Creo que todavía no he hecho una entrada dedicada al séptimo arte japonés. Tampoco es que este blog esté enfocado en él, más bien al mundo del manganime; pero como en general escribo sobre todo lo relacionado con Japón que me gusta, aprovecho estos Tránsitos para presentaros una película que encaja perfectamente en ellos. Tranquilos, solo quedan unos días y ya dejaré de lado lo macabro por un rato. Por un rato.
Podría haber elegido cualquier film actual entre ese boom que ha supuesto en Occidente el J-Horror. Hay películas que me gustan del género, que conste, y muchas. Pero hoy no. Hoy toca un clásico del cine nipón. Hoy me centraré en Ugetsu Monogatari (1953) del grandísimo Kenji Mizoguchi (1898-1956).

Para empezar, Ugetsu es una palabra que designa una luna brumosa de fulgor pálido, rodeada de nubes cargadas de lluvia. Ese momento en el cielo está relacionado con la aparición de seres enigmáticos y fabulosos en la tradición asiática. Monogatari lo podríamos traducir como historia, leyenda, cuento.
Ugetsu Monogatari tiene raíces literarias, como muchas películas. Se trata de un libro de relatos, nueve en total, del escritor Ueda Akinari (1734-1809) y publicado en 1776. Creo que no voy a insistir mucho en la relevancia de este autor en la literatura japonesa, pero se trata de una de sus figuras clásicas más importantes. Este caballero, por sus circunstancias vitales, tuvo un profundo apego a todo lo místico y sobrenatural plasmándolo, lógicamente, en su obra. Se podría decir que Ueda Akinari fue un pionero de la weird fiction en Japón y su libro más célebre, este Ugetsu Monogatari o Cuentos de lluvia y de luna (Trotta, 2002) como se ha traducido al español, no deja de ser una recopilación de cuentos góticos o kaidan. Y de los más importantes en las islas. La influencia china no podía faltar, en realidad son adaptaciones de relatos de la Dinastía Ming (1368–1644) pero acomodadas enteramente a Japón y, sin duda, empapadas de su espíritu poético y emocional, alejado del racionalismo del Continente. Ya imaginaréis que, a pesar de que fue un escritor dirigido a un sector creciente y educado de la población (la Edad Media ya quedaba atrás), conformado por comerciantes y pequeños burgueses (chônin), su influencia y trascendencia no ha sido, por eso mismo, pequeña.
Para el que esté interesado, existe un tebeo de la mangaka Tokiko Hiwa del mismo nombre, pero no adapta todos los relatos. La verdad, desconozco si la intención era solo hacer tres cuentos (vaya ful) o cancelaron la publicación, pero no es del todo mala lectura y el dibujo es más que decente. Aunque lo idóneo habría sido completarlo.
Pero la película de Mizoguchi tampoco podemos decir que sea una adaptación fiel del yomihon de Akinari. Es similar a lo que le sucede a Kwaidan (1964) respecto a Lafcadio Hearn, pero bastante más severo. El film se inspira en los temas presentados en la obra literaria y, además, no cuenta nueve historias sino que surge una completamente nueva basada en dos de ellas. Por no hablar de la influencia extranjera, sobre todo en la subtrama, de mi querido Maupassant a través de su novela Décoré ! (1883).
Ugetsu es un jidaigeki o drama de época; y nos traslada a los últimos años del violento período Sengoku (1467-1568), en las costas norteñas del lago Biwa. En un entorno rural, deprimido y castigado por la guerra, viven dos matrimonios vecinos y parientes: Genjurô/Miyagi y Tôbei/Ohama. El protagonista, Genjurô, es un campesino que quiere probar suerte vendiendo cerámica en la ciudad más cercana, Nagahama. Su cuñado, Tôbei, sueña con convertirse en un samurái y decide, en contra de la sensatez de su esposa Ohama, ir también. A Genjurô le va bien, la guerra impulsa la venta de su mercancía; y regresa a casa con dinero y regalos para su mujer e hijo. Tôbei, sin embargo, sufre un desengaño por no ser aceptado siquiera como mero soldado, teniendo que volver con el rabo entre las piernas. Pero la ambición no ha desaparecido, al igual que la avaricia de Genjurô empieza a crecer sin medida. Arriesgando incluso la vida, consigue hacer una nueva remesa de cerámica en pleno ataque y saqueo de su aldea. Miyagi, su mujer, le sugiere que no es necesario tanto afán, porque estando los tres juntos y teniendo lo básico para vivir, es ya feliz. Pero Genjurô está cegado y, después de intentar ir los cinco a la ciudad navegando a través del lago, deja a Miyagi y a su hijo en la orilla. Promete volver en 10 días. Pero al llegar a la ciudad, todo cambia. El negocio marcha bien, pero Tôbei huye con su parte del dinero abandonando a Ohama; y Genjurô se cruza con la misteriosa Dama Wakasa, que le pide lleve algunas piezas a su mansión de Kutsuki. Los destinos de los cuatro discurren por muy diferentes caminos. Las mujeres padecen las consecuencias de la guerra, mientras que los hombres se pierden en dos mundos ajenos a la crueldad de la realidad. La temática de fondo es clara: la naturaleza humana ante la calamidad.
Ugetsu no deja en buen lugar al género masculino y lo hace responsable de las desgracias femeninas. No os llevéis a engaño, Mizoguchi no era feminista ni nada parecido, pero tenía una visión de la mujer bastante peculiar para su tiempo. Aun así, se deja entrever su compasión y sensibilidad por el ser humano en general. Todo tiene un leve aire fatalista en el que la aceptación del destino, con entereza, es parte de esa calma tan característica de la película. El desarrollo y desenlace no son los que un espectador occidental pudiera esperar; aunque alguien acostumbrado a meterse litros y litros de mangas y anime en vena, quizá no los halle tan inusuales. Añadir que este director no estaba muy de acuerdo con el final, pero en mi humilde opinión está muy bien como está.
¿Y dónde está lo fantasmagórico aquí? Más bien parece una historia dramática con pinceladas bélicas y cierta crítica social. Pues bien, Ugetsu es eso y más. Tiene el pesimismo propio del naturalismo, el melodrama del shinpa, características del Nô y, entretejido, el elemento sobrenatural con la sutileza que solo un japonés puede otorgar. Lo maravilloso se acepta, en cierta forma, como parte de la vida; no existe una dicotomía tan pronunciada como en Occidente. Eso puede llevar a la superstición fácilmente, pero también a saber expresar esta faceta con orden y eficacia.

El film trascurre con parsimonia; es de una elegancia zen incluso en momentos de angustia. Realmente hermoso. Muestra sin tapujos un drama social sin grandes aspavientos pero sin abandonar la emotividad cuando se requiere. Me gustaría destacar el uso de los silencios musicales. Escalofriantes. La música, de pautas tradicionales, juega un papel importantísimo, pero tiene su lugar y está dosificada con un cuidado milimétrico. No es como ese runrún de fondo continuo que suena habitualmente en la mayoría de las películas. Tiene su significado, al igual que su ausencia.
A veces da la sensación de estar viendo una sucesión de pinturas o cuadros, con esos planos largos, serenos y en movimiento horizontal. Pero no cercenados, sino unidos en secuencia. Y merecen ese tratamiento, porque las composiciones son de una delicadeza casi hipnótica, y necesitan admirarse. Aunque son de gran sobriedad también, casi tendiendo a la abstracción.
En conjunto, es una obra armoniosa y asequible. No es un producto comercial, eso seguro, pero cualquier persona con un mínimo de sensibilidad y curiosidad por Japón la podrá disfrutar sin dificultades. A pesar de que sea en B/N o de hace 60 años, que eso tampoco deberían ser inconvenientes. La estructura no es compleja, aunque las historias que narra son ricas y plenas de matices. Eso es lo bueno, mediante una aparente simplicidad formal, Mizoguchi cuenta muchas cosas. Y cosas para nada complicadas de entender además.
Si no conocéis todavía a Kenji Mizoguchi, esta es una buena manera de introduciros en su filmografía. Ugetsu me parece la mejor película de las que he visto de él, pero es solo mi opinión, y no me dedico a la crítica de cine. Con ella recibió el León de Plata en el Festival de Venecia, por si os interesan los galardones, y es su obra más famosa. ¿La recomiendo? SÍ, SÍ, SÍ, SÍ y SÍ.
Buenos días, buenas tardes, buenas noches.