Shôjo en primavera

Shôjo en primavera: Mî-kun, la gatita atigrada de Leiji Matsumoto

Como ya bien sabréis, el pasado 13 de febrero el grandioso Leiji Matsumoto nos dejó a los 85 años. Sin este caballero la ciencia-ficción en Japón no habría sido la misma. Hablar de él es como intentar hacerlo sobre Osamu Tezuka, son figuras tan trascendentales en la historia del tebeo nipón que es complicado empezar por algún sitio, han sido personas a nivel cultural inmensas. Y, por descontado, ya se ha dicho de ellas casi todo lo que merece la pena saber. Así que hace unos días decidí ofrecerle mi pequeño vasallaje, pero a la particular manera amorfa de SOnC. claro. Que desde luego no iba a poder abarcar toda su grandeza ni tampoco iba a añadir ninguna novedad.

Teniendo a la vuelta de la esquina marzo y la sección Shôjo en primavera, me pareció una buena forma de escribir sobre Matsumoto; la cuestión es que, a pesar de que fue, efectivamente, uno de los pioneros de la demografía y comenzó su carrera dibujándola, no conseguí encontrar ninguna de sus obras iniciales para poder leerlas y comentarlas. Nada de Gin no Tani no Maria (1958), que fue reeditado por Tezuka en 1979, Hoshi yo Kienaide (1958), Natasha (1968), Gin no Kinoko (1961) o el recopilatorio de sus shôjos tempranos Kareinaru Shôjo Manga (1980) publicado por Kôbunsha. Nada de nada. De todas las formas, toparse con un manga para chicas de esa época puede considerarse un milagro del tipo las Apariciones de Lourdes. Vamos, que o te vas a vivir a Japón para escarbar entre material o en Occidente no arañas gran cosa.

Por lo que mi gozo parecía estar ya naufragando en un pozo, hasta que recordé el amor de Leiji Matsumoto por los gatos. ¿De dónde venía todo eso? Algo me quería sonar y, ¡equilicuá!, hallé un shôjo de los 70 del sensei. No se puede considerar una obra temprana suya, pero como manga ya añejo, me iba a servir de sobra como homenaje en la sección. Y aquí está: Torajima no Miime (1978) o Mî-kun, la gatita atigrada. Un solo tankôbon de 9 capítulos dedicados a su gatita Mî.

Pasé mi juventud con Mî-kun. Durante 14 años, ambos Mî-kun y yo fuimos jóvenes y corrimos por los tejados.

Y ahora, mientras estoy sentado en la misma mesa de dibujo bosquejando manga, Mî-kun ya no está conmigo. La Mî-kun que siempre se sentaba sobre mi radio-cassette observándome dibujar manga ya no está conmigo. Esa Mî-kun permanece solo en mi manga.

Juntos con los recuerdos en mi corazón, vamos a dedicarle este libro a Mî-kun.

Con este prólogo conmovedor Matsumoto nos presentaba su obra. Mî-kun falleció un 10 de noviembre de 1974. Cualquiera que haya tenido familia peluda sabe lo que se la quiere y el dolor que se siente cuando la perdemos. Y este pequeño manga está lleno del amor y la desdicha que sintió Matsumoto por su amiga Mî-kun. A poco que seáis sensibles Torajima no Miime os espachurrará el kokoro. Y ahí la tenéis, en las fotos de la derecha, junto a su esclavo humano. Matsumoto hizo inmortal a su amada gatita a través de su tebeo, la hizo eterna; de igual manera que a nosotros nos ha quedado todo su trabajo para que siempre lo recordemos y admiremos. Incluso a través de este humilde tebeo sobre su vida hogareña.

Como ya imaginaréis, no era la primera vez que Leiji Matsumoto dibujaba animalitos. En sus comienzos como dibujante, cuando se casó con la diosa Miyako Maki que también se dedicaba al shôjo, trabajó junto a ella creando tebeos y, como a él se le daba bien pintar bichitos monos, le quedó ya una especie de hábito. Matsumoto lo que quería en realidad era crear mangas de ciencia ficción, pero también resultaba importante poder llenar el estómago y pagar las facturas. Por lo que era el turno de los perritos, gatos y cuentos para niñas. Todo llegaría, por supuesto, la publicación de Sexaroid (1968) con su ya nombre artístico definitivo (hasta entonces había sido Akira Matsumoto), iba a cambiar mucho las cosas.

Sin embargo, cuando Matsumoto creó Mî-kun, la gatita atigrada, ya poseía cierto estatus, no fue un compromiso nutricional, sino un acto de amor. En este manga nos muestra retazos de su propia vida cotidiana en compañía de Mî-kun; pequeñas historias donde se involucran los gatitos vecinos de Mi-kun, algunos callejeros, otros con su hogar. También cómo llegó Mî-kun a Matsumoto y su familia, cómo su hija Atsuko sentía un cariño especial por ella, pues se conocieron siendo ambas casi recién nacidas, etc.

Son relatos chicos con mucho humor, ternura y también gran dureza que se van desgranando a lo largo de 9 episodios. Son muy sencillos, y ahí radica su encanto; Matsumoto expresa todo su afecto por Mî-kun en ellos. Se trata de una gatita con nombre masculino, ¿y por qué? Pues porque al ser atigrada, puede pasar por un machito también. Esa es la explicación del autor, además de que es ella misma la que escoge su propio nombre, Mî. Y, como no podía ser de otra forma, la única persona en la casa que entiende el idioma felino de Mî es Matsumoto. Entre ellos existe una comunicación especial que nadie más comparte.

Y donde hay amor verdadero, también hay sufrimiento auténtico, es algo que a los japoneses les encanta recalcar. Esa mezcla de sentimientos que equilibra los unos a los otros, pero que siempre realza un final lánguido con pinceladas de tragedia. Pero no hay tragedia en realidad en Torajima no Miime, solo el inexorable transcurso de la vida; aunque sí hallamos melancolía y mucha, mucha nostalgia. Tiene un poco de Soy un gato de Sôseki en algunos aspectos, pero sin la ácida crítica social porque, recordemos, este manga no deja de ser un shôjo cuyo objetivo es rendir honores a la gatita Mî.

El arte de Matsumoto en Torajima no Miime es puro bizcocho de mantequilla. Nada del otro mundo, con los clásicos recursos cómicos y bufonadas aparatosas cuando así se requiere, y que también sirven para suavizar momentos bastante más arduos. Es totalmente reconocible en su estilo, pero quizá para el que esté acostumbrado a melodías más siderales resulte chocante. No obstante, los que hayáis catado algo de Otoko Oidon (1971) seguro que reconoceréis algunos de sus tics.

La vida de gato callejero es dura, sobre todo porque los humanos la hacemos así con nuestra indiferencia y crueldad, ese sería el leitmotiv principal de Matsumoto en este tebeo. Mî-kun es una gatita afortunada, no como otros peludetes como Charles, Shirobota o Chibitora que aparecen en sus viñetas. Especialmente emotiva es la historia de Chibitora, así que preparad los pañuelos.

Mî-kun, la gatita atigrada tuvo su versión animada en 1999, dos capítulos de apenas 10 minutos cada uno que realizan una especie de mezcolanza entre varios cuentos del manga. Os los dejo por aquí ya que por su escasa duración merecen un vistazo. No tienen la mejor calidad del mundo, pero resultan dignos.

Miyako Maki y Leiji Matsumoto tuvieron más gatos, por supuesto, a los que llamaron a todos Mî. Creo que en estos momentos iban ya por la cuarta generación. Pero Mî-kun the first siempre fue especial para él, como bien dejó plasmado en estos relatos. El slice of life no era un género extraño para Matsumoto, además, y en Torajima no Miime volcó mucha de su sabiduría para concebir una Mî-kun mágica que se mueve entre dos mundos, el humano y el felino, repartiendo alegría con su mera presencia.

Y, todo hay que decirlo, Matsumoto ya había hecho aparecer a Mî con anterioridad en la mítica serie Space Battleship Yamato (1974), y luego volvería a hacer acto de presencia en su imprescindible Galaxy Empress 999 (1977/1978) o en Fire Force DNA 999.9 (1994/1998). Quizás sin acreditar también, haciendo discretos cameos, en otras tantas obras suyas. Mî-kun siempre estuvo en el corazón de Leiji ❤

¿Recomiendo Mî-kun, la gatita atigrada? ¡Pero qué clase de pregunta es esa, leñes! ¡Es Leiji Matsumoto escribiendo sobre su gatita! ¡PUES CLARO! Eso sí, los espíritus sensibles lo pasarán mal. Son historias hermosas, reflexivas pero muy tristes. Sobre todo para aquellos que sentimos afinidad hacia los animales, hay momentos de nudo goooordo gordo en el gaznate. Sin embargo, me parece la manera más bonita que pudo idear Matsumoto de honrar a Mî-kun, de hacerla pasar a la posteridad. Espero de todo corazón que se hayan encontrado en el cielo, y estén sobrevolando juntos millones de galaxias entre ronroneos, risas y polvo de estrellas.

Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

manga

Carpe Diem: Mariko a los 80 años

¡Por fin, por fin he podido hincarle os catirons (aunque sea de forma leve) a este manga! Desde que ganó el Kôdansha este 2018 he estado rogando por que algún alma generosa lo tradujera y, ¡ya está aquí! Quería esperar un poquillo hasta que se acumularan unos cuantos episodios, pero la impaciencia ha podido conmigo, y solo he aguardado hasta el capítulo cinco. Lo que no me va a impedir escribirle toda una señora reseña, qué carajo.

Sanju Mariko o Mariko a los 80 años es un manga que lleva publicándose desde 2016 en Be-Love y que, hasta donde sé, ha alcanzado 8 tankôbon. Y los que caigan, porque es una obra que sigue abierta. Pero no es un tebeo cualquiera, nanay. Se trata de un josei muy, muy especial; un slice of life que huele a clásico contemporáneo desde el primer capítulo. De momento tenemos que conformarnos con los socorridos scanlations (afortunadamente llevan buen ritmo hasta ahora), pero deseo, espero y confío que pronto alguna editorial occidental se atreva a publicarlo. Ojalá.

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Yuki Ozawa posa orgullosa con el primer volumen de su tebeo «Sanju Mariko»

No había leído hasta ahora nada de Yuki Ozawa, sabía de la existencia de su Atokata no Machi (2013), pero no había podido catar ninguna obra suya todavía. Y la verdad es que ha sido un comienzo bastante prometedor, ¡sangre nueva en el josei!, y eso siempre se agradece siendo una demografía tradicionalmente tan maltrecha. Que aparezcan encima trabajos de esta traza son un soplo de aire fresco. ¿Novedades en el slice of life? Pues sí, porque Sanju Mariko cuenta la historia de una viuda de ochenta años, nada más y nada menos. Adiós a los sempiternos adolescentes con sus repetitivos problemas, sayonara a las mujeres jóvenes (y mentalidad de adolescente) que sufren por no encontrar marido,  ¡konnichiwa, mujeres adultas (pero de verdad)!

Mariko es una escritora con cierto renombre y todavía en activo, que vive bajo el mismo techo que la familia de sus hijos y nietos. Es ya bisabuela, y su biznieto ha intentado asfixiarla con una bolsa de plástico mientras jugaba. No ha sido por maldad, más bien ha tenido relación con que viven como sardinas en lata, y está llegando a un punto insostenible. Mariko ve como la casa que construyó con su marido, muerto hace 15 años, no alberga ya espacio para ella. Real y metafóricamente. Así que, viéndose un estorbo, decide marcharse y comenzar de nuevo, sola, una nueva vida al final de su vida. En este nuevo camino se topará con Kuro, un gatito que también ha sufrido lo suyo.

Descrito así, parece una historia un poco absurda, pero nada más lejos de la realidad. Sanju Mariko resulta más de lo que parece, es un manga que afronta con honestidad varios problemas graves que sufre en la actualidad la sociedad nipona. Para empezar, el galopante envejecimiento de la población y sus consecuencias sociales; luego, las continuas recesiones económicas, que han hecho que el suelo y las viviendas se encuentren a unos precios astronómicos; para proseguir con el ritmo salvaje de producción de Japón, que no permite una conciliación familiar adecuada, siendo los mayores los principales que sufren soledad y abandono. Se han convertido en una carga, y en el tebeo, Mariko, a pesar de no sufrir más que unos pocos achaques, se siente culpable por resultar un lastre que impide a su familia crecer y medrar. Y decide irse. Una decisión muy japonesa, y que por desgracia es bastante habitual en el país.

Pero Yuki Ozawa, aunque no se corta en hacer un retrato poco halagüeño de Cipango, sin dulcificar ni un ápice sus conflictos, ofrece también la mirada optimista de Mariko. Porque Mariko no es una mujer cualquiera, y eso la mangaka nos lo deja bien claro casi desde el principio. A pesar del patente egoísmo de su familia, que le hace sentir como un fardo molesto, nuestra protagonista no tarda en experimentar una gran liberación al salir de su antiguo hogar. Y la conciencia plena de que su existencia se halla cerca de su desenlace, le hace abrazar la vida con inusitada energía, haciendo suyo el adagio carpe diem. No obstante, Mariko no puede evitar sentir tristeza y frustración al ser testigo de su propia decadencia física y mental, al ver desaparecer a conocidos y amigos, lo que tiñe de cierta melancolía el manga. Sin embargo, Sanju Mariko también es esperanza (y amor, camaradas otacos), pero sin caer en la ñoñería.

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Así que Sanju Mariko tiene de protagonista a una mujer de 80 años completamente autónoma, con la capacidad resolutiva que otorga la sabiduría adquirida con el tiempo, valiente, inteligente y capaz. Toda una novedad en la demografía, que brinda además una perspectiva inédita hasta ahora; aunque Mariko no es una superwoman, no os vayáis a pensar. Es muy humana, es hija de su tiempo y su sociedad. Pronto descubrirá que ser menor de edad y ser persona mayor tienen muchas en común, como cierto grado de dependencia en los demás, dificultades a la hora de encontrar un piso en alquiler (jojo) o experimentar con intensidad el deleite y asombro de descubrir un nuevo mundo cada día.

Quizá en Occidente no sea tan común, pero en Japón los mayores leen tebeos. No es que este manga vaya exclusivamente dirigido a ellos, pero que puedan verse reflejados en las páginas de una obra seguro que los habrá alegrado un poco. No conozco demasiados comics donde los protagonistas tengan ya cierta edad, salvo como secundarios y representando más caricaturas que personajes en sí mismos. Por eso ha sido una grata sorpresa toparme con una obra donde se los plasma con naturalidad. No obstante, sigo también otro manga, Metamorphose no Engawa de Kaori Tsurutani, cuyas estrellas son una septuagenaria y una adolescente (fujoshi perdidas ambas), igualmente recomendable pero de tono bastante más jovial.

Me parece muy beneficioso que aparezcan tebeos como este, que ayudan a trabajar la empatía y así combatir la cada vez más asumida gerentofobia de nuestras sociedades. El egoísmo del mundo moderno, su capitalismo voraz, no dejan lugar a cierto sector de la población que ya no puede producir al ritmo requerido y ser rentable; los niños son una inversión, pero los ancianos no tienen futuro. Y así olvidamos que siguen siendo personas y que, si todo marcha bien, tarde o temprano nos encontraremos en su lugar. No deberíamos perder esto jamás de vista.

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El ritmo del tebeo, de momento, se somete a las normas de un slice of life clásico, y no tiene pintas de que eso vaya a cambiar. Tampoco le hace falta, porque es lo que exige la narración. El dibujo es sencillo y aniñado, lo que ayuda a suavizar el trasfondo de la historia, que si se considera durante unos segundos, es bastante cruel. La sensación que transmite, en general, es de una dulzura ligera, para nada melosa; o al menos durante estos 5 capítulos Ozawa se las ha ingeniado para sortear el melodrama viscoso, todo un meritazo. Después ya veremos, pues ese peligro se encuentra (muy) presente, agazapado.

Sanju Mariko se muestra como un tebeo original dentro de ciertos convencionalismos, con unas premisas que solo se están comenzado a esbozar, pero que auguran grandes momentos, sobre todo para los amantes del costumbrismo que saben disfrutar de las pequeñas (grandes) aventuras cotidianas. Desde SOnC lo vamos a seguir de cerca, y os recomendamos que le echéis un ojillo, porque tiene una pinta estupenda. Que no os hagan dudar los prejuicios. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

manga

Los hechizos y encantos de Kamome Shirahama

No os creáis que soy una tipa rara y oscura que solo consume material que produce narcolepsia entre la otaquería. Ni hablar. Cuando hay algún anime o manga comercial que llama mi atención y que además logro disfrutar, corro a contároslo aquí. Siempre lo he hecho, creo. Es el caso de uno de mis descubrimientos del 2017, la mangaka Kamome Shirahama. No sé gran cosa sobre ella, salvo que trabaja dibujando portadas para Marvel, DC y que es sangre nueva en el tebeo mainstream japonés.

Mi encuentro con su trabajo fue totalmente casual, y comenzó con un one-shot llamado Watashi no Kuro-chan o My Little Noir, que publicó en 2011. Me gustó tanto que busqué más sobre la autora, y así empecé a leer Tongari Bôshi no Atelier o The Atelier of Witch Hat, que lleva en publicación desde el 2016 en Morning Two de Kôdansha. Con anterioridad publicó Enidewi (2012-2015) en la revista Harta, alcanzando los 3 volúmenes y un total de 15 capítulos; pero no he conseguido encontrar más obras suyas, salvo una pequeña colaboración en un libro de ilustraciones dedicado a Sakamoto desu ga?. ¿Por qué? Porque es una recién llegada, y me sorprendió muchísimo que fuera así dada su enorme pericia con el lápiz. Su dibujo es simplemente alucinante. Lo adoro. Creo que junto a Shinichi Sakamoto es de lo más impresionante que hay de momento pululando en el mundillo del manga. Cada uno a su manera, claro.

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Por ahora he conseguido leer My Little Noir y estoy siguiendo The Atelier of Witch Hat; y debo reconocer que lo que más me ha enganchado de Kamome Shirahama ha sido su arte. Es realmente adictivo, no me canso de observarlo una y otra vez. Cada viñeta es una maravilla por su minucioso detalle y armonía; en cada ocasión se descubren matices nuevos. Se nota que la mangaka disfruta muchísimo dibujando, que le pone además un cariño y mimo especiales. Me ha sorprendido también el aire vintage de su estilo, recuerda mucho a Riyoko Ikeda y Môto Hagio, como un regreso al naturalismo setentero que, sin duda, bebe de artistas europeos como Moebius o los venecianos Dino Battaglia y Hugo Pratt, cuya influencia en la autora es muy descarada. Aunque uno de los influjos más poderosos de Shirahama es Alphonse Mucha, su presencia se husmea por doquier. Pero que la mejor estirpe comiquera occidental haya influenciado a esta artista no quita que sus obras sean netamente japonesas. Son manga, manga además de línea clásica, con el Grupo del 24 muy presente.

En resumen, Kamome Shirahama promete, pero promete muchísimo; y su carrera no ha hecho más que empezar. Personalmente, voy a estar muy atenta a sus futuros trabajos; y espero que su evolución y carrera nos ofrezcan muchas sorpresas agradables, porque sería una pena que se desperdiciara un talento semejante. No quiero ni imaginar el placer que puede brindarnos cuando alcance su madurez artística, podría llegar a ser gloria bendita. Por ahora, SOnC solo puede ofreceros impresiones sobre lo que he leído, que rezuma amor y admiración hacia Occidente; y tampoco es que sea demasiado. Sin embargo, es lo suficiente para saber que tenemos entre manos una mangaka notable.

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Watashi no Kuro-chan

My Little Noir es un one-shot de apenas 21 páginas pero que se las apaña en tan poco espacio para relatarnos la trepidante aventura de una niña por las calles de París. Minette descubre que su gatito, Noir, no se encuentra en su cestita. ¿Qué le habrá ocurrido? ¿Se encontrará bien, se habrá perdido y no sabrá regresar a casa? Pregunta a sus padres, pero están muy ocupados con las labores del hogar, así que decide ir a buscarlo por su cuenta. Al abrir con temor la puerta de casa, descubre a un gato durmiendo en la calle, lo que le da valor para salir y preguntarle si ha visto a Noir. Pero los gatos no son como los humanos, y desconfiando de Minette, se aleja, haciendo que nuestra pequeña protagonista tenga que seguirlo, pues tiene la convicción de que puede ayudarla a localizar a Noir.

Y así comienzan sus peripecias, persiguiendo a un gatito esquivo por avenidas, muros y cafeterías, topándose con todo tipo de personajes y sorteando milagrosamente los peligros de la ciudad. Con mucho sentido del humor y un magistral sentido del ritmo, Kamome Shirahama nos muestra también un poco de ese autismo social que sufrimos todos los urbanitas, tan aislados en nuestros propios pensamientos que pasamos por alto los diminutos prodigios cotidianosWatashi no Kuro-chan es un pequeño cuento llevado estupendamente y con un gracioso final; tierno e inofensivo, pero que agrada por su alegre sencillez. Algunas de las viñetas, como también he tenido ocasión de observar a menudo en la otra obra que he leído de la autora, son auténticos portentos. Para quedarse mirándolas mientras resbala la babillla.

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Tongari Bôsho no Atelier

Hay dos tankôbon publicados y en marzo de este 2018 saldrá ya el tercero. Los scans transcurren, como siempre, un poco a remolque; de momento la traducción va por el segundo volumen y el capítulo ocho. Sin embargo, la buena noticia es que en Francia Pika Édition se ha lanzado a por ella, y en primavera comenzará su edición bajo el nombre de L’Atelier des Sorciers. No tengo ni idea si en algún otro lugar van a publicarla, en España no se espera de inmediato; pero pudiendo acceder a ella en francés, me doy completamente por satisfecha. Los que conozcáis la editorial gala, ya sabréis que siempre se ha decantado por productos comerciales pero de esmerada calidad (Chihayafuru, Nodame Cantabile, Yona, Escaflowne, etc.). Y es lo que resulta ser Togari Bôsho no Atelier. Por ahora.

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Coco es una niña que ha vivido siempre enamorada de la magia. Es su gran pasión, a sabiendas de que nunca podrá dedicarse a ella, porque los brujos y brujas lo son de nacimiento, no se hacen a sí mismos. Cuando era más pequeña, en el festival del castillo, un extraño personaje le vendió un librito de magia y una varita. Pero muy pronto su emoción se desvaneció porque no sabía qué hacer con ellos. Consideró que era normal, pues no había nacido bruja. Hasta que un día llegó a la puerta de su hogar un brujo. Los eventos, a partir de entonces, se precipitarán de tal forma que la madre de Coco quedará petrificada a causa de un hechizo del librito, que ha comenzado a descifrar nuestra protagonista; y Qifrey, el brujo, sintiéndose responsable de lo sucedido, decidirá acoger a Coco como discípula. ¿Es eso posible? ¿No era necesario nacer brujo para serlo?

Coco descubrirá muchas cosas que la gente común desconoce, y ella se esforzará todo lo posible por conseguir que su madre vuelva a la normalidad. Pero, por supuesto, no será un camino de rosas. Ese librito de magia que subrepticiamente le entregaron esconde en realidad magia prohibida; por no decir que en la casa de Qifrey viven otras tres alumnas muchísimo más adelantadas en los estudios. Además, una de ellas, la arrogante Agete, detesta la presencia de Coco desde el primer instante. No entiende cómo una profana, sin adiestramiento ni los rudimentos básicos exigidos, ha sido aceptada por Qifrey como discípula.

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The Atelier of Witch Hat es un cuento de fantasía tradicional que se inspira en muchos detalles en la saga de Harry Potter. Es complicado librarse de su influencia, pues la obra de J.K. Rowling es ya un monstruo del género que ha extendido sus tentáculos sobre la imaginación de miles de creadores en el planeta. También tiene mucho de Little Witch Academia, pero con una importante diferencia en el tono. Tongari Bôshi no Atelier, a pesar de que tenga la habitual protagonista genki (muy al estilo también de Made in Abyss), con una desventaja inicial importante frente a sus compañeras y una enemiga odiosa cerca, es un seinen. Coco es infantil y entusiasta, carece de los conocimientos más simples de magia pero un fervor enfermizo hacia ella (como Atsuko), aunque vuelvo a repetir: The Atelier of Witch Hat es un seinen.

Con solo ocho episodios la arquitectura del mundo de Tongari Bôshi no Atelier se encuentra a medio esbozar, por lo que hay más interrogantes que certezas respecto a temas básicos. El meollo del argumento también acaba de iniciarse, todavía no han terminado de presentarse todos sus actores, pero se barrunta un elenco nutrido. Los personajes están bosquejados con eficiencia, aunque no sorprenden; tiran del cliché bastante, sin embargo todavía queda bastante manga por delante. Así que tenemos un cómic de fantasía clásico, con la magia y su aprendizaje de tema principal y toda la parafernalia habitual que la acompaña. À la occidental. No obstante, cabe destacar que a diferencia de otros cuentos del género, la magia se conjura mediante tinta y pluma. No se recita, no se realizan gestos especiales: se dibuja.

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Tetia, Riche, Coco y Agete.

A priori ofrece poca novedad comparado a otros mangas del género, por no hablar de la cantidad ingente de literatura juvenil que hay al respecto. No obstante, si tuviera que relacionar Tongari Bôshi no Atelier con una obra sería con El nombre del Viento (2007), porque la oscuridad que se atisba es bastante más densa que en Harry Potter. Y ya es decir. Pero veremos qué derroteros toma la historia de Kamome Shirahama. Es un cuento grato y que sabe retener la atención tanto por ese encantador dibujo como por su argumento, que juguetea hábilmente con el suspense y, además, le brinda una radiante vertiente cómica.

Por ahora es uno de los mangas de fantasía más atractivos que estoy leyendo y con una capacidad de crecer sustancial. Es entretenido, chispeante y, lo que para mí es importante, no me irrita con personajes femeninos de electroencefalograma plano. No ha inventado la rueda, pero todavía está a tiempo de construir una locomotora. Su comedida ternura mezclada con la maldad natural del ser humano concibe una atmósfera bastante peculiar, que oscila entre la obvia puerilidad de sus protagonistas y los turbios secretos que calla el mundo de la magia. Pero, ¿es un mundo de blancos y negros, de buenos y malos?

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Kamome Shirahama es una mangaka con un gran futuro por delante y que, de momento, ha creado tebeos accesibles y bastante divertidos. Obras que pueden gustar a todo el mundo y con unos mínimos de calidad garantizados. Cierto que lo más destacable sea su arte, que no es poco importante, pero tiene todo el tiempo del mundo aún para escribir y perfeccionar sus historias. Que no son en absoluto malas, pero quizá todavía le falta una miqueta para llegar a la altura de su magnífico dibujo. De todas las maneras, yo no me perdería a esta mujer, os lo digo muy en serio. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

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Los cuentos del viento o de cómo los gatos pueden volar

La reseña de hoy para mí es muy especial, pues está dedicada a uno de mis anime favoritos. Adoro un montón de series y películas animadas, me resulta tedioso (y complicado) hacer listados y demás zarandajas bastante, aunque reconozco que son perfectos para atraer y distraer a los lectores; sin embargo, si tuviera que realizar un top 10 con mis slice of life preferidos, Fûjin Monogatari o Windy Tales (2004) estaría entre ellos sin ninguna duda. Creo que no es muy conocido, aunque me gustaría pensar lo contrario, pues se trata de una serie realmente atípica. Quizá por eso mismo no suele ser recordada ni apreciada por la otaquería, así que desde SOnC vamos intentar apañar un poco ese injusto despiste.

Fûjin Monogatari utiliza en su receta todos los ingredientes habituales de un anime sobre vida escolar y slice of life. Y eso, a priori, para mí era un problema. Los school life a menudo acaban cansándome porque siempre trabajan el tema de la preadolescencia y la pubertad de la misma manera, parecen fotocopias. Y si ya brota el típico romance que deja todo con una baba pringosa a su paso, adiós muy buenas. De ahí que suela huir del género, y tiene que ser algo cocinado de forma un poco distinta para que lo vea hasta el final. Y lo disfrute, claro. Pues Windy Tales fue un descubrimiento total para mí, y una grata sorpresa. Fûjin Monogatari me conquistó por completo (y no solo porque salieran gatos por doquier, ¡viva!).

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Nao y Ryôko

Realizado por Production I.G. en 2004, consta de 13 episodios que fueron dirigidos por Junji Mishimura e Itsurô Kawasaki. Es curioso, porque de estos dos directores me ha gustado muy poca cosa de su trabajo, sin embargo Fûjin Monogatari brilla en toda su filmografía como una gema extraña. No hay nada en sus carreras, al menos de momento, que pueda equipararse al resto de sus creaciones en términos de calidad y rareza.

El argumento arranca con Nao Ueshima y Miki Kataoka, ambas miembros del Club de de Fotografía Digital del instituto. A Nao le encanta captar con su cámara las nubes, siente fascinación por cómo el viento las moldea, así que suele subir a la azotea a menudo para fotografiarlas. Pero un día, observa que un gato, lánguidamente, comienza a volar… ¡junto a otras decenas de gatos que parecen flotar en el viento! Totalmente asombrada, se descuida y al intentar atrapar con su cámara el prodigio, se precipita al vacío. La intervención del profesor Taiki, que lanza hacia ella una fuerte corriente de aire, la libran de una muerte segura; pero Nao, intrigada, sabe lo que ha visto, y se percata de lo ocurrido. Así que decide averiguar cómo es posible que alguien pueda manipular y controlar el viento. Esto la conduce a ella, a Miki y Jun-kun, que anda enamoriscado de Miki, hacia el pueblo de Taiki-sensei, para pedirle que les enseñe esa destreza. Una destreza que se puede aprender, pues Ryôko, que también suele subir al tejado a alimentar al Gato del Viento, ha sido discípula de Taiki allí mismo.

Así que en Fûjin Monogatari, como en cualquier otro anime escolar, podemos esperar el primer beso, el festival escolar, la compañera modelo y actriz, la excursión estival, el concurso de actividades extraescolares, la visita a la enfermería, etc. Los típicos elementos que se encuentran en un school life, así como los problemas habituales con los que deben lidiar los adolescentes, se trabajan en Fûjin Monogatari, pero es su peculiar enfoque el que lo cambia todo. Hasta los personajes son un poquitín los acostumbrados en un inicio: Miki, entusiasta e impulsiva; Ryôko, tímida y sensible; Nao, sensata y soñadora; Jun, irreflexivo y leal. Sin embargo, conforme el anime progresa, sus personalidades van adquiriendo más y más matices, asentando unas personalidades creíbles y realistas. Y otros personajes, que aparecen esbozados mediante brochazos dispersos, van ganando profundidad. Poco a poco, porque Cuentos del viento se toma su tiempo.

El aire, el viento es el leitmotiv de Fûjin Monogatari, y vertebra tanto sus historias como su cadencia. Es la metáfora real y absoluta, no se casa con nadie pero es una presencia continua y necesaria. También los gatos son un recurso constante. Ellos introducen el misterio del control del viento, y sus peludas figuras surgen everywhere, desde marcas de refrescos, bentô, ropa, etc; hasta en los eyecatchers insertados para dividir los capítulos, donde aparecen con sus propios nombres y características. Cuentos del viento es un anime creado por amantes de gatos para amantes de gatos. Ellos son los únicos en la serie que de manera instintiva han aprendido a manejar los vientos y sus corrientes, utilizándolos a voluntad. Hay momentos verdaderamente oníricos con ellos de estrellas absolutas, una pizca de humor absurdo los rodea también.  Pero la comedia en Fûjin Monogatari es bastante austera, circunscrita sobre todo a Jun Nomura. Además, conforme el anime va alcanzando su final, una leve melancolía va cubriéndolo todo.

Es recomendable ver la serie poco a poco, un atracón de Fûjin Monogatari es desaprovecharla por completo. Se trata de un anime que marca un ritmo sosegado, de ahí que sea preferible degustarlo con calma. Salvo los dos primeros episodios, que presentan la historia de los Manipuladores del Viento, la serie está estructurada como diferentes miniaturas que presentan una parte del mundo donde Nao y sus amigos viven. Un mundo, por otro lado, muy normal. Quizá sea esa peculiar mixtura entre lo normal y lo maravilloso, tan límpida y estable, la que otorga a Fûjin Monogatari ese donaire tan especial. Estas miniaturas, que son los distintos episodios, presentan pequeñas historias de gran sencillez donde vamos conociendo a todos los personajes. El desarrollo de sus psicologías, su crecimiento y evolución personal, son llevados de manera paulatina, casi imperceptible, y con mucha naturalidad. Hay que destacar también que la arquitectura interna de los capítulos en bastantes ocasiones no es lineal, se nota el esfuerzo por trabajar cada episodio individualmente, para otorgarle su propio sello distintivo.

Otra de las cosas que me encantan de Cuentos del viento es la inexistencia de oposición entre el universo adulto y el de los adolescentes. No existe esa dicotomía, aunque los personajes sí tengan claro su rango de edad. A pesar de que los protagonistas principales son jóvenes, la perspectiva que ofrece el anime es amplia, muestra una misma realidad pero conformada de los distintos puntos de vista de los personajes. Los adultos no se encuentran alejados o en una esfera superior, están ahí, formando parte de la misma vida. Esa falta del habitual egocentrismo quinceañero, tan abundante en este tipo de series; así como de la ausencia de montañas rusas emocionales, en las que los chavales se creen eternas víctimas, son un auténtico soplo de aire fresco.

Si hay algo que llama la atención de Fûjin Monogatari es, sin duda, su arte. No tiene nada que ver con el estándar del anime, si hay que buscarle una filiación claramente es la vanguardia de los mangas publicados por Garô. Autores como Shigeru Tamura o Seiichi Hayashi son influencias muy evidentes. Esto vincula la serie a una faceta experimental robusta, que se centra en una severa simplicidad en la línea del dibujo por un lado, y una explosión de color por el otro. El resultado es muy, muy expresivo; los diseños angulosos de reminiscencias geométricas, sin apenas volumen, pueden evocar en cierta manera las formas del cubismo, aunque también se muestra cierta tendencia a la abstracción. A veces parecen simples bocetos en movimiento; y esos cielos, de maravillosas nubes imposibles y azul infinito, son hipnóticos.

Sin embargo, a pesar de ese amor feroz hacia el minimalismo en el trazo, que para un ojo poco acostumbrado puede pasar por desidia, los fondos poseen una minuciosidad y cuidado sorprendentes, que contrastan con la extrema sencillez de las figuras humanas. No obstante, cuando se requiere, las escenas pueden llegar a ser increíblemente detalladas y realistas. No en vano, hay que tener presente que el director artístico de Fûjin Monogatari fue Shichiro Kobayashi, que trabajó en la impresionante e indispensable Tenshi no Tamago (1985).

No suelo distraerme mucho con el aspecto musical de las series, porque la mayoría de las veces suele ser una decepción para mí si no una auténtica tortura. Para Cuentos del viento Kenji Kawai compuso una banda sonora etérea, abierta y sencilla. Como el mismo viento. Su presencia es la justa y las melodías fácilmente reconocibles y bonitas. Me gusta mucho. Como todo Fûjin Monogatari, posee un espíritu netamente japonés. Y eso puede resultar un obstáculo importante para los paladares otacos occidentales, que están acostumbrados a productos más intensos. Este anime destaca por la sutilidad y la armonía que emana, que quizá resulten insípidas para aquellos que esperen algo más de drama, algo más de romance, algo más de acción. Cuentos del viento es una obra serena y que, aunque no esconde grandes enseñanzas ni es especialmente trascendente, resulta muy eficaz a la hora de contar sus pequeñas historias cotidianas. Sin aspavientos, sin afectación. El elemento fantástico se encuentra insertado de tal forma en el argumento que la sensación es la de estar viendo un tierno cuento surrealista. Es todo muy apacible; sueños, fantasía y realidad se engarzan con suavidad, fluyendo plácidamente.

En general, Fûjin Monogatari es un slice of life ligero, delicado y extraño. Como una brisa fresca, pasa abriendo suavemente las ventanas y moviendo los visillos; trae aromas de parajes familiares y agradables, sin detenerse demasiado en el melodrama que suele acompañar las vivencias de adolescentes, lo que es un alivio tremendo. Como suele ocurrir con las series de capítulos autoconclusivos, nunca tuvo muchas papeletas para gustar a una mayoría, pero aquellos que deseen saborear un anime diferente, que ni siquiera necesita recurrir a las tradicionales demografías japonesas (¡BIEEEN!), y disfrutar de la belleza de las teselas y del mosaico a la vez, Cuentos del viento puede resultar perfecto. Elegante y equilibrado, desde luego no fue creado para que lo apreciara un público masivo; no obstante, tampoco carece de comercialidad, solo requiere del espectador una mínima atención para captar sus sutilezas. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

2017: un siglo de anime, anime, cortometrajes, largometraje

Neko-chan en el País de las Ghibli-Maravillas

¿Alguien duda de que el sobrenombre perfecto para Japón podría ser Gatolandia? Es por todos conocido el proverbial amor nipón hacia los mininos. A pesar de que se introdujeron en las islas un poco más tarde que en otros lugares del planeta, allá por el s. VI a. C., han formado parte de su cultura, religión y tradiciones de manera fundamental. Muy pronto se erigieron como los vigilantes de las pagodas budistas, cuyos valiosos manuscritos protegían de los roedores. Se hicieron tan indispensables, que se convirtieron en un animal que solo las clases pudientes podían poseer. Más adelante, en el s. XVII, con el impulso de la industria de la seda que requería de sus especiales habilidades para preservar de las ratas la materia prima, se los liberó para que circularan libremente por todo el país. Así se fue construyendo su identidad como criatura protectora y, a la vez, fiera. El gato otorga buena suerte y riqueza a su dueño; pero al mismo tiempo su carácter imprevisible y depredador le confiere un aspecto sobrenatural y salvaje. Así tenemos, por un lado, la linda figura del maneki-neko que con su patita móvil llama a la fortuna, el amor o la salud allí donde se coloque; y, por otro, al bakeneko o al nekomata, cuya naturaleza dentro del folclore japonés es ciertamente peligrosa y ambigua. Por supuesto, goza de sus propios templos shintô donde es merecidamente reverenciado.

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«La historia de Otomi y Yosaburo» (1860) de Utagawa Yoshiiku

Los gatos son muy queridos y respetados en Japón. Existen, nada más y nada menos, que 11 islas donde sus habitantes son mayoritariamente estos pequeños felinos, de entre las cuales las más conocidas son Aoshima y Tashirojima; Cipango es el país donde más Cat Cafés hay en el mundo (más de 150), y que vio nacer a la gatita más célebre del planeta, Hello Kitty. Estos animalitos son el epítome de lo kawaii, han aparecido por doquier en libros, cientos de ilustraciones, todo tipo de merchandising, series de televisión, anime, manga y un larguísimo etcétera. Uno de mis escritores favoritos, Natsume Sôseki, tiene una maravillosa novela dedicada a la vida de un gato. ¿Qué más se puede decir? Japón ama a los mininos, y Studio Ghibli no iba a ser una excepción.

Como ya anuncié en la anterior entrada de la sección 2017: un siglo de anime, Ghibli tenía que aparecer sí o sí. Se ha vertido ya tanta tinta sobre ellos que resultó difícil encarar un artículo dedicado a su ingente labor sin caer en el tópico o redundar la información. Y no quería aburriros, los datos biográficos, de fundación de los estudios y demás detalles son muy fáciles de encontrar. Así que decidí enfocarlo de una manera distinta, aunque también extremadamente sencilla, a través de una de mis pasiones vitales: el micifuz. Creo que todos mis lectores saben de sobra que soy amante de los mininos y orgullosa amiga de una gordita peluda llamada Isis. Por ende, he aquí una entrada dedicada a los gatos de Ghibli. Así también doy un aire más liviano a la entrada, porque las dedicadas a esta sección en particular me han salido siempre un poquito densas. Hoy tendréis un post ligero (bueno, al menos lo voy a intentar) y sin la habitual farragosa labor de documentación. Solo gatos, gatos, gatos. Este es mi particular y humilde homenaje a uno de los estudios de animación más importantes del mundo. Sin menospreciar el inmenso legado de Disney, la visión de Ghibli lo cambió todo.

Ghibli - Miyazaki, Suzuki and Takahata
Hola, somos Miyazaki, Suzuki y Takahata y venimos a conquistar el universo. ¡Miau!

Los gatetes protagonistas de Ghibli han sido casi siempre un catalizador de eventos importantes en sus películas. Su naturaleza suele ser benigna y cómplice de los protagonistas, ofreciendo una desinteresada, y muchas veces inesperada, ayuda sin la cual el desenlace no resultaría el mismo. ¿Aparecen en todas las obras del estudio? Por supuesto que no, pero aun así se percibe con mucha claridad el amor que sienten hacia estos animales. Ghibli además se caracteriza por su enorme respeto por la naturaleza y sus habitantes, por lo que no podían ser crueles con una criaturita tan querida además en Japón. Es posible que me haya olvidado de algún ghiblineko, pero si la memoria no me falla, aquí tenéis los gatos más interesantes que ha creado el estudio.

6 🌟 KONYARA


Vamos a comenzar no con una película, sino con una serie de cortometrajes dirigidos al mundo de la publicidad. Os presento a Konyara y a su familia (Ko-Konyara, Kuroneko y Buchi), que han servido con mucha eficiencia desde 2010 hasta 2015 a la empresa alimenticia Nisshin Seifun Group CM en su 110º aniversario. El éxito de esta elegante y delicada animación, inspirada en el tradicional sumi-e, fue rotundo en sus tres encarnaciones. El diseño de Konyara corrió a cargo del mismísimo Toshio Suzuki, el storyboard fue de Gorô Miyazaki y la dirección recayó en Katsuya Kondô, que trabajó en los diseños de Kiki: entregas a domicilio (1998).

La música es de la celebérrima Akiko Yano, que trabajó para Ghibli en Mis vecinos los Yamada (1999) y Ponyo en el acantilado (2008) también; por lo que se puede afirmar que los escasos segundos de duración de estos comerciales han estado siempre en manos inmejorables. Una producción cuidadosa y realizada con verdadero cariño. Konyara y su prole son todo ternura.

5 🌟 NIYA


El mundo secreto de ArriettyKarigurashi no Arrietty (2010) de Hiromasa Yonebayashi, no es de mis películas favoritas de Ghibli. De su director me gustó mucho más Omoide no Marnie (2014), que trabaja tangencialmente una temática similar. No creo que el mundo que Mary Norton plasmó en su saga de The Borrowers esté mal adaptada ni muchísimo menos, de hecho creo que la minuciosidad y belleza expresadas en la película son maravillosas; y Miyazaki, que se encargó del guion, le brindó un aire menos infantil, más sobrio también. Los Clock están muy bien representados, con una Arrietty asimismo que gana enteros en la película. Esta familia, conformada por tres miembros diminutos, Pod, Homily y Arrietty (padre, madre e hija), viven escondidos en las casas de los humanos. Sobreviven de sus excedentes, los cuales recolectan por la noche. Porque es esencial que nadie de la gente grande sepa de su existencia. Si por algún descuido o casualidad esto ocurre, se ven obligados a buscar un nuevo hogar para blindar su seguridad.

niya2Es un modo de vida precario y frágil que les obliga a cierto aislamiento, por lo que no saben si hay más de los suyos por el mundo. La familia Clock cree que solo quedan ellos, porque han pasado muchísimos años sin contacto con nadie. Sin embargo, Arrietty no se quiere resignar a una vida tan solitaria, y es mucho más audaz en su manera de pensar. Todo da un vuelco cuando llega a la casa Shô, un chico con una grave enfermedad cardíaca que casi de inmediato nota la presencia de Arrietty. No obstante, él ya conoce algo de las leyendas sobre la gente pequeña que habita la casa. También sabe de ellas la mezquina ama de llaves Haru, que comenzará a atar cabos. La historia no avanza mucho más de lo que podría esperarse de este planteamiento, es muy simple y sin apenas recovecos; lo que la hace, comparada con otras del estudio, bastante plana. Es como si en realidad se quedara a mitad del argumento, con temas esbozados interesantes pero que no se llegan a desarrollar. El Mundo secreto de Arrietty es un bonito cuento, pero que se hace bastante corto. ¿Y el gato? ¿Qué pasa con el gato? ¡Que esta entrada va sobre ellos! Pues el ghiblineko de esta historia es el orondo Niya.

Niya es un gato señor y dueño de sus territorios. La casa, el jardín y las arboledas son su feudo, nada se escapa a su escrutinio. Sabe quién entra, quién sale, quién se esconde y quién es una amenaza. Con la gente pequeña no lo tiene muy claro, pues son como humanos, a los que respeta; sin embargo tienen el tamaño de la comida y se mueven furtivamente. Eso le hace sospechar. Niya enseguida hace buenas migas con Shô, al que intenta proteger a su gatuna manera, intuye que algo no marcha bien con él. Es fiel al chico y le ofrece a menudo compañía porque advierte su soledad. Es un buen gato, peligroso como todo felino, pero inteligente y sabio. Su presencia en la película es sutil, resultando al final ser la levadura para que suba el bizcocho. Porque Niya solo se debe a los que ama.

4 🌟 RENALDO MOON (alias Muta)


Susurros del corazón o Mimi wo Sumaseba (1995), junto a Kaguya-hime no Monogatari (2013) y Sen to Chihiro no kamikakushi (2001) son mi trío favorito de Ghibli. Sin ellas mi vida sería mucho más fea y miserable, no albergo duda alguna al respecto. Whisper of the heart además toca un tema muy importante, que es el de escuchar la voz interior y tener fe en uno mismo. Aunque seas mujer. Y esta apostilla no es ninguna gilipollez, pues en Japón una parte bastante importante de mujeres renuncia a sus anhelos y ambiciones profesionales para formar un hogar tradicional, no así sus parejas. En Occidente también es muy conocida la frase de Groucho Marx «detrás de un gran hombre, hay una gran mujer», que refleja de forma diáfana esa base social de completa desigualdad que todos conocemos. La mujer debe subordinarse y ceder el protagonismo, quien está destinado al triunfo es el hombre; el papel de la mujer es apoyarlo, suprimiendo sus propias aspiraciones. Es muy habitual además encontrar en todo tipo de obras a mujeres que son meros satélites de una figura masculina. Desgraciadamente, aún se tiene asumido como lo normal.

Sin embargo, Susurros del corazón trata precisamente de lo contrario. Mil gracias, Miyazaki-sensei, mil gracias por representar a las mujeres, una vez más, simplemente como lo que somos: personas. Aunque no todo el mérito del argumento se le debe atribuir a él, la historia fue una adaptación del shôjo Mimi wo Sumaseba (1989) de Aoi Hiiragi. Por una vez, el amor no vuelve imbécil a la protagonista femenina; por una vez, el amor es en realidad estímulo para encontrar la auténtica vocación y perseguir un sueño. No ser un lastre, no seguir la sombra de nadie; sino caminar uno al lado del otro.

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Yoshifumi Kondô

Susurros del corazón es una película especial por muchos motivos, incluso para el mismo Miyazaki, pues fue la primera y última película que dirigió Yoshifumi Kondô,  una de las grandes promesas creativas de Ghibli. Kondô fue un colaborador muy querido que trabajó en obras tan importantes como Akage no Anne (1979) mi muy amado Sherlock Hound (1984) o Mononoke-hime (1997). Pero en 1998 falleció a causa de un aneurisma disecante de aorta. El exceso de trabajo se lo llevó al otro mundo con tan solo 47 años. El karôshi es un problema laboral muy grave en países asiáticos como Japón, Corea del sur, Taiwán y China. El impacto que sufrió Hayao Miyazaki fue brutal, se planteó seriamente abandonar la animación y, a partir de entonces, el ritmo de trabajo en el estudio ralentizó su velocidad.

Pero regresemos a los gatos. En Whisper of the heart tenemos a dos mininos que años más tarde reaparecerían en la película Neko no Ongaeshi (2002): el barón Humbert von Gikkigen y Renaldo Moon, también conocido como Muta. Del barón escribiré un poco más adelante, porque de Susurros del corazón quiero destacar a este regordete de mirada burlona y actitud traviesa.

De momento, ninguno de los ghiblinekos mentados ha padecido del consabido antropomorfismo de los cuentos. Bueno, quizá Konyara un poquito. Por ahora han sido llanamente gatos, comportándose como gatos y viviendo sus vidas como gatos. Moon o Muta, que pasa gran parte del film sin nombre como simple felino callejero, ya comienza a manifestar ciertos rasgos humanos. Ligeros, casi imperceptibles, pero ahí están, brillando en su mirada irónica. Moon es un  gatazo rollizo al que le gusta vagabundear, hacer rabiar a los perros y guiar a esos simios bípedos apestosos a lugares que les pueden resultar… interesantes. Moon además demuestra tener una gran intuición e inteligencia, y sabe cuándo lo necesitan. El se deja querer, y quiere a su vez al que le aprecia; pero su espíritu también es independiente e implacable. Sin su intervención Shizuku, la protagonista, no descubriría su propia senda.

3 🌟 BARÓN HUMBERT VON GIKKINGEN


Da igual cuántas veces Miyazaki-dono lo niegue, pero la Alicia de Lewis Carroll ha sido una influencia vigorosa en muchas de las obras del estudio. Y no tiene nada de malo. Lo fue en El Viaje de Chihiro y lo es en Neko no Ongaeshi (2002) o Haru en el país de los gatos de Hiroyuki Morita. Innegable, su espíritu aletea por todas partes. Lo que empezó planteado como un cortometraje para un parque temático, acabó derivando en una película completa autosuficiente. Un spin-off de Susurros del corazón en el que los dos mininos que aparecen se convierten en personajes ya antropomorfos, y con una fornida presencia en el argumento: Muta y el Barón. Quizá sea una de las películas menos arriesgadas de Ghibli, con recursos bastante tradicionales en su narración y argumento; aun así, continúa siendo una obra muy entretenida perfecta para los amantes de los gatos.

Pero es en el Barón en el que nos vamos a centrar. Neko no Ongaeshi es una obra repleta de mixones por doquier, de hecho el argumento principal trata sobre las aventuras de una chica humana, Haru, en el Reino de los Gatos. Tras haberle salvado la vida al hijo del rey de los mininos, se ve arrastrada hacia una serie de circunstancias absurdas y peligrosas de las que tendrá que librarse con la ayuda de un Muta bastante más sarcástico (y glotón) que en Whisper of the heart, y de un elegante gentleman llamado Humbert von Gikkigen. Barón para más señas.

El barón es una estatuilla con una historia triste detrás; una historia de amor, por supuesto. Su origen melancólico y de trasfondo romántico estimulan la imaginación de Shizuku, protagonista de Susurros del corazón, inspirándola para dar un importante paso en su vocación como escritora. En esa película es una figura pasiva, una musa que con su belleza alientan a la chica. Pero, ¿cuándo se pone el sol revive? Quizá sí, quizá no. Sin embargo, en Neko no Ongaeshi nuestro barón sí despierta de su letargo, y dirige con mucha profesionalidad la Oficina de Asuntos Gatunos, donde acude Haru guiada por un reticente Renaldo Moon. En esta obra podemos disfrutar de Humbert en todo su esplendor caballeresco y delicada astucia. Es el ideal Príncipe Azul, valiente, respetuoso, perspicaz y cortés; aunque también completamente inalcanzable. Y encima sabe preparar un té exquisito. Ains.

2 🌟 JIJI


Majo no Takkyûbin (1989) o Kiki: entregas a domicilio de Hayao Miyazaki y Sunao Katabuchi es un film entrañable y de corte juvenil, basado en la novela del mismo nombre de Eiko Kadono. Los cuentos dedicados a aprendices de brujas siempre me han parecido muy apetecibles, y aunque me he aburrido como una ostra más de una vez siguiendo la estela de obras con esta temática, con Kiki no me sucedió. El mundo que plasma es luminoso y sin maldad; existe el egoísmo y el miedo, claro, pero hasta las brujas, a pesar de sus escobas, vestidos negros y sombreros puntiagudos, son personas normales que dedican sus habilidades al servicio de los demás. Cuando cumplen 13 años, abandonan una temporada el hogar para buscarse la vida. Es el paso de la infancia a un momento clave de su vida donde deben demostrar su valía y madurez. Y los padres de las aspirantes a brujas tienen confianza plena en que sus vástagos aprenderán mucho de la experiencia. ¿Lo consigue Kiki? Desde luego, pero no sin los contratiempos esperados que la ayudan a crecer.

¿Y qué se le da bien a nuestra pequeña bruja? Pues sobre todo volar, por lo que un servicio de mensajería y paquetería parece lo más sencillo y plausible. La ciudad que elige para vivir al principio no se lo pone muy fácil, pero la voluntad y buen ánimo de Kiki acabarán superando las dificultades, frustraciones e inseguridades personales que deberá afrontar. Aunque se encuentra lejos de su familia, pronto su soledad se irá difuminando. Y, por supuesto, cuenta con el sostén y aliento de su gato: Jiji.

Jiji es una panterita negra, un lindo minino que acompaña a Kiki en todos sus avatares en su nuevo hogar. Es realista y prudente, algo pesimista pero fiel compañero hasta que conoce a la gatita más coqueta de la vecindad: Lily. No es que la traicione ni mucho menos, pero Jiji no deja de ser un gato, un gato que valora su independencia y que encima está enamorado. Este encuentro con el amor coincide con la crisis de Kiki, con esos momentos en los que la aprendiza deja atrás la niñez. Porque Jiji representa la infancia de la protagonista, de ahí que después de haberse adentrado definitivamente en la travesía hacia la madurez, sea incapaz de entenderlo cuando le habla. Aunque siempre seguirán siendo amigos, los caminos de la vida que ambos eligen son ya distintos.

1 🌟GATOBÚS


Tonari no Totoro (1988) o Mi vecino Totoro de Hayao Miyazaki  es la película más emblemática de Ghibli. Quizá no sea la más célebre ni la más perfecta de su repertorio, pero sí puso al estudio en el mapa mundial de forma irreversible. Fue el nacimiento de la conciencia Ghibli. Totoro es ya un icono cultural en toda regla, y su visionado es obligatorio para cualquier interesado en la historia de la animación contemporánea. Si no has visto esta peli, you know nothing. Sin más. ¿Qué se puede añadir que no se haya escrito ya sobre Mi vecino Totoro? Muy poquita cosa, así que lo mejor es ir directamente al grano, escribir sobre uno de los gatos más bizarros y surrealistas de las artes con permiso del gato de Cheshire, del cual, por cierto, es orgulloso descendiente: el Gatobús o Nekobasu.

Nekobasu no es un minino al uso, es una criatura sobrenatural del bosque, un espíritu; podríamos considerarlo un yôkai o incluso kami, por lo que adopta muchas características del folclore japonés. Es evidente que esa sonrisa inquietante, que fascina y asusta un pelín a la vez, está inspirada en (¡de nuevo!) en la Alicia de Carroll, pero sin duda posee su propia personalidad. Como un ciempiés, Gatobus se mueve a gran velocidad con su docena de patas; acomoda su espacio interior al tamaño del usuario y no hay destino al que no pueda dirigirse. Es el medio de transporte del bosque, que está imbuido de esa sensibilidad panteísta tan nipona.

¿Podríamos considerarlo algún tipo de tsukumogami?, ¿un nekomata o un bakeneko? Pues tiene de todos ellos una miqueta y, sin embargo, es una creación completamente original. Es uno de los símbolos más característicos de la película y muy querido entre los fans, a pesar de su aspecto perturbador. Pero así son también los habitantes fantásticos de Japón. La popularidad de Gatobús es indudable, y ha llevado a realizar en el Museo Ghibli, aparte de un peluche gigante dirigido a los niños, otro similar pero para adultos, que se pudo visitar hasta este pasado mes de mayo. También en el Museo es posible ver un cortometraje, spin-off de Mi vecino Totoro, donde Mei, Nekobasu y otros más de su especie son protagonistas: Mei to Koneko Bus (2002) de Hayao Miyazaki.

Y para despedir esta entrada dedicada a mis peludos favoritos, nada mejor que la gatita anónima que aparece en Kaguya-hime no Monogatari. Pequeña, alegre y espontánea, como la propia Kaguya antes de someterse al mundo de los hombres. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

 ¡Miau!

 

manga, MUAHAHAHA

¡Miau! – exclamó Junji Itô

Junji Itô es uno de los mangakas más interesantes del panorama actual de terror. Escribí una reseña , hace miles de años ya, sobre su comeback al género después de un hiato de 8 años durante el cual se dedicó, una temporadita, a dibujar mininos. Y es de esos mininos de los que voy a hablar hoy.

Tomodomo tuvo a bien publicar esta obra en España (¡mil gracias!) en una bonita y completa edición de tomo único. Itô Junji no Neko Nikki: Yon & Mû o, traducido al español, El diario gatuno de Junji Itô: Yon y Mû. Incluye fotos de los bichitos, preguntas de los lectores y un epílogo bastante gracioso. Por supuesto, me hice con ella en cuanto pude. Lo malo es que, entre una cosa y otra, he dejado la reseña de este manga en barbecho demasiado tiempo para lo que era en principio mi intención. Desde noviembre y a medio escribir (como tantas otras entradas). No podía ser esto ya.

Mi móvil-patata hace fotos patateras, pero esta es Isis indignada por apoyarle el manga en la panza
Mi móvilpatata hace fotos patateras, pero ahí tenéis a Isis, toda indignada, por apoyarle este manga en la panza. GATA MALA.

Qué raro que Junji Itô se decidiera a publicar un manga orientado a la comedia, ¿verdad? Pues no, no es raro. El que conozca un poco a Itô sabe muy bien que el humor suele estar presente en sus mangas ya que, siendo todavía amateur, dibujaba también comedia. No son géneros incompatibles. De hecho, cuando se unen dosificados adecuadamente, surgen obras gloriosas. Aunque esto no implica que la combinación esté libre, ni mucho menos, de derivar hacia algo bastante indeseable: el ridículo. Una relación algo peligrosa esta la del terror y la comedia. Pero, ¿qué tenemos aquí? Pues una comedia que utiliza los recursos del terror. Los recursos y tics propios de Itô, lógicamente. Una lectura ligera y sin pretensiones, cuyo mero objetivo es divertir al lector. Punto. En mi caso lo consiguió de largo.

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Este Diario gatuno es una especie de autobiografía, en tono de parodia, estructurado en episodios individuales. Nos cuenta los avatares cotidianos a los que se enfrenta cualquier persona que comparta su vida con estos pequeños felinos; y está repleto de anécdotas muy simpáticas (y asquerosas también, es lo que tiene). El enfoque es el de una dog person (el mismo Itô) que, además de los consabidos escrúpulos, tiene cierto miedo a los gatos. Y de ahí partimos: Itô es un maestro del terror que no se corta un pelo en aplicar su pericia en esas lides para presentarnos a dos bonitos mininos de comportamiento y naturaleza inquietantes… como mínimo.

Yon

Sus dos compañeros felinos, y protagonistas absolutos del manga, son Yon y Mû. Yon es un gato algo malcriado y de actitud dominante, el favorito de su esposa A-ko. De manera subrepticia lo ha colado en su recién estrenado hogar común. En él Itô vuelca gran parte de sus recelos y delirios alucinógenos: en su lomo cree percibir una calavera, en algún momento lo confunde con una babosa gigante deslizándose por un oscuro pasillo, etc, etc, etc. Es un gato maldito. Mû llega a la casa poco después, y es de carácter mucho más apacible… aunque en el instante menos esperado muerda como un tigre. Piquimiau.

Itô va encariñándose con los dos peludetes, llegando incluso a quererlos con locura, y se acostumbra a sus misteriosos hábitos y repentinos cambios de humor. Busca su amor y aceptación de forma activa, aunque con resultados… variopintos. Hay momentos verdaderamente hilarantes (la caca-vómito es magistral) que tanto los amantes de los gatos como los que no lo son, disfrutarán seguro. Este Diario gatuno no está dirigido solo a los fans de estos animalitos, pero los que convivimos con ellos, no puedo negarlo, apreciaremos más. Las típicas actitudes y acciones gatunas están tan bien detalladas en el tebeo que la complicidad surge de manera natural.

piquimiau

También me ha encantado como se ríe de sí mismo Itô. Se retrata como una especie de víctima paranoica, impotente frente al caos felino que se desata a su alrededor. Nadie parece estar en su sano juicio, su maquiavélica prometida tiene hasta ojos de zombie (jojojo) y la familia de esta parece a ratos una cuadrilla de dementes que no paran de reír. En esa atmósfera insana, donde el pobre de Itô no sabe si ha perdido la razón también (sí, lo ha hecho MUAHAHA) se desarrolla este manga. Pero todo a baja intensidad, recordemos que es una comedia, no Gyo, y su objetivo es hacernos sonreír. Es una excelente caricatura, además, de su propio estilo.

El arte del mangaka es el mismo al que nos tiene acostumbrados, detallado y preciso; con esos arranques impactantes de enajenación y deformidades varias. No decepciona. Tampoco creo que vaya a defraudar al lector habitual de Itô, a pesar de que no se trate de una obra de terror. A mí personalmente me ha resultado muy interesante este registro del autor. Se le nota cómodo y ha sabido gestionar muy bien sus recursos para crear un manga ameno y original. A pesar de que hay historias más atinadas que otras, todas tienen su cosilla; y en conjunto es un buen cómic.

chupchup
Hazle el chupchup, Yon, que está sufriendo

¿Lo recomiendo? ¡Pues claro! Este Diario Gatuno no va a cambiar el rumbo de la galaxia, desde luego, y aunque es más bien una curiosidad en la lista de las obras de Itô, no me importaría para nada leer un tebeo suyo del mismo tipo otra vez… si se animara a hacerlo. Yo no cerraría esa puerta.

Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

cine, largometraje, paja mental

¡Alquile usted un gato!

Días raros en los que hago cosas raras. Empiezo no sé qué y no lo acabo; pero finalizo material inservible de hace milenios. Me obstino en proyectos sin futuro, olvido lo que me da de comer. Así se mantiene la cabeza ocupada y no duele tanto. No os preocupéis si no entendéis nada, me ocurre igual.

Hoy me ha dado por recordar una película japonesa que vi dos veces (y media) seguidas la primera vez que topé con ella. Una de esas historias confeccionada de muchas pequeñas historias y que te enamoran sin remedio… de ahí el ansia que me produjo y la necesidad de revisionarla sin cesar hasta quedar satisfecha. Bueno, más bien hasta que tuve que bajar del avión. Porque si no me hubiera visto obligada a permanecer 18 horas dentro de un A330, seguramente ni la habría conocido y mi vida continuaría ignorante de su maravillosa existencia.

Como comprenderéis, tantas horas metida en un mismo espacio dan para bastante; desde leer dos libros de Georgette Heyer que me habían regalado (The Corinthian y The Grand Sophy, por si os interesa) , jugar al tetris como una posesa (me encanta), horrorizarme con el primer live action de Kenshin (¡¡¡aaagh!!!), dormir (poco), desear aniquilar el universo (así, en general, porque tanto tiempo apresada como una rata rodeada de humanos fétidos me altera mucho), discutir con el vecino por la inclinación del asiento varias veces, venirme la puta regla con sus magníficos cólicos y, por supuesto, descubrir Rent-a-Neko (2012).

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Hasta entonces no sabía nada de su directora, Naoko Ogigami. La elegí entre todo el montón de películas que había en el in-flight entertainment porque salían gatos. Amo los gatos, soy una persona de naturaleza simple. Y así comenzó mi idilio con este film.

Para empezar, Sayoko, que es la protagonista, vive en el paraíso aunque no lo sepa. Algún día (nunca, LLORO) viviré en una pequeña casa tradicional así: abierta, luminosa, con patio y huerta medio silvestre, gatos por todas partes y sí, con una vecina cabrona. Lo último no por elección, es que siempre toca. Sayoko vive en un hogar abarrotado de recuerdos. Algunos suyos, otros no. Casi todos relativos a su querida y desaparecida abuela, de la que parece haber heredado un extraño don: atraer a los gatos. Pero con los humanos no tiene tanta suerte.

Esta treintañera, plenamente consciente de su propia soledad, lleva un negocio muy poco rentable de alquiler de gatos. Así procura brindar compañía a otras almas solitarias de la ciudad. A pesar de ser torpe en sus relaciones sociales, sabe leer muy bien a la gente. No entrega los gatos a cualquiera, Sayoko los quiere mucho y se cerciora minuciosamente de que el hogar temporal de los mininos sea óptimo. Y así, tirando de un carrito, pasea por la ribera del Tama cantando una graciosa melodía a través de un megáfono. Esta ocupación le lleva a conocer un abanico muy variopinto de personas, y son sus vidas y circunstancias las que articulan gran parte del argumento de este film.

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El diálogo interno que mantiene Sayoko con su abuela, los gatos y consigo misma, también es muy importante. Habla de una existencia sin más compañía que la de los gatitos; unos pensamientos y reflexiones melancólicos y, sin embargo, en ocasiones chispeantes y divertidos. Se trata de una mujer original y con bastantes recursos. ¿Será capaz de dilucidar cuál es el agujero de su propio kokoro? Muy sagazmente, sabe detectarlos en los demás, pero consigo misma parece tener más problemas para identificar el origen del vacío. ¿Será que lo que necesita es encontrar el amor? No sabéis cómo me ilusionó no descubrir en Rent-a-Neko un manido relato sobre la búsqueda de romance. Fue un completo alivio. Porque sí, aunque Sayoko, totalmente despistada, quiere un marido, la película discurre por otros caminos.

Estas sendas conducen a los minúsculos mundos de una amable anciana que vive sola, un hombre de negocios que lleva trabajando lejos de su familia muchos años, y una empleada de una sucursal de alquiler de coches que nunca tiene clientes. Cada uno de ellos es el fragmento de un espejo hecho añicos donde reverbera la frialdad y rigidez de una sociedad muy moderna, pero que ignora las necesidades emocionales de los individuos. Y estos remolcan sus vidas en soledad y mucha resignación. Incluso con un diminuto punto de culpabilidad. Pero sus problemas se encuentran muy alejados de ser grandes dramas o tragedias sin solución; resultan preocupaciones cotidianas, dilemas sencillos que, no obstante, producen angustia en el corazón. Y ahí entran nuestros amigos los gatos, para mitigar y sanar. Son un parche temporal que aporta consuelo y amor.

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Ogigami también obliga a Sayoko a mirarse a sí misma, más allá de meros pensamientos expresados en forma de kakejiku para automotivarse. Porque a pesar de que es el espíritu libre que encarna justo lo opuesto a lo que la rodea, sí sufre de soledad. Y la llegada repentina de un antiguo compañero de colegio, le hará replantearse cuál es su verdadera carencia y cuáles sus prioridades en realidad. La respuesta, por supuesto, está en ella, no fuera. Pero no penséis que la película llega a alguna conclusión en firme, porque no es así. Se trata de un slice of life puro y que, a pesar de su cadencia reposada, es de naturaleza casual, muy aérea

La estructura sigue un patrón que se repite como si fuera la estrofa de una canción o un poema, y finaliza siempre con la puntilla venenosa de la vecina. Esta vecina es la «tradición remanente», los convencionalismos e hipocresía de la sociedad japonesa que reflejan, además, las propias inseguridades de Sayoko. Muy inteligente por parte de Ogigami presentarlos mediante un personaje cómico, porque suaviza la expresión pero sin robar la crítica del mensaje. Todo lleva un ritmo sosegado, con planos estáticos y de duración larga; haciendo hincapié en los ambientes, los detalles y las palabras. La directora también se sirve de pequeñas alegorías y otorga una atmósfera de leve surrealismo que atempera, enriquece y evita que la historia se precipite en el melodrama.

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Rent-a Neko no es ni baboso ni sentimentaloide. Tampoco oculta moralina. Es, en conjunto, una película armoniosa y ligera, sin sobresaltos, y que fluye con placidez. Se la ha comparado bastante con Le fabuleux destin d’Amélie Poulain (2001) y, aunque tienen algunas cosillas en común, la japonesa es mucho más apacible y realista; más dócil pero, a la vez, más severa. Personalmente, la prefiero mil veces. Lo único que no me convence es la música en algunos instantes, pero soy bastante especialita con el tema. ¿La recomiendo? Sí, desde luego. Pero no es una obra espectacular ni tampoco dirigida a personas románticas, aunque pueda parecer lo contrario. Los amantes de los felinos seguro que la disfrutarán mucho; los que no, siendo conscientes de lo que hay, posiblemente también.

Buenas noches, buenos días, buenas tardes.

 

Tránsitos

Tránsito IV: Hôzuki no Reitetsu OVAs

Vamos a relajar una miaja el tono de los Tránsitos, porque esto ya se me está poniendo un poco demasiado lóbrego. Que aunque soy fanática de lo tenebroooossoooomuahahaha, también se disfruta más si se coloca, de vez en cuando, algo de luz. Por lo que sin abandonar la temática general, hoy me centraré en una comedia. Comedia negranegrísima pero comedia al fin y al cabo.

Me refiero al que fue uno de mis animes favoritos del pasado 2014, Hôzuki no Reitetsu. Lo amo. Pero no voy a hacer reseña de la serie completa, sino de las OVAS que este año se fueron publicando en unas ediciones limitadas del manga. Fueron tres. Tres emotivos episodios en los que pude reencontrarme con todas esas bellas personas (muertas), todos esos bellos demonios, todas esas bellas deidades, todos esos bellos perros, gatos y demás criaturas inclasificables que pueblan los Infiernos budistas nipones.

Si no has oído hablar de este anime (que lo dudo) o no sabes de qué va exactamente su rollo, te remito a las reseñas de dos compañeros blogueros que pueden resolver algunas dudas: Callmejean y Angelique. Porque es recomendable que antes se vea la serie de 13 capítulos, claro. Estas son sus opiniones que no tengo por qué compartir, pero en la variedad de perspectivas bien razonadas se aprende mucho; y tú, amado lector, deberías (si no lo haces ya) informarte lo máximo posible para crear tu propio criterio. La coronela Sho-Shikibu ha hablado, descansen.

Hôzuki

Las OVAS siguen la misma estructura que los capítulos, dos pequeñas historias independientes con sus propios personajes que tienen de nexo a Hôzuki, el oni mano derecha del Gran Rey Enma-Ô, gobernante el Inframundo. No sé si merece la pena detenerme un poco aclarando en qué consiste la existencia tras la muerte en el budismo japonés, pero creo que unas someras explicaciones, a riesgo de importunaros como buena pedantesabihondainsoportable que soy, no os harán mucho daño. O podéis saltaros el siguiente párrafo, más sencillo todavía.

Para empezar, el Infierno budista (Jigoku en Japón) no es no solo uno, está conformado por 8 reinos distintos (o 16, si se sigue la tradición de los 8 infiernos calientes y los 8 fríos) que, a su vez, están subdivididos en infinitesimales zonas con sus propias (ejem) especialidades. Cada uno de estos reinos tiene su rey, tribunales y ayudantes; y las almas son juzgadas cada vez que ingresan en uno. Todo perfectamente jerarquizado y ordenado, como podéis comprobar, que no hace más que reflejar la influencia del enorme engranaje de la burocracia imperial china. ¿China? Sí, amiguitos, el budismo (y otras expresiones culturales del continente) fue penetrando en Japón en los períodos Asuka (552-710), Nara (710-794) y Heian (794-1192) con un potente dominio de las escuelas budistas chinas, por lo que no es de extrañar encontrar características del Imperio Celeste no solo en la religión, sino en otros muy variados campos. Este complejo dispositivo burocrático además está muy bien reflejado en el anime. Este Infierno, a su vez, tiene raíces indoeuropeas aunque no os lo creáis, pues proviene del hinduismo. Pero lo más importante a resaltar de todo este rollo patatero es que, a diferencia del Infierno occidental, el budista no es eterno ni irreversible. Las almas, según sus méritos, pueden reencarnarse en los diferentes reinos de la existencia (Jingoku es solo uno), aunque la estancia temporal en ellos es variable. Recordad que el objetivo del budismo no es vivir felices para siempre jamás, sino alcanzar el Nirvana. Y el Nirvana no es el Cielo… es, resumiendo en plan guarro, una forma de dejar de existir.

«La cortesana del Infierno» de Kawanabe Kyôsai (1874)

Así que en estas OVAS, como en la serie, encontramos una parodia fresca del Infierno budista (y todo lo que se les pone por delante). Un infierno plagado de personalidades del folclore e historia japoneses que, lógicamente, no son muy conocidas en Occidente. Ahí tenemos a los guardianes Gozu y Mezu, a Momotarô, al general Yoshitsune Minamoto o a Hakutaku entre otros. También hay referencias literarias y guiños a personajes del mundo del manganime. Es un batiburrillo de cultura popular, religión y folclore bastante curioso. Creo que al tratarse de una serie tan japonesa (mogollón), no ha logrado captar la atención demasiado más allá de las islas; y ha quedado relegada un poco. Comprensible, pero una lástima. ¿Y estas tres OVAS qué? Pues yo diría que casi pueden considerarse 3 episodios «perdidos» de la serie, caramelitos de consuelo para aquellos que nos quedamos con ganas de más. Porque no ofrecen nada nuevo. Vayamos con ellas entonces.

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La primera parte tiene de estrellas a los grimosos pececitos-flor de Hôzuki. Sí, esos entes de ojos abultados y gritos espeluznantes que cultiva en su jardín con la paciencia y esmero de una ancianita inglesa hacia sus rosales. Se acerca el festival Kingyo sou (el de los peces dorados, los bichos estos) donde esos engendros del infierno (nunca mejor dicho) son los protagonistas, y Hôzuki consigue, para amenizar el evento, la actuación de la super idol Maki. Esta siente un profundo repelús hacia todo lo que tenga que ver con los pececitos, pero su profesionalidad está fuera de toda duda. Básicamente esta primera parte es el troleo constante al que se ve sometida Maki y, como es un personaje que me cae fatal, me resultó divertidísimo. No obstante, más allá de mis gustos personales hacia la peach idol, es bastante ameno y ocurrente; con el habitual humor negro y absurdo sobrevolando el terreno.

Referencias a tener en cuenta:

  • Shôtoku Taishi (Príncipe Shôtoku). Político de primera línea de la era Asuka. Impulsó con fuerza el budismo, centralizó el gobierno y fue la primera persona en referirse a Japón por su nombre, Nihon. Eso y un montón de cosas más. Aparece en los billetes de 10.000 yens.
  • Monte Hari (Hariyama). También montaña de la aguja, es un lugar del infierno reservado a los niños.

La segunda parte nos muestra un poco la vida en el barrio rojo del infierno, pero a través de los ojos del gato paparazzi Koban. Hay dos tramas, siendo la principal la dedicada al intento de modernización, con las sugerencias de Hôzuki, de un host club regentado por un kitsune; y la secundaria, los sucesos trágicos que forzaron a nuestro querido gatito a convertirse en un nekomata y, finalmente, su reencuentro con el destino. Es un desfile continuo de disparates y situaciones rocambolescas la mar de graciosas donde Hôzuki y su sádico racionalismo son los astros indiscutibles. Muy bien construida esta segunda parte del capítulo, la verdad. En pocos minutos ocurre de todo.

Referencias a tener en cuenta:

  • Yoshiwara. Antiguo yûkaku o barrio rojo de Edo (actual Tokio).
  • Taikomochi. La versión masculina de las geishas.
  • Aburaage: Tofu frito cortado en rodajas. Según la tradición es uno de los platos favoritos de los kitsune.

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OVA 2

El pusilánime de Momotarô (en este anime lo es) siente un terror cerval hacia las muñecas. Más bien le tiene miedo a casi todo, y cuando Hôzuki le presenta a unas fantasmagóricas zashiki-warashi que parecen sacadas de The Shining, por poco se mea en los pantalones. Estas mellizas yôkai de comportamiento escalofriante, son enviadas por Hôzuki, con toda la mala baba del infierno, a la casa de su eterno rival Hakutaku, donde trabaja también Momotarô. La comedia absurda aquí pierde intensidad, aunque la pequeña historia que cuenta es interesante y con un final tierno (un poco dulzón para mi gusto, pero bueno).

Referencias a tener en cuenta:

  • Muñeca ichimatsu. Un tipo de muñeca tradicional japonesa. Hay una leyenda urbana que asegura que un ejemplar adquirido en Hokkaido, fue poseído por su joven dueña al morir de gripe española. Su nombre es Okiku y le crece el pelo.

La segunda parte vuelve a tener de protagonista a la insufrible de Maki, que es introducida en el negocio de las idols infantiles mediante una banda tipo Sailor Moon pero de origen chino. A ella le encasquetan el papel más lamentable, cuyos fans son todos una caterva de frikazos lolicons y stalkers de la peor especie. A todo esto se une la villana del grupo, que es una trastornada de cuidado. Os podréis imaginar que estando Hôzuki cerca, el tema degenera de lo lindo y acaba de una manera, sin embargo, bastante chocante. Esta pieza es solo una caricatura de todo ese mundillo de los idols que, a pesar de estar trilladísimo, no deja de tener su punto de diversión. Aunque no aporta nada. Flojito, pero te echas unas risillas.

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Hokutaku dibuja como la peste porcina, vamos, horriblemente mal; así que Hôzuki decide que debe recibir clases del apamplado Nasubi (el chico berenjena), que tiene especial talento para las artes. Todo se convierte, en plena exposición, en una ensalada de hostias donde Hôzuki, por supuesto, vence a su rival Hokutaku. ¡La venganza japonesa sobre China! He de decir que tanto la serie como esta OVA desprenden un ligero tufo nacionalistilla nipón que, aunque no se hace ofensivo ni molesto, es vistosazo. Se trata de medio episodio bastante sencillo pero enormemente efectivo en lo que respecta a la comedia. No hay grandes complejidades, y el repaso que le pega al arte contemporáneo, con esa eterna incomprensión popular que sufre, es gracioso.

Referencias a tener en cuenta:

  • Onmyôdô. Cosmología ocultista japonesa de raíces chinas, bastante antigua, que aplica su filosofía a campos diversos como la astrología, la adivinación o la creación de amuletos y sortilegios protectores.

Esta última parte de la tercera OVA para mí, sin duda, es la mejor de todas. No pude parar de partirme el culo, sobre todo en los últimos minutos. Hasta Isis se acercó preocupada a mi lado por si me estaba dando un algo. Qué raro es que me ría de esta manera ahora, buf. Prosiguiendo con las dudosas habilidades artísticas de Hokutaku, el argumento nos cuenta cómo con su nuevo maestro de dibujo Nasubi (creo ya he comentado es un poco desustanciado) comienzan a traer al mundo real sus obras desde el papel. Esto es posible gracias a las capacidades sobrenaturales que posee Hokutaku, ya que no deja de ser una deidad de importancia en el panteón chino. La cantidad de engendros y monstruosidades (¡¡¡ese gatopollo, aaagh!!) que surgen e invaden el Infierno, están a punto de acabar con las vidas de nuestros protagonistas. Una locura épica. Y todo mientras Nasubi reflexiona, en voz alta, sobre la esencia del verdadero artista y la trascendencia de sus obras.

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Para finalizar, añadir brevemente que la animación y arte son impecables, como lo fueron también en toda la serie en general. No encuentro ni un solo «pero» de auténtica importancia. Todo fluye con soltura y está rematado con atención hasta en los detalles más pequeños. Pero sin agobiar, muy natural y agradable.

No sé cuándo volveré a desternillarme así tan frenéticamente, la verdad, pero espero que sea con una segunda temporada de Hôzuki no Reitetsu. La esperanza es lo último que se pierde, ¡no me quitéis esa ilusión!

Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

anime, largometraje, literatura

El tren nocturno de la Vía Láctea

Si algo bueno (¡milagro!) le encuentro al verano, son las noches. Concretamente las noches de agosto. Me gusta mucho mirar las estrellas y, para ello, tengo un cutre-telescopio desmontable que me suelo llevar a cuestas en la mochila allá donde proceda. El otro día estuve observando las Perseidas muy a gusto con un par de bocatas de tortilla… hasta que se echó a llover. Me cayó una tormenta encima de las guapas, pero mereció la pena. Y claro, entre cruce y cruce de cables, se me ocurrió hacer esta entrada. Son los días adecuados además. Hoy voy a escribir sobre la estupenda película Ginga Tetsudô no Yoru (1985).

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Ginga Tetsudô no Yoru ha tenido más encarnaciones, tanto en mangas como en otra película de factura más reciente, ya que está basada en la obra literaria del mismo nombre, que en castellano se ha traducido como El tren nocturno de la Vía Láctea (1927). Es una novela muy famosa y querida en Japón, escrita por el también celebérrimo Kenji Miyazawa (1896-1933). Seguro que habéis oído hablar de ella o directamente leído.

¿Por qué digo que son los días adecuados? Muy fácil: esta historia tiene lugar durante el festival Tanabata. Tanabata se suele celebrar durante el verano, las fechas oscilan entre el mes de julio y el de agosto; este 2015, tal como informa san Google, es el 20 de agosto concretamente. Pero también depende de la región, por supuesto. La Fiesta de las Estrellas o Tanabata, hace alusión a una bella leyenda de origen chino que cuenta cómo, solo una vez al año, una pareja de amantes, la princesa hilandera Orihime y el pastor Hikoboshi (Vega y Altair respectivamente) pueden reunirse atravesando la Vía Láctea, que durante el resto del año los separa. Esta festividad a veces suele coincidir con el O-Bon (que recién acabamos de dejar atrás, por cierto) dedicado a los antepasados y que comparte algunas costumbres similares, como la de echar a los ríos o al mar farolillos o deseos escritos atados en ramas de bambú. Pero no son la misma fiesta. En este libro Miyazawa aunó ambas festividades, ya que así servía mejor a sus propósitos.

«Tanabata» de Okumura Masanobu (circa 1740)

Kenji Miyazawa creo que es uno de los escritores que con más fuerza han influido en la cultura popular japonesa. Y también fuera de las islas niponas. Me viene ahora a la cabeza, por ejemplo, recordando este tag de Magrat en el que nombró Momo (1973) como una de sus recomendaciones literarias, a Michael Ende, su autor. Este alemán era un japonófilo empedernido, le encantaba Lafcadio Hearn (del que podéis leer algo en esta entrada antigua) y, por supuesto, Miyazawa. De hecho la influencia de Miyazawa-sensei es rotunda, sobre todo en su visión de la literatura ¿infantil? y esa forma de mezclar fantasía y realidad con cierta melancolía tan peculiar. No en vano, Ende estuvo trabajando con la que más adelante sería su segunda esposa, Mariko Sato, en la traducción de varios cuentos de Miyazawa. Conocía y amaba su obra. Pero donde mejor podemos reconocer el espíritu de este creador japonés es en Ghibli. Está por todos lados, Mi vecino Totoro, Pompoko, El viaje de Chihiro… qué sé yo. No es casual que Isao Takahata, antes de Ghibli, dirigiera y escribiera como proyecto personal Gôshu, el violoncelista (1982), una adaptación de un cuento corto de Miyazawa. Y ya en 2006 Ghibli produjo La Noche de Taneyamagahara, otro relato de él. Tanto Miyazaki como Takahata son sus admiradores declarados, y eso tenía que notarse.

Pero vamos, que a este autor se le encuentra desde en el reciente Punch Line, en clásicos como Ginga Tetsudô 999 hasta en descomunales (e imprescindibles) marcianadas como Mawaru Penguindrum. La verdad es que, pensándolo bien, Ikuhara le dio un repaso fino a El Tren de la Vía Láctea. Aunque eso ya sería tema para otra entrada. Miyazawa es un poeta y escritor muy querido en Japón, no tuvo mucha fama en vida (además falleció joven), pero su reconocimiento posterior fue gigantesco. No solo por artistas, sino por millones de lectores que desde la infancia leyeron sus obras. Por eso su influencia, en muy diferentes disciplinas, es más que patente. Las adaptaciones que se han hecho de sus cuentos y poemas son abundantes, pero tampoco voy a alargarme mucho con este asunto. Creo recordar que el gran Marc Bernabé hizo un pequeño ensayo al respecto que se incluyó en la edición de Satori de La vida de Budori Guskô (2013) para los que estéis interesados (deberíais).

Aquí os dejo un corto basado en uno de sus cuentos, El mesón de muchos pedidos, que me parece GENIAL. Si tenéis un poco de tiempo, merece la pena lo veáis.

Ginga Tetsudô no Yoru quizás suene más por su versión moderna (de la que no voy a escribir, esta entrada ya está comenzando a adquirir unas dimensiones respetables y no era mi intención). También es probable que los que hayáis visto Guskô Budori no Genki (2012) conozcáis de sobra esta versión de 1985. El director, Gisaburô Sugii, es el mismo y no tuvo contemplaciones a la hora de proseguir con unos protagonistas felinos casi idénticos. Porque esa es una de las primeras cosas que llaman la atención de esta película: los personajes principales son gatos. Yo encantada de la vida, nunca hay demasiados gatos. NUNCA.

Giovanni y Campanella
Campanella y Giovanni

El argumento es idéntico al de la obra literaria, y nos traslada al Japón rural; el mismo del que procedía Miyazawa, en el que tanto afán puso (era ingeniero agrónomo) y que tanto amaba también. Ahí, en un pueblecito, residen Campanella y Giovanni. Grandes amigos desde la infancia, pero ahora distanciados. Giovanni lo echa de menos, pero sus circunstancias personales no le permiten mucho tiempo libre. Su madre está postrada en cama, enferma; y su padre, desaparecido y con fama rara entre sus vecinos. A causa de ello, su hermana y él tienen que ganarse la vida para poder alimentarse. Él aún confía en el regreso de su padre, y trabaja en una imprenta por un sueldo miserable, lleno de esperanza. Sus compañeros en el colegio se burlan de él debido a su ingenuidad, el profesor observa cómo su rendimiento académico va decayendo y en el trabajo también es objetivo de comentarios crueles. La noche de Tanabata, observa a toda la gente del pueblo reuniéndose para acudir al río y disfrutar de la celebración. Giovanni, en un primer impulso, desea unirse a ellos y, sobre todo, estar con Campanella; pero la inseguridad y la sensación de saberse un marginado, lo ahuyentan. Así, decide dirigirse a La Columna de los Deseos, situada en una colina fuera de la aldea, para ver las estrellas. Y ahí empieza el viaje.

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Todo tiene su sentido en esta obra y, por supuesto, posee diferentes niveles de lectura. El simbolismo es riquísimo y las figuras alegóricas, continuas. Un niño disfruta de la historia, pero un adulto, con los conocimientos necesarios y cierta madurez, puede profundizar muchísimo más. Miyazawa hizo una miscelánea coherente de ciencia, elementos cristianos y budismo; todos ellos se combinan para crear un universo fantástico y delicadamente poético. La aventura comienza en sí en la Estación de la Vía Láctea, representada como un río a lo largo del cual, el tren recorrerá, desde la Cruz del Norte (constelación del Cisne) hasta la Cruz del Sur, un paisaje surrealista surcado de agudas metáforas. Esta Vía Láctea como curso fluvial, no es mas que el río Sanzu, que los difuntos en la tradición budista deben cruzar. También hay concesiones históricas, como una alusión implícita al desastre del Titanic que deparará momentos y conclusiones interesantes… pero no debo añadir más.

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Es una película tranquila, dejando su conveniente espacio a los silencios. Posee un aura de misticismo tenue pero que lo envuelve todo de misterio y calma; además se toma su tiempo para interpretar y describir lo que va sucediendo en el relato. Porque es conveniente leerlo antes, eso también debo aclararlo. La razón no es que sea imposible entender el film sin hacerlo; es que está dirigida a un público que ya conoce la obra. Todos los matices y guiños, que tan sutilmente están expresados, si no se ha leído antes, se pueden perder. Y sería una lástima.

Hay bonitos detalles que hablan del cariño y respeto que existe en esta película hacia Miyazawa, como el incluir toda escritura, tanto en el colegio, la imprenta, nombres de comercios, etcétera en esperanto. En esta lengua el autor tenía puestas muchas ilusiones y era su fervoroso defensor. El film se permite algunas licencias, pero en general es bastante fiel al cuento original. Capta muy bien esa inocencia y desdicha que emana de él, también ese amor por la naturaleza de la que Miyazawa se rodeó en vida. El drama está plasmado con suavidad, no hay afectación de ningún tipo, sino una gran dulzura contenida. Pero eso sí: es una historia triste. Elegantemente triste.

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La animación en la película es muy sencilla y propia de la época, pero no por ello un cagarro. Los colores, las texturas, recuerdan al mundo infantil; con trazos gruesos pero bien definidos. Esa «tosquedad» (que no es tal) naïf, brinda un encanto muy adecuado a la historia, y no deja de ser hermosa y profundamente espiritual. Acorde con la atmósfera, no esperéis mucho dinamismo; Ginga Tetsudô no Yoru desgrana de manera pausada una colección de instantes, casi como fotografías, que prefieren ahondar en la intensidad filosófica y emocional más que en la acción. Los cagaprisas tendrán que beberse una tila.

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En definitiva, es una película que nos habla de la amistad, de la búsqueda de la felicidad, la soledad, el egoísmo, la crueldad humana y el miedo a la pérdida. Miyazawa la escribió con su hermana desaparecida en mente, y el dolor que sentía lo expresó de una manera bellísima y, además, valiosa para la posteridad… aunque esa no fuera su intención. La recomiendo sin dudar. No es un obra convencional, claro, pero que eso no os pare los pies.

Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

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Cat Lovers

Bienvenidos a la entrada monger del mes. O del año. Una entrada dedicada en exclusiva a mis amigos los felinos en el mundo del anime. Me han entrado ganas de hacer algo tan inútil porque he observado que la última reseña, El Vástago de Thor, ha tenido, inesperadamente, un porrón de visitas. Dados los escasos comentarios (gracias Khalil, gracias Alba), he llegado a la conclusión de que este éxito se ha debido a la presencia de los emperadores indudables de internet: los gatos. Incluir una foto de mi compañera Isis insultándome ha resultado una triunfada. Pon una foto de un lindo gatito en un texto sobre la Teoría de las laringales de Saussure, que seguro alcanzarás la gloria. Yay! Bueno, en realidad no es así. Esta deducción imbécil no tiene nada que ver con la elección del tema de esta entrada. Simplemente me apetecía. Me gustan los gatos. Mucho. Y los perros también, que conste, pero de esos hablaré otro día.

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«Gatos samuráis» de Utagawa Yoshiiku (1860)

No voy a escribir sobre animes en concreto, sino de personajes gatunos que me han conquistado. Algunos son protagonistas, otros secundarios o anecdóticos, pero todos son amor para mí. Soy plenamente consciente de que hay miles y miles de gatos en las series animadas japonesas (y mejor no entramos en los mangas), así que, con toda probabilidad, me olvide de nombrar alguno al que adore pero que esté bajo un montón de trastos de esos que acumulo en la memoria. Van a ser siete, como las vidas del dicho popular. Y van a ser random total.

Rhett Butler

Sailor Moon

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En cuanto vi a este rollizo caballero de pelaje azul, me enamoré. Y con ese nombre, invocando la figura del mítico galán de Gone with the wind, no se podía esperar de él mas que gentileza y devoción hacia su amada. Rhett Butler es un gato bonachón y valiente que aparece en el capítulo 31 de la primera temporada; y me rompía el corazón que la morcilla escuálida de Luna no le correspondiera. Eso sí, los momentos cómicos que protagonizaron son muy entrañables. ¡Viva Rhett Butler, el felino romanticón que se ruboriza cada diez segundos! Muy tierno él.

Babu

Sankarea

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Tengo que decir que Sankarea me parece un mojón humeante de los gordos. Casi ni lo recuerdo, pero la sensación era la habitual que todos hemos experimentado alguna vez: ¿por qué cojones sigo viendo esta mierda? En mi caso estaba claro: por Babu. Babu ha sufrido la tragedia en sus carnes, Babu es kawaii y regordete (sí, me gustan los animalitos obesos), Babu se alimenta de hojas de bellas hortensias, Babu se comunica con ese dulce y balbuciente ¡babu!, Babu es un zombi. Gato. Zombi. Para qué pedir más. Cuando surgía, de repente, en la copa de un árbol, con los ojos en blanco y rugiendo ¡BAAAAABUUUU!, me sentía feliz a pesar de la bosta que estaba merendando.

Nyatta & Nyâko

Nekojiru-sô

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Fueron creaciones de la mangaka Chiyomi Hashiguchi, desgraciadamente fallecida en 1998, y que aparecieron por primera en la revista Garo con su obra Nekojiru Udon. No he tenido la fortuna de leer el tebeo ni de ver la serie, pero sí la OVA del 2001, donde estos dos gatitos hermanos me prendaron. Esta bizarrada que es Nekojiru-sô (Sopa de gato), la puedo comparar a un viaje de ácido mezclado con ayahuasca y un ligero toque de hongos psilocibios. Bien, ¿verdad? Pues ya sabéis lo que hay. La historia, en realidad, es una odisea por el país de los muertos, una κατάϐασις: Nyatta ha logrado arrebatarle al bodhisattva Ojizô-sama la mitad del alma de su hermana, Nyâko, que acababa de fallecer; pero ha quedado en un estado medio comatoso, así que con ella de la mano, aprovechando que su madre los manda a comprar tofu frito, se embarcan en la búsqueda de la otra mitad que le falta. Y entonces empieza… empieza… lo inenarrable. Maravilloso.

Chiranosuke

Punch Line

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Gato cabronazo de la vida, es genial. Y encima me recuerda a Isis, aunque ella no ve porno felino en el ordenador. Punch Line está resultando toda una sorpresa esta temporada; admito que solo he visto cinco capítulos (voy con retrasillo) pero las cosas tan pasadas de vueltas me suelen enganchar casi siempre. El que haya en el elenco un gato como Chiranosuke, garantiza que la vaya a finalizar aunque termine opinando que la serie es boñiga concentrada. Me gusta su indolencia cruel; es una especie de virgilio hijoputesco, mordaz, y espero tenga un papel más relevante, conforme avance la serie, que la de simple guía espiritual de Yûta.

Baron Humbert von Gikkingen

Mimi wo Sumaseba

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Y con Ghibli hemos topado. Ay. Whisper of the heart era más que una promesa, pero… karôshi. Aunque es el barón alemán el que requiere atención aquí. Si no es mi personaje felino favorito del mundo del anime, poco le falta. Y no es que en Neko no Ongaeshi estuviera mal (la peli tampoco me dijo mucho, homenajes a Alice hay infinidad) pero en Mimi wo Sumaseba se me adueñó from head to toe. Es inteligente, sutil, divertido… los que habéis visto el film ya lo sabéis; los que no, solo os resta descubrirlo. Es una de las piezas esenciales de la obra, su presencia ilumina.

Taishô

Neko Râmen

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Hay pocos anime o mangas que me hagan reír. Neko Râmen es uno de ellos. Es una serie de esas que se beben en un segundo y dejan buen sabor de boca. Si lo pensáis bien, un gato regentando un restaurante de râmen no es un argumento de excesivas complejidades; eso sí, mongoladas todas las que queráis. Es un anime ligero de comedia idiota, muy recomendable si se tiene un mal día. Y Taishô, el gato cocinero protagonista, me encanta. Ese ímpetu, esa mala hostia a duras penas contenida, esa ingenuidad y torpeza sempiterna a la hora de cocinar… Taishô, venero cómo intoxicas a la parroquia con tus comidas, ¡sigue así!

Kirara

InuYasha

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¡Cómo no iba a incluir en este mini-listado a mi querida Kirara! InuYasha, con sus virtudes y sus defectos, es una serie que ha cuidado siempre muy bien a sus personajes, y eso se ha notado en todos los secundarios. Kirara es uno de ellos. Como poderosa nekomata de medio milenio, guarda sus secretos y posee una lealtad a prueba de bombas. Siempre recordaré ese capítulo dedicado a ella, donde los protagonistas hacen un repaso a todos los usos egoístas que hicieron de sus servicios, bajo la mirada de un severo Shippô. Hilarante en particular el caso del propio InuYasha y las misteriosas calvas que afloraron en la cabeza de nuestra amiga. ¡Y qué linda es en su estado diminuto… dan ganas de comérsela!

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Isis en su noveno cumpleaños

Casi da para hacer un tag, pero paso mucho de involucrar a la gente, sobre todo cuando una mayoría estáis de exámenes y, presumo, apetece hacer un listado así como ir al dentista. Pero el que se anime, es libre de crear su propia recopilación felina. O perruna. O de tortugas. He dicho.

¡Buenos días!