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Peticiones Estivales: el cine de Hitoshi Matsumoto

Y cerramos las Peticiones Estivales de este verano 2017 con la solicitud desde twitter de MR. Pines, que sugirió una entrada dedicada al actor cómico, músico, escritor y director de cine Hitoshi Matsumoto (1963, Amagasaki). Como se trata de un hombre bastante versátil, a pesar de que su faceta más conocida sea la de comediante, no sabía muy bien cómo enfocar la entrada; máxime teniendo en cuenta la brecha cultural que impide un acercamiento profundo al conjunto de todo su trabajo, al que además desde Occidente no es tan fácil de acceder. Por lo que opté por lo más sencillo, que es hacer un mini-especial dedicado a tres largometrajes que ha dirigido y protagonizado. Este trío lo he podido ir viendo a lo largo de los años porque, aunque no me considero una fan de su figura, ya que no he tenido demasiadas oportunidades de conocerlo como me habría gustado, lo que sí he catado me ha parecido siempre interesante. Y eso que lo mío no es precisamente la comedia, es un género que suelo encontrar, casi siempre, aburrido y cansino. Matsumoto es uno de lo cómicos más célebres del Japón actual, con una carrera amplia y variada que daría para escribir una gruesa biografía.

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Hitoshi Matsumoto (2016) por Kaokako

No voy a entretenerme mucho con sus datos biográficos porque son de dominio público, y la wikipedia hace un trabajo excelente en ese aspecto, pero no está de más destacar algunas cosillas que pienso son sustanciosas. Matsumoto nació en una pequeña ciudad cerca de Osaka, Amagasaki (de hecho él se considera osaqueño), región que es cuna de una rica tradición cómica. Su acento, el típico de la zona de Kansai, se relaciona con el humor, algo así como lo que sucede en España con las variantes del andaluz. Y como los andaluces, los osaqueños tienen fama de simpáticos y abiertos. De ese territorio es propia una clase de comedia stand-up tradicional llamada manzai, en la que se especializó Matsumoto con su compañero Masatoshi Hamada. El dúo owarai que formaron en 1982 y con el que alcanzaron la fama se llama Downtown; y es considerado uno de los más influyentes dentro del panorama de la comedia en Japón. Hamada interpreta al tsukkomi bajo el nombre de Hama-chan (el sádico de mal genio); y Matsumoto al boke bajo el nombre de Mat-chan (el masoquista de humor seco).

En Occidente no podemos hacernos una idea real de lo jodidamente celebérrimos que son estos dos truhanes; por lo que el impacto a la hora de ver las películas de Matsumoto no va a ser igual que para un japonés. Sin embargo, esto tampoco puede impedirnos disfrutar de lo más directo: su evidente gran talento. Hitoshi Matsumoto tiene una lista de trabajos larga y variada en televisión, radio, con libros y cortometrajes. Pero su estreno de largo en el cine no fue hasta el año 2007, con Big Man Japan, que es la obra con la que vamos a comenzar a repasar sus películas. Allá vamos.


BIG MAN JAPAN

(2007)

La familia de Masaru Daisatô salvaguarda el honorable trabajo de Hombre Grande. Su labor desde hace generaciones consiste en proteger Japón de los numerosos monstruos gigantes que lo acechan. Antes, este oficio tradicional era continuado por bastantes héroes; sin embargo, en la actualidad solo queda Masaru. Y su labor despierta muy, muy poco respeto y admiración. ¿Será el fin de esta noble profesión?

Big Man Japan es un mockumentary que parodia y a la vez critica. Tiene una doble función. No llega a la altura de mis amados Zelig (1983) o This is Spinal Tap (1984), que son clásicos imprescindibles del género, pero resulta bastante decente. Matsumoto retrata con perspicacia la figura del típico hombre japonés de mediana edad: separado y con una hija a la que casi no ve; de temperamento apocado, perezoso y cobardica, aunque de buen corazón. Carece de ambiciones y se refugia en la cotidianidad de una vida gris solitaria con su gato. Hasta que le reclaman para combatir contra algún engendro, claro. Quién iba a decir que una persona tan anodina fuera el principal adalid de la nación. Naturalmente, Masaru no está hecho para el oficio; vive a la eterna sombra del Gran Hombre IV (él es el VI), su abuelo, que se encuentra ingresado en una residencia de ancianos con posible demencia senil. Masaru es un desastre tanto en el trabajo, cuya resolución positiva resulta más bien fruto del azar; como en popularidad, ya que a causa de su torpeza y mediocridad el programa de televisión tiene audiencias paupérrimas. Es el hazmerreír de Japón. Pero él lo sobrelleva con una mezcla de estoicismo e indiferencia.

El film arranca de forma lenta, y mantiene un ritmo tranquilo y de tono melancólico hasta casi la última media hora, en la que explota la locura. Hay destellos de humor absurdo de vez en cuando, pero no es una película de gags; es la triste vida de este buen hombre, que por circunstancias de tradición familiar debe ejercer una labor para la que no está hecho en absoluto. Mediante la sátira del género tokusatsu, Matsumoto se las arregla muy requetebién para tirar de las orejas a la sociedad japonesa en general, a la que plasma adocenada, perdiendo paulatinamente su identidad. Nada nuevo bajo el sol: la habitual dicotomía tradición y modernidad del país, que llevan arrastrando desde la era Meiji. Y la sumisión histórica al norteamericano, por supuesto. Son los combates con esos kaijû alucinógenos los que hacen que la película se mantenga a flote hasta su desenlace, que es lo mejor, sin duda, de todo el largometraje. Postdata: no perderse los créditos.


SYMBOL

(2009)

Un hombre vestido con un ridículo pijama de lunares despierta solo en una habitación vacía, con cientos de gónadas infantiles cantarinas en sus paredes. ¿Es parte de algún experimento? Mientras, en una pequeña ciudad de México, el avezado guerrero de lucha libre Escargot Man deberá enfrentarse a un combatiente mucho más joven y vigoroso. ¿Superará su inseguridad para vencerlo?

Symbol la iba a incluir en el listado que confeccioné sobre cine bizarro japonés (entrada aquí), pero al final decidí no alargarme demasiado, ya que me parecía abusar de vuestra santa paciencia. Pero, tarde o temprano, tenía que aparecer por SOnC. Y aquí está. Es la película más extraña de las tres que se reseñan hoy. Con diferencia. También mi favorita, debo añadir. No tengo muy claro como enfrentar esta mini-reseña, pues es muy fácil spoilear el asunto. Sumamente fácil. Aparte de que no es una obra al uso. ¿Cómo explicar a alguien que jamás haya visto 2001: Una Odisea del espacio (1968) de qué va la película? No es que se encuentre a la altura este Symbol del clásico de Kubrick, pero tiene mucho del cineasta neoyorquino. Y para bien.

¿Qué se puede contar sobre Symbol? Pues se puede decir que son un par de historias, muy diferentes entre sí, pero que muestran a dos hombres atrapados en dos realidades sin sentido. La narración que tiene lugar en México es sorprendentemente respetuosa y cuidada; muy realista y cruda. Me gusta mucho. La trama que se desarrolla en la misteriosa habitación es una oda a la masturbación y una parodia del falocentrismo más absurdo. Con divertidas concesiones a la escatología de los pedos y el delirio mental. Ambas tramas convergen y, os aseguro, que es de manera bastante inesperada. El guiño-parodia a Kiss (oops, se me ha escapado) también es muy divertido. Sin embargo, lo más interesante de Symbol es que, una vez finalizada, su interpretación no será la misma para nadie. Fascinante.


SAYA ZAMURAI

(2010)

Kanjuro Nomi es una vergüenza para todos los samuráis. Es un cobarde y ha perdido el gusto por la vida tras la muerte de su esposa. Cuando es capturado por desertar, es llevado delante de su daimyô que le ordena cumplir con una obligación algo peculiar: tiene treinta días para conseguir que su hijo ría. Si no lo logra, su destino será cometer seppuku.

Y Hitoshi Matsumoto aterrizó por un rato desde las alturas de sus alucinaciones surrealistas para realizar una obra mucho más convencional: un jidaigeki. Y tan convencional es que, desde mi punto de vista, flojea un poquillo. Y si se la compara con sus predecesoras, directamente no hay color. También es verdad que es mucho más accesible y que las posibilidades de que guste a una mayoría del público se disparan a un millón. Pero a mí no me ha terminado de convencer. Quizá se deba a que su estructura cíclica acabó aburriéndome;  o que la comedia es mucho más ligera y complaciente. Y que se huele a leguas el final. No hay nada que me fastidie más que un desenlace previsible, sobre todo si el desarrollo de la obra ha sido también pronosticable. No pude disfrutar bien de su humor; y eso que los gags en sí eran de verdad hilarantes, al principio muy sencillos, luego más elaborados (como siguiendo una evolución), pero en un contexto tan incoherente que los hacía brillar con una luz especial. Sin embargo, el azuquítar espolvoreado me sentó como un tiro. La noción de ternura que los japoneses y yo tenemos no coinciden demasiado. A lo mejor es que, simplemente, echaba de menos la presencia de Matsumoto en el guion y la pantalla.

No obstante, tengo que admitir que la realización técnica, la fotografía y su dirección artística son notables, muy elegantes y sin estridencias. Con buen gusto por los pequeños detalles. Las claras influencias del mundo del manga y el chanbara setentero también son de agradecer. Y Sea Kumada, que interpreta a la hija del samurái, Tea, es la auténtica sorpresa del film. Solo por ella merece ya la pena verlo, complementa a la perfección el boke de Takaaki Nomi. En realidad los secundarios de este film adquieren cierto relieve, que por otro lado es necesario, ya que la pasividad del personaje de Nomi puede llegar a ser exasperante. Quizá por eso se pueda llegar a experimentar un leve goce sádico viéndolo sumido en ciertas circunstancias.

 


No se trata de las críticas más elaboradas del mundo, pero sirven perfectamente para que los que no sepáis de las películas de Hitoshi Matsumoto, podáis haceros una idea. Faltaría una para completar su, hasta el momento, filmografía, R100 (2013); pero como todavía no he tenido la ocasión de verla, no se encuentra en esta entrada. Imagino que cuando me haga con ella tendrá su correspondiente reseña. No sé cuándo será eso, tampoco tengo prisa.

Matsumoto se considera a sí mismo un hombre poseído por el espíritu de la interpretación (hyôi-geinin), que me parece una forma muy japonesa de declarar que es todo un actorazo. Sin más. Ya solo por eso, estas tres obras merecen un visionado; además de que es la única manera, por ahora, de conocer su figura mejor en Occidente. Tres films bastante distintos entre sí, pero que amparan al mismo genio creativo: un hombre polifacético y con un sentido del humor bastante personal. Matsumoto deslumbra interpretando al ser humano corriente inmerso en situaciones estrambóticas y que desafían a la razón. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

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Occidente regurgitado à la japonaise es nuestro manjar

Hace ya un tiempo realicé una entrada dedicada a la visión que tiene Occidente sobre Japón. Elegí nueve películas que consideré (y considero) relevantes y luego pensé: ¿qué tal viceversa? Dejé la idea olvidada por algún sitio de la corteza cerebral hasta que hace unos días, viendo Arashi ga Oka (1988) de Yoshishige Yoshida, me acordé súbitamente de ella. ¡Vaya, si estabas ahí! ¿Y qué hacemos contigo? Venga, vamos a quitarte el pijama, darte una ducha y ponerte algo chuli. Pero antes… antes vamos a cortarte el pelo. Bueno, pongámonos serios. Esta introducción mentecata es solo una manera de intentar explicar que decidí cambiar algo la esencia del propósito inicial, y enfocarla en la interpretación cinematográfica japonesa de obras literarias occidentales. Y no encontré demasiadas, la verdad. Tampoco es que sea una experta en cine nipón, pero saqué en limpio poquita cosa, y de ahí seleccioné cinco. No era cuestión de hacer un monográfico dedicado a Akira Kurosawa (no por falta de ganas) pero preferí diversificar la entrada. Aun así han caído dos del amigo Pantano Negro. Qué le vamos a hacer, no he podido evitarlo. Y Toshirô Mifune asoma el hociquillo en un par también, ups.

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Kurosawa y Mifune bien elegantotes

Es bien sabido que los occidentales nos consideramos el ombligo del universo, y que la galaxia rota en torno a nuestro culo bien aposentado en el trono cultural del planeta. Ese western-centrism es una lacra, no nos engañemos, y ha infectado casi todo el orbe. Pero hay países, por supuesto, que han resistido su embate de manera muy peculiar. Es el caso de Japón, y aunque se trata de una nación que ha metabolizado lo occidental dirigiéndolo en ocasiones (y no escasas) a cotas de inimaginable bizarrismo, no ha dejado de ser una asimilación impregnada de su propia idiosincrasia. Un Occidente domesticado con látigo férreo pero kawaii, al que le debemos horas de inagotable asombro y disfrute. Pero, ¿qué ha hecho este honorable pueblo cuando ha adaptado un libro occidental al cine? Cine, que no animación, donde sí que existen abundantes referencias. El experimento no ha tenido muchas oportunidades, al menos a esa conclusión he llegado investigando una miqueta. Y no tendrían que ser por obligación muchas más, conste en acta. Japón tiene un patrimonio literario extenso y valioso, y el continuo bombardeo desde nuestros países al suyo hace comprensible un sano ejercicio de resistencia en ese aspecto. Pero una buena obra sigue siendo una buena obra venga de donde venga; y ciertos cineastas no tuvieron ningún reparo en llevar a su japonesísimo terreno clásicos literarios occidentales. Su osadía continúa siendo una rareza aún hoy, por eso creo que esta entrada posee su interés. Sobre todo entre los que nos gusta hurgar en las narices niponas. Ya se sabe, algún moco espesote siempre hay; no obstante petróleo también se encuentra. Pero podéis estar tranquilos, he seleccionado películas accesibles y con un mínimo nivel de calidad. Tampoco es imprescindible haber leído las novelas y relatos en los que están basados pero, ¡qué os voy a decir yo! ¡Leer es como respirar! Así que os animo con muchamuchamuchamucha fuerza a que los dejéis formar parte de vuestra vida.

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Este mini-listado se debe comenzar a lo grande, nada de titubeos o medias tintas. Si existe una adaptación de una obra occidental en Japón que admiro fervientemente es Trono de sangre (1957) de Akira Kurosawa. Es el mejor Macbeth (1606) del mundo cinematográfico por ahora. Lo siento, Orson Welles; lo lamento, Polanski; fue un buen intento, Justin Kurzel. Kurosawa os sigue pateando el culo a pesar de todo. Y Luzbel me libre de pensar que son malos films, porque sería una mentira cochina. Pero Kumonosu-jô continúa siendo imbatible, un prodigio del séptimo arte.

Ya hice una reseña dedicada a esta película, explicando un poquillo la obra de Shakespeare también, así que no me voy a alargar más. Todo lo que tenía que decir lo escribí aquí. Creo que debería ser obligatorio, al menos una vez en la vida, leer Macbeth y ver Trono de sangre. No hay excusa razonable para esquivar estos clásicos, salvo que se prefiera permanecer en el lodazal de la ignorancia in saecula saeculorum. Y esa sería, en verdad, una elección personal realmente triste.

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¿Quién no conoce a Cyrano de Bergerac? El espadachín y poeta de magno apéndice nasal que no puede conocer las mieles del amor a causa de su fealdad. En realidad Bergerac no fue solo el personaje de la obra teatral que Edmond Rostand escribió en el efervescente ambiente finisecular de París. Fue un filósofo, escritor e intelectual bastante reputado en la Francia del s. XVII, con una línea de pensamiento sorprendentemente moderna para su época. También algo pendenciero. Si os interesa su vida y obras, la pieza teatral de Rostand no resulta muy fidedigna, porque casi todo lo que narra es pura invención. Os recomiendo para introduciros en sus trabajos El Otro Mundo (1657), un librito desternillante, una sátira en clave de ciencia ficción donde podréis disfrutar los ramalazos de ingenio cáustico que se gastaba monsieur Hercule-Savinien de Cyrano de Bergerac.

Pero esta Aru kengo no shôgai (1959) de Hiroshi Inagaki, como podréis imaginar, es una adaptación de la célebre obra de teatro. Que, por otro lado, también es muy recomendable ya que se trata de una pieza esencial de la literatura europea. Ha tenido bastantes encarnaciones en el cine, siendo siempre un relato muy apreciado por el público. Su éxito ha sido merecido. En términos actuales, diríamos que Cyrano de Bergerac es la vida de un friendzoneado que encima carga con el papelón de ayudar a su rival amoroso, que es algo lerdo. Muy guapo, pero un lerdo. Esta historia es universal, da igual la época, el sexo de los protagonistas o el lugar. Ha sucedido, y sucederá, hasta el fin de los tiempos. Y todos hemos sufrido en nuestras carnes esta clase de sufrimiento. C’est la vie.

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Toshirô Mifune como Heihachiro Komaki, el Cyrano japonés

Así que Inagaki, al que los jidaigeki se le daban fenomenal, consideró que Cyrano podría acomodarse la mar de bien al clima japonés. De un extremo de Eurasia (París), pasó al otro (Kioto); y sin cambiar de siglo, Cyrano se convirtió en el ingenioso y honorable Heihachiro Komaki. Un samurai ejemplar: compasivo, amante de los niños, valiente, gran espadachín, muy cultivado, con una inteligencia sin parangón y… una nariz superlativa. Sin embargo, su brillante personalidad y potente intelecto no son suficientes para conquistar a la dama que ha querido desde su infancia, Lady Ochii. Esta se ha enamorado de un joven guerrero venido del campo, Jurota Karibe, y solicita la ayuda de Komaki para que lo proteja en las frecuentes peleas. Este guapo mozalbete no tarda en declararse a Lady Ochii, pero ella queda algo decepcionada por su parquedad y evidente falta de talento. Komaki, que no quiere que su amada sufra, decide echar una mano al adonis en los menesteres de la elocuencia, escribiendo por él también apasionadas cartas.

¿Funciona Cyrano como jidaigeki? Sobradamente. De hecho es un formato que le va como anillo al dedo. Es una comedia heroica que funciona muy bien con sus duelos de katanas, intrigas, drama y romance no correspondido. Tiene de todo un poco, y Mifune, la verdad, es que se come la pantalla. Hiroshi Inagaki fue bastante fiel a la obra de Edmond Rostand, y realizó una película compacta y entretenida. No deslumbra ni es especialmente rompedora, sigue una vereda muy transitada; sin embargo, posee buen ritmo, las interpretaciones son adecuadas y no aburre en ningún momento. ¿Qué más se le puede pedir a un film de aventuras?

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De nuevo Kurosawa, pero esta vez con una obra dirigida en su madurez, cuando muchos pensaban que se encontraba ya de capa caída. Ah, qué ingenuos. Los monstruos nunca duermen, camaradas otacos, a este señor todavía le quedaban unas cuantas cosas por decir. Se fue a la Unión Soviética en plena Guerra Fría y creó de nuevo otro clásico (e iban ya…). Kurosawa fue un lector ávido de literatura occidental desde niño, por lo que asimiló muy bien este lado del planeta. Nunca tuvo miedo de plasmarlo además en su cine, ahí tenemos El idiota (1951), adaptación de la novela de Fiódor Dostoyevski; Los bajos fondos (1957) basada en la obra teatral del Máximo Gorki o Ran (1985), que tomó bastante de la tragedia shakespeariana El rey Lear. Podría haber elegido cualquiera de esas o Los canallas duermen en paz (1960), por ejemplo. Más Shakespeare a la saca. Pero no. Me quedo definitivamente con Dersu Uzala (1975), basado en un libro que no deja de ser un sencillo diario que narra vivencias asombrosas. Dersu Uzala de Vladímir Arséniev no tiene nada de particular, es lo que relata: la esencia de una historia simple y grande a la vez.

Dersu no esperó a que acabáramos de conversar y se marchó. Pero yo aún me quedé un buen rato junto al viejo, escuchando sus relatos. Cuando me dispuse a marcharme, la conversación volvió a girar en torno a Dersu.
—Es un buen hombre, una persona sincera —dijo el creyente del rito antiguo—. Sólo hay una cosa mala. Es un infiel, un asiático, no cree en Dios. Pero ¡mira! Vive en la tierra igual que yo. ¡En verdad que es asombroso! Pero ¿qué pasará con él en este mundo?
—Pues lo mismo que conmigo y contigo —le respondí.
—Protégeme, reina celestial —dijo el creyente del rito antiguo, santiguándose—. Yo soy un auténtico cristiano de la Iglesia apostólica. ¿Y él qué? Un hereje. No tiene alma, sino vapor.

Dersu Uzala es un hezhen o nanái. Un cazador nómada de cierta edad que vive en la taiga del río Ussuri, en la Siberia Oriental. Es el protagonista tanto del libro como la película. Pero hay que aclarar que Dersu Uzala existió de verdad, fue el guía de Arséniev y su grupo de expedición en esos inhóspitos parajes. Les salvó la vida en numerosas ocasiones, y trabó una profunda amistad con el autor, que reflejó su admiración por él a lo largo de la obra. Arséniev trabajaba como cartógrafo, su misión era revelar los secretos de las tierras más remotas del entonces Imperio Ruso; y asentado en Vladivostok, durante sus viajes por los vastos bosques boreales, conoció a Dersu Uzala.

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Dersu Uzala fotografiado por Vladímir Arséniev circa 1905

Kurosawa quedó fascinado por el retrato de este hombre singular, ya entrado en años como él mismo, pero que permaneció fiel hasta el final a su espíritu libre. La eterna dicotomía naturaleza/civilización está expresada sin efectismos, casi con cierta crudeza pero que la ingenuidad sabia de Dersu Uzala atempera y da sentido. El hombre tiene su lugar en la taiga, que no está ni por encima ni por debajo del resto de la gente; por ello debe conocerse y respetar sus leyes. Esta gente a la que se refiere el cazador es el fuego, la lluvia, el viento, el tigre, el oso o la liebre. Como buen animista, Dersu Uzala venera la naturaleza porque es su único hogar. Esta convivencia casi mística con el medio en el que habita es el eje en torno al cual pivota el argumento de la película. Es interesante señalar que esta concepción del cosmos, afín a la Hipótesis Gaia de James Lovelock y Lynn Margulis, volveríamos a verla a menudo en las obras de Hayao Miyazaki.

Personalmente, esta película me emocionó mucho. Es una historia épica pero que no cae ni por un instante en el sentimentalismo. Su mérito reside en saber transmitir la grandeza de esa tragedia cotidiana que es el paso del tiempo, pero sin aspavientos. No hace falta engalanar la realidad, solo saber contar su historia. Y Kurosawa hizo de las extraordinarias vivencias de Arséniev y Dersu Uzala una obra de arte. Imprescindible.

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Todo admirador del universo lovecraftiano conoce muy bien al escritor inglés William H. Hodgson. O debería saber quién es al menos. Siempre estaré eternamente agradecida a Valdemar por haber publicado La casa en el confín de la Tierra, El Reino de la Noche y otros relatos más de este autor indispensable del terror y la ciencia-ficción. Falleció a los 40 años, combatiendo en la Primera Guerra Mundial, y nunca supo lo que fue el éxito en vida. De hecho, tras su muerte, fue completamente olvidado hasta que el círculo de Lovecraft lo rescató. Y es que el escritor de Nueva Inglaterra le debe muchísimo en lo que respecta al horror cósmico que lo caracterizó. Mucho se ha escrito sobre las influencias de Lord Dunsany o Edgar Allan Poe, y sin embargo la de Hodgson no fue menor. La noción de lo impío nació con él, sus criaturas semihumanas perdidas en lugares remotos y el misterio ominoso que oculta el océano en su seno, son sus semillas. Simientes que florecieron también en los Mitos de Cthulhu.

¿Y qué sucedería si uniéramos el genio de Hodgson con el talento de Ishirô Honda? El adalid del terror materialista con el padre de Godzilla. Pues no hay que perder el tiempo con demasiadas cábalas, porque la respuesta está en la película Matango (1963), inspirada en el relato La voz en la noche (1907) del escritor inglés. Lo que obtuvo el mundo fue una joya de culto que todo amante de la Serie B reconoce ahora con afecto. No viene mal mencionar que lo bizarro también puede ser digno, y ese es el caso de Matango. No es una película ridícula ni de tono infantiloide. Es una historia de supervivencia claustrofóbica, con guion de Takeshi Kimura y una puesta en escena acorde a la época y temática. Una maravilla de la lisergia más creativa de los 60.

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¿El resultado fue congruente? Bastante. Honda y Kimura supieron dar consistencia moderna a un relato de principios del s. XX, añadiéndole además crítica social y el funesto elemento nuclear. La interacción de los personajes además es fascinante, muy bien trabajada. Una nueva clase social emergente en Japón, caracterizada por la frivolidad e inmersa en el goce de la riqueza alcanzada por el «Milagro Japonés» de la Era Shôwa, se enfrenta a la realidad. Esa realidad es que la Naturaleza gobierna sobre todo, y no se debería dar la espalda a esa verdad. El precio por hacerlo es alto, y los protagonistas de Matango lo pagan de la peor manera posible.

Unos jóvenes ricos y bien educados, que están pasando unos días navegando y bailando música hawaiana en su yate, naufragan en algún lugar indeterminado del sur de Japón. La tormenta ha sido terrible, los ha dejado incomunicados, casi sin víveres e incapaces de averiguar su situación. Pero pronto ven en la lejanía una isla, y deciden acercarse a ella. Pero esa isla, cubierta de bruma y exuberante vegetación, parece deshabitada. Pronto encuentran un barco varado en una playa, que se encuentra vacío. No hay cadáveres, no hay rastro de sus ocupantes y sus provisiones están intactas. Sin embargo, todo se halla tapizado por una enorme cantidad de moho. Descubren una caja, con el nombre «Matango» sobre ella, que guarda un gigantesco hongo en su interior. Pero es el cuaderno de bitácora del capitán el que más incógnitas esconde. ¿Qué es en realidad ese buque? ¿Qué ha ocurrido con su tripulación? Y lo más importante: ¿qué va a ocurrirles a ellos? Para averiguarlo tendréis que rendiros a los humores alucinógenos de… ¡Matango!

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Cumbres borrascosas (1846) es mi novela favorita de las hermanas Brontë. Fue una verdadera tragedia lo que ocurrió en esa familia. A causa de la aflicción por la muerte de su hermano Bramwell y la tisis, Emily solo nos pudo legar una veintena de poemas y esta historia. Wuthering Heights es cruel y espinoso, no apto para espíritus delicados. Recuerdo perfectamente la primera vez que lo leí: fue doloroso. En realidad Cumbres Borrascosas es un demonio que taladra el alma. No exagero. Sin embargo lo amé inmediatamente. Me pareció que expresaba con tanta honestidad la contradicción de las emociones humanas y su vehemencia, que se convirtió en una de mis relecturas anuales obligatorias. Todos los años regreso a él en algún momento, no falla.

Creo que está quedando claro que soy fanática a degüello de esta obra, por eso nunca he estado del todo satisfecha con las adaptaciones que he visto. Y no me refiero a la falta de fidelidad argumental, que es casi lo de menos, sino a la transformación que sufre el elenco principal. Cumbres Borrascosas no es solo una historia de amor brutal, sino las desventuras de unas cuantas personas más y las circunstancias sociales que los rodean. Pero lo que me irrita sobremanera es cómo suavizan las aristas (¡maravillosas aristas!) de sus dos protagonistas. Su idealización es peste porcina. Heathcliff no es un galán, para nada un antihéroe que llora su desdicha en las sombras, y así se han cansado de moldearlo en cine o televisión. Con más o menos fortuna. Camaradas otacos, Heathcliff es un patán feroz y vengativo al que el amor lo ha vuelto loco. ¿Y Cathy? Cathy tampoco es una dama; resulta una mujer de carácter veleidoso y salvaje, con una terquedad infinita y cierto regusto sádico. Ambos son personajes poderosos, casi hipnóticos, pero jamás admirables. Y eso es lo que me gusta de ellos, que son humanos; y precisamente lo que me cuesta encontrar en series y películas.

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Admito que no es muy comercial hacer el retrato de dos malas personas, por eso Arashi ga Oka (1988) de Yoshishige Yoshida me sorprendió gratamente. Este director decidió tomar el tempestuoso espíritu de Cumbres Borrascosas y sublimarlo a través del Kabuki y el . Así destiló la esencia de la novela de Emily Brontë en toda su majestuosa oscuridad, pero otorgándole una austeridad que hicieron de Kinu Yamabe (Catherine Earnshaw) y Onimaru (Heathcliff) personajes espeluznantes. Cada uno a su manera. De la grandilocuencia romántica y sus pasiones exaltadas, a esa elegancia minimalista tan japonesa. Arashi ga Oka emana la frialdad de la muerte en su mesurada belleza y pulcritud; sin embargo, las corrientes ocultas que se mueven bajo esa capa crujiente de hielo impresionan por su enorme fuerza. Esa corrientes son tenebrosas, mucho, y albergan horrores que la escritora ni llegó a imaginar. Porque Yoshida unió la reverberación gótica de Cumbres Borrascosas con la vertiente más truculenta del folclore japonés.

¿Consiguió este director una traducción coherente del York victoriano al mundo nipón? Perfectamente. Por ahora es mi versión favorita del clásico de Emily Brontë con diferencia. De los páramos, nieblas y brezales solitarios del norte de Inglaterra, a una desolada ladera de un volcán envuelto en nubes de ceniza. De la Europa decimonónica al Japón feudal. Y los arquetipos continúan ahí. La lengua es diferente, pero el mensaje resulta exactamente el mismo. Yoshida captó la llegada del ominoso extranjero, que derrumba la estructura social del lugar, con mucho tino. Así como el ambiente denso y asfixiante de la novela, que reforzó con la rígida etiqueta japonesa medieval y las supersticiones del shintô.

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Arashi ga Oka es una película muy japonesa en todos los aspectos, lo que puede acabar siendo un pequeño problema para todos aquellos que estén acostumbrados a otro tipo de cine. Posee un ritmo sereno que se exacerba en momentos puntuales, para volver de nuevo a una calma engañosa. Su expresividad teatral, que concede gran importancia al lenguaje corporal y los silencios, aprovecha por completo el talento de los actores. Sus interpretaciones son extraordinarias, Onimaru y Kinu dan literalmente miedo. Si la novela de Emily Brontë no está destinada a todo el mundo, Arashi ga Oka sube la apuesta robusteciendo los planteamientos de la autora y elevándolos a un nuevo nivel de refinada depravación.

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«Leyendo un libro» (1906) de Shôun Yamamoto

Y hasta aquí ha llegado la entrada de hoy. Espero que haya estimulado vuestra curiosidad lo suficiente para que le echéis un vistazo a las películas, y busquéis las obras literarias también. Lo merecen. Si no ha sido así, en otra ocasión procuraré hacerlo mejor. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

cortometrajes, marionetas, música

Lacónicos: 3 cuentos de verano

Sinceramente, no sé si os agradan demasiado las entradas dedicadas a cortometrajes; pero como a mí sí que me encanta en general este formato y encima, fíjate tú, esta bitacora solitaria me pertenece, pues… pues que van a ir cayendo más posts del pelaje.

Los de hoy son tres cortos que tienen bastantes cosas en común. Para empezar, una duración superior a la media, de unos 20-25 minutos. También que son cuentos, de ahí que compartan un airecillo infantil, aunque ocultan temáticas más serias y maduras. Y, para rematar, las tres poseen una impronta occidental impepinable, aunque su naturaleza sea, de un modo u otro, japonesa.

Tres pequeñas obras perfectas para el estío, colmadas de gran imaginación y fantasía. La primera para beber como una limonada refrescante y dejarse llevar. La segunda, dirigida a la calma y reflexión nocturnas. Y la tercera va de los ojos directamente a las tripas, sin compasión. Todas para ser disfrutadas sin reservas y con una pincelada anticomercial la mar de saludable.

1001 nights

Mike Smith

1998

1001 nights es un viaje. Un viaje onírico al servicio de la música. Porque es la que marca la cadencia, el compás y el ritmo. Todo. El compositor fue David Newman y la pieza interpretada por la Orquesta Filarmónica de Los Ángeles. Pero, a su vez, la música se basó en ilustraciones del siempre maravilloso Yoshitaka Amano. Detrás de esta auténtica obra de arte, hija bastarda de la Fantasia (1940) de Disney, estaba el genio imprevisible de Amano-sensei. Y aquí tenemos una simbiosis impecable entre el flujo de imágenes y música, nutriéndose mutuamente en una marea enigmática.

Con 1001 nights solo hay que hacer una cosa: dejarse llevar. A poco que se conozca a Yoshitaka Amano, se sabe lo que esperar: ensoñaciones barrocas de aroma klimtiano que desdeñan el concepto de límite. La historia se derrama con libertad, fluye veloz y filtra todas las realidades de consciencia. Es un relato de amor y erotismo, brillante, caótico, hermoso. Llama muchísimo la atención la miscelánea de estilos y texturas, donde brotan de repente añejos 3D como surgen ingenuas acuarelas, neones expresionistas o golosinas muy Chagall. Este cortometraje deslumbra ya no solo a nivel estético, sino que su profunda carga simbólica requiere introspección.

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Briar Rose

Kihachirô Kawamoto

1990

Creo que he dejado claro más de una vez que soy fan acérrima de Kihachirô Kawamoto. El legado de este hombre en el mundo de la animación y el stop-motion es de valor incalculable, y de una belleza y refinamiento que muy pocas veces más se ha visto. Genio y artesaníaAquí hablo de un par de obras suyas, por si os apetece leer algo más sobre su vida.

Briar Rose o La bella durmiente, la realizó en los estudios de Praga de su mentor Jiří Trnka, el cual, tristemente, no vivió lo suficiente para poder ver una obra terminada de su discípulo. Aunque sí le transmitió lo mejor de su saber, que Kawamoto supo hacer florecer de manera tan espléndida como esta. Para ver este cortometraje hay que olvidar totalmente las versiones clásicas de Perrault y los Grimm del cuento. O quizás no, tenerlas bien presentes para que el impacto sea mayor. Se trata de una revisión bastante curiosa, y no exenta de cierta ironía. Contada en primera persona, formalmente es tradicional y de ritmo sereno; es el argumento lo que fascina. La protagonista no es un ente pasivo, ella misma nos está contando sus circunstancias, acciones y pensamientos. Y lo más importante: lo que verdaderamente se encuentra detrás de su historia, donde el sexo tiene un papel fundamental. ¡Disney, veo que te ruborizas!

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Le conte du monde flottant

Alain Escalle

2001

El cuento del mundo flotante son 23 minutos de conmoción visual. Se trata de un corto que el francés Alain Escalle realizó hace 15 años mientras trabajaba en el campo de la publicidad en Japón. En su momento, al menos como yo recuerdo en Francia, tuvo cierta relevancia y cosechó varios premios y nominaciones importantes, como a los premios César. No es una obra fácil y pasada más de una década, su visionado es todavía menos sencillo. ¿Por qué? Se unen dos cosas: primero, la temática que trata es muy dura. El bombardeo de las ciudades de Hiroshima y Nagasaki cambió muchas cosas, y no solo en las islas niponas. Escalle es crudo y directo en su visión de lo que fueron estos acontecimientos, a pesar de las alegorías que aparecen. Y segundo, se trata de un corto que une imagen real con CGI. La tecnología, aunque avanzada, no es ni comparable con la actual, y es un campo en el que el desfase se nota muchísimo. 

Sin embargo, es un cortometraje que merece un vistazo atento (aquí lo podéis ver completo online) y que muestra no ya solo técnicas interesantes, sino una aproximación a Hiroshima original y de vertiente artística muy pronunciada. Apenas hay texto, un par de haikus y poco más; la fuerza de Le conte du monde flottant se halla en la tremenda expresividad de su imagen: los actores, las coreografías, los colores. Para ello recurre, por supuesto, a la danza butô y a la elegancia del kabuki. Una mezcla de pasado y presente, donde el Feísmo campa a sus anchas, pero también la delicadeza. Verdaderamente inquietante.

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Y este ha sido el piscolabis de hoy. Cortito pero denso. Espero que os animéis con alguno de ellos… ¡o con todos! Son los tres obras notables. Cierto que demandan apagar el piloto automático, pero eso también resulta aconsejable hacerlo de vez en cuando. Por el bien neuronal y esas cosas.

Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

cine, MUAHAHAHA, paja mental, Tránsitos

Tránsito VII: La Casa

Y tras un fin de semana en el que he masacrado mi salud en pro de la música y el periodismo, creo que me veré capaz, tras haber dormido 19 horas seguidas, de finalizar por fin los Tránsitos con un broche de oro. Un colofón que, como todos los anteriores, importará un carajote al espectador de anime medio. Pero, por supuesto, no es óbice para que tengáis ante vuestros ojos esta estupenda reseña dedicada a una de las deformidades y bizarradas máximas que ha parido el mundo del cine: Hausu (1977). Podéis huir, no os guardaré rencor. Esa X de la esquina derecha os reclama, lo sé. Los imprudentes que decidan ignorar esa llamada, por favor, que me sigan bien agarraditos de la mano sin separarse. Esta película es de miedo. En todos los aspectos.

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Tenía pensado escribir sobre Hideshi Hino y su Panorama Infernal (1982), Death Sweepers de Shô Kitagawa y alguna cosilla más, pero al final el tiempo se me ha echado encima. Los dejaré para más adelante. Imagino. Porque tampoco quiero saturar demasiado el blog con terror. Al menos de forma tan continua.

Y como ya hemos dejado atrás estos días tan macabros, nada mejor que tocar las narices un poco con este remate final. Conforme vayáis leyendo, lo comprenderéis. Hausu no tengo, después de haberla visto tropecientas veces, ni puta idea de cómo clasificarla. Ni siquiera de cómo realizar una reseña en condiciones, os aseguro que es un reto de verdad. Así que comenzaré por lo fácil, que es hablar un poquito de su director, Nobuhiko Ôbayashi, para intentar comprender las razones de la existencia de algo como Hausu.

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Nobuhiko Ôbayashi (1938) no había realizado todavía ningún largometraje hasta Hausu. Pero no era un novato, provenía de la escena de cine experimental de Tokio. Este hombre no fue, ni es, un don nadie, alternaba con gentuza como Takahiko Iimura, Yôko Ono o Genpei Akasegawa. Un artista pionero, también pianista, que trabajó más adelante en comerciales televisivos, donde introdujo innovaciones importantes. De hecho se hizo bastante célebre en el campo de la publicidad, dirigiendo más de 2000 anuncios con estrellas como Catherine Deneuve, Sophia Loren o Charles Bronson. A Ôbayashi le gustaba crear nuevos conceptos y sorprender, y es lo que hizo durante ese tiempo… hasta que Tôhô llamó a su puerta para que trabajara en un producto que respondiera al gigantesco impacto que había supuesto Jaws (1975) de Steven Spielberg. Pero Ôbayashi no era el estadounidense, y tenía otra manera de concebir el terror palomitero. El guion de nuestro amigo no encontró un director dispuesto a llevarlo a cabo así que, a pesar de que Ôbayashi sí quería dirigirlo, tuvo que esperar dos años hasta que Tôhô claudicó. La conclusión del estudio fue que estaban hartos de tirar dinero con películas comprensibles, por lo que ya estaban preparados para el guion completamente incomprensible de Ôbayashi. Todo muy razonable.

(Es Charles Bronson, TENGO que ponerlo)

El argumento de Hausu es de las cosas más trilladas que existen dentro del cine de terror. Cuadrilla de adolescentes incautas que deciden pasar un fin de semana en una casita en el campo. Y esa casa, por supuesto, se halla encantada. Pero claro, topamos con la no poco significativa variable de que es un producto nipón. Y detrás no hay un japonés cualquiera, además. Y que parte del guion lo escribió la hija de 7 años de ese japonés. Un cúmulo de circunstancias que hacen de Hausu, a pesar de su historia más sobada que una barra del metro, un producto extraño y alucinante. No sabes si reír, llorar, cagarte en los muertos de Ôbayashi o indignarte. Es desconcertante a la par que absorbente. Eso sí, obligatorio no tener prejuicios.

El padre de Gorgeous (toma nombre, Oshare en el japonés original) es un famoso compositor de cine que se codea con el mismísimo Ennio Morricone. Tras ocho años viudo, decide volver a casarse con una bella diseñadora de joyas, lo que para Gorgeous resulta una traición a su madre. Enfadada y triste, escribe a su tía para pasar unos días de las vacaciones de verano, junto a su grupo de amigas, en la antigua casa de su mamá en el pequeño pueblo de Satoyama. Mientras redacta la carta, una misteriosa gata blanca aparece en su habitación…

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Cuando están viajando en el tren, Gorgeous, mediante un flashback bastante original, cuenta la historia de su madre y su tía. El amor, la guerra, la bomba atómica… un relato indispensable que explica muchas, muchas cosas de las que suceden. Y que no dejan de tener una raíz muy tradicional; el folclore y budismo japoneses se huelen por todas partes.  Y así, en un entorno idílico que casi da un poco de vergüenza ajena por lo que recuerda a Heidi: Girl of the Alps, nuestras intrépidas y alegres protagonistas llegan al pueblecito. Todas ellas tienen motes, a cada cual más doloroso, que indican el arquetipo que representan: Melody (fanática de la música), Fantasy (miedosa e imaginativa), Kung Fu (valiente y amante de las artes marciales), Sweet (ama de casa perfecta), Mac (solo piensa en comer), Gorgeous (fashion victim vanidosa) y Prof (la inteligente gafotas). Muy pronto, y ya en la casa, el ambiente se percibe enrarecido y la tía de Gorgeous resulta algo extraña (una especie de Miss Havisham). Salvo Fantasy, las jovencitas ignoran todas las «señales» como auténticas zopencas. En realidad todos en el film se comportan como si tuvieran coágulos cerebrales, para qué engañarnos… todos menos la gata. Y Hausu va oscureciendo su registro paulatinamente, sin perder de vista para nada el halo candoroso. Evoluciona con fluidez hasta convertirse en un sindiós con un final muy a la japonesa.

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Existe un trasfondo sentimental bastante potente, lo que le otorga cierto aire de melodrama. En realidad Hausu es una historia de amor, de cómo la melancolía puede convertirte en un verdadero monstruo que devora la vida. Es un relato habitual en el folclore japonés sobre la falta de control en las emociones y deseos, anclando las almas sin permitirles avanzar. Nada nuevo bajo el sol, el corazón humano se pudre.

Tampoco hay que negar que la ingenuidad que destila a veces es insultante. Pero se debe tener en cuenta también que gran parte de los actores no eran profesionales, fueron en su mayoría modelos de publicidad con los que había trabajado Ôbayashi. Todo esto unido a su estrafalario modo de trabajo, transmite sensaciones bastante inesperadas y contradictorias. La mezcla de imagen real con animación es sorprendente y, junto a algunos recursos de tipo cómico, hacen que te plantees si esta película es una genialidad o un adefesio. Pero es la tremenda imaginación que colma la cinta de manera inteligente, la que capitanea y obliga al espectador a no despegar la mirada de la pantalla. Porque, ante todo, Hausu es horriblemente divertida. ¿Se trata de una parodia del género de terror? Sí, indudablemente. Se ríe, en primer lugar, de sí misma. Machaca clichés muy evidentes a los que ahora estamos acostumbrados pero que en los años 70 no lo eran tanto. Debió confundir bastante al personal en su momento, de hecho muchos de los tópicos que aparecen fueron una triunfada en el cine de terror norteamericano posterior de los 80.

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Hausu es enternecedora, por mucha sangre que haya (tampoco tanta), violencia o patadas voladoras. Mezcla todo tipo de efectos (cromas, slow motion, cortinillas…), planos inusuales (holandeses, cenitales, etc), una gama de colores básica muy viva (casi infantil), recursos del pop-art, la psicodelia… y todo sin complejos. Destaca muchísimo esa combinación de Occidente con Japón. El resultado, que ha sido emulado hasta la saciedad, es completamente alienígena. Y a ratos hortera, aunque siempre interesante. Todo este batiburrillo de apariencia incoherente en realidad sigue la lógica de un director que ha trabajado en el avant-garde y el mundo de la publicidad televisiva. Lo que hace Ôbayashi es aplicar su experiencia en esos campos en Hausu, no hay más misterio. Es el resultado lo que deja con el culo torcido. Por momentos se convierte en una orgía visual indescriptible y surrealista pero, ojo, no incomprensible. Hausu es asequible, no está enfocada a un espectador elitista. Su target eran adolescentes.

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Hausu es una película muy fácil de ridiculizar, incluso despreciar. Sobre todo si uno espera ver un producto normal. Y no lo es. De convencional no tiene nada. Lo fácil es criticarla por su candidez argumental, sus efectos especiales deliberadamente chocantes o que la función de provocar miedo no se cumple del todo. Eso sería lo más sencillo, valorarla de manera superficial y desde una óptica contemporánea. Yo tengo serias dudas sobre si considerar este film una mierda absoluta o una obra maestra. No soy una experta… aunque tampoco confío demasiado en la crítica especializada, la verdad. Para mí Hausu es algo sin definición todavía, inenarrable. ¿Me gusta? ¡Oh, sí! ¡Me encanta! Y lo paso muy bien cada vez que la veo, no me cansa ni aburre. Además sale Isis. ¿La recomiendo? Pues depende de la persona, y ya no solo por el género en el que está circunscrito. Hausu es mucho Hausu.

Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

Tránsitos

Tránsito II: Kami no Kodomo

Este segundo Tránsito está dedicado a un Portador de Muerte, que también tienen su papel en esto del fenecer. Existen muchos tipo de dadores de muerte, por supuesto, desde bacterias, reptiles hasta meteoritos. El de hoy es humano, que son la peor ralea de todos. Y, de entre ellos, he escogido al más despiadado: el asesino en serie.

Kami no Kodomo es un manga bastante perturbador. Creado por los hermanos Nishioka en 2009, tiene de protagonista a un muchacho que, desde su niñez, ha poseído una personalidad de rasgos psicopáticos bastante acentuados. Pero no me voy a adelantar. Los Nishioka Kyôdai, que así suena más yakuza, son una encantadora parejita de ilustradores cuyas obras son de lo más singular. Llegaron a publicar en la mítica Garo, por lo que os podréis hacer una idea de que lo suyo no es el manga comercial. Y aunque solo he tenido acceso a cuatro o cinco de sus obras, los rastros con los que me he ido topando me han dejado salivando desaforadamente (repugnante, lo sé). Admito que es completamente insensato hacerme ilusiones con que publiquen en España algo de ellos (este Kami no Kodomo mismo), pero la esperanza es lo último que se pierde. No hay mucho que contar sobre ellos personalmente, se han guardado mucho de proteger su intimidad (hacen bien) y, salvo cuatro datos biográficos vagos y dos fotografías enanas nada agraciadas, poco más se sabe. Pero el mundo literario y artístico que han ido construyendo es fascinante, lleno de inocencia perversa y un marcado afán por transmitir la belleza de lo grotesco. Kami no Kodomo no es distinto.

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Así nos da la bienvenida este manga, mediante la bendición de un Prithvi Mudra en la mano derecha del protagonista. Todo un Satán, el auténtico Señor de la Tierra, nos mira desde sus ojos enrojecidos. El hijo de Dios encarnado para liberarnos a través de su venganza; pero no nacido como sol invictus, sino bajo el influjo de un sol negro. Sí, la simbología de este tebeo es densa; choca bastante con la apariencia general del arte limpio, estilizado y de influencias cubistas.

El argumento parte con la propia gestación de este zagal, del que no llegamos a saber el nombre en ningún momento. Lo suyo no es para nada normal desde el principio, aunque no se puede dilucidar si se trata de un delirio producto de su cabeza o algo real. Este hombre no se desarrolla en el útero sino en el estómago, y la primera emoción que siente es el miedo a morir digerido por su propia madre. Su alumbramiento, repleto de connotaciones místicas, tiene lugar a través del recto, por lo que nace rodeado de sangre y excrementos. Un nacimiento impío, impuro, que se cerrará con un desenlace de magnitud similar. Un círculo de inmundicia completo. Me recordó un poco al personaje principal de El Perfume (1985) de Patrick Süskind, aunque nuestro protagonista de hoy goza a lo largo de la obra de una vida ordinaria, en una ciudad pequeña, con unos padres corrientes.

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Él se sabe especial y distinto; no es como los demás. Desprecia a sus padres, a los niños de su edad con los que evita mantener contacto; y, a causa de su aislamiento voluntario (y otro tipo de actividades… digamos que poco higiénicas), sus progenitores lo llevan con otros niños problemáticos. Pero no sirve de nada, claro, y su soberbia y el asco que siente por la especie humana no decrecen en absoluto. Él mismo describe sus procesos mentales y sensaciones, sus experiencias y acciones. Todos sus síntomas apuntan, como bien deduciréis, a un grave trastorno mental y de personalidad, que pasa desapercibido al menos en su auténtica envergadura. Así que conforme va creciendo, aprende a mimetizarse con el resto de la gente que lo rodea, a mantener un perfil medio, a fingir ser como los demás. Pero su verdadero yo no tarda en aflorar y comienza a matar.

El desfile de barbaridades es tremenda: coprofilia, necrofilia, maltrato animal, suicidios, parricidio, acoso escolar de la peor especie, canibalismo, pederastia, tortura, asesinato. Y no falta tampoco la secta mesiánica. Una especie de espiritualidad depravada, demoníaca, lo rodea todo; no en vano a veces se representa al protagonista como un efebo Belcebú, Señor de las Moscas. Kami no Kodomo recoge el legado de lo mejor de cada serial killer histórico (y alguno cinematográfico como el señor Lecter) haciéndolo converger en la figura de este mozalbete. Mozalbete mediante el cual también se aprovecha para hacer una crítica implacable de la sociedad y naturaleza humanas. Con mucha lucidez, he de decir.

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El Hijo de Dios, a pesar de que es un manga, está concebido como un Ehon o libro ilustradoNo hay diálogos, la historia transcurre a través de una narración en primera persona, cruda y sencilla. Son once capítulos de gran impacto visual y no muy largos; la lectura se hace ágil y, a pesar de que los dibujos son de naturaleza estática, la energía que emana de las viñetas es sobrecogedora. Con un estilo pulcro, de aire infantil y casi esquemático, logra transmitir el horror de una manera eficaz. Y sin recrearse demasiado en detalles truculentos. No hace falta. Todo hay que decirlo, el arte es muy hermoso, lo mejor de Kami no Kodomo. Las influencias son variadas, van desde el gran maestro Seiichi Hayashi hasta el surrealismo pasando por Marc Chagall y la psicodelia. Llama mucho la atención cómo a través de un arte tan candoroso se trabaja una temática tan feroz y subversiva. Es hasta poético. El contraste resulta atroz, aunque es marca de la casa. Al menos en los tebeos que he catado de los Nishioka.

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Kami no Kodomo es un manga duro, muy duro, a pesar de su apariencia delicada. No da tregua y, con unos recursos concisos, bosqueja el retrato, muy sobrio, de un asesino nato. Una gran mayoría de los que hayáis leído esta mini-reseña no tocaréis ni con un palo esta obra (comprensible), pero el que no tema enfrentarse por un rato a los recovecos más oscuros de la mente humana (pero muy oscuros, colegas), lo disfrutará. Es una historia breve como una cuchillada, profundiza lo suficiente para no decepcionar. Porque hay que recordar que son solo una decena de episodios, nada más.

Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

anime

La Belladona de la Tristeza

A estas alturas del partido, imagino que los escasos lectores que se pasean por estos lares ya se habrán percatado de mi inclinación natural por las bizarradas. De la que voy a escribir hoy puedo decir que es una de las más elegantes. ¿Cómo llegue hasta ella? Pues gracias a mis torpes pesquisas sobre Manga no Kamisama. Descubrí que, en la década de los 70, Tezuka estuvo involucrado en un proyecto llamado Animerama, el cual vio la luz en sus estudios de por entonces, Mushi Pro. Animerama es una trilogía fílmica, dirigida al público adulto, de contenido sexual potente. Y a partir de ella, podemos afirmar que manaron las trombas de hentai que plagan el universo de la animación japonesa.

Senya Ichira Monogatari (1969) y Cleopatra (1970) gozaron de la intervención directa de Tezuka, pero la última y estrella de hoy, Kanashimi no Belladonna (1973), NO. Creo sinceramente que su ausencia benefició a la película, porque las dos primeras tienen bastante de ese aire pueril que a veces se gastaba Manga no Kamisama, y no han soportado bien el paso del tiempo. La Belladona de la Tristeza es otro cantar. Pero muuuuy distinto, y además tuvo como animador a Seiichi Hayashi, del cual ya conté algo previamente aquí.

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哀しみのベラドンナ

Hay que prepararse bien a la hora de ver esta película. No se parece a nada de lo que hayáis catado hasta ahora. Sí, en Utena se perciben sus influencias (una barbaridad), pero continúa siendo una extravagancia, incluso en la actualidad. Si habéis visto El Topo (1970) de Jodorowsky, podréis reconocer una parte de la melodía. Belladonna of sadness no es una marcianada ininteligible, el argumento es muy claro y el desarrollo de la historia también; es su manifestación la que es única. Fue una obra incomprendida en su época y el canto del cisne de la productora de Tezuka, Mushi Pro. Manga no Kamisama era, ante todo, artista y después… bastante después, hombre de negocios. Buscaba, tanto a través del manga como la animación, libertad creativa. Para ello necesitaba dinero, que conseguía de sus célebres obras dirigidas al público infantil y juvenil. Pero no hay que llevarse a engaño: disfrutaba trajinando en ambos registros. Animerama, a pesar de ser un proyecto original y distinto, supuso un gran gasto económico que no se vio compensado por ganancias en absoluto. Fue una sangría que, unida a ruindades internas en la productora y el desinterés de Tezuka, llevaron a la bancarrota a Mushi Pro. Kanashimi no Belladonna se llevó a cabo casi por puro orgullo; todo el mundo sabía que los estudios no podían financiar la obra, no obstante, y con Osamu ya fugado del lugar, se terminó. Quizás por eso la película también está impregnada de la melancolía de los que trabajaron en ella, conscientes de que iba a ser la última. Quizás por ello su animación es parca, y lo que predominan son los planos estáticos de las extraordinarias ilustraciones de Kuni Fukai.

Actualmente no sé yo si es apreciada como debiera, por lo que sigue abandonada en el cajón de los experimentos fallidos. Experimental, avant-garde y todos los adjetivos que se os ocurran del estilo, ES; que no está hecha para el éxito masivo también es cierto, y que a la mayoría de la gente la deja con el culo torcido… pues también. Pero a pesar de no ser perfecta y tener defectos llamativos, es una obra que supuso un esfuerzo valiente de creatividad y pericia. Es un hito al que tener en cuenta seriamente.

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Kanashimi no Belladonna cuenta una historia poco sorprendente: durante la Edad Media, los enamorados Jean y Jeanne desean casarse, pero se topan con las dificultades propias del campesinado. Esas dificultades son la falta de riqueza y, principalmente, el típico señor feudal malnacido. Este hijo de la grandísima puta, ejerce su derecho de pernada sobre Jeanne y la viola sin contemplaciones. Pero no queda todo allí, su amado Jean comienza a odiarla por lo sucedido, dejando a Jeanne en una condición psicológica insostenible. En ese estado de vulnerabilidad y desolación, donde el sufrimiento la está consumiendo, hace acto de presencia un diminuto personaje que, lentamente, irá creciendo y manipulando los sentimientos de Jeanne. El resto os lo podéis figurar, Junketsu no Maria es una gansada en comparación.

La Belladona de la Tristeza pulsa las teclas de la crueldad, la injusticia, la traición, el chantaje, la envidia… Habla del enorme poder del sexo y su malinterpretación histórica; de la pasividad femenina y el castigo que recibe cuando se libera y transforma en acción. Y vuelvo a recordar: hay sexo en esta obra. Mucho. Y en el fondo tooooda la película va de eso, pero sin pornografía. La visión que se tiene de él, es la propia de la época; y posee ciertas pretensiones reivindicativas feministas que, desde nuestra visión contemporánea, resultan más que ingenuas, torpes. Pero siempre lo subrayo: no suele ser acertado juzgar obras del pasado desde el punto de vista actual.

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No es conveniente tampoco abordar esta obra en plan gandul, porque exige temple y mente abierta. No fue concebida para un gran público, y puede resultar incómoda por los sentimientos que despierta. Porque en realidad es un viaje emocional… aunque sea a través de un argumento bastante normalito. Su original presentación, la cadencia y ritmo (a ratos parece un videoclip) donde la música tiene un papel imprescindible, el rico simbolismo y la tragedia que relata, están construidos específicamente para remover de lo lindo. Es un producto de salvaje imaginación, de belleza opulenta; pero que fácilmente puede atragantarse si no se mastica bien. Su baza principal es la gran expresividad de un arte primoroso, ejecutado y canalizado con sutileza… pero que requiere perseverancia.

En Kanashimi no Belladonna además encontramos muchas influencias del arte occidental: las desinhibidas serpientes de agua y ondinas de Klimt, los cuerpos descoyuntados de Schiele, la psicodelia decadente de los 70 o la exuberancia de mi admirado Philippe Druillet. No en vano, la película es una adaptación libre de la obra literaria francesa La Sorcière (1862) del historiador Jules Michelet, del que recoge también una visión compasiva del paganismo, la crítica al fanatismo medieval y un homenaje muy particular a Juana de Arco. Se trata de una bonita flor venenosa, que si no se recolecta con guantes, puede producir una buena urticaria.

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¿Recomiendo Belladonna of Sadness? Oh, por supuesto, pero hay que saber bien a lo que uno se enfrenta. Puede resultar un poco pretenciosa, a veces perversa y siempre extraña. Ya solo por su singularidad merece la pena verla; pero no se trata ni de una tarta de chocolate ni de un plato de spaghetti, esto son angulas con muuuucha guindilla.

Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

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Cat Lovers

Bienvenidos a la entrada monger del mes. O del año. Una entrada dedicada en exclusiva a mis amigos los felinos en el mundo del anime. Me han entrado ganas de hacer algo tan inútil porque he observado que la última reseña, El Vástago de Thor, ha tenido, inesperadamente, un porrón de visitas. Dados los escasos comentarios (gracias Khalil, gracias Alba), he llegado a la conclusión de que este éxito se ha debido a la presencia de los emperadores indudables de internet: los gatos. Incluir una foto de mi compañera Isis insultándome ha resultado una triunfada. Pon una foto de un lindo gatito en un texto sobre la Teoría de las laringales de Saussure, que seguro alcanzarás la gloria. Yay! Bueno, en realidad no es así. Esta deducción imbécil no tiene nada que ver con la elección del tema de esta entrada. Simplemente me apetecía. Me gustan los gatos. Mucho. Y los perros también, que conste, pero de esos hablaré otro día.

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«Gatos samuráis» de Utagawa Yoshiiku (1860)

No voy a escribir sobre animes en concreto, sino de personajes gatunos que me han conquistado. Algunos son protagonistas, otros secundarios o anecdóticos, pero todos son amor para mí. Soy plenamente consciente de que hay miles y miles de gatos en las series animadas japonesas (y mejor no entramos en los mangas), así que, con toda probabilidad, me olvide de nombrar alguno al que adore pero que esté bajo un montón de trastos de esos que acumulo en la memoria. Van a ser siete, como las vidas del dicho popular. Y van a ser random total.

Rhett Butler

Sailor Moon

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En cuanto vi a este rollizo caballero de pelaje azul, me enamoré. Y con ese nombre, invocando la figura del mítico galán de Gone with the wind, no se podía esperar de él mas que gentileza y devoción hacia su amada. Rhett Butler es un gato bonachón y valiente que aparece en el capítulo 31 de la primera temporada; y me rompía el corazón que la morcilla escuálida de Luna no le correspondiera. Eso sí, los momentos cómicos que protagonizaron son muy entrañables. ¡Viva Rhett Butler, el felino romanticón que se ruboriza cada diez segundos! Muy tierno él.

Babu

Sankarea

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Tengo que decir que Sankarea me parece un mojón humeante de los gordos. Casi ni lo recuerdo, pero la sensación era la habitual que todos hemos experimentado alguna vez: ¿por qué cojones sigo viendo esta mierda? En mi caso estaba claro: por Babu. Babu ha sufrido la tragedia en sus carnes, Babu es kawaii y regordete (sí, me gustan los animalitos obesos), Babu se alimenta de hojas de bellas hortensias, Babu se comunica con ese dulce y balbuciente ¡babu!, Babu es un zombi. Gato. Zombi. Para qué pedir más. Cuando surgía, de repente, en la copa de un árbol, con los ojos en blanco y rugiendo ¡BAAAAABUUUU!, me sentía feliz a pesar de la bosta que estaba merendando.

Nyatta & Nyâko

Nekojiru-sô

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Fueron creaciones de la mangaka Chiyomi Hashiguchi, desgraciadamente fallecida en 1998, y que aparecieron por primera en la revista Garo con su obra Nekojiru Udon. No he tenido la fortuna de leer el tebeo ni de ver la serie, pero sí la OVA del 2001, donde estos dos gatitos hermanos me prendaron. Esta bizarrada que es Nekojiru-sô (Sopa de gato), la puedo comparar a un viaje de ácido mezclado con ayahuasca y un ligero toque de hongos psilocibios. Bien, ¿verdad? Pues ya sabéis lo que hay. La historia, en realidad, es una odisea por el país de los muertos, una κατάϐασις: Nyatta ha logrado arrebatarle al bodhisattva Ojizô-sama la mitad del alma de su hermana, Nyâko, que acababa de fallecer; pero ha quedado en un estado medio comatoso, así que con ella de la mano, aprovechando que su madre los manda a comprar tofu frito, se embarcan en la búsqueda de la otra mitad que le falta. Y entonces empieza… empieza… lo inenarrable. Maravilloso.

Chiranosuke

Punch Line

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Gato cabronazo de la vida, es genial. Y encima me recuerda a Isis, aunque ella no ve porno felino en el ordenador. Punch Line está resultando toda una sorpresa esta temporada; admito que solo he visto cinco capítulos (voy con retrasillo) pero las cosas tan pasadas de vueltas me suelen enganchar casi siempre. El que haya en el elenco un gato como Chiranosuke, garantiza que la vaya a finalizar aunque termine opinando que la serie es boñiga concentrada. Me gusta su indolencia cruel; es una especie de virgilio hijoputesco, mordaz, y espero tenga un papel más relevante, conforme avance la serie, que la de simple guía espiritual de Yûta.

Baron Humbert von Gikkingen

Mimi wo Sumaseba

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Y con Ghibli hemos topado. Ay. Whisper of the heart era más que una promesa, pero… karôshi. Aunque es el barón alemán el que requiere atención aquí. Si no es mi personaje felino favorito del mundo del anime, poco le falta. Y no es que en Neko no Ongaeshi estuviera mal (la peli tampoco me dijo mucho, homenajes a Alice hay infinidad) pero en Mimi wo Sumaseba se me adueñó from head to toe. Es inteligente, sutil, divertido… los que habéis visto el film ya lo sabéis; los que no, solo os resta descubrirlo. Es una de las piezas esenciales de la obra, su presencia ilumina.

Taishô

Neko Râmen

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Hay pocos anime o mangas que me hagan reír. Neko Râmen es uno de ellos. Es una serie de esas que se beben en un segundo y dejan buen sabor de boca. Si lo pensáis bien, un gato regentando un restaurante de râmen no es un argumento de excesivas complejidades; eso sí, mongoladas todas las que queráis. Es un anime ligero de comedia idiota, muy recomendable si se tiene un mal día. Y Taishô, el gato cocinero protagonista, me encanta. Ese ímpetu, esa mala hostia a duras penas contenida, esa ingenuidad y torpeza sempiterna a la hora de cocinar… Taishô, venero cómo intoxicas a la parroquia con tus comidas, ¡sigue así!

Kirara

InuYasha

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¡Cómo no iba a incluir en este mini-listado a mi querida Kirara! InuYasha, con sus virtudes y sus defectos, es una serie que ha cuidado siempre muy bien a sus personajes, y eso se ha notado en todos los secundarios. Kirara es uno de ellos. Como poderosa nekomata de medio milenio, guarda sus secretos y posee una lealtad a prueba de bombas. Siempre recordaré ese capítulo dedicado a ella, donde los protagonistas hacen un repaso a todos los usos egoístas que hicieron de sus servicios, bajo la mirada de un severo Shippô. Hilarante en particular el caso del propio InuYasha y las misteriosas calvas que afloraron en la cabeza de nuestra amiga. ¡Y qué linda es en su estado diminuto… dan ganas de comérsela!

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Isis en su noveno cumpleaños

Casi da para hacer un tag, pero paso mucho de involucrar a la gente, sobre todo cuando una mayoría estáis de exámenes y, presumo, apetece hacer un listado así como ir al dentista. Pero el que se anime, es libre de crear su propia recopilación felina. O perruna. O de tortugas. He dicho.

¡Buenos días!

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Este invierno se presenta bastante esmirriado en lo concerniente a nuevos animes con un mínimo de atracción, pero es algo que se barruntaba hace semanas. Todo lo que me interesaba ya se ha estrenado, le he echado un vistazo y algunas series han conseguido captar mi atención (por supuesto) y otras pues… no tengo ni repajolera idea de qué esperar. Ni si tendré la paciencia para continuarlas. Pero esto siempre funciona así.

"Nieve en el templo Kamigamo, Kioto" de Takeji Asano (1953)
«Nieve en el templo Kamigamo, Kioto» de Takeji Asano (1953)

 Rolling☆Girls

ローリング☆ガールズ

Inicialmente no tenía planeado verla, pero después de leer buenas referencias en diferentes webs y blogs, pensé: why not? tampoco pierdo nada. Y la verdad, no puedo decir que me haya decepcionado. Tampoco me ha encandilado, pero es solo un primer capítulo y posee ingredientes que me gustan bastante: trazas tokusatsu, batallas shounen style con andanadas de hostias, orgías culinarias, mi té favorito (matcha) y guión descabellado. Suficiente para satisfacer mi sistema límbico. Desconozco si acabará aburriéndome, pero si la dosis de insensateces permanece estable, seguramente la llegue a disfrutar mucho. Rolling Girls es como un chicle de fresa ácida, una bomba pop que confío no pierda el sabor demasiado rápido.

rolling girls

Kamisama Hajimemashita 2

神様はじめました◎

Es uno de los animes que esperaba con más cariño porque a pesar de que se trata de un shoujo mondo y lirondo, es su arquetipo perfecto. Tiene hasta esa característica tan exasperantemente shoujesca (toma palabro, jojo) de tropecientosmil capítulos de manga. Pero lo amo igualmente. De momento tengo vistas dos entregas y, aunque han fusilado un montón de episodios del tebeo y la evolución del argumento me esté pareciendo ligeramente apresurada, no me quejo. Es un anime sencillo, campechano y directo; no hay que pedirle más porque ahí reside también su virtud. Si continúa esta senda, se convertirá en una de las series entrañables de la temporada… que no van a sobrar precisamente.

kamisama 2

Durarara!! x2 Shou

デュラララ!!×2 承

La primera temporada me gustó muchísimo, y este episodio inicial de la segunda aparenta proseguir con la misma atmósfera cool y bien trabajada de la anterior. Pero nunca se sabe qué nos puede deparar el destino, teniendo en cuenta además que su emisión se va a prolongar hasta el invierno de 2016 al estar dividida en tres partes. Es muy pronto para sacar conclusiones. ¿Primer capítulo? Ha sido un reencuentro estupendo; me ha servido para percatarme de cuánto he añorado esta serie y a sus personajes. Veremos qué pasa a partir de ahora.

drrrrrrx2

Yuri Kuma Arashi

ユリ熊嵐

Este meme es por si no se tiene el concepto principal claro. Ikuhara es así. Y no se le puede (ni debe) cambiar. Si no te agrada su filosofía, no veas sus series. Simple.

ikuhara

Yuri Kuma Arashi lo empecé a ver gracias a Jane-san y tras dos capítulos no sé si me gusta o no. Ese opening, que parece sacado de la banda sonora de una peli erótica francesa de los años 70, es un preludio de lo que se avecinaba. Ikuni no es un señor fácil, y eso que es viejo conocido. Buf. Menuda empanada mental de serie. Eso sí, este japonés pervertido ya empieza a oler un poco… los recursos estilísticos que utiliza son los mismos que en animes anteriores. La presencia de Utena, por nombrar lo más evidente, es de escándalo. ¿Podemos hablar de autoplagio? A lo mejor. Desde luego no soy nadie para echarle en cara nada, pero tampoco puedo negar lo que percibo.

no, no es Utena

Un tema tan delirante y absurdo como el de unos ositos kawaii de tiernos gruñidos devorando virginales adolescentes de inclinaciones lésbicas… está hecho para mí. Definitely. Algo tan disparatado y surrealista no lo podía dejar pasar. Esa antítesis representada en la pulcra propuesta visual y la atrocidad de úrsidos engullendo humanos es alucinógena total. Punto para Ikuhara. Me gustaría que el japonés pervertido me sorprendiera… me gustaría. Pero el diseño de las niñas me revuelve bastante el estómago. Sinceramente, no sé qué cojones pensar todavía de la serie. Es pronto. Voy a continuar con ella, aunque con 12 episodios dudo que su desarrollo vaya a ser de la complejidad a la que nos tiene Ikuni acostumbrados. Probablemente quede todo en una bizarrada vacía, pero al menos me dejaré deslumbrar un rato… si aguanto, claro.

bears

Death Parade

デス・パレード

Es uno de los animes más esperados de esta temporada invernal. Y no porque sea época de vacas flacas, su interés es intrínseco ya que viene precedido por Death Billiards.  Me dejó muy buen sabor de boca aunque con muchas incógnitas… de diferentes clases además.

El episodio número uno ha colmado las expectativas aunque haya resultado ser una reiteración de las ideas expuestas en el corto. No obstante tiene todo el sentido del mundo ya que no deja de ser un capítulo-presentación. No sabemos si habrá un argumento principal complementado con subtramas autoconclusivas (esa sería una de las opciones lógicas), ni sabemos qué es ese lugar, qué hacen los que ahí ¿trabajan?, ¿habitan?, no sabemos casi nada. Internet es un hervidero de especulaciones, pero por lo menos nadie duda de que la ejecución técnica será competente (Madhouse warranty). Por mi parte continuaré viéndola ya que su planteamiento general promete: una exposición diáfana de los claroscuros de la mente humana, de la escala de grises en la que vivimos. Ojo, un terreno pantanoso donde la moralina es muy fácil se infiltre (eso no molaría nada). Espero que no defraude, porque elijo dejarme llevar. In Death Parade we trust!

death parade

Dentro de unos días haré un repaso a las series otoñales que prosiguen y han sobrevivido a mis chifladuras. También comentaré algo de la que he agregado a mi lista tardíamente: Akatsuki no Yona.

I’m so fuckin’ sorry pero… Garo se me ha atragantado de la muerte y para despistados: no sigo Aldnoah Zero porque no me da la gana, me parece una serie FEA. Y ya está.

No haré repaso semanal de las series; como ya hice en la temporada de otoño, cuando estén a punto de finalizar escribiré mis habituales pajas mentales y prau.

Buenos días, buenas tardes, buenas noches. Me piro a descansar. Hasta más leer.