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A space punk cat Odyssey

Me voy a dar una pequeña tregua de tanto shôjo infumable con una marcianada de las que me gustan. Es un encanto de película animada, se trata de Tamala 2010:  A punk cat in space (2002). Gatos, ciencia-ficción, sociedades secretas, ultraviolencia… ¿he dicho que salen gatos? También perritos. Y una humana bastante rara. Para variar, me estoy adelantando.

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Esta que veis aquí es Tamala, una gatita de un año y medio que vive en Cat Earth pero que, aburrida de su vida y harta de su madre humana (que tiene una serpiente enrollada al cuerpo, por cierto), decide coger su nave espacial y dirigirse a Orión. No sabe muy bien la causa, pero siente una extraña atracción por la constelación. Cree que ahí está el planeta donde nació en realidad. Las cosas no son tan sencillas y, tras unos serios problemas técnicos provocados por un extraño ataque, se ve obligada a desviarse al planeta Q, bastante menos civilizado que Cat Earth. Allí, con la ayuda involuntaria de un gatito pijo, Michelangelo, llega a Hate City, donde el caos y la violencia reinan en un ambiente marginal. Existe una reducida parte de la población que sí vive bien, a la cual pertenece Michelangelo, pero se trata de una sociedad estructuralmente muy descompensada. Y salvaje.

¿Todo claro? ¿Sí? Pues no. Rewind, please.

Año 2010, Meguro (Tokio), Cat Earth. El conglomerado empresarial Catty & Co. es dueño del 96% del PIB planetario. Su dominio es casi absoluto, pero el suyo ha sido un largo trabajo de fondo… de siglos, literalmente. Detrás de Catty & Co. hay mucho más que una temible y descomunal maquinaria económica. Detrás de Catty & Co. y su capitalismo brutal que devorará el universo, existe una filosofía despiadada en la que se concibe la existencia del cosmos como un ciclo en donde el caos y el orden (entropía) son dirigidos por la voluntad. La voluntad de un culto mistérico cuya deidad principal es la diosa Tatla, solo visible a través de los sueños, en el magma del inconsciente colectivo. Esta religión secreta, que busca la destrucción del universo para su recreación posterior, siempre ha operado para extender sus tentáculos y engullir lo que sea menester, a través del servicio de correo (aquí nadie ha leído The Crying of Lot 49). Esa es la señal de la implacable colonización posterior.

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Detalle de la constelación de Orión en un antiguo fresco gatuno

Bien y, ¿qué tiene todo esto que ver con nuestra querida Tamala? Pues todo. Tamala es una gatita rebelde, con fuerte personalidad y gran capacidad de adaptación a las circunstancias. Un espíritu libre, algo voluble e inconsciente, pero extremadamente intuitiva. Quién es ella en realidad, por qué la espía y persigue Catty & Co. y la razón de que le esté impidiendo llegar a Orión, es algo que no puedo contaros. El enigma de su existencia, que ella quiere desvelar, se convertirá en la obsesión futura del profesor Nominos, un perro de avanzada edad que se dedica a impartir ominosas conferencias en las universidades. Este hará una visita enigmática al pánfilo de Michelangelo, poniéndole sobre la pista de algo inimaginable. Tamala tiene recuerdos fragmentarios, fobias que la acosan en sueños y la constante presencia en ellos de una enorme gata robótica. Y no solo ella, los niños y adolescentes también.

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El mundo que presenta Tamala es deliberadamente kafkiano: lleno de crueldades absurdas, personajes de obsesiones enfermizas, situaciones surrealistas y una profunda alienación social. Existencialista a tope. Ahí tenemos, por ejemplo, al pastor alemán Kentauros, ofuscado hasta la demencia con la ratita Penélope, a la que mantiene encerrada contra su voluntad en una jaula, maltratada, y a la que también suele fotografiar en plan bondage. Kentauros siente una pasión fetichista por toda la parafernalia militar y policial, ama recorrer Hate City en su moto acompañado de jóvenes marineros y busca camorra hasta la muerte. Aunque parezca un personaje random, no lo es. Sirve perfectamente para expresar la esencia de una ciudad en manos del terror y, por supuesto, es el catalizador de una serie de eventos indispensables. Todo este ambiente turbio y malsano del planeta Q, y el altamente tecnológico y mercantilizado hasta la náusea de Cat Earth, contrastan, intencionadamente, con un arte cándido y puro. Y es muy útil a la hora de asimilar asuntos tan cruentos.

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La evolución del argumento es clásica, al menos en su cadencia; pero tiene una disposición circular que alude al concepto de eterno retorno implícito en la ideología del culto a la diosa Tatla. Y el dogma de la inmortalidad del alma. Esto, unido a ciertas divergencias temporales, puede confundir un poco si no se presta algo de atención. Algo. No es un anime ligero, pero tampoco la gran complicación del milenio, se sigue muy bien. ¿Es Tamala una crítica al capitalismo? Sí, lo es, pero conformarse con esa reflexión sería superficial. La intención de este anime no es un mero reproche económico o político, es bastante más. Refleja muchos de nuestros parámetros sociales desde una óptica claramente negativa y su intención, además de hacer reflexionar, es dejarte mal cuerpo. Así, claramente. Joderte la cabeza. Pero que eso no os amedrente, hay que ser un poco valientes en la vida, señores, y el viaje que propone Tamala bien merece recorrerse. Sobre todo si gusta la sci-fi o apetece algo distinto del anime estándar.

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Tamala fue llevada a cabo por dos personas desconocidas (bajo el nombre de t.o.L.) de manera independiente, por lo que el presupuesto no fue demasiado alto. Aun así, se las ingeniaron para, con unos medios básicos, crear un producto visualmente decente (tampoco para echar cohetes) y contenido atractivo ( y conseguir de seiyû a Takeshi Katô, t-e-c-a-g-a-s). Estamos hablando de que emplearon animación flash y una parte más reducida de CGI.  Es lo que hay, no se le pueden pedir peras al olmo, aunque ya he aclarado que el resultado es bastante aceptable. El CGI es lo más flojo con diferencia, pero tampoco abunda.

Sin duda, supieron sacar partido bien a sus recursos. Utilizando de base dibujo en blanco y negro que evoca tiempos pretéritos de la animación, lo diluyeron en una dinámica más propia del cine o el mundo del videoclip. Ahí tenemos las influencias claras de Félix el Gato o, sobre todo, el Astro Boy de Tezuka. Un dibujo de diseño muy sencillo, elegante e infantil; pero también observamos a Stanley Kubrick en los planos, en el movimiento refinado, en su mecánica general. Es innegable la presencia de 2001: Una odisea del espacio (1968), La naranja mecánica (1971) o El Resplandor (1980). La iconografía que aparece también es un homenaje a la cultura pop occidental más recalcitrante: Andy Warhol, Diane Arbus, los spaghetti westerns de Clint Eastwood… Y el trasfondo es heredero del espíritu posmoderno y conspiranoico de Thomas Pynchon.

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«Gemelas idénticas. Roselle, N.J.» (1967) de Diane Arbus

¿Merece la pena ver este largometraje animado? Es lo que me pregunté a mí misma antes de abordarlo. La cuestión aquí es que, de momento, se trata de un proyecto fallido. Tamala 2010: A punk cat in space forma(ba) parte de un plan más ambicioso, una trilogía donde se pretendía desarrollar en profundidad el argumento esbozado, así como una serie para la televisión. No sabemos por ahora nada; si alguien tiene noticias frescas, las puede poner en comentarios. Lo que sí apareció en 2007 fue una OVA, Tamala on parade, y tres cortos más en su versión DVD, que no he podido conseguir por ningún lado en algún idioma que sea capaz de entender.

Por todo esto, y a pesar de que fue muy aclamado y premiado en el Fantasia-fest de Montréal en 2003, dudaba en lanzarme a verla. No quería quedarme con un palmo de narices, con los dientes largos esperando toda frustrada una continuación. Es algo que detesto. Pero, como estáis comprobando, la curiosidad me venció y claudiqué. No me arrepiento. Cierto que da penilla no poder saber algunas cosas, pero por sí misma Tamala 2010: A punk cat in space es una obra completa y autosuficiente.

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¿La recomiendo? Pues teniendo en cuenta ya todo lo que he escrito, allá cada cual. No se le pueden exigir ciertas cosas, hay que tenerlo presente. Pero ni es producto hueco ni demasiado deshilachado. Es entretenido, muy duro en ocasiones, que precisa de la atención del espectador y hace cavilar, lo que también es importante. Su sentido del humor es cáustico, quizá no del gusto de todos; pero el ritmo no decae en ningún momento y resulta, en general, una película agradable a pesar de su evidente singularidad. Sorprende para bien.

Buenos días, buenas tardes, buenas noches.