Abril de ciencia ficción, manga

Abril de ciencia ficción: Prime Rose de Osamu Tezuka

El colofón perfecto al Abril de ciencia ficción de este 2023 va a estar dedicado, como no podía ser de otra forma, a Osamu Tezuka. Siempre habrá un espacio para este caballero en SOnC, resulta inevitable. Manga no Kamisama escribió muuuuuucha ciencia ficción de la buena, y perteneciente a su última etapa creativa tenemos Prime Rose (1983), que para desmarcarse un poquito de la entrada anterior del blog, su protagonista, o más bien tendríamos que decir su eje central, pertenece al género femenino.

En español ha sido publicado por Planeta, en un tomaco integral que recopila los cuatro tankôbon originales. Es el que se encuentra en las zarpas de Hermes. Ya sabéis que el gigante editorial anda publicando (y reeditando) las inabarcables obras de Tezuka desde hace un tiempo, quizás compensando atrocidades pasadas. Pero, antes de nada, quería comentaros que sus casi 900 páginas han sido muy entretenidas, aunque me han resultado difíciles de manejar. Volúmenes así de gruesos son algo incómodos para la lectura, aunque ya una se ha ido acostumbrando con el tiempo (qué remedio). No es un caso excepcional el de Prime Rose, Panini también está publicando mamotretos (me estoy deshaciendo de casi toda la grapa) y mejor no hablo de mi Little Nemo in Slumberland...

Aun así, Planeta está realizando un excelente trabajo con la obra de Tezuka, otorgándole ediciones respetuosas y dignas. Y ese es el caso de Prime Rose, aunque mis delgadas manitas sufran un poco. Ha contado con la siempre maravillosa traducción de Marc Bernabé (creo que se está haciendo cargo de Manga no Kamisama en Planeta, si me equivoco pegadme un toque en los comentarios) y sigue el formato del resto de tebeos de este autor, con una línea sobria y robusta.

En los años 80 del s.XX se vivió una auténtica locura por el género espada y brujería, sobre todo a nivel audiovisual. Las obras de Robert E. Howard, Clark Ashton Smith o el John Carter de Edgar Rice Burroughs eran fuente de inspiración para cientos de obras que plasmaban sin rubor unos mundos de adorable fantasía kitsch; cuanto más bajo fuera su presupuesto, más sonrojante era el resultado. Ejemplos de este homenaje alucinante al pulp y Weird Tales fueron las archiconocidas películas de Conan con Arnold Schwarzenegger a la espada, los largometrajes animados Heavy Metal de Gerald Potterton (1981) y Fire And Ice (1983) de Bakshi, Roy Thomas y Frazetta, la franquicia de Mattel de Masters del Universo o engendros entrañables como Krull (1983). Algunos de ellos se atrevían a cruzar la frontera de la fantasía para incursionar en el territorio de la ciencia ficción (science fantasy), y ahí es donde podemos ubicar el Prime Rose de Tezuka. Más o menos.

¿Por qué digo más o menos? Porque los que conozcáis a Manga no Kamisama ya sabréis que, aunque sabía sumergirse en las novedades del momento y bucear en ellas con facilidad, hacía lo que le daba la gana, metabolizando influencias y creando su cosmos personal. También es muy evidente que Tezuka conocía los cómics de los años 70 de Conan the Barbarian de Marvel (hola de nuevo, Roy Thomas), donde Red Sonja empezó a destacar y tener colección propia. Y ahí tenemos a nuestra protagonista de hoy, la clásica guerrera en bikini repartiendo acero a quien se le acercase: la princesa Emiya o Prime Rose.

No obstante, como antes os comentaba, Prime Rose es mucho más que un híbrido de ciencia ficción y fantasía: es Tezuka. Y aunque contiene todos los ingredientes que se suelen encontrar en esta clase de guisos, en manos de Manga no Kamisama logra sabores distintos a los esperables. Ciertamente Tezuka se supo empapar bien de cultura occidental, sin embargo no podía evitar ser un genio muy japonés. Porque todo esto comentado no deja de ser una pátina, un barniz, dentro de Prime Rose borbota un kokoro que pertenece a Shin’ichi Hoshi, Unno Juza o al mismo Tezuka, que no era ningún imberbe a la hora de escribir sci-fi precisamente.

Tal como el propio autor indica en el epílogo que Planeta adjunta al final del tomo, Prime Rose está planteada como una historia río, y en inicio no tenía muchas intenciones de prestar atención a los elementos de ciencia ficción, sino dejarse llevar, permitiendo que la narración fluyera y creciera; por lo que, citándole a él mismo, este manga es «una historia de tipo monumental».

Se publicó entre julio de 1982 y junio de 1983 en Weekly Shônen Champion, y tuvo su adaptación animada en agosto de 1983 como Time Slip Ichimannen: Prime Rose. Parece que en la película, algo diferente del manga, Tezuka introdujo ciertos cambios con los que se sintió más satisfecho, aunque tengo la alegría de anunciar que el capitán Nimoy continuó en su puesto en ambas obras. No puedo opinar más al respecto ya que no la he visionado, pero tarde o temprano caerá en mis garras. Sin embargo, sí puedo deciros que es recomendable leer antes el tebeo, ya que la película puede reventaros ciertas cosillas.

Dos países separados por el océano, Groman y Kukrit, dos pueblos en guerra. Para sustentar la paz, las casas reales de cada nación intercambian a su tercer príncipe y a su tercera princesa, sin embargo es un esfuerzo vano, ya que los gromaneses terminan dominando al pueblo kukritense. La sumisión es casi total, va desde la misma educación hasta una dura opresión social que, por supuesto, las clases privilegiadas de Kukrit notan muy poco. Emiya es la princesa gromanesa que, ajena a su herencia, ha sido educada en ese ambiente favorecido con una familia noble de Kukrit. Pero ella es una rebelde, no le gustan las maneras de la corte ni desea convertirse en la esposa de su alteza real Piral. No es muy buena estudiante, pero le gusta la lucha con espada y se entrena con fervor. Y así sucede que, inscribiéndose en contra de la voluntad de sus padres adoptivos en una competición, pierde estrepitosamente el combate frente a una noble gromanesa. A partir de ahí su vida da un vuelco. De niña consentida y de carácter insoportable, criada en la opulencia y con una existencia de adolescente trivial, pasa a descubrir la realidad brutal e inclemente del país donde reside.

Su talante no mejora mucho, a lo largo de gran parte del manga se mantiene como el arquetipo de niña terca e infantil, aunque lo que al principio se perfilan como defectos se van convirtiendo en virtudes conforme sus circunstancias van cambiando. ¡Y vaya si cambian! En Prime Rose vamos a toparnos con muy diferentes tipos de escenarios, que van desde palacios decimonónicos y sus intrigas, ciudades futuristas hipertecnificadas, máquinas del tiempo atravesando singularidades, páramos desolados habitados por criaturas monstruosas o presidios como campos de exterminio. Solo son reflejo del propio desarrollo de la narración. Por supuesto, vamos a encontrar el usual monomito o «viaje del héroe» de Campbell, pero con unas variaciones que harán de la historia de este manga lo prometido: un río con unos cuantos afluentes.

Prime Rose es un relato complejo y extenso, donde la supuesta protagonista, Emiya, funciona al inicio como tal pero pronto troca en nudo donde distintas miradas convergen. Y esas miradas pertenecen a otros personajes que toman el relevo de la narración, y con sus propias experiencias amplían el colosal tapiz que es este tebeo. Estas figuras van y vienen, al igual que sus tramas, que se retoman casi siempre para ofrecer unas vueltas de tuerca que no cesarán de girar hasta el mismísimo final. Para llevarlas a cabo, Tezuka recurre a su genial talento en unas viñetas plenas de agilidad. Es un manga que se lee con mucha facilidad gracias a su admirable dinamismo, resulta muy ameno y variado, es imposible que aburra. Y no solo eso, sino que el autor además se encargó de plasmar los dilemas sociales y las inquietudes filosóficas con los que trabajó durante toda su carrera, hay más cera de la que arde en las andanzas de Prime Rose.

Recopilemos: tenemos romance (un triángulo amoroso bastante escaleno, por cierto), aventuras, fantasía, acción, ciencia ficción y… DRAMA. Mucho drama. La tensión dramática, aderezada con momentos de feroz violencia es, en algunos momentos, angustiante; pero Tezuka sabe dosificar muy bien sus recursos, e intercala episodios más livianos, dando rienda suelta a sus peculiares bufonadas. Incluso se permite guiños y homenajes a pequeños hitos de la cultura pop, como ese maravilloso encuentro entre Bambi y Godzilla. De hecho, el humor que introduce, a ratos con pinceladas eróticas, contrasta, como es lógico, con esas escenas tan cruentas, haciendo de Prime Rose una enorme montaña rusa de 882 páginas.

En conjunto, Prime Rose es una obra bastante armoniosa dada su amplitud, tanto a nivel narrativo como visual, donde el arte engañosamente simple de Tezuka se encuentra en una de sus cimas. ¿Hay cosas que puedan no gustar? Pues claro, sobre todo desde una perspectiva contemporánea hallamos ciertos elementos difíciles de digerir, como el recalcitrante machismo o la hipersexualización ridícula de algún personaje que otro.

A mí, de manera personal, me ha costado mucho aguantar al pesao de Bunretsu, las ganas de asfixiarlo han sido terribles desde el primer panel en el que hizo acto de presencia. Pero sabiendo cómo se desempeña Manga no Kamisama y la época en la que fue concebido este tebeo, solo resta aceptarlo. En esos aspectos quizá no haya aguantado bien el paso del tiempo, sin embargo son detalles que no minan su calidad general y esa, sin duda, es innegable. Quizá no sea el mejor manga de Tezuka, pero del ocho y medio tampoco baja.

¿Recomiendo Prime Rose? Pues para el que se lo pueda permitir, sí. El precio de este señor tomo es elevado, estamos hablando de más de 40 euracos, de modo que no lo sugeriría como compra casual. Pero es lo que vale, ojo. No obstante, si eres fan de Tezuka y deseas disfrutar de una obra algo atípica dentro de su repertorio, este manga cumplirá su cometido a la perfección. Se trata de un tebeo que resume muy bien el estilo y las preocupaciones de Manga no Kamisama, de una madurez propia de la etapa que le corresponde pero no por eso menos fresco y divertido. De hecho, y creo que me estoy repitiendo un poco ya, engancha, engancha mucho, por lo que se lee con sorprendente rapidez.

Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

Abril de ciencia ficción, anime

Abril de ciencia ficción: la Leyenda de los Héroes de la Galaxia

¿Cómo ignorar semejante obra en nuestro Abril de ciencia ficción? Y no es fácil hablar de ella, pues se trata de una saga laberíntica y llena de precuelas, refritos, historias paralelas, películas… y eso solo en animación, porque tiene también su propia adaptación de Takarazuka Revue. Pero, si queremos empezar por algún sitio, hay que aclarar que el arco original son novelas. 10 volúmenes publicados entre 1982 y 1987, que se complementarían con 4 más (1984-1989) y pueden encontrarse en inglés. Esto la convierte en una de las narraciones más extensas de Cipango.

Pero, ¿quién es el cerebro detrás de Ginga Eiyû Densetsu o la Leyenda de los Héroes de la Galaxia? Pues el doctor en lengua y literatura japonesas Yoshiki Tanaka, autor de otras famosas obras como Arslan Senki (1986-2017) o Sohryuden (1987), todas ellas con diversas adaptaciones al anime. Y del anime de Ginga Eiyû Densetsu (1988-1997) trata el artículo de hoy, de las OVAs originales que, china chana, llegaron hasta los 110 capítulos.

Aunque unos pocos meses antes del nacimiento de esta monstruosa serie, salió a la luz la película Ginga Eiyû Densetsu Waga Yuku wa Hoshi no Taikai (1988) así como el videojuego para Famicom de Nintendo, que sirvieron de preludio a la epopeya que se desplegó en ese centenar de episodios que ya son míticos. Tantos capítulos dan un poco de miedo a la hora de visionarlos, son todo un desafío, pero en su momento se realizaron con bastante naturalidad. Como antes he comentado, china chana. Estas OVAs se vendían por suscripción a los fans de las novelas, que pagaban su cuota e iban recibiendo por correo los vídeos. Otros tiempos. En realidad fueron los admiradores de la obra literaria los que hicieron posible que se llegara hasta las cuatro temporadas, 47 horas de batallas espaciales, intrigas políticas y conspiraciones; un culebrón cósmico inspirado en la historia de la humanidad, donde fueron cristalizadas su economía, psicología incluso antropología social con gran agudeza.

Pero, ¿esto no es un anime de ciencia ficción? Pues sí, pero también es un espejo donde la naturaleza humana se ve reflejada. La Leyenda de los Héroes de la Galaxia no es una serie cualquiera, tanto por su amplitud como por los temas que toca, que sobrepasan los límites de una space opera convencional. Es una obra exigente que demanda atención, una disposición activa por parte del espectador. Pero eso es adelantarnos un poco a los contenidos de la entrada, vayamos en orden.

Sí, hay gatos, y ahí lo tenéis, en SOnC no pueden faltar estos pequeños felinos. ¡Vivan los gatos! Tras este inciso, comentábamos que la Leyenda de los Héroes de la Galaxia tiene cuatro temporadas. La primera, que abarca los dos primeros volúmenes de la novela, constó de 26 episodios y se difundió entre diciembre de 1988 y junio de 1989. La segunda, que adaptó los volúmenes del 3 al 5, entre julio de 1991 y febrero de 1992, con 28 capítulos. La tercera, de 32 episodios, comprende los volúmenes del 6 al 8 y se publicó entre julio de 1994 y febrero de 1995. Finalmente, la cuarta temporada, con 27 capítulos, cubre el resto de volúmenes y fue lanzada entre septiembre de 1996 y marzo de 1997.

A los mandos de tamaña gesta animesca estuvo Noboru Ishiguro, un profesional ya curtido en otras lides como Uchû Senkan Yamato (1975), el Tetsuwan Atom de 1980 o Macross (1983). Casi nada, así que pocas bromas. También se haría cargo, más adelante, de la adaptación al anime de otra novela de Tanaka, Tytania (2009). Y es que no se le podía confiar este proyecto a alguien menos experimentado, ya que la intrincada arquitectura del universo del escritor es avasalladora.

Leyenda de los Héroes de la Galaxia comienza a bocajarro, sumergiéndonos sin rodeos en un conflicto armado, en una batalla estelar donde dos facciones enemigas se enfrentan: el Imperio y la Federación de Planetas Libres. Es toda una declaración de principios, pues a lo largo de la serie estas contiendas van a ser constantes. Sin embargo, no se trata de una obra de acción, sino de política y estrategia militar en una guerra que cubre casi dos siglos, donde las infinitas batallas no deciden en realidad nada. Por lo que no, esto no es Star Wars, que además resulta un tanto infantil en comparación. Aquí todos son humanos, no hay razas alienígenas ni peluches a los que se les ve la cremallera. Es una pugna fratricida donde el ser humano hace lo que mejor se le da: autodestruirse. Este anime juega en otra liga, camaradas otacos.

La serie presenta una simetría evidente entre dos mundos de filosofía opuesta, con dos personajes fuertes que medrarán gracias a su inteligencia y con problemas políticos muy distintos, pero de raíces comunes. Sin embargo, para entender el presente hay que conocer el pasado, y Leyenda de los Héroes de la Galaxia no se arredra a la hora de explicar con minuciosidad los orígenes de la guerra.

En el 2801 d.C, la humanidad ha partido de la Tierra y ha establecido en una galaxia cercana la Confederación Galáctica. Es el año 1 estelar, se vive una edad de oro. En el año estelar 296, Rudolf von Goldenbaum, joven héroe de la Confederación, se introduce en el mundo de la política. Con gran habilidad, va ascendiendo en la escala de poder y su influencia en el Parlamento es grande. En el año 310, ya como Primer Ministro, da un golpe de Estado, funda el Imperio Galáctico y se proclama Káiser. El año estelar es abolido y comienza el año 1 imperial. Rudolf instaura la Dinastía Goldenbaum, la suya propia, bajo el amparo de un sistema autocrático hereditario que remite al Antiguo Régimen, una monarquía absolutista de tintes feudales, con una nobleza fuerte e influyente. Se decretan leyes de eugenesia, se eliminan sistemáticamente a inconformistas.

En el año imperial 164 Arle Heinessen se rebela, convirtiéndose en el líder del grupo de los Republicanos. Cruzando una peligrosa zona del espacio, funda la Federación de Planetas Libres y recupera los años estelares. Junto a él, en un enorme éxodo, millones de personas deciden huir de la tiranía del Imperio para poder vivir sus existencias en un sistema democrático.

En el año estelar 640, 331 imperial, la Federación y el Imperio entran en guerra. Una guerra que está durando ya 150 años.

Con estos precedentes, la Leyenda de los Héroes de la Galaxia nos presenta a Reinhard von Lohengramm, perteneciente a la pequeña nobleza del Imperio, y a Yang Wen Li, estudiante de Historia de la Federación. Ambos son unos genios en tácticas militares, ambos están en el ejército por motivos personales más que por vocación, ambos son enemigos mortales aunque se admiran mutuamente. Los dos también, a pesar de sus orígenes humildes, progresan por méritos propios. Sin embargo, Reinhard es ambicioso y ansía el poder; Yang Wen Li, que es modesto y de talante relajado, solo desea que la guerra acabe con el menor número de bajas posible, finalizar sus estudios y llevar una vida tranquila.

Hay muchos más personajes, un auténtico carrusel de cientos de rostros que van desde generales, granjeros, urbanitas, políticos hasta pilotos o sirvientes. Todos ofrecen su visión de una realidad espinosa y desgarrada, algunos son víctimas, otros verdugos, los que más solo procuran no naufragar. Es aconsejable no encariñarse con ninguno, porque… eso, mejor que no. No obstante, sus retratos son poliédricos y llenos de matices, evolucionan y la profundidad psicológica de algunos es portentosa. Los numerosos flashbacks, además de relatar eventos de la historia, sirven para articular las diferentes personalidades, brindarles un trasfondo coherente y distintivo que hace comprensibles sus pensamientos y decisiones. Son sus voces las que construyen el relato de la Leyenda de los Héroes de la Galaxia, aunque haya otra en off narrando.

Sin embargo, debo reconocer que hay una cosa que no me ha gustado, y es la escasa presencia femenina. En un mundo donde la mitad de la población se supone que es mujer, casi no aparece su figura. Y si lo hace, es como interés romántico/sexual de alguien, en el ámbito doméstico o como la consabida pitufina. Esto le otorga cierta ranciedad anticuada que desluce un poco la serie, una pena. Es evidente que Tanaka representó en sus novelas, en un futuro muy lejano, la clásica sociedad patriarcal donde la posición de la mujer resulta casi idéntica a la que tenía en los años 80 del s. XX. Natural por otro lado, la Leyenda de los Héroes de la Galaxia es hija de su época y el autor tenía derecho, faltaba más, a escribir lo que le saliera del nabo. Yo también tengo derecho a escribir sobre lo que no me hace gracia, de modo que todos contentos. Sin embargo, este particular no me ha impedido en absoluto disfrutar de este anime, por no hablar de que soy consciente del valor trascendental que posee en la historia de la ciencia ficción.

Hay una clara dicotomía en la humanidad, representada por el Imperio, inspirado en el Reino de Prusia (1701-1918) y la mitología nórdica; y la Federación de Planetas Libres, una república democrática de apariencia más o menos contemporánea. El Imperio es una autocracia cuyo gobernante, Friedrich IV, también llamado «el Káiser de las Cenizas», es consciente de la decadencia de su dinastía y se ha abandonado a una vida de placeres, en la que la hermana de Reinhard, Annerose, es su concubina. Es un estado feudal de facto donde los nobles luchan por hacerse con el trono, son pequeños tiranos cuyo orgullo, soberbia y vanidad son la fuente de su incompetencia e insondable estupidez. Conciben la guerra desde la distancia con una noción de grandilocuencia épica totalmente insensible a la realidad de los desastres que provoca, pues no les afecta de forma directa, como casta privilegiada no sufren ni conocen esos horrores. Por otro lado, sus intrigas palaciegas y ceguera resultan la perfecta escalera para el ascenso de Reinhard, que aprovecha todos estos defectos a su favor. Sabe que el Imperio es un gigante con los pies de barro.

¿La situación de la Federación de Planetas Libres es mejor? Las democracias también tienen sus sombras, y en la Leyenda de los Héroes de la Galaxia se plasman de una manera que todos podemos reconocer demasiado bien: populismo, ultranacionalismo y la perversión de la palabra «libertad». Su cabeza más visible es el Secretario de Defensa, Job Trunicht, un oportunista que aprovecha la guerra a su favor, hace uso del miedo para manipular a la población y dirige en secreto el Cuerpo de los Caballeros Patrióticos, que lleva a cabo purgas entre los ciudadanos «molestos». Se trata de una democracia corrupta, y aunque existe un partido político antibelicista, que representa el descontento de una parte de la gente, harta de que sus familiares mueran en un conflicto estéril, su influencia siempre resulta estrangulada.

La guerra está esquilmando los recursos naturales de ambos estados, está destruyendo sus economías y devastando a la propia población. ¿A quién beneficia? Solo a particulares y, desde luego, al dominio autónomo de Phezzan, que aunque pertenece al Imperio, mantiene su independencia y se considera territorio neutral. Gobernado por el señor feudal Adrian Rubinsky, no duda en espiar a ambos bandos, venderles información y beneficiarse de la contienda mediante artimañas y zancadillas. Es un lugar de tránsito y residencia de refugiados, pero con Rubinsky nadie puede estar seguro.

¿Qué ingredientes le faltan a este potaje para convertirse en una olla explosiva? A lo largo de estos ciento y pico episodios muchas cosas estallan. Sin embargo, al guisado se le añade la molécula del fanatismo religioso, encarnado en el Culto de la Tierra, una especie de secta vinculada a la extrema derecha. Esta considera el conflicto una guerra santa, y desea por encima de todas las cosas que la humanidad regrese a la Tierra, ya que la honran como sagrada, y se la conquiste en una cruzada,

Y las batallas van desfilando, como en una danza al son de Wagner, Mozart, Dvořák… Una danza de destrucción y muerte donde brillan en todo su esplendor los estrategas Reinhard y Yang Wen Li. Son, de hecho, los diálogos y no la acción los que conducen la serie a través de un argumento denso como una estrella de neutrones, que además siempre sorprende por sus giros inesperados. Con un lenguaje en ocasiones florido, se reflexiona sobre la condición humana, la existencia del universo o el porqué de las guerras. ¿Es mejor una buena dictadura que una democracia podrida? La Leyenda de los Héroes de la Galaxia es una serie para pensar.

¿Qué más se puede comentar sobre esta serie de OVAs? Pues que la animación es gloriosa, llena de pormenores y expresividad, y que conforme avanzan las temporadas mejora muchísimo. Para los que somos fans de lo analógico y deploramos esa impresión a silicona rutilante de la informática, es un auténtico placer y descanso para los ojos ver anime así. Y los diseños de las naves espaciales… ¡ay, madre mía! esa atención al detalle es maravillosa.

La Leyenda de los Héroes de la Galaxia es una serie parsimoniosa que se toma su tiempo para narrar, pero que en cada episodio sucede algo de importancia. Sin prisa pero sin pausa. No hay apenas episodios de relleno o recapitulaciones, va sembrando semillas que más adelante germinan y abren las puertas a otros espacios. No es una obra para gente impaciente o ávida de trompazos, casi podríamos decir que tiene cierto olor a documental, como una crónica histórica que todavía no ha sucedido, pero que resuena en nuestro cerebro porque es una reverberación de lo que somos como especie. Y la guerra, la guerra que lo cambia todo.

¿Recomiendo la Leyenda de los Héroes de la Galaxia? ¡Pues claro! No obstante, como se desprende de esta reseña, es una serie que requiere un tiempo de digestión, quizá por eso no sea demasiado popular ni conocida… aún. Pero los otacos que nacimos en el mesozoico sí que sabíamos de ella, y creo que ya era hora de que le escribiera una entradilla en el blog. La tiene merecida de sobras.

Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

Abril de ciencia ficción, cómic occidental

Abril de ciencia ficción: Yoko Tsuno

En abril aguas mil y ciencia ficción en SOnC. Después de tanto tiempo sin escribir en la sección, quería regresar con algo que fuese realmente especial, de modo que decidí que era el turno de Yoko Tsuno. No, no es manga; sí, es cómic europeo, de hecho es línea clara, franco-belga (bande dessinée, BD). Pero la prota es de origén japonés y encima mujer, cosa extraña en los años 60, por lo que tenía entrada asegurada en la bitácora.

La publicación de las historietas de Yoko Tsuno en España ha sido caótica, desorganizada y se encuentra incompleta; la edición en inglés tampoco es mucho mejor, por lo que hay que acudir a la francesa y neerlandesa para leer la colección completa, que consta, hasta ahora, de 30 álbumes. Pero hoy me voy a centrar en uno en concreto, escribir sobre todos ellos, aparte de arduo, resultaría muy, muy extenso. Y no sé si la gente ahora en internet pierde el tiempo leyendo más de cinco minutos seguidos un texto. Tengo la sensación cada vez más terrorífica de que no lo hace, que somos cuatro amantes de la lectura los que proseguimos con los blogs, creando un tipo de contenido que no es ni publicidad ni gilipolleces narcisistas. Pero probablemente sea una percepción errónea por mi parte. O eso espero, hay que mantener la esperanza en la humanidad un poco, camaradas otacos.

Pero, ¿quién es Yoko Tsuno? Tsuno es una ingeniera electrónica japonesa que, con su gran inteligencia y habilidades, resuelve conflictos, misterios y vive numerosas aventuras por todo el planeta ¡y fuera de él! Sus viajes a través del espacio y el tiempo ya forman parte de la historia del cómic. Durante sus hazañas suele estar acompañada por otros personajes como Vic Vidéo, Pol Pitron (álter ego del autor, Roger Leloup) o la alienígena vineana Khany entre otros, haciendo de sus gestas una narración coral, aunque la estrella indiscutible sea Yoko.

El creador de Yoko Tsuno, Roger Leloup, nació cerca de Lieja en 1933. Es curioso, porque su carrera como autor se basa casi en exclusiva en la creación y desarrollo de un solo personaje: nuestra protagonista de hoy. Pero su trayectoria empezó bastante antes del nacimiento de esta trotamundos.

Desde que era pequeño siempre sintió mucha curiosidad por la mecánica y la tecnología, junto a su padre disfrutaba de los trenes eléctricos en miniatura, y era aficionado al modelismo y a la entomología. Leloup era muy minucioso, algo que más adelante sus lectores podrían percibir en sus dibujos. Ligado a su pasión por la ingeniería estaba su amor a los tebeos y la ciencia ficción de Julio Verne o H. G. Wells, de modo que, aunque él todavía no lo supiese, su senda profesional era ya muy evidente.

Se matriculó en la Escuela superior de artes Saint-Luc, pero como muchos otros antes que él en el mundo del cómic, la abandonó. Leloup estaba más interesado en el dibujo técnico, para el que tenía una aptitud innata; la educación formal no cumplía con sus expectativas, constreñía sus ideas. Así que al conocer al historietista Jacques Martin, que había estudiado ingeniería y trabajaba en la revista Tintin con su serie la famosa Alix, no dudó en trabajar como su ayudante en cuanto se lo propuso. En unos años pasó a los estudios de Hergé, donde realizaría ilustraciones técnicas sobre aviación y automoción con diseños propios muy interesantes. Más adelante, también trabajaría para Peyo (exacto, el de los Pitufos) en la revista Spirou, que lo animó a contribuir con algo de su cosecha en la serie Jacky et Célestin. Y eso es lo que hizo Leloup: en 1969 convirtió al dúo en trío introduciendo a una joven oriental experta en electrónica.

Esta señorita que veis aquí es la actriz franco-japonesa Yoko Tani (1928-1999), muy célebre en los años 60, y que protagonizó películas de ciencia ficción, entre otros géneros, como Destino espacial: Venus (1960) o Invasion (1966). Leloup era muy fan de esta dama, y escogió su nombre para bautizar a su nueva creación. El apellido vino por parte de Maurice Tillieux, que guionizó las 3 primeras historietas cortas de Yoko Tsuno ya en solitario, en 1970. Pero cuando Spirou se convenció de que un personaje femenino, asiático e independiente podía tener salida comercial en una serie larga, Leloup se hizo cargo tanto del guion como del dibujo. Al fin y al cabo, el proyecto era suyo.

¿Fue Yoko Tsuno la primera serie en Europa con protagonista femenina? Mis conocimientos no llegan a tanto, pero se me ocurre alguna anterior como Valentina o Barbarella; pero sí diría que es de las iniciales, y dada la sociedad de aquel entonces, fue un riesgo que les salió bastante bien: Yoko Tsuno tuvo una aceptación estupenda. Porque Yoko-san, además, no representaba el rol tradicionalmente asignado a las mujeres en los cómics: no era el interés romántico de nadie, no era una femme fatale o una criatura hipersexualizada. Yoko Tsuno es una heroína con iniciativa, inteligente, activa y valerosa. Un personaje femenino moderno que se adelantó a su tiempo mostrando un perfil natural, de ser humano adulto, no de muñeca sexy.

Da mucha pereza que a las figuras femeninas casi siempre se les tenga que atribuir sensualidad y erotismo. Mucha pereza. No fue el caso para nada de este tebeo, toda una novedad. Y ojo, Yoko Tsuno no era cómic para chicas, sino que iba/va dirigido a todos los públicos. ¡Toma patadón al androcentrismo!

Y así llegamos al primer álbum de Yoko Tsuno, publicado entre los números 1726 y 1742 de Spirou: El trío de lo extraño (1972) o Le trio de l’étrange. También es el tebeo de la entrada de hoy. No es el que tiene ni mejor dibujo ni mejor historia de los 30 publicados, pero sí resulta la introducción perfecta en su universo. Si El trío de lo extraño os llega a gustar, el resto solo os puede encantar. Además, aquí se presentan personajes que luego iremos viendo aparecer en álbumes posteriores porque, aunque son relatos autoconclusivos, poseen cierta continuidad.

El trío de lo extraño todavía tiene mucho de las influencias de los maestros de Leloup, que se encuadra en la llamada línea clara, con el habitual «efecto máscara» (en Tezuka también aparece, por cierto), regularidad en las tiras, continuidad de los planos, subordinación del dibujo a la historia (mucho, mucho texto), gran realismo y prolijidad en los decorados y fondos, enfoque en la acción más que en la psicología de los personajes, etc.

Este es el primer movimiento de Leloup en solitario, las obras posteriores evolucionarían mostrando más de la personalidad e ideas del autor; sin embargo, se trata de un cómic que ha soportado con bastante dignidad el paso del tiempo. Quizá no sea a lo que está acostumbrado el lector de manga actual, es otro tipo de lenguaje gráfico, pero siempre es recomendable conocer otras perspectivas para ampliar la mente, camaradas otacos.

Vic y Pol son un regidor y cámara respectivamente de televisión. Están cansados de trabajar en programas aburridos, y sueñan con crear su propia productora independiente y realizar proyectos más interesantes. Una noche, al salir de los estudios, Vic observa que una grúa en una obra está moviéndose sola, y una misteriosa figura parece deslizarse por ella con intenciones maliciosas. La siguen y creen haberla atrapado cuando descubren que se trata de Yoko Tsuno, una ingeniera electrónica que ha sido contratada para probar el sistema de seguridad de la edificación. Impresionados por la pericia de la joven, deciden proponerle que colabore con ellos en un documental de espeleología que requeriría de sus especiales habilidades como ingeniera de sonido. Yoko, que parece tener dificultades para encontrar un empleo estable, acepta encantada.

Ya en el interior de la cueva, descubren un gran sifón que, en vez de amedrentarlos, los anima a continuar con una serie de grabaciones submarinas. Sin embargo, al tirar un colorante en el agua para averiguar su movimiento, el nivel comienza a subir y son absorbidos y arrastrados hasta el interior de una gigantesca cueva que alberga tecnología muy avanzada. Ahí conocerán a Khany y a la pequeña Poky, supervivientes de una civilización que procede del planeta Vinéa (nombre inspirado en la famosa crema Nivea, quizá por eso los vineanos también sean azules). Su hogar, a más de 2 millones de años luz, fue destruido en un cataclismo cósmico, viéndose obligados a migrar a un mundo que pudiera albergarlos.

El viaje fue muy, muy largo y en hibernación, todo controlado por una IA que los condujo hasta la Tierra. El ser humano recién había aparecido, por lo que decidieron vivir bajo tierra. De esta manera da comienzo una aventura donde Yoko Tsuno se revelará como la líder indiscutible por su audacia, buen hacer y perspicacia.

Vic, que representa la sensatez, y Pol, cuya función básica es la cómica, pronto se manifiestan como los escoltas de Yoko; el séquito necesario de todo héroe (en este caso heroína) que asiste y acompaña a la prima donna. No son ninguno de los personajes especialmente complejos ni trabajados a nivel psicológico, algo particular también de la ligne claire, y Yoko en ocasiones puede resultar irritante en su excelencia. Sin embargo, este trío, que da título al álbum, se acopla y ensambla a la perfección, brindando a esta historia de aventuras y misterio el dinamismo necesario.

Leloup, asimismo, nos presenta a otra mujer fuerte, Khany, que aunque secundaria, se convertirá en amiga de Yoko y su presencia será habitual en los siguientes álbumes, e irá ganando peso en el mundo de Tsuno. La amistad intergaláctica entre las dos dará bastante jugo, muchas y colosales epopeyas aguardan en el futuro. Porque uno de los valores principales que difunden los tebeos de Yoko Tsuno es el humanismo, o más bien deberíamos decir el respeto y la colaboración humanos e interespecies en el universo.

El dibujo retiene todavía mucho de sus maestros, resulta un tanto indeciso y, siguiendo el consejo de Tillieux a regañadientes, Leloup aplicó un estilo bufo en los personajes. No estaba acostumbrado a diseñar y trazar rostros humanos, de modo que, por ejemplo, el semblante de Yoko parece de continuo enfado o Poky tiene la cara, directamente, de un pitufo. Sin embargo, en los siguientes álbumes esto cambiaría por completo, y Leloup afinaría sus diseños y expresividad.

¿Hay maniqueísmo? Sí. Los malos son malos sin fisuras; el argumento, muy rico y ágil, puede pecar de infantil y algo simplista en ocasiones. Sin embargo, se trabajan conceptos como el arrepentimiento, la justicia y la clemencia, no tan habituales. Por otro lado, los amantes de la ciencia ficción dura disfrutarán muchísimo por la minuciosidad y realismo de Leloup en sus descripciones. Porque la SF de Yoko Tsuno es hard, otaquería, esto no es Star Wars y sus viajes translumínicos de 10 minutos. Recordemos que Leloup es entusiasta de todo saber científico dedicado a la tecnología, por tanto encontraremos multitud de viñetas con meticulosas explicaciones e ilustraciones al respecto.

¿Recomiendo El trío de lo extraño? Sí, en especial si luego se va a continuar leyendo el resto de los álbumes de Yoko Tsuno. Es una historia con vueltas de tuerca oportunas, mucha energía y un final convencional pero abierto a enigmas que Leloup irá desvelando en las posteriores aventuras de la japonesa. Este álbum solo es un esbozo de las maravillas que proseguirán. De hecho, en sus trabajos posteriores el autor añadirá más ímpetu detectivesco a sus relatos junto a esa hard SF que es marca de la casa.

¿Volveré a escribir de Yoko Tsuno? Es bastante probable que, más adelante, dedique un par de entradillas a algún álbum suyo más. Todo sea por dar a conocer este magnífico tebeo que este pasado 2022 llegó a su número 30 con el título Les Gémeaux de Saturne. ¿Cuándo verá este la luz en español? Pues me temo que aún tardará un ratico.

¡Larga vida a Yoko Tsuno! Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

Abril de ciencia ficción, literatura

Abril de ciencia ficción: creadoras a desvelar, autoras por descubrir

Mientras echaba un vistazo a todas esas obras de ciencia ficción japonesas que me encantan para escribir la siguiente reseña, me di cuenta de que casi todas ellas estaban escritas y/o dirigidas por hombres. Que no pasa absolutamente nada, conste en acta. Sin embargo, me hizo preguntarme: ¿dónde carajo están las mujeres en la SF nipona? Y me puse a investigar.

Y el resultado de mi pesquisas es este. La entrada de hoy es más un pequeño ensayo con mis descubrimientos personales, que han sido interesantes, pero que, por desgracia, no puedo disfrutarlos como debería. ¿El motivo? No hay demasiadas obras disponibles de escritoras sci-fi provenientes de Japón, por no hablar de que buscar información sobre ellas en un idioma inteligible ha sido tarea ardua. Así que he decidido compartir con vosotros mis indagaciones, y si encima hay suerte y el presente post logra atrapar la mirada de alguna editorial indulgente que se atreva a publicar algo de ellas, pues mejor que mejor (¡hola, Satori!). Hala. Ya lo he dicho.

He leído alguna cosilla suelta de las escritoras protagonistas de hoy, pero no os voy a engañar: de otras no he podido degustar nadanaditanada. Y de ahí mis grandes deseos de leerlas, mi súplica por que lleguen hasta nosotros, la necesidad de reivindicarlas. Todavía las mujeres se encuentran en cierta desventaja dentro de ciertos géneros literarios, y creo que merecen un empujoncito por nuestra parte, sobre todo siendo en su Japón natal ya novelistas reconocidas.

spacewoman1
¡Un aplauso para las Spacewomen, defensoras de la Tierra!

Hasta donde he podido rastrear en mi periplo internetero, la SF nipona escrita por mujeres florece en los años 70. Coincide con el auge que se vivió a nivel general en este tipo de literatura, con la asimilación de la Corriente Contracultural de finales de los 60, el movimiento de Liberación de la mujer, y el advenimiento de la Segunda Ola del Feminismo. ¿Quiere decir esto que fue una mera importación de lo que estaba sucediendo en el resto planeta? Como bien sabréis a estas alturas, camaradas otacos, Japón es otro mundo. A pesar de que confluyeron en el tiempo la SF feminista occidental y la SF creada por japonesas, en las islas la ciencia ficción femenina no siguió ninguna agenda política y se proclamó, por cierto, antifeminista.

¿Cómo puede ser esto así? Por varias razones. Japón es uno de los países desarrollados más androcéntricos y con una estructura patriarcal más rígida. En los años 60 y 70 todavía más. Los otacos sabemos esto de sobra, percibimos continuamente su disposición social a través de sus tebeos, juegos, anime. En las islas siempre se ha difundido una imagen desfigurada del feminismo, como una ideología extranjera e inmoral, cuyos defensores se distinguen más por su falta de control sobre las emociones que por su inteligencia. Esto no quiere decir que no existiera preocupación por la situación de la mujer en la sociedad japonesa; sin embargo, era la palabra feminismo la que generaba multitud de prejuicios.

Y se dio el hecho curioso de que muchas escritoras expresaban su repulsa hacia el feminismo y, no obstante, articularon en sus obras un vehemente discurso feminista. Con un panorama semejante, ya podréis imaginar que la ciencia-ficción escrita por mujeres en Cipango desarrolló características muy diferentes del resto. Y peculiares.

El espacio literario para escritoras de sci-fi en Japón no era demasiado amplio en los 70, pero algunas autoras lo fueron ampliando poco a poco, utilizando incluso la esfera existente del shôjo (manga, shôsetsu), ya afianzada desde hacía décadas, para seguir creciendo. Tomaron sus recursos y clichés sobre la femineidad, propios del patriarcado nipón y donde la presencia masculina era casi nula, y jugaron con ellos para crear una visión nueva. La suya.

En noviembre de 1975 la revista S-F Magazine dedicó sus páginas exclusivamente a obras escritas por féminas. Zenna Henderson, Marion Zimmer Bradley o Ursula K. Le Guin se codearon con dos autoras japonesas que estaban dando mucho que hablar: Yûko Yamao e Izumi Suzuki. Ambas estaban siendo importantes en el desarrollo de la ciencia-ficción nipona, ambas acabaron haciendo historia. Aunque por Occidente no se conozcan todavía demasiado. Sobre todo Suzuki, por la que siento verdadera fascinación. Así que, con vuestro permiso, voy a detenerme un poquito con ella. Creo que merece la pena. Y es una de esas escritoras que resulta imprescindible que tenga voz en lengua castellana (¿por favor?).

Izumi Suzuki (1949-1986) fue un ser humano excepcional, y como dijo el fotógrafo Nobuyoshi Araki, responsable de las fotos que veis arriba, «una mujer de su tiempo». Con ella empezó la ciencia-ficción japonesa creada por mujeres, donde la feminidad se deconstruyó y recreó de nuevo bajo sus propias reglas. Tuvo una existencia bastante agitada, de adolescente abandonó el instituto y huyó de casa para dirigirse a Tokio, donde trabajó de actriz en películas eróticas, modelo de desnudos y hostess en clubes. Pero fue una mención especial en la revista Shôsetsu Gendai de una historia suya la que le animó a buscarse la vida, y volcarse más adelante en la escritura. Sin embargo, para ella fue completamente inesperado que SF Magazine seleccionara su Majo Minarai (1975) para el especial de mujeres, y a partir de entonces fue publicando regularmente relatos. No se consideraba a ella misma una autora de ciencia-ficción, la catalogaron así.

Se casó con el saxo-alto Kaoru Abe, un músico de importancia capital dentro del jazz y el avant-garde en Japón; y fue a través de la película El Vals Eterno (1995), que vi hace tres  millones de años por lo menos, que oí por primera vez su nombre. En el film se centran sobre todo en la figura de Abe, muerto en 1977 de una sobredosis de Brovarin, y pasan un poco por alto la significativa actividad literaria de Suzuki. Es una película más bien sobre la relación tormentosa, tóxica que mantuvieron, inmersos en una espiral de autodestrucción. Pero sirve para enmarcar en cierta forma la intensidad con la que sentía el mundo la escritora. Su estilo de vida fue bastante inusual y errático, lo que no le impidió ser consciente del gran maelstrom que representaba la sociedad de consumo japonesa de los 80, que lo engullía todo en su vacío. Y así lo plasmó en sus obras, con gran realismo. Izumi Suzuki quizá sea, junto a Yukio Mishima, una de las creadoras que más controversia generaron en su época; y como el propio Mishima, también decidió suicidarse.

Los trabajos de Suzuki son hijos de su época, toman mucho del espíritu antiautoritario de la Contracultura y posee ingredientes claramente feministas y de la ficción transgresiva. Una de sus obras más representativas, Onna to onna no Yononaka (1977), plasma muchas de estas ideas, explorando la viabilidad del feminismo separatista y los límites del amor heterosexual. La conclusión a la que llega es ambigua, aunque la desconexión entre el mundo masculino y el femenino no la considera positiva. El quid sería cómo lograr una coexistencia que no supusiese opresión para las mujeres. Y en ese tema Suzuki no fue muy optimista.

yukoyamao2
Yûko Yamao

Si Izumi Suzuki fue clave en el desarrollo de la SF escrita por mujeres en Japón, su contemporánea Yûko Yamao (Okoyama, 1955) no le fue tampoco a la zaga. Una de las características más evidentes de la SF nipona es que es experta en recrear atmósferas y estados de ánimo más que enfocarse en la acción. Y en los trabajos de Yamao es, precisamente, lo que encontramos. Estuvo varios años, desde 1985 hasta 1999, sin escribir porque decidió dedicarse a la crianza de sus hijos; pero, afortunadamente, regresó a la actividad literaria. Por lo que he podido indagar, se trata de una autora a la que le gusta introducir elementos surrealistas y del mundo de la fantasía, con una tendencia marcada a la meditación y el buceo en los mares de gamas de grises. Sus trabajos más destacables son Kamen Butôkai (1973), que quedó finalista en los galardones Hayakawa de SF, Yume no sumu Machi (1976), Lapis Lazuli (2000) y Perspective (2010). Ha tratado de manera bastante singular el tópico recurrente en el género de «lo femenino como monstruoso», y de su combate como una manera de dominar la sexualidad femenina y delimitar la feminidad. No deja de ser una metáfora. La mujer que se convierte en monstruo es la que desafía el orden social y expresa su inconformismo. Pero Yamao, como otras escritoras también, no pelea contra el monstruo: lo acepta como es e, incluso, justifica su supervivencia.

ohara2
Mariko Ôhara

Y desde el punto de vista femenino, el monstruo puede adquirir muchos rostros, incluido el de la madre. Y Mariko Ôhara (1959) resulta una autora que es obligatorio mentar por muchísimos motivos. Tanto por sus contribuciones al concepto de «lo femenino como monstruoso» en su Moshimo to iu Jikkenba de: Josei Sakka ni totte no haha: 2777-nen no Jo-ô (1995), donde elabora la idea del «fascismo maternal», como en su monumental Hybrid Child (1990), que se llevó dos veces el premio Seiun (1990, 1991) y es uno de sus trabajos más destacados, ¡y traducido al inglés, otaquería! Ojalá llegue pronto al español. Aunque, gracias a Satori (siempre GRACIAS) en su recopilatorio Japón Especulativo podéis disfrutar de uno de sus relatos más conocidos en Occidente: Chica (1984). Ôhara es una de las grandes de la SF nipona, y es versátil como ella sola porque escribe guiones para manga, ensayos, novelas, videojuegos, radiodramas, reseñas… Y ha destacado por tratar temáticas transgénero y feministas con franqueza. En sus obras la mujer posmoderna japonesa, incrustada en un medio capitalista hipertecnificado, se enfrenta constantemente a la imagen tradicional femenina.

Otra escritoria esencial es Motoko Arai (Tokio, 1960), que eligió adherirse a esas escritoras SF que aprovecharon la esfera del shôjo (manga, shôsetsu) para desarrollar sus carreras. Y con bastante acierto. Es toda una celebridad. El shôjo es una noción que pertenece al universo femenino tal como lo plantea la sociedad patriarcal japonesa, y representa un momento en la existencia de la mujer que no se corresponde ni a la infancia ni a la adultez. Un intervalo reducido de tiempo donde la mujer todavía puede disfrutar de ciertas libertades y privilegios, pues no existen las restricciones que los roles de esposa y madre le exigen. Este intervalo de tiempo, además, está restringido a ciertos espacios donde lo masculino apenas tiene presencia.

Arai hizo suyos los procederes del shôjo para subvertirlos y usarlos de medio para transmitir un feminismo muy personal. Pero su objetivo no fue proselitista sino simplemente narrar historias de ciencia-ficción donde, además, destacaba un uso del lenguaje natural, reflejo del que las propias adolescentes utilizaban. De hecho, Arai fue la responsable de la popularización del término otaku. En su momento se trató de toda una revolución que no fue bien recibida por todos, sin embargo su influencia se ha dejado notar hasta en autoras contemporáneas como Yoshimoto Banana (1964).

Motoko Arai fue una escritora precoz, con 16 años ya empezó a hacer sus primeros pinitos en competiciones literarias, y con 18 su novela Atashi no naka no… (1978) fue muy elogiada y obtuvo una mención especial por parte del autor de microrrelatos Shinichi Hoshi (que era muy amigo de Osamu Tezuka, por cierto). Mientras estudiaba en la Universidad de Rikkyô literatura alemana, ganó dos premios Seiun con sus novelas Grîn Rekuiemu (1981) y Nepchûn (1981). Cuando se graduó ya había escrito 8 libros en total, y vinieron muchos más, de entre ellos a destacar Chigurisu to Yûfuratesu (1999), que se llevó el Gran Premio de ciencia-ficción de Japón.

Estas tres señoras que veis son Yumi Matsuo (Kanazawa, 1960), Hiromi Kawakami (1958) y Motoko Arai. Sobre Matsuo-sensei, su primer trabajo, Ijigen kafe terasu (1989), fue publicado cuando todavía trabajaba de OL (office lady), que es el empleo administrativo que las grandes empresas asignan al personal femenino, sin perspectivas de ascenso profesional ya que se da por hecho que cuando se casen dejarán su puesto para dedicarse al hogar. Se graduó en literatura inglesa en la Universidad de Ochanomizu, donde era miembro del grupo de investigación de ciencia ficción. Matsuo suele incorporar ingredientes de otros géneros a sus obras, como la fantasía o el romance. También suele parodiar los recursos de autores conocidos, como Arthur Conan Doyle, Ray Bradbury, Agatha Christie o Frederick Brown, ya que los conoce muy bien. Desde muy niña tuvo acceso a la literatura SF porque su padre era un auténtico fanático; pero precisamente por tenerla a su alcance, no le prestó la atención debida hasta que llegó a la universidad.

Y en 1994 publicó el que es su relato más conocido: Barûn taun no satsujin. En él, desde una postura próxima al postfeminismo, Matsuo ayudó a evidenciar la invisibilización existente hacia la mujer embarazada en la sociedad japonesa, deconstruyendo a su vez estereotipos. El relato se desarrolla en un sector de Tokio aislado del resto del mundo, y habitado únicamente por embarazadas. Son mujeres que eligen tener sus hijos de manera tradicional, a pesar de la existencia de úteros artificiales. Y en esa especie de región autónoma, con sus propias instituciones y recursos, una serie de crímenes tienen lugar. Asesinatos cometidos por una mujer embarazada. Y es otra señora preñada la que debe resolver los misterios, claro.

Como en la sociedad japonesa, donde los espacios femeninos ocupan los márgenes y se encuentran estrictamente acotados, Barûn taun no satsujin plasma una realidad donde el cuerpo femenino en transformación también es segregado y circunscrito en su ghetto. Pero al contrario que en la vida real, donde un organismo gestante no es admisible por los cánones de belleza establecidos, en la narración cobra protagonismo y es aceptado como propio de la naturaleza humana. Y como seres humanos, las embarazadas pueden cometer crímenes, resolverlos o simplemente salir a la calle y hacer lo que les venga en gana. Desconozco si los hermanos Coen leyeron esta narración, pero su película Fargo (1996) comparte algunos rasgos en común. Y donde su influencia resulta todavía más patente es en el maravilloso manga Wombs (2016) de Yumiko Shirai, cuya reseña podéis leer aquí.

Kugatsu_no_Koi_to_Deau_Made
Haruna Kawaguchi e Issey Takahashi, protagonistas de la adaptación fílmica de la novela de Yumi Matsuo «Kugatsu no Koi to Deau Made» (2007), que se estrenó en marzo de 2019.

Sobre Hiromi Kawakami, por ejemplo, creo que no hay mucho que decir, porque es una autora bastante conocida en Occidente. Ha sido galardonada con sendos premios Tanizaki y Akutagawa, y unos cuántos más no menos importantes. Y, por supuesto, también ha contribuido con su granito de arena a la SF japonesa. De manera similar a Yûko Yamao, a mediados de los 80 decidió retirarse de su trabajo como profesora de instituto para casarse; sin embargo, regresó en los 90 para beneficio de todo el universo. Incluida ella misma. El recopilatorio Japón Especulativo de Satori (gracias, gracias, gracias hasta el infinito) contiene un relato corto suyo, Mogera Wogura (2002), muy recomendable.

¿Y podría realizar un artículo dedicado a autoras japonesas sin mentar a Kaoru Kurimoto (1953-2009)? Es algo impensable pero, de todas formas, ya escribí sobre ella cuando realicé la reseña del anime inspirado en su saga literaria de Guin. Es una bestia parda de la literatura japonesa, insuperable en muchos aspectos. Y como me está quedando una entrada de un tamaño bastante respetable, voy a ir terminando. Creo que es importante citar a gente como Reiko Hiwaka (1958), la laureada Setsuko Shinoda (1955), Aki Satô (1960), la reina del steampunk Fumio Takano (Ibaraki, 1966) o Yoriko Shôno (1956).

Hace unos días que he terminado de leer, por cierto, dos cuentos estupendos: Real Boys de la escritora Clara Kumagai, y Notes from Liminal Spaces de Hiromi Goto. Me han encantado. Ambos se hallan incluidos en la compilación Sunspot Jungle Vol. 1 (2018), que también os recomiendo por su enorme variedad. Por lo que, como podéis comprobar, el panorama en la ciencia ficción japonesa escrita por mujeres es fértil y de calidad, pero necesita más difusión. Servidora solo ha arañado la superficie.

kaoru
Con todos ustedes, la bestia parda Kaoru Kurimoto. On your knees. YA.

Si os habéis quedado con ganas de más, os recomiendo la lectura del magnífico ensayo El espacio, los cuerpos y los aliens en la ciencia-ficción femenina japonesa (2002) de la crítica literaria Mari Kotani (1958), y que podéis leer íntegramente aquí (francés). Muchas ideas de la entrada las he encontrado en sus páginas, he aprendido mucho. También el ya mencionado volumen Japón Especulativo de Satori Ediciones me ha brindado información valiosa. El resto ha sido ir recogiendo miguitas por un lado y por otro en internet. Espero que muy pronto tengamos entre manos más información disponible sobre estas autoras (¡y otras muchas más!). Lo merecen. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

Abril de ciencia ficción, anime

Abril de ciencia ficción: Akira

Inauguramos a lo grande la nueva sección de Abril de ciencia ficción. ¿Para qué andarse con tonterías? Quizá se trate de la obra sci-fi más trascendental de Japón, y una de las que más impacto mundial han conseguido. Si todavía eres un otaco principiante, es posible que no hayas leído/visto el manga/la película protagonista de hoy, pero seguro que has oído hablar de ella billones de veces. Y con motivo.

Como ya os comenté, no tengo una hoja de ruta fijada para las obras que voy a ir reseñando durante este mes. Podéis hacerme sugerencias, y es lo que ha decidido hacer Coremi, autora del fantabuloso blog Saltos en el viento. Me ha pedido que escriba sobre Akira. Tela. En mi opinión, ya se ha dicho casi todo lo que tenía que decirse respecto a este monstruo de la cultura nipona. Lleva diseccionándose con meticulosidad décadas, y por cabezas bastante mejor amuebladas que la mía. El que sea una de las piedras angulares de mi universo personal otaco también me produce bastante incertidumbre a la hora de enfrentar una reseña que le haga justicia. Le tengo muchísimo respeto y admiración a este trabajo de Katsuhiro Ôtomo, por eso en casi cinco años de blog todavía no le he dedicado ninguna review. Tampoco a Shôjo Kakumei Utena (1997), por ejemplo, y es por motivos similares.

akira1

Sin embargo, he decidido que este tipo de inseguridades se deben más bien a esa irracional mitomanía que sufrimos a menudo los fans de la cultura pop, y, ¡qué carallo!, ya es hora de que escriba algo sobre una de mis obras favoritas de todos los tiempos. Así que, ¡gracias, Coremi, por la sugerencia! No va a resultar una tarea fácil porque es una creación colosal, y tengo muchos sentimientos vinculados desde niña a ella. Ser objetiva va a ser complicado, pero también resultará un desafío. Y, como quiero hacer las cosas un poquito bien, lo primero de todo es separar el cómic de la película. Un Manga vs. Anime no procede con un producto de semejante magnitud. Al menos desde mi punto de vista. Cada uno de ellos merece una reseña individual, porque ambos son trabajos espectaculares con repercusiones históricas en sus propias disciplinas.

La reseña de hoy va a estar dedicada a la película de 1988. Creo que es la manera más sencilla de acceder al universo de Akira, aunque desde ahora os adelanto que, a pesar de su incuestionable trascendencia, el tebeo es extraordinario. No se comprende ver la película y no leer el manga, que estaba sin finalizar cuando la película vio la luz. De hecho Ôtomo no lo acabó hasta 1990, y contó con el asesoramiento de Alejandro Jodorowsky para su desenlace. 8 años, 6 tankôbon y 120 capítulos. ¿Cómo comprimir en poco más de 2 horas toda la enorme complejidad y amplitud de uno de los comics más revolucionarios de la historia? En mi opinión, plasmar con fidelidad el cosmos de Akira habría exigido más de un film. O más de dos. Sin embargo, ¿qué mejores manos que las de su propio creador para llevar a cabo semejante proeza? Y así se hizo, y la película fue un antes y un después en la animación mundial. A pesar de que no abarca ni trabaja todas las temáticas y dilemas que el tebeo plantea, a pesar de que bastantes personajes desaparecen o quedan reducidos a su mínima expresión, aunque no profundiza tanto ni su conclusión es la misma que la del manga, pese a todo esto, el film resulta fundamental.  Tebeo y película son obras complementarias.

Del cómic escribiré más adelante, no tardaré demasiado. Por cierto, ¡notición del que me enteré hace unos días! Parece que Leo DiCaprio por fin sacará adelante su adaptación de Akira en imagen real, por la que llevaba varios años regateando. El director será el neozelandés Taika Waititi (Boy, Thor: Ragnarok), que se declara fan acérrimo del manga (¡bien!) y que piensa evitar a toda costa el white-washing. Aunque la acción transcurrirá en Neo-Manhattan, no Neo-Tokio, lo que no deja de ser una incongruencia bastante gorda. De momento se habla de dos películas, veremos cómo se va desarrollando el proyecto.

Afortunadamente, el Japón de 2019 que concibió Ôtomo no tiene nada que ver con el actual. Sin embargo, como obra de ficción que es, produce un placer peculiar leer/ver una historia que tiene lugar justo en nuestro presente año. Si todavía no habéis catado esta creación, ahora podría ser un buen momento. Akira tiene lugar en una megaciudad futurista surgida de las cenizas de un Tokio que sucumbió a una catástrofe nuclear en 1988. Este horrible suceso fue el detonante, además, de una reacción en cadena que desembocó en otro espantoso acontecimiento: la III Guerra Mundial. Neo-Tokio es el escenario de la distopía perfecta, y sus habitantes intentan subsistir en un entorno volátil y anárquico, controlado a duras penas por unos políticos y fuerzas de la seguridad sin moral ni escrúpulos. Se trata de una sociedad todavía perpleja y desestructurada, cuya ley de facto es la violencia.

No hace falta ser un genio para darse cuenta de que este panorama post-apocalíptico no es más que una alegoría del Japón arrasado de la Guerra del Pacífico, golpeado por las bombas atómicas, ocupado por los estadounidenses. Y zambullido en la corriente de un crecimiento imparable, que alcanzó su cúspide en el baburu keiki. Ôtomo plasmó sus propias experiencias juveniles, que tuvieron lugar en unos agitados años 60. El país afrontaba un progreso económico y tecnológico fulgurante, los estudiantes (Zengakuren) se manifestaban contra la presencia norteamericana, los sindicatos de la minería exigían mejores condiciones laborales y salariales, etc. En ese contexto donde la identidad nipona parecía diluirse cada vez más y el conflicto tradición/modernidad se profundizaba, aparecieron los primeros bôsôzoku. Y esta subcultura urbana, que amalgamaba todo el descontento y frustración de la juventud japonesa de la época, fue primordial para la creación de Akira.

Los bôsôzoku todavía son (aunque cada vez quedan menos) bandas callejeras cuyos ideales giran en torno a las motos, seña de su individualidad, rebeldía y anhelo de libertad. Y no es poco decir esto en una sociedad como la nipona, ojo. Los adolescentes que conforma(ba)n estas cuadrillas desafia(ba)n la autoridad y la tradición, tuneaban sus motocicletas para hacerlas más ruidosas, más veloces, más llamativas; y daban rienda suelta a su agresividad con facilidad. La analogía occidental que casi de manera inconsciente brota en la mente es la de Quadrophenia, que a su vez se inspira en los disturbios que tuvieron lugar en la ciudad de Brighton en 1964. Sin embargo, los bôsôzoku son un fenómeno puramente japonés, como lo es la propia obra de Akira. Y sus protagonistas principales, Shôtarô Kaneda y Tetsuo Shima, son precisamente miembros de una de estas bandas de moteros, los Cápsulas. Ôtomo tomó prestado mucho de su estética y filosofía vital para engendrar a su hijo, en realidad sin los bôsôzoku no habría podido existir Akira.

Kaneda es el arrogante jefe de su banda, donde se encuentran también otros chicos como Yamagata, Kaisuke, Takeyama, Kuwata, Watanabe o Tetsuo. Sus enemigos son otra pandilla llamada los Clowns que, como ellos, andan metidos en trapicheos con drogas, vandalizan todo lo que encuentran a su paso y aman la velocidad. Los Cápsulas son como una familia, y Kaneda su hermano mayor. En una ciudad (que se asemeja más a un tanque lleno de tiburones) donde las instituciones son incapaces de garantizar una mínima seguridad, y que no se preocupan en absoluto de sus habitantes más vulnerables, los jóvenes solo confían en la protección que brinda la tribu. El ambiente está muy caldeado: fanáticos religiosos por las calles, manifestaciones violentas y atentados terroristas, trifulcas entre bandas… algo está a punto de explotar. Y Tetsuo será su catalizador. Se cruza en su camino un enigmático niño con cara de anciano, y acabará secuestrado por el gobierno.

Kaneda, por supuesto, no se resignará a perder a un hermano y amigo, por lo que intentará rescatarlo por sus propios medios. En su búsqueda de Tetsuo se verá involucrado con una organización subversiva antigubernamental (la Resistencia) en la que milita Kei, de la que se enamora. Pronto se dará cuenta de que lo que parecía simplemente un plan de rescate es algo mucho más grande. De su mundo, el de las calles, sube a un nuevo nivel de intrigas políticas, conspiraciones e, incluso, misticismo sobrehumano, pero que continúa poseyendo un mismo leitmotiv: el poder. Tetsuo ha sido sujeto de diferentes experimentos científicos que le han hecho desarrollar una serie de capacidades de potencia inimaginable, y por ello mismo muy difíciles de controlar. El muchacho escapará, y consciente de ser dueño de facultades casi divinas, querrá buscar respuestas, enfrentarse a la figura que parece estar detrás de todo lo que le ha sucedido: Akira.

Y hasta ahí puedo contar, aunque la historia es muchísimo más intrincada. Y del manga ya mejor ni hablamos. Akira es atípica incluso en la actualidad, y tras la habitual narración sobre la amistad, encontramos también un señor guantazo a la estrictamente jerarquizada y entusiasta de la disciplina sociedad japonesa. Es un cuento de caos y violencia con anti-héroes sumidos en una espiral de furia nihilista, que plasma con nitidez angustias muy actuales: miedo a sucumbir ante fuerzas liberadas por la ciencia, la disolución del yo en la gran ciudad, desconfianza y alarma tanto hacia el Estado como el fenómeno terrorista global, etc. En verdad puede verse la sombra de la complejidad argumental de Akira en trabajos muy posteriores, incluso contemporáneos.

La sociedad de Akira no deja de ser una distorsión de la nipona, pero bastante oportuna para la época en que fue concebida la obra. No hay estrato ni segmento social que se libre de la mirada ácida y pesimista de Ôtomo. La crueldad, la incompetencia, la ambición y el egoísmo; el hedonismo ciego, la depravación o la pasividad ante la sinrazón son expresadas con aspereza. ¿Y qué juventud puede brotar de semejante sustrato? Pues su perfecto reflejo, lleno de confusión y rabia, que lucha por sobrevivir. Kaneda y Tetsuo son sus rostros principales; y el desarrollo de su relación resulta uno de los puntos importantes del film.

Tetsuo representa la corrupción del poder, la maldición que conlleva su exceso y falta de control. Un chico enclenque y del que casi todo el mundo abusa, de repente es señor de habilidades propias de un dios. Su descenso a los abismos de la locura no se deja esperar, y Kaneda será testigo de ello, ¿qué podrá hacer para ayudar a su camarada? Su amistad se hallará en una terrible encrucijada.

Pero Akira, como antes comentábamos, es mucho más. Ôtomo, a pesar de la extensión de su obra todavía por entonces inacabada, supo condensarla con precisión y sabiduría. Ahí está su vibrante cyberpunk, el thriller escalofriante y esa aterradora belleza que en color y movimiento alcanzó cotas que no han vuelto a ser superadas, salvo en alguna contadísima excepción. Su calidad estética y técnica es casi insuperable incluso en la actualidad. Y no exagero ni un pelo.

El manga de Akira estaba siendo un éxito de ventas, y Ôtomo consideró que llevarlo al cine en toda su magnificencia sería una buena manera de coronar su obra. Por supuesto, no podía volcarse de cualquier forma, Akira se merecía lo mejor y mucho más. Así que puso toda la carne en el asador, y el proyecto quedó finalmente presupuestado en aproximadamente 10 millones de dólares (mil millones de yenes)… de la época. La película de animación más cara de la historia. Para sacarla adelante y no perder por el camino el control creativo, formó un consorcio en el que participaron 8 de los monstruos empresariales del momento: Tôhô, Mainichi Broadcasting System, Hakuhodo Incorporated, Laserdisc Corporation, Sumitomo, TMS Entertainment, Bandai y Kôdansha. El ya histórico Comité Akira.

En cifras, el film de Akira contó con 70 animadores que trabajaron con más de 2200 escenas, 160.000 fotogramas, con una velocidad de 25 frames por segundo y una paleta de 327 colores, la mayoría de ellos matices del azul por la abundancia de escenas nocturnas, llegando a crear 50 nuevas tonalidades. Algo completamente insólito incluso para los parámetros del presente. También fue una de las primeras producciones en utilizar CGI, y la primera película japonesa en utilizar el prescoring, otorgando mayor concisión y naturalidad a los diálogos. Toda esta prodigalidad en medios se tradujo, con toda lógica, en una obra visualmente apabullante. Como nunca antes se había visto.

Porque si hay algo que fascina de Akira es su inmensurable riqueza de detalles, la fluidez casi hipnótica de su animación, su vigoroso colorido, abundante en contrastes; y esa inusitada prolijidad en el movimiento, impredecible, que lo aproxima dramáticamente al cine. Es como si cada escena estuviera viva, fuese real. Y es que Ôtomo no dudó en inspirarse en el cine y aplicar algunos de sus recursos en su película animada. De ahí su tremendo dinamismo o ese desarrollo de la narrativa que prácticamente no da tregua. No sorprende encontrar retazos de la Metropolis (1927) de Fritz Lang, La Naranja Mecánica (1971) de Kubrick o el Blade Runner (1982) de Ridley Scott. Es lo normal. Sin embargo, Akira es un producto netamente japonés, y Ôtomo no dudó en rendir vasallaje también a obras como el clásico Tetsujin 28-gô. 

Si alguien lo dudaba, el film de Akira fue un éxito absoluto en Japón, que pronto dio el salto a Occidente. Marvel compró los derechos del tebeo para su publicación el mismo año del estreno de la película, convirtiéndose en uno de los primeros mangas en ser editados por esta zona del planeta. Y llevarse mucho más adelante un Eisner. Toma ya. Fue una verdadera conmoción. La moto de Kaneda es ya todo un icono pop mundial, y junto a la labor de Ghibli (ese mismo 1988 estrenaron Mi vecino Totoro y La Tumba de las Luciérnagas, por cierto), Akira fue la demostración incuestionable de que una animación de calidad para adultos era posible (con permiso de Ralph Bakshi o Heavy Metal).

No quiero finalizar esta reseña sin dejar de mentar la fantástica banda sonora, que incorpora desde canciones clásicas japonesas como el Tokyo Shoe Shine (1951) de Teruko Atasuki, hasta la inquietante orquesta gamelán (me encanta, he tenido la oportunidad de escuchar su música en directo en varias ocasiones y AMO LA MÚSICA INDONESIA, CAMARADAS OTACOS) del padre del sonido hipersónico Shoji Yamashiro. Es la guinda de ese suculento pastel que es la película de Akira. Juega un papel esencial para subrayar esos contrastes mordaces con los que Ôtomo nos embiste a lo largo del film.

Y hasta aquí llega la reseña. No se me ocurre qué escribir más, aunque seguro que he dejado olvidadas cosas importantísimas en el tintero. Sin embargo, prefiero no dilatar demasiado el post (que bastante chorizo ha quedado ya). Akira es mucho Akira. Espero haber estado a la altura de las circunstancias. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

Abril de ciencia ficción, paja mental

Abril de ciencia ficción: un pequeño prefacio

Este mes de abril, tal como hemos anunciado en nuestras redes sociales (twitter, facebook, instagram), SOnC lo va a dedicar a la ciencia ficción. Se trata de uno de mis géneros predilectos, junto a la narrativa de terror y la literatura fantástica. De hecho, en no pocas ocasiones se entremezclan, haciendo que algunas obras sean híbridos perfectos de sobrecogedora presciencia e insondable horror. MUAHAHAHA. En la presente bitácora podéis encontrar abundantes entradas dedicadas a la SF (tag sci-fi), así que para los habituales no habrá resultado ninguna sorpresa esta iniciativa. Si en octubre Sin Orden ni Concierto venera el terror y en noviembre se viste de noir, en abril escudriñamos las boiras del futuro. Y julio lo consagraremos a la fantasía, claro, aunque me temo que eso también es adelantarme demasiado. Quién sabe lo que puede suceder de aquí al verano.

Pero regresando a lo que nos atañe, en esta nueva sección anual (y van…) Abril de ciencia ficción, escribiré, haciendo honor al nombre del blog, de lo que me vaya apeteciendo. No he seleccionado los trabajos a reseñar todavía, por lo que hay espacio para vuestras sugerencias; aunque sí tengo claro que abarcarán diversas disciplinas: cine, manga, anime, literatura o whatever. Y no todas serán obras maestras, habrá de todo un poco, ya que prefiero dejar abierta la puerta a la improvisación. Un poquito de caos en la vida siempre viene fenomenal.

SONCscifi

¿Es abril una elección arbitraria por mi parte? En absoluto. Abril es un mes importante en el mundillo de la ciencia ficción. En abril de 1908 nació la primera revista de la historia dedicada a tecnología: Modern Electrics. En abril también, pero de 1911, en ese mismo magazín se fue publicando por entregas la visionaria novela de anticipación Ralph 124C 41+: A Romance of the Year 2660, cuya calidad literaria podríamos considerar… vacilante (ejem). Y, finalmente, en abril de 1926, vería la luz la trascendental Amazing Stories, publicación cuya devoción a la SF fue exclusiva, ¡y que todavía permanece en activo!

¿Quiénes fueron los artífices de tamaña gesta? Pues solo una persona: Hugo Gernsback. Este luxemburgués nacionalizado estadounidense fue el fundador y director de Modern Electrics y Amazing Stories. Y el autor de Ralph 124C 41+: A Romance of the Year 2660. No se prodigó demasiado como escritor, porque sus talentos eran otros, y fue el principal impulsor del género. Hasta registró legalmente el término sciencefiction, y estableció sus cimientos básicos: narrativa, información científica y predicción. Por supuesto, el paisaje se fue ampliando, abarcando temáticas como la invasión de fuerzas externas a la humanidad (otros planetas, otras dimensiones, otros tiempos), cambios en la sociedad producidos por la ciencia y el desarrollo tecnológico, o la modificación tecnológica del ser humano, incluyendo la creación de inteligencia artificial.

Junto a Julio Verne y H.G. Wells, Gernsback es considerado «el padre de la ciencia ficción». Aunque también H.P. Lovecraft o Clark Ashton Smith lo bautizaron como «Hugo the rat«, por su costumbre de pagar muy poco (o nada) a sus autores. A estas alturas imagino que habréis deducido muy sagazmente (o lo sabíais de sobra) que Mr. Gernsback es el responsable de que los galardones más importantes de sci-fi lleven su nombre: los premios Hugo.

Sí, este señor es Hugo Gernsback con unas gafas para ver la televisión (1963) y con su Aislador o Isolator, que como el nombre indica, servía para eliminar todo ruido exterior y estimular la concentración (1926). Mr. Gernsback fue un hombre ingenioso y con la mirada dirigida siempre hacia el futuro. Sin él la ciencia ficción no sería tal como la conocemos. Al menos en Occidente. Porque, efectivamente, en Japón la senda de este género discurrió por otros parajes. Muy cercanos, incluso llegando a confluir con la de los baka gaijin pero, como era de esperar, con sus propias particularidades. Japan is different, camaradas otacos.

Siendo SOnC un blog enfocado en Japón y a raticos también en otros países de la Asia Oriental, era obligatorio que os ofreciera una pequeña introducción al fascinante mundo de la ciencia ficción nipona. Si os interesa mucho el tema, os recomiendo desde ya el volumen Destellos de luna. Pioneros de la ciencia ficción japonesa de Daniel Aguilar, que Satori (amor, amor infinito) publicó en 2016. Es una jodida maravilla, palabra de otaca demente. Por supuesto, de la misma editorial, no podéis perderos tampoco Japón Especulativo, una compilación bastante curiosa de 15 relatos de fantasía y ciencia ficción.

Este señor del bigote que sonríe levemente es Shunrô Oshikawa (1876-1914) y la bonita ilustración del zepelín corresponde a una de sus obras: Competitive Lunar Exploration (1907). Se trata de uno de los pioneros absolutos de la literatura de ciencia ficción en Japón, así como de la de detectives (suiri shôsetsu). ¿Podríamos considerar inaugurada la sci-fi en las islas con su Kaitô bôken kitan: Kaitei gunkan (1900)? Desde mi punto de vista esa sería una afirmación bastante arriesgada, sobre todo teniendo en cuenta que muchas características del género brotan con naturalidad en su propia mitología y folclore, apareciendo en cuentos clásicos como el de Urashima Tarô, recopilado por primera vez en el pretérito Nihongi (720); o el ya bien conocido en Occidente Taketori monogatari o Kaguya-hime monogatari, del s. X. Sin embargo, el título de «padre de la ciencia ficción japonesa» le corresponde a Unno Jûzô (1897-1949), cuyo nom de plume era Sano Shôichi.

La ciencia ficción aterrizó en Japón durante la era Meiji, la apertura del país al exterior hizo que se inundara de un nuevo mundo cultural, científico y tecnológico que los japoneses absorbieron con avidez. La actualización del Estado era un imperativo, y en ese ambiente de progreso e industrialización la sci-fi medró muy rápido. Los trabajos de Julio Verne fueron aceptados con entusiasmo; y muchos de los dilemas morales que planteaba expresaban con nitidez algunas de las inquietudes que los japoneses estaban afrontando: la disputa del clásico binomio tradición vs. modernización, miedo a la pérdida de la identidad nacional,  etc. Este tipo de ansiedades, por otro lado lógicas, fueron canalizadas con naturalidad por la ciencia ficción. Y el género enraizó con fuerza. Sin embargo, hay que matizar que no fue hasta la II Guerra Mundial que empezó a ser tomado verdaderamente en serio. Hasta entonces se consideró más bien pseudoliteratura dirigida al público joven.

Las ilustraciones que veis pertenecen al primer superhéroe comiquero de la historia, que no fue Superman, sino este Ôgon Bat o Murciélago Dorado. Creado en 1930 por Suzuki Ichiro y Takeo Nagamatsu, Ôgon Bat fue protagonista indiscutible de todos los kamishibai del país. Superpoderoso y con una gran capa roja, este valeroso paladín nacido en el extinto mundo de la Atlántida (viajó en el tiempo hacia el futuro) combate a los villanos del Japón de la era Shôwa. Vive en una fortaleza en los Alpes Japoneses y sabe volar, por supuesto. Se trata de un personaje clásico de la cultura popular nipona, que décadas más tarde fue honrado como merecía a través de varias películas, una serie de anime (Khalil seguro que la conoce bien) y diversos mangas.

Estas primigenias historietas empezaban a incluir la ciencia-ficción en sus contenidos, pero fue en el terreno literario y a través de magazines especializados (como ocurría en Occidente también, por cierto) donde el género extendía sus tentáculos. Hasta que la Guerra del Pacífico puso el país patas arriba. Mientras tanto, en 1920 apareció la publicación Shinseinen, dedicada a la tantei shosetsu (relatos de detectives), que en su vertiente henkaku (con fenómenos desconocidos y misteriosos) jugueteaba con la sci-fi. Uno de los autores más relevantes de ese periodo fue el celebérrimo Edogawa Ranpo (1894-1965). Todo lo que pueda decir sobre esta bestia parda de la literatura nipona es poco.

El señor tirado en la alfombra junto a su gato es Sakyô Komatsu (1931-2011); el del cigarrillo con cara de circunstancias, Kôbô Abe (1924-1993); el calvo que empuña una pistola, Edogawa Ranpo (1894-1965); y el último de corbata es Shigeru Kayama (1904-1975). Todos ellos son adorable gentuza que a su manera colaboraron para hacer colosal la ciencia ficción japonesa. Y no fueron los únicos (mi amado Yasutaka Tsutsui no puedo dejar de mentarlo), pero uno de ellos (adivinad cuál) resulta que es el amo y señor de Gôjira (1954). Y Godzilla lo cambió todo. En realidad fueron las bombas atómicas y la ocupación estadounidense las que supusieron un auténtico tsunami en numerosos aspectos (no solo culturales), y aportaron nuevos bríos a la sci-fi. Revistas como Uchujin (1957) o SF Magajin (1959), por ejemplo, fueron las que dieron voz a estos escritores. Pero la cosa no quedó ahí.

El género alcanzó su madurez, aunque debemos aclarar que el reconocimiento unánime no llegó hasta bien entrados los años 60. Sin embargo, logró permear otras disciplinas como el cine, el cómic o el anime. La SF era ya imparable. Osamu Tezuka (1928-1989) y su trilogía Mundo perdido (1948), Metropolis (1949) y Next World (1951) fueron ya un aviso; pero fue su Tetsuwan Atomu o Astroboy (1952) el que hizo historia, tanto en tebeo como animación. Fue un antes y un después, había nacido el mecha. Lo mismo podemos decir de Gôjira y todo ese fascinante rosario de films tokusatsu y kaijû eiga que invadieron las salas de cine y, sin tardar demasiado, las pantallas de televisión de los hogares nipones con series míticas como Gekkô Kamen (1958) o Urutoraman o Ultraman (1966).

Japón tenía (¡tiene aún!) su propia visión característica de la ciencia ficción, distinta de la occidental aunque se hubiera nutrido de ella. Resultó tal fenómeno además que traspasó fronteras. Leiji Matsumoto y sus deslumbrantes space operas, Kidô Senshi Gandamu o el Mazinger Z de Gô Nagai son clásicos también en Occidente. Por no hablar de Môto Hagio, Keiko Takemiya y otras miembros del Grupo del 24, que incrustaron la sci-fi en sus mangas transformando profundamente la demografía shôjo.

Sin embargo, los 80 para la literatura del género no resultaron especialmente brillantes, aunque las light novels crecieron bastante, ya que fue el formato elegido por la mayoría de autores. El medio audiovisual fue el gran afortunado con el auge paulatino del cyberpunk, que todavía perdura. Si Hayao Miyazaki y su steampunk ecologista en Nausicaä del valle del Viento (1984) ofrecían una faceta de la sci-fi más humanizada, la revolución llegó con Akira (1982-1990) de Katsuhiro Ôtomo. Otra vuelta de tuerca al nivel del Astroboy de Tezuka. Durante esa década Japón fue el epítome de la modernidad y el progreso tecnológico desmedido, y los mangaka así lo plasmaron.

En los 90 la fiebre continuaba, y la literatura, para variar, se recuperó gracias a las contribuciones de grandes como Kenzaburô Ôe o Haruki Murakami (este ya en los dosmiles).  Y en la actualidad goza de muy buena salud, con escritores como Yûsuke Miyauchi o Tô Enjô. No obstante, si se debe recordar la última década del s. XX es por Kôkaku Kidôtai o Ghost in the Shell (1995), Neon Genesis Evangelion (1995-1996) y Cowboy Bebop (1998). Un trío mágico cuyas influencias todavía se dejan notar en la actualidad.  Por supuesto, hubo y hay bastantes más trabajos que han contribuido a hacer de la ciencia ficción japonesa una de esas maravillas donde a los otacos nos gusta perdernos, como Kiseijû (1989), Serial Experiment Lain (1998), Planetes (1999), Paprika (2006), Psycho-Pass (2012), Wombs (2016), Made in Abyss (2017)… ¡qué sé yo!

Pero os recuerdo que esta entrada es un prefacio, una introducción. Un colocar el escenario para saber por dónde nos vamos a mover. ¿Te animas con la SF este abril? Buenos días, buenas tardes, buenas noches.