cine, Noirvember: los bajos fondos de Japón

Noirvember: Flor pálida (1964) de Masahiro Shinoda

Y vamos a cerrar el Noirvember: los bajos fondos de Japón de este 2018 con una película a la que tengo mucho cariño. No he podido evitar dejarme este caramelito para el final, pues se trata de uno de mis noir favoritos. Y si digo favorito me refiero en general, no solo al cine japonés. Flor pálida (1964) o Kawaita Hana de Masahiro Shinoda es una obra maestra de esas que quedan sepultadas bajo las monstruosidades imprescindibles de Kurosawa, Ozu o Mizoguchi. ¿Quién no ha visto, aunque sea solo una vez, Los siete samuráis (1954) de Kurosawa? ¿Qué alma perdida no conoce Tokyo Story (1953) de Yasujirô Ozu?  ¿Y la maestría de Mizoguchi en La vida de Oharu (1952)? Todo el mundo sabe, como mínimo de oídas, sobre estas películas, ya que son auténticas joyas del cine mundial. Y Flor pálida merecería estar también entre ellas, porque no tiene nada que envidiarles. Desgraciadamente, se halla todavía en ese coto hostil del connaisseur, apartado del ojo del gran público donde pertenece.

Pero en SOnC queremos remediar eso, y aunque nuestro radio de influencia es ridículamente exiguo, ¡eso no nos va a desanimar! Algún día, en algún momento del nuevo siglo, un peregrino de internet, perdida por completo la orientación en sus infinitas búsquedas, llegará hasta aquí. Y sabrá, si decide continuar leyendo, de esta extraordinaria película que cambiará su vida. Sin duda.

pale2

De Masahiro Shinoda (Gifu, 1931) ya he hablado en otras ocasiones por aquí, y aunque en mi humilde opinión es un cineasta un poquitín irregular (aunque muy versátil, ojo), las obras que me han convencido de él, sin embargo, me han dejado siempre embelesada. Este señor tiene un refinado gusto por el detalle, una delicadeza plena de sobriedad y, a la vez, ensueño. Y en Flor pálida encontramos eso, a pesar de la ferocidad de las materias que toca. No quiero escribir una reseña excesivamente larga (a ver si lo consigo), porque se trata de un film con un guion muy sencillo, y que está creado para provocar sentimientos encontrados y estimular reflexiones personales. Así que intentaré seguir los consejos del ilustre filósofo Baltasar Gracián, que desde las profundidades del s. XVII nos avisaba de que  «lo bueno, si breve, dos veces bueno». Ahí queda.

Flor pálida la podemos incluir tanto en del noir como dentro de la Nueva Ola japonesa o Nûberu Bagû. A diferencia de sus hermanas francesa y polaca, nació en el seno de una major, Shochiku. La llegada de la televisión a los hogares estaba alejando a los espectadores de las salas de cine, y las productoras empezaron a idear nuevas formas de atraer a la gente. Nikkatsu, por ejemplo, se enfocó en el público juvenil; y Shochiku, que estaba adquiriendo una peligrosa fama de hortera, decidió apoyar a una nueva generación de directores que abogaban por una renovación profunda del cine. Nagisa Ôshima, Yoshishige Yoshida y Masahiro Shinoda fueron sus adalides, aunque otros creadores como Hiroshi Teshigara, Shôhei Imamura o Yasuzo Masumura, entre otros, aportaron lo suyo. Tomó el relevo de las majors a finales de los 60 The Art Theatre Guild, que continuó apoyándolos.

La Nûberu Bagû, aunque tenía nexos en común con la Nouvelle Vague, no fue solo una buena imitación de la europea. Como era de esperar, adquirió una singular personalidad. La Nueva Ola japonesa buscaba emanciparse de las formas del cine de posguerra, experimentar, encontrar su propio lenguaje y trabajar temáticas hasta entonces impensables, acordes a la realidad social: la discriminación hacia los burakumin y los coreanos, la liberación de la mujer, la alienación de la juventud tras la ocupación norteamericana o la violencia descarnada (para nada heroica) de la yakuza. Fue un movimiento artístico además bastante heterogéneo, donde Flor Pálida brotó no sin ciertas dificultades iniciales, para finalizar siendo un éxito algo controvertido.

Kawaita Hana narra la historia de un yakuza recién salido de la cárcel, Muraki. Asesinó a un hombre de un clan rival. El mundo ha cambiado desde entonces, pero en otros aspectos permanece igual. Sus reflexiones, de tono nihilista y misántropo, abren el film como una tajante declaración de principios. Muraki es un fatalista que acepta con estoicidad gélida su papel. Aun así, siempre seguirá su propia senda, pero con una lealtad absoluta al oyabun, con un respeto devoto a su ceremonia y ritual. Ser yakuza es lo que le define, y lo asume sin titubear. Él es un hombre además austero, y se permite muy pocas indulgencias. La principal de ellas son las cartas hanafuda: le encanta apostar. Y en uno de los locales clandestinos donde yakuza y otras gentes de vida complicada se reúnen para jugar, conoce a Saeko.

Saeko es una niña bien tokiota que está enganchada al juego. Apuesta grandes sumas de dinero, que gana y pierde sin pestañear. Es distante, fría e inteligente, justo el polo opuesto de mujer al que Muraki está acostumbrado. Ambos se perciben de manera inmediata, y la atracción surge de forma natural. Los dos orbitan el uno en torno al otro, sin tocarse, pero más próximos entre ellos que cualquier otro ser humano. Muraki la presenta en nuevos locales de juego donde las apuestas son desorbitadas, pero para Saeko, que es una yonqui de las emociones fuertes, no parece ser suficiente. Sin embargo, la presencia de un nuevo miembro del clan, el hongkonés Yoh, llama su atención. Su fama es nefasta, se trata de un silencioso drogadicto de mirada letal. Muraki instintivamente detecta que es un peligro para los dos, pero a Saeko esa amenaza la excita más.

Hay tres cosas que resplandecen como un reactor nuclear en este film: las personalidades de Muraki y Saeko, el sonido y su elegante composición. El resto casi (y remarco el casi) palidece. Muraki y Saeko son todo actitud. Muraki, una contradicción andante: lobo solitario y fervoroso siervo, clásico antihéroe pero de mediana edad, cauteloso aunque apasionado, un existencialista que vive como un ermitaño y, a la vez, un jugador empedernido; compasivo pero que únicamente es capaz de alcanzar el éxtasis matando. Es un profesional impasible. Saeko, una enigmática femme fatale para la que todo es un juego, que arriesga, gana y pierde con impavidez. Una mujer que desea sentir pero no sabe cómo, y que busca sin cesar ir más allá. Más dinero, más velocidad, más riesgo. Algo que desate un chorro de adrenalina que atrape la euforia, traspasar la muerte.

Ambos aman el silencio, ambos son profundamente inmorales. Y los dos compartirán un extraño amor fou que se expresará a través de los espacios, distancias y vacíos. La suya no es una historia de redención, sino de hundimiento y decadencia. Voluntarios, además. Un cuento de autodestrucción que halla su inspiración en Las flores del Mal (1857) de Charles Baudelaire.

Es curioso que un vértice del triángulo del film apenas haga acto de presencia más que un par de minutos en total. Yoh, el inquietante y pálido toxicómano que nunca juega, solo observa, brillante como el filo de una navaja. Él será el catalizador, una atracción fatal para Saeko en su búsqueda inconsciente de la muerte. La personificación del tan anhelado caos. El resto de personajes secundarios son esbozados con rapidez y trazo grueso, pero son fácilmente identificables: el cachorro violento y fiel, la amante despechada, el colega hedonista y cool, etc. No hay blancos, no hay negros; solo un horizonte infinito de grises.

Pale Flower nos sumerge en los bajos fondos de la ciudad portuaria de Yokohama. Con sus callejuelas estrechas, comercios destartalados y fauna de escasa confianza. Es un paisaje urbano predominamente nocturno, a ratos asaltado por negros chubascos, donde las casas de juegos ilegales se llenan de espesos humos y miradas febriles. Todos se conocen, los extraños deben ser apadrinados, no se aceptan deslealtades. Si algo similar ocurre, la reacción es mortífera. Los oyabun, sin embargo, antiguos enemigos ahora aliados, permanecen casi siempre alejados de la sordidez. Con serenidad cavilan y deciden, entre la cotidianidad de un bol de ramen, una carrera de caballos o la alegría del nacimiento de un hijo. Cuidan de los suyos y no se apresuran en la vengaza. Que llega, siempre llega.

Flor Pálida es magistral en su tratamiento del sonido. Fue el compositor de la banda sonora, el gran Toru Takemitsu, quien sugirió a Shinoda que grabara todos los sonidos posibles, porque los ensamblaría. Y ahí están presentes, como esas llamadas del croupier que resuenan como mantras o el hipnótico repiqueteo de las maderas y las cartas. Estos sonidos moldean una banda sonora de acordes discordantes, completamente dedicada a la exploración de las emociones de los personajes, y casi rozando una gloriosa cacofonía.  La sincronía con los planos y secuencias de Shinoda es insólita. El clímax sexual se alcanza a través de un asesinato, que es plasmado con una valiente iconografía religiosa y la prodigiosa voz de Janet Baker en su «Lamento de Dido», de la ópera de Henry Purcell Dido y Eneas (1689). Esa sola secuencia, filmada en slow motion, merece el visionado de toda la película.

No hace falta ser un experto para percatarse de la influencia de Godard, Antonioni o del cine negro clásico estadounidense en Flor Pálida. Todas las grandes obras beben siempre de otras; sin embargo, Shinoda incorpora, como no podía ser de otra forma, su propio genio creativo. No hay que perder de vista que trabajó durante años como asistente de Yasujirô Ozu, y heredó su natural elegancia pero dotándola, en este caso particular, de una belleza tenebrosa. Poesía, filosofía y una suerte de realismo brutal, bajo los fuertes contrastes de luces y sombras de los bajos fondos.

Y al final me he enrollado como una persiana. Qué le vamos a hacer. Una se pone a escribir y… pues eso. Espero haber suscitado al menos un poco de curiosidad por Flor Pálida, una película que hiela los huesos. El broche de oro para el Noirvember de este año. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

cine, Noirvember: los bajos fondos de Japón

Noirvember: Female Prisoner 701: Scorpion (1972) de Shunya Itô

Estamos ya finalizando noviembre y, como era de esperar, me he dormido un poco en los laureles con el blog. He estado algo ocupadilla, pero aun así no hay excusa porque podría haber organizado mejor mi tiempo. Mea culpa. No obstante, espero subsanar este pequeño vacío con la reseña de una película que se aleja un pelín del concepto general que tenemos tanto del cine noir occidental como japonés. Se podría considerar una especie de ramificación en el género, una evolución; aunque eso supondría simplificar bastante el asunto.

Pero me estoy adelantando, lo primero es lo primero. El film que hoy vamos a destripar en SOnC es Female Prisoner 701: Scorpion (1976) o Joshû Nana-maru-ichi Gô: Sasori, la primera obra de una saga de cuatro películas. Y, aparte de pertenecer al noir, se podría englobar dentro de lo que se llamó Pinku Eiga y WiP films (Women in prison films); ambos incrustados en el celebérrimo, al menos durante los 70’s, cine de explotación o explotation.  Que en Japón, como era de esperar, tuvo sus propias características.

scorpion3
La prisionera 701: Escorpión

Debo aclarar que no voy a hacer una reseña desde la perspectiva de género, me parece baldío, sobre todo si se sabe un mínimo sobre películas explotation y WiP. Los años 70 fueron, en general dentro del cine, de una misoginia deslumbrante; y si ya nos adentramos en los subgéneros que he acabado de mentar, el asunto se pone realmente doloroso. Son películas que, ante todo, van dirigidas a un público joven masculino ávido de acción, violencia y sexo, por lo que no se pueden encontrar demasiadas sutilezas. La mujer tratada como objeto, simple y llanamente. Sin embargo, soy de la opinión de que no se deben mirar las obras del pasado con las gafas del presente. Resulta injusto. La mentalidad y sensibilidad de los años 70 no es la que poseemos actualmente; y aunque es necesario tener muy claro que este tipo de films serían imposibles de realizar en la actualidad por su machismo rampante, continúan siendo películas de gran interés en otros aspectos, incluso de suma calidad. Una cosa no quita a la otra. De todas formas, he llegado a leer por ahí que Female Prisoner 701: Scorpion es una película feminista (jojojo) y nada más lejos de la realidad. El que opine así vio la película beodo perdido y/o no tiene ni repajolera idea de lo que es el feminismo.

El cine de explotación de los 70, donde encuadramos Joshû Nana-maru-ichi Gô: Sasori, se caracterizaba sobre todo por su rapidez de producción, bajo presupuesto y alta rentabilidad. Eran películas que buscaban llevar a la gente de nuevo a las salas de cine, que en Japón a finales de los 60 se estaban quedando vacías. Y para ello, el reclamo fueron films de temáticas impactantes, contenido efectista y con el potencial de atraer al público juvenil. Y lo lograron.

Female Prisoner 701: Scorpion pertenece, además, al género erótico o pinku eiga, del que Toei creó su propia versión: el pinky violence. Como indica su nombre, se trataba de un subgénero donde violencia y una fuerte sexualización del cuerpo femenino se daban la mano. No obstante, en estas películas las protagonistas no eran simples muñecas en manos de hombres perversos, sino que aparecían como auténticas rebeldes que cuestionaban las estructuras de poder masculinas que las estaban sojuzgando. Espíritus independientes y luchadores en el típico infierno de los WiP films, donde se las sometía a cientos de maltratos, torturas, violaciones, humillaciones varias, etc. Fueron obras, por otro lado, que permitieron mostrar a los japoneses una sexualidad femenina hasta entonces desconocida: fuerte, categórica, resolutiva.

La saga de Female Prisoner Scorpion brilla con luz propia en el explotation nipón, y su estrella indiscutible fue la reina del género Meiko Kaji, que creó un personaje ya mítico: Matsu, la escorpión. Estas películas fueron un punto de inflexión en la carrera de la actriz, y junto a la bilogía de Lady Snowblood (1973-1974), lo más reconocido de su trabajo en Occidente.

En 1971, con su trayectoria comenzando a despegar, Kaji decidió migrar de Nikkatsu, donde había protagonizado obras trepidantes como La maldición de la mujer ciega (1970) o la saga de Stray Cat Rock (1971-1970), a Toei. ¿Por qué razón? Nikkatsu estaba cambiando su política cinematográfica, enfocándose en el Pinku eiga, y Kaji prefería seguir haciendo películas de acción. Su debut en la productora Toei fue impecable, con la serie Gincho: Wandering Ginza Butterfly (1971) y Wandering Ginza Butterfly 2: She-Cat Gambler (1972). Pero fue Female Prisoner 701: Scorpion el film que le hizo destacar y alcanzar la fama. El éxito fue tal que lo que en principio iba a ser solo una película (la que hoy nos atañe) se convirtió en una tetralogía. Las tres primeras fueron el estreno como director del gran Shunya Itô, por cierto. Estos cuatro trabajos resultan, sin duda, la cima creativa del explotation japonés de los 70.

Female Prisoner Scorpion está basada en el manga Sasori (1970-1975) de Tôru Shinohara. Fue serializado por Big Comic y recopilado en 11 tankôbon, siendo un tebeo de gran popularidad en su tiempo. Este prestigio en el mundo del cómic fue el que animó a Toei a dar luz verde al proyecto, pero no fue una adaptación al uso. No he tenido aún la oportunidad de leer este manga, pero por lo que he podido indagar se trata de una obra bastante explícita en lo que se refiere a violencia, sexo y… palabrotas. Un retrato cruel  e hiperbólico de la vida de una mujer injustamente encarcelada. Kaji e Itô se encargarían de modelar esta materia prima para recrear un mundo lleno de espeluznantes sobresaltos.

Female Prisoner 701: Scorpion es la historia de una venganza. Una vendetta cocida a fuego lento, hija de la paciencia y una férrea resiliencia, casi sobrehumana. Nami Matsushima (Matsu) es una mujer enamorada de Tsugio Sugimi, un detective que trabaja en la brigada de narcotráfico. Haría cualquier cosa por él, así que cuando le solicita ayuda para que se infiltre en un club nocturno de la yakuza, ella no duda en hacerlo. Lo que no sabe es que su amante es un poli corrupto hasta la médula, y para congraciarse con los mafiosos la ha vendido como un mero trozo de carne. Es violada por una decena de hombres, y luego Sugimi le arroja billetes al suelo «por los inconvenientes». Matsu, humillada, traicionada y enferma de ira, intenta matarlo con un cuchillo, pero falla. Así que es encarcelada por conato de asesinato.

Y de esta manera comienza la película: con un intento de fuga por parte de Matsu y otra presa, Yuki, y cómo son atrapadas y enviadas de nuevo a prisión. La cárcel donde se encuentra Matsu no es un presidio cualquiera, está administrado por una caterva de sádicos patriotas que se regodean en el abuso de poder y autoridad. Por supuesto, hay reas que colaboran activamente para sustentar esa estructura de salvajes extralimitaciones, y que disfrutan tanto como sus guardianes atormentando a sus compañeras.

Pero Matsu no es una convicta como las demás. Todos la temen. De la inocente muchacha ultrajada, ha mutado a una mujer fría, perspicaz y concentrada en cuerpo y alma en escapar de la cárcel, para así ajustar cuentas con todos aquellos que la hicieron sufrir. Es peligrosa, porque no deja pasar ni una; y tarde o temprano acaba desquitándose, incluso de sus compañeras de la trena. A causa de su enorme fortaleza estoica y serenidad, suele ser objetivo habitual de crueldades; sin embargo, su fama de tipa dura traspasa los muros de la penitenciaría, por lo que su antiguo amante, junto a sus compinches, deciden eliminarla. Por si las moscas. Para este fin, llegan a un acuerdo con la presidiaria Katagiri, que se encargará de que su muerte se presente como accidental.

No, no es que os lo parezca. Lo es. Matsu vive en el Averno en la tierra. Se encuentra rodeada de letales enemigos en un infecto agujero. Todo hay que decirlo, el explotation nipón, sobre todo sus WiP films, eran muchísimo más oscuros y feroces que sus hermanos occidentales. El prominente nivel de sadismo que pueden alcanzar los japoneses cuando se empeñan siempre me ha sorprendido; resulta de una inventiva casi una miaja preocupante, diría yo. Pero nuestra anti-heroína puede con todo, su tenacidad no tiene límites; su perseverancia es recompensada.

Female Prisoner 701: Scorpion no se distingue por un desarrollo psicológico de los personajes demasiado elaborado (más bien al revés); sin embargo, Meiko Kaji concibió en Matsu un icono pop en toda regla. Su largo y flotante cabello negro, su pamela ladeada, estilizado abrigo y, ante todo, su mirada hipnótica, forman parte ya de la leyenda. Kaji planteó sus propias ideas a Itô, y este aceptó todas las innovaciones que propuso respecto al manga. La primera y más llamativa fue rechazar toda la verborrea malsonante que escupía Matsu en el tebeo, para transformar el personaje en una mujer prácticamente muda. Una maestra del silencio, enigmática y tenebrosa, en cuya expresión corporal y, sobre todo, en sus ojos, recae toda su fuerza. Y menuda fuerza, Meiko Kaji sobrecoge, fascina, aterroriza desde la profundidad abisal de esos iris negros. Es posible que inspirada en el «héroe sin nombre» de Yojimbo (1961) y, a su vez, en el Clint Eastwood  de Por un puñado de dólares (1964), cuya parquedad insolente domina la pantalla.

Meiko Kaji, recordemos, se fue de Nikkatsu por su nueva orientación pinku eiga, por lo que no estaba dispuesta a salir constantemente desnuda en Toei. Así que propuso la idea de que Matsu no apareciera mucho en cueros, que se trasladara todo el peso del nudismo al resto del elenco femenino. Esto hizo que Female Prisoner 701: Scorpion se distinguiera del resto de películas de explotación, donde las mujeres en pelotas eran el plato fuerte. Matsu trascendió las convenciones del género de muchas maneras, entre ellas la de poseer total autonomía y no utilizar su cuerpo como mera gratificación para el público masculino.

Pero por si alguien dudaba de que Meiko Kaji no era el alma de esta obra, el inicio puede presumir de su maravillosa voz, con un tema que es ya un clásico, Urami Bushi, que fue utilizado junto a otra de sus canciones, Shura no Hana, en la saga de películas de Quentin Tarantino Kill Bill (2003-2004). Y no fue lo único que el director italoamericano se llevó bajo el brazo de Female Prisoner 701: Scorpion, por cierto.

Female Prisoner 701: Scorpion, a pesar de todas sus novedades, sigue siendo puro explotation, y no se le deberían exigir las mismas cosas que a un film ajeno al género. Tiene un guion bastante insensato, con una falta de coherencia interna a ratos que desconcierta; aun así, es tremendamente emocionante. La sobreactuación está a la orden del día, que se adapta a la perfección a todos esos recursos teatrales que Itô utiliza; y se nota a la legua que es una adaptación de un manga, porque la fragancia pulp es notoria. Precisamente por tratarse de cine de explotación, Itô pudo permitirse el lujo de introducir elementos del surrealismo, y otorgarle a la película una fuerte carga simbólica. Y así, como quien no quiere la cosa, realizar discretas críticas sociales. Vincular autoritarismo y violencia con la bandera japonesa en ciertos planos no es para nada casual.

La abundancia de planos holandeses, esa iluminación exaltada y su gran riqueza cromática son características que brindaron a Female Prisoner 701: Scorpion un halo avant-garde en el que Itô se explayaría muchísimo más en las dos películas siguientes: Female Convict Scorpion: Jailhouse 41 (1972) y Female Convict Scorpion: Beast Stable (1972). Aun así, el despliegue de imaginación es admirable, como también esa mezcla de terror, brutalidad y belleza le otorga un lirismo inusitado al film. Es elegante, es sangriento, es implacable, es Female Prisoner 701: Scorpion, camaradas otacos.

Si Female Prisoner 701: Scorpion os llega a gustar, las tres restantes de la tetralogía no os defraudarán. De hecho, pueden considerarse películas mucho más redondas. Es una obra que pone a prueba la mentalidad del espectador, sobre todo la de aquellos más jóvenes y menos acostumbrados a las ¿atrocidades? que se perpetraban con naturalidad en el cine del pasado. Female Prisoner 701: Scorpion refleja muy bien la sociedad de esa época, y agrade o no, es el pistoletazo de salida de una saga cinematográfica clásica e imprescindible. Con sus virtudes y unos cuantos defectos. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

cine, Noirvember: los bajos fondos de Japón

Noirvember: El perro rabioso (1949) de Akira Kurosawa

El siguiente film seleccionado para Noirvember: los bajos fondos de Japón fue dirigido por otro habitual de SOnC: Akira Kurosawa. La verdad es que llevar un blog sobre cultura popular nipona y no mentar ni una sola vez a Pantanonegro-sensei tendría bastante delito. Y si ya nos adentramos en los cenagosos territorios del noir, su presencia es obligatoria. No soy ninguna experta en cine, pero sí me considero cinéfila; y de su faceta dedicada al thriller criminal he visto El ángel ebrio (1948), El perro rabioso (1949), Los canallas duermen en paz (1960) y El infierno del odio (1963).

Para la entrada de hoy he estado dudando entre las dos primeras bastante. El ángel ebrio es una de mis películas favoritas de Kurosawa; sin embargo, ha resultado vencedora El perro rabioso o Nora Inu. Tras un fin de semana intenso revisionando cintas, el cuerpo me ha pedido más esta. A pesar de que noviembre no sea la época del año más adecuada para hacerlo. O quizá sí. Casi es preferible observar desde la distancia de un mes más frío el bochorno implacable del verano tokiota, ¿no creéis?

A finales de la década de los 40, la todopoderosa productora Tôhô se encontraba sumida en una serie de huelgas laborales que provocaron la salida de bastantes directores, técnicos y actores de entre sus filas. Durante la tercera, Kurosawa también decidió irse y dirigir para Shintôhô, recién fundada por ex-trabajadores de Tôhô, El perro rabioso. O «perro callejero», creo que esa habría sido una traducción más fiel y acorde al espíritu de la película. Para este menester contó con la ayuda del que sería a partir de entonces un colaborador frecuente: el brillante Ryûzô Kikushima. Juntos, Kurosawa y él, adaptarían a guion cinematográfico una novela inédita del propio director.

Creo que fue la única vez en la carrera de Pantanonegro-sensei que se realizó algo semejante, lo que convirtió a Nora Inu en una obra especial dentro de su filmografía. Él tenía muy claro que para ser un buen director de cine tenía que aprender primero a escribir buenas historias y buenos guiones. Por aquel entonces, Kurosawa era un ávido lector de novela negra, y deseaba trasladar a lenguaje cinematográfico los relatos que leía de Dashiell Hammett y, sobre todo, los del belga Georges Simenon. Este último fue una inspiración clave a la hora de escribir su narración, influencia reconocida además por el mismo director.

dog4
Akira Kurosawa, Toshirô Mifune, Takashi Shimura y Noriko Sengoku durante una de las agotadoras reuniones que mantenían en el rodaje de «Nora Inu». Sengoku-san parece especialmente cansada.

Repitiendo el dúo protagonista que tan bien funcionó en El ángel ebrio, Mifune y Shimura interpretan al detective Murakami y al jefe de detectives Satô. Murakami, joven, novato e idealista; Satô, maduro, experimentado y pragmático. Una de las primeras veces (si no es directamente la primera) donde podemos disfrutar en la gran pantalla del binomio mágico de los buddy cops, que darían más tarde lugar a todo un subgénero de films de bastante éxito en los 80 (48 horas, Arma Letal, Tango & Cash, etc).

La historia comienza con el robo del arma reglamentaria de Murakami mientras viaja en un autobús abarrotado. Una Colt, su Colt. Un descuido imperdonable por su parte. ¿Cómo es posible que una fuerza de la ley haya sido burlada de semejante forma por un carterista de poca monta? ¿Qué es un samurai sin su katana? ¿Y un soldado sin su arma? Porque Murakami tiene un sentido del honor tradicional muy arraigado. Por eso, avergonzado, presenta su dimisión que, por supuesto, no es admitida. Así que, para recuperar un poco su dignidad, decide buscar personalmente al ladrozuelo y su pistola. De forma obsesiva y metódica. Sus pesquisas lo llevarán a toparse con el detective jefe Satô, y juntos seguirán la pista del arma por los bajos fondos de la ciudad.

Este podría ser un resumen, bastante breve por cierto, de Nora Inu. Pero, como imaginaréis, hay mucho, mucho más. El jefe de detectives Satô, por ejemplo, no aparece hasta la segunda mitad del film; antes, Murakami ha estado recorriendo por su cuenta el mercado negro de la ciudad y otros turbios andurriales. Todo por intentar localizar su Colt. Pero resulta bastante complicado hasta que el delincuente que la tiene en sus manos comienza a usarla. En esa época no era nada fácil encontrar munición, por lo que las balas de la pistola de Murakami son casi como una cuenta atrás. Es perentorio atrapar al criminal lo antes posible para evitar males mayores. Así que se convierte todo en una perserverante labor de investigación. Tirando del hilo, siguiéndolo a ciegas en el caótico laberinto del Tokio de posguerra.

Porque si hay algo que caracteriza este Perro rabioso es el minucioso naturalismo de sus paisajes urbanos. Aquí Kurosawa, aparte de rendir vasallaje al noir con su fulminante autopsia de la época, casi tan gélida como una crónica de sucesos, no duda tampoco en poner su historia de facinerosos al servicio del neorrealismo. Quizá por eso esta película es menos negra de lo que podría esperarse, y bascula hacia el drama cotidiano también. Se hallan ecos de El Ladrón de bicicletas (1948) de De Sica, con ese retrato tan melancólico y escrupuloso del Japón ocupado, del Japón humillado y sumido en una realidad de sordidez, miseria y cartillas de racionamiento. Un país todavía en ruinas humeantes que oscila entre el escapismo del espectáculo gregario e hipnótico del vencedor (béisbol), y la tenaz lucha diaria por sobreponerse con pundonor al desastre. Y para salir adelante no todos eligen la senda del bien.

Kurosawa no dudó en utilizar directamente la misma capital nipona como escenario, los exteriores son todos reales; y gran parte de su grabación se la debemos a Ishirô Honda, que más adelante se haría célebre gracias a Godzilla. Prostíbulos, mercados callejeros, cabarets, barrios resurgiendo de los escombros o salones de juegos desfilan ante nuestros ojos junto a su fauna correspondiente: desempleados, chiquillería sin hogar, fulanas, yakuza y rateros. Un retrato fiel y desapasionado de su era donde Pantanonegro-sensei introdujo un elemento que acabó dominando la densa atmósfera del film y doblegaría todas las voluntades: el calor asfixiante del estío. Esta incandescencia se alzó como un protagonista en sí mismo, alcanzando el clímax durante una tormenta que, como no podía ser de otra forma, arrastraría consigo toda la historia. El tiempo meteorológico como alegoría. ¡Excelente!

Los asesinos son como perros callejeros. ¿Sabes cómo actúa un perro callejero? Hay un poema sobre ello. Los perros callejeros sólo ven lo que van buscando.

Detective jefe Satô

Esta cita pertenece a un diálogo que tiene lugar en la apacible casa de Satô, donde vive con su esposa e hijos. Sentados en el porche, bebiendo mientras se desliza la noche con calma. Un remanso de paz en la vorágine de un Japón todavía perplejo. En esta conversación que mantienen Murakami y Satô quedan claras sus posturas frente a la naturaleza del crimen. ¿La miseria propicia la maldad? ¿El delincuente nace o se hace? Satô se considera simplemente un agente, y deja las reflexiones más profundas para los filósofos. Concibe la vida en blancos y negros, y esa noción le ha procurado bastantes éxitos profesionales. Su trabajo no es preguntarse por las inquietudes vitales del criminal, sino atraparlo. E impedir que delinca de nuevo. Murakami, sin embargo, desea indagar más allá. Opina que las circunstancias sociales y personales afectan de manera trascendental en los malhechores, y no puede evitar sentir cierta empatía por ellos.

Y he aquí que topamos con un concepto importantísimo: el del libre albedrío. Yusa, el ladrón que tiene la Colt del detective, comparte muchas similitudes con Murakami; y este, a pesar de sentirse cada vez más culpable y angustiado por la escalada de violencia, se siente también, en cierta forma, identificado con él. Tanto que llega un momento en la película donde se revuelcan literalmente en un lodazal del que es casi imposible distinguir a uno del otro. Sin embargo, son dos personas diferentes que en circunstancias idénticas optaron por un modus vivendi muy distinto. En ese aspecto, Kurosawa se guarda mucho de deshumanizar al delincuente. Es más, lo presenta como un hombre triste y enamorado, casi invisible hasta los últimos minutos de la película. Lo conoceremos a través de su humilde familia, conocidos, amante y terribles actos.

Pero no solo el retrato psicológico de Yusa es interesante, el de casi todos los personajes resulta profundo y sustancial. Kurosawa rasga el argumento con pequeños tijeretazos para entregarnos fragmentos de la mente y vida de sus protagonistas: la carterista Ogin mirando las estrellas, Harumi bailando con su traje nuevo, Murakami llorando a las puertas del quirófano, etc.

El perro rabioso es como una flecha, directa y lineal. Con un desarrollo pausado al inicio, que prosigue in crescendo y se precipita al final. La música del grandísimo Fumio Hayasaka, así como su uso del contrapunto en ciertas escenas en las que campa la ironía, son la herramienta perfecta para impresionar a un espectador que ya se encuentra medio obnubilado. Fascinado por la maestría técnica del film, tanto por sus planos, brillante edición o composición escénica. Todo hay que decirlo, Kurosawa durante muchos años criticó este Nora Inu precisamente por su excesiva perfección técnica, aunque al final se reconcilió con él.

Este film es una de esas primeras obras en las que ya podemos empezar a distinguir a ese Kurosawa majestuoso que conocemos en Occidente. Aunque no esté incluida entre sus películas más legendarias, El perro rabioso es una gran cinta por sí misma, un paso adelante en el cine japonés y preludio de lo que décadas más tarde sería una triunfada. Un trabajo pionero y visionario que todo fan del noir (y de Japón) no puede perderse bajo ninguna circunstancia. He dicho. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

largometraje, Noirvember: los bajos fondos de Japón

Noirvember: Osaka Elegy (1936) de Kenji Mizoguchi

¡SOnC estrena nueva sección! ¡Viva, viva! Los que seáis habituales del blog ya sabréis que el noir me apasiona, así que ya estaba tardando en dedicarle un espacio al cine negro japonés. Como sucede con los Tránsitos o las Peticiones Estivales, será un apartado de carácter anual, y el mes de noviembre el elegido para su publicación. No podía ser de otra forma. Soy completamente consciente de que la popularidad entre la otaquería de Noirvember: los bajos fondos de Japón va a ser prácticamente cero pero, ¡qué demonios! ¡SOnC no lo lee casi nadie! Por lo que voy a continuar sumergiéndome en las profundidades del más absoluto incógnito y ridícula impopularidad escribiendo sobre lo que a mí me interesa. Que de eso va esta bitácora también, de lo que me da la gana. No offence.

¿Hace falta que explique que es el cine negro? Creo que casi todo el mundo tiene claras las nociones básicas del género, sin embargo no va a venir nada mal una pequeña introducción. Porque aunque el invento es de germen estadounidense, se dispersó con rapidez por el planeta, enraizando estupendamente y medrando con sus propias particularidades.

the_big_sleep
Póster de «El sueño eterno» (1946), una de las películas clásicas (y más intrincadas) del noir estadounidense. Basada en la novela de Raymond Chandler del mismo nombre, tuvo de guionistas a William Faulkner y la pionera Leigh Brackett.

Cuando pensamos en cine negro, nos vienen a la mente los tópicos del crimen, un sombrío ambiente urbano, el detective privado cínico y la sempiterna femme fatale. Al menos en lo que se refiere al cine negro clásico de las décadas de los 30-50 del s. XX. Y la verdad es que intentar definir este género, a pesar de que intuitivamente somos capaces de identificarlo, no es demasiado fácil. Para empezar, esta denominación fue realizada a posteriori por la crítica de cine francesa, ya que la mayoría de estos films estaban basados en novelas que se publicaban bajo el nombre de «Serie Negra». Escritores como Dashiell Hammett o Raymond Chandler eran los predilectos. Por supuesto, los directores y guionistas que creaban estas películas no eran conscientes de estar engendrando semejante criatura, por eso también eran bastante dispares entre sí. En realidad las fronteras del cine negro eran (son) informes y permeables, abarca(ban) muchos tipos de obras, pero casi todas tenían en común ciertos ingredientes, tanto en puesta en escena como semánticos: gran influencia del expresionismo alemán cinematográfico, el antihéroe de pasado turbio como protagonista, actividades criminales a cascoporro, el retrato de una sociedad corrupta y sórdida, y la aparición de un nuevo rol de mujer, fuerte, independiente y peligroso.

No hace falta ser un genio para darse cuenta de que esas características fluctuantes del noir eran un reflejo de la época: el pesimismo tras la posguerra de la II Guerra Mundial, el creciente miedo por la Guerra Fría, la nueva estructura social donde la mujer comenzaba a ocupar un espacio antes exclusivo de los hombres, etc. Ese sentimiento, mezcla de zozobra, desconfianza y amargura, resulta esencial para comprender el cine negro norteamericano. Y el éxito internacional que cosechó produjo nuevas simientes que prosperaron en Europa y, como no podía ser de otra forma, en Asia. Y ya conocemos el ansia con la que metabolizan los japoneses la cultura popular occidental, luego son capaces de producir obras de una personalidad insólita. Una alquimia extraordinaria donde su propia idiosincrasia lleva la batuta. Y con el noir ocurrió así.

A-Colt-Is-My-Passport
«A colt is my passport» (1967) de Takashi Nomura, uno de los yakuza eiga clásicos de la Nikkatsu.

Por lo que si con el cine negro norteamericano debíamos tener algo de manga ancha a la hora de acotarlo, con el nipón es ya una completa locura, porque simplemente no se aclimata a las condiciones occidentales. El noir japonés, si es que se puede denominar así, es otro mundo. Con puntos en común con su ascendiente, claro está, pero con un desarrollo y evolución inherentes a su cultura, procreando nuevos estilos y géneros, maravillosas ramificaciones con entidad propia.

Y el pistoletazo de salida a este Noirvember: los bajos fondos de Japón lo vamos a dar con una de las primeras obras del género en las islas, una película que rinde un discreto vasallaje al estadounidense pero con una perspectiva y delicadeza inéditas. Como solo Kenji Mizoguchi sería capaz de ofrecer. No es una de las películas más conocidas del género, de hecho suele pasarse por alto en los tops de recomendaciones que abundan por internet. Pero es una favorita personal, y Mizoguchi es ya un viejo conocido en SOnC. Lo adoro.  Se trata de Elegía de Naniwa u Osaka Elegy (1936), la primera película sonora del director, y es un noir… diferente.

Osaka Elegy narra la historia de Ayako Murai, una joven telefonista que trabaja con ahínco para mantener a su familia. Su padre está a punto de ir a la cárcel, pues fue pescado tras robar 300 yenes de la empresa en la que llevaba 20 años. Si no devuelve el dinero, se lo llevarán preso. Ayako está preocupada y a la vez resentida con su padre por lo que hizo, ya que además no se esfuerza nada por intentar devolver la cantidad de dinero que sustrajo. Mientras tanto, ella tiene sus propios sueños, como casarse con su compañero de trabajo Susumu Nishimura y escapar de la desgracia de su familia. Sin embargo, Ayako, a pesar de estar enfadada con su padre y haberse ido de casa, resulta que es una buena hija, y antepone sus deberes familiares a sus planes personales. El dueño de la compañía donde trabaja, Sonosuke Asai, se le ha insinuado invitándola a cenar, y vislumbra la posibilidad de conseguir el dinero a través de él.

Sonosuke Asai es un hombre de mediana edad, está casado y acostumbra a tratar de manera grosera e irrespetuosa a las mujeres. Es un déspota. Responsabiliza a su esposa de que no haya amor entre ellos, porque ya no es ni bella ni joven, así que se consuela buscándose una amante. La elegida, Ayako. Resulta una presa fácil que se halla en extrema necesidad, además de bonita y complaciente. Así que la aparta de su puesto como telefonista, le pone un pisito y la convierte en su concubina. A Ayako no le faltan ni vestidos elegantes ni diversiones, y ha logrado que su padre no vaya a la cárcel. ¿Se pregunta él qué ha sido de su hija? No demasiado. Se ha librado de la prisión de una forma discreta, y es lo único que cuenta.

La historia prosigue con la nueva vida de Ayako, que ha renunciado a un futuro socialmente aceptable por salvar el honor de su familia, y su mutación en «mujer caída», como diría Víctor Hugo. Su porvenir no es nada halagüeño, pero la joven se adaptará a sus circunstancias con estoicismo y firmeza.

Elegía de Naniwa contó con la magnífica Isuzu Yamada como protagonista, y fue la primera película de Mizoguchi que contó con el guion de Yoshitaka Yoda. Juntos formarían un equipo formidable. El director estaba tan obcecado en transmitir el realismo de la historia con fidelidad, que Yoda tuvo que reescribir el guion infinidad de veces. Por no hablar de que la dureza de la narración y su terrible desesperanza hicieron que el film fuera censurado, definitivamente, en 1940. Y es que el tono de esta obra es tenebroso, con muy poco lugar para la confianza en la especie humana. ¿Una película que criticaba abiertamente la sociedad japonesa en plena efervescencia nacionalista Shôwa? Eso no podía permitirse.

Mizoguchi se inspiró en su propia vida familiar para la historia, en concreto en la inmolación de su hermana, a la que se sentía muy unido, y que fue vendida para convertirse en geisha y saldar deudas que tenía su padre.  Un padre que, como el de la película, es un hombre desagradecido y egoísta, incapaz de responsabilizarse de sus propios actos. Este tema, el del sacrificio de la felicidad femenina para favorecer la de un hombre ingrato, ya lo trabajó justamente en su film anterior, Orizuru Osen (1935), también con Isuzu Yamada de primera actriz además. Y se convertiría en una constante a lo largo de su carrera. De ahí que se haya considerado en ocasiones a Mizoguchi un director feminista, por su insistencia en plasmar la abusiva situación de la mujer en la sociedad japonesa.

Este concepto de mujer que pierde su honor en beneficio de un bien mayor, y que luego es excluida y convertida en paria, no es exclusivo, por cierto, de Mizoguchi. Aparece, por ejemplo, en la leyenda moderna de Okichi, una geisha que logra impedir un conflicto armado entre estadounidenses y japoneses en el s. XIX, y que luego pierde su respetabilidad por haberse relacionado con esos extranjeros. Fue recogida por Yûzô Yamamoto en su The sad tale of a woman, the story of Chink Okichi (1929), y hasta Bertolt Brecht la homenajeó en su obra teatral La Judith de Shimoda (reseña aquí) en 1940.

El noir, en general, procura contarnos su historia a través de los ojos de un delicuente o, como mínimo, un protagonista de moralidad dudosa. Porque aunque el cine negro es amante de los claroscuros, también lo es de las escalas de grises; y en Osaka Elegy nos narra el relato de no solo un hundimiento, sino de cómo nace una femme fatale. Uno de los personajes que mejor definen el género, pero que suele trabajarse como secundario, se convierte, de improviso, en el centro de atención. Y Mizoguchi no se aferra al melodrama en ningún momento, nos presenta una antiheroína que va evolucionando sin ceder ni un ápice al sentimentalismo. Y es curioso, conforme su vida se va desmoronando y su corazón endureciendo, su vestimenta más occidental se torna. Una mujer perdida como ella ya no tiene lugar en la sociedad japonesa, se ha convertido en una extranjera sin muchas oportunidades de redención. Si el espacio que ocupa lo femenino en una sociedad tan profundamente patriarcal como la nipona es restringido, para una persona como Ayako lo es todavía más. Está sola.

Kenji Mizoguchi nos muestra de manera despiadada esta realidad, y su protagonista no se degrada ni un instante revolcándose en la autocompasión. Ayako es una mujer decente obligada por las circunstancias a tomar decisiones poco éticas, pero cuyas consecuencias asume con entereza y valentía. Su mundo está lleno de hombres cobardes y pusilánimes, acostumbrados a ordenar y disfrutar de sus privilegios como varones, pero que ante cualquier dificultad que pueda dañar su orgullo y reputación, huyen como ratas. Mienten. La honestidad de Ayako es recompensada con deslealtad, olvido. Y son las mujeres las encargadas de tomar las decisiones más complicadas, las que deben expiar los errores masculinos, las que tienen que brindar una solución práctica a los problemas. Todo en una sociedad hipócrita que solo sirve a los intereses de los que se encuentran arriba, que no perdona ni tiene compasión.

Esta sociedad, pegajosa e interconectada de manera tan íntima, se expresa a través de planos claustrofóbicos y espacios cerrados, de composiciones diseñadas meticulosamente para transmitir una oscura frialdad. Los movimientos de cámara son lentos, gráciles; y la iluminación de espíritu teatral, donde una única fuente de luz se empeña en destacar la tremenda soledad de los personajes, su existencia en un mundo de falsedad. Con desapasionamiento, manteniéndose a una distancia aséptica.

Elegía de Naniwa no es la obra más redonda de Kenji Mizoguchi, pero sí una declaración de principios. Un aviso diáfano de lo que estaba por llegar. Y como película noir resulta una curiosidad más que correcta, que sin duda merece bastante más reconocimiento del que tiene. Se ve en un periquete (dura solo 71 minutos) y deja un regusto amargo. Es un film crudo, aunque no explícito. No hace falta que lo sea, de todas formas, para recrearse en la crueldad con profundidad. Osaka Elegy es un excelente comienzo de sección, un noir distinto y original. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.