly Shônen Jump. Ha sido premiado en un porrón de ocasiones, y en España es Norma Editorial la que ha apostado por este el segundo megahit de Tatsuki Fujimoto. Por ahora van 12+1 tomos con traducción de Judit Moreno.
El mangaka nos introduce en una tierra alternativa donde la Unión Soviética, por ejemplo, continúa al pie del cañón; un mundo parecido al nuestro pero, a la vez, muy diferente, sobre todo porque está infestado de demonios. Demonios del Infierno. Estos demonios viven y se nutren principalmente de los miedos de la humanidad. Pueden tomar formas estrambóticas de los terrores humanos, véase cuchillos, lobos, tiburones, pistolas, bombas y sí, motosierras. Y cuanto más miedo generen esas formas, más poderosos son los demonios que las poseen. Estos demonios también pueden realizar pactos con humanos: a cambio de lo que solicite el demonio, el humano obtiene ciertos poderes y habilidades. Es importante recalcar que los demonios pueden morir, pero son en realidad casi inmortales. Si se consigue aniquilarlos, descienden al Infierno regresando al poco tiempo de nuevo a la tierra.
Hay demonios amistosos, hay demonios antipáticos, hay demonios aburridos y hay demonios cabrones, muy cabrones. De ellos se hace cargo en Japón el Departamento de Cazadores de demonios, con trabajadores especialmente formados para mantener la seguridad, el orden y… exterminar. ¿Por qué están los demonios en la tierra? Buena pregunta. Surgen muchos interrogantes respecto a la construcción del mundo de Chainsaw Man, y no son respondidos demasiado bien. De momento. Se trata de un manga abierto, quizá más adelante Fujimoto-sensei desvele algunas incógnitas.
La historia comienza con Denji, un adolescente que lleva una vida miserable, ni siquiera ha ido al colegio. Tras la muerte de su padre, hereda sus deudas con la yakuza, que lo explota haciéndole cazar y matar demonios. Con una existencia así de triste, cualquiera habría podido comprender que deseara tirarse por un puente, pero Denji es un muchacho optimista, bastante inconsciente e infantil; su día a día se hace más soportable gracias a la compañía de su fiel perro-demonio Pochita. Sus aspiraciones y sueños son muy básicos: comer hamburguesas, salir con chicas, videojuegos… propios de su edad pero de los que no ha podido disfrutar todavía en su corta existencia.
Sin embargo, la yakuza sigue siendo yakuza, y Denji se está convirtiendo en un estorbo, así que deciden matarlo. Ya sus restos desperdigados en la basura entre los de su perrito Pochita, este con su último aliento elige darle su corazón a cambio de sus sueños, y así logra revivirlo. Pero Denji no retorna igual, sino convertido en el hombre motosierra: Chainsaw Man, una poderosa máquina de matar.
Un engendro como él no puede campar a sus anchas y sin control por el país, de modo que el Departamento de Cazadores de demonios pronto lo localiza y Makima, la jefaza de mirada turbia, le ofrece dos alternativas: morir o ser su mascota, trabajar para ella. La elección es clara, Denji no duda en demasía. Y a partir de entonces, comenzará a cimentar lo que será su familia con miembros del Departamento, compañeros con bastantes problemas mentales y caracteres difíciles. Así conocerá a la borrachuza de Himeno, la insoportable de Power o el estirado de Hayakawa (mi predilecto) entre otros. Por supuesto, será un devoto admirador de Makima y, poco a poco (muy poco a poco) irá madurando. Trabajando en la caza y erradicación de demonios descubrirá mucho de sí mismo y el mundo. No obstante, el personaje es un completo anormal, el gran tarado entre tarados, y esa personalidad suya de una puerilidad hiperbólica se revelará al final como su salvación.
Chainsaw Man es un manga pleno de fanfarronadas que nos recuerdan que estamos ante una comedia negra que se autoparodia a sí misma. Cliché sobre cliché sobre cliché para formar un everest de disparates que solo pueden conducir a la hilaridad o al hastío. En mi caso no pude parar de reír. Si el título, el género y el protagonista nos remiten de manera obligatoria a The Texas Chain Saw Massacre (1974), conforme se va leyendo el tebeo el asunto vira más hacia los patanes de Jackyl y sus solos de motosierra en The Lumberjack. Y para que comprendáis en toda su dimensión los abismos de demencia que se alcanzaron en los 90, os dejo por aquí el vídeo musical de la alhaja en cuestión, donde siembran el terror entre sillas y mesas.
No me estoy burlando de Chainsaw Man, conste en acta. Jackyl son unos gañanes sureños entrañables, y creo que algo similar me hace sentir este manga. Se le coge cariño. Y es que este tebeo tiene mucho de estadounidense, no obstante. Toda esa glorificación de la violencia y aire jactancioso de los personajes recuerda mucho al cine de Tarantino, de hecho Reservoir Dogs (1992) o Kill Bill (2003-2004) es una fuente de inspiración muy clara que, a su vez, se nutre de otras obras japonesas como Branded to kill (1967) o Battle Royale (2000).
En realidad todo esto nos dice que Chainsaw Man es una obra de lenguaje visual muy cinematográfico, tanto en su dinámica como en su arte. Las escenas de acción, abundantes y sangrientas, hierven de vigor; el movimiento de viñeta a viñeta casi emula fotogramas, los borrones de desplazamiento son energía cinética pura. Y, como se percibía en la portada del primer número, el diseño del protagonista es 100% Sienkiewicz, aunque su influencia se deja notar también en el resto del manga.
El elenco de personajes es variopinto y abundante, van desfilando como soldados pero con un temperamento definido que invoca arquetipos y características ya bien conocidos por los seguidores de la demografía. Es fácil simpatizar con algunos, sobre todo si tardan en morir; y si ya toman su inspiración en Hellblazer, como es el caso de Kishibe, pues a gozarla. Que tiene bastantes cosillas de Constantine también Chainsaw Man, por si se me había olvidado comentarlo.
Las figuras femeninas fuertes y dominantes están dotadas de una potente carga sexual (qué novedad) que dirigen sus pertrechos casi en exclusiva al protagonista el cual, como buen adolescente, está más salido que el pico de una plancha. Recuerden, esto es un shônen que se recrea en sus tópicos más burdos para estirarlos hasta su tensión máxima de elasticidad, soltarlos y que arreen de pleno en la cara.
Pero Chainsaw Man, entre carcajadas de descuartizamientos, trata temas muy oscuros y aberrantes, y no solo porque pululen demonios por doquier. Hay abuso infantil, pedofilia, manipulación psicológica y un largo etcétera de traumas y barbaridades que asoman su hocico con el disfraz de shônen disparatado. Su epidermis de grueso bizarrismo, que se revuelca con placer en el cieno de lo grotesco y lo surrealista, oculta en realidad un monstruito rebosante de melancolía y nostalgia, quién lo iba a decir. Aunque pueda pasar desapercibido si no se presta atención.
¿Recomiendo Chainsaw Man? Pues… no sé. Yo me he divertido bastante leyéndolo, no considero para nada que sea mal tebeo, pero tampoco me ha impresionado. Me gustan sus vueltas de tuerca, la sangre a borbotones y el humor negro; disfruto con los guiones enloquecidos y ese beso-vómito tiene ya un lugar especial en mi kokoro. Sin embargo, a pesar de su desparpajo y velocidad impetuosa, es una melodía que ya he oído en otras ocasiones, haciendo que el impacto sea menor. Y es un trabajo que depende mucho de eso, de su efectismo, ya que la arquitectura de su universo resulta algo confusa, desdibujada, y se echa de menos más profundidad en la perspectiva, más detalles que brinden verosimilitud y no solo una excusa para crujir a hostias. Por mi parte, me planto en el capítulo 97 y no proseguiré más. Me quedo como estoy.
Amo la ciencia-ficción, no es ningún secreto. Y me apetecía escribir sobre un manga del género que acabo de leer. Un tebeo que me ha complacido, por otro lado. En realidad me ha gustado muchísimo. Por las historias que narra, por el arte, y también por la serenidad y fatalidad que emana al mismo tiempo. No conocía al autor, y teniendo en cuenta que he permanecido unos cuantos años desconectada del mundo, es natural. La salud manda, camaradas otacos, y todavía no estoy segura de que esta reaparición signifique algo en realidad. SOnC fue, y seguirá siendo siempre, un pequeño solaz en mi vida; le tengo mucho respeto porque además estáis vosotros ahí. Sin embargo, la enfermedad y la pérdida de seres queridos me han cambiado. Yano soy la misma, y a ratos no me veo capaz de escribir. Al menos como el blog merecería.
Como antes he mencionado, no me sonaba de nada este mangaka, Shimada-sensei. Así que debo admitir que la compra de este cómic fue totalmente compulsiva. Me gustó la portada, lo ojeé rápidamente y al creer ver asomar a Tezuka en sus líneas, me dije: «¡A la saca! Y encima sci-fi de androides y robotitos, uf, este se viene a la cueva conmigo.» La cantidad de excrementos gráficos que he llegado a adquirir actuando de esta forma ya os imaginaréis que ha sido colosal, pero esta vez no fue así. Nanay. El instinto por una vez no me falló.
Breve historia del Robo sapiens o Robo sapiensu zenshi se publicó entre 2018 y 2019 en el magazine Monthly Morning Two (por desgracia desaparecido este pasado verano) de Kôdansha, no en una modesta editorial indie, que es lo que una podría esperar observando las trazas del tebeo. Quizás por eso no ha tardado «tanto» en publicarse en España, aunque, como siempre, mis primos franceses tomaron la delantera (también los anglos). O quizá también puede deberse al enormeprestigio que ha ido acumulando en poco tiempo, con premios, galardones varios, nominaciones y puestos excelentes en listas, encuestas y demás pajas mentales de críticos sesudos. Cuando lo compré no tenía ni idea de lo que tenía en las manos, fue una sorpresa hallar todos estos fuegos artificiales. Y después de leerlo, me alegré muchísimo por el autor. Un triunfo merecido. No sé casi nada de él, salvo que nació en Tokio en 1961 y que esta no es precisamente su primera obra. Su andadura profesional comenzó en el 2000. Ojalá podamos pronto disfrutar de sus trabajos pasados y futuros, sobre todo me interesaTräumerei (2005). También descubrí que en 2021 Marc Bernabé le hizo una entrevista, sin embargo no hay manera de acceder al vídeo de esta. Cachislamar.
Estimada otaquería, este que ven aquí es Shimada-sensei. O al menos así se ve a sí mismo. Es un pacifista él. Y le gustan los gatos.
Pero regresando a lo que interesa, ha sido en este año de nuestro Señor de 2022 que la editorial Héroes de Papel, bendita sea ella, ha publicado los dos tankôbon originales en un único tomo de 300 páginas con sobrecubierta reversible para nuestro gozo y deleite. Con traducción de Gabriel Álvarez Martínez. Una edición cuidada y estilosa, me ha encantado ❤
Así que tenemos un cómic con muy buena fama, con una publicación estupenda en español y que además no se ha hecho tardar demasiado. Es un manga contemporáneo. No está nada mal, porque ya sabemos de sobra que en ocasiones hay tebeos interesantes que no ven la luz entre hispanohablantes hasta pasados unos cuantos añitos. Por lo que solo resta contaros una miqueta de qué va, cuáles han sido mis impresiones, por qué me ha satisfecho tanto y animaros a que le echéis un ojo.
Breve historia del Robo Sapiens consta de 13 capítulos autoconclusivos pero interconectados. Como preciosas teselas, forman un mosaico donde se nos muestra la evolución de un mundo a lo largo de varios miles de años. Una larga historia conformada por pequeños relatos donde el silencio tiene una valiente y maravillosa presencia.
Comienza de una manera bastante familiar, cualquiera que haya leído ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968) de Philip K. Dick o haya visto Blade Runner (1982) de Ridley Scott advertirá el fuerte aroma a tabaco del neo-noir de la detective que es contratada para encontrar un androide desaparecido. Los paisajes urbanos futuristas con la sordidez de los bajos fondos y la abigarrada frivolidad de la clase alta son solo el punto de partida de una sociedad donde el conflicto no reside en la adaptación de los robots a esta, sino viceversa, cómo afronta esta sociedad la inclusión de una nueva especie inteligente no biológica en ella. Este primer capítulo, de hecho, es clave para comprender la transformación paulatina de la IA y como, en cierta forma, suplanta a la humanidad. Aunque más bien podríamos considerarlo una síntesis de lo que llegará a ser la evolución del ser humano. De cómo la humanidad se trascenderá a sí misma.
La traducción literal del título de este manga, Robosapiensu zenshi (ロボ・サピエンス前史), sería más bien «Prehistoria del Robo sapiens», y no hace falta estrujarse demasiado las meninges para saber por dónde van los tiros. Del Homo sapiens al Robo sapiens: este tebeo es el origen, el principio de una nueva forma de vida, hija del Homo sapiens, y su evolución. Para ello, Shimada-sensei se valdrá de varios personajes que protagonizarán su narración desde una perspectiva multifocal: Aomina Midori, Ito Sachio, Toby, Chloe y María, a la que llamarán Onda Kaloko. Todos ellos son androides. ¿No hay ningún protagonista humano? Aparecen humanos, claro que sí, pero son presencias que van y vienen, algunos como pura utilería, ya que sus vidas son cortas; sin embargo, es la Doctora, creadora de María, Toby y Chloe, la que supondrá para sus hijos una mutación importante.
En los primeros capítulos del manga la relación entre humanos y robots es como la que podría existir con un electrodoméstico, y vemos cómo eso, paulatinamente, cambia. Se van introduciendo con naturalidad en las vidas de la gente, formando parte activa de la sociedad, pasando de ser sirvientes a ser reconocidos como personas (¿ciberpersonas?) con plenos derechos y libertades. Van apareciendo robots con aspecto completamente humano, y habrá alguno que incluso se crea humano porque, en realidad, lo será. Aunque, ¿es imprescindible tener una fisonomía humana para serlo? Y voy más allá: ¿es realmente necesario un cuerpo físico para ser humano?
Efectivamente, Breve historia del Robo sapiens examina el eterno y siempre actual dilema de qué es lo que nos hace humanos, cuáles son los limites del concepto de «humanidad». Y la noción de memoria jugará un papel importante. Nada nuevo bajo el sol, sobre todo si echamos un vistazo atrás a, por ejemplo, Asimov, del que encontramos, sin duda, reminiscencias en este manga; no obstante, Shimada-sensei contribuye con su propia visión, desde una perspectiva no demasiado optimista para la sociedad de carne, pero sí más flemática y cabal para la sociedad transhumana robótica. También podríamos decir que este cómic es una historia sobre la decadencia humana, de ahí ese aire melancólico que lo colma. La carne se debilita con el miedo, y el miedo conduce a la autodestrucción, quedando finalmente todo en manos de los hijos sintéticos de la humanidad, que serán los que alcanzarán las estrellas y se unirán a ellas. Fin.
Pero, ¿cómo son los robots en Breve historia del Robo sapiens? Los hay de todo tipo de pelaje, y conforme van transcurriendo los miles y miles y miles de años, algunos evolucionan, unos pocos permanecen inalterados y otros, sin el mantenimiento adecuado, mueren.
Respecto a los robots protagonistas de este manga, todos poseen su propia personalidad, características y funciones específicas. Los llamados crononautas, María, Toby y Chloe, son androides ultralongevos creados por la Doctora para perdurar durante millones de años si así fuese preciso. María es la guardiana de un silo de almacenaje geológico profundo de residuos radiactivos; Toby y Chloe son unos astronautas enviados a explorar el espacio exterior. Aonuma Midori es una miembro de la alta sociedad que ha desaparecido misteriosamente; e Ito Sachio es un freedroid, un robot libre, que trabaja alrededor del mundo realizando todo tipo de tareas. Es a través de sus experiencias y memorias que Breve historia del Robo sapiens crece y florece.
Personalmente, me han gustado mucho María y, sobre todo, Ito Sachio. Este último es el que nos muestra de manera más estrecha su relación con la humanidad y el planeta Tierra. Cómo sus recuerdos influyen en sus pensamientos y decisiones, más allá de la mera programación. Ha sido muy bonito verlo bailar y recitar poesía, por lo que aprovecho para colgaros este vídeo de una canción clásica japonesa que trata sobre la nostalgia y la belleza del mar, y que a Ito le gusta. Se llama Hamabe no Uta y fue compuesta en 1918 por Tamezô Narita y Kokei Hayashi.
Los robots en este manga son como niños, inocentes, puros; al principio son esclavos de su programación inicial, pero más adelante ellos mismos superan esa sujeción, crecen como haría cualquier otro ser humano y vencen la dependencia de sus «padres». Y como marca la propia naturaleza, los superan: son más inteligentes, son más fuertes, son casi inmortales. More human than human. Según su programación innata poseen una serie de destrezas, pero aprenden y son capaces de pensar por sí mismos. Aun así, se enfrentan a los mismos problemas y obstáculos que sus «padres», y deben sobreponerse si quieren progresar. Unos lo consiguen y otros no. ¿Tienen sentimientos? Por supuesto que sí, aunque no son emocionales. Irradian una serenidad y compasión envidiables, auténticos bodhisattvas en su camino hacia el nirvana. Su relación con su entorno es armoniosa y pacífica, de manera que se deduce que toda la devastación que aparece en el cómic es debida casi en exclusiva a la acción de la carne.
Hay varias cosillas que me han llamado la atención sobre los androides en general y que me han agradado bastante. Por ejemplo, que consideren a lo que podríamos estimar como sus hospitales (edificios donde son creados, se autorreparan, mejoran y actualizan), su casa. «Bienvenido a casa», se saludan sonriendo al caminar en su interior. Por supuesto, el género y la orientación sexual no es algo que importune mucho, es solo un tema de programación que se puede alterar si así se desea. Y se acepta y es aceptado por todos sin más. Otro detalle que me ha encantado es la manera personal que tienen de comunicarse entre sí. Al más puro estilo vulcaniano con su célebre fusión mental, se tocan el rostro con la mano e intercambian datos. Con tranquilidad y confianza, realizan un acto bastante íntimo en el que abren su mente a otro; y resulta todavía más chocante teniendo en cuenta la sociedad japonesa del autor, donde el contacto físico es muy limitado.
Si los planteamientos filosóficos de Breve historia del Robo sapiens son de cierto calado como, por ejemplo, qué es la felicidad, su manifestación no puede ser más sencilla. Es un manga que propone ideas complejas pero que no enreda con el lector. De hecho, deja abierta la puerta a una interpretación libre, no ofrece respuestas. Pero obliga a reflexionar. Y está tan repleto de matices que una segunda o tercera lectura pueden sorprender todavía más.
La simplicidad de su narración y planteamientos se amolda a la perfección con su arte. Es la primera cosa que llamó mi atención. Una línea clara y minimalista que roza la abstracción, la belleza geométrica de sus vacíos, perspectivas y siluetas, trabajadas con sabiduría. ¿A qué me recordó? Por supuesto a Tezuka. Pero esos ecos de los 60’s y 70’s señalan, todavía más, y con gran sutileza, a los trabajos de Seiichi Hayashi y, en especial, a los de Maki Sasaki para la fenomenal Garo. Y para muestra, un botón.
Breve historia del Robo sapiens es de una elegancia sinuosa y evoca las arquitecturas futuristas de Kubrick. Shimada-sensei es amo y señor del espacio y el silencio. No es la estética del manga estándar, sino que bebe del avant-garde y el clasicismo a la vez. ¿Es eso posible? Pues claro, ¡aquí lo tenemos! Sin embargo, es una obra accesible y conmovedora; con gran delicadeza y sin sentimentalismos (¡gracias, gracias, gracias!) arrulla el kokoro. Resulta muy fácil de leer y la vista solo tiene que pasear con calma por esos paisajes de cualidad onírica que nos apremian a pensar, pensar y pensar. Así que los gandules que no rocen ni con un palo este tebeo. Sin embargo, quienes saben que meditar no es incompatible con pasar un buen rato, o los que no temen enfrentarse a lo insólito tienen en este manga una alfaguara de dicha y satisfacción seguras.
¡Por fin, por fin he podido hincarle os catirons (aunque sea de forma leve) a este manga! Desde que ganó el Kôdansha este 2018 he estado rogando por que algún alma generosa lo tradujera y, ¡ya está aquí! Quería esperar un poquillo hasta que se acumularan unos cuantos episodios, pero la impaciencia ha podido conmigo, y solo he aguardado hasta el capítulo cinco. Lo que no me va a impedir escribirle toda una señora reseña, qué carajo.
Sanju Mariko o Mariko a los 80 años es un manga que lleva publicándose desde 2016 en Be-Love y que, hasta donde sé, ha alcanzado 8 tankôbon. Y los que caigan, porque es una obra que sigue abierta. Pero no es un tebeo cualquiera, nanay. Se trata de un josei muy, muy especial; un slice of life que huele a clásico contemporáneo desde el primer capítulo. De momento tenemos que conformarnos con los socorridos scanlations (afortunadamente llevan buen ritmo hasta ahora), pero deseo, espero y confío que pronto alguna editorial occidental se atreva a publicarlo. Ojalá.
Yuki Ozawa posa orgullosa con el primer volumen de su tebeo «Sanju Mariko»
No había leído hasta ahora nada de Yuki Ozawa, sabía de la existencia de su Atokata no Machi (2013), pero no había podido catar ninguna obra suya todavía. Y la verdad es que ha sido un comienzo bastante prometedor, ¡sangre nueva en el josei!, y eso siempre se agradece siendo una demografía tradicionalmente tan maltrecha. Que aparezcan encima trabajos de esta traza son un soplo de aire fresco. ¿Novedades en el slice of life? Pues sí, porque Sanju Mariko cuenta la historia de una viuda de ochenta años, nada más y nada menos. Adiós a los sempiternos adolescentes con sus repetitivos problemas, sayonara a las mujeres jóvenes (y mentalidad de adolescente) que sufren por no encontrar marido, ¡konnichiwa, mujeres adultas (pero de verdad)!
Mariko es una escritora con cierto renombre y todavía en activo, que vive bajo el mismo techo que la familia de sus hijos y nietos. Es ya bisabuela, y su biznieto ha intentado asfixiarla con una bolsa de plástico mientras jugaba. No ha sido por maldad, más bien ha tenido relación con que viven como sardinas en lata, y está llegando a un punto insostenible. Mariko ve como la casa que construyó con su marido, muerto hace 15 años, no alberga ya espacio para ella. Real y metafóricamente. Así que, viéndose un estorbo, decide marcharse y comenzar de nuevo, sola, una nueva vida al final de su vida. En este nuevo camino se topará con Kuro, un gatito que también ha sufrido lo suyo.
Descrito así, parece una historia un poco absurda, pero nada más lejos de la realidad. Sanju Mariko resulta más de lo que parece, es un manga que afronta con honestidad varios problemas graves que sufre en la actualidad la sociedad nipona. Para empezar, el galopante envejecimiento de la población y sus consecuencias sociales; luego, las continuas recesiones económicas, que han hecho que el suelo y las viviendas se encuentren a unos precios astronómicos; para proseguir con el ritmo salvaje de producción de Japón, que no permite una conciliación familiar adecuada, siendo los mayores los principales que sufren soledad y abandono. Se han convertido en una carga, y en el tebeo, Mariko, a pesar de no sufrir más que unos pocos achaques, se siente culpable por resultar un lastre que impide a su familia crecer y medrar. Y decide irse. Una decisión muy japonesa, y que por desgracia es bastante habitual en el país.
Pero Yuki Ozawa, aunque no se corta en hacer un retrato poco halagüeño de Cipango, sin dulcificar ni un ápice sus conflictos, ofrece también la mirada optimista de Mariko. Porque Mariko no es una mujer cualquiera, y eso la mangaka nos lo deja bien claro casi desde el principio. A pesar del patente egoísmo de su familia, que le hace sentir como un fardo molesto, nuestra protagonista no tarda en experimentar una gran liberación al salir de su antiguo hogar. Y la conciencia plena de que su existencia se halla cerca de su desenlace, le hace abrazar la vida con inusitada energía, haciendo suyo el adagio carpe diem. No obstante, Mariko no puede evitar sentir tristeza y frustración al ser testigo de su propia decadencia física y mental, al ver desaparecer a conocidos y amigos, lo que tiñe de cierta melancolía el manga. Sin embargo, Sanju Mariko también es esperanza (y amor, camaradas otacos), pero sin caer en la ñoñería.
Así que Sanju Mariko tiene de protagonista a una mujer de 80 años completamente autónoma, con la capacidad resolutiva que otorga la sabiduría adquirida con el tiempo, valiente, inteligente y capaz. Toda una novedad en la demografía, que brinda además una perspectiva inédita hasta ahora; aunque Mariko no es una superwoman, no os vayáis a pensar. Es muy humana, es hija de su tiempo y su sociedad. Pronto descubrirá que ser menor de edad y ser persona mayor tienen muchas en común, como cierto grado de dependencia en los demás, dificultades a la hora de encontrar un piso en alquiler (jojo) o experimentar con intensidad el deleite y asombro de descubrir un nuevo mundo cada día.
Quizá en Occidente no sea tan común, pero en Japón los mayores leen tebeos. No es que este manga vaya exclusivamente dirigido a ellos, pero que puedan verse reflejados en las páginas de una obra seguro que los habrá alegrado un poco. No conozco demasiados comics donde los protagonistas tengan ya cierta edad, salvo como secundarios y representando más caricaturas que personajes en sí mismos. Por eso ha sido una grata sorpresa toparme con una obra donde se los plasma con naturalidad. No obstante, sigo también otro manga, Metamorphose no Engawa de Kaori Tsurutani, cuyas estrellas son una septuagenaria y una adolescente (fujoshi perdidas ambas), igualmente recomendable pero de tono bastante más jovial.
Me parece muy beneficioso que aparezcan tebeos como este, que ayudan a trabajar la empatía y así combatir la cada vez más asumida gerentofobia de nuestras sociedades. El egoísmo del mundo moderno, su capitalismo voraz, no dejan lugar a cierto sector de la población que ya no puede producir al ritmo requerido y ser rentable; los niños son una inversión, pero los ancianos no tienen futuro. Y así olvidamos que siguen siendo personas y que, si todo marcha bien, tarde o temprano nos encontraremos en su lugar. No deberíamos perder esto jamás de vista.
El ritmo del tebeo, de momento, se somete a las normas de un slice of life clásico, y no tiene pintas de que eso vaya a cambiar. Tampoco le hace falta, porque es lo que exige la narración. El dibujo es sencillo y aniñado, lo que ayuda a suavizar el trasfondo de la historia, que si se considera durante unos segundos, es bastante cruel. La sensación que transmite, en general, es de una dulzura ligera, para nada melosa; o al menos durante estos 5 capítulos Ozawa se las ha ingeniado para sortear el melodrama viscoso, todo un meritazo. Después ya veremos, pues ese peligro se encuentra (muy) presente, agazapado.
Sanju Mariko se muestra como un tebeo originaldentro de ciertos convencionalismos, con unas premisas que solo se están comenzado a esbozar, pero que auguran grandes momentos, sobre todo para los amantes del costumbrismo que saben disfrutar de las pequeñas (grandes) aventuras cotidianas. Desde SOnC lo vamos a seguir de cerca, y os recomendamos que le echéis un ojillo, porque tiene una pinta estupenda. Que no os hagan dudar los prejuicios. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.
Estamos en tiempo de listados, todo el mundo nos apresuramos a revisar lo que ha dado de sí el año, y confeccionar nuestros tops de obras destacables. No soy muy fan de este tipo de entradas, pero este 2018 ha sido, al menos para mí, espectacular a nivel manga. Se han publicado tebeos maravillosos que dudaba muchísimo poder encontrar en España. Así que, con sumo gusto y placer, os presento los cómics japoneses editados por estos lares que me han parecido más interesantes. Recordad, amiguitos, esta es una mera opinión personal en un blog minúsculo, no el Canon Pali. Y tal.
«Mujer leyendo» (1840) de Utagawa Kuniyoshi
10. La isla de las pesadillas
Hideshi Hino | Horror, folclore, slice of life| Tomo único | Ediciones La Cúpula | ★★★1/2
Que Hideshi Hino sea uno de los maestros indiscutibles del terror, junto a Kazuo Umezu y Suehiro Maruo, es un hecho incontestable que ningún otaco con dos dedos de frente osaría rebatir. Es así, punto. Y en España no es un total desconocido, Ediciones La Cúpula lleva unos cuantos años ya publicando material suyo a buen ritmo, lo que siempre produce gran felicidad entre todos esos infelices seres que amamos el género. Este 2018 nos ofrecieron un recopilatorio de 7 pequeñas historias de podredumbre y melancolía monstruosa, pero inspiradas en el rico folclore japonés: La isla de las pesadillas. Aquí tenemos a Hino-sensei en estado puro: su característico arte de trazo candoroso, moldeando deformidades al servicio de cuentecillos ingenuos donde lo grotesco y lo aberrante aúllan a la luz de un sol irreal. Una preciosidad de trabajo.
9. Holiday Junction
Keigo Shinzô | Drama, slice of life| Tomo único | ECC Cómics | ★★★1/2
Fue una de mis compras estrella este pasado Sant Chorche, le hinqué con muchísimas ganas el colmillo a este tomito que ECC tuvo el detalle de publicar en español. Todo lo que suponga acercar al público hispanohablante al mangakaKeigo Shinzô me parece fenomenal. Le dediqué hace ya un tiempecito una entrada a su estupendo tebeo Bokura no Funka Matsuri (2012), y llevo siguiéndole un tiempo la pista también a través de la editorial francesaLeLézard Noir (la amo profundamente), que está editando su Tokyo Alien Bros (2015) y Moriyama-chû Kyôshûjo (2009) . Muy recomendables, por cierto.
Holiday Junction es una buena manera de presentar a este autor, de familiarizarse con su delicadeza mágica. Se trata de un volumen que recopila pequeños relatos de muy distinto pelaje, pero en los que el común denominador es el slice of life. Si os gustan Taiyô Matsumoto, Ken Niimura o Inio Asano, este mozo os entusiasmará. Tiene una manera serena, a ratos melancólica, de narrar sus historias, que atrapan por su elegante simplicidad. Su arte resulta fresco, espontáneo; y se adapta como un guante a la atmósfera tenue de los one-shots. Mi cuento favorito es el último, Un año en la vida de Bun-chan, un gato doméstico, y no solo porque su protagonista sea un lindo minino.
Espero de todo corazón que haya tenido una buena acogida entre los lectores, estaría genial poder contar con más obras de Keigo Shinzô en el futuro. Es un mangakabastante prometedor, ¡sangre nueva!
8. Una mujer de la era Shôwa
Kazuo Kamimura/Ikki Kawijara | Drama, slice of life, histórico| Tomo único | ECC Cómics | ★★★★☆
Kamimura se está revelando para mí, de manera personal, como un gran retratista de la mujer japonesa. No es que ya no lo supiera de leídas, pero otra cosa muy distinta ha sido comprobarlo directamente a través de sus mangas. No lo llamaban shôwa no eshi, que se podría traducir como “el pintor de ukiyo-e de la era Shôwa”, por casualidad. Historia de una Geisha (reseña aquí) me gustó bastante, El club del divorcio (1974) me enamoró por completo; y Una mujer de la era Shôwa (1977), aunque ya no fue una obra en solitario sino creada junto a Ikki Kawijara (Ashita no Joe, Tiger Mask), me ha parecido de lo más destacado de este 2018.
Shôwa Ichidai Onna o Una mujer de la era Shôwa cuenta la historia de Shôko Takano, hija ilegítima de un político prominente de la oposición y una célebre geisha tokiota. A la muerte de su madre, Shôko se ve totalmente abandonada a su suerte en un país en ruinas, de ciudades todavía humeantes tras la derrota en la II Guerra Mundial. Una nación en reconstrucción, lamiéndose las heridas, y con un largo y cruel camino por delante. Y así resulta ser la senda de Shôko, feroz y brutal, que modelará su carácter para hacerla una persona fuerte, implacable, glacial. Un relato que parece una cosa, y acaba convirtiéndose en algo insólito, huyendo del esperado melodrama lacrimógeno para centrarse en la mera supervivencia. Un manga abrupto y despiadado, no para todo el mundo.
7. Atelier of Witch Hat
Kamome Shirahama | Fantasía, slice of life, seinen| En publicación | Milky Way Ediciones | ★★★★☆
Tongari Bôshi no Atelier o The Atelier of Witch Hat es mi manga favorito actual de fantasía junto a La pequeña forastera de Nagabe. Los estoy siguiendo entusiasmada, cada uno en su estilo son como agua fresca de manantial. Siúil, a Rún fue publicado a finales del 2017, por eso no lo he incluido en este top, aunque no me han faltado ganas. Es un manga sensacional. Y The Atelier of Witch Hat, pese a su tono más tradicional, también lo es. Tenéis la reseña inicial que le escribí aquí,y sigo manteniendo con fervor todo lo que en esa entrada afirmé.
Kamome Shirahama me tiene contentísima con su extraordinario arte, que le debe tanto al art nouveau, al estilo del shôjo clásico de los 70-80 y el cómic europeo (Moebius, Pratt, Battaglia). Es minucioso, ornamentado, muy alegre también. No me canso de observarlo una y otra vez. La mangaka está construyendo una arquitectura sólida y fascinante para su mundo de fantasía, y sin caer en la infantilización. Porque, camaradas otacos, The Atelier of Witch Hates un rotundo seinen, donde además la magia se conjura mediante tinta y pluma. No se recita, no se realizan gestos especiales: se dibuja. ¡Maravilloso! Uno de los tebeos más atractivos que se han publicado este 2018, sin duda. ¡No os lo perdáis!
6. La balada del viento y los árboles
Keiko Takemiya | Drama, shôjo, shônen-ai| En publicación | Milky Way Ediciones | ★★★★☆
¿Cómo no podía estar entre mis mangas preferidos del año Kaze to Ki no Uta o La balada del viento y los árboles? ¡¡Keiko Takemiya!! ¡¡Y una de sus mejores obras además!! Por supuesto, lo he estado siguiendo vía scanlations todo lo que he podido (no está completo, y el asunto se encuentra paradísimo desde hace más de un año, para más inri), de ahí que cuando supe que Milky Way había decidido hacerse con su licencia y publicarlo en España, lloré muy fuerte. De felicidad, se entiende. Por cierto, que es la primera vez que se publica fuera de Japón. Y menuda edición se están cascando, ¡las portadas son preciosas! Bueno, todo en general lo están haciendo muy requetebién. De momento van 2 tomos (en la edición original japonesa son en total 17, pero Milky Way lo hará en 10), así que os podéis hacer una idea de que la historia está, simplemente, calentando motores. ¡Aún estáis a tiempo de subiros al carro!
La balada del viento y los árboles tiene todo lo que se puede esperar del buen shôjo que las mangaka del Grupo del 24 practicaban: ambientación idealizada europea, entorno escolar exclusivo, arcos argumentales rocambolescos deudores del folletín decimonónico, complejos retratos psicológicos y tragedias, muchas tragedias. Y crueldades. Y abusos, y violaciones y… mucha sordidez forrada con un precioso dibujo repleto de flores y estrellitas. Kaze to Ki no Uta tuvo problemas en su época por su contenido fuertecito, pero cuando por fin salió a la luz tuvo un impacto trascendental. Su influencia ha sido muy evidente, brota como setas en obras como Banana Fish o Shôjo Kakumei Utena, por poner un par de ejemplos. Un clásico entre clásicos que nadie debería perderse. De verdad de la buena.
Con este peazo de manga me vais a permitir que me explaye a gusto. Porque lo acabo de finalizar y estoy muy emocionada, así que allá voy. No es ningún secreto que Satori Ediciones es una de mis editoriales predilectas, y más de una vez he comentado que la labor que están realizando por acercar la cultura popular japonesa y su literatura al público hispanohablante es monumental. Así que, cuando me enteré de que tenían planeado sacar una colección dedicada al mundo del manga, me estremecí de la emoción. Y cuando supe que su primera incursión iba a ser deShôtarô Ishinomori, la alegría fue plena.
Según comentaron en el XXIV Salón del Manga de Barcelona, la intención es ir publicando obras de autores selectos, clásicos y contemporáneos. Para este 2019 han anunciado el josei deMiyako Maki, en tres tomos, Seiza no Onna (1973); y parece que están tras la pista también de algunos trabajos de Leiji Matsumoto. Como comprenderéis, estoy que no quepo en mí del gozo, y con muchísimas ganas de paladear todas las delicias que nos tengan reservadas. Espero que les vaya fenomenal y los lectores respondan, porque lo ocurrido con Ponent Mon ha sido un golpe bajo.
Sobre el Rey del Manga, Shôtarô Ishinomori, ya escribí un poco en esta entrada que dediqué a su estupendo Ryûjin Numa (1957-1964) o El estanque del dios Dragón, dentro de la sección Shôjo en primaveradel blog. Así que no me voy a extender mucho más, pero para refrescaros un poco la memoria, Ishinomori-sensei es una figura clave en la historia del tebeo japonés. No le tenía miedo a ningún género ni demografía, los trabajó prácticamente todos; experimentó e innovó tanto en formas como contenidos y, por si no fuera poco, en 2007 recibió de manera póstuma el certificado de El libro Guinnes de los récords como el autor que ha publicado más números de comics: 770 títulos diferentes (500 tankôbon) en total. Un creador incansable, y al que hasta Tezuka le tenía unos pocos celillos, a pesar de que su relación era buena.
Y de toda la colosal obra de Ishinomori, Satori se ha lanzado a publicar como su primer manga Otona-na Ishinomori o Mi vida sexual y otros relatos eróticos, que ha contado con la fantástica traducción de Marc Bernabé. Es un profesional como la copa de un pino, que además se nota que ama el cómic japonés. Este tomo de casi 400 páginas es una recopilación de 15 one-shots dirigidos exclusivamente al público adulto y fuerte carga concupiscente. Hay escenas bastante explícitas aunque no alcancen la categoría de pornografía, pero el sexo es el hilo conductor que une todos estos relatos.
¡Sí, brindemos con Ishinomori! ¡Feliz Navidad! Bueno, ejem, prosigamos. Estamos hablando de relatos escritos y dibujados entre 1969 y 1975, Mi vida sexual y otros relatos eróticos es un tankôbon electrizante. Para disfrutarlo, en primer lugar hay que desterrar la gazmoñería; y en segundo, ser conscientes de la época y el país donde fueron creados. Después de estas aclaraciones, que me habría encantado no tener que hacer (aunque visto el percal no queda otra), creo que os podéis hacer una idea del tono general del tebeo, y si os puede interesar o no. Por mi parte, os adelanto que me ha encantado, y lo he gozado de principio a fin. Como sucede con la mayoría de recopilaciones, es una obra muy heterogénea, donde se encuentran desde alucinaciones psicodélicas, humor bizarro, violencia, perversiones, noir, retrato social descarnado, reflexiones filosóficas y retales de la propia vida de Ishinomori. Un gran manga.
4. Mi experiencia lesbiana con la soledad
Kabi Nagata | Yuri, slice of life, biográfico| Tomo único | Fandogamia | ★★★★☆
En la entrada que dediqué hace más de un año al yuri, «El delicado cultivo de la iris japónica», seleccioné este manga como uno de los más interesantes del género. Y no tenía ninguna esperanza en que lo llegaran a publicar en España. Pero, afortunadamente, he tenido que comerme mis palabras con patatas. Y muy feliz de tener que hacerlo. Fandogamia Editorial no solo lo editó aquí, sino que se lanzó a traer más obras de Kabi Nagata, como su Diario de intercambio (conmigo misma). Toma ya. ¡Muchas gracias!
Sabishisugite Lesbian Fuzoku Ni Ikimashita Report o Mi experiencia lesbiana con la soledad es un relato de reclusión, tristeza y enfermedad; pero también de superación y búsqueda, aunque conduzca a puertos insólitos. Como autobiografía que es, resulta curioso que no caiga en la autocompasión, sino que prefiera enfocarse en un cerebral autoanálisis. En realidad, el salvavidas de la protagonista. Este cómic es una puerta abierta no solo a su vida íntima como mujer soltera lesbiana, sino a sus procesos mentales, dolencias y pensamientos. Y todo contado con una delicada e imaginativa sencillez con la que es muy difícil no empatizar. Por no hablar del paisaje que se otea al fondo: una sociedad con un pudor extremo en las relaciones humanas, poco flexible hacia lo distinto, y que estimula cierto aislamiento enfermizo.
Mi experiencia lesbiana con la soledad narra una historia real y cruda, pero no exenta de sentido del humor. Es un manga que se siente próximo, susceptible de gustar a todo tipo de público adulto, aprecie el yuri o no. De hecho, si uno se deshace de los prejuicios, encontrará, simplemente, la historia de una mujer joven por hallar su lugar en el mundo. Una de las sorpresas editoriales de este 2018, sin duda.
3. Pink
Kyôko Okazaki | Josei, slice of life, drama| Tomo único | Ponent Mon | ★★★★1/2
No voy a añadir mucho más a lo que ya escribí en la reseña que dediqué a este maravilloso manga en Otakus Treintañeras. Se trata de un josei que hizo historia junto a otros trabajos de la propia Kyôko Okazaki y de Moyocco Anno. Lograron revolucionar la demografía, que se encontraba completamente estancada en un lodazal de cursiladas más propias de un shôjo hortera que de un ¿género? dirigido a personas adultas. Tomó el nombre del color que se asigna a las mujeres, que las encorseta en angustiosos roles de género, para pervertirlo y transformarlo en un alarido, una gran carcajada también, desgarrando así la concepción tradicional de la feminidad nipona. Pink es una crítica descarada y resplandeciente que señala la gran hipocresía social japonesa, a la vez que retrata la caótica vida de una Tokyo Girl en los happy eighties.
La idea principal que planea sobre todo el manga es la de la prostitución. Pero no solo la ejercida por las profesionales del sexo, sino la que todos, de una manera u otra, desempeñamos en diferentes ámbitos de nuestra vida. Toda ella rebozada en una crujiente comicidad de tono irreverente y surrealista, para nada libre de ciertad ferocidad amarga. Pink es una obra para reír y para reflexionar, directa y honesta; pero también cruel y dolorosa. Imprescindible.
Este es el manga que llevaba esperando con más ansiedad del 2018. Primero, Tomodomo anunció que lo publicaría durante el primer semestre del año. Pasó el verano y servidora continuaba aguardando, impaciente. ¿Habría sucedido algo con la licencia? ¿Con los requisitos que pudiera exigir Môto Hagio en su edición española? ¿Se había incendiado la imprenta? ¿Tomodomo se iba a declarar en bancarrota? Muchas estupideces, y otros motivos también más razonables, me cruzaron por la mente. El año estaba acabando, y Hanshin o Catarsis no había visto todavía la luz. Por fin, en noviembre, pude tenerlo en mis manos. No sin que antes Correos extraviase mi paquete, por supuesto, y volviera a encontrarlo cuando ya estaba a punto de perpetrar una escabechina en la pertinente sucursal.
Catarsis es un tomo recopilatorio de 12 historias extrañas, inquietantes, que abarcan desde la década de los 70 (Sayo se cose un yukata, El invernadero, Marine), pasando por los 80 (Mitad, Camuflaje de ángel, El falso rey, Amigo K) y ahondando en los 90 (La niñaiguana, Las pastillas de ir a la escuela, Al sol de la tarde, Catarsis, El niño que volvía a casa). Veinte años de carrera durante los cuales Hagio trabajó multitud de géneros y temáticas desde muy distintas perspectivas, otorgando al shôjo una nueva dimensión. Tengo preparada una reseña específica para Catarsis, por lo que no me alargaré más; pero sí puedo deciros que es un verdadero privilegio el poder acceder a la obra de Hagio en castellano, y mucho más con las extraordinarias ediciones que Tomodomo nos está brindando.
Todo lo que pueda decir sobre esta obra es poco, así que lo resumiré de esta forma: la amo mucho. Es ya uno de mis tesoros más preciados. Y como sucede con Catarsis, le tengo preparada reseña, por lo que no me extenderé demasiado. Miss Hokusai lo tiene todo: un arte elegante, limpio, pleno de lirismo; y unas historias que, como pequeñas estampas, van plasmando la efervescente y rica cultura urbana de los chônin y el ukiyo-e. Todo a través de los ojos de la hija del gran pintor Hokusai.
Hinako Sugiura fue una gran erudita del periodo Edo, al que decidió dedicarse en exclusiva, abandonando el mundillo del manga. Una pena, en cierta forma. Hace un año escribí una entrada sobre su cómic Hyaku Monogatari (1986-1993), que fue el último que realizó antes de retirarse. En ella explico alguna cosica sobre su vida y persona, por si os interesa.
Solo me resta agradecer a Ponent Mon su enorme esfuerzo por habernos traído esta preciosa obra, y que lamento muchísimo que no vayan a poder dedicarse al manga como lo han hecho hasta ahora. Lo que sí puedo afirmar es que me han hecho muy feliz este 2018, tanto con Pink como con Miss Hokusai o El bosque milenario. Y deseo que pronto salgan del bache y puedan regresar al tebeo japonés con fuerzas renovadas.
Y esta ha sido mi selección de mangas del 2018 que, como ya he comentado al inicio, ha sido, desde mi punto de vista, un año excelente. Podría haber elegido también otros títulos, como Chiisakobee (lo estoy siguiendo vía Le Lézard Noir, no obstante) o la edición integral de La Princesa Caballero que ha publicado Planeta Cómic (estoy contentísima con ella); pero el listado quería que fuese de 10 tebeos, no 80. Y eso. Que paséis una buena noche en compañía de vuestros familiares, y que el Olentzero os traiga muchas cosicas bonitas.
Y entre col y col, lechuga. Un pequeño descanso entre tanto noir nos va a venir fenomenal, que en la variedad está el gusto. Dicen. Como es habitual en esta época del año, voy con el culo bastante apretado, pero siempre puedo hallar, tarde o temprano, un poco de tiempo para leer y disfrutar de las obras de uno de mis mangaka favoritos: Ken Niimura. A través de su instagram y twitter he ido viendo crecer a lo largo de los meses los distintos trabajos en los que ha estado ocupado; y uno de los que más me interesaba zampar, por mi eterno amor al folclore japonés, era este Never open it (2018). Y por fin he podido degustarlo, ¡ñam, ñam! Admito que habría preferido tenerlo en formato físico (estoy muy chapada a la antigua, qué le voy a hacer, ¡pobres arbolitos!), pero mejor esto que nada.
«Mujer joven montando en una tortuga (parodia del cuento de Urashima Tarô)» de Suzuki Harunobu, circa. 1765
Por cierto, tú, camarada otaco, también puedes leerlo gratuitamente aquí, un lujazo que no deberías dejar escapar por nada del multiverso. Never open it consta de tres episodios, el último dividido en dos partes, donde Niimura nos narra una versión muy curiosa del cuento tradicional nipón de Urashima Tarô. Se trata de una leyenda que todos los japoneses conocen y que, como podía esperarse, su influencia ha caído como lluvia de confeti sobre casi toda expresión cultural popular contemporánea del país. Impregnando también obras clásicas de la otaquería como Dr. Slump, Dragon Ball, Cowboy Bebop, Detective Conan, Gintama y un larguísimo etcétera. Incluso ha traspasado fronteras, la añorada Ursula K. Le Guin hizo su pequeña interpretación de la historia, que se incluyó en la compilación A Fisherman of the Inland Sea (1994).
Así que es muy probable que conozcas el relato, una fábulallena de fantasía y tristeza a la vez. Muy japonesa. Si no es así, vamos a refrescarte un poco la memoria: Urashima Tarô es un pescador que salva la vida a una tortuga que está siendo hostigada por unos niños. El animal, en agradecimiento, lo invita a visitar el Palacio submarino del dios Dragón (Ryûgû-jo), un lugar fabuloso construido de coral blanco y rojo. Allí, durante tres días, goza de placeres sin fin y de la compañía de la bellísima princesa Oto-hime. Pero el joven quiere regresar al hogar, pues su madre se encuentra sola y enferma. La princesa, entonces, le entrega un misterioso cofre que le permitirá regresar si así lo desea, pero que no debe abrir jamás bajo ninguna circunstancia.
Pero lo que no sabe nuestro protagonista es que un día pasado en Ryûgû-jo son como cien años en la superficie, y cuando regresa todo su mundo ha cambiado. Han transcurrido 3 siglos. Al preguntar a los vecinos de la aldea por su familia, le responden que hace muchísimo tiempo vivía allí un tal Urashima Tarô, pero que desapareció en el mar y nunca regresó. El pescador, sintiéndose desolado, decide abrir el cofre, del que sale un denso humo blanco. Inmediatamente, su cabello se vuelve completamente cano, y su cuerpo se encoge y arruga como el de un anciano.
Esa es la historia en esencia, aunque existen distintas variaciones. Se cree que tuvo su origen durante el periodo Nara (710-794), aunque fue recogida por escrito por primera vez en el Otogi-zôshi, en el s. XV. Es uno de los primeros cuentos en el mundo donde se relata un viaje en el tiempo, y personalmente me parece fascinante. Sobre todo porque me recuerda un poco a una leyenda de la zona de mi pueblo. Y no es broma. ¡¡Conexión loquísima Pirineos-Japón!! Esta narra como el abad del monasterio de Leire, San Virila (870-950), que no acaba de comprender el misterio de la eternidad del Cielo ni su felicidad sin fin, decide salir a dar un paseo por el bosque para despejar un poco la cabeza. Mientras camina, queda embelesado por el canto de un ruiseñor y, deleitándose en su canción, pierde la noción del tiempo. Cuando regresa al monasterio han pasado 300 años. Putadón.
Regresando a lo que nos concierne, como el cuento de Urashima Tarô es tan celebérrimo, Ken Niimura realiza una aproximación a él… diferente. Muy respetuosa con la historia tradicional, de hecho su progreso inicial sigue con fidelidad todas sus premisas… hasta que ya no lo hace, claro. El autor da un volantazo, una auténtica vuelta de tuerca al argumento que renueva por completo la leyenda, modernizándola. Y difuminando suavemente la amargura. Le brinda una vertiente psicológica inédita, donde afloran sentimientos que el mito ha mantenido siempre a raya; logrando así humanizar el cuento. Los personajes se sienten cercanos, sus reacciones resultan lógicas y creíbles.
Si a todo esto le añadimos el maravilloso arte de Niimura, tenemos frente a los ojos una pequeña gema que atesorar con mucho cariño. ¡Este señor es un verdadero maestro del vacío y la geometría del caos! La arquitectura de sus viñetas es de un dinamismo flipante, y con una sencillez de trazos ascética, muy elegante. Blanco, rojo, negro. Con mesura logra una expresividad asombrosa.
Never open it comienza por el final de la leyenda para ofrecernos luego otra historia distinta. Se lee en un periquete, aunque os recomiendo pasar un rato admirando el dibujo de Ken Niimura, lo merece porque es todo un espectáculo para la vista. A mí me tiene alucinada esa simplicidad tan suya, que con tan poco logre transmitirlo todo. Esa es una virtud que no muchos poseen. Y eso. Que no sé a qué estáis esperando, ¡leedlo ya! Buenos días, buenas tardes, buenas noches.
Inauguramos los Tránsitos de este 2018 con lo que era en realidad una Petición Estivalque no se llegó a publicar. Como la temática encaja a la perfección en la sección dedicada a Halloween, he podido reubicar la entrada bien. Lo primero de todo, mis disculpas a Arrowhead por la demora. Aquí está, por fin, el articulillo que solicitó este verano dedicado al ero-guro. Sin embargo, como tengo costumbre, voy a hacer un poco de trampa (sorrynotsorry).
El universo del ero-guro es fascinante, y no pienso alargarme demasiado escribiendo sobre él cuando ya hay publicado en España un estupendo libro de Jesús Palacios que le da un buen repaso: Eroguro, horror y erotismo en la cultura popular japonesa (2018). Como no podía ser de otra forma, ha sido Satori la editorial que ha publicado esta joyita. La labor que está haciendo por acercar la cultura japonesa al público hispanohablante es maravillosa, ojalá fuera millonaria para poder comprarme todas las obras que editan. Ains. Por eso, en vez de disertar sobre este movimiento artístico y soltar un rollo macabeo que no os va interesar (como el 99% de las cosas que escribo), simplemente haré la reseña de un manga incrustado en el género. No un manga cualquiera, por supuesto. No obstante, para los despistados, unas pequeñas notas introductorias nunca van a venir mal.
Toshio Saeki
Esta maravillosa ilustración pertenece a uno de mis artistas favoritos de ero guro nansensu, Toshio Saeki (1945, Miyazaki). Es considerado el «padrino del erotismo japonés», aunque su estilo va más allá de la concupiscencia para adentrarse en los territorios de lo grotesco y terrorífico. Su carrera no empezó a despegar hasta principios de los años 70, y como mi también adorado mangakaSuehiro Maruo, renovó el legado de una corriente que en realidad había nacido unas cuantas décadas más atrás.
El wasei-eigoero guro nansensu designa un fenómeno cultural que apareció en Japón durante la era Taishô, entre los años 20 y 30. Se puede traducir como «erótico-grotesco-sin sentido», y describe de manera bastante certera su naturaleza. Durante este periodo de entreguerras, el ambiente entre ciertos sectores de la burguesía era muy proclive a la búsqueda de nuevos horizontes a través de lo depravado, un sentido del humor retorcido y el amor hacia lo irracional. Podrían encontrarse similitudes con la atmósfera que se vivía en Alemania durante la República de Weimar (a la mente me viene, a bote pronto, la película Alraune [1928], basada en la inquietante novela de Hanns Heinz Ewers), que también rendía culto a cierto decadentismo nihilista.
Alraune o mandrágora, basada en una antigua leyenda alemana, cuenta la historia de cómo un científico loco insemina con el esperma de un hombre ahorcado a una prostituta. Esta alumbra una enigmática criatura que destruye a todo hombre que se enamora de ella.
Sin embargo, a pesar de compartir inquietudes estilísticas, el zócalo era bien distinto en Japón. La era Taishô fue un momento de inesperada liberación, de una fertilidad cultural asombrosa. Políticamente fue un periodo cambiante, donde Japón fue afianzando su cada vez más fuerte posición en Asia y en el mundo, hasta el punto de provocar bastante resquemor. La rápida industrialización y reestructuración de las ciudades cambió la mentalidad de muchos ciudadanos, que tomaron innumerables iniciativas civiles buscando mayores libertades y derechos. En general, una época de prosperidad en la que los nuevos estratos sociales acomodados se dejaron permear por la influencia de Occidente, la adaptaron a su propia idiosincrasia, y convirtieron su afán consumista en una nueva herramienta de rebeldía frente a la tradición. Mediante el capitalismo, estos nuevos modernos se enfrentaron con su xenofilia rampante al estado, a las instituciones religiosas y al ejército. Los tres pilares de ese Japón atávico que ambicionaba fortalecer una identidad nacional basada en valores netamente nipones.
El ero guro nansensu encarnaba muy bien ese espíritu iconoclasta y provocador de la época, que sería devorado con el triunfo del nacionalismo recalcitrante de la era Shôwa. En los años 40 ya no quedaba rastro de él; sin embargo, tras la caída del Imperio en la II Guerra Mundial, volvió a resurgir con inusitada energía. Como su misma esencia subversiva y poliforme, el ero-guro fue, y es, un movimiento multidisciplinar: literatura, cine, artes plásticas, manga. Desde Edogawa Ranpo pasando por Jun’ichirô Tanizaki; de Takashi Miike a Hiroshi Harada; de Shintarô Kago a Takato Yamamoto. Mucho de Occidente hay en sus obras, pero tampoco hay que olvidar que sin el shunga o el muzan-e el ero-guro no habría sido posible.
«El asesinato de Kasamori Osen» (1867) de Tsukioka Yoshitoshi, perteneciente a su «Eimei nijûhasshûku» o «28 famosos asesinatos con poema«.
El ero-guro, como era de esperar, ha ido evolucionando con el paso del tiempo y, a pesar de ser una corriente que solo podría haber nacido en Japón, ha traspasado sus fronteras. Dejó de ser hace mucho tiempo una réplica política y social para tomar diferentes derroteros ideológicos, incluso feministas, como es el caso de la talentosa artista mexicana Delirium Candidum (aquípuedes visitar su instagram y disfrutar de su obra). El oscuro surrealismo del ero-guro y su perverso sentido del humor todavía continúan perturbando, siguen siendo una forma de oxigenar la cabeza a través de la sorpresa, y en estos momentos que vivimos de neocensura y neopuritanismo a mansalva, se aprecian mucho más. ¡Viva lo monstruoso, lo deforme, el dolor y el placer sin fin, la sangre a borbotones y la carcajada que brota del terror!
Y tras esta somera introducción, nos zambullimos directos en la reseña de un manga que hacía ya un tiempo que tenía en mente. Sus autores, los hermanos Nishioka, me parecen unos de los mangaka más originales que trabajan el ero-guro; aunque encasillarlos en el género sería limitarlos bastante. A pesar de que pueden incluirse dentro de él, ellos van un poquito más allá. Escribí una entrada dedicada a su Kami no Kodomo hace unos años, un Tránsito como este además, por lo que ya tocaba volver a hablar de la pareja. El cuento macabro que nos dedican hoy se llama Kono Sekai no Owari e no Tabi(2002) o Viaje al fin del mundo.
Satoru y Chiaki Nishioka son poetas. Hacen del espanto y lo inmundo bonitos versos. También filosofía, una rara virtud. En este Viaje al fin del Mundo su modus operandi no varía, y durante sus 12 episodios la belleza y el horror recogen margaritas juntos de la mano como dos buenos amigos. No es una obra para todos los públicos, y requiere de cierta apertura de mente, porque no se trata, como indica el título, de un viaje cualquiera.
Narrado en primera persona, es la historia del despertar de un hombre anónimo y su consiguiente aventura iniciática. Un periplo que lo conducirá a parajes exóticos poblados de personajes despojados de su humanidad. Un día por la mañana, al levantarse, lo asalta la sensación de ser consciente. Y no es solo una impresión, ese clic en su percepción le provoca una desconexión inmediata con la realidad que lo rodea.
Intenté atarme los cordones de los zapatos, y me di cuenta de que ya no sabía cómo hacerlo más. Mis emociones y los cordones de mis zapatos se habían enredado.
El ancla que lo mantenía sujeto a la ilusión de esa realidad se ha soltado, y su odisea por selvas, desiertos y barcos piratas le mostrará que su existencia es un eterno retorno, un bucle sin fin. Alcanzar la lucidez que le permite percatarse del infierno de la monotonía en el que está sumido, no impedirá que esa colosal nada que es la rutina continúe engullendo cuerpos y mentes, incluso castigue con ferocidad a los que se rebelen. Tiene mucho de Kafka este Viaje al Fin del Mundo, desde luego. La esfera de la normalidad y sus mezquindades, que mantiene al resto anestesiados, no perdona a los disidentes jamás.
Y siguiendo la senda del escritor checo, el protagonista toma rumbo hacia un mundo extraño donde tendrá que desnudarse para sobrevivir, doblegarse para poder seguir su camino. Un camino lleno de sobresaltos y situaciones incongruentes, donde lacrueldad y el absurdo campan a sus anchas. Porque lo que se abre ante sus ojos es el vasto territorio del inconsciente, que de una atmósfera onírica de gran placidez puede mutar a pesadilla con presteza. No deja de ser un viaje de autoconocimiento también, en el que el protagonista deberá lidiar con su cisma mental y emocional. A solas.
Porque si hay algo que caracteriza a este manga, es la gran soledad que emana. La inmensidad de sus espacios frente al sujeto, su elegante geometría del vacío y el silencio de sus diálogos internos, describen con nitidez que se trata de una andanza solitaria e íntima. Los demás siempre aparecen, de una manera u otra, deshumanizados; y la misantropía se enseñorea de las viñetas sin ningún atisbo de vergüenza. Su gran riqueza simbólica y gusto por los detalles neuróticos convierten este Kono Sekai no Owari e no Tabi en una obra que debería desmenuzarse poco a poco, ya que posee distintos niveles de lectura. Por eso quizás los hermanos Nishioka han dosificado su relato de una forma muy concreta.
Viaje al fin del Mundo está organizado en 12 episodios cortos. Muy breves, como latigazos, y de una simplicidad aterradora. Son como pequeñas parábolas donde la muerte, el sexo, la tortura o el canibalismo se abren paso con la naturalidad del mundo de los sueños. Esta estructura marca un ritmo casi telegráfico en el manga, acorde además a unos textos lacónicos repletos de lirismo. Resumiendo, se trata de un tebeo existencialista que se adueña de los recursos del surrealismo para vomitar una inquietante crítica social. Busca remover en su asiento al lector, burlándose de sus principios morales y proponiendo dilemas bastante incómodos. Por diversión, para hacer reflexionar también.
El arte de los Nishioka es extraordinario, soy muy fan de su estilo. Delicado, infantil, liviano y, sin embargo, de aristas venenosas. Resulta fascinante esa mezcla de ingenuidad que recuerda a Chagall con la ferocidad de un cubismo incipiente, y la metafísica de Carrà en su arquitectura. Una maravilla sin la cual Viaje al fin del Mundo perdería muchos enteros, es algo así de rotundo. Y no a causa de que la historia resulte mediocre, más bien porque sin este tipo de dibujo, sin sus pormenores obsesivos y sin su tímida brutalidad, el manga quedaría sin alma.
Kono Sekai no Owari e no Tabi es un ejemplo de la magnífica evolución que ha tenido el ero-guro, su gran versatilidad actual y valentía. Cierto que hay artistas mucho más célebres e igual de interesantes como Shintarô Kago o Junji Itô, a los que adoro también; pero los hermanos Nishioka creo que necesitan un poquito más de difusión entre la otaquería, y merecen tanto reconocimiento como los citados, a pesar de no ser tan comerciales. Esos tintes góticos que evocan las excentricidades de Edward Gorey ¡resultan deliciosos! ¡Ñam, ñam! Viaje al fin del Mundo es una lectura perfecta para este Halloween, camaradas otacos. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.
¡Más, más Peticiones Estivales! No me canso de repetirlo pero, ¡este año me tenéis muy contenta! Han sido bastantes vuestras sugerencias y muy variadas, ¡os lo agradezco un montón! Así que, ¡proseguimos! Esta vez con la proposición deJane, que junto a Umibe llevan el prodigioso blog El Destino de la Flor de Cerezo. Cierto que se encuentran en una especie de estado de hibernación desde hace unos mesecillos, pero sus contenidos ahí los tenéis y os prometo que merecen la penita de verdad.
La petición de Jane es la mar de interesante, se trata de la obra Umimachi Diary, un manga creado por Akimi Yoshida, que esta temporada de verano está siendo un poco más conocida entre la otaquería por ser la artífice de Banana Fish. Un tebeo que, por cierto, os recomiendo (ya caerá por aquí, ya); y su adaptación animada me parece de lo mejorcito del estío. Por ahora. Regresando a Umimachi Diary o Diario de un pueblo junto al mar (2006-2018), se trata de un cómic que ha finalizado hace nada, el 28 de junio de este mismo año. Fue publicado por Flowers y, si no me equivoco, consta de 8 tankôbon a la espera de que recopilen los últimos capítulos para cerrar la serie con 9 totales.
Como podréis imaginar, no he tenido la oportunidad de leerlo completo; pero algo he podido ojear ya que nuestros vecinos franceses (benditos sean), lo están publicando bajo el nombre de Kamakura Diary a través de Kana. Sería maravilloso que alguien en España se animara también a traerlo (¿Tomodomo?, ¿Milky Way? ¿Ponent Mon? ¡Quién sea!), porque es oro puro. Akimi Yoshida es una mangaka curtida en los menesteres del shôjo y el josei, con tres Shôgakukan bajo el brazo por Kisshô Tennyo (1983), Yasha(1996) y Umimachi Diary (2006); y varias nominaciones a los premios Tezuka y Taishô. De hecho, El diario de un pueblo junto al mar ganó el Excellence Prize del Japan Media Arts Festival en 2007 y el Taishô en 2013. Yoshida-sensei no es una cualquiera, y sus trabajos siempre se han caracterizado por otorgar a las demografías femeninas un enfoque distinto. Creo que es algo que muchos están descubriendo gracias al anime de Banana Fish. Y eso es estupendo.
Umimachi Diary es un manga muy querido en las islas, ha tenido hasta su adaptación al teatro. Pero sobre todo es conocido por su versión cinematográfica, Our little sister(2015), dirigida por Hirozaku Kore’eda. Fue seleccionada para competir por la Palma de Oro en Cannes y, aunque no ganó ningún garladón del festival, sí tuvo bastante repercusión en Occidente, con excelentes críticas en los medios especializados además. Se llevó el Premio del Público en el Festival de San Sebastián, y recibió varios en su casa por parte de la Academia de Japón.
¿Sobre qué escribir? ¿Del manga o de la película? Dado que todavía no puedo hacer una reseña completa del cómic como se merecería y del film sí, pues hoy toca cine. No es por falta de ganas, y podría hacer una pequeña review sobre lo que he leído (2 volúmenes por ahora), pero prefiero reservarme y finalizarlo. Quizás con la insensata esperanza de que alguna editorial lo publique (¡por favor, por favor!) en estos lares; y si no, tirar, como ya es costumbre, de la France. Por otro lado, soy de la opinión de que los géneros y demografías considerados (ejem) femeninos (josei, shôjo, romance, etc), no son tales, sino que pertenecen a todos. Igual que los catalogados masculinos, que ya de serie se consideran universales y nadie dice ni pío. Umimachi Diary lo puede leer cualquier mozo, que os aseguro que no perderá su hombría; y tiene el indudable potencial de hacer disfrutar a cualquier ser humano, a no ser que se deje abrasar por los prejuicios. En ese aspecto, Akimi Yoshida ha hecho siempre un trabajo excelente, derribando cuando ha tenido ocasión convencionalismos.
Umimachi Diary es un drama costumbrista que nos introduce en la vida de cuatro hermanas en Kamakura. Esta ciudad, situada al sur de Tokio, es conocida por su potente tradición religiosa e histórica, un lugar con gran afluencia de turistas por su localización privilegiada junto al mar. En el manga la población tiene una fuerte presencia que en el film se diluye bastante, así como también la personalidad de las chicas y otros personajes se pierde un poco. Reconozco que es muy difícil realizar una adaptación completamente exacta a la obra original, son dos medios diferentes con dos lenguajes distintos; por no hablar de que no se busca una mera traslación, sino que el nuevo vástago tenga su propia esencia y valía. Pero… pero. Echo de menos el sentido del humor de Yoshida, las reverendas borracheras de Yoshino, la dulce insensatez de Chika y su pelo afro, esa malicia inofensiva del cotilleo entre hermanas, los hilarantes diálogos internos, etc. Sin embargo, you can’t always get what you want. Y, ¡qué diablos!, la película Our little sister, ya os adelanto, también es muy requetebonita.
Las hermanas Kôda, Sachi, Yoshino y Chika, acaban de entererarse de que su padre ha muerto. En los últimos 14 años no han sabido gran cosa de él, pues dejó a su madre para irse con otra mujer. A su vez, su madre, incapaz de asimilar lo sucedido, huyó también dejando a sus tres hijas con la abuela, que las crió en su vieja casa. Fallecida esta, continuaron viviendo en ella. Sachi, la mayor, trabaja de enfermera en el hospital, Yoshino en una oficina bancaria, y Chika en una tienda de deportes. Las tres tienen formas de ser muy distintas, y se han ido adaptando a sus circunstancias familiares como han podido. Sachi es la que más recuerda a su padre y el antiguo hogar, con un lógico resentimiento hacia sus progenitores, pero ha sabido siempre mantener bajo un estricto control sus emociones.
Sachi, en un principio, se escuda en que tiene turno de noche para no acudir al funeral, en Yamagata, donde su padre había rehecho su vida regentando un ryokan. Ahí, en el agreste Tôhoku, se había casado por tercera vez, al fallecer su segunda esposa, y había disfrutado del aprecio y estima de los que le conocían. Para cierta sorpresa de las Kôda, era considerado una persona buena y amable con todos. De él había cuidado durante su enfermedad su hija Suzu, de 14 años, retoño de la esposa número dos. Las Kôda no pueden evitar sentir cierta curiosidad por conocer a su media hermana, apenas una adolescente, y se sorprenden de su consideración y entereza. Sachi, que acude al final, se ve reflejada inmediatamente en ella: una cría a la que han arrebatado la niñez, ha tenido que aprender a madurar de forma muy dolorosa y que se ha quedado sola en el mundo. Así que, en contra de su manera de actuar, se deja llevar por un impulso y la invita a vivir con ellas en su hogar de Kamakura.
Este es el punto de partida de un slice of lifesereno y emotivo, pero maravillosamente falto de sentimentalismo. Y es que la ausencia de melodrama, en una historia como esta plena de sinuosidades que rozan lo rocambolesco, es milagrosa. Las hermanas Kôda llevan a la hija de la persona que les arrebató a su padre a vivir con ellas. Su medio hermana, una chica inocente sin otra familia que ellas. Y Suzu es muy consciente de la situación, no es ninguna tonta, sabe que su presencia revive antiguos agravios. Our little sister plantea un laberinto emocional donde todas tienen asignaturas pendientes de una manera u otra, un dédalo en el que se desliza la culpabilidad.
Kore’eda es todo un experto en lidiar con los sentimientos humanos con sutilidad y delicadeza, y eso es lo que nos muestra en Umimachi Diary: el universo femenino japonés, rico, generoso y lleno de contradicciones. Es inevitable evocar Las hermanas Makioka (1936) de Junichirô Tanizaki o el clásico occidental Mujercitas (1868) de Louisa May Alcott conforme vamos viendo la película; así como, por mucho que le moleste al director, la sombra de Yasujirô Ozu en la forma que tiene de crear poesía. Sin azúcar ni artificios, con hermosa simplicidad y ternura. Un shôshimin-eiga honesto de lo que es ser mujer en Japón en la actualidad, y no es para nada fácil.
Our little sister es un drama familiar realista que plasma lo cerrada y encorsetada que es la sociedad japonesa. El pudor a la hora de expresar los sentimientos hace que se enquisten, ulceren profundamente por dentro. No es casualidad que no sea casi hasta el final de la película que ninguna se atreva a hablar de forma abierta y franca de su padre. Una comunicación franca y honesta siempre es necesaria entre personas que se quieren, desahogarse también es indispensable para poder continuar adelante con la vida. Cada hermana es retratada de manera individual, con una profundidad psicológica acorde a la importancia de su personaje, por supuesto, pero todas colman con sus pensamientos y emociones la vieja casa en la que viven. Una casa rebosante de recuerdos y sentimientos entretejidos con ligereza, pero fuertes e impetuosos a la vez. La relación entre ellas es natural, fluida, casi mágica.
Es significativa la continua presencia de la muerte. La película comienza y acaba con un funeral, y las alusiones a ella no son pocas. Las personas vamos, venimos y, al final, desaparecemos. Como todo en el mundo. Es la futilidad de la existencia. Sin embargo, los japoneses han sabido hallar en esa impermanencia la más exquisita de las bellezas. Umimachi Diary rezuma de mono no aware, impregnando con su dulce melancolía la cadencia del film. La conmoción ante lo efímero de la vida es la que conduce, en cierta forma, a estas hermanas hacia la purificación del perdón. El perdón para sus padres, el perdón para ellas mismas.
Our little sister trabaja a distintos niveles, su complejidad es admirable a la hora de cristalizar el desconcierto y los matices de las emociones humanas. La terrible dependencia de la mujer japonesa hacia el hombre, la necesidad imperiosa de tener un interés amoroso y/o casarse. Todo esto en una sociedad que responsabiliza únicamente a la mujer del fracaso de las relaciones sentimentales o el matrimonio, ellas solas cargan con la culpa completa. Su obligación es servir a su pareja o marido, hacerles sentir bien; si las abandonan, es porque no están cumpliendo con su papel. Por eso la madre de las hermanas Kôda es acusada de que su marido se fuera con otra. Su padre es considerado, recordemos, un buen hombre; aunque en realidad fuera un cobarde que se preocupara más de los demás que de su propia familia, y cuya debilidad de carácter lo hacía incapaz de asumir sus errores. Y es precisamente cuando las cuatro hermanas son conscientes de todo esto, que logran liberarse y conseguir cierta paz. Sentirse personas plenas y autosuficientes sin la necesidad perentoria de una presencia masculina. Ellas mismas se bastan, ellas mismas conforman un núcleo familiar perfecto. Llegar a una conclusión así en la sociedad nipona no es cualquier cosa, ojito.
Diario de una ciudad junto al mar es un recorrido por las vidas de cuatro mujeres, los lugares que habitan, sus gustos, sus experiencias, sus heridas. Los deliciosos tentempiés que prepara la dueña de la cantina La Gaviota; la paciente elaboración casera de licor de ciruela; la inmediata camaradería entre las Kôda y Yuzu; las recetas gastronómicas de la familia y sus degustaciones; la primera pedicura de Sachi con esmalte rojo; etc. La película está repleta de detalles muy humanos y creíbles, pero siempre con una mirada amable y bondadosa. Todo en ella invoca un lirismo elegante que mediante planos medios y largos otorga una silenciosa intimidad de voyeur. Para los diálogos, planos cortos en interior de gran intensidad.
Se trata de una obra que va desarrollándose con calma, adaptándose a la evolución psicológica de los personajes. Cada hermana ocupa el espacio de un cliché: la mayor, responsable y seria, motor incuestionable de los cambios; la mediana, rebelde y con mala suerte con los hombres; la tercera, desenfadada y candorosa; la pequeña, tímida y buena deportista. Desde luego, Umimachi Diary no va dirigida a un público impaciente, y la ausencia de un clímax destacado marchita un poquito su desenlace. No obstante, el trabajo de las actrices es en verdad memorable, y a pesar de que no sea la película más original de Kore’eda, resulta un film estupendo que debería remitir al espectador de forma inmediata al manga.
Our little sister es una bonita película que hará las delicias de los amantes del costumbrismo clásico japonés, con muchas reminiscencias budistas (tiene lugar en Kamakura, no obstante), y un aspecto visual impecable, transparente y de gran pureza. Su guion, que parece exhala cierto aroma culebronesco, no puede resultar más engañoso en ese aspecto, pues oculta temáticas más hondas de lo que cabría esperar. En resumen, un film agradable y bien confeccionado, aunque no alcance la excelencia (ni falta que hace). Buenos días, buenas tardes, buenas noches.
¡Ya están aquí las Peticiones Estivales de este 2018! La verdad es que estoy bastante contenta porque ha habido más participación que en las ediciones pasadas, así que, ¡muchísimas gracias a todos los que habéis realizado alguna sugerencia para SOnC! Me habéis ofrecido mucha variedad de trabajo, y eso es realmente estimulante.
Vamos a inaugurarlas con una petición de @morganmorag que, con mucho tino además, solicitó algo de gekiga. Y es que hace bastante que no escribo sobre algún autor del género. Imperdonable. Por lo que hoy vamos a tener la reseña de todo un clásico: Munô no Hito (1985) o El hombre sin talento de Yoshiharu Tsuge (1937, Tokio). Fue publicado en España no hace mucho por Gallo Nero, y es una adquisición que os recomiendo sin pestañear. La misma editorial también ha tenido el exquisito gusto (y fortuna) de sacar adelante La mujer de al lado, un volumen de varias historias cortas muy digno también. Os prometo que no es nada fácil encontrar material fuera de Japón de Tsuge, es un hombre bastante peculiar, y hasta no hace mucho las obras publicadas en Occidente de este maestro del manga eran contadas con los dedos de una mano en inglés y francés (cómo no). Ahora podemos añadir dos más. En español. Y ya.
Este señor al que vemos posando rodeado de cámaras fotográficas con pintas de un ser humano normal es el autor protagonista de hoy. Aparecen también su hijo y esposa, la actriz e ilustradora Maki Fujiwara. Podría haberme inclinado por Yoshihiro Tatsumi (del que ya escribí un poco aquí), Osamu Tezuka, Sanpei Shirato o Shigeru Mizuki, nombres habituales relacionados con el género, y que suelen acudir a la mente del lector de tebeos avezado. Sin embargo, he preferido alejarme un poco de lo obvio, y acudir a los márgenes del manga. No por eso menos trascendentales e interesantes. Yoshiharu Tsuge fue, y es porque continúa vivo a pesar de vivir alejado del mundo del cómic, uno de los mangakamás importantes e influyentes de la historieta de Japón. Aunque su nombre no suene tanto como el de otros (gracias a Gallo Nero eso está cambiando por estos lares), su importancia es capital en el desarrollo y evolución del gekiga, que Tsuge además llegó a rebasar.
Pero antes de entrar en harina con El hombre sin talento, resulta imperativo detenerse un mínimo en la biografía de este hombre. Su obra, una de las más originales del manga nipón, está vinculada de manera insondable a sus circunstancias vitales. No se entiende la una sin la otra.
Unos tebeos tan singulares como los suyos no podían proceder de una vida común tampoco. Muy a su pesar, Tsuge tuvo una infancia difícil marcada por un entorno de familia disfuncional, la pobreza extrema y la II Guerra Mundial. Psicológicamente, Tsuge sufrió durante toda su vida adulta las consecuencias de una niñez y adolescencia muy, muy penosas.
Su padre falleció, dejando a su madre con varias bocas que alimentar, por lo que nada más acabar la educación primaria, Yoshiharu Tsuge se vio obligado a trabajar en fábricas. Tenía dos hermanos y dos hermanas más, siendo él el mayor (su hermano Tadao Tsuge, del que seguro que escribiré en el futuro, también se dedicó al mundo del cómic). Se crió en un Tokio devorado por la guerra y su posterior recesión. Con 14 años intentó fugarse como polizón en un carguero de bandera estadounidense; con 16 ya estaba dibujando, a los 20 intentó suicidarse. Siempre fue una persona extremedamente tímida, por lo que el negocio del manga le permitía no tener que relacionarse casi con gente y, a la vez, ganar dinero con modestia. Se estrenó en el mercado del kashi-hon, muy popular entre las clases humildes en los años 50, y donde solía dibujar chanbara para el público joven. A pesar de que eran tebeos sencillos, con la influencia inevitable de Osamu Tezuka, no dudó en inocularles tinieblas, cosa que llamó la atención de los profesionales del gremio. Sin embargo, la miseria no lo abandonaba, y se vio forzado a vender su propia sangre para subsistir. A los 18 años creó su primer gekiga; y en 1967, Shirato Sanpei lo invitó a publicar su material en la fundamental revista Garo, que se convirtió en uno de sus medios de expresión. En sus páginas se explayó con tranquilidad y osadía, rompiendo las reglas establecidas del manga, innovando y creando nuevos géneros incluso. Sus tentáculos creativos llegaron hasta el mundo del cine, la música y la literatura, que leyeron asombrados (y ávidos) todas sus invenciones y novedades.
El que se apoya en la puerta es Mizuki, con su inconfundible sonrisa; el de en medio sin gafas y chaqueta blanca, Tsuge.
Pero la mente de Tsuge, influida quizás por la neurosis padecida por su padre y multitud de traumas más, no le permitió llevar una carrera artística constante y uniforme. En 1966 sufrió una profunda depresión que lo condujo a abandonar sus propias creaciones, y para ganarse la vida trabajó como ayudante de Shigeru Mizuki. Aprendió muchísimo de él, su estilo se pulió y absorbió muchas de sus características. Pero Tsuge se recuperó, y continuó adquiriendo una reputación bastante especial. Su obra, completamente insólita para la época, junto a su talante inusual, le hicieron ganarse los adjetivos de ishoku (único, original) y kisai (genio), que aunque triunfaba entre la crítica especializada, el público general encontraba inaccesible. Podríamos considerar a Yoshiharu Tsuge el primer mangaka excéntrico de la historia de Japón.
Tsuge dibujó básicamente gekiga, tebeos avant-garde como crónicas oníricas, y narraciones autobiográficas. También historias sobre sus viajes por el Japón menos conocido, a ese Japón recóndito al que no se presta(ba) atención. En total, publicó unas 150 obras, hasta que a finales de los 80 decidió retirarse definitivamente del mundo del manga, por el que sentía ya una profunda repugnancia. A pesar de que la depresión interrumpió su carrera profesional en varias ocasiones, su adiós en 1987 fue definitivo. No ha regresado ni tiene intenciones. Es posible que ese odio que desarrolló hacia la industria editorial comenzara ya en los 70, cuando el modelo de negocio cambió. La libertad creativa se supeditó a la productividad, algo totalmente incompatible con la manera de ser y hacer de Tsuge.
Munô no Hito o El hombre sin talento
Y así llegamos hasta el tebeo protagonista de hoy, El hombre sin talento (1985). Tsuge nunca fue un autor optimista, de hecho todo ese entusiasmo renovador que muchos artistas de la posguerra cultivaron, y que vio renovadas sus energías en el boom de los 80, no impregnó en absoluto su espíritu atormentado. Esa década fue además una etapa dura para él, estuvo ingresado varias veces en instituciones psiquiátricas, y perdió la visión de su ojo izquierdo. Se encontraba extenuado, y este manga recoge muy bien ese sentir vital, que no obstante lo acompañó desde niño, y que fue ahondando sus raíces a lo largo de los años. Se trata de un cómic enclavado en elwatakushi-manga, género que él mismo inició con Chiko, el gorrión de Java (1966). El watakushi-manga es una especie de traslación al medio del tebeo del género literario watakushi-shôsetsu o «novela del yo», que surgió a finales de la era Meiji. Un tipo de novela centrado en las vivencias y pensamientos del mismo escritor, imbuído también de una potente crítica social, riqueza simbólica y complejidad psicológica. El mangaka, como buen introvertido, era (seguirá siendo, digo yo) un lector voraz, y no titubeó a la hora de dejarse empapar por los libros que leía. Visto en perspectiva, era inevitable que Tsuge acabase creando el watakushi-manga. Porque abrirse en canal y mostrar las entrañas al público no puede ser más tsugiano.
Pero a diferencia de sus obras pasadas, que emanaban un fulgor claramente surrealista, Munô no Hito es esencialmente realista, más cercano si cabe al watakushi-shôsetsu. Una historia formada por otras más pequeñas, presentadas mediante pequeños detalles cotidianos, que son los que construyen y dan verosimilitud a la narración. Siempre desde una estricta perspectiva individual, en primera persona. Sin embargo, aunque tiene tintes autobiógraficos muy evidentes, reducir El hombre sin talento a la categoría de memorias, confesiones o un mero diario, sería constreñir su naturaleza. Este manga es mucho, mucho más.
Podríamos comenzar diciendo que El hombre sin talento es un enorme slice of life. Porque el costumbrismo nipón, con esa eterna dicotomía entre tradición y modernidad que brota por doquier, alcanzó su orgasmo en los 80; y Tsuge lo expresó de una manera contudente. La lucha por adaptarse a un mundo nuevo, ajeno, extranjero, superficial y cruel. Pero este combate empezó para Tsuge ya de niño, con la derrota de la II Guerra Mundial. Muchos japoneses no supieron aclimatarse a ese nuevo cosmos que los dejaba atrás. Un capitalismo feroz que asfixiaba lo que no fuera rentable, y que ridiculizaba además el pasado. Y el protagonista de Munô no Hito no es otro que una de esas personas desarraigadas, cuyo espíritu todavía se aferra al viejo Japón, y es incapaz de salir del agujero. Regodeándose en su miseria, rumiando junto a otros como él la amargura que brinda ser consciente de la propia mediocridad. Y solo desear desaparecer. Ese es Sukezo Sukegawa, álter ego de Yoshiharu Tsuge.
Sukezo Sukegawa es un mangaka que decide abandonar la profesión para dedicarse a negocios que no funcionan. Su esposa lo desprecia por su insensatez, y su hijo, un muchachito enfermizo que padece asma, parece estar desarrollando algún tipo de desorden mental. El único sustento que tienen para sobrevivir es el trabajo de ella, repartiendo publicidad en los barrios obreros. Viven con muchas estrecheces.
Sukegawa empezó con un proyecto de venta de cámaras de segunda mano que al principio funcionaba bien, pero acabó quebrando; luego decidió dedicarse a la venta de suiseki, o piedras de forma y/o color especiales que evocan de manera hermosa paisajes, animales, etc. Una disciplina antigua procedente de China y que en su momento álgido movió mucho dinero, pero totalmente abandonada cuando Sukegawa resuelve dedicarse a ella. Como carece de dinero, no puede viajar a lugares remotos y especiales donde hallar suiseki de calidad, así que los busca al lado de su casa, en el río Tama. Un lugar muy transitado y que todo el mundo conoce, por lo que resulta absurdo vender piedras que cualquiera puede recoger con facilidad. Algo tan lógico no penetra en la cabeza de Sukegawa, que con terquedad insiste incluso en ampliar el negocio. Sukegawa duerme, sueña, divaga, tiene ideas grandilocuentes y su mente vuela. Pero la realidad es más tozuda que él, su empresa está condenada al fracaso.
Sukegawa se relaciona con otras personas tan perdidas como él, unos sumidos en las mezquindades de su especialidad, de espaldas al presente y regurgitando la gloria del ayer; otros devorados por la miseria y su propia amargura; también alguno que refleja su propia pasividad y abandono, su afán autodestructivo inconsciente. Para él es un consuelo no encontrarse solo en su condición de inadaptado, incluso siente cierta alegría perversa al observarlos tan desdichados como él. Porque todos, en cierta manera, han elegido vivir así, el mismo Sukegawa reniega de su propio talento (¡que lo tiene!) una y otra vez.
Pero toda esta indolencia por parte de Sukegawa, ese vacío existencial que roza el nihilismo, tiene unos fundamentos filosóficos sólidos. Se trata, nada más y nada menos, que del objetivo final del budismo, que es alcanzar el nirvana. La propia etimología de la palabra nirvana es «extinguirse de un soplo, apagarse como una vela». Evaporarse, dejar de existir. El mismo Sukegawa lo expresa así en varios momentos, y es que Tsuge fue un gran lector de los textos de las diferentes escuelas budistas japonesas.
El hombre sin talento carece de estructura lineal, pero se recorre con bastante facilidad. Son seis cuentos autoconclusivos que pueden leerse de manera independiente y sin seguir un orden concreto, pero que juntos forman un volumen cohesionado y natural. Unido esto a un dibujo sencillo, pero de una expresividad apabullante, tenemos entre manos un tebeo engañosamente simple. Formalmente es clásico, pero su mensaje es profundo y complejo. El arte, que bebe de grandes maestros como él (Tezuka, Mizuki), con una ambientación y escenarios extraordinariamente minuciosos, es uno de sus puntos fuertes; aunque a los otacos más familiarizados con el estilo comercial es posible que les cueste acostumbrarse. Esto es gekiga, esto es manga alternativo. Ha sido toda una experiencia disfrutar de sus maravillosos paisajes rurales y urbanos, de una prolijidad exquisita.
Se trata no ya solo de un autorretrato por parte de Tsuge, sino de una estampa social dolorosa, donde se plasman las crueldades de una sociedad que se fagocita a sí misma. Hipócrita, codiciosa y de una competitividad desalmada. No hay lugar para aquellos que se resisten a esa maquinaria de capitalismo feroz, sea porque no pueden ya adaptarse a los nuevos tiempos, sea por pura rebelión, sea por apatía inconformista. O todo a la vez. Y Tsuge no vacila a la hora de emponzoñar la historia con una ironía acre que se mofa de todo y de todos, incluido él mismo. Hay cierto aroma sadomasoquista en todo ello.
Sin embargo, aunque la imagen que vierte sobre sí mismo es bastante sangrante, lo hace desde una posición de autocontemplación, con una serenidad luminosa. Y se muestra sin temor suspendido sobre un abismo donde comparte desgracias y reflexiones con otros parias como él. Todos participan de un mismo destino, y reverberan en la misma frecuencia. Algunos de ellos son auténticas caricaturas hasta en su diseño, pero todos están trazados con un perfil psicológico nítido, con su propio simbolismo. Un abanico de sentimientos y emociones que asombran por su precisión.
Además de la dureza, la ligera denuncia social y esa vulgaridad soez que Tsuge plasma, desafiante, con brillante sentido del humor (el profiláctico en el río, el niño que defeca en medio del restaurante, etc), en El hombre sin talento hay espacio para el lirismo. Porque Tsuge sabía crear poemas con sus dibujos, con sus textos. Una poesía de belleza delicada y simple, deudora del Mono no aware. Los guiños al surrealismo, a pesar de que se trata de una obra realista, no son pocos; y aportan una fascinación morbosa a todo lo que va acaeciendo.
El hombre sin talento es un manga que todo amante de la cultura japonesa debería leer tarde o temprano, porque ha trascendido ya las barreras del mundo del tebeo. Munô no Hito es literatura, es filosofía, es arte. Con una tranquilidad pasmosa y sin caer en el melodrama (en una obra así sería de muy mal gusto), Tsuge desgrana unas historias que reflejan la sociedad y sentir de una época, que expresan una angustia vital tan introspectiva como misteriosa. Su mensaje continúa siendo totalmente vigente, y cala. Ya os digo yo que cala. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.
No quería dejar pasar este día, aunque voy con el culo apretadísimo como vulgarmente se dice, para poder así conmemorar el Día Internacional del Libro con vosotros, que coincide además con el santo patrón de Aragón (también lo es de Inglaterra, Rumanía, Malta, Etiopía, Cataluña, Georgia, Beirut y los Boy Scouts) : San Jorge o, como lo llaman al norte del valle del Ebro también, Sant Chorche. Y aunque no soy persona religiosa, por estos lares donde actualmente resido (Mañoland) se celebra por todo lo alto, con un montón de actividades culturales: conciertos, teatro de calle, exposiciones, lecturas públicas, entrada libre a museos, guías teatralizadas gratuitas, recitales de poesía, reparto de claveles, etc. Va a estar la ciudad petada y, por supuesto, el Paseo de la Independencia, partiendo desde la plaza de Aragón, estará a rebosar de puestos de libreros y editores. Ese es el lugar mágico donde me encontraré gran parte del día caminando, escarbando y adquiriendo nuevos descubrimientos. Tampoco demasiados, tendré que ser selectiva, porque los euros no brotan de forma silvestre por los campos.
San Jorge (circa 1699). Azulejo procedente de Alepo, Siria.
Así que voy a aprovechar para anotar cinco recomendaciones para este día tan especial. Cinco obras procedentes del lejano Cipango, como no podía ser de otra forma, y que humildemente creo deberíais darles una oportunidad… si no lo habéis hecho aún. Una entrada ligerita para variar un poco, sin rollos patateros ni pajas mentales, y que os alienta a gastar vuestros dineros con alegría.
5 – EL PÁJARO DEMONÍACO de Haruo Satô
Haruo Satô (1892-1964) es uno de esos autores imprescindibles del Japón de los periodos Meiji, Taishô y Shôwa. Se movió entre la vanguardia más expresiva y un complejo mundo personal henchido de melancolía, que ayudaron a cimentar la literatura contemporánea nipona. Tuvo de discípulo a Osamu Dazai, y de amigos a Ryûnosuke Akutagawa o Jun’ichirô Tanizaki, al que le levantó, por cierto, su primera esposa. Se consideró todo un escándalo en su momento. Fue un poeta brillante, que se dedicó también a la novela, relatos cortos y crítica literaria. Así que me ha llenado de gozo y satisfacción que Satori publicara el pasado marzo esta pequeña colección de narraciones suyas, El pájaro demoníaco y otro cuentos fantásticos. Soy fanática de esta editorial, cuya labor en la difusión de la literatura japonesa entre el público hispanohablante está siendo admirable. Creo que no es la primera vez que lo digo, pero es un placer arruinarse comprando sus libros. Lo seguiré haciendo hasta que mi cuerpo termine bajo un puente víctima de la inanición.
De Haruo Satô he leído un par de cuentos sueltos en inglés, pero no he tenido la oportunidad todavía de hincarle los catirones como merece. Así que este El pájaro demoníaco y otros relatos fantásticos lo puedo considerar mi verdadero estreno con el autor, y estoy segura de que no me decepcionará. Hoy caerá a la saca. Toda historia donde prevalezca la ensoñación, las tinieblas y la melancolía tiene mucho terreno ganado conmigo; por no hablar de que Satô era admirador de Edgar Allan Poe. Todo esto unido a lo que he ido leyendo sobre su estilo, vasallo de una rica fantasía lírica, solo puede significar una triunfada total. Por eso os recomiendo el libro sin haberlo leído siquiera (caerá reseña).
4 – MISS HOKUSAI de Hinako Sugiura
Escribí aquí sobre la adaptación animada de este manga hace ya lo que parecen eras geológicas, y le dediqué estas pasadas Navidades una entrada al tebeo de Hinako SugiuraHyaku Monogatari, donde me explayé un poquito en la figura de esta mangaka. Por lo que tampoco voy a alargarme mucho en esta recomendación. Ponent Mon escuchó mis plegarias (mentira, Ponent Mon no sabe que existo) y decidió publicar en dos tomosMiss Hokusai, un viaje al Edo ubérrimo de principios del s. XIX: el del ukiyo omundo flotante. Sugiura nos sumerge por completo en él, pero lo observamos a través de la mirada de una mujer, la segunda hija del gran maestro Katsushika Hokusai. Oei nos mostrará una visión completamente distinta de esa época, ella misma se erigirá como una anomalía, incluso se ganará la vida dibujando como su padre. Pero su enorme talento y persona se verán eclipsados por la majestuosa sombra de Hokusai, en una sociedad además que asigna(ba) un rol muy estricto y restringido a las mujeres.
Por ahora solo he leído el primer tomo, y me ha encantado. No puedo añadir más, salvo que el arte de Sugiura, así como su magistral erudición del periodo Edo que se advierte hasta en los más diminutos detalles, son una auténtica bendición. Estoy enamorada de su estilo, simplicidad y elegancia. Por supuesto, Miss Hokusai tendrá su correspondiente reseña en SOnC.
3 – HOLIDAY JUNCTION de Keigo Shinzô
¿Os gusta Inio Asano? ¿Sois fans de Taiyô Matsumoto? Pues entonces no podéis dejar pasar a Keigo Shinzô. Es sangre nueva en el universo del manga, que hace suyo el legado de esos dos monstruos para poder transformar así el panorama del cómic alternativo japonés. ECC ha dado un valiente paso adelante publicando Holiday Junction, una colección de historias cortas que tiene también la misión de sondear al público español. En Francia Keigo Shinzô es ya bastante conocido entre los lectores pero, ¡ay, amigos! Spain is different, y siempre hay que andar con pies de plomo en cuanto se publica fuera de lo mainstream.
Espero sinceramente que las ventas de Holiday Junction vayan bien, porque así las oportunidades de leer por aquí más obras suyas aumentarán considerablemente. Creo que este mangaka es uno de los más interesantes que han salido en los últimos años, y merece su espacio entre los otacos hispanohablantes. Este volumen es un aperitivo delicioso para aquellos que no sepáis todavía de él, aunque en SOnC no es ningún desconocido. En verano escribí la reseña de su estupendo Bokura no Funka Matsuriaquí, y entonces ni se me pasó por la imaginación que fuera posible tener algo suyo por estos lares. ¡Pero aquí está! ¡Tenéis que leerlo, amiguitos!
2 – JAPÓN ESPECULATIVO – VV.AA.
Si formas parte del mugriento clan de la otaquería y amas la ciencia-ficción y la fantasía como yo, este volumen no puede faltar en tu estantería. De hecho ya debería estar ahí. Estoy exagerando, por supuestísimo, pero este Japón Especulativo: relatos asombrosos de fantasía y ciencia ficciónes otra de esas joyas inesperadas de Satori (os juro que no me envían jamones a casa ni nada parecido) que no deberíais ignorar. Tengo a medio escribir desde hace meses una reseña suya, que al ritmo que voy caerá más tarde que temprano, pero que seguro tendrá su lugar en SOnC. BTW, si el tema os interesa mucho y vais sueltillos de parné, en vuestro lugar me haría también con el libro Destellos de luna. Pioneros de la ciencia ficción japonesa de Daniel Aguilar, igualmente de Satori. El complemento perfecto.
Japón Especulativo: relatos asombrosos de fantasía y ciencia ficción se trata en realidad de la traducción de la antologíaSpeculative Japan: Outstanding tales of science fiction and fantasy (2007), que tiene hasta segundo y tercer volumen: Speculative Japan: The man who watched the sea and other tales of science-fiction and fantasy(2011) y Speculative Japan 3: Silver Bullet and other tales of Japanese science fiction and fantasy(2012). Creo recordar que había un cuarto en camino para este año, aunque desconozco si se ha publicado ya. ¿Los veremos en España también? Espero que sí, porfavorporfavorporfavor. Pero regresando a la edición de Satori, consta de 15 relatos distintos escritos por 15 autores también diferentes, y que además cuenta con anotaciones de Jesús Palacios. De lujo. Hay cuentos mejores que otros, es lo que tienen las recopilaciones; algunos gustarán más y otros menos, pero en conjunto se trata de una compilación sólida que sirve muy bien de introducción al género scifi en Japón. Bastante entretenido.
1 – PINK de Kyôko Okazaki
Nunca me cansaré de recomendar a Kyôko Okazaki, se trata ya de una leyenda dentro del mundo del manga, a pesar de que muchos todavía no lo sepan. Consiguió transformar el josei y otorgarle el peso y respeto que merecía, lejos de la infantilización que todavía exuda, por desgracia, la demografía. Plasmando las verdaderas inquietudes de la mujer japonesa sin idealizaciones ni cuentos románticos de hadas. Historias descarnadas y maravillosas a la vez, con muchas referencias a la cultura pop y protagonistas creíbles, muy humanas. Le dediqué una entrada a su obra cuasiherética Helter Skelteraquí, yPinkdentro de unos días tendrá asimismo su correspondiente reseña. Solo puedo adelantaros que ha sido una lectura divertidísima y, al mismo tiempo, brutal. Os recomiendo fuertefuertefuerte este feroz Pink de Kyôko Okazaki. Casi no me lo podía creer cuando Ponent Mon anunció la licencia, pero por fin lo tenemos aquí. Es un clásico.
Me habría gustado ampliar el listado añadiendo el Semidiós de Môto Hagio, que Tomodomo está preparando. En su web indican que se publicará durante el primer semestre del 2018, pero todavía no hay noticias al respecto. ¡Estoy realmente impaciente! Espero que no se retrase demasiado, porque junio está ya a la vuelta de la esquina. También me habría encantado incluir alguna otra obra de Eldo Yoshimizu o Akino Kondô que ha publicado mi amada Le Lézard Noir, pero he preferido enfocarme en material editado recientemente en castellano.
¿Conocéis alguna de estas obras? ¿Todas? ¿Las habéis leído? ¿Qué otras recomendaciones sugerís? Tenéis a vuestra disposición los comentarios para tal menester. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.