literatura, ZhongGuo

Recuerdos de Hulan He de Xiao Hong

Ya lo comenté hace unas semanas, Gallo Nero está publicando, así como quien no quiere la cosa, material muy jugoso, sobre todo para los aficionados a lo oriental. Su colección de gekiga es de verdad emocionante, y lo mismo sucede con sus libros ilustrados. Uno de ellos, Recuerdos de Hulan He de la maravillosa escritora Xiao Hong (1911-1942), ha sido uno de los últimos en caer sobre mis zarpas, y lo he devorado con calculada lentitud.

Originalmente publicado en 1942, el mismo año en que Xiao Hong fallecería, la edición de Gallo Nero (2021) es una adaptación que goza con un prefacio imprescindible de Shao Baoqing, profesor de literatura china de la Universidad de Burdeos, y las mágicas ilustraciones de Hou Guoliang (1946). Se trata de la publicación en español de la que apareció en 2007 en China gracias a la editorial Jilin Meishu Chubanhe (吉林美术出版社). No es muy largo, como tampoco lo es la obra en la que se basa, pero sí se trata de un libro de especial intensidad y belleza, tanto por su arte como su literatura. En él Xiao Hong plasmó los ecos de su niñez en el noreste de China, en la gélida provincia de HeilongJiang, en la región histórica de Manchuria. Y quizás sería conveniente hacer una pequeña presentación de la autora, su tortuosa vida y experiencias para poder comprender y disfrutar mejor de este Recuerdos de Hulan He.

Porque aunque Xiao Hong no sea todavía demasiado conocida en Occidente, ella es una de las escritoras más importantes de la literatura contemporánea del País del Medio; y tampoco es sorprendente que no fuera profeta en su propia tierra hasta los años 80, que se empezó a recuperar su trabajo y valorarse como merecía. Fue una adelantada a su tiempo, su estilo no se ajustaba al canon realista requerido… y además era feminista. Uy, lo que he dicho. Todo lo que rodea a Xiao Hong despliega un halo de melancolía y ferocidad que encoge el alma, si continuáis leyendo averiguaréis por qué.

Estas tres fotografías nos muestran tres etapas distintas de la vida de Xiao Hong, que a pesar de que fue breve porque solo vivió hasta los 31 años, tuvo bastantes más fases de las que se muestran en este trío. La primera, la niñez, ahí aparece con su madre, de la que apenas tuvo recuerdos porque falleció cuando era pequeña; la segunda, cuando conoció a Lu Xun (1881-1936) y bajo su ala floreció; y la tercera, cuando buscaba una existencia convencional, tranquila y segura con el escritor Duanmu Hongliang.

Xiao Hong vivió en 11 provincias distintas de China y también en Tokio, recorrió miles de kilómetros durante su corta existencia, aunque su tierra natal siempre sería el lugar de la nostalgia y la añoranza, y en sus últimos días expresó el deseo de regresar a la aldea donde nació, en Hulan, un 1 de junio de 1911. Pero no pudo ser. También quiso que sus cenizas reposaran junto a las de su querido mentor Lu Xun, sin embargo murió sola y abandonada en un hospital de campaña del St. Stephen’s Girls’ College en Hong Kong. Pero eso es adelantarnos a nuestra historia, vayamos al principio.

¿A que está muy elegante Xiao Hong con su pipa? El hombre que la acompaña es Xiao Jun, prominente escritor con el que vivió más de seis años. No fue una relación dichosa, así como tampoco lo fue su infancia. Con 9 años perdió a su madre, y el padre era el polo opuesto de la hija. La nueva esposa, la consabida madrastra malvada, era bastante ruda, de modo que nunca se sintió querida por su familia excepto por su abuelo. Su abuelo fue su refugio, en él halló la figura amorosa y protectora que la sostuvo hasta que murió y la enviaron a un colegio femenino en Harbin. Allí, lejos del ambiente rancio de su pueblo, descubrió la literatura moderna y progresista de su época, y también al que sería su escritor predilecto: Lu Xun. Sin embargo, esa etapa no duró demasiado, pues fue expulsada y al regresar de nuevo a casa, su padre le había preparado una sorpresa: un matrimonio concertado.

Los datos biográficos de Xiao Hong son en ocasiones confusos y algo oscuros, así que ciertos detalles y motivaciones nos resultan desconocidos. Lo que sí sabemos es que, horrorizada ante la perspectiva de un matrimonio de conveniencia, huyó con una prima a Pekín y llevó una vida de vagabunda. El hambre la hizo volver al hogar, y su padre la encerró en casa. Volvió a escapar pero esta vez a Harbin y ahí, no sabemos si porque fue tras ella o por casualidad, se encontró con el que habían planeado que fuese su marido. Lo aceptó finalmente y se fueron a vivir juntos. Pero el tipo demostraría ser todo un canalla, pues resultó que ya se había casado con otra. La abandonó embarazada y con unas tremendas deudas. Estos problemas económicos y su situación vulnerable la condujeron a un estado de semiesclavitud y pobreza muy, muy duro. Se encontraba desnutrida y vivía en un cuchitril sucio y diminuto, el único lugar donde su acreedor le permitía subsistir. Desesperada, escribió a un periódico su situación y el editor, asombrado, envió a un reportero a verificar la historia. Este periodista sería Xiao Jun, que tras conocerla ya no se separaría de ella en mucho tiempo. Fue un amor a primera vista. Un cambio en la vida de ambos radical.

Xiao Hong tuvo a su niñita, pero la entregó en adopción, incapaz de alimentarla y mantenerla. Nunca volvió a saber de ella. Mientras tanto, su relación con Xiao Jun crecía también a nivel intelectual, pues él descubrió en ella una mujer de extraordinario talento, y ambos comenzaron a escribir y publicar obras propias, incluso en conjunto. Eran trabajos abiertamente contrarios a la dinastía Qing y la ocupación japonesa, por lo que pronto fueron hostigados y tuvieron que huir primero a Qingdao y después a Shanghai. Fue entonces que Xiao Hong cumplió el sueño de conocer a Lu Xun, y a partir de ese momento alimentaron una amistad tierna y honesta. Xiao Hong encontró en él el añorado amor de su abuelo, así como también a un guía espiritual en su carrera literaria. Escribió su clásico El campo de la vida y la muerte (生死场, 1935), al que Lu Xun hizo el prólogo, y éste proclamó que Xiao Hong era «la escritora más prometedora de China». La novela, a pesar de que fue censurada, produjo un gran impacto, despertó conciencias en el país y estimuló el espíritu de lucha contra el invasor japonés. Con solo 24 años, Xiao Hong logró plasmar con una precisión asombrosa la miseria del mundo rural y la horrible vida bajo el yugo nipón en Manchukuo. Pero la novedad era que lo hacía desde una perspectiva femenina, y con un estilo inédito hasta entonces.

Estos fueron tiempos de estabilidad y contento para Xiao Hong. Visitaba a diario a Lu Xun, en su casa sintió un calor familiar sin precedentes en su vida. Y en ese círculo social, gracias al patrocinio de su protector, conoció a periodistas como la grandísima Agnes Smedley (1892-1950) y otros estudiosos extranjeros que dieron a conocer su obra fuera de China. Pero lo más importante fue, sin duda, la felicidad que supuso para ella el afecto del anciano escritor: un padre de familia, buen esposo y amante de su hijo, pero también amable y generoso con los jóvenes autores que deseaban salir adelante en unos momentos históricos tan complicados.

La risa de Lu Xun es clara y alegre desde el corazón. Si alguien dice algo graciosoo, se ríe tan fuerte que ni siquiera puede sostener un cigarrillo y, a menudo, se ríe tanto que tose.

Conforme su relación con Lu Xun era cada día más cordial, la que mantenía con Xiao Jun se degradaba. Jun bebía y golpeaba a Xiao Hong, abusaba de ella gravemente además de serle infiel, por lo que la escritora decidió irse a Tokio. Y mientras se encontraba fuera, Lu Xun falleció. Fue un golpe muy doloroso para ella, y a los pocos meses, en 1937, regresó a China. Embarazada de Jun, se casó con Duanmu Hongliang de manera precipitada, buscando un equilibrio que apenas sabía reconocer. Muchas de sus amistades le dieron la espalda por este paso y, para más inri, tras un parto difícil, su bebé murió a los dos días de nacer.

Aquí tenéis a Xiao Hong en la sepultura de su admirado Lu Xun, y en la imagen de al lado está con el que sería su última pareja, Duanmu Hongliang. Apenas hay un año de diferencia entre ambas fotografías, pero la vida de nuestra protagonista ya había dado un vuelco. Wuhan, Chongqing, Kowloon, Hong Kong… la segunda guerra sino-japonesa (1937-1945) hizo que el joven matrimonio tuviera que huir de un lugar a otro, buscando algo de seguridad. Sin embargo, la salud de Xiao Hong estaba muy deteriorada: años de hambre y frío, angustia, guerras y dos partos complicados debilitaron su cuerpo, y enfermó de tuberculosis. Sin embargo, durante esos últimos meses de su vida, tan llenos de fragilidad y toses interminables, escribió varias obras, entre ellas el que es considerado uno de sus mejores trabajos: Recuerdos de Hulan He.

Despreciada y abandonada por su marido, Xiao Hong murió de enfermedad y terror un 22 de enero de 1942. Diagnosticada erróneamente con un tumor en la garganta, la intervención quirúrgica a la que fue sometida la dejó muda. Pero la negligencia médica no quedó ahí, sino que Xiao Hong fue desatendida y las complicaciones postoperatorias derivaron en una neumonía que la mataría en menos de un mes. Solo su amigo, el también escritor Luo Bijin, fue su compañía en sus últimos días.

Este es el resumen de una vida intrincada e infeliz, necesaria para entender la obra literaria de Xiao Hong. Si os interesa conocer más sobre sus experiencias, la película The Golden Era (黄金时代, 2014) puede resultaros útil. En el cartel la frase clave es: «Ella reconoció la tempestad» (她认出风暴), o así la traduciría yo en mi mandarín macarrónico. También aparece una cita suya que dice: «Las personas y los animales son iguales, están ocupados en vivir, están ocupados en morir» (人和动物一样, 忙着生, 忙着死).

Xiao Hong fue una criatura de su tiempo, representó el dolor y desarraigo de una época no ya solo turbulenta, sino extremadamente brutal. Y su propia existencia fue así, llena de desengaños, frialdad y caos. Xiao Hong renunció al viaje consuetudinario y abrazó el abismo, porque en el abismo hay libertad. Fueron sus intensas vivencias las que alimentaron su singular escritura, aunque pagó un precio muy alto.

El mayor dolor (y desgracia) de mi vida es todo porque soy mujer.

Xiao Hong fue muy crítica con «las guardianas del patriarcado» del medio rural y su pensamiento feudal. Ella sabía que lo único que podían hacer esas señoras era llevar una existencia entumecida, tediosa y, sin darse cuenta siquiera, convertirse en cómplices del canibalismo moral de ese entorno subdesarrollado y anclado todavía en la Edad Media. Pero también supo prestar atención a la vida de las mujeres del campo y su destino en una sociedad que las quería sumisas, dóciles y siempre hermosas; e intentó despertarlas, hacerlas reaccionar ante la continua humillación a la que estaban sometidas. Nadie hasta entonces lo había hecho. ¿Aparece todo esto en Recuerdos de Hulan He? Por supuesto.

Recuerdos de Hulan He es como las nubes que se ven pasar en un día de brisa: suaves, informes y evocadoras. Quiere parecer inocente por usar los ojos de una niña, pero son los pensamientos de una mujer adulta los que nos muestran con nostalgia los paisajes rurales del noreste de China. Una nostalgia no exenta de fina ironía, y que descubre un mundo esclavo de la superstición y la ignorancia. ¿Llegaría a superar algún día el medio agrario chino ese confucianismo fermentado en la olla de un taoísmo adulterado con hechicerías? Ignoro incluso si ha sucedido ya. Hay un proverbio chino que dice: «Al pájaro que asoma la cabeza lo matarán a tiros» (枪打出头鸟), que podría ser un equivalente al japonés: «El martillo siempre golpea el clavo que sobresale» y su noción de wa. Una persona que destaque por el motivo que sea puede romper la armonía social, por lo que es susceptible de ser atacada. De hecho es deseable que lo sea: al redil o destrucción. Y eso, entre otras muchas cosas, es lo que observamos en Recuerdos de Hulan He.

Comienza con la sencilla descripción de su pueblo, sus calles, sus casas, sus negocios y transeúntes… pero pronto ese retrato en apariencia realista se agrieta y la fractura entre objetividad y subjetividad es evidente. Recuerdos de Hulan He no son solo retazos de memoria que plasman un mundo sino que, como toda memoria, es imperfecta y repleta de ausencias que Xiao Hong rellenó con poesía, creando así un nuevo universo personal no menos real que el que existió en su infancia, sino incluso más rico. Un santuario en el que refugiarse de la tragedia que era su existencia.

Xiao Hong eligió con celo sus recuerdos, no los dejó al azar, aunque la narración fluye libremente sin un orden concreto, como la corriente del río Hulan. La autora puso suma atención solo en lo que le apetecía, y pasó por alto lo que no deseaba, sin más, dando al texto el aire de espontaneidad y ligereza propio de la infancia. Porque son los sentidos de una niña, sus ojos, nariz, oídos los que nos describen de manera tan sensorial pequeños detalles de su aldea o las historias que suceden. Nos lleva de la mano correteando por huertos, patios, plazas y, por supuesto, a la orilla del Hulan, señalando no solo las risas, la música o los juegos, sino también la miseria, la crueldad y la tristeza. La estampa que puso ante nuestros ojos es muy vívida.

Con cierto pinchazo de amargura en momentos puntuales, Xiao Hong nos obsequió con un relato sereno y dulce a pesar de su violencia disfrazada. Sin duda, los momentos más gratos son los que describe junto su abuelo, al que quería tanto; y no es solo hasta al final del libro que aparecen historias articuladas con personajes obvios. Estas historias, la de Feng Bocatorcida y sobre todo la de «la pequeña nuera», resultan estremecedoras. Una siempre se sorprende de lo lejos que puede llegar la maldad humana, da la sensación de que no tenga límites.

Por otro lado, las ilustraciones de Hou Guoliang son maravillosas. Se trata de un artista, además, de Heilongjiang, de la tierra de Xiao Hong, de modo que, pese a que ha transcurrido casi un siglo, seguro que muchas de las imágenes que aparecen en la novela le resultarían familiares. O no. La cuestión es que su delicado arte capta muy bien la esencia lírica del texto de Xiao Hong. Son dibujos llenos de hermosos pormenores; y su trazo, fino y claro, expresa de manera sutil tanto escenas de gran intimidad como asesinatos. A pesar de los brillantes colores que se exhiben en algunos cuadros, hay una suave nebulosa, muy leve, que otorga a las ilustraciones una cualidad etérea que remite, cómo no, al mundo de los recuerdos. Es un estilo que bebe de la pintura clásica china, y quizás sean esas reminiscencias añejas tan exquisitas las que hacen tan agradable disfrutar de las láminas una y otra vez.

¿Recomiendo Recuerdos de Hulan He? Desde luego, es una edición preciosa. La adaptación del texto original es bastante decente (aunque la traducción no sea del mandarín sino del francés, por Miguel Marqués Muñoz) y es una buena forma de introducirse en la literatura de Xiao Hong. Pero, ante todo, aconsejo leer la novela. Como lectura complementaria esta obrita de Gallo Nero es una maravilla… pero la novela. Por favor. Leedla.

Buenos días, buenas tardes, buenas noches.