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To-y

Aquí estamos de nuevo, dispuestos a pringarnos hasta las orejas otra vez en el lodazal de una de las etapas más horteras de la humanidad: los 80s. Cierto que Japón vivió su momento de mayor gloria a nivel internacional, no había país más próspero, moderno, futurista y, a la vez, exótico y atractivo que Cipango. Fueron la segunda potencia mundial solo detrás de Estados Unidos, nación de la que era aliado. Era un país que estaba en boga, un milagro económico que alcanzó su cenit y que, de manera abrupta, se despeñó a principios de los 90. Estalló la burbuja inmobiliaria, la economía se estancó y las inacabables Décadas Perdidas fueron desangrando, lentamente, el país. Tomó el relevo en popularidad entonces Corea del Sur y, poco a poco, también lo está haciendo China. Las modas tienen bastante de clasista, apreciada otaquería.

No es que ahora Japón sea un estado menesteroso, ni muchísimo menos, pero las continuas crisis económicas le han quitado un poco el lustre de cara al exterior. Sin embargo, a los japonófilos nos la trae bastante al pairo todo eso, y hallamos interés en el país hasta en horas bajas monetarias, porque tampoco reflejan debacle cultural alguna, más bien al revés. Excelentes artistas y obras han surgido durante estos últimos decenios, es algo que todos sabemos.

Sin embargo, en la entrada de hoy regresamos al apogeo de Japón. Con una obra, además, muy querida entre un pequeño grupo de yayos y muy desconocida por una mayoría. Quizás tú, otaco imberbe, sí que conozcas To-y (1985-1987): pues que sepas que no sois muchos, enhorabuena.

La entrada de hoy está dedicada a la película de To-y (1987), porque como ocurre a menudo en el universo manganime, esta obra fue originalmente un tebeo que se adaptó al formato de vídeo doméstico. No es una OVA larga, apenas roza la hora de duración, de ahí que si no se han leído, aunque sea por encima, los primeros capítulos del manga, pueda despistar un poco. De momento el tebeo no está editado fuera de Japón y los scans solo alcanzan el primer volumen de la obra, que consta de 10 en total. Fue publicado entre 1985 y 1987 en Weekly Shônen Sunday, y en su 30 aniversario fue compilado en una edición especial de cinco tankôbon. Es un manga con cierto reconocimiento en Japón, así como el anime que nos atañe hoy, pero fuera de sus fronteras apenas tuvo repercusión. Y es una pena, porque su influencia es muy obvia en otras obras que sí conocemos muy bien en Occidente como Beck (2000), Nana (2006) e incluso Cowboy Bebop (no, no es broma).

El autor es Atsushi Kamijô, del cual sí que tuvimos publicado en España, gracias a Glénat, su obra Sex (1988-1992), que se adaptó también en una OVA (2018) precuela de la historia. Kamijô hizo su debut en 1983 y, como muchos mangaka de su generación, sufrió la influencia del enamorado de la cultura pop Hisashi Eguchi y el monstruo de Katsuhiro Ôtomo. Y To-y tiene tanto de uno como de otro, un influjo que Kamijô no ocultó en ningún instante y domesticó a su voluntad para crear una historia efervescente sobre una banda de punk y la industria musical nipona de los 80. De modo que, con estos precedentes, no estaría mal que alguna editorial se animara a publicar el tebeo. Yo lo dejo caer por aquí, quizá suene la flauta.

To-y tiene de protagonista a un adolescente del mismo nombre, el joven líder de una banda de punk llamada GASP y que tiene bastante prestigio en la escena underground. Sus seguidores, aunque no demasiados, son muy fieles y su número cada día aumenta un poco más. Entre sus fans se encuentra Niya Yamada y su inseparable gato Nya, una chica solo un año menor que Fuiji To-y pero que por su aspecto andrógino y comportamiento imprevisible aparenta bastantes menos. Niya sigue a todos lados a To-y, y tiene una fe sólida e ingenua en el futuro de GASP. Podría considerársela una especie de groupie, pero sin un componente sexual manifiesto. O eso parece.

Sin embargo, es To-y quien destaca sobre los demás, y la mánager Kashiko Katô, una ejecutiva agresiva de gran astucia, no dudará en utilizar malas artes para lograr ser su representante. Solo lo quiere a él, no le interesa el resto del grupo. Katô además tiene en su cartera al famoso idol Yoji Aikawa, rival de To-y y con el que ha tenido algún que otro encontronazo. To-y desprecia todo lo que encarna Katô, el poder de la industria musical que destruye la creatividad, engendrando productos comerciales como Aikawa, dirigidos solo a generar beneficios económicos. Él no quiere que se le utilice como a un juguete (toy), sino ser él mismo. Su prima, Hidero Koishikawa, que es una célebre cantante de pop cursi, desea que To-y halle la fama y, creyendo así ayudarle, conduce a Katô hasta él. Hidero, además, está enamorada de su primo (japoneses e incesto: ese horror) y no soporta la continua presencia de Niya.

Esta podría ser una introducción bastante simple de un argumento que, como imaginaréis, está repleto de las complejidades de las relaciones personales y profesionales que se dan en una banda de rock. La historia tira del tradicional tema del cantante con extraordinario talento unido a una banda quizá no tan brillante, y cómo la malvada industria musical aprovecha una posible brecha para acometer su misión: hacer dinero. Hacer dinero a costa del amor, la amistad, la libertad y, por supuesto, el propio arte. ¿Es algo exagerado? Cualquiera que haya metido un mínimo el hocico en el mundillo musical sabe que no, ni en los 80 ni ahora.

To-y es un chico apasionado en el escenario, capaz de darlo todo, pero en la vida real resulta distante, introspectivo y algo taciturno. Incluso es acusado de no estar realmente comprometido con la banda por Isami, bajista de GASP; o de no ser un auténtico punk por Momo, el batería. Sin embargo, To-y está sumido en sus propias batallas internas, resulta un poquito emo el chaval, aunque es totalmente comprensible. ¿Caerá al final en las garras de Katô?

Mi personaje favorito es, sin duda, Niya. Es alegre, inocente, poseedora de una naturalidad innata… resulta toda luz y espontaneidad. Como un gato. Y que esté acompañada del felinillo callejero Nya me terminó de encandilar. En el manga su faceta escolar tiene más presencia, siendo en el anime casi inexistente. Sin embargo, hay momentos algo turbadores entre ella y To-y. No obstante, habiendo leído un par de capítulos del manga, no parece (pero a saber) que la sangre llegara al río. No he podido evitar pensar que mi querida Ed de Cowboy Bebop absorbió muchas de las características personales de Niya. Asimismo, la insoportable Merle de Tenkû no Escaflowne (1996) también ha aprendido un par de cositas de ella.

Por otro lado, me ha llamado la atención el macarra del bajista, Isami, y el propio To-y, que tiene un ramalazo Bowie potente. Aparecen unas cuantas referencias musicales en el anime y es curioso, porque a pesar de ser una película centrada en el mundo de la música, no escuchamos ni una sola canción de los artistas en cuestión. El fondo es como una sucesión de composiciones inconexas que manan y se ajustan al enorme flujo de imágenes en movimiento que es este film, pero no suena ni un solo tema de GASP. Nos dicen que es un grupo de punk, pero realmente no lo sabemos, porque además el soundtrack es más bien pop y refrito de new wave.

De hecho, observando la facha de sus fans y de los propios componentes del grupo, yo juraría que el rollo de GASP tiene más relación con el post-punk o el rock gótico. Los seguidores de Yoji Aikawa miran con recelo incluso temor a los forofos de GASP, los consideran «raros», de otra tribu. Y eso es lo que este anime refleja también, un mundo que ya no existe en la actualidad, salvo de forma muy residual: el de las tribus urbanas relacionadas con la música. Los rockers, los mods, los metaleros, los punks, los indies, los góticos, los raperos… subculturas con sus propios códigos estéticos y que, casi siempre, se miraban por encima del hombro las unas a las otras, incluso podían llegar a agredirse físicamente.

Kaie es, por ejemplo, uno de los secundarios que reafirma mi idea de que el asunto trasciende el punk hasta alcanzar incluso el visual kei. Se trata del líder de la banda Penicillin Shock, telonera en ocasiones de GASP, y aunque el personaje está oficialmente inspirado en el artista japonés Katsuhiko Nakagawa (1962-1994), cuando lo vi tanto en el cómic como en el anime mi cerebro solo pudo pensar en Siouxsie Sioux y Muerte de Neil Gaiman, aunque esta última nació unos añitos más tarde. Así de loquita estoy ahora, camaradas otacos. Por cierto, que Kaie es un personaje bastante, bastante turbio. Desconozco que habrá sido de él en el tebeo, pero olisqueo contorsiones obsesivas. Eso me gusta.

En resumen, To-y plasma el inmortal conflicto majors vs. indies; la gran fábrica de música pop contra las bandas pequeñas de medios limitados pero autónomas. Todos quieren ganarse el pan con sus trabajos, ninguno lo tiene fácil del todo y ambas posiciones exigen grandes sacrificios de diferente índole. ¿Es posible compatibilizar la rentabilidad económica con la producción artística? El arte al servicio del dinero acaba pervirtiéndose tarde o temprano; pero la libertad creativa no suele dar de comer mucho tal como está planteado el mundo. Ay, dilemas, dilemas sin solución a la vista.

La película abarca el primer tankôbon y avanza un poco en el segundo, dejando la miel en los labios, aunque ofrece un final más o menos cerrado. La historia de GASP, To-y y el resto de la cuadrilla es evidente que prosigue, pero sobre el papel. ¿Resulta decepcionante por ello? Para nada. To-y no está concebido como un absoluto, sino como una promoción del manga, de modo que rinde vasallaje a la nueva cultura del videoclip tan de moda en los 80 y 90. La MTV era la emperatriz omnímoda del single y la música vinculada a la imagen, de la propaganda de las discográficas a través de un formato que atraía e hipnotizaba al público juvenil. Y To-y utilizó de manera magistral su lenguaje audiovisual. Tanto es así que el peso argumental no recae en los diálogos, que son muy justos, sino en las imágenes.

Se trata de un anime de gran dinamismo, colmado de planos audaces y gran imaginación; con recursos visuales ricos y variados, pero muy distintivos de la década de los 80. Y es que To-y es muy, muy PERO QUE MUY ochentero… y la sombra de Akira es muy alargada también. Ahí tenemos el consabido culto al cuerpo, la locura por la moda y el maquillaje o el capitalismo desaforado como única forma de existencia válida. Y Duran Duran, por supuesto, solo hay que ver la portada de su disco Rio (1982) y el cartel publicitario de la OVA.

Vale, vale, solo era una excusa para mencionar a Simon LeBon y sus secuaces, pero las similitudes están ahí. Y la propia animación es una de las mejores muestras del dibujo limpio y prolijo de esa década. Esos cuerpos estilizados y lozanos de hombros infinitos y piernas interminables, qué maravilla. Ese manierismo resulta todavía fascinante. La verdad es que To-y está realizado con gran atención al detalle, puede presumir de cientos de sutilidades que expresan con pureza las emociones de sus protagonistas. Sin necesidad de palabras. Su calidad es indudable, una joyita escondida de tiempos menos informáticos.

Por si no había quedado claro, To-y es un anime para adultos, no solo porque en menos de una hora trabaje temáticas tan arduas como la prostitución de las artes y su conversión en meros bienes de consumo. Tiene algunas escenas subidas de tono, aunque gracias al nervio cómico que Niya aporta quedan suavizadas; y los asuntos de una posible pederastia y el incesto tampoco es que sean raros en el manganime. Pero ahí están en To-y, de incógnito o no. Avisados quedáis.

¿Recomiendo To-y? Solo por la estupenda experiencia visual que resulta, la sentencia es un sí rotundo. Pero por sí mismo es un anime al que le falta algo de contexto. No es que se haga incomprensible, pero se notan los huecos. Creo que es una excelente carnada para luego sucumbir al manga, donde me gustaría que To-y hiciera el memo, abandonase a GASP y se convirtiera en un trebejo. Esa sería una lectura muy interesante, pero ignoro si la historia continúa de esa manera o si tendré posibilidades de catarla algún día. De momento, esta OVA para mí ha sido y es un buen consuelo.

Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

Abril de ciencia ficción, anime

Abril de ciencia ficción: la Leyenda de los Héroes de la Galaxia

¿Cómo ignorar semejante obra en nuestro Abril de ciencia ficción? Y no es fácil hablar de ella, pues se trata de una saga laberíntica y llena de precuelas, refritos, historias paralelas, películas… y eso solo en animación, porque tiene también su propia adaptación de Takarazuka Revue. Pero, si queremos empezar por algún sitio, hay que aclarar que el arco original son novelas. 10 volúmenes publicados entre 1982 y 1987, que se complementarían con 4 más (1984-1989) y pueden encontrarse en inglés. Esto la convierte en una de las narraciones más extensas de Cipango.

Pero, ¿quién es el cerebro detrás de Ginga Eiyû Densetsu o la Leyenda de los Héroes de la Galaxia? Pues el doctor en lengua y literatura japonesas Yoshiki Tanaka, autor de otras famosas obras como Arslan Senki (1986-2017) o Sohryuden (1987), todas ellas con diversas adaptaciones al anime. Y del anime de Ginga Eiyû Densetsu (1988-1997) trata el artículo de hoy, de las OVAs originales que, china chana, llegaron hasta los 110 capítulos.

Aunque unos pocos meses antes del nacimiento de esta monstruosa serie, salió a la luz la película Ginga Eiyû Densetsu Waga Yuku wa Hoshi no Taikai (1988) así como el videojuego para Famicom de Nintendo, que sirvieron de preludio a la epopeya que se desplegó en ese centenar de episodios que ya son míticos. Tantos capítulos dan un poco de miedo a la hora de visionarlos, son todo un desafío, pero en su momento se realizaron con bastante naturalidad. Como antes he comentado, china chana. Estas OVAs se vendían por suscripción a los fans de las novelas, que pagaban su cuota e iban recibiendo por correo los vídeos. Otros tiempos. En realidad fueron los admiradores de la obra literaria los que hicieron posible que se llegara hasta las cuatro temporadas, 47 horas de batallas espaciales, intrigas políticas y conspiraciones; un culebrón cósmico inspirado en la historia de la humanidad, donde fueron cristalizadas su economía, psicología incluso antropología social con gran agudeza.

Pero, ¿esto no es un anime de ciencia ficción? Pues sí, pero también es un espejo donde la naturaleza humana se ve reflejada. La Leyenda de los Héroes de la Galaxia no es una serie cualquiera, tanto por su amplitud como por los temas que toca, que sobrepasan los límites de una space opera convencional. Es una obra exigente que demanda atención, una disposición activa por parte del espectador. Pero eso es adelantarnos un poco a los contenidos de la entrada, vayamos en orden.

Sí, hay gatos, y ahí lo tenéis, en SOnC no pueden faltar estos pequeños felinos. ¡Vivan los gatos! Tras este inciso, comentábamos que la Leyenda de los Héroes de la Galaxia tiene cuatro temporadas. La primera, que abarca los dos primeros volúmenes de la novela, constó de 26 episodios y se difundió entre diciembre de 1988 y junio de 1989. La segunda, que adaptó los volúmenes del 3 al 5, entre julio de 1991 y febrero de 1992, con 28 capítulos. La tercera, de 32 episodios, comprende los volúmenes del 6 al 8 y se publicó entre julio de 1994 y febrero de 1995. Finalmente, la cuarta temporada, con 27 capítulos, cubre el resto de volúmenes y fue lanzada entre septiembre de 1996 y marzo de 1997.

A los mandos de tamaña gesta animesca estuvo Noboru Ishiguro, un profesional ya curtido en otras lides como Uchû Senkan Yamato (1975), el Tetsuwan Atom de 1980 o Macross (1983). Casi nada, así que pocas bromas. También se haría cargo, más adelante, de la adaptación al anime de otra novela de Tanaka, Tytania (2009). Y es que no se le podía confiar este proyecto a alguien menos experimentado, ya que la intrincada arquitectura del universo del escritor es avasalladora.

Leyenda de los Héroes de la Galaxia comienza a bocajarro, sumergiéndonos sin rodeos en un conflicto armado, en una batalla estelar donde dos facciones enemigas se enfrentan: el Imperio y la Federación de Planetas Libres. Es toda una declaración de principios, pues a lo largo de la serie estas contiendas van a ser constantes. Sin embargo, no se trata de una obra de acción, sino de política y estrategia militar en una guerra que cubre casi dos siglos, donde las infinitas batallas no deciden en realidad nada. Por lo que no, esto no es Star Wars, que además resulta un tanto infantil en comparación. Aquí todos son humanos, no hay razas alienígenas ni peluches a los que se les ve la cremallera. Es una pugna fratricida donde el ser humano hace lo que mejor se le da: autodestruirse. Este anime juega en otra liga, camaradas otacos.

La serie presenta una simetría evidente entre dos mundos de filosofía opuesta, con dos personajes fuertes que medrarán gracias a su inteligencia y con problemas políticos muy distintos, pero de raíces comunes. Sin embargo, para entender el presente hay que conocer el pasado, y Leyenda de los Héroes de la Galaxia no se arredra a la hora de explicar con minuciosidad los orígenes de la guerra.

En el 2801 d.C, la humanidad ha partido de la Tierra y ha establecido en una galaxia cercana la Confederación Galáctica. Es el año 1 estelar, se vive una edad de oro. En el año estelar 296, Rudolf von Goldenbaum, joven héroe de la Confederación, se introduce en el mundo de la política. Con gran habilidad, va ascendiendo en la escala de poder y su influencia en el Parlamento es grande. En el año 310, ya como Primer Ministro, da un golpe de Estado, funda el Imperio Galáctico y se proclama Káiser. El año estelar es abolido y comienza el año 1 imperial. Rudolf instaura la Dinastía Goldenbaum, la suya propia, bajo el amparo de un sistema autocrático hereditario que remite al Antiguo Régimen, una monarquía absolutista de tintes feudales, con una nobleza fuerte e influyente. Se decretan leyes de eugenesia, se eliminan sistemáticamente a inconformistas.

En el año imperial 164 Arle Heinessen se rebela, convirtiéndose en el líder del grupo de los Republicanos. Cruzando una peligrosa zona del espacio, funda la Federación de Planetas Libres y recupera los años estelares. Junto a él, en un enorme éxodo, millones de personas deciden huir de la tiranía del Imperio para poder vivir sus existencias en un sistema democrático.

En el año estelar 640, 331 imperial, la Federación y el Imperio entran en guerra. Una guerra que está durando ya 150 años.

Con estos precedentes, la Leyenda de los Héroes de la Galaxia nos presenta a Reinhard von Lohengramm, perteneciente a la pequeña nobleza del Imperio, y a Yang Wen Li, estudiante de Historia de la Federación. Ambos son unos genios en tácticas militares, ambos están en el ejército por motivos personales más que por vocación, ambos son enemigos mortales aunque se admiran mutuamente. Los dos también, a pesar de sus orígenes humildes, progresan por méritos propios. Sin embargo, Reinhard es ambicioso y ansía el poder; Yang Wen Li, que es modesto y de talante relajado, solo desea que la guerra acabe con el menor número de bajas posible, finalizar sus estudios y llevar una vida tranquila.

Hay muchos más personajes, un auténtico carrusel de cientos de rostros que van desde generales, granjeros, urbanitas, políticos hasta pilotos o sirvientes. Todos ofrecen su visión de una realidad espinosa y desgarrada, algunos son víctimas, otros verdugos, los que más solo procuran no naufragar. Es aconsejable no encariñarse con ninguno, porque… eso, mejor que no. No obstante, sus retratos son poliédricos y llenos de matices, evolucionan y la profundidad psicológica de algunos es portentosa. Los numerosos flashbacks, además de relatar eventos de la historia, sirven para articular las diferentes personalidades, brindarles un trasfondo coherente y distintivo que hace comprensibles sus pensamientos y decisiones. Son sus voces las que construyen el relato de la Leyenda de los Héroes de la Galaxia, aunque haya otra en off narrando.

Sin embargo, debo reconocer que hay una cosa que no me ha gustado, y es la escasa presencia femenina. En un mundo donde la mitad de la población se supone que es mujer, casi no aparece su figura. Y si lo hace, es como interés romántico/sexual de alguien, en el ámbito doméstico o como la consabida pitufina. Esto le otorga cierta ranciedad anticuada que desluce un poco la serie, una pena. Es evidente que Tanaka representó en sus novelas, en un futuro muy lejano, la clásica sociedad patriarcal donde la posición de la mujer resulta casi idéntica a la que tenía en los años 80 del s. XX. Natural por otro lado, la Leyenda de los Héroes de la Galaxia es hija de su época y el autor tenía derecho, faltaba más, a escribir lo que le saliera del nabo. Yo también tengo derecho a escribir sobre lo que no me hace gracia, de modo que todos contentos. Sin embargo, este particular no me ha impedido en absoluto disfrutar de este anime, por no hablar de que soy consciente del valor trascendental que posee en la historia de la ciencia ficción.

Hay una clara dicotomía en la humanidad, representada por el Imperio, inspirado en el Reino de Prusia (1701-1918) y la mitología nórdica; y la Federación de Planetas Libres, una república democrática de apariencia más o menos contemporánea. El Imperio es una autocracia cuyo gobernante, Friedrich IV, también llamado «el Káiser de las Cenizas», es consciente de la decadencia de su dinastía y se ha abandonado a una vida de placeres, en la que la hermana de Reinhard, Annerose, es su concubina. Es un estado feudal de facto donde los nobles luchan por hacerse con el trono, son pequeños tiranos cuyo orgullo, soberbia y vanidad son la fuente de su incompetencia e insondable estupidez. Conciben la guerra desde la distancia con una noción de grandilocuencia épica totalmente insensible a la realidad de los desastres que provoca, pues no les afecta de forma directa, como casta privilegiada no sufren ni conocen esos horrores. Por otro lado, sus intrigas palaciegas y ceguera resultan la perfecta escalera para el ascenso de Reinhard, que aprovecha todos estos defectos a su favor. Sabe que el Imperio es un gigante con los pies de barro.

¿La situación de la Federación de Planetas Libres es mejor? Las democracias también tienen sus sombras, y en la Leyenda de los Héroes de la Galaxia se plasman de una manera que todos podemos reconocer demasiado bien: populismo, ultranacionalismo y la perversión de la palabra «libertad». Su cabeza más visible es el Secretario de Defensa, Job Trunicht, un oportunista que aprovecha la guerra a su favor, hace uso del miedo para manipular a la población y dirige en secreto el Cuerpo de los Caballeros Patrióticos, que lleva a cabo purgas entre los ciudadanos «molestos». Se trata de una democracia corrupta, y aunque existe un partido político antibelicista, que representa el descontento de una parte de la gente, harta de que sus familiares mueran en un conflicto estéril, su influencia siempre resulta estrangulada.

La guerra está esquilmando los recursos naturales de ambos estados, está destruyendo sus economías y devastando a la propia población. ¿A quién beneficia? Solo a particulares y, desde luego, al dominio autónomo de Phezzan, que aunque pertenece al Imperio, mantiene su independencia y se considera territorio neutral. Gobernado por el señor feudal Adrian Rubinsky, no duda en espiar a ambos bandos, venderles información y beneficiarse de la contienda mediante artimañas y zancadillas. Es un lugar de tránsito y residencia de refugiados, pero con Rubinsky nadie puede estar seguro.

¿Qué ingredientes le faltan a este potaje para convertirse en una olla explosiva? A lo largo de estos ciento y pico episodios muchas cosas estallan. Sin embargo, al guisado se le añade la molécula del fanatismo religioso, encarnado en el Culto de la Tierra, una especie de secta vinculada a la extrema derecha. Esta considera el conflicto una guerra santa, y desea por encima de todas las cosas que la humanidad regrese a la Tierra, ya que la honran como sagrada, y se la conquiste en una cruzada,

Y las batallas van desfilando, como en una danza al son de Wagner, Mozart, Dvořák… Una danza de destrucción y muerte donde brillan en todo su esplendor los estrategas Reinhard y Yang Wen Li. Son, de hecho, los diálogos y no la acción los que conducen la serie a través de un argumento denso como una estrella de neutrones, que además siempre sorprende por sus giros inesperados. Con un lenguaje en ocasiones florido, se reflexiona sobre la condición humana, la existencia del universo o el porqué de las guerras. ¿Es mejor una buena dictadura que una democracia podrida? La Leyenda de los Héroes de la Galaxia es una serie para pensar.

¿Qué más se puede comentar sobre esta serie de OVAs? Pues que la animación es gloriosa, llena de pormenores y expresividad, y que conforme avanzan las temporadas mejora muchísimo. Para los que somos fans de lo analógico y deploramos esa impresión a silicona rutilante de la informática, es un auténtico placer y descanso para los ojos ver anime así. Y los diseños de las naves espaciales… ¡ay, madre mía! esa atención al detalle es maravillosa.

La Leyenda de los Héroes de la Galaxia es una serie parsimoniosa que se toma su tiempo para narrar, pero que en cada episodio sucede algo de importancia. Sin prisa pero sin pausa. No hay apenas episodios de relleno o recapitulaciones, va sembrando semillas que más adelante germinan y abren las puertas a otros espacios. No es una obra para gente impaciente o ávida de trompazos, casi podríamos decir que tiene cierto olor a documental, como una crónica histórica que todavía no ha sucedido, pero que resuena en nuestro cerebro porque es una reverberación de lo que somos como especie. Y la guerra, la guerra que lo cambia todo.

¿Recomiendo la Leyenda de los Héroes de la Galaxia? ¡Pues claro! No obstante, como se desprende de esta reseña, es una serie que requiere un tiempo de digestión, quizá por eso no sea demasiado popular ni conocida… aún. Pero los otacos que nacimos en el mesozoico sí que sabíamos de ella, y creo que ya era hora de que le escribiera una entradilla en el blog. La tiene merecida de sobras.

Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

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La leyenda de Sirius

Sanrio es el imperio de la todopoderosa zarina de lo kawaii Hello Kitty, eso nadie lo duda. Sin embargo, esta empresa japonesa es mucho más; de hecho, hace un tiempo muy, muy lejano incluso comenzó a realizar animación con pretensiones internacionales. Eran los años 70 del s. XX y Sanrio quería picar más alto. En 1977, con la creatividad del poeta e ilustrador Takashi Yanase (¡viva Anpanman!), vio la luz el cortometraje animado Bara no Hara to Joe, comenzando una etapa audiovisual bastante interesante, sobre todo para los husmeadores como yo que gustamos de entretenernos escarbando entre material antiguo. Sanrio continuaría luego con Chiisana Jumbo (1977) junto a Yanase-sensei de nuevo y, tomando ya una buena carrerilla con Yanase otra vez, llegaría la bestialidad de Chirin no Suzu o Ringing Bell (1978).

Ninguno de los dos cortometrajes, tampoco el mediometraje Chirin no Suzu, a pesar de ir dirigidos al público infantil, pueden considerarse obras almibaradas e inofensivas. Estamos hablando de Japón, camaradas otacos, y la crueldad junto a la tristeza se reparten sin distinción de edad como peladillas en boda gitana. El caso de Ringing Bell resulta especialmente siniestro, pero de ese anime ya escribiré otro día.

Sanrio no se iba a quedar ahí, por supuesto, y envidó también sin miedo con largometrajes audaces, buscando hacerse un hueco en Occidente. Primero probó con una coproducción con Estados Unidos, The mouse and his child (1977), bastante convencional y que no entusiasmó demasiado; Hoshi no Orpheus (1979) llegó después, adaptando cinco mitos clásicos recogidos en Las Metamorfosis de Ovidio, pero otorgándoles un giro funkilorro y discotequero muy del momento. Luego, siguiendo la estela de la mitología grecorromana, Sanrio trabajó con Madhouse y el mismísimo Osamu Tezuka en la adaptación de Unico (1981), aunque el manga ya había tenido un amago anterior de serialización en TV, que quedó en OVA de borrajas. Y después, en ese mismo año, Sanrio parió nuestra estrella de hoy: Sirius no Densetsu (1981) o La leyenda de Sirius. Sin duda la obra más llamativa de la compañía en esa época.

Irían detrás de ella otras películas, claro, como la segunda parte de Unico (1983), el exitoso drama histórico Oshin (1984), basado en la que sería la primera asadora exportada fuera de Japón; o el que me parece su trabajo más valiente, Yôsei Florence (1985). De hecho, Sirius no Densetsu y Yôsei Florence pueden considerarse películas hermanas, comparten muchas cosas sobre todo a nivel artístico, y ambas poseen un espíritu desobediente que las hace especiales incluso después de tantos años. Pero tampoco es de extrañar, ya que fueron dirigidas por el mismo director, Masami Hata, y gozaron de las historias del propio Shintarô Tsuji, el jefazo de Sanrio. Sin embargo, es La leyenda de Sirius la protagonista del SOnC de hoy. No obstante, os dejo por aquí Fairy Florence por si queréis echarle un vistazo, merece muchísimo la pena, es mi favorita de las dos.

También es cierto que ambas han sido comparadas hasta la náusea con Disney, y han salido perdiendo, por supuesto. Como si se tratase de un esfuerzo extraordinario por lograr la excelencia de la maquinaria estadounidense y se fallara porque, ¿cómo se puede conseguir algo así? La tecnología de Disney es inalcanzable. Pero todos sabemos que esto no es cierto, al menos ahora, en nuestro presente. Con todo, debemos reconocer que en los 70 y 80 el panorama era distinto, y sí, Sirius no Densetsu le debe muchísimo a Disney, aunque detenerse en la epidermis resultaría injusto, porque hay mucho más que disfrutar y valorar de este largometraje.

La leyenda de Sirius fue concebida a lo grande, creada para ir más allá de las fronteras de Japón, saltar a Occidente y demostrar que la animación de calidad en grandes salas y para toda la familia no era el coto privado de nadie. No es que no se hubiera intentado antes, pero Sirius no Densetsu lo hizo en el mismo lenguaje comercial que los norteamericanos facturaban al planeta entero. Este film fue planteado de tal manera que hasta la banda sonora, compuesta por Koichi Sugiyama, fue interpretada por la orquesta sinfónica NHK de Tokio: suntuosidad y alto presupuesto. No fueron, ni mucho menos, tacaños. ¿Les salió bien? En el plano artístico un sí rotundo; en el comercial, ¿alguien la recuerda o la conoce? Pues ahí tenéis la respuesta.

Pero comencemos por el principio, ¿qué nos narra La leyenda de Sirius? Shintarô Tsuji nos relata un cuento repleto de elementos que se alimentan de lo legendario, una historia de amor imposible donde el villano hace tiempo que fue derrotado, esparcidos sus huesos y tomado su globo ocular como reliquia y símbolo de poder. El malo está muerto, los malandrines que restan son solo mezquindad. Sin embargo, las semillas que sembró brotaron y crecieron con vigor, convirtiéndose en la divergencia que conformaría un abismo infranqueable. O casi.

Themis, diosa del fuego y Glaucos, dios del agua, son hermanos y vivían como uno solo, en completo amor y alegría. Pero su felicidad era envidiada por el dios del viento, Argon, y decidió diseminar mentiras llenas de odio entre los dos. Donde antes hubo un profundo afecto, surgió un rencor inmenso que condujo a un violento enfrentamiento entre Themis y Glaucos. La guerra fue tan devastadora que el dios superior se vio forzado a intervenir, neutralizar a Argon y arrancarle su fuente de poder, su ojo, para entregárselo a Glaucos. Pero esta paz forzada apenas puede ocultar el resentimiento y aversión que siguen sintiendo los hermanos; y, cada uno en su reino, el Océano y la Tierra junto al mar, continúan aborreciéndose en la distancia.

Tanto Themis y Glaucos han tenido descendencia, y como herederos de los reinos de sus padres, tienen responsabilidades. La hija de Themis, Malta, es la guardiana de la Llama Sagrada y debe cuidar de que nunca se apague, pues asegura la calma en las aguas del Océano y la prosperidad del reino del Fuego. Malta siempre se encuentra escoltada por la pipiola hada ígnea Pialé, que siente un intenso amor por ella. El hijo de Glaucos es Sirius, que llegada su mayoría de edad recibe el ojo de Argon como atributo de futuro gobernante del Océano. Su compañero de travesuras es el pequeño sireno Teak, la voz de la sensatez. Ambos príncipes son muy jóvenes y tienen la cabeza un poco en las nubes, sobre todo Sirius, que en una de sus escapadas, atravesando las Regiones Tabú donde hay extrañas criaturas y yacen los despojos del antiguo dios del viento, alcanza la orilla del mar y llega hasta el reino del Fuego. Allí descubre a Malta, pronto ambos se enamoran y viven su inocente idilio en un jardín secreto.

Sin embargo, su amor está condenado desde el principio: no solo porque pertenezcan a clanes enemigos (que sean primos hermanos ya pues da igual), sino porque los dos son herederos al trono de sus respectivos territorios. Malta, en unos días también, alcanzará la mayoría de edad y relevará a su madre de su cargo con la llegada de un eclipse solar mágico. Pero la sabia tortuga Moelle les brinda una diminuta esperanza: durante el eclipse, en la colina de Mobius, unas raras flores brotan, liberando unas esporas que, flotando, se dirigen a una lejana estrella donde fuego y agua todavía coexisten en armonía. Solo tendrían que seguirlas. Y los muchachos se aferran a esa perspectiva con optimismo.

Como bien imaginaréis, la historia se complica. Y debo añadir que La leyenda de Sirius es una tragedia, por lo que el final no es feliz como se acostumbra a ver en las producciones Disney. Aquí hay muertos, otaquería, y los japoneses son además especialistas en espachurrar nuestros kokoros y hacernos llorar si es posible. Se trata de un cuento de hadas que se inspira en los cientos de leyendas que existen de amor imposible (Tristán e Isolda, los amantes de Teruel, Romeo y Julieta, Niu Lang y Zhi Un, etc) para crear su propio y descarnado drama. Los personajes en sí no nos van a sorprender, pues representan arquetipos bien conocidos por todos que simplemente están al servicio del relato. Pero resulta muy bonito observar el abanico de emociones que se despliegan ante nosotros: la curiosidad por el sexo opuesto, la ingenua adoración del enamorado o la ansiedad ciega de la pasión. Todo con mucho esmero.

Sirius no Densetsu en ese aspecto es peculiar, ya que permite una doble lectura. Va dirigido a un público infantil, y ahí tenemos los ingredientes habituales de la fórmula, como los recursos cómicos, bellas danzas visuales de gran cromatismo o los típicos personajes graciosos; pero también encontramos moléculas bastante más oscuras que solo una persona adulta puede comprender en toda su dimensión. Es una auténtica película para toda la familia, de la que tanto mayores como pequeños pueden disfrutar.

En el terreno artístico es imposible no aludir a Fantasía (1940) o Peter Pan (1953) y su compañera Campanilla, las influencias están ahí bien presentes. Pero también tenemos al bishônen de Tezuka y sus malvados burlescos (Mabuse es una maravillosa salamandra gigante japonesa), no hay que olvidar que el director, Masami Hata, trabajó en Mushi Pro. Sirius no Densetsu aspiraba a ser un largometraje con lo mejor de Occidente y Japón, uniendo la ciencia de ambos mundos para ofrecer al espectador un producto bueno y accesible. De hecho, decidieron utilizar los 24 fps acostumbrados en el cine estadounidense (son el estándar), incluso en algunos momentos llegaron a los 80 fps, otorgándole una fluidez extraordinaria a escenas donde el fuego o el agua son los protagonistas.

Los paisajes que se nos muestran en Sirius no Densetsu, en especial los submarinos, son de una belleza e imaginación incomparables. Mucho más ricos y misteriosos que los que Disney más tarde elaboraría para su Sirenita (1989). Son muy evidentes los coletazos de un Yôji Kuri comedido, de una psicodelia vibrante en sus criaturas surrealistas. Además recordemos que se trata de animación tradicional, hecha a mano, nada de ordenadores y CGI, lo que concede mucho más mérito a ese laborioso esfuerzo que obtuvo una obra tan espectacular. Es una película sugerente y poética, y muchos de sus recursos visuales luego los hemos podido observar en trabajos posteriores, como por ejemplo Sailor Moon.

La leyenda de Sirius es una película grandilocuente y compleja, realizada con sumo gusto y que, por desgracia, no logró lo que tanto ambicionaba. Una lástima que se encuentre así de olvidada, pues no lo merece. Quizá es que por su crueldad intrínseca no llegó a conectar con el público general, no lo sé, sin embargo se trata de una obra conmovedora que nos susurra que, en realidad, el amor no lo puede todo; y que la lealtad y la candidez no son un escudo que nos proteja del mal. Lecciones valiosas.

¿La recomiendo? Por supuesto. Sirius no Densetsu es capaz de transmitir con eficacia sentimientos que muchas películas de acción real no pueden ni rozar. Aunque haya cargado con el sambenito de Disney-wannabe y por ello desdeñada, La leyenda de Sirius es una obra única y preciosa en su rareza, que no se avergonzó de sus ascendentes pero que tampoco tuvo miedo de arriesgar. Su influjo todavía se puede percibir, aunque no sea muy conocida (aún) entre los otacos. Veamos si con esta entradilla podemos cambiar un poco eso.

Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

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Auge y caída de los Heike

Como llevo tanto tiempo desconectada, se me han pasado por alto muchos tebeos, películas y series, pero ya estoy poniéndole remedio. Del año 2021, que en un primer vistazo paréceme un pavo relleno de muchas cositas deliciosas, Heike Monogatari es lo que más me ha llamado la atención. ¿Anime histórico y encima de la era Heian? ¿Adaptación de la obra épica del mismo nombre? ¿Pero cómo voy a ignorar esta extravagancia en el océano uniforme de soporíferos slice of life, babosadas moe o shônen encabritados? ¡Esto hay que verlo pero ya!

La verdad es que no se prodigan demasiado los anime del periodo Heian, y mucho menos dedicados a la literatura, así que este Heike Monogatari lo podríamos emparentar con trabajos anteriores como Genji Monogatari Sennenki (2009) o Chouyaku Hyakunin Isshu: Uta Koi (2012), de los que he escrito en alguna ocasión ya en el blog. Así que se puede intuir qué acento va a predominar en la serie, muy alejado de las obras comerciales de quemar y olvidar que suelen saturar las diferentes temporadas animescas. Y como sus dos predecesoras, exigirá del espectador gaijin unos mínimos de cultura japonesa, así como un profundo respeto hacia ella, lo que extrae de la ecuación a 3/4 partes del otaco promedio. Y aun teniendo unas nociones básicas, Heike Monogatari no será un plato de gusto popular, porque está enfocado ante todo hacia el público japonés. Quizá me estoy adelantando un poco en la reseña, pero tampoco está de más advertir desde un principio lo que nos vamos a encontrar. Como gatos, vamos a encontrar gaticos

Porque también es cierto que podrían haber orientado este anime a la acción, los desmembramientos y las cruentas batallas que se relatan en la obra literaria, pero no. La dirección de Heike Monogatari cayó en manos de Naoko Yamada, una mujer que se hizo todo un señor nombre gracias a su trabajo y esfuerzo en la trágicamente desaparecida KyoAni. Se puede considerar este su primer trabajo después de la hecatombe, y de momento parece bastante comprometida con Science SARU. Ojo, que hayan sido estos estudios los responsables de Heike Monogatari también es un aviso de que el producto no va a seguir el camino más transitado.

Yamada otorgará a este anime una mirada especial, diferente, aunque completamente respetuosa con el alma de la época. Pero debemos aclarar que Heike Monogatari es una adaptación de otra adaptación a su vez, la novela de Hideo Furukawa, que procuró trasladar al japonés moderno este cantar de gesta. Los que conozcáis la obra literaria original no hace falta que os diga que se trata de una creación grandiosa que difícilmente va a poder condensarse en 11 capítulos de animación. Pero, oigan, que lo han intentado, y el resultado no les ha quedado nada mal.

Yoritomo del clan Minamoto, vencedor de las Guerras Genpei (1180-1185) y primer shôgun de la historia, fundador del shogunato Kamakura.

Si os interesa la obra original en castellano, Satori (benditos sean) publicó una edición monumental que merece mucho la pena. Se trata de un imprescindible de la literatura japonesa, equivalente al Cantar del mío Cid, Beowulf, la Ilíada o el Cantar de Rolando, todos clásicos occidentales. El Cantar de Heike es un poema épico del s. XIII que nació para ser recitado, y así fue creciendo y sobreviviendo en la boca de los monjes ciegos que con su biwa iban recorriendo el país cantando y narrando el auge y la caída del clan Heike. El Cantar de Heike, de hecho, es la fuente documental más importante que tenemos de las Guerras Genpei, donde los Heike y sus seguidores fueron exterminados.

La obra literaria no tiene un autor; como la mayoría de este tipo de literatura, es anónima. Es el resultado de una larga tradición oral, un aglutinado de diferentes versiones que muestran en realidad una autoría colectiva. La compilación más antigua pertenece al monje Kakuichi, y es de 1371. El Cantar de Heike es una obra que permea, desde su aparición, la cultura japonesa al completo, empapándola de sus historias, conflictos, personajes, moral y filosofía. Sus decenas de protagonistas extienden sus tentáculos en las artes, desde los dramas delhasta novelas, fábulas, kabuki, bunraku, películas u obras pictóricas. ¡Y series de animación! No es la primera vez que aparece en los «dibujitos chinos» ni será la última. De hecho, Masaaki Yuasa, fundador de los estudios Science SARU, este pasado mayo de 2022 estrenó la película Inu-Ô, que sigue la estela de los Heike. No he tenido todavía la oportunidad de verla, pero ganas no me faltan.

Heike Monogatari la serie nos narra el auge y caída del clan Heike o Taira, enfrentados a muerte al clan Minamoto o Genji. Se centra más en los Heike, dejando a los Minamoto un poco de lado, pero el carrusel de personajes históricos es continuo, puede dejar sin respiración si no se pone interés. Cierto que, en general, los Minamoto tienen más de caricatura que de nobles (pobre Yoritomo, jojo) sin embargo, en once capítulos tampoco se puede exigir una gran profundidad psicológica dada la obra que es.

El anime tiene el mismo hilo conductor que el cantar de gesta: el instrumento musical que sirvió para su difusión, la biwa. En este caso, se personifica en una niña, hija de un músico que muere injustamente a manos de unos esbirros del clan Heike. A partir de ese suceso, toma el nombre de Biwa y decide seguir los pasos de su padre. Shigemori, hijo mayor de Kiyomori, patriarca de los Heike, se entera de lo ocurrido, y decide acogerla en su casa. Allí Biwa se negará a asumir el tradicional rol femenino y vestirá como un chico; asimismo, se dedicará a narrar con su música la historia de los Heike, ya que ha percibido su final. Biwa y Shigemori comparten un don, que se expresa en forma de heterocromía del iris. Con su ojo «maldito» son capaces de ver, en el caso de Biwa, el futuro; en el caso de Shigemori, los espíritus de los muertos. Y así, a través de los ojos de Biwa, unos ojos infantiles pero inteligentes, capaces de ver más allá de lo evidente y condenados a una impotencia suma, los acontecimientos se irán desgranando. Biwa no podrá hacer nada, salvo observar, registrar y cantar sobre lo inevitable.

Este destino es inexorable, pero no conducido por fuerzas externas; son las decisiones humanas las que lo hacen fatal. Es el ímpetu, la irreflexión y soberbia del líder Kiyomori los que precipitan las circunstancias en el anime, los primeros guijarros de una avalancha que arrastrará a su clan a la destrucción. Y es que en Heike Monogatari, a pesar de que sus protagonistas son personajes históricos tan solemnes que casi podrían cagar mármol, son plasmados con total humanidad. Son solo personas atrapadas en las redes de poder que ellos mismos han tejido y de las que no pueden escapar. Atados por decisiones debidas al honor y el orgullo, al miedo o la ira. Combates, intrigas políticas y luchas por el dominio de Japón son una parte fundamental de este anime, pero Yamada también elige mostrar otra realidad, oculta entre las bambalinas del drama masculino: la posición de la mujer en la era Heian (el personaje de Tokuko es de los más logrados).

Y no es una elección gratuita, pues en este el último periodo clásico de la historia japonesa, las mujeres en la corte comenzaron, a pesar de sus amarraduras, a brillar. Damas como Izumi Shikibu (976-1030), Murasaki Shikibu (978-1014) y la dama Sarashina (1008-c.1059), empezaron a escribir, a dar forma a la lengua japonesa y enriquecerla con el hiragana. Fueron precursoras de la literatura japonesa moderna con sus diarios, poesías, cartas y… la que es considerada su primera novela: Genji Monogatari. Fueron indispensables para esa auténtica revolución cultural cortesana que acaeció durante la era Heian.

Las mujeres de las clases altas podían acceder a una mínima educación y cierto patrimonio, pero se hallaban en una posición bastante singular: muy cerca del poder, incluso algunas de ellas eran sus marionetas directas (emperatrices, concubinas, damas de honor…). Sin embargo, no poseían la capacidad de ejercerlo. Otras tenían incluso independencia económica, pero vivían aun así subordinadas a causa de su género. Esta proximidad al poder político les permitió conocerlo y analizarlo con gran perspicacia, y actuar según sus posibilidades, aunque fueran exiguas. Así es mostrado en Heike Monogatari, donde las únicas mujeres que pueden considerarse relativamente libres son las que escogen la vida monacal.

Yamada se hizo rodear de asesores históricos como Yoshihiko Sata o el supervisor musical Yukihiro Gotô para estampar con la mayor fidelidad posible esa atmósfera Heian de sofisticación y excelencia, de cortesía exquisita y etiqueta exigente cuyos valores morales y estéticos eran el mono no aware y el miyabi. El mono no aware es un sentimiento donde se unen melancolía y serenidad. Combina dos nociones, una extranjera (budista) y otra autóctona (sintoísta); una que reflexiona sobre la inestabilidad y caducidad del cosmos, y otra que reverencia y sacraliza la naturaleza. El mono no aware es la comunión con la naturaleza para experimentar su impermanencia (mujô kan), fragilidad, imperfección y, precisamente por eso, su gran belleza (wabi-sabi). El miyabi es el sibaritismo, el gusto por la elegancia refinada y la distinción. 

Así tenemos entonces una serie plena de la sensibilidad estética de la era Heian pero con una perspectiva más contemporánea, donde Yamada decide dar espacio también a las relaciones interpersonales y los sentimientos de los personajes. Todo encaja como en un puzle, y el rico simbolismo que fluye en cada episodio dispensa a la serie de un corazón puro, pero taciturno. Heike Monogatari es un tsunami audiovisual que apabulla por la belleza de sus colores, sus detalles, su dinámica, su música.

En el aspecto formal nada se ha dejado al azar, Heike Monogatari es un prodigio de anime diseñado para fascinar con sosiego. Solo puedo decir que algunos recursos utilizados me han recordado a la maravilla de Kaguya-hime no monogatari (2013) del siempre añorado Isao Takahata, y eso es decir mucho de mi parte, porque amo esa película sobre todas las cosas. En resumen, se trata de un trabajo único y especial, que se nota que está realizado con mucho cariño y sutileza, con una profunda admiración hacia la obra original. Pero. Todo tiene un pero, por supuesto, nada es perfecto, de ahí también proviene su valor.

Heike Monogatari no es una obra accesible. Y aunque Biwa es el insuperable conector entre personajes y espectador, aunque existen ciertos momentos de humor o de simple contemplación de la naturaleza que pueden ayudar a relajar densidad y ritmo, Heike Monogatari exige paciencia y calma en su visionado, al menos si se desea disfrutar en plenitud. Son muchos los nombres que desfilan en la pantalla, numerosos personajes de gran calado histórico que apenas aparecen minutos, pero que sin ellos y sus decisiones no se podría seguir el argumento principal. En resumen: hay que echar un vistazo general a las historias del cantar de gesta para saber quién es quién y por qué sucede lo que sucede.

Ver Heike Monogatari es como observar a cámara lenta el descarrilamiento de una enorme locomotora de vapor, sabemos qué va a suceder, cómo va a ocurrir y cuál va a ser el resultado final. Pero no por ello es menos interesante, más bien al contrario. Siempre hay algo de hipnótico en presenciar la desgracia ajena. Así es el ser humano. Y este anime es muy humano.

¿Lo recomiendo? Por supuesto, creo que es una buena manera de adentrarse además en la obra original. Si se consigue superar la confusión natural de los tres primeros episodios, Heike Monogatari abre las puertas a un mundo ya extinto de esplendor y crueldad a partes iguales. También es verdad que para los familiarizados con el cantar de gesta esta serie puede resultar una vorágine donde se pierden muchas, muchas cosas importantes, y que no sea más que un reflejo nuboso de la complejidad real de la obra literaria. Y es que tan pocos episodios dan para poco más, sin embargo, la experiencia puede resultar muy satisfactoria si no se es demasiado jeremías.

Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

Abril de ciencia ficción, anime

Abril de ciencia ficción: Akira

Inauguramos a lo grande la nueva sección de Abril de ciencia ficción. ¿Para qué andarse con tonterías? Quizá se trate de la obra sci-fi más trascendental de Japón, y una de las que más impacto mundial han conseguido. Si todavía eres un otaco principiante, es posible que no hayas leído/visto el manga/la película protagonista de hoy, pero seguro que has oído hablar de ella billones de veces. Y con motivo.

Como ya os comenté, no tengo una hoja de ruta fijada para las obras que voy a ir reseñando durante este mes. Podéis hacerme sugerencias, y es lo que ha decidido hacer Coremi, autora del fantabuloso blog Saltos en el viento. Me ha pedido que escriba sobre Akira. Tela. En mi opinión, ya se ha dicho casi todo lo que tenía que decirse respecto a este monstruo de la cultura nipona. Lleva diseccionándose con meticulosidad décadas, y por cabezas bastante mejor amuebladas que la mía. El que sea una de las piedras angulares de mi universo personal otaco también me produce bastante incertidumbre a la hora de enfrentar una reseña que le haga justicia. Le tengo muchísimo respeto y admiración a este trabajo de Katsuhiro Ôtomo, por eso en casi cinco años de blog todavía no le he dedicado ninguna review. Tampoco a Shôjo Kakumei Utena (1997), por ejemplo, y es por motivos similares.

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Sin embargo, he decidido que este tipo de inseguridades se deben más bien a esa irracional mitomanía que sufrimos a menudo los fans de la cultura pop, y, ¡qué carallo!, ya es hora de que escriba algo sobre una de mis obras favoritas de todos los tiempos. Así que, ¡gracias, Coremi, por la sugerencia! No va a resultar una tarea fácil porque es una creación colosal, y tengo muchos sentimientos vinculados desde niña a ella. Ser objetiva va a ser complicado, pero también resultará un desafío. Y, como quiero hacer las cosas un poquito bien, lo primero de todo es separar el cómic de la película. Un Manga vs. Anime no procede con un producto de semejante magnitud. Al menos desde mi punto de vista. Cada uno de ellos merece una reseña individual, porque ambos son trabajos espectaculares con repercusiones históricas en sus propias disciplinas.

La reseña de hoy va a estar dedicada a la película de 1988. Creo que es la manera más sencilla de acceder al universo de Akira, aunque desde ahora os adelanto que, a pesar de su incuestionable trascendencia, el tebeo es extraordinario. No se comprende ver la película y no leer el manga, que estaba sin finalizar cuando la película vio la luz. De hecho Ôtomo no lo acabó hasta 1990, y contó con el asesoramiento de Alejandro Jodorowsky para su desenlace. 8 años, 6 tankôbon y 120 capítulos. ¿Cómo comprimir en poco más de 2 horas toda la enorme complejidad y amplitud de uno de los comics más revolucionarios de la historia? En mi opinión, plasmar con fidelidad el cosmos de Akira habría exigido más de un film. O más de dos. Sin embargo, ¿qué mejores manos que las de su propio creador para llevar a cabo semejante proeza? Y así se hizo, y la película fue un antes y un después en la animación mundial. A pesar de que no abarca ni trabaja todas las temáticas y dilemas que el tebeo plantea, a pesar de que bastantes personajes desaparecen o quedan reducidos a su mínima expresión, aunque no profundiza tanto ni su conclusión es la misma que la del manga, pese a todo esto, el film resulta fundamental.  Tebeo y película son obras complementarias.

Del cómic escribiré más adelante, no tardaré demasiado. Por cierto, ¡notición del que me enteré hace unos días! Parece que Leo DiCaprio por fin sacará adelante su adaptación de Akira en imagen real, por la que llevaba varios años regateando. El director será el neozelandés Taika Waititi (Boy, Thor: Ragnarok), que se declara fan acérrimo del manga (¡bien!) y que piensa evitar a toda costa el white-washing. Aunque la acción transcurrirá en Neo-Manhattan, no Neo-Tokio, lo que no deja de ser una incongruencia bastante gorda. De momento se habla de dos películas, veremos cómo se va desarrollando el proyecto.

Afortunadamente, el Japón de 2019 que concibió Ôtomo no tiene nada que ver con el actual. Sin embargo, como obra de ficción que es, produce un placer peculiar leer/ver una historia que tiene lugar justo en nuestro presente año. Si todavía no habéis catado esta creación, ahora podría ser un buen momento. Akira tiene lugar en una megaciudad futurista surgida de las cenizas de un Tokio que sucumbió a una catástrofe nuclear en 1988. Este horrible suceso fue el detonante, además, de una reacción en cadena que desembocó en otro espantoso acontecimiento: la III Guerra Mundial. Neo-Tokio es el escenario de la distopía perfecta, y sus habitantes intentan subsistir en un entorno volátil y anárquico, controlado a duras penas por unos políticos y fuerzas de la seguridad sin moral ni escrúpulos. Se trata de una sociedad todavía perpleja y desestructurada, cuya ley de facto es la violencia.

No hace falta ser un genio para darse cuenta de que este panorama post-apocalíptico no es más que una alegoría del Japón arrasado de la Guerra del Pacífico, golpeado por las bombas atómicas, ocupado por los estadounidenses. Y zambullido en la corriente de un crecimiento imparable, que alcanzó su cúspide en el baburu keiki. Ôtomo plasmó sus propias experiencias juveniles, que tuvieron lugar en unos agitados años 60. El país afrontaba un progreso económico y tecnológico fulgurante, los estudiantes (Zengakuren) se manifestaban contra la presencia norteamericana, los sindicatos de la minería exigían mejores condiciones laborales y salariales, etc. En ese contexto donde la identidad nipona parecía diluirse cada vez más y el conflicto tradición/modernidad se profundizaba, aparecieron los primeros bôsôzoku. Y esta subcultura urbana, que amalgamaba todo el descontento y frustración de la juventud japonesa de la época, fue primordial para la creación de Akira.

Los bôsôzoku todavía son (aunque cada vez quedan menos) bandas callejeras cuyos ideales giran en torno a las motos, seña de su individualidad, rebeldía y anhelo de libertad. Y no es poco decir esto en una sociedad como la nipona, ojo. Los adolescentes que conforma(ba)n estas cuadrillas desafia(ba)n la autoridad y la tradición, tuneaban sus motocicletas para hacerlas más ruidosas, más veloces, más llamativas; y daban rienda suelta a su agresividad con facilidad. La analogía occidental que casi de manera inconsciente brota en la mente es la de Quadrophenia, que a su vez se inspira en los disturbios que tuvieron lugar en la ciudad de Brighton en 1964. Sin embargo, los bôsôzoku son un fenómeno puramente japonés, como lo es la propia obra de Akira. Y sus protagonistas principales, Shôtarô Kaneda y Tetsuo Shima, son precisamente miembros de una de estas bandas de moteros, los Cápsulas. Ôtomo tomó prestado mucho de su estética y filosofía vital para engendrar a su hijo, en realidad sin los bôsôzoku no habría podido existir Akira.

Kaneda es el arrogante jefe de su banda, donde se encuentran también otros chicos como Yamagata, Kaisuke, Takeyama, Kuwata, Watanabe o Tetsuo. Sus enemigos son otra pandilla llamada los Clowns que, como ellos, andan metidos en trapicheos con drogas, vandalizan todo lo que encuentran a su paso y aman la velocidad. Los Cápsulas son como una familia, y Kaneda su hermano mayor. En una ciudad (que se asemeja más a un tanque lleno de tiburones) donde las instituciones son incapaces de garantizar una mínima seguridad, y que no se preocupan en absoluto de sus habitantes más vulnerables, los jóvenes solo confían en la protección que brinda la tribu. El ambiente está muy caldeado: fanáticos religiosos por las calles, manifestaciones violentas y atentados terroristas, trifulcas entre bandas… algo está a punto de explotar. Y Tetsuo será su catalizador. Se cruza en su camino un enigmático niño con cara de anciano, y acabará secuestrado por el gobierno.

Kaneda, por supuesto, no se resignará a perder a un hermano y amigo, por lo que intentará rescatarlo por sus propios medios. En su búsqueda de Tetsuo se verá involucrado con una organización subversiva antigubernamental (la Resistencia) en la que milita Kei, de la que se enamora. Pronto se dará cuenta de que lo que parecía simplemente un plan de rescate es algo mucho más grande. De su mundo, el de las calles, sube a un nuevo nivel de intrigas políticas, conspiraciones e, incluso, misticismo sobrehumano, pero que continúa poseyendo un mismo leitmotiv: el poder. Tetsuo ha sido sujeto de diferentes experimentos científicos que le han hecho desarrollar una serie de capacidades de potencia inimaginable, y por ello mismo muy difíciles de controlar. El muchacho escapará, y consciente de ser dueño de facultades casi divinas, querrá buscar respuestas, enfrentarse a la figura que parece estar detrás de todo lo que le ha sucedido: Akira.

Y hasta ahí puedo contar, aunque la historia es muchísimo más intrincada. Y del manga ya mejor ni hablamos. Akira es atípica incluso en la actualidad, y tras la habitual narración sobre la amistad, encontramos también un señor guantazo a la estrictamente jerarquizada y entusiasta de la disciplina sociedad japonesa. Es un cuento de caos y violencia con anti-héroes sumidos en una espiral de furia nihilista, que plasma con nitidez angustias muy actuales: miedo a sucumbir ante fuerzas liberadas por la ciencia, la disolución del yo en la gran ciudad, desconfianza y alarma tanto hacia el Estado como el fenómeno terrorista global, etc. En verdad puede verse la sombra de la complejidad argumental de Akira en trabajos muy posteriores, incluso contemporáneos.

La sociedad de Akira no deja de ser una distorsión de la nipona, pero bastante oportuna para la época en que fue concebida la obra. No hay estrato ni segmento social que se libre de la mirada ácida y pesimista de Ôtomo. La crueldad, la incompetencia, la ambición y el egoísmo; el hedonismo ciego, la depravación o la pasividad ante la sinrazón son expresadas con aspereza. ¿Y qué juventud puede brotar de semejante sustrato? Pues su perfecto reflejo, lleno de confusión y rabia, que lucha por sobrevivir. Kaneda y Tetsuo son sus rostros principales; y el desarrollo de su relación resulta uno de los puntos importantes del film.

Tetsuo representa la corrupción del poder, la maldición que conlleva su exceso y falta de control. Un chico enclenque y del que casi todo el mundo abusa, de repente es señor de habilidades propias de un dios. Su descenso a los abismos de la locura no se deja esperar, y Kaneda será testigo de ello, ¿qué podrá hacer para ayudar a su camarada? Su amistad se hallará en una terrible encrucijada.

Pero Akira, como antes comentábamos, es mucho más. Ôtomo, a pesar de la extensión de su obra todavía por entonces inacabada, supo condensarla con precisión y sabiduría. Ahí está su vibrante cyberpunk, el thriller escalofriante y esa aterradora belleza que en color y movimiento alcanzó cotas que no han vuelto a ser superadas, salvo en alguna contadísima excepción. Su calidad estética y técnica es casi insuperable incluso en la actualidad. Y no exagero ni un pelo.

El manga de Akira estaba siendo un éxito de ventas, y Ôtomo consideró que llevarlo al cine en toda su magnificencia sería una buena manera de coronar su obra. Por supuesto, no podía volcarse de cualquier forma, Akira se merecía lo mejor y mucho más. Así que puso toda la carne en el asador, y el proyecto quedó finalmente presupuestado en aproximadamente 10 millones de dólares (mil millones de yenes)… de la época. La película de animación más cara de la historia. Para sacarla adelante y no perder por el camino el control creativo, formó un consorcio en el que participaron 8 de los monstruos empresariales del momento: Tôhô, Mainichi Broadcasting System, Hakuhodo Incorporated, Laserdisc Corporation, Sumitomo, TMS Entertainment, Bandai y Kôdansha. El ya histórico Comité Akira.

En cifras, el film de Akira contó con 70 animadores que trabajaron con más de 2200 escenas, 160.000 fotogramas, con una velocidad de 25 frames por segundo y una paleta de 327 colores, la mayoría de ellos matices del azul por la abundancia de escenas nocturnas, llegando a crear 50 nuevas tonalidades. Algo completamente insólito incluso para los parámetros del presente. También fue una de las primeras producciones en utilizar CGI, y la primera película japonesa en utilizar el prescoring, otorgando mayor concisión y naturalidad a los diálogos. Toda esta prodigalidad en medios se tradujo, con toda lógica, en una obra visualmente apabullante. Como nunca antes se había visto.

Porque si hay algo que fascina de Akira es su inmensurable riqueza de detalles, la fluidez casi hipnótica de su animación, su vigoroso colorido, abundante en contrastes; y esa inusitada prolijidad en el movimiento, impredecible, que lo aproxima dramáticamente al cine. Es como si cada escena estuviera viva, fuese real. Y es que Ôtomo no dudó en inspirarse en el cine y aplicar algunos de sus recursos en su película animada. De ahí su tremendo dinamismo o ese desarrollo de la narrativa que prácticamente no da tregua. No sorprende encontrar retazos de la Metropolis (1927) de Fritz Lang, La Naranja Mecánica (1971) de Kubrick o el Blade Runner (1982) de Ridley Scott. Es lo normal. Sin embargo, Akira es un producto netamente japonés, y Ôtomo no dudó en rendir vasallaje también a obras como el clásico Tetsujin 28-gô. 

Si alguien lo dudaba, el film de Akira fue un éxito absoluto en Japón, que pronto dio el salto a Occidente. Marvel compró los derechos del tebeo para su publicación el mismo año del estreno de la película, convirtiéndose en uno de los primeros mangas en ser editados por esta zona del planeta. Y llevarse mucho más adelante un Eisner. Toma ya. Fue una verdadera conmoción. La moto de Kaneda es ya todo un icono pop mundial, y junto a la labor de Ghibli (ese mismo 1988 estrenaron Mi vecino Totoro y La Tumba de las Luciérnagas, por cierto), Akira fue la demostración incuestionable de que una animación de calidad para adultos era posible (con permiso de Ralph Bakshi o Heavy Metal).

No quiero finalizar esta reseña sin dejar de mentar la fantástica banda sonora, que incorpora desde canciones clásicas japonesas como el Tokyo Shoe Shine (1951) de Teruko Atasuki, hasta la inquietante orquesta gamelán (me encanta, he tenido la oportunidad de escuchar su música en directo en varias ocasiones y AMO LA MÚSICA INDONESIA, CAMARADAS OTACOS) del padre del sonido hipersónico Shoji Yamashiro. Es la guinda de ese suculento pastel que es la película de Akira. Juega un papel esencial para subrayar esos contrastes mordaces con los que Ôtomo nos embiste a lo largo del film.

Y hasta aquí llega la reseña. No se me ocurre qué escribir más, aunque seguro que he dejado olvidadas cosas importantísimas en el tintero. Sin embargo, prefiero no dilatar demasiado el post (que bastante chorizo ha quedado ya). Akira es mucho Akira. Espero haber estado a la altura de las circunstancias. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

anime, Galería de los Corazones Rotos

La balada del viento y los árboles: OVA

¡Feliz año nuevo, próspero día de resaca! ¿Todo bien? Servidora va a continuar todavía un poco con su amiga la sidra. Es broma (no, no lo es, ¡viva la sidra! ❤ ). Vamos a dar la bienvenida a este 2019 con una sección que tenía olvidadísima, cubierta de líquenes, musgo, polvo, telarañas y montones de cajas viejas: Galería de los Corazones Rotos. Hace dos años que la inauguré, y aquí la tenemos de nuevo. Os refresco la memoria, camaradas otacos: se trata de un pequeño espacio en SOnC dedicado a todas esas obras de manganime que, por un motivo u otro, han llegado hasta nosotros inconclusas. O rematadas de manera chapucera. Es una sección un pelín amarga, un rincón para los lamentos, las quejas y cientos de lagrimones. Ay. Pero hoy seré buena. No voy a permitir empezar el nuevo año con mal sabor de boca. Así que, aunque se trata de una obra que nos dejó con la miel en los labios, su mal tiene remedio. Y del bueno.

Kaze to Ki no Uta (1976-1984) o La balada del viento y los árboles es uno de los mangas primigenios del yaoi. Aunque no es el primero, creo recordar que ese honor lo ostenta otra obra, un one-shot de la misma autora, Keiko Takemiya: Sunroom ni Te (1970). En España hemos tenido la inmensa fortuna de que Milky Way Ediciones se haya lanzado a publicarlo. Nunca antes se había editado fuera de Japón, a pesar de tratarse de un clasicazo que se llevó el premio Shôgakukan al mejor shôjo en 1979. Es todo un privilegio poder acceder a este trabajo en castellano, y además de forma tan esmerada como lo hace esta editorial asturiana.

Por eso este Corazón Roto de la Galería no lo es tanto. La reseña de hoy está dedicada a Kaze To Ki No Uta Sanctus: Sei Ni Naru Ka Na (1987), la OVA que adaptó el manga. Pero, como bien imaginaréis, un anime de apenas una hora no le puede hacer justicia a un señor tebeo de 139 capítulos y 17 tankôbon. Tenía pensado escribir un Manga vs. Anime como ya hice, por cierto, con otro trabajo de Keiko Takemiya, Terra e… (reseña aquí), una joya de la ciencia-ficción nipona; sin embargo, esta OVA, aunque no abarca todo lo que debiera, en sí misma es una pequeña maravilla que no sería justo comparar con el manga. Tiene su propia esencia, sus propias virtudes. Se trata de un anime que puede disfrutarse tanto si se ha leído el cómic como si no; y al dejar, inevitablemente, el kokoro triturado (y con ganas de mucho más), ahí cabalga Milky Way al rescate, para aliviar nuestra desazón. ¿No es estupendo?

Sin título

Kaze to Ki no Uta fue una obra bastante incomprendida a pesar de haber logrado un reconocimiento casi unánime. A Takemiya le costó una década conseguir que la publicaran como ella deseaba, sin censurar; y al final fue Shôcomi la revista que se atrevió a dar el paso. Este fue el comienzo del fin, camaradas otacos, el Apocalipsis del BL llegó a nuestras vidas: las fujoshi empezaron a brotar como champiñones e iniciaron, con sigilo, su plan de dominación del universo manga. Ya nadie puede escapar a su influjo, que es omnímodo, omnipresente y omnipotente. La balada del viento y los árboles y Thomas no Shinzô (1974) de Môto Hagio cimentaron el actual yaoi, aunque en su momento no existía tal denominación. El Grupo del 24 estaba cambiándolo todo no solo en la demografía shôjo, a la que insufló frescura y originalidad, sino que gestó nuevos géneros, como el yuri y el BL.

En Japón, la homosexualidad masculina se reservaba al ámbito estrictamente privado, se consideraba impensable hacer de ella algo público, y mucho menos una seña identitaria; pero estas mangaka no se iban a dejar amedrentar por algo semejante. Ellas buscaban superar la configuración del manga comercial de su época, y para ello debían dejar atrás convencionalismos y prejuicios. No dudaron en ilustrarse acudiendo a publicaciones como Barazoku, leyendo obras como Le ville dont le prince est un enfant (1951), o viendo películas como Les amitiés particulières (1964), que les abrieron las puertas a toda una galaxia oculta. No dudaron en inspirarse en el material que les ofrecía ese nuevo mundo para crear algo completamente transgresor. Sus hallazgos se convirtieron en auténticas revelaciones, que inocularon en sus tebeos para niñas y chicas jóvenes. Y eso es algo que no debemos perder de vista: las relaciones amorosas que se plasman en el BL van dirigidas a un público femenino heterosexual, no plasman la homosexualidad de manera realista, sino que expresan una heteronormatividad idealizada bajo las máscaras de un seme y un uke.

Por supuesto, el BL ha ido evolucionando a lo largo de las décadas, y el shônen-ai primigenio de los 70, con su rocambolesca tragedia y melodrama exaltado, ha ido perdiendo florecillas, estrellitas y ambientaciones decimonónicas. Kaze to Ki no Uta no deja de ser un shôjo muy old school, por lo que no se le pueden exigir según qué cosas. No obstante, La balada del viento y los árboles rompe con algunos esterotipos que luego se asentarían en el género; y no deja de resultar curioso teniendo en cuenta que esta obra fue su principal germen.

Kaze To Ki No Uta Sanctus: Sei Ni Naru Ka Na tuvo de director al veterano Yoshikazu Yasuhiko, mangaka también; y la dirección artística corrió a cargo de Yamako Ishikawa, una señora que hizo lo propio en obras como Tenkû no Shiro Laputa (1986), Arete Hime (2001) o Tekkon Kinkreet (2006). Así que pocas bromas, estamos ante un equipo que, a nivel técnico y artístico, era de primera división. No escatimaron medios. ¿Está lo demás en consonancia? Veamos.

La balada del viento y los árboles cuenta la historia de amor entre dos adolescentes que son como el yin y el yang, los eternos opuestos complementarios, ¡incluso físicamente! Serge Battour, hijo del vizconde de Battour y una bella gitana, huérfano y prodigioso pianista; y Gilbert Cocteau, nacido en el seno de una familia adinerada pero rechazado por sus padres. Su tío es quien se hizo cargo de su cuidado, maltratándolo y abusando de él desde muy pequeño. Battour y Cocteau se conocerán en 1880, en el prestigioso internado Lacombrade, a las afueras de la ciudad provenzal de Arles.

Nadie en el colegio quiere compartir la habitación con Gilbert por su tendencia a seducir a sus compañeros y las continuas visitas de sus amantes. Todos sienten atracción y repulsión hacia él, no lo consideran uno de los suyos. Vende sus favores sexuales con facilidad, y disfruta provocando a los demás. Carl Meiser, estudiante responsable de su edificio, cree que el recién llegado, Serge Battour, puede ejercer una influencia positiva en Gilbert, pues parece un muchacho honesto y afable. Y así es, Serge es un chico de buen carácter y gran sentido de la justicia, que sufre también lo suyo a causa del racismo, pero dispuesto a luchar por salir adelante. Como era de esperar, choca frontalmente con el carácter del atormentado Gilbert, una criatura andrógina y bello como un ángel, pero caprichoso y cruel.

Serge es un alma cándida, y horrorizado descubre cómo su compañero de dormitorio subasta sus encantos, mediante grandes alardes de rebeldía y frivolidad. Battour no está dispuesto a tolerar semejante conducta autodestructiva, y decide ayudarlo con firmeza. Al principio, Gilbert lo desdeña pero, poco a poco, comienza a apreciar su integridad y modestia, que para él resultan toda una novedad. Sin embargo, el horror que ha sufrido Cocteau desde niño lo ha dañado de manera permanente, y Serge desconoce todavía muchas cosas. ¿Será capaz de brindarle el apoyo que precisa? La atracción entre los dos va aumentando, pese a que Battour resiste sus impulsos, reprime lo que cree que es un sentimiento antinatural.

Es importante destacar en Kaze To Ki No Uta Sanctus: Sei Ni Naru Ka Na la fuerte presencia del cristianismo, que siempre ha condenado con energía la homosexualidad. Lacombre es un colegio religioso, que aunque predica compasión y piedad universales, se torna completamente hostil e implacable hacia aquellos que viven fuera de sus márgenes. Por más que se encuentren necesitados, niega misericordia y ayuda. Es la desolación absoluta, el vacío y la ausencia total de amor en la vida de Gilbert, que lo persigue allá donde va. Ese desamparo también lo siente de otra forma Serge, y forma entre ellos un lazo, una reverberación que los une para consolarse mutuamente. Reluctantes, pero al final cayendo uno en los brazos del otro.

Porque La balada del viento y los árboles trabaja temas muy, muy sórdidos. Y tenebrosos, que van desde la prostitución infantil, la pedofilia, el sadomasoquismo, el maltrato físico y psicológico, violaciones, etc. Y, al contrario de lo que sucede en el yaoi moderno, que inyecta romanticismo a las agresiones sexuales y relaciones tóxicas, Kaze To Ki No Uta Sanctus: Sei Ni Naru Ka Na es terrible y directa. Sin ambages. La homofobia se retrata con crudeza, y la dinámica seme/uke es prácticamente inexistente, porque Takemiya nos está contando otro tipo de historia. Como buen shôjo, tiene romance, rebosa de sentimentalismo y abundante melodrama; pero la intrincada psicología de los personajes no nos permite idealizar según que acciones y actitudes. Resulta imposible edulcorar continuos abusos cuando estos luego son los responsables de la destrucción de una persona. Y hasta ahí puedo contar.

Kaze To Ki No Uta Sanctus: Sei Ni Naru Ka Na es un cuento inacabado de dolor, amistad y melancolía. Es un flashback, una colección de recuerdos de juventud y del primer amor; un preludio que deja tantos cabos sueltos que solo el manga puede atarlos. Y, como las memorias, posee una atmósfera onírica que muta en pesadilla con asombrosa fluidez. Su cadencia es solemne, grandilocuente, con una yuxtaposición de sucesos y sentimientos brillante. La preciosa ambientación gótica, la consabida falacia patética, la fascinante presencia de Chopin en su música, los magníficos fondos pintados a mano, el contraste de colores y las bellas alegorías visuales hacen de esta OVA una pequeña gema que brilla a pesar de tratarse de un mero hors d’oeuvre. Todo ello para adornar con pasión (y sincronización escrupulosa) las emociones que manan de los pechos sangrantes de dos efebos de vidas trágicas.

En cierta forma, La balada del viento y los árboles me da un poquitín de rabia. ¿Solo una hora? ¿Tanto talento y derroche visual para una simple introducción? Personajes interesantes como Pascal Biquet, Aryon Rosmarine o el infausto Auguste Beau quedan relegados a meros bocetos; los temas del racismo y las motivaciones de Gilbert apenas se rozan (todo el sentimiento de culpabilidad de la víctima, la búsqueda desesperada de amor, etc), por no hablar de la influencia maquiavélica de Beau en todo el internado. Pero, aun así, Kaze To Ki No Uta Sanctus: Sei Ni Naru Ka Na sigue siendo un anime que vale su peso en oro. En él, dos personajes, al inicio antagonistas, van gravitando uno en torno al otro, hipnotizados, hasta colisionar. Bum.

El Grupo del 24 no se andaba con paños calientes, y Keiko Takemiya no fue una excepción. La balada del viento y los árboles es dura. A pesar de los excesos lacrimógenos, sus contenidos son para un público adulto. El lenguaje visual y recursos principales son los propios del shôjo; sin embargo, su contenido no va dirigido a niños. Si esto es cierto en la OVA, mucho más en el manga. ¿Disfrutáis echándoos unos lloros de vez cuando? ¿Queréis empezar con inmejorable pie uno de los culebrones más emblemáticos del BL? Entonces Kaze To Ki No Uta Sanctus: Sei Ni Naru Ka Na es vuestro anime.

Más tarde, en vuestro lugar, yo le hincaría el diente al tebeo, aprovechando que Milky Way lo ha traído por estos parajes. Miel sobre hojuelas, camaradas otacos. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

anime, paja mental

5 y 5 del 2018… y un vistazo más allá

Ya ha pasado un año completo. O casi, faltan unos días todavía. Pero la idea de cómo ha sido este 2018 en términos de animación ya la tenemos todos más o menos clara, ¿verdad?. En SOnC al menos sí. Por lo que aquí tenéis las cinco series que más me han gustado y las cinco que más me han decepcionado. No incluyo largometrajes, eso para otro día. Como realizar este tipo de entradas me aburre muchísimo, al final he acabado reduciéndolas a una única anual: la presente. Por eso voy a añadirle una novedad, que consiste en hacer un pequeño adelanto de lo que se avecina este 2019. Siempre dentro de lo que he podido fisgar, porque desconozco los anime que todavía no han sido anunciados. Y alguno más que seguro se me ha escapado del radar.

Así que con este post mato dos pájaros de un tiro, y me olvido hasta dentro de doce meses de volver a escribir tostones. No obstante, en las Otakus Treintañeras iré dejando caer mis impresiones de las diversas temporadas junto a mis compis Pau y Magrat. Por lo que todo se encuentra perfectamente cubierto, camaradas otacos.

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«Dos mujeres caminan bajo la nieve» (circa. 1750) de Suzuki Harunobu

2018 ha sido uno de esos años «cuesta abajo». Que empiezan bastante bien, se mantienen unos mesecillos y luego se precipitan a los abismos del Tártaro. No creo que haya sido en general peor que otros anteriores, pero para mí ha ido perdiendo lustre de forma manifiesta. Eso sí, lo que ha tenido de especial este 2018 es que los anime que han sobresalido lo han hecho por ser bastante singulares, distintos a lo acostumbrado. Ha sido una verdadera apuesta por la originalidad y la innovación, por intentar ofrecer algo diferente. Y se agradece el esfuerzo.

Lo bueno de ir cumpliendo años es que ya no desperdicias tanto tiempo con las cosas que no consiguen transmitirte nada (básicamente porque los momentos de esparcimiento son escasos), y la selección de material, por narices, tiene que ser más estricta. A causa de esto, es probable que echéis de menos series que os hayan entusiasmado, que mi criterio no coincida para nada con el vuestro. Es muy posible, de hecho. Sin embargo, y como siempre indico, esta es mi opinión. Y mi opinión no insulta a vuestra madre ni a vuestro perro ni a vuestro mejor amigo; solo es un juicio personal más entre los millones que burbujean por internet. Si no os agrada, podéis darle a la X del vértice superior derecho, y todos continuaremos nuestras vidas con alegría. De verdad de la buena.

faveones

Os recuerdo que son mis favoritos, y no tienen por qué coincidir con los que considero mejores. Ese sería otro tipo de listado. Tampoco siguen un orden en particular, simplemente irán cayendo conforme los vaya recordando. Empecemos.

Devilman: Crybaby

Trailer | Drama, terror, sobrenatural | 10 episodios | Science SARU | ★★★★☆

Nada más comenzar el 2018, Masaaki Yuasa nos regaló, como dos bofetones bien estampados, uno de los  anime del año. Un arranque fuerte, realmente fuerte. Podéis leer la reseña que le dediqué aquí. Devilman: crybaby no es solo un remake de la obra de Gô Nagai, es su actualización a los tiempos que corren, pero con gran lealtad al manga.  Es la historia de cómo el mundo se va al carajo gracias al enorme esfuerzo conjunto de humanos y demonios. Porque todos contribuyen con su granito de arena al festival de sexo, violencia y destrucción.

No es un anime para pusilánimes, tanto por su salvaje historia como puesta en escena, que es espectacular: un derroche de fantasía y psicodelia feroz como no se ha visto en tiempo. Yuasa da un paso atrás para rendir pleitesía al clásico del tebeo, elige voluntariamente refrenar muchos de sus tics para centrarse en rejuvenecer y expandir la obra de Nagai. Es el trabajo menos Yuasa de los que ha realizado, aun así su característico buen hacer es perceptible. Sin duda, uno de los productos más destacados de este 2018. Guste o no.

Sora yori mo Tôi Basho

Trailer | Seinen, slice of life, aventuras | 13 episodios | Madhouse | ★★★★☆

Le eché el ojo a este anime de inmediato. Una de esas pocas ocasiones en las que mi olfato de perdiguero de Burgos atrofiado no ha fallado demasiado en las impresiones previas. Tenía dos cosas que me atraían: una expedición a la Antártida (¡viva la aventura!) y la dirección de la siempre estupenda Atsuko Ishizuka, que afortunadamente para todos, se está situando como una de las mentes creativas más importantes del panorama del anime actual. El hecho de que todas las protagonistas fueran chicas me hizo desconfiar un poco, no por ellas mismas, sino porque los japoneses aún conservan cierta tendencia a endilgar de serie cursiladas a los personajes femeninos. Como ya comenté por aquí, una historia sobre «adolescentes monas que se van de excursión al Polo Sur» podía convertirse en munición pesada dirigida directamente a mi circuito cerebral del sueño.

Pero Sora yori mo Tôi Basho nos demostró que pueden existir series con chicas de protagonistas que se comporten, sencillamente, como seres humanos. Sin espantosos melodramas juveniles con romance a dolor, sin venta de carne al por mayor para goce exclusivo masculino, o supermujeres con efluvios de testosterona. Nada de eso. Personas normales y corrientes. Un grupo de adolescentes que decide abrirse camino en el mundo con tesón y el indispensable apoyo que la amistad brinda. Una historia bien articulada, un elenco sólido y diverso, y una excelente dirección han hecho de Sora yori mo Tôi Basho una de las sorpresas más agradables de este 2018, cuya reseña podéis leer aquí.

Poputepipikku/Gaikotsu Shotenin Honda-san

Poputepipikku | Trailer| Comedia, parodia, Trash Pop | 12 capítulos | Kamikaze Dôga | ★★★★☆

Gaikotsu Shotenin Honda-san | Trailer| slice of life, comedia | 12 capítulos| DLE

|★★★1/2

Aquí he hecho un poquitín de trampa. Pero solo un poquitín, ¿eh? He unido dos anime de duración cortita en un mismo bloque. Tienen muchas cosas en común, como una producción discreta pero gran ingenio a la hora de aprovechar sus recursos; la comedia disparatada, su naturaleza episódica, y que van dirigidos a un público con cierto bagaje ya en cultura popular japonesa. Series para otacos ilustrados, otacos gafapasta (jojojo) o, simplemente, otacos un poco chiflados.

Pop Team Epic es una deliciosa locura posmoderna, de humor surrealista y satírico, en el que se ríen de todo y de todos. Hasta de ti. Se autoparodian continuamente y les gusta experimentar, espolvoreando como Campanilla purpurinas de irreverencia. Otro de los tesoros invernales de este 2018, disfruté mucho con sus chaladuras. Gaikotsu Shotenin Honda-san es mucho menos ambiciosa, pero es lo único que estoy viendo de los anime otoñales: la serie superviviente. Es divertida, irónica, veloz y un auténtico oasis de la risa para la otaquería más exigente. Y esas continuas referencias a clásicos del manga son impagables; pero no solo eso, la caricatura del mundo editorial, el microcosmos de la tienda y los eternos arquetipos de cliente resultan hilarantes. Un par de anime refrescantes y originales para todos aquellos que quieran desconectar de series más convencionales.

Hisone to Maso-tan

Trailer | Fantasía, slice of life, comedia, milicia | 12 episodios | Bones | ★★★★☆

El cerebro tras esta serie tan peculiar es la genialosa Mari Okada, y aunque no todo lo que su varita mágica ha tocado me gusta, con Hisone to Maso-tan me ha convencido por completo. Tenéis la reseña que escribí aquí, por lo que tampoco voy a alargarme demasiado ahora. Se trata de un slice of life neto, pero en un contexto militar con toques de comedia y una fuerte presencia de fantasía y folclore japonés. Una mezcolanza de lo más vistosa, sin duda. Y efectiva, porque es uno de los anime más curiosos del 2018. De hecho, es portentosa a la hora de plasmar la posición de la mujer en la sociedad japonesa. Os adelanto que no es muy buena.

Aparte de los interesantes apuntes sociológicos, Hisone to Maso-tan es entretenida y con unos maravillosos diseños de trazo cándido que le debemos a Yoshiyuki Itô. ¡Gracias! Porque uno de los fuertes de esta serie, precisamente, es el arte y la animación, que rinden pleitesía al mundillo del cómic, y se esmeran por brindarle una chispa analógica la mar de entrañable. Un amor de anime, aunque no sea perfecto (ni falta que hace).

Banana Fish

Trailer | Drama, shôjo, aventuras, acción | 24 episodios | MAPPA| ★★★★☆

Banana Fish es carne de Manga vs. Anime. Lo está pidiendo a gritos. Y caerá, claro que caerá. Por eso no me extenderé ahora mucho. Es una obra clásica del shôjo que rompió moldes. Continúa siendo sorprendente en la actualidad, incluso puede llegar a despistar. Porque aunque se trata de un anime que trabaja abiertamente la violencia (muuuucha violencia, otaquería), las mafias y bajos fondos, mantiene la típica idealización de la demografía, con sus argumentos rocambolescos, personajes trágicos y emociones desbocadas. Banana Fish es una flor rara que en manos de la directora Hiroko Utsumi ha florecido de manera espléndida. Si os está gustando, yo no me lo pensaría mucho y me lanzaría a por el manga de Akimi Yoshida. Es una maravilla, ¡su arte me tiene enamoradita!

Y finalizo los fave ones con una mención especial para Hataraku Saibô, que ha hecho con sus aventuras de espíritu pedagógico, herederas del clásico europeo Il était une fois… la Vie (1986), nuestro verano mucho más llevadero. Para los otacos que nos estábamos muriendo del  asco por la terrible sequía animesca estival, ha resultado una pequeña alegría. Luzbel la bendiga.

mehones

Aquí van mis mayores decepciones de este 2018. Un par de series las terminé porque albergaba diminutos resquicios de esperanza (soy una romántica, ains; mentira, es terquedad), pero continuaron siendo grandes chascos. Esperaba muchísimo más de ellas, una lástima.

Violet Evergarden

Trailer | Fantasía, melodrama, slice of life | 13 episodios | Kyoto Animation| ★★1/2

Schmaltzy. Del yiddish shmalts ‘grasa de animal derretida’. Exageradamente emotivo. Sentimiento cursi, pasión grandiosa acompañada de un exceso de sensiblería.

Ese adjetivo es el que mejor define Violet Evergarden. Y esa fastuosidad emocional va acompañada de una no menos espectacular puesta en escena. Porque todo en este anime es grandilocuente. La idea de la que parte es muy buena, y KyoAni ha sabido estar a la altura con una animación preciosa y cuidada. Pero el abuso de sentimentalismo lo convirtió para mí en un plato empalagoso, totalmente incomestible. No me importa echar un par de lloros de vez en cuando, creo que hasta es sano. Sin embargo, Violet Evergarden  me saturó hasta la náusea. Una tiene sus límites. Y la historia, además, se estaba tornando de un predecible bastante fastidioso. Así que tuve que decirle adiós. Ya no tengo el cuerpo para cierto tipo de caramelitos pegajosos que, además, no me aportan nada.

Itô Junji: Collection

Trailer | Comedia, horror, sobrenatural | 12 episodios | Studio Deen| ★☆☆☆☆

Cada vez que intentan animar una obra de mi querido Junji Itô, acaban realizando una chapuza suprema. Se me saltan las lágrimas de la aflicción ¡¡¡AAAYYY!!! La he visto entera, claro, para hacer la experiencia masoquista más completa. Imagino que la pobre Shinobu Tagashira habrá hecho lo que ha podido, porque las historias que ha seleccionado son todas verdaderas joyitas. No obstante, si el presupuesto con el que se cuenta no resulta muy alto y la adaptación que se escribe pueril, no sirve de nada tener una buena materia prima. Itô Junji: Collection es un anime deshilvanado  y tristón, bastante mediocre. Solo recomendable como curiosidad para los fans del mangaka. Es una serie que no aconsejo ni para familiarizarse con los tebeos de Itô, solo puede estropear la futura lectura. Así que si no has leído nada de él, no roces ni con un palo esta lastimosa criatura.

Wotaku ni Koi wa Muzukashii

Trailer | Comedia, romance, slice of life | 11 episodios | A-1 Pictures| ★★☆☆☆

Si hay algo por lo que no paso es por el aburrimiento. Si un anime no me distrae un mínimo, su destino es la cruel actividad del escaparre, que consiste en quitar garrapatas al ganado, por si no lo había aclarado alguna vez. Y a Wotaku ni Koi wa Muzukashii lo mandé a escaparrar pasados cuatro o cinco capítulos. Es cierto que no hay muchas series cada temporada dedicadas al público adulto, pero es que cositas insustanciales como esta tampoco contribuyen a mejorar el panorama.

La comedia ligera, si es demasiado ligera y además aderezada con personajes que son un cliché del cliché del cliché, se convierte en una farsa insulsa. Y anodina. Por mucho que se esfuercen en colar algunas referencias o la clásica autoparodia, el conato de acercarse a la otaquería de cierta edad queda en eso: en un intento. Y lo que permanece en el fondo solo es el sempiterno tedio del romance. Podrían haberse esforzado un poquito más, tampoco lo tenían tan difícil.

Happy Sugar Life

Trailer | Drama, shônen, psicológico, horror | 12 episodios | Ezóla| ★☆☆☆☆

Happy Sugar Life comenzó siendo un enigma, una serie enfermísima con la capacidad de convertirse en uno de los anime más poderosos del año… o caer en los tentáculos de la más infecta ignominia. Y sucedió lo segundo, por supuesto. El género de terror es uno de los más complicados de manejar, sobre todo cuando se toma la decisión de tomar el sendero de la psiquiatría. Happy Sugar Life traspasó el límite de la comedia, donde el horror todavía puede mantener cierta dignidad, para acabar en el ridículo y lo grotesco. Porque ni su aparente comedia es efectiva ni sus extravagancias poseen lógica interna; simplemente es una escalada de desvaríos que pretenden pasar por inteligentes. Qué pena que una serie con un potencial tan enorme haya quedado en un alarde pretencioso. Qué pena. Esta ha sido, sin duda, mi mayor desilusión del 2018.

Tsurune: Kazemai Kôkô Kyûdôbu

Trailer | Spokon, shônen, slice of life | 13 episodios | Kyoto Animation| ★★1/2

Los lectores veteranos de SOnC ya sabréis que el spokon y servidora no solemos hacer buenas migas. Hay excepciones (Ping Pong, Chihayafuru, Sangatsu no Lion, Ashita no Joe, Haikyû! y alguna cosa más), pero no es lo mío. Me duermo. Literalmente. En Tsurune deposité ciertas esperanzas porque trabaja una de las artes marciales japonesas que más me gustan, el kyûdô; sin embargo, ha resultado ser más de lo mismo. El enésimo shônen deportivo con los pronosticables traumas, los habituales arquetipos y las consabidas dinámicas personales. Las chicas, como siempre, aparecen como el tradicional recurso decorativo. Y mucho rollo de la fuerza de la amistad, el valor de la disciplina y la perseverancia, y blablablá. Qué sueño, parfavar.

Tsurune podría haber sido otra cosa, pero KyoAni decidió no arriesgar y apegarse a los parámetros más clasicotes del spokon.  Contentará a la mayoría de los fans de los estudios y del género; pero a espectadores más exigentes probablemente sepa a poco. A mí directamente me manda a la cama. Todavía quedan unos cuantos capítulos y puede sorprender con una remontada; pero a servidora ya la han perdido. Tsurune=siesta.

masalla

No voy a alargarme demasiado con lo que he oteado en el horizonte del 2019, pero alguna cosilla tengo que destacar. Porque es imposible no hacerlo. Voy a señalar solo las series que espero con muchas ganas; anime que me ha dado una impresión más comedida lo dejo para esa  dimensión paralela donde Sho-Shikibu es más paciente y organizada.

¿Por dónde empezar? Pues por las continuaciones. Segundas, terceras temporadas que aguardo con ilusión y que deseo que no se descalabren por el camino. El 7 de enero inauguramos el año con la segunda temporada de Mob Psycho 100. Un comienzo fuertecito, como a mí me gusta. Y estoy muy ansiosa por empezar con ella, es un trabajo que me convence mucho más que One-Punch Man (que también me gusta, ojo), quizá porque el tema sobrenatural me tira bastante.

En primavera, en concreto en abril, nos aguarda la largamente esperada tercera entrega de Chihayafuru. Uno de los escasos spokon que soporto, y no solo aguanto, sino que disfruto muchísimo. Con esta serie (bueno, en realidad con el manga) he aprendido un montón sobre cultura tradicional japonesa, por no hablar de que tengo unas ganas locas de reencontrarme con Chihaya y Taichi (¡muere, Arata! bueno, no, los megane me parecen tan monos…). Deseo con toda la intensidad de mi tenebroso kokoro que resulte una tercera temporada, como mínimo, a la altura de sus predecesoras.

Sin fecha confirmada tenemos las segundas temporadas de Pop team Epic y Made in Abyss, que prometen grandes momentos de irreverencia y ferocidad. A partes iguales. Espero ambas con expectación, sobre todo Made in Abyss, donde aguardo a Nanachi con impaciencia. La adoro.

En enero estrenan, aunque no se trate de una continuación sino una especie de remake, Boogiepop never laughs. Soy fan de la original Boogiepop Phantom, así que tengo el listón muy alto para esta nueva ¿recreación? Veremos qué sale de aquí. Dôkyonin wa Hiza, Tokidoki, Atama no Ue, que comienza el 9 de enero, la quiero ver porque sale  un gato. Amo los gatos. Y ya. Bueno, en realidad se trata de un slice of life con un dúo escritor solitario-gato de protagonista; y aunque no confío en que sea una  maravilla, al menos que me distraiga. Gatos, gatos, gatos.

Uno de los estrenos que más ansiosa estoy esperando es el del clásico de Osamu Tezuka Dororo, que tuvo ya una adaptación animada de 26 episodios a finales de los 60. Tengo unas expectativas MUY altas, lo que he visto me ha dejado con los dientes MUY largos, y que se encuentre a cargo del proyecto MAPPA es buena señal. O suele serlo. Kazuhiro Furuhashi se encuentra al timón, por lo que unas garantías mínimas hay aseguradas. También será en enero.

De los que no sabemos fecha son los siguientes: Kabukichô Sherlock, Vinland Saga, Dorohedoro y Nijûseiki Denki Mokuroku. Estos cuatro me interesan bastante. Kabukichô Sherlock va a tener detrás a la directora Ai Yoshimura, artífice de ese engendro perverso al que le dediqué un exhaustivo animierderDance with devils. No creo que se trate de una obra tan demente (todavía echo de menos a Peluchón ❤ ), pero hay comedia y misterio asegurados. De Vinland Saga y Dorehoro aún no se sabe gran cosa, pero no pienso perdérmelos. Al menos los primeros episodios, claro. Respecto a Nijûseiki Denki Mokuroku, se trata de un anime histórico centrado en el drama y el romance. Tiene lugar a finales de la era Meiji, una época fascinante; y es KyoAni el encargado del proyecto. Tiene buena pinta, veremos si no acaba siendo una babosería.

Seguro que me he dejado alguna serie más en el tintero, pero tampoco quería eternizarme. Solo es un vistazo, ya veremos qué nos acaba deparando el 2019. De momento, esto es lo que nos ha ofrecido el 2018 y estas han sido mis impresiones finales. Feliz navidad y feliz año nuevo por adelantado, que paséis unas excelentes fiestas. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

 

anime, Tránsitos

Tránsito XIV: Serial Experiments Lain

Me parece imperdonable por mi parte no haber escrito todavía una reseña sobre uno de mis anime favoritos, que además es un clásico como lo puedan ser Neon Genesis Evangelion (1995), Ghost in the Shell (1995), Akira (1988) o Môsô Dairinin (2004). Una serie aterradora, impactante y sublime, quizá no tan accesible como las mencionadas, pero sí a su misma altura en trascendencia y calidad: Serial Experiments Lain (1998). Una obra que merece tener un puesto de honor en los Tránsitos, mi sección preferida del blog, y que hoy, por fin, ocupa su legítimo lugar.

Serial Experiments Lain tiene fama de difícil, rara, incomprensible. Y no es una reputación infundada. Sin embargo, también es cierto que su complejidad no debería ser excusa para no aproximarse a ella. Eso tendría un nombre: cobardía. También pereza, o lo que es peor: ambas. Ya lo dijo Kant: «La pereza y la cobardía son las causas de que una gran parte de la humanidad permanezca, gustosamente, en minoría de edad a lo largo de su vida, a pesar de que hace ya tiempo la naturaleza los liberó de dirección ajena (…) ¡Es tan cómodo ser menor de edad!». Porque Serial Experiments Lain en realidad es un desafío, y citar al filósofo prusiano os aseguro que no ha sido en absoluto gratuito. Este anime no es una serie cualquiera, exige una mente despierta y libre de prejuicios. Requiere hambre de conocimiento, y no tener miedo de no conseguir todas las respuestas.

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Quizá penséis que esta proclama es algo fuertecita, pero es que Serial Experiments Lain es una serie fuertecita, y resulta preferible no andarse con rodeos. Escribir una reseña sobre esta obra tampoco resulta fácil porque, ¿cómo abordarla con justicia? Así que, en primer lugar, he decidido dirigirme a los que no la hayan visto todavía. Es un enfoque más sencillo que evitará que me vaya por los cerros de Úbeda, divagando. Porque si hay algo que desencadena este anime es exceso de cavilación, y es mejor delimitar un poco el terreno. Lo que me lleva al segundo lugar, que es comenzar por el principio: presentar la obra de la manera más básica posible.

Serial Experiments Lain es un seinen realizado por los estudios Triangle Staff en 1998. Los responsables intelectuales de la bestia fueron Chiaki J. Konaka y Yoshitoshi ABe (guion y diseño de personajes); la dirección estuvo a cargo de Ryûtarô Nakamura, y la producción fue de Yasuyuki Ueda. Si sabéis algo de estos profesionales, seguramente conoceréis obras como Haibane Renmei (2002), Kino no Tabi (2003), de la que tenéis reseña aquí, o Texhnolyze (2003), por lo que pocas bromas con ellos. A finales de los 90 se encontraban en plena forma, y configuraron un equipo de los que pocas veces se repiten. Una conjunción temible y prodigiosa que alumbró una de las series más extrañas e insondables de la animación.

Lain Iwakura es una estudiante de secundaria de 14 años insegura e introvertida, con muchos problemas para relacionarse con los demás. Es solitaria y silenciosa, solo Alice, una compañera de instituto, parece  interesada con sinceridad en su bienestar. Los miembros de su familia viven cada uno recluidos en sus mundos, y rara vez asoman los ojos al exterior. Pero todo dará un vuelco con el suicidio de Chisa Yomoda, una chica de su clase que tras su muerte, ha enviado misteriosos correos electrónicos a sus conocidos. En ellos explica que ya no necesita su cuerpo físico, que vive eternamente en the wired (internet, aunque se encuentra más cerca del concepto actual de Darknet). Lain recibe uno también, y a pesar de que no le interesa demasiado la informática, se aproximará a ella para intentar desentrañar el enigma de esas misivas inquietantes. Su padre, un entusiasta de los ordenadores, al percibir su repentino interés, no dudará en comprarle el modelo más potente del mercado. Sin embargo, su regalo irá acompañado de una advertencia: es indispensable que Lain no confunda ni mezcle la esfera real con la virtual. Pero Lain hará caso omiso, y poco a poco se irá sumergiendo en the wired para descubrir una nueva realidad escalofriante que la engullirá por completo.

Ese, más o menos, es el planteamiento inicial de Serial Experiments Lain. El argumento, que parte con elementos familiares para la otaquería como el entorno escolar, la protagonista asocial y una familia ausente, es el hilo de Ariadna que nos guiará por el laberinto. No es posible perderse si no se suelta, pero no protege al espectador del impacto de lo que presenciará. Porque Serial Experiments Lain es un anime peligroso, una experiencia única y personal que reclamará nuestros cerebros. Demanda que se apague el piloto automático, conmina a un visionado crítico y activo. De otro modo, simplemente resultará una historia facilona naufragando en un galimatías. Y no lo es.

Es indispensable tener presente el año, la época en que nació Serial Experiments Lain. Es una obra que representa con fidelidad ese momento de la historia donde la humanidad se encontraba a los pies de un cambio trascendental: la popularización masiva de internet y su inclusión permanente en la estructura social. La interconexión de equipos informáticos fue una revolución que iba más allá de lo tecnológico, ha transformado nuestro mundo de tal manera que ya no es el mismo que el de hace tan solo dos décadas. Y precisamente en este 2018 se cumplen veinte años del nacimiento de Serial Experiments Lain.

En algunos aspectos Lain ha quedado un pelín desfasada, pero es lo que tiene trabajar ciertas temáticas de la ciencia-ficción relacionadas con la tecnología y la cibernética. Sin embargo, en general se trata de un anime que impresiona por su considerable presciencia. Es totalmente premonitoria, plasma el universo online con una exactitud que asusta, resaltando que se trata de un auténtico mundo paralelo en el que los seres humanos tienen otras caras, otras vidas, tan  reales y enrevesadas como las de carne y hueso. Y que no tienen por qué tener relación entre ellas además. En la red se puede ser un líder de opinión con millones de seguidores, un dios; pero fuera resultar un ciudadano anónimo.

Sigo preguntándome cómo describir  a un otaco neófito esta obra. Y me está costando un poco. Es tanto lo que abarca Serial Experiments Lain, son tantas materias las que aborda, y no poco profundas además, que la hacen una de las series de animación más ambiciosas e intrincadas jamás creadas. Sus autores, para más inri, no se preocuparon ni lo más mínimo en organizar esos contenidos, van brotando como florecillas conforme se va profundizando. Proponen dilemas de gran calado, y dejan en manos del espectador alcanzar una resolución. No alecciona, sino que alienta a que busquemos nuestras propias respuestas. Dada su alta densidad informativa y simbólica, un visionado no es suficiente para conseguir agarrar todos los cabos que nos lanzan. Es posible incluso llegar a conclusiones distintas cada vez que se experimenta. Porque Serial Experiments Lain es toda una experiencia. Trabaja a nivel racional y emocional, es una apuesta potente que no debe tomarse a la ligera.

En tan solo 13 episodios, se las arregla para tocar asuntos como la ingeniería genética, las conspiraciones corporativas, la nanorrobótica como estupefaciente, la resonancia Schumann, el inconsciente colectivo, sociedades secretas, la nueva mitología de la red,  crítica a la sociedad de consumo, y un largo etcétera. Y eso únicamente son detalles, pormenores con su propia importancia que encadenados conforman un tapiz de intrincado diseño, mostrando una realidad constituida de diferentes estratos. En todos ellos goza de especial relevancia la noción del yo. Desde ese cimiento se proyectan el resto de cuestiones, ramificándose sin fin. O casi.

 El yo y la comunicación con sus diferentes entornos, cómo estos lo modifican, incluso son capaces de recrear más de uno. La perpetua conexión entre los que habitamos esos entornos. Y la jerarquía de esos entornos, por supuesto, la necesidad de segregarlos según prioridades. Pero la protagonista, Lain Iwakura, destruirá esa distancia convirtiéndose en un puente entre mundos, difuminando sus fronteras. En su travesía, tendrá que enfrentarse a la verdadera naturaleza de su ser, la función de su existencia, y deberá elegir entre lo que es real y lo que no. Serial Experimental Lain es un corto paseo filosófico que nos arroja a la cara los eternos interrogantes de la humanidad. ¿Qué es ser humano? ¿Qué es estar vivo? A bocajarro. Porque hasta la noción de dios tiene su reflexión en la serie, y no una meditación de poca monta. Existencialismo pop, ontología, dualismo antropológico y gnoseología express para aquellos que sean capaces de atrapar sus luces. Incluso se perciben pequeños destellos cristianos en el sacrificio supremo de Lain.

No estoy siendo confusa a propósito, os lo prometo, es que Serial Experiments Lain resulta indescriptible. Como no podía ser de otra forma, contiene la visión profética del aislamiento de la vida real y una hiperconectividad en la virtual. Porque uno de los temas, entre los cientos, que toca la serie, es el de la soledad. Existen muchas maneras de enfocar este anime, así como son múltiples sus interpretaciones. Sus creadores lo hicieron así conscientemente. Tiene un poquito de mi amado David Lynch, otra pizca de Dark City (1998), unas gotitas de X-Files (1993)… es una obra de su época que mantiene su relevancia en la actualidad. Resulta muy moderna, lo que la convierte directamente en clásico.

Pero si el contenido se manifiesta ya abrumador, el continente se encuentra totalmente a la altura. Serial Experiments Lain se desarrolla con lentitud y celo, al completo servicio de sus imaginativos recursos visuales. No es que fueran en su momento especialmente innovadores, pero a través de ellos fluye la narración. Esto le otorga una atmósfera onírica única de la que se puede esperar cualquier cosa. Los diálogos son breves y abruptos, es el silencio el auténtico maestro de ceremonias. El silencio y los sempiternos armónicos del zumbido de las torres de alta tensión, que con su densidad crearán un efecto mesmerizante difícil de olvidar. Porque esta obra tiene un algo de hipnótico, de alucinatorio, que te absorbe lentamente en su paranoia.

Su arte es simple, casi austero, pero de una expresividad antinatural. Estampa las emociones y sentimientos de una manera muy precisa, utilizando el vacío en sus composiciones para reafirmar la soledad y la imperiosa necesidad de conexión entre unos seres humanos y otros. El diseño de los personajes, a pesar de su sobriedad, resulta una delicia en su ternura infantil, que contrasta con energía con el resto de la serie. Esta maestría era de esperar porque, como antes comentábamos, es Yoshitoshi ABe quien se encuentra detrás. Y la fuerte personalidad de su estilo forma parte del alma de Serial Experiments Lain.

En resumen, Serial Experiments Lain es una de esas obras imprescindibles dentro de la animación japonesa pero que, curiosamente, no están hechas para todo el mundo. Requiere paciencia, mente abierta y un mínimo de actividad neuronal mientras se ve. Sapere aude, camaradas otacos. No todos los dibujitos chinos son mero entretenimiento, hay algunos que osan tener ciertas pretensiones intelectuales. Y dan en la diana, aunque luego tengan que arrastrar una fama ingrata que ahuyente a la gente. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

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Peticiones Estivales: Paradise Kiss

¡Ay, el verano! El calor me vuelve lenta y holgazana, además de que ando casi todo el día aturdida. Y luego me ocurren accidentes sangrientos en la cocina… pero esa ya sería otra historia. Las Peticiones Estivales prosiguen su itinerario, y hoy tenemos la sugerencia de Faelyan, que desde Buenos Aires conduce el genial blog Vorágine de Palabras. ¡Muchas gracias por tu inspiración, maja! La obra que nos concierne es el anime Paradise Kiss (2005), una obra muy querida por la mayoría del público y que fue bastante popular en su momento.

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Paradise Kiss está basada en el manga original de Ai Yazawa del mismo nombre y consta de 12 capítulos que la siempre fantabulosa Madhouse tuvo a bien realizar.  Tengo que reconocer que a esta mangaka la tengo un poco olvidada, y tampoco es que haya leído demasiados tebeos suyos. Tiene un estilo muy reconocible al que no le acabo de coger el puntillo, pero esto no me ha impedido disfrutar del cómic que, desde mi punto de vista, es lo mejor de su carrera hasta ahora: Nana (2000). Tristemente, se encuentra en hiato indefinido. Deseo de todo corazón que la autora se recobre pronto de su enfermedad, no ya solo para que le brinde un desenlace a Nana, sino para que pueda continuar con su vida sin sufrimientos en plenitud. ¡Mucha fuerza, Yazawa-sensei!

Si la adaptación al anime de Nana (2006) me encantó también, sobre Paradise Kiss ya no puedo decir lo mismo. Me costó además conectar con el propio manga, ya que el tema que trata y el mundo que lo rodea, el de la moda, me resultan pesados y aburridos. Pero me lo terminé, hace milenios de eso, y reconozco que es un buen trabajo aunque no encaje con mis preferencias personales. Sin embargo, el anime, que también vi hace muchos, muchos años y he vuelto a revisionar para la ocasión, no considero que se encuentre a su misma altura. Ni en broma. Y es una pena. Paradise Kiss, por cierto, en realidad es una secuela de un manga y anime anteriores, Gokinjo Monogatari (1995), del que no tardaré en escribir si todo va bien.

Yukari Hayasaka es una estudiante en el último curso de instituto. Se encuentra en un momento trascendental de su vida, pues debe escoger cuál va a ser su labor como adulto, cuál va a ser su posición en la sociedad. En Japón esto es algo importantísimo, y la presión a la que se ven sometidos los jóvenes de su edad es bastante enérgica. Ella nunca se ha considerado a sí misma una estudiante brillante, pero se esfuerza con ahínco en sacar las mejores notas para contentar a su madre, una mujer estricta y seria que solo desea el mejor futuro para su hija.

Yukari, que no ha conocido en su corta existencia nada más que el trabajo duro del aprendizaje y las responsabilidades de una vida convencional, no se imagina que pueda existir algo más hasta que tropieza con el atelier «Paradise Kiss». En él trabajan cuatro zagales de su edad, pero muy distintos a ella; creando con sus propias manos atavíos de gran imaginación y riqueza estilística. El cerebro del taller de moda es el arrogante George Koizumi, y todos están convencidos de que Yukari es la modelo perfecta para las creaciones de «Paradise Kiss».

Y a partir de aquí empieza la batalla de Yukari, la dicotomía entre dos universos opuestos que convergen en ella. Dos mundos que parecen incompatibles en esos momentos, y que obligarán a nuestra protagonista a elegir. Escoger, decidir, madurar. ¿Qué es lo que quiere hacer esta chica con su vida? La pasión de la juventud y su irreflexión candorosa la conducirán a un nuevo planeta lleno de glamour, libertad y nuevas emociones. Un lugar donde puede sentirse ella misma, y que, a su vez, no le exige nada más que ser ella misma. Pero este nuevo mundo se halla dentro de uno más grande: el real, lo mismo que su pequeña esfera de existencia escolar, y es algo que no debe de perder jamás de vista. Paradise Kiss no deja de ser una obra sobre el paso de la infancia a la adultez.

Y esta transición Yukari no la hace sola. Está rodeada de maravillosos personajes que en el anime son cristalizados de manera bastante tosca. Reducidos a su esencia más mínima, haciendo de algunos de ellos incluso caricaturas enojosas. No pretendo escribir un Manga vs. Anime, pero viendo la serie es inevitable que acuda a la cabeza el tebeo, porque existe un diferencia notable. Aun así, si no tuviéramos en cuenta el cómic, el anime deja que desear en ese aspecto. Y es una lástima, porque se olisquea claramente que detrás de ese elenco hay mucha más cera de la que arde.

Comenzando por los miembros del atelier, Miwako Sakurada queda reducida a una genki girl sin muchas neuronas y voz estridente (dios, es insoportable), que de vez en cuando deja brillar su corazoncito de oro. Está terriblemente infantilizada. Su novio, Arashi Nagase, queda plasmado como un punkie gandul al que le entusiasma quejarse. Mi personaje preferido, Isabella Yamamoto, una mujer trasgénero de personalidad fascinante, queda simplificada a mera figura maternal. Finalmente, George Koizumi continúa siendo un presuntuoso y snob, no más insufrible que en el tebeo, aunque sí mucho más plano. ¿Y Yukari Hayasaka? Pues nuestra pequeña Yukari es la que mejor parada sale de todos, no en vano es la protagonista, aunque tampoco podamos decir que sea un portento de personaje.

Yukari sufre la esperada evolución en este tipo de obras: de la niña sumida en una vida gris, marcada por el deber, siguiendo la senda transitada por la mayoría y haciendo lo que se espera de ella, al excitante descubrimiento de que el mundo es… muy grande. Y que dejarse llevar, tomar una actitud pasiva, no la benefician para nada como persona. La vida es dura. El resto de secundarios, como el encantador Toku-chan o la vibrante Mikako Kôda (¡me encanta esa mujer!), son un acompañamiento fantástico, me habría gustado que hubieran profundizado un poquillo más, y que las relaciones interpersonales no hubieran resultado tan deshilachadas, pero 12 capítulos tampoco pueden dar más de sí. Y la propia estructura de los episodios, como pequeños telegramas enlazados y guiados ocasionalmente por un diálogo interior, no contribuye a ello demasiado.

Uno de los puntos importantes de la serie es la relación amorosa que surge entre Yukari y George. Y aunque intentan dotarla de un aire realista, la relación entre ellos no termina de cuajar, no es creíble. Sin más. Es una pareja que realmente no se comunica, y su romance es conducido de manera insulsa, sin emoción. La colegiala sin experiencia junto al guapo (y rico, of course) malote que la manipula. Sus tácticas de seducción y control son muy obvias, y hacen al personaje todavía más odioso si cabe. El idilio evoluciona porque Yukari crece como persona, y al hacerlo, el futuro de este se encuentra sentenciado. No puede ser de otra forma. Yukari y George no funcionan, no pude empatizar con ellos en ningún instante. A pesar de que la presencia de George Koizumi es considerable durante el proceso de madurez de Yukari, su aportación es únicamente la de obligarla a ser sincera.

Esta falta de verosimilitud no es aislada, se encuentra dipersa por todo el anime. La historia de unos niños bien con una noción poco realista de la vida y que viven en una burbuja ajena al común mortal. Mayordomos, cochazos, mansiones exhuberantes, institutos maravillosos y exclusivos, y mucha gente cool. ¿De verdad esto es un josei? No sé yo…

Uno de los dilemas que brotan conforme se visiona Paradise Kiss es si estamos frente a un shôjo o un josei, porque comparte características de ambas demografías. Está catalogado como josei, pero yo personalmente lo considero un híbrido de shôjo-josei que a ratos juega a ser serio y formal. ¿Incluir escenas y diálogos sobre drogas y sexo, o presumir de un final materialista lo convierte en josei? Yo diría que hace falta un poquito más. Y es que no abundan los josei puros, la industria y los autores continúan ofreciendo todavía de manera mayoritaria el mismo tipo de producto a niñas, adolescentes y mujeres, con enfoques infantiles, fuertemente idealizados y centrados en las mismas temáticas y contenidos: romance, belleza, moda, vida cotidiana. Y es algo que me asusta bastante de manera personal, lo dependiente que es la mujer japonesa de su imagen, la importancia obsesiva por parecer jóvenes y bellas. Es una obligación para lograr su máxima aspiración: marido. Y eso se plasma en ambas demografías. ¿Hay excepciones? Sí, por supuesto. Pero Paradise Kiss no es una de ellas. Y es que el debate de las demografías en el manganime japonés daría para deliberar mucho. Pero hoy no toca.

Paradise Kiss recoge muchos elementos del shôjo clásico de los 60 y 70, y los introduce en su historia con naturalidad: entorno embellecido de reminiscencias occidentales, ambiente escolar de élite, tragedias familiares sin resolver, casualidades y enredos sentimentales visibles, protagonista ingenua y pasiva que solo tiene su belleza como talento, flores, estrellitas y pétalos al viento, comedia ligera y absurda, etc. Mucha horteradita entrañable que siempre se hace querer. Aunque también rinde homenaje a clásicos del josei, como el Pink (1989) de Kyôko Okazaki en algunos guiños como el del cocodrilo; o elige mostrar facetas menos amables en las relaciones entre padres e hijos.

Pero, ¿tiene algo de bueno esta serie? Porque le estoy propinando una zurra antológica. Pues sí, tiene unas cuantas cosas buenas. La primera y principal, su apartado técnico y artístico. Es una verdadera gozada. Tiene una animación estupenda, unos diseños de personajes alucinantes, recursos visuales imaginativos, ¡y qué colorido! Las ambientaciones tokiotas son maravillosas, todo está realizado con sumo gusto y cuidado, y la riqueza de detalles abruma. Por no hablar de las referencias a la cultura popular que aparecen (Godzilla, The cat in the hat, Marilyn Monroe, Humphrey Bogart, etc) y que hacen mucho más jugoso su visionado. Hasta el opening y ending son bastante más que potables (Franz Ferdinand, ouhyeah!).

Resumiendo, y siendo consciente de que es una unpopular opinion como la Gran Esfinge de Guiza, Paradise Kiss es un anime sin un clímax real y con un enorme potencial desperdiciado. No es mala obra, pero se asienta en una tierra de nadie donde queda a la merced de sus excelencias visuales y artísticas, que son numerosas y deslumbrantes, pero que no son suficientes para hacer de ella una adaptación digna. Es vacua, instrascendente, superficial, vaga. Y con el paso del tiempo, se olvida con facilidad. Se ve, distrae pero no emociona. Una lástima, pero ya sabemos que un bonito envoltorio no lo es todo. Puede, de hecho, esconder una decepción. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

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Peticiones estivales: Kenpû Denki Berserk

¡Continuamos con las Peticiones Estivales! Esta vez con una que el año pasado olvidé criminalmente, pero Leticia Olguin (facebook) tuvo a bien recordarme tremendo despiste. Y, por fin, la tenemos aquí. ¡Gracias por tu paciencia, Leticia!

Su proposición era, nada más y nada menos, que Berserk. Se trata de una de las obras más importantes del género de fantasía, concretamente dark fantasy, del universo manganime. Berserk son palabras mayores. Y un trabajo que abarca desde el año 1989 hasta la actualidad. Un seinen que ha marcado a varias generaciones de lectores y que, por supuesto, ha hecho historia. El responsable de tamaña proeza es, como muchos ya sabréis, Kentarô Miura. Todo lo que pueda escribir sobre la trascendencia de este trabajo es poco, además que ya se ha disertado por activa y por pasiva respecto a él. Lo que pueda añadir seguro que alguien lo ha expresado ya, con mejores palabras y en más profundidad. Por no decir que las creaciones que conforman el mundo de Berserk son unas poquitas, así que me encontraba en un dilema: ¿por dónde empezar con semejante bestia parda?

Bueno, el principio no suele ser mala opción: Berserk es una palabra que proviene del antiguo nórdico, uno de sus posibles significados es «vestido con piel de oso». El inglés lo tomó prestado para designar la locura y el frenesí que padecían algunos guerreros escandinavos cuando combatían. Una demencia que los hacía terroríficos y prácticamente invencibles. Ellos eran los berserks o berserkers. Y un berserk es lo que vamos a encontrar en esta obra, Guts. Un guerrero indomable y brutal.

El manga, que es el trabajo que con más entusiasmo os recomiendo, transita un camino largo y tortuoso, al menos para los lectores. Con desesperantes hiatos, en los que prefiero no entrar porque puedo soltar espumarajos hasta el Día del Juicio, pero que forman ya parte de la tradición otaca. Este pasado marzo Young Animal anunció que volvía de nuevo a pausarse, por cierto. A veces pienso que la criatura le ha salido demasiado grande a Miura, que acabará devorándolo. No sé si será capaz de brindarle el final que merece, pero esto ya son elucubraciones. A día de hoy van 355 capítulos y 39 tankôbon.

El tebeo de Berserk es carne de la sección Galería de los Corazones Rotos, por lo que decidí aparcarlo para hacerle una entrada como merece, llena de amor, resentimiento y angustia. Así que para esta petición estival me quedaban por elegir dos series televisivas, Kenpû Denki Berserk (1997) Berserk (2016-2017); y la saga de tres películas (2012-2013). ¿Con cuál quedarme? Pues me he dejado llevar por la nostalgia y hacerle reseña a la primera adaptación animada de Berserk, que por ahora, al menos desde mi punto de vista, es la mejor con diferencia. También creo que es una manera estupenda de introducirse en su intrincado cosmos. Si Kenpû Denki Berserk os llega a gustar, no dudéis entonces en lanzaros de cabeza a su mundo de violencia, oscuridad y fantasía de la más refinada calidad. ¡A por el manga!

Kenpû Denki Berserk adapta el llamado arco de la Edad de Oro del manga, que comienza en el tankôbon tercero y finaliza en el decimocuarto. Se trata de un enorme racconto en el que se asientan los cimientos de toda la historia, es el meollo, el corazón de Berserk. Es ese pasado que vuelve siempre para atormentar. Kenpû Denki Berserk consta de 25 capítulos en total, realizados por los veteranos estudios OLM y dirigidos por Naohito Takahashi, que salvo por esta serie no se ha distinguido por gran cosa, y Kazuya Tsurumaki.

La serie parte en un momento del presente donde Guts, protagonista de Berserk, está luchando contra uno de los Apóstoles, que gobierna toda una región. Tras dejar la ciudad en llamas durante la batalla y destruir a su enemigo, recuerda. Recuerda cuando era joven y se ganaba el sustento de la única forma que sabía: matando. Un muchacho solitario, un mercenario que tuvo la fortuna de toparse con la Banda del Halcón, que le cambiaría la vida. Liderada por Griffith, Guts mordió el polvo en un duelo contra él, y acabó uniéndose a ella un poco a regañadientes. A partir de ahí, se vio inmerso en la Guerra de los Cien Años entre Midland y el Imperio Chuder, donde la Banda del Halcón combatía a favor de Midland.

Guts no es un guerrero cualquiera, y eso Griffith lo supo ver desde el principio. Se puede decir que sufrió un flechazo. No obstante, el líder de la Banda del Halcón tenía muy claros los objetivos, y su gran inteligencia le permitió ascender de forma meteórica en el ejército del país, granjeándose el aprecio del rey (y la princesa Charlotte) y el odio de la nobleza, que consideraba inconcebible que un plebeyo de baja estirpe llegara tan alto, incluso amenazando sus privilegios. Griffith es un guerrero temible y un estratega despiadado, cuyo único punto débil era Guts.

Este es el contexto, resumido a grandes rasgos, en el que se desenvuelve Kenpû Denki Berserk. Un anime de corte indudablemente épico, con mucha sangre, violencia extrema, intrigas cortesanas, batallas sin fin y tragedias amplificadas. A los neófitos quizá os pueda recordar un poco a la saga de Canción de hielo y fuego, con la diferencia de que Berserk es mil veces más cruento.  Pero como sucede en la obra de George R. R. Martin, lo que mueve realmente la historia son los personajes. Un elenco maravilloso que tira p’atrás.

Griffith es, sin duda, el personaje más fascinante de Kenpû Denki Berserk. Su carisma es extraordinario, tiene un matiz hipnótico. Su capacidad de liderazgo es indiscutible, su voluntad de hierro y grandes sueños lo hacen muy, muy atractivo. Pero no queda solo ahí. Su aspecto andrógino y modales impecables le otorgan un aire casi sobrenatural y distante, inalcanzable en su perfección. Es el caballero inmaculado, valiente, lúcido, de riguroso autocontrol. Una luz a la que siguen sin titubear todos los miembros de la Banda del Halcón, y que deslumbra a sus enemigos.

Sin embargo, Griffith es humano. Muy humano. Y todo su resplandor genera una sombra igual de profunda. Como la de un arcángel caído. Su ambición es desmedida e insaciable, y ante ella sacrifica todo, incluso su carne y sangre. Es manipulador, para él las personas no son mas que meros utensilios en su travesía hacia el poder, y no tiene piedad con los que interfieren en sus planes. Es un depredador nato, aunque no suele ser cruel sin necesidad. Griffith es un enigma.

Siempre me han llamado mucho la atención este tipo de personajes que juegan con la ambigüedad sexual, que además no son demasiado habituales en los seinen, sino en los shôjo. Griffith tiene mucho de las otokoyaku del Takarazuka Revue, recuerda a las protagonistas de Claudine…! (reseña aquí) o Versailles no Bara (reseña aquí) de Riyoko Ikeda; a mi queridísima Utena también. Pero Griffith, a pesar de su aspecto andrógino, no es trans. Es un hombre. Fin.

Guts, por otro lado, podríamos considerarlo su opuesto. Y esta pareja, en torno a la cual gira Kenpô Denki Berserk, tiene una inspiración muy clara en el binomio del Devilman de Gô Nagai. Guts es el protagonista definitivo de los seinen hipermusculados, con su colosal espada de reminiscencias fálicas, el antihéroe por excelencia. Con una vida cruel desde niño, solo ha tenido tiempo para luchar y matar. Nunca ha querido depender de nadie, y tampoco ha tenido una meta vital. Por eso alquila su única (y considerable) pericia al mejor postor, por eso hace suyo el sueño de Griffith. Y en la Banda del Halcón empieza a conocer  lo que es tener una familia. No obstante, Guts no es ningún zopenco, y a pesar de ser una persona honesta y sin dobleces, valora su libertad personal por encima de todas las cosas. Su aparente sumisión a Griffith no puede ser eterna.

Y llegamos por fin a Casca, la protagonista femenina de Kenpû Denki Berserk. En una obra que representa un mundo tan profundamente patriarcal, la figura femenina no podía tener excesivo espacio. Y en el caso de Kenpû Denki Berserk (el manga es distinto) no es de otra forma. Lo femenino siempre se plasma como el agente débil, demasiado emotivo, sexualizado y/o con el obligatorio interés romántico. Casca posee estas características, pero rompe también algunos moldes. Desde mi perspectiva, es el personaje más próximo, más natural. Una mujer en un mundo de hombres abriéndose paso para hacerse valer (y lo hace bien); aunque siempre se encuentre supeditada a Griffith o Guts, cuya relación sí que se encuentra en términos de igualdad. Ya se sabe, las mujeres somos esclavas de nuestras emociones (ejem). Pero esto no es una crítica en realidad, estamos hablando de un anime de hace veinte años y, como a menudo comento, juzgar las obras del pasado desde el punto de vista del presente no es ni justo ni inteligente. Casca es un gran personaje, una fantástica guerrera y capaz de acaudillar, si es necesario, a la Banda del Halcón. Todos la respetan y consideran su hermana de armas. Porque es así, no obstante. Su evolución psicológica es magnífica.

¿Hay más personajes femeninos? Pues está la princesa Charlotte, que hace el papel habitual de adolescente mimada y enamorada; y su madrastra, la reina, que como toda madrastra que se precie, es malvada y conspiradora. Pero poco más. Kenpû Denki Berserk es un seinen muy a la antigua en ese aspecto, con una pobreza de personajes femeninos elocuente. Sin embargo, el resto de la galería de personajes es excepcional: Pippin, Judeau, Rickert… Amo mucho a Judeau, es mi personaje favorito (tengo debilidad por los secundarios). Están todos esbozados con sumo cariño y cuidado, son de verdad entrañables. Los villanos, sin embargo, tienen mucho de caricatura y son bastante menos profundos. Corkus es un personaje que va a piñón fijo, por no hablar del ridículo Adon Coborlwitz (que no falte el apunte cómico), el maquiavélico ministro Foss o el furibundo y suspicaz hermano del rey, Julius. Aunque también es cierto que en el manga están infinitamente mejor trabajados.

La serie en general se desarrolla a buen ritmo, aunque admito que los primeros episodios, si se es algo impaciente, pueden hacerse tediosos. Kenpû Denki Berserk es un anime de los que empiezan a desplegar sus virtudes más adelante. Desde el capítulo uno hasta, más o menos, el siete u ocho, Berserk no ofrece nada de especial: una historia predecible que cuenta las andanzas de un jovenzuelo de pasado traumático, y que se une a una banda de mercenarios capitaneada por un hermoso joven de gran talento. Con peleas y surtidores de hemoglobina por doquier. Pero, lentamente, van introduciéndose notas discordantes que tuercen la armonía, creando una atmósfera sombría que empapa los acontecimientos, los personajes, la historia. Y lo que parecía una cosa, de repente es otra. Y ya te encuentras totalmente enganchada. Lo malo llega al final… y no puedo decir más.

Cierto que a ratos, sobre todo durante las batallas, brotan detalles de una ingenuidad y simpleza sonrojantes; pero, por otro lado, la escala de grises es sorprendente, teniendo en cuenta además que estamos hablando de una obra de fantasía épica, en las que se acostumbra a polarizar de forma contudente. Kenpû Denki Berserk es, esencialmente, una obra de acción. De acción y sangre, aunque sin casquería. Esto no impide que se traten asuntos peliagudos, y que se planteen dilemas morales de gran profundidad. Siempre con un tono desesperanzado, porque no deja de ser una obra plena de tinieblas, pero que ofrece la ocasión de reflexionar. La cosmogonía que se perfila, imbuida de H.P. Lovecraft, es de corte filosófico y esencia cruel: el hombre ni siquiera tiene control sobre su propia voluntad.

Pero no hace falta comerse la cabeza tampoco demasiado, porque Kenpû Denki Berserk resulta ser, en el fondo, una historia de amor. El amor entre Guts y Griffith, venenoso e intenso. Y como en toda historia de amor que se jacte de serlo, el triángulo amoroso brota inevitable. El amor de Griffith hacia Guts es fiero, obsesivo; el de Guts hacia Griffith, respetuoso y lleno de admiración; el de Casca hacia Griffith todo devoción; el de Guts hacia Casca ineludible y comprensivo; el de Casca hacia Guts realista y tierno. Y no hay que olvidar que es el desamor el que precipita las circunstancias hacia un desenlace de dolor y ruina. Más allá de las intrigas políticas, las ambiciones y las masacres de las batallas, se encuentra el amor. Tan simple como eso. Y tan complicado. Porque los sentimientos y relaciones interpersonales son los que engendran un arabesco de emociones que van aumentando en complejidad hasta desencadenar una serie de acontecimientos que nos conducirán al Guts del presente. Un Guts solitario y de espíritu nihilista, corroído por un deseo implacable de destrucción y venganza.

¿Qué me queda por contar? Ah, sí, la animación es bastante buena, incluso para la época. Tira mucho de movimiento de cámara con plano fijo, sobre todo en escenas donde la violencia y la acción son las estrellas; y hace guiños continuos al mundillo del manga, lo que es un bonito detalle. Su arte es minucioso y de fondos cuidados, con la maravillosa textura de la animación cel. Por cierto, hubo mucha gente que se quejó de la música, y siendo personalmente muy quisquillosa con ese tema, no he hallado motivo de queja. El opening de PENPALS suena a banda alternativa de los 90, ni más ni menos. Con un toque noise y a Mudhoney que no me desagrada para nada; la banda sonora en general, compuesta por Susumu Hirasawa, también recuerda a la world music del momento, en concreto a los franceses Deep Forest.

Kenpû Denki Berserk es un pedazo de clásico, pero no surgió de la nada, como hemos podido ir leyendo. Las influencias son variadas, desde Guin Saga de Kaoru Kurimoto (reseña de su anime aquí) pasando por Conan el Bárbaro (el comienzo, leches, es casi idéntico), Robocop (la vieja, ojito) o Hokuto no Ken (¡díos míooooo!). Entre otras muchas obras. Kentarô Miura siempre ha sido un ávido consumidor de cultura popular, era lógico que apareciera su influjo.

Me ha costado bastante hacer esta reseña porque el mundo de Berserk es tan amplio que resulta muy, muy difícil intentar plasmarlo con un mínimo de justicia. Y coherencia. Los que lo conozcáis ya lo sabéis de sobra; los que no, solo invitaros a que lo hagáis, que este conato desmañado mío no os eche para atrás. Es una obra que merece muchísimo la pena, sobre todo si os gusta la fantasía. Y si el anime logra conquistaros, que sepáis que el tebeo es un millón de veces mejor. A pesar de que Miura-sensei se lo esté tomando con taaaaaaaaaaaanta calma. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.