Días raros en los que hago cosas raras. Empiezo no sé qué y no lo acabo; pero finalizo material inservible de hace milenios. Me obstino en proyectos sin futuro, olvido lo que me da de comer. Así se mantiene la cabeza ocupada y no duele tanto. No os preocupéis si no entendéis nada, me ocurre igual.

Hoy me ha dado por recordar una película japonesa que vi dos veces (y media) seguidas la primera vez que topé con ella. Una de esas historias confeccionada de muchas pequeñas historias y que te enamoran sin remedio… de ahí el ansia que me produjo y la necesidad de revisionarla sin cesar hasta quedar satisfecha. Bueno, más bien hasta que tuve que bajar del avión. Porque si no me hubiera visto obligada a permanecer 18 horas dentro de un A330, seguramente ni la habría conocido y mi vida continuaría ignorante de su maravillosa existencia.

Como comprenderéis, tantas horas metida en un mismo espacio dan para bastante; desde leer dos libros de Georgette Heyer que me habían regalado (The Corinthian y The Grand Sophy, por si os interesa) , jugar al tetris como una posesa (me encanta), horrorizarme con el primer live action de Kenshin (¡¡¡aaagh!!!), dormir (poco), desear aniquilar el universo (así, en general, porque tanto tiempo apresada como una rata rodeada de humanos fétidos me altera mucho), discutir con el vecino por la inclinación del asiento varias veces, venirme la puta regla con sus magníficos cólicos y, por supuesto, descubrir Rent-a-Neko (2012).

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Hasta entonces no sabía nada de su directora, Naoko Ogigami. La elegí entre todo el montón de películas que había en el in-flight entertainment porque salían gatos. Amo los gatos, soy una persona de naturaleza simple. Y así comenzó mi idilio con este film.

Para empezar, Sayoko, que es la protagonista, vive en el paraíso aunque no lo sepa. Algún día (nunca, LLORO) viviré en una pequeña casa tradicional así: abierta, luminosa, con patio y huerta medio silvestre, gatos por todas partes y sí, con una vecina cabrona. Lo último no por elección, es que siempre toca. Sayoko vive en un hogar abarrotado de recuerdos. Algunos suyos, otros no. Casi todos relativos a su querida y desaparecida abuela, de la que parece haber heredado un extraño don: atraer a los gatos. Pero con los humanos no tiene tanta suerte.

Esta treintañera, plenamente consciente de su propia soledad, lleva un negocio muy poco rentable de alquiler de gatos. Así procura brindar compañía a otras almas solitarias de la ciudad. A pesar de ser torpe en sus relaciones sociales, sabe leer muy bien a la gente. No entrega los gatos a cualquiera, Sayoko los quiere mucho y se cerciora minuciosamente de que el hogar temporal de los mininos sea óptimo. Y así, tirando de un carrito, pasea por la ribera del Tama cantando una graciosa melodía a través de un megáfono. Esta ocupación le lleva a conocer un abanico muy variopinto de personas, y son sus vidas y circunstancias las que articulan gran parte del argumento de este film.

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El diálogo interno que mantiene Sayoko con su abuela, los gatos y consigo misma, también es muy importante. Habla de una existencia sin más compañía que la de los gatitos; unos pensamientos y reflexiones melancólicos y, sin embargo, en ocasiones chispeantes y divertidos. Se trata de una mujer original y con bastantes recursos. ¿Será capaz de dilucidar cuál es el agujero de su propio kokoro? Muy sagazmente, sabe detectarlos en los demás, pero consigo misma parece tener más problemas para identificar el origen del vacío. ¿Será que lo que necesita es encontrar el amor? No sabéis cómo me ilusionó no descubrir en Rent-a-Neko un manido relato sobre la búsqueda de romance. Fue un completo alivio. Porque sí, aunque Sayoko, totalmente despistada, quiere un marido, la película discurre por otros caminos.

Estas sendas conducen a los minúsculos mundos de una amable anciana que vive sola, un hombre de negocios que lleva trabajando lejos de su familia muchos años, y una empleada de una sucursal de alquiler de coches que nunca tiene clientes. Cada uno de ellos es el fragmento de un espejo hecho añicos donde reverbera la frialdad y rigidez de una sociedad muy moderna, pero que ignora las necesidades emocionales de los individuos. Y estos remolcan sus vidas en soledad y mucha resignación. Incluso con un diminuto punto de culpabilidad. Pero sus problemas se encuentran muy alejados de ser grandes dramas o tragedias sin solución; resultan preocupaciones cotidianas, dilemas sencillos que, no obstante, producen angustia en el corazón. Y ahí entran nuestros amigos los gatos, para mitigar y sanar. Son un parche temporal que aporta consuelo y amor.

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Ogigami también obliga a Sayoko a mirarse a sí misma, más allá de meros pensamientos expresados en forma de kakejiku para automotivarse. Porque a pesar de que es el espíritu libre que encarna justo lo opuesto a lo que la rodea, sí sufre de soledad. Y la llegada repentina de un antiguo compañero de colegio, le hará replantearse cuál es su verdadera carencia y cuáles sus prioridades en realidad. La respuesta, por supuesto, está en ella, no fuera. Pero no penséis que la película llega a alguna conclusión en firme, porque no es así. Se trata de un slice of life puro y que, a pesar de su cadencia reposada, es de naturaleza casual, muy aérea

La estructura sigue un patrón que se repite como si fuera la estrofa de una canción o un poema, y finaliza siempre con la puntilla venenosa de la vecina. Esta vecina es la «tradición remanente», los convencionalismos e hipocresía de la sociedad japonesa que reflejan, además, las propias inseguridades de Sayoko. Muy inteligente por parte de Ogigami presentarlos mediante un personaje cómico, porque suaviza la expresión pero sin robar la crítica del mensaje. Todo lleva un ritmo sosegado, con planos estáticos y de duración larga; haciendo hincapié en los ambientes, los detalles y las palabras. La directora también se sirve de pequeñas alegorías y otorga una atmósfera de leve surrealismo que atempera, enriquece y evita que la historia se precipite en el melodrama.

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Rent-a Neko no es ni baboso ni sentimentaloide. Tampoco oculta moralina. Es, en conjunto, una película armoniosa y ligera, sin sobresaltos, y que fluye con placidez. Se la ha comparado bastante con Le fabuleux destin d’Amélie Poulain (2001) y, aunque tienen algunas cosillas en común, la japonesa es mucho más apacible y realista; más dócil pero, a la vez, más severa. Personalmente, la prefiero mil veces. Lo único que no me convence es la música en algunos instantes, pero soy bastante especialita con el tema. ¿La recomiendo? Sí, desde luego. Pero no es una obra espectacular ni tampoco dirigida a personas románticas, aunque pueda parecer lo contrario. Los amantes de los felinos seguro que la disfrutarán mucho; los que no, siendo conscientes de lo que hay, posiblemente también.

Buenas noches, buenos días, buenas tardes.

 

4 comentarios en “¡Alquile usted un gato!

  1. Pues, en buen día que encuentro este post (aunque con varias tareas v.v)
    Había visto el trailer de la película, me llamó mucho la atención la soledad de la protagonista (y los gatos). Espero verlo, pronto.
    Tienes un blog excelente, felicidades.

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    1. ¡Hola, Helmi! 🙂
      Espero que cuando consigas ver la película, la disfrutes. Es muy tranquilita y los gatos… ay, los gatos ❤ son todos preciosos. El señor Utamaru es su rey 😉
      Muchas gracias por el halago, un abrazooo! ❤

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  2. ¡Woah! Si es que siempre hay joyitas Sho. ¡Mola! Me resulta interesante ver otro tipo de género que no sea chica conoce chico y ya se sabe lo que ocurre después. Si encima tiene factor gatuno, ya el entretenimiento y la reflexión están asegurados. Me la apunto para navidades. Buen descubrimiento. Saludos 😀

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    1. ¡Hola, Angelique! 😀
      Sí, es que el cliché del romance en según qué tipo de películas es muy pesado y no lleva a nada mas que a historias repetidas :/ Esta es distinta, te lo aseguro, y hace pensar un montón 🙂 Espero que te guste si te animas a verla, ya contarás 😉
      ¡Besoteee!!! ❤ ❤

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