literatura, ZhongGuo

Recuerdos de Hulan He de Xiao Hong

Ya lo comenté hace unas semanas, Gallo Nero está publicando, así como quien no quiere la cosa, material muy jugoso, sobre todo para los aficionados a lo oriental. Su colección de gekiga es de verdad emocionante, y lo mismo sucede con sus libros ilustrados. Uno de ellos, Recuerdos de Hulan He de la maravillosa escritora Xiao Hong (1911-1942), ha sido uno de los últimos en caer sobre mis zarpas, y lo he devorado con calculada lentitud.

Originalmente publicado en 1942, el mismo año en que Xiao Hong fallecería, la edición de Gallo Nero (2021) es una adaptación que goza con un prefacio imprescindible de Shao Baoqing, profesor de literatura china de la Universidad de Burdeos, y las mágicas ilustraciones de Hou Guoliang (1946). Se trata de la publicación en español de la que apareció en 2007 en China gracias a la editorial Jilin Meishu Chubanhe (吉林美术出版社). No es muy largo, como tampoco lo es la obra en la que se basa, pero sí se trata de un libro de especial intensidad y belleza, tanto por su arte como su literatura. En él Xiao Hong plasmó los ecos de su niñez en el noreste de China, en la gélida provincia de HeilongJiang, en la región histórica de Manchuria. Y quizás sería conveniente hacer una pequeña presentación de la autora, su tortuosa vida y experiencias para poder comprender y disfrutar mejor de este Recuerdos de Hulan He.

Porque aunque Xiao Hong no sea todavía demasiado conocida en Occidente, ella es una de las escritoras más importantes de la literatura contemporánea del País del Medio; y tampoco es sorprendente que no fuera profeta en su propia tierra hasta los años 80, que se empezó a recuperar su trabajo y valorarse como merecía. Fue una adelantada a su tiempo, su estilo no se ajustaba al canon realista requerido… y además era feminista. Uy, lo que he dicho. Todo lo que rodea a Xiao Hong despliega un halo de melancolía y ferocidad que encoge el alma, si continuáis leyendo averiguaréis por qué.

Estas tres fotografías nos muestran tres etapas distintas de la vida de Xiao Hong, que a pesar de que fue breve porque solo vivió hasta los 31 años, tuvo bastantes más fases de las que se muestran en este trío. La primera, la niñez, ahí aparece con su madre, de la que apenas tuvo recuerdos porque falleció cuando era pequeña; la segunda, cuando conoció a Lu Xun (1881-1936) y bajo su ala floreció; y la tercera, cuando buscaba una existencia convencional, tranquila y segura con el escritor Duanmu Hongliang.

Xiao Hong vivió en 11 provincias distintas de China y también en Tokio, recorrió miles de kilómetros durante su corta existencia, aunque su tierra natal siempre sería el lugar de la nostalgia y la añoranza, y en sus últimos días expresó el deseo de regresar a la aldea donde nació, en Hulan, un 1 de junio de 1911. Pero no pudo ser. También quiso que sus cenizas reposaran junto a las de su querido mentor Lu Xun, sin embargo murió sola y abandonada en un hospital de campaña del St. Stephen’s Girls’ College en Hong Kong. Pero eso es adelantarnos a nuestra historia, vayamos al principio.

¿A que está muy elegante Xiao Hong con su pipa? El hombre que la acompaña es Xiao Jun, prominente escritor con el que vivió más de seis años. No fue una relación dichosa, así como tampoco lo fue su infancia. Con 9 años perdió a su madre, y el padre era el polo opuesto de la hija. La nueva esposa, la consabida madrastra malvada, era bastante ruda, de modo que nunca se sintió querida por su familia excepto por su abuelo. Su abuelo fue su refugio, en él halló la figura amorosa y protectora que la sostuvo hasta que murió y la enviaron a un colegio femenino en Harbin. Allí, lejos del ambiente rancio de su pueblo, descubrió la literatura moderna y progresista de su época, y también al que sería su escritor predilecto: Lu Xun. Sin embargo, esa etapa no duró demasiado, pues fue expulsada y al regresar de nuevo a casa, su padre le había preparado una sorpresa: un matrimonio concertado.

Los datos biográficos de Xiao Hong son en ocasiones confusos y algo oscuros, así que ciertos detalles y motivaciones nos resultan desconocidos. Lo que sí sabemos es que, horrorizada ante la perspectiva de un matrimonio de conveniencia, huyó con una prima a Pekín y llevó una vida de vagabunda. El hambre la hizo volver al hogar, y su padre la encerró en casa. Volvió a escapar pero esta vez a Harbin y ahí, no sabemos si porque fue tras ella o por casualidad, se encontró con el que habían planeado que fuese su marido. Lo aceptó finalmente y se fueron a vivir juntos. Pero el tipo demostraría ser todo un canalla, pues resultó que ya se había casado con otra. La abandonó embarazada y con unas tremendas deudas. Estos problemas económicos y su situación vulnerable la condujeron a un estado de semiesclavitud y pobreza muy, muy duro. Se encontraba desnutrida y vivía en un cuchitril sucio y diminuto, el único lugar donde su acreedor le permitía subsistir. Desesperada, escribió a un periódico su situación y el editor, asombrado, envió a un reportero a verificar la historia. Este periodista sería Xiao Jun, que tras conocerla ya no se separaría de ella en mucho tiempo. Fue un amor a primera vista. Un cambio en la vida de ambos radical.

Xiao Hong tuvo a su niñita, pero la entregó en adopción, incapaz de alimentarla y mantenerla. Nunca volvió a saber de ella. Mientras tanto, su relación con Xiao Jun crecía también a nivel intelectual, pues él descubrió en ella una mujer de extraordinario talento, y ambos comenzaron a escribir y publicar obras propias, incluso en conjunto. Eran trabajos abiertamente contrarios a la dinastía Qing y la ocupación japonesa, por lo que pronto fueron hostigados y tuvieron que huir primero a Qingdao y después a Shanghai. Fue entonces que Xiao Hong cumplió el sueño de conocer a Lu Xun, y a partir de ese momento alimentaron una amistad tierna y honesta. Xiao Hong encontró en él el añorado amor de su abuelo, así como también a un guía espiritual en su carrera literaria. Escribió su clásico El campo de la vida y la muerte (生死场, 1935), al que Lu Xun hizo el prólogo, y éste proclamó que Xiao Hong era «la escritora más prometedora de China». La novela, a pesar de que fue censurada, produjo un gran impacto, despertó conciencias en el país y estimuló el espíritu de lucha contra el invasor japonés. Con solo 24 años, Xiao Hong logró plasmar con una precisión asombrosa la miseria del mundo rural y la horrible vida bajo el yugo nipón en Manchukuo. Pero la novedad era que lo hacía desde una perspectiva femenina, y con un estilo inédito hasta entonces.

Estos fueron tiempos de estabilidad y contento para Xiao Hong. Visitaba a diario a Lu Xun, en su casa sintió un calor familiar sin precedentes en su vida. Y en ese círculo social, gracias al patrocinio de su protector, conoció a periodistas como la grandísima Agnes Smedley (1892-1950) y otros estudiosos extranjeros que dieron a conocer su obra fuera de China. Pero lo más importante fue, sin duda, la felicidad que supuso para ella el afecto del anciano escritor: un padre de familia, buen esposo y amante de su hijo, pero también amable y generoso con los jóvenes autores que deseaban salir adelante en unos momentos históricos tan complicados.

La risa de Lu Xun es clara y alegre desde el corazón. Si alguien dice algo graciosoo, se ríe tan fuerte que ni siquiera puede sostener un cigarrillo y, a menudo, se ríe tanto que tose.

Conforme su relación con Lu Xun era cada día más cordial, la que mantenía con Xiao Jun se degradaba. Jun bebía y golpeaba a Xiao Hong, abusaba de ella gravemente además de serle infiel, por lo que la escritora decidió irse a Tokio. Y mientras se encontraba fuera, Lu Xun falleció. Fue un golpe muy doloroso para ella, y a los pocos meses, en 1937, regresó a China. Embarazada de Jun, se casó con Duanmu Hongliang de manera precipitada, buscando un equilibrio que apenas sabía reconocer. Muchas de sus amistades le dieron la espalda por este paso y, para más inri, tras un parto difícil, su bebé murió a los dos días de nacer.

Aquí tenéis a Xiao Hong en la sepultura de su admirado Lu Xun, y en la imagen de al lado está con el que sería su última pareja, Duanmu Hongliang. Apenas hay un año de diferencia entre ambas fotografías, pero la vida de nuestra protagonista ya había dado un vuelco. Wuhan, Chongqing, Kowloon, Hong Kong… la segunda guerra sino-japonesa (1937-1945) hizo que el joven matrimonio tuviera que huir de un lugar a otro, buscando algo de seguridad. Sin embargo, la salud de Xiao Hong estaba muy deteriorada: años de hambre y frío, angustia, guerras y dos partos complicados debilitaron su cuerpo, y enfermó de tuberculosis. Sin embargo, durante esos últimos meses de su vida, tan llenos de fragilidad y toses interminables, escribió varias obras, entre ellas el que es considerado uno de sus mejores trabajos: Recuerdos de Hulan He.

Despreciada y abandonada por su marido, Xiao Hong murió de enfermedad y terror un 22 de enero de 1942. Diagnosticada erróneamente con un tumor en la garganta, la intervención quirúrgica a la que fue sometida la dejó muda. Pero la negligencia médica no quedó ahí, sino que Xiao Hong fue desatendida y las complicaciones postoperatorias derivaron en una neumonía que la mataría en menos de un mes. Solo su amigo, el también escritor Luo Bijin, fue su compañía en sus últimos días.

Este es el resumen de una vida intrincada e infeliz, necesaria para entender la obra literaria de Xiao Hong. Si os interesa conocer más sobre sus experiencias, la película The Golden Era (黄金时代, 2014) puede resultaros útil. En el cartel la frase clave es: «Ella reconoció la tempestad» (她认出风暴), o así la traduciría yo en mi mandarín macarrónico. También aparece una cita suya que dice: «Las personas y los animales son iguales, están ocupados en vivir, están ocupados en morir» (人和动物一样, 忙着生, 忙着死).

Xiao Hong fue una criatura de su tiempo, representó el dolor y desarraigo de una época no ya solo turbulenta, sino extremadamente brutal. Y su propia existencia fue así, llena de desengaños, frialdad y caos. Xiao Hong renunció al viaje consuetudinario y abrazó el abismo, porque en el abismo hay libertad. Fueron sus intensas vivencias las que alimentaron su singular escritura, aunque pagó un precio muy alto.

El mayor dolor (y desgracia) de mi vida es todo porque soy mujer.

Xiao Hong fue muy crítica con «las guardianas del patriarcado» del medio rural y su pensamiento feudal. Ella sabía que lo único que podían hacer esas señoras era llevar una existencia entumecida, tediosa y, sin darse cuenta siquiera, convertirse en cómplices del canibalismo moral de ese entorno subdesarrollado y anclado todavía en la Edad Media. Pero también supo prestar atención a la vida de las mujeres del campo y su destino en una sociedad que las quería sumisas, dóciles y siempre hermosas; e intentó despertarlas, hacerlas reaccionar ante la continua humillación a la que estaban sometidas. Nadie hasta entonces lo había hecho. ¿Aparece todo esto en Recuerdos de Hulan He? Por supuesto.

Recuerdos de Hulan He es como las nubes que se ven pasar en un día de brisa: suaves, informes y evocadoras. Quiere parecer inocente por usar los ojos de una niña, pero son los pensamientos de una mujer adulta los que nos muestran con nostalgia los paisajes rurales del noreste de China. Una nostalgia no exenta de fina ironía, y que descubre un mundo esclavo de la superstición y la ignorancia. ¿Llegaría a superar algún día el medio agrario chino ese confucianismo fermentado en la olla de un taoísmo adulterado con hechicerías? Ignoro incluso si ha sucedido ya. Hay un proverbio chino que dice: «Al pájaro que asoma la cabeza lo matarán a tiros» (枪打出头鸟), que podría ser un equivalente al japonés: «El martillo siempre golpea el clavo que sobresale» y su noción de wa. Una persona que destaque por el motivo que sea puede romper la armonía social, por lo que es susceptible de ser atacada. De hecho es deseable que lo sea: al redil o destrucción. Y eso, entre otras muchas cosas, es lo que observamos en Recuerdos de Hulan He.

Comienza con la sencilla descripción de su pueblo, sus calles, sus casas, sus negocios y transeúntes… pero pronto ese retrato en apariencia realista se agrieta y la fractura entre objetividad y subjetividad es evidente. Recuerdos de Hulan He no son solo retazos de memoria que plasman un mundo sino que, como toda memoria, es imperfecta y repleta de ausencias que Xiao Hong rellenó con poesía, creando así un nuevo universo personal no menos real que el que existió en su infancia, sino incluso más rico. Un santuario en el que refugiarse de la tragedia que era su existencia.

Xiao Hong eligió con celo sus recuerdos, no los dejó al azar, aunque la narración fluye libremente sin un orden concreto, como la corriente del río Hulan. La autora puso suma atención solo en lo que le apetecía, y pasó por alto lo que no deseaba, sin más, dando al texto el aire de espontaneidad y ligereza propio de la infancia. Porque son los sentidos de una niña, sus ojos, nariz, oídos los que nos describen de manera tan sensorial pequeños detalles de su aldea o las historias que suceden. Nos lleva de la mano correteando por huertos, patios, plazas y, por supuesto, a la orilla del Hulan, señalando no solo las risas, la música o los juegos, sino también la miseria, la crueldad y la tristeza. La estampa que puso ante nuestros ojos es muy vívida.

Con cierto pinchazo de amargura en momentos puntuales, Xiao Hong nos obsequió con un relato sereno y dulce a pesar de su violencia disfrazada. Sin duda, los momentos más gratos son los que describe junto su abuelo, al que quería tanto; y no es solo hasta al final del libro que aparecen historias articuladas con personajes obvios. Estas historias, la de Feng Bocatorcida y sobre todo la de «la pequeña nuera», resultan estremecedoras. Una siempre se sorprende de lo lejos que puede llegar la maldad humana, da la sensación de que no tenga límites.

Por otro lado, las ilustraciones de Hou Guoliang son maravillosas. Se trata de un artista, además, de Heilongjiang, de la tierra de Xiao Hong, de modo que, pese a que ha transcurrido casi un siglo, seguro que muchas de las imágenes que aparecen en la novela le resultarían familiares. O no. La cuestión es que su delicado arte capta muy bien la esencia lírica del texto de Xiao Hong. Son dibujos llenos de hermosos pormenores; y su trazo, fino y claro, expresa de manera sutil tanto escenas de gran intimidad como asesinatos. A pesar de los brillantes colores que se exhiben en algunos cuadros, hay una suave nebulosa, muy leve, que otorga a las ilustraciones una cualidad etérea que remite, cómo no, al mundo de los recuerdos. Es un estilo que bebe de la pintura clásica china, y quizás sean esas reminiscencias añejas tan exquisitas las que hacen tan agradable disfrutar de las láminas una y otra vez.

¿Recomiendo Recuerdos de Hulan He? Desde luego, es una edición preciosa. La adaptación del texto original es bastante decente (aunque la traducción no sea del mandarín sino del francés, por Miguel Marqués Muñoz) y es una buena forma de introducirse en la literatura de Xiao Hong. Pero, ante todo, aconsejo leer la novela. Como lectura complementaria esta obrita de Gallo Nero es una maravilla… pero la novela. Por favor. Leedla.

Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

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El último emperador

El domingo 11 de diciembre tenía una cita. Llegué tarde, pero acudí. Ryûichi Sakamoto emitía en streaming el que se anunciaba como su último concierto. Yo ya sabía que se encontraba fastidiado de salud, pero imaginaba que sería una estrategia de mercadotecnia como las que se usan de manera habitual en el mundo de la música. Por poner unos ejemplos, Aerosmith o Kiss llevan despidiéndose de los escenarios más de veinte años. Y ahí siguen.

Sin embargo, lo de Sakamoto va en serio. Y lo supe nada más oírlo tocar. Luego me di cuenta de que las piezas estaban interpretadas en momentos diferentes, y deduje que su estado físico no le permitía realizar un concierto ininterrumpido completo. Fue una actuación impecable, como no podía ser de otra forma, pero sentí mucha tristeza. Mucha. Se nos está yendo delante de los ojos. Y admiro su enorme profesionalidad, esta ha sido una despedida elegante y cortés para su público. Todo un señor Sakamoto, todo un MÚSICO, así, en mayúsculas.

De modo que, profundamente agradecida por su esfuerzo y trabajo, quiero dedicarle esta entrada. Un homenaje en vida, deseándole luz, paz y amor. Y lo hago escribiendo una pequeña reseña sobre la obra que le valió un Oscar de la Academia, la banda sonora de la película El último emperador (1987) de Bernardo Bertolucci. En ella también participó David Byrne y Cong Su, aunque el grueso de las composiciones fueron suyas. Asimismo, Sakamoto apareció en el film representando a Masahiko Amasaku, militar revoltoso y malvado director de la Asociación de cine de Manchukuo.

¿Es esta la mejor obra musical de Sakamoto? No me veo capaz de evaluar algo así, pero sin duda es la más reconocida. Ya escribí aquí sobre su trabajo en Merry Christmas, Mr. Lawrence (1983), que también es maravilloso, pero siguiendo la estela de dos entradas previas (La Presa de Nagisa Ôshima, Hierba) que tienen la Guerra del Pacífico (1937-1945) como telón de fondo, he elegido esta película que se desarrolla en China. Mismo contexto, mismo Japón haciendo de las suyas, diferentes países.

El último emperador, como el nombre indica, trata sobre el último emperador de China, el decimoprimero de la dinastía Qing 大清 (1636-1912). Su nombre era Aisin-Gioro Puyi (1906-1967) y su título oficial (年号) Emperador Xuantong. La Qing fue una dinastía de origen manchú como su predecesora, la Jin 金 (1616-1636), por lo que fue y ha sido considerada extranjera, como la Yuan (1271-1368), fundada por el mongol Kublai Kan, nieto de Gengis Kan. Actualmente, los manchúes son una minoría étnica cuya cuna ancestral es la Manchuria histórica (东北平原) y son tan chinos como lo puedan ser los zhuang, los miao o los han. Hay más de 50 grupos étnicos diferentes en China. Sin embargo, en otros tiempos eran percibidos como foráneos, ya que no pertenecían a la etnia mayoritaria, la han; y no contaban con demasiadas simpatías porque tampoco permitían acceder a puestos de administración a los que no fueran manchúes.

Puyi fue un hombre al que le tocó vivir una etapa de la historia bastante agitada, tanto en su país como a nivel mundial y, a pesar de ser considerado el Hijo del Cielo (天子) o el Señor de los diez mil años (万岁爷), una verdadera divinidad en la tierra, fue un soberano sin poder real. Llegó al trono designado por su tía la emperatriz viuda Cixí (1835-1908), que ya de por sí merecería una entrada aparte en SOnC, heredando un país sumido todavía gran parte en el feudalismo, a pesar de los bandazos que dio Cixí por intentar modernizarlo.

La Restauración Meiji (1868) había resultado un éxito en Japón, pero las circunstancias de China resultaban muy distintas. Las Guerras del Opio, los tratados desiguales con países extranjeros, la humillante derrota en la primera guerra chino-japonesa (1895), el fracaso de la Reforma de los Cien Días (1898) del emperador Guangxu, provocado por el golpe palaciego de Cixí, el Levantamiento de los bóxers (1900) y un rampante sinocentrismo impedían que China pudiera convertirse en un auténtico estado moderno, capaz de hacer frente al resto de potencias del planeta. Además este posible progreso no convenía ni a la Alianza de las ocho naciones ni a los conservadores del gobierno imperial chino, que veían peligrar sus regalías y corruptelas.

La emperatriz viuda Cixí circa 1890

Y con solo dos años y 10 meses, tras la muerte por envenenamiento con arsénico de Guangxu y justo dos días después de la de Cixí, el pequeño Puyi ascendió al trono de China en 1908, siendo obligado a abdicar solo cuatro años después. Se le mantenía como una reliquia viviente en la Ciudad Prohibida (紫禁城) sin poder salir, rodeado de más de 1500 eunucos, cientos de funcionarios, consejeros, guardias y los restos de la antigua corte imperial. Como en una cápsula del tiempo, Puyi creció y fue asistido de manera arcaica hasta la llegada del que sería su tutor, Reginald Johnston, viviendo de manera muy distinta a lo que se cocía al otro lado de los muros de la Ciudad Púrpura. Durante su vida sucedieron eventos como el nacimiento de la República de China (1912-1949), el Movimiento del 4 de mayo (1919), la Guerra civil china (1927-1936/1945-1949), la Guerra del Pacífico, la Invasión japonesa de Manchuria (1931), la Segunda guerra chino-japonesa (1937-1945), la Masacre de Nanjing (1937-1938), la Revolución Comunista (1949) o el inicio de la Revolución cultural (1966-1976).

No quiero ni imaginar cómo se las tuvieron que arreglar para comprimir todos estos acontecimientos en una sola película, lo que debieron de cavilar para que no pareciese un documental. ¡Y teniendo en cuenta además que su público objetivo, el occidental, era (y es) bastante ignorante respecto a la historia de Asia Oriental! Porque todo lo enumerado y más es lo que narra El último emperador, y su premisa, además de compleja, era ambiciosa, pues pretendía encima rodar lo acaecido en los escenarios originales. Y lo consiguieron.

En esa época la Ciudad Prohibida estaba cerrada a cal y canto. Fue gracias a la pericia del gran Jeremy Thomas, productor de la película (también de Merry Christmas, Mr. Lawrence, The naked lunch o Crash) que se logró semejante hito. Y no solo eso, sino que el gobierno chino colaboró con cientos de soldados, expertos… y miles de técnicos y 19.000 extras. Por aquel entonces los efectos digitales estaban en pañales y si se necesitaban masas de gente, se rodaban masas de gente. Y si algo tuvo El último emperador fueron medios en todos los aspectos. Todos. Cuatro años de proyecto descomunal llevado a cabo sin la intervención de ninguna major, solo la productora independiente de Thomas, Recorded Picture Company.

Y Bertolucci, por supuesto, contó con la siempre magnífica fotografía de Vittorio Storaro, que se llevó el Oscar, por cierto. En realidad El último emperador ganó 9 Oscars en 1988, fue la gran vencedora en un año, también hay que reconocerlo, un poco flojillo. Sin embargo, lo que resulta innegable es que esta película es grandiosa en el aspecto visual. Los escenarios, la dirección artística, el vestuario, la fotografía… son fastuosos e impresionantes incluso para los parámetros del s. XXI, que a golpe de ordenador nos deja patidifusos en la butaca.

El último emperador también recibió el Oscar al mejor guion, escrito por Mark Peploe y el mismo Bertolucci, que fue basado en la autobiografía de Puyi From Emperor to citizen (1960) o 我的前半生 (literalmente «la primera parte de mi vida»), y Twilight in the Forbidden City (1934) de Reginald Jonhston. Como todo film de estas características, la adaptación tuvo sus dificultades. Y a pesar de que el Gobierno chino puso sus condiciones y echó un vistazo al guion, la perspectiva histórica es bastante equilibrada, sin injerencias escandalosas. Es cierto que existen ciertas licencias, pero los sucesos fueron los que se plasmaron en la película.

La personalidad de Puyi fue suavizada, pues era conocido por su ánimo caprichoso y sádico; algo que no es de extrañar dada la crianza que tuvo sin disciplina ni conciencia de lo que eran los límites. Fue educado como un dios viviente, recordemos, aislado y sin figuras de autoridad. La llegada de Reginald Jonhston, contratado por el gobierno de la república China de entonces, que deseaba ofrecer al joven Puyi una educación moderna, aplacó un poco sus tendencias despóticas y le enseñó a trabajar su perspicacia; le abrió las puertas al conocimiento del mundo, donde los occidentales se presentaban como el epítome de la civilización y prosperidad.

Sin embargo, Johnston también era un conservador monárquico a ultranza, lo que terminó de enraizar en Puyi la idea de que un estado republicano siempre iba a ser deficiente comparado con el de un soberano coronado. Y, por supuesto, profundizó la noción de que era superior al resto de la humanidad: él era el Hijo del Cielo, él era el Emperador Xuantong 宣统皇帝. Johnston dirigió la atención de Puyi hacia Japón, donde compartían su concepción sobrehumana de la monarquía. Esto no iba a beneficiarlo en absoluto, más bien su talante antojadizo, vanidoso y, por ende, débil lo convertían en una pieza del tablero muy apetecible para los grandes poderes, fácil de manipular. Y así obraron los japoneses, utilizando a Puyi para sus propios intereses.

El último emperador comienza en 1950, cuando Puyi es trasladado al Centro de Gestión de Criminales de Guerra de Fushun, en la provincia de Liaoning, puerta de entrada a la Manchuria histórica. Ahí, tras un intento de suicidio, será reeducado y cumplirá condena por colaborar con los invasores nipones y traicionar a su país. En esos momentos personifica todo lo que la nueva China quiere cambiar.

Puyi llamará la atención del gobernador de la prisión, interpretado por un fantástico Ying Ruocheng, que hará todo lo posible por reformarlo y ayudarle a buscar un propósito como persona. Para ello, le es requerido, como al resto de prisioneros también, que escriba un diario de su vida, confesando sus crímenes.

A partir de ahí, usando una técnica narrativa desarticulada in medias res y con constantes analepsis, la película irá desarrollando su argumento. Desde la llegada de niñito a la Ciudad Prohibida, separado de su familia y donde su único refugio emocional sería la nodriza Ar Mo, hasta su fallecimiento, durante la Revolución cultural. A los ocho años le arrebatarán a su nodriza, a causa de la relación erótica que observan entre ellos las consortes del antiguo emperador. Pero la llegada de su hermano pequeño, Pujie, hará más tolerable su desaparición, aunque también supondrá el primer golpe con la realidad: él no es el emperador de China, él no gobierna ningún país y su poder no va más allá de los muros de la Ciudad Púrpura.

En el momento en el que China era una república y la humanidad se había adentrado ya en el s.XX, yo todavía estaba viviendo como un emperador y respirando el polvo del s. XIX.

From Emperor to citizen, Aisin-Gioro Puyi

Reginald Johnston también supondrá una cascada de pequeñas revoluciones en la vida del joven Puyi, como la bicicleta, el uso de anteojos y, ya después de casarse, el acto de cortarse la coleta. Por cierto, la interpretación de Peter O’Toole, que le brinda un toque sarcástico y picante al personaje, es estupenda.

La muerte de su madre, a la que no permitirán ver, significará el fin de la infancia y el conocimiento innegable de que es un prisionero. Como adolescente, Puyi buscará escapar de la Ciudad Prohibida y huir a Oxford, donde se educó su tutor, lejos del sistema obsoleto y corrupto que lo mantiene atrapado. Más adelante, deseará gobernar pero con la aspiración de reformar y modernizar el país. Así que, para empezar, decide auditar todo lo que se encuentra en la Ciudad Púrpura para saber cuánto posee y cuánto le han robado a lo largo de los años. Pero los eunucos, viéndose expuestos, incendian la tesorería, y Puyi acaba expulsándolos.

El paso a la adultez vendrá cuando lo despachen de la Ciudad Prohibida en 1924, tras el golpe de estado de Feng Yuxian. Este señor de la guerra no veía utilidad en mantener a un emperador aunque fuese en el formol de la Ciudad Prohibida. No lo consideraba ya un símbolo de unión en China, más bien al contrario; de modo que le arrebató sus privilegios y lo convirtió en un ciudadano común y corriente. Puyi y sus dos esposas, la emperatriz Wanrong y la consorte Wenxiu, con parte de su servidumbre y una fortuna personal cuantiosa, dejaron atrás una existencia sin preocupaciones en la jaula de oro más grande jamás construida; y se lanzaron de cabeza a otra de despilfarro, extravagancias y holganza bajo la protección de Japón en Tianjin. Adoraban todo lo que procediera de Occidente, desde los chicles hasta las aspirinas, incluso se hacían llamar Henry (Puyi) y Elizabeth (Wanrong).

Wenxiu se divorció de Puyi, un completo escándalo pues ninguna esposa había osado antes jamás divorciarse de un emperador, y a partir de ese momento todo fue cuesta abajo. Wanrong, interpretada por una soberbia Joan Chen, se hizo adicta al opio bajo los auspicios de la espía Dongzhen o Joya Oriental, princesa manchú y prima de Puyi, pero criada en Japón desde niña. Se trata de otro personaje histórico en verdad interesante del cual algún día me gustaría escribir.

Esta etapa de la vida de Puyi fue especialmente sórdida en la realidad, sin embargo Bertolucci y Peploe decidieron atemperar ciertas particularidades sin restarle dureza a los hechos históricos.

El último emperador nos cuenta la historia de una personalidad de gran trascendencia que en pocas ocasiones fue amo de su propia vida. Fue una marioneta, un peón, un rehén de su posición, obnubilado por delirios de grandeza que no tenían ya lugar en el mundo. Aprendió la lección tarde, aunque no tanto como su homólogo Hirohito.

Existen claros paralelismos entre su vida en la corte imperial y la posterior China maoísta. De un sistema anticuado, corrupto y absolutista, pasa a otro nuevo, igualmente enviciado por su burocracia y autoritario también. Y en ambos es un cautivo sin capacidad de decisión. Puyi es un personaje claramente pasivo, y no es consciente de su auténtica condición hasta la manifiesta traición japonesa. Es entonces cuando descubre lo que ha sido su vida, y el desengaño lo conduce al sometimiento. Tiene que aprender de nuevo, tiene que reconstruirse como ser humano.

No hay demasiadas sorpresas en El último emperador, es una crónica de desenlace conocido e ineludible; una biografía de un personaje en el centro del huracán, inmóvil, solo siendo capaz de ver los acontecimientos girar, girar y girar mientras su vida es consumida por otros. Y resulta una buena introducción a la historia de la China moderna también.

¿Recomiendo El último emperador? Sí, pero no la versión extendida, huid de ella. No ofrece información de relevancia y rompe por completo el ritmo del film.

Bertolucci desplegó en esta obra todas sus habilidades y recursos adquiridos a lo largo de los años de experiencia cinematográfica, y el resultado fue (es) apabullante. Se atisba El conformista (1970) con total claridad en su metraje, así como Novecento (1976), dos de sus trabajos más esclarecidos. Logra que entendamos a su protagonista, aunque no necesariamente con empatía, y tiene un final bonito.

Quizás resulte a los ojos del presente un poco acartonado y denso, pero sigue siendo cine del grande, del que ahora rara vez se hace. El último emperador fue una empresa arriesgada y ambiciosa, ¿consiguió lo que perseguía? Desde luego, con holgura. No es solo que le tenga cariño porque mi madre me llevó al cine a verla (no me enteré de nada, era una cría) y a partir de entonces se convirtiera en uno de los visionados obligatorios en casa, sino que es una película que enseña, y se aproxima al eterno «peligro amarillo» para descubrirnos que todos somos seres humanos (la sinofobia es muy real, amiguis).

Va por ti, Sakamoto.

Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

ZhongGuo

El Hijo del Cielo: Te Wei

La salud manda. Mi madre ya es toda una dama octogenaria, y si una gripe es una afección que siempre es conveniente vigilar, en personas de cierta edad todavía más. Esto ha reducido bastante mi tiempo libre durante unas semanillas, por lo que no he podido prestar la atención que merecen tanto el blog como el programa de radio. Pero ya estoy por aquí. De nuevo. Hasta que mi madre se recupere del todo (el médico ya nos ha dicho que la cosa será lenta), tendré que ir espaciando las entradas; no obstante, continuaré publicando. No hay hiatus a la vista, solo rebajaré el ritmo una miqueta. ¡Adelante, siempre adelante!


Hace bastante tiempo que venía rumiando la idea de escribir un articulillo dedicado a uno de los más brillantes artistas asiáticos del s. XX: Te Wei. Lo he nombrado por el blog en varias ocasiones, sobre todo en la entrada que dediqué al también imprescindible Tadahito Mochinaga, pues fueron grandes amigos. Verdaderos pioneros durante una época convulsa, asentaron las bases de la animación moderna en Asia Oriental. Sin ellos nada habría sido igual. Y no, no me olvido de Tezuka; sin embargo, a Manga no Kamisama lo conoce todo otaco que se precie. No sucede de esa manera con Te Wei o Mochinaga, ¡y hay que ponerle remedio!

Así que hoy en SOnC tenemos una entrada de esas dedicada a la historia de los dibujos animados, que no suelen tener muy buena acogida, pero que a mí me encanta escribir. Una de las cosas que más me divierten es rebuscar, escarbar en el pasado, porque se descubren nuevos mundos, estrellas titilantes cuyo esplendor además se percibe en el presente, y se proyecta también hacia el futuro. Ni Tadahito Mochinaga ni Te Wei, con toda su trascendencia, son demasiado conocidos entre la otaquería que, de manera completamente legítima (faltaría más), se ciñe solo a consumir los productos que le motivan. Y prau. Sin embargo, hay otacos de mente inquieta que disfrutan profundizando un poco más en sus aficiones. Y para ellos está escrito este post.

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El Grupo de Animación (más adelante se convertiría en la Shanghai Animation Film Studio) en los Estudios de Changchun (1950). En primera fila y en el centro, Te Wei y Tadahito Mochinaga. La niña junto Wei es la hija de Mochinaga, Noriko.

Me habría gustado encontrar información más exhaustiva concerniente a Te Wei para poder escribirle una entrada digna; por no hablar de que mi nivel de mandarín todavía es rudimentario, y lo que he rastreado por fuentes chinas me ha costado sudores de sangre comprenderlo un mínimo. Sin embargo, creo que como mera introducción a su figura y trabajo, la entrada de hoy va a realizar su función con solvencia. Lo demás ya quedará en vuestras manos, pero permitidme deciros que acceder al universo de Te Wei es hacerlo a una dimensión de belleza tal que es difícil que os deje indiferentes. Es todo un privilegio poder admirar las escasas obras que de él han logrado aterrizar en Occidente.

tewei24Te Wei (1915-2010) no se llamaba en realidad así, sino Sheng Song. Un primo mayor que él, cuyas ideas progresistas admiraba, tenía ese nombre, y le pidió permiso para utilizarlo a la hora de firmar sus obras. Y así ha pasado a la historia. Te Wei es el padre de la animación moderna china. Nació y murió en Shanghai, pero a lo largo de su vida se movió bastante. De familia humilde, solo logró acabar dos años de la escuela secundaria, pero siempre supo que lo que le gustaba era dibujar. Muy pronto comenzó a hacerlo de manera profesional para compañías de publicidad, y  realizó multitud de tiras cómicas para varias publicaciones, con una clara inspiración occidental. Hacia 1937, cuando Japón invadió China, formó parte de un equipo de dibujantes que viajaba por  ciudades y pueblos animando a la resistencia, y elevando el espíritu patriótico. Todo mediante sus propios medios, bastante precarios por otro lado, y pasando bastante hambre. Conforme la Guerra del Pacífico avanzaba, se mudó a Hong Kong y allí publicó dos colecciones de comics satíricos, que le dieron bastante fama. Te Wei se hizo todo un nombre como dibujante y pintor, y nadie por entonces se imaginaba que el campo donde iba a brillar más sería el de la animación.

Los años 40 fueron el punto de inflexión de su carrera profesional. Estrechamente vigilado (como muchos otros artistas) por la Kuomintang, comenzó a esmerarse en lo que sería luego una de sus señas de identidad: la pintura tradicional china, con tinta y agua. Así realizó una serie de estampas donde reflejaba los problemas de la gente pobre. Y en 1949, Chen Bo’er, directora de los Estudios Changchun y especialista en stop-motion con marionetas, encontrándose deseosa de ampliar sus miras, pensó que Te Wei sería un fichaje perfecto. Y allí conoció a Tadahito Mochinaga, que lo instruiría en la nueva disciplina. En esa época la palabra «dibujos animados» no se utilizaba (China había cerrado sus puertas a Estados Unidos), en su lugar «películas de arte» era el término más habitual.

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Efectivamente, en esta foto de principios de los 80 aparece Osamu Tezuka. Y al fondo, Te Wei y Tadahito Mochinaga.

En 1950, buscando mejores oportunidades, Te Wei y todo el equipo de animación de los Estudios Changchun se dirigieron a Shanghai, donde acababan de nacer los míticos, los legendarios, los fabulosos Shanghai Animation Film Studios. Allí Te Wei asumiría un papel fundamental como jefe del departamento artístico durante toda la era dorada de los estudios (1957-1966). Conseguiría aunar bajo el mismo techo la experiencia y pericia de los pioneros hermanos Wan, responsables con su La princesa del abanico de hierro (1941) de realizar el primer largometraje animado de Asia Oriental, con artistas reconocidos como Yan Zheguang (marionetas), Lei Yu (acuarelista), Bao Lei (escritor) y la frescura de jóvenes talentos recién salidos de la universidad. Un supergrupo interdisciplinar dedicado en cuerpo y alma a la animación.

El objetivo principal de Te Wei era (siempre fue) estudiar y explorar la identidad nacional para conseguir de esta manera alumbrar una animación de carácter indiscutiblemente chino. ¿Lo consiguió? Por supuesto, pero fue una victoria que a causa de la Revolución Cultural quedó luego truncada. Todos los esfuerzos, todos los logros alcanzados fueron mutilados con la Gran Revolución Cultural Proletaria de Mao Zedong. Fue la hecatombe no solo para la animación, sino para las artes del país en general. La permisividad del Movimiento de las Cien Flores había quedado atrás, esos años en los que el Partido Comunista había estimulado la creatividad de los estudios fue como si nunca hubiesen existido. Una época de represión y conservadurismo llamaba a las puertas.

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Te Wei charlando con Jiajun Qian sobre su trabajo conjunto en el cortometraje «Mu Di» (1963)

Los trabajos de Te Wei y su equipo fueron duramente criticados por no plasmar los ideales del maoísmo y la lucha de clases; y como se negaron a rectificar, fueron enviados a campos de reeducación y trabajo en el interior del país. Algunos no sobrevivieron. Clausuraron los estudios. Mantuvieron a Te Wei durante un año entero aislado en una habitación minúscula, donde era torturado, se le privaba de sueño durante días, y era interrogado con profusión. Después, lo enviaron a criar cerdos a una granja  junto a su colega animador A Da. Hasta 1973 no se le permitió el regreso a los estudios, y no fue hasta 1976, cuando finalizó la Revolución, que no recuperó su posición anterior.

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«Rata y candil» de Qi Baishi

Pero regresando a tiempos más felices, Te Wei durante los años sesenta alentó a sus compañeros a experimentar con tradiciones artísticas de siglos de antigüedad para incorporarlas a un medio de expresión moderno, y construir así una animación inherente a China. Te Wei hizo lo propio, y cosechó gran impacto a nivel internacional mucho después. Esta búsqueda de la identidad nacional llevó a los estudios también a conseguir importantes hitos a nivel técnico, que colocaron a la vanguardia mundial al país; y nuestro protagonista de hoy alcanzó algo que parecía imposible: otorgar movimiento al estilo huaniao hua del influyente pintor Qi Baishi (1864-1957). Sus obras de tinta y agua, con esa sensibilidad y principios estéticos tan característicos de Catai, fueron volcados por primera vez en Xiao ke dou zhao mama (1960) o Los pequeños renacuajos buscan a su mamá, que ganó diferentes premios en los festivales de Annecy, Cannes y Locarno. Y aquí lo podéis disfrutar.

Tras la Revolución Cultural, la actividad en los Shanghai Animation Film Studios fue entusiasta, quizás como una manera de recuperar el tiempo perdido y liberar todas las frustraciones acumuladas. El mismo Te Wei explicó que los 80 fueron unos años de gran intensidad durante los cuales los estudios llegaron hasta los 500 profesionales en nómina, pero trabajando con una minuciosidad que contrastaba con la de sus vecinos japoneses y taiwaneses. Sin embargo, los tiempos empezaron a cambiar, y los nuevos aires de apertura que aportaba Den Xiaoping no favorecían demasiado el ideario de Te Wei de excelencia y exploración de la personalidad china. Nuevas empresas norteamericanas y japonesas imponían un nuevo ritmo de trabajo y patrones de calidad, donde la rentabilidad era (es) prioritaria. Los nuevos talentos eligieron los mejores sueldos que ofrecían las compañías extranjeras, y la animación china quedó, en cierta forma, estacanda. Eso lo vio venir con total lucidez Te Wei, y no le hizo nada feliz. Esa es uno de las razones por las que la animación china actual se encuentra, a pesar de su glorioso pasado, bastante más atrás que la japonesa. Aunque tiene pintas de que eso está variando un poquillo (¡bien!).

Regresando a Te Wei, si por algo será recordado es por su exquisita elegancia y perfección a la hora de verter la filosofía artística china en los dibujos animados. Por ello, nada mejor para homenajearlo que dar un repaso pequeño a las que considero sus 3 obras más importantes. Al menos de las que he visto, porque no he podido catar todo su trabajo. Lamentablemente.

El general orgulloso (1956)

Jiao Ao de Jiang Jun

En 1955, Shanghai Animation Film Studios recibió un premio en el Festival de Animación de Venecia  por el trabajo Why crows are black. Pero este galardón fue, en cierto modo, un regalo envenenado, ya que el jurado lo consideró una obra excelente… soviética. ¿Sirvió esto de acicate para que Te Wei tomara la decisión de enfocarse en crear una animación netamente china? Es posible, porque un año después alumbró este Jiao Ao de Jiang Jun. Y aunque las influencias de Ivan Ivanov-Vano o Disney son incuestionables, estamos frente a un cortometraje que se inspira en el folclore chino y bebe de su lenguaje visual. De hecho, El general orgulloso toma la Ópera de Beijing como referencia absoluta. Ahí tenemos como personaje principal al tradicional jing acompañado del chou, que asume el rol cómico. La música y los movimientos de los personajes son especialmente escrupulosos; y no es de extrañar, ya que Te Wei invitó a los estudios a varios profesores especialistas para aprender de ellos.

La historia tiene lugar en un momento indeterminado del medievo, en el que Te Wei refleja ese sistema feudal que tanto le gustaba criticar al Partido Comunista, pues representaba la China obsoleta que había que superar. Se trata de un cuento dirigido al público infantil, donde la soberbia y autocomplacencia de un general lo conducen al desastre. Y es que para el gobierno chino de entonces las «películas de arte» (dibujos animados) eran una mera herramienta pedagógica para niños, no se concebían de otra manera. De ahí que Jiao Ao de Jiang Jun se encuentre a rebosar de situaciones chistosas y posea un aire ingenuo muy claro.

El general orgulloso es un cortometraje de precioso colorido y refinados detalles, que empiezan a esbozar ese genio chino que Te Wei deseaba cristalizar en las obras de los estudios. La animación es fluida y los diseños, aunque de vena occidental, son realmente esmerados. Un obrita mucho más que interesante.

La Flauta y el pastor  (1963)

Mu Di

Con Xiao ke dou zhao mama (1960) o Los pequeños renacuajos buscan a su mamá cambió todo. Ese deseo (¿o fue un reto?) que expresó el vicepremier Chen Yi en voz alta, de poder ver algún día los dibujos de su admirado Qi Baishi en movimiento, fue satisfecho con largura por Te Wei. Y eso solo fue el principio. Tras el éxito de los renacuajillos, los estudios decidieron dar un paso más, y llevar las atrevidas innovaciones de Li Keran a la pantalla. Con búfalos de agua incluidos. Y el resultado fue este Mu Di o La Flauta y el pastor, una maravilla de la animación ¡y la música!, donde todo se encuentra entretejido de manera armoniosa y sutil.

La historia es muy sencilla, y remite a la misma noción de separación-reconciliación de Xiao ke dou zhao mama. Un niño que cuida de un búfalo de agua sale a pasear con él, y decide echarse una siestecita. En ella sueña que el animal desaparece por la espesura, y tiene que llamarlo tocando una melodía con su flauta. Por supuesto, tampoco pasan desapercibidas esas reminiscencias taoístas en las que se atisba la mariposa de Zhuangzi.

Desgraciadamente, a pesar de sus delicadas metáforas y fascinante belleza, Mu Di fue vilipendiada por el el gobierno chino, que consideró el cortometraje inane y perjudicial para la mente de un buen ciudadano. Esta obra, junto a otras de Shanghai Animation Film Studios, fueron prohibidas y no se volvieron a exhibir hasta los años 80. Esos hermosos bosques de bambú y sauces llorones permanecieron ocultos durante más de diez años por culpa de la intolerancia e ignorancia. Penoso, aunque hoy ya no nos faltan oportunidades para disfrutar de La Flauta y el pastor… así que, ¡aprovechad bien la ocasión!

Emoción de montaña y agua (1988)

Shan Shui Qing

Esta fue la última obra de Te Wei, su testamento artístico; y lo realizó a conciencia, porque ya había decidido que no haría más animación. Es mi obra favorita de lo que he visto de su trabajo, y a Isis también le gusta, especialmente la música, por la que siente una predilección muy curiosa. Sigue la misma estela de serenidad shan shui que aparece en Mu Di, aunque depurada y perfeccionada. No sé qué es lo que me fascina más de este cortometraje, si el sonido del viento, la música del guqin o sus silencios. O las tres cosas. ¿O en realidad es su maestría con los vacíos, la abstracción pura de sus paisajes los que me dejan como hipnotizada? Emoción de montaña y agua es un cuento de aprendizaje, humildad y asombro, narrado con una cadencia melancólica que evoca, de nuevo, los ideales del taoísmo y su noción tradicional de la inmortalidad.

El argumento trata sobre un músico empobrecido y enfermo que, a cambio de clases de guqin, es cuidado por una alegre adolescente con ciertas aptitudes musicales. Te Wei resumió en Shan Shui Qing todas sus inquietudes y logros en el mundo de la animación, y la convirtió en su opus magnum. Sin duda, un trabajo extraordinario que, cómo no, ganó multitud de premios por todo el globo.

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Y esto ha sido todo por hoy.  Me gustaría poder decir que no voy a tardar mucho en publicar la siguiente entrada, pero no os lo puedo asegurar. Lo que sí os confirmo es que habrá, porque está ya medio bosquejada en mi cabeza; y si la mantengo mucho tiempo dentro del cráneo, lo hará explotar. Y no quiero convertirme en una criatura acéfala tan pronto. Así que tardará, pero no demasiado. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.