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El hombre motosierra

«¿Qué manganimes están petándolo ahora mismo?»

Esa fue la pregunta que me hice después de aterrizar en el blog. Quería ponerme un poco al día, así que husmeando como auténtico Perdiguero de Burgos, me tropecé una y otra vez, una y otra vez, UNA Y OTRA VEZ con este tebeo: Chainsaw Man de Tatsuki Fujimoto. Así, de buenas a primeras, me pareció la típica becerrada shônen para adolescentes con el cerebro hiperhormonado tan espeso como un botillo berciano. Vamos, el típico hype que se esbafa como la gaseosa. Pero no, no ha sido el caso.

Y es que, lo primero que me viene a la cabeza cuando oigo la palabra «motosierra» es la imagen de mi padre con su vieja husqvarna cortando leña. Cosas de pueblo, qué le vamos a hacer, soy rural. Así que por una cuestión completamente personal y aleatoria, este tebeo contaba con mis simpatías, además de que la portada del primer número me pareció tan Sienkiewicz que la tentación era demasiado fuerte para dejarlo pasar. Por lo que me sumergí en su lectura.

Sé que hace nada ha terminado de emitirse el anime de este tebeo, además en manos de MAPPA, estudio que a mi compi Treintañera Pauutopía le gusta mucho como podéis leer aquí; pero no lo he visto ni tengo intenciones de hacerlo de momento, por lo que esta reseña amorfa se centrará en el manga. No he leído tampoco nada del autor, Tatsuki Fujimoto, de modo que carezco de referencias (parece que Fire Punch pegó tan fuerte como para que Norma lo publicara en España), así que no podrá ser tan completa como me gustaría, y se basará en impresiones puras y duras venidas de lo más hondo de mis tripas. Para empezar, hay una auténtica locura desatada con este manga, tiene detractores destructivos y fanáticos fervorosos, un poco como si se tratase de la Virgen del Pilar el asunto, poco término medio. Y ese tipo de polarizaciones siempre llaman mi atención.

Chainsaw Man comenzó a publicarse en diciembre de 2018 y, a pesar de un hiato que finalizó una primera etapa argumental, sigue en curso desde este verano en la Weekly Shônen Jump. Ha sido premiado en un porrón de ocasiones, y en España es Norma Editorial la que ha apostado por este el segundo megahit de Tatsuki Fujimoto. Por ahora van 12+1 tomos con traducción de Judit Moreno.

El mangaka nos introduce en una tierra alternativa donde la Unión Soviética, por ejemplo, continúa al pie del cañón; un mundo parecido al nuestro pero, a la vez, muy diferente, sobre todo porque está infestado de demonios. Demonios del Infierno. Estos demonios viven y se nutren principalmente de los miedos de la humanidad. Pueden tomar formas estrambóticas de los terrores humanos, véase cuchillos, lobos, tiburones, pistolas, bombas y sí, motosierras. Y cuanto más miedo generen esas formas, más poderosos son los demonios que las poseen. Estos demonios también pueden realizar pactos con humanos: a cambio de lo que solicite el demonio, el humano obtiene ciertos poderes y habilidades. Es importante recalcar que los demonios pueden morir, pero son en realidad casi inmortales. Si se consigue aniquilarlos, descienden al Infierno regresando al poco tiempo de nuevo a la tierra.

Hay demonios amistosos, hay demonios antipáticos, hay demonios aburridos y hay demonios cabrones, muy cabrones. De ellos se hace cargo en Japón el Departamento de Cazadores de demonios, con trabajadores especialmente formados para mantener la seguridad, el orden y… exterminar. ¿Por qué están los demonios en la tierra? Buena pregunta. Surgen muchos interrogantes respecto a la construcción del mundo de Chainsaw Man, y no son respondidos demasiado bien. De momento. Se trata de un manga abierto, quizá más adelante Fujimoto-sensei desvele algunas incógnitas.

La historia comienza con Denji, un adolescente que lleva una vida miserable, ni siquiera ha ido al colegio. Tras la muerte de su padre, hereda sus deudas con la yakuza, que lo explota haciéndole cazar y matar demonios. Con una existencia así de triste, cualquiera habría podido comprender que deseara tirarse por un puente, pero Denji es un muchacho optimista, bastante inconsciente e infantil; su día a día se hace más soportable gracias a la compañía de su fiel perro-demonio Pochita. Sus aspiraciones y sueños son muy básicos: comer hamburguesas, salir con chicas, videojuegos… propios de su edad pero de los que no ha podido disfrutar todavía en su corta existencia.

Sin embargo, la yakuza sigue siendo yakuza, y Denji se está convirtiendo en un estorbo, así que deciden matarlo. Ya sus restos desperdigados en la basura entre los de su perrito Pochita, este con su último aliento elige darle su corazón a cambio de sus sueños, y así logra revivirlo. Pero Denji no retorna igual, sino convertido en el hombre motosierra: Chainsaw Man, una poderosa máquina de matar.

Un engendro como él no puede campar a sus anchas y sin control por el país, de modo que el Departamento de Cazadores de demonios pronto lo localiza y Makima, la jefaza de mirada turbia, le ofrece dos alternativas: morir o ser su mascota, trabajar para ella. La elección es clara, Denji no duda en demasía. Y a partir de entonces, comenzará a cimentar lo que será su familia con miembros del Departamento, compañeros con bastantes problemas mentales y caracteres difíciles. Así conocerá a la borrachuza de Himeno, la insoportable de Power o el estirado de Hayakawa (mi predilecto) entre otros. Por supuesto, será un devoto admirador de Makima y, poco a poco (muy poco a poco) irá madurando. Trabajando en la caza y erradicación de demonios descubrirá mucho de sí mismo y el mundo. No obstante, el personaje es un completo anormal, el gran tarado entre tarados, y esa personalidad suya de una puerilidad hiperbólica se revelará al final como su salvación.

Chainsaw Man es un manga pleno de fanfarronadas que nos recuerdan que estamos ante una comedia negra que se autoparodia a sí misma. Cliché sobre cliché sobre cliché para formar un everest de disparates que solo pueden conducir a la hilaridad o al hastío. En mi caso no pude parar de reír. Si el título, el género y el protagonista nos remiten de manera obligatoria a The Texas Chain Saw Massacre (1974), conforme se va leyendo el tebeo el asunto vira más hacia los patanes de Jackyl y sus solos de motosierra en The Lumberjack. Y para que comprendáis en toda su dimensión los abismos de demencia que se alcanzaron en los 90, os dejo por aquí el vídeo musical de la alhaja en cuestión, donde siembran el terror entre sillas y mesas.

No me estoy burlando de Chainsaw Man, conste en acta. Jackyl son unos gañanes sureños entrañables, y creo que algo similar me hace sentir este manga. Se le coge cariño. Y es que este tebeo tiene mucho de estadounidense, no obstante. Toda esa glorificación de la violencia y aire jactancioso de los personajes recuerda mucho al cine de Tarantino, de hecho Reservoir Dogs (1992) o Kill Bill (2003-2004) es una fuente de inspiración muy clara que, a su vez, se nutre de otras obras japonesas como Branded to kill (1967) o Battle Royale (2000).

En realidad todo esto nos dice que Chainsaw Man es una obra de lenguaje visual muy cinematográfico, tanto en su dinámica como en su arte. Las escenas de acción, abundantes y sangrientas, hierven de vigor; el movimiento de viñeta a viñeta casi emula fotogramas, los borrones de desplazamiento son energía cinética pura. Y, como se percibía en la portada del primer número, el diseño del protagonista es 100% Sienkiewicz, aunque su influencia se deja notar también en el resto del manga.

El elenco de personajes es variopinto y abundante, van desfilando como soldados pero con un temperamento definido que invoca arquetipos y características ya bien conocidos por los seguidores de la demografía. Es fácil simpatizar con algunos, sobre todo si tardan en morir; y si ya toman su inspiración en Hellblazer, como es el caso de Kishibe, pues a gozarla. Que tiene bastantes cosillas de Constantine también Chainsaw Man, por si se me había olvidado comentarlo.

Las figuras femeninas fuertes y dominantes están dotadas de una potente carga sexual (qué novedad) que dirigen sus pertrechos casi en exclusiva al protagonista el cual, como buen adolescente, está más salido que el pico de una plancha. Recuerden, esto es un shônen que se recrea en sus tópicos más burdos para estirarlos hasta su tensión máxima de elasticidad, soltarlos y que arreen de pleno en la cara.

Pero Chainsaw Man, entre carcajadas de descuartizamientos, trata temas muy oscuros y aberrantes, y no solo porque pululen demonios por doquier. Hay abuso infantil, pedofilia, manipulación psicológica y un largo etcétera de traumas y barbaridades que asoman su hocico con el disfraz de shônen disparatado. Su epidermis de grueso bizarrismo, que se revuelca con placer en el cieno de lo grotesco y lo surrealista, oculta en realidad un monstruito rebosante de melancolía y nostalgia, quién lo iba a decir. Aunque pueda pasar desapercibido si no se presta atención.

¿Recomiendo Chainsaw Man? Pues… no sé. Yo me he divertido bastante leyéndolo, no considero para nada que sea mal tebeo, pero tampoco me ha impresionado. Me gustan sus vueltas de tuerca, la sangre a borbotones y el humor negro; disfruto con los guiones enloquecidos y ese beso-vómito tiene ya un lugar especial en mi kokoro. Sin embargo, a pesar de su desparpajo y velocidad impetuosa, es una melodía que ya he oído en otras ocasiones, haciendo que el impacto sea menor. Y es un trabajo que depende mucho de eso, de su efectismo, ya que la arquitectura de su universo resulta algo confusa, desdibujada, y se echa de menos más profundidad en la perspectiva, más detalles que brinden verosimilitud y no solo una excusa para crujir a hostias. Por mi parte, me planto en el capítulo 97 y no proseguiré más. Me quedo como estoy.

Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

Tránsitos

Tránsito XV: Bloodthirsty

Bueno, ya estamos definitivamente de regreso, y no se me ocurre una manera mejor que reengancharme con mi sección favorita de SOnC: mis amados Tránsitos. Porque el terror, el misterio y la truculencia son pura vida, camaradas otacos. Y después de unos meses bastante durillos, no puedo imaginar un retorno al hogar más estimulante que con una banda sonora de gritos desgarrados, tétricos clavicordios y carcajadas malvadas.  Porque eso es lo que vais a encontrar a continuación.

Ha sido reconfortante sumergirme en las cenagosas aguas de esta trilogía clásica del terror de Tôhô: Bloodthirsty. Completamente desfasada, esa es una de sus numerosas virtudes, sobre todo para aquellos que seáis fans del terror gótico más kitsch de la británica Hammer. Esta trilogía abominable está conformada por The Vampire Doll (1970), Lake of Dracula (1971) y Evil of Dracula (1974), las tres dirigidas por Michio Yamamoto con guion de Ei Ogawa. Y no, no tienen nada que ver entre sí, salvo por la temática vampírica y una macabra ambientación occidental.

Cuando los japoneses hacen suyo el legado cultural occidental, suelen suceder cosas bastante curiosas. Y si se trata ya del universo del terror, los resultados pueden parecer chocantes como poco. Al menos desde la perspectiva de esta parte del mundo. Y es que en Cipango han metabolizado nuestro pop para crear algo con vida y personalidad propias, nada que ver con nuestros amagos de turista a la hora de abordar Oriente, que suelen cebarse en un exotismo que roza la parodia. Japón nos ha asimilado bastante mejor, y los hijos de esa tremebunda digestión poseen ADN tanto oriental como occidental. Y una de esos innumerables vástagos es la trilogía que hoy nos compete: se trata de una quimera, un monstruo de Frakenstein donde las piezas del horror clásico gótico y del folclore japonés se han ensamblado con toda la ingenuidad que emana de una criatura recién nacida.

Así que lo primero que se debe tener en cuenta a la hora de visionar las obras que conforman Bloodthirsty es que son retoños de su tiempo, y que poseen todos sus encantadores defectos. Son el esfuerzo que realizó Tôhô por responder a la desbandada que se estaba produciendo en las salas de cine: la televisión drenaba sus espectadores. Daiei Films se declaró en bancarrota en 1971, así que Tôhô dio un paso adelante intentando ocupar su espacio en el terror. El enorme éxito taquillero de la Hammer era indudable, y otros países como España, Italia, México o Francia también se habían lanzado a crear sus propios films del mismo pelaje, por lo que Japón no iba a ser menos.  Y Bloodthirsty fue la visión del tándem Yamamoto-Ogawa del relato clásico de terror europeo. Toda una rareza, pues el experimento no se volvería a repetir hasta bastantes años después; aun así, su influencia es notoria en el posterior estallido del J-horror de los 90-2000s. Por eso debemos recordar que Bloodthirsty no es Netflix ni HBO, amiguitos, es otra cosa. Pertenece a otros tiempos, y su simplicidad forma parte de su fortaleza.

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¿Por qué despiertan, no obstante, cierto interés entre cinéfilos estas tres películas? Por la figura del vampiro. Japón es un país con un rico folclore en monstruos y demonios, fantasmas y espíritus vengativos. Los yôkai, yûrei y demás criaturas sobrenaturales se pasean con tranquilidad por las historias y vivencias de Cipango, con una carga de realidad que no poseemos en Occidente. Sin embargo, carecen del clásico vampiro o kyûketsuki, como lo llaman ahí. Lo han adoptado. Cierto que en su mitología existen criaturas con algunas características de los chupasangres, pero no son vampiros. Para Japón el vampiro es un fenómeno netamente extranjero, y es algo que, por cierto, queda una y otra vez recalcado en los tres films. Bloodthirsty es una especie de anomalía que despierta curiosidad no por su calidad, que es mediana, sino por su original forma de acondicionar el mito del nosferatu.

¿Fue esta la primera vez que se llevó a las pantallas de cine niponas al demonio hematófago por excelencia? Por supuesto que no, ese honor le pertenece a Onna kyûketsuki o Lady Vampire (1959), de Nobuo Nakagawa; aunque otros opinan que fue Kyûketsuga o Vampire moth (1956), del mismo director. Después se produjo un enorme vacío hasta la llegada de nuestros protagonistas de hoy; y de nuevo silencio absoluto hasta los años 90 (sin contar obras de animación como Vampire Hunter D, claro). De ahí la singularidad de Bloodthirsty en la historia del cine nipón aunque, por supuesto, su interés va mucho más allá.

Se trata de un trío de films que tienen lugar en un escenario contemporáneo, donde la modernidad y el terror decimonónico colisionan, en el que lo urbano y lo rural se enfrentan, donde superstición y racionalidad se encuentran y hacen las paces. Así que no solo las influencias de Terence Fisher o Roger Corman son evidentes con su regusto gótico; sino que hallamos con inusitada fuerza al Conde Yorga, vampiro (1970) de Bob Kelljan, incluso a nuestro entrañable Paul Naschy, al lujurioso Jean Rollin o Mario Bava. ¿Percibís cierto aroma a serie B? Es que Bloodthirsty es pura serie B. A pesar de Tôhô. Ya sabéis lo que hay.

The Vampire Doll (1970), también conocida como The night of the vampire, The Legacy of Dracula o Yûreiyashiki no Kyôfu: Chi o suu ningyô (algo así como «la muñeca sedienta de sangre de la casa encantada del terror»), es desde mi punto de vista, la más extraña y mejor construida de la trilogía. También la más sencilla, con una atmósfera onírica inquietante, hipnótica. Y no aparecen vampiros. Al menos no desde una perspectiva tradicional. Entonces, ¿a qué vienen esos títulos? Lo desconozco. Desde luego, el que más se ajusta a la obra es, como no podía ser de otra forma, el original japonés. The Vampire Doll tiene mucho de Edgar Allan Poe, de la claustrofobia de Psicosis (1960) y los recursos del horror occidental; sin embargo, cuenta una historia muy del gusto nipón. Impredecible pero trágica, con el melodrama a flor de piel.

Kazuhiko Sagawa hace bastante que no ve a su prometida por cuestiones de trabajo, por lo que decide ir a visitarla a su casa, una antigua mansión victoriana entre los bosques, apartada del mundo. Pero cuando llega ahí, descubre con estupor que ha fallecido en un accidente. Su madre, la señora Nonomura, una mujer taciturna y de mirada perdida, no le da demasiados detalles, pero lo invita a pasar la noche en la casa. Pasada una semana, la hermana de Kazuhiko, Keiko, está preocupada porque no tiene noticias de él. Convencida de que le ha pasado algo, decide acudir a la ominosa mansión acompañada de su novio, Hiroshi. Lo que en un principio parece un enigma sobre personas desaparecidas va creciendo hasta convertirse en algo inimaginable.

The Vampire Doll es una película corta, de apenas 70 minutos. Y sorprende que en tan poco tiempo sea capaz de narrar una historia tan sencilla pero con un desarrollo tan inesperado. Y aunque los medios no son espectaculares, la dirección de Yamamoto es rotunda y valiente. Por supuesto, el papel de los actores es esencial, y pese a que los personajes no son de gran complejidad, destaca la fabulosa interpretación de Kayo Matsuo como Keiko. Tanto en The Vampire Doll como en Lake of Dracula son mujeres las que llevan la mayor parte del peso de la película, y eso es de agradecer entre las habituales scream queens de la época, cuya iniciativa podría compararse al de un saco de patatas.

The Vampire Doll tiene cierta cualidad etérea que puede despistar al espectador occidental, porque entre la imaginería propia de la británica Hammer y sus clichés, se desliza un cuento de terror japonés, un clásico kaidan. Y para amenizar la historia, nada mejor que la banda sonora minimalista-gótico-yeyé de Riichirô Manabe, que tiene la virtud tanto de irritar hasta el infinito como de poner los pelos de punta. Esos clavicordios medio desafinados, que suenan como si los hubieran arrojado por unas escaleras abajo, son para no olvidarlos jamás; y brotan por doquier en cualquiera de las tres películas de Bloodthirsty, pues Manabe fue el compositor principal de todas ellas.

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Y tras el éxito que supuso The Vampire Doll, Yamamoto dirigió al año siguiente The lake of Dracula (1971), también conocida como Lake of Death, Japula, Dracula’s lust for blood o Noroi no yakata – Chi o suu me (algo así como «la mansión maldita: ojos sedientos de sangre»). Para ello contó con el elenco de secundarios de la película anterior y con Ei Ogawa al guion.  Y aquí, ¡por fin!, aparece un vampiro con toda la parafernalia: capa, ataúd, estacas de madera, colmillos, ojos inyectados en sangre, etc. Eso sí, sin acudir en ningún instante a elementos religiosos. Es Shin Kishida el que interpretará a un monstruo brutal, de poderes mesmerizantes y mirada salvaje que no articulará palabra hasta el final de la película. De nuevo la que impulsa la narración es el personaje femenino de Akiko, interpretado por Midori Fujita.

Akiko tuvo a los cinco años una vívida pesadilla que la ha perseguido hasta la edad adulta. Por eso, ya establecida en una casita junto al lago Fujimi con su hermana pequeña, decide exorcizar sus demonios pintando cuadros. Allí trabaja como la maestra del pueblo con tranquilidad, aunque la llegada de un extraño cargamento a la aldea empezará a viciar la atmósfera. Akiko, muy aprensiva, decide comentar sus inquietudes a su novio, Saeki, médico de un hospital cercano. Al principio intenta consolarla quitándole hierro al asunto, pero la llegada de una muchacha de la villa medio desangrada y catatónica a la clínica le hará cambiar de opinión.

Lake of Dracula tiene de provecho ese interés por el psicoanálisis que le otorga a la protagonista un fondo más redondo de lo esperado (aunque tampoco es para lanzar cohetes, ojo). La protagonista femenina representa el inconsciente, el pasado, las emociones; su novio, la racionalidad, el presente y la lógica. Un binomio bastante común en las películas de terror, pero que en este film se solventa de una forma fluida, sin conflicto. De hecho, la presencia de gore es prácticamente inexistente. Resulta meridiana la influencia del Dracula (1897) de Stoker, así como del culebrón gótico televisivo Dark Shadows, que ese mismo año finalizaría su emisión tras seis años en la ABC.

Resumiendo, Lake of Dracula es la historia de un trauma infantil que necesita solventarse al llegar la adultez. Pero, como todo producto típico japonés, hay más cera de la que arde y el melodrama desorbitado hará acto de presencia para explicar, en un desenlace que se precipita como un tobogán, una historia de demonios extranjeros y maldiciones familiares. Vale, tenéis razón, las peleas son ridículas, el recurso de los pájaros es más una caricatura que otra cosa y las caídas… ¡ay, esas caídas!  Es difícil reprimir la risa. Pero nadie dijo que esta trilogía no fuese de una candidez absurda.

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Evil of Dracula (1974) o Chi o suu bara (algo así como «la rosa sedienta de sangre») es el film que cierra la trilogía de Bloodthirsty. Es la más ambiciosa de las tres, la más compleja argumentalmente y que más personajes incorpora. Sin embargo, resulta la más floja también. Aquí además los personajes femeninos ceden su espacio a los masculinos, convirtiéndose en meros satélites sin ningún tipo de dinamismo ni capacidad de decisión. Sus preocupaciones se restringirán a los asuntos sentimentales, el amor y la belleza. Son el recurso sexual de una película cuyo pulso erótico es notable, sobre todo si lo comparamos con sus predecesoras.

El profesor Shiraki llega a un prestigioso internado femenino a impartir clases de psicología, donde el director, rápidamente, le informa de que pronto tomará su puesto, ya que su salud es frágil y la muerte de su esposa, en un accidente de tráfico, le impiden una dedicación plena. Shiraki se sorprende mucho de este ascenso forzado, pero su asombro irá a más tras sufrir una excepcional pesadilla, y todavía muchísimo más cuando conozca al médico del establecimiento, que lo instruirá sobre una serie de leyendas locales macabras que apuntan a unas misteriosas desapariciones entre las alumnas.

Evil of Dracula remite directamente a Lust for a Vampire (1971) de Jimmy Sangster. Sin más. Su dominio es diáfano. Y la que podría haber sido, por recursos y versatilidad, la mejor de la trilogía, se quedó en una amalgama grotesca en la que profesores recitan a Baudelaire como sonámbulos (concretamente El vampiro y La metamorfosis del vampiro), se realizan transplantes de cara al estilo troglodita y el argumento se embarra en un cieno incomprensible tratando de resultar sofisticado. Y es una pena, porque entre pezón y pezón, la digna interpretación de Toshio Kurosawa pierde su lustre. No obstante, sería injusto proclamar que Evil of Dracula es una bosta, porque la excentricidad japonesa siempre brinda sublimes momentos de poesía y bizarrismo, que en SOnC son bienvenidos con auténtico fervor.

Bloodthirsty es una trilogía solo apta para amantes de Japón y del terror clásico europeo. Una combinación que no se da en demasiadas ocasiones, por lo que su público objetivo es escaso. Si os atrevéis a catarlo, hacedlo con benevolencia. Es un producto entrañable a la vez que toda una rareza en la historia del cine nipón. No esperéis «pasar miedo» porque os sentiréis defraudados; Bloodthirsty es inocencia y chaladura, una trilogía donde los vampiros no son lo que parecen. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

manga, Tránsitos

Tránsito XIII: Viaje al fin del mundo

Inauguramos los Tránsitos de este 2018 con lo que era en realidad una Petición Estival que no se llegó a publicar. Como la temática encaja a la perfección en la sección dedicada a Halloween, he podido reubicar la entrada bien. Lo primero de todo, mis disculpas a Arrowhead por la demora. Aquí está, por fin, el articulillo que solicitó este verano dedicado al ero-guro. Sin embargo, como tengo costumbre, voy a hacer un poco de trampa (sorrynotsorry).

El universo del ero-guro es fascinante, y no pienso alargarme demasiado escribiendo sobre él cuando ya hay publicado en España un estupendo libro de Jesús Palacios que le da un buen repaso: Eroguro, horror y erotismo en la cultura popular japonesa (2018). Como no podía ser de otra forma, ha sido Satori la editorial que ha publicado esta joyita. La labor que está haciendo por acercar la cultura japonesa al público hispanohablante es maravillosa, ojalá fuera millonaria para poder comprarme todas las obras que editan. Ains. Por eso, en vez de disertar sobre este movimiento artístico y soltar un rollo macabeo que no os va interesar (como el 99% de las cosas que escribo), simplemente haré la reseña de un manga incrustado en el género. No un manga cualquiera, por supuesto. No obstante, para los despistados, unas pequeñas notas introductorias nunca van a venir mal.

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Toshio Saeki

Esta maravillosa ilustración pertenece a uno de mis artistas favoritos de ero guro nansensu, Toshio Saeki (1945, Miyazaki). Es considerado el «padrino del erotismo japonés», aunque su estilo va más allá de la concupiscencia para adentrarse en los territorios de lo grotesco y terrorífico. Su carrera no empezó a despegar hasta principios de los años 70, y como mi también adorado mangaka Suehiro Maruo, renovó el legado de una corriente que en realidad había nacido unas cuantas décadas más atrás.

El wasei-eigo ero guro nansensu designa un fenómeno cultural  que apareció en Japón durante la era Taishô, entre los años 20 y 30. Se puede traducir como «erótico-grotesco-sin sentido», y describe de manera bastante certera su naturaleza. Durante este periodo de entreguerras, el ambiente entre ciertos sectores de la burguesía era muy proclive a la búsqueda de nuevos horizontes a través de lo depravado, un sentido del humor retorcido y el amor hacia lo irracional. Podrían encontrarse similitudes con la atmósfera que se vivía en Alemania durante la República de Weimar (a la mente me viene, a bote pronto, la película Alraune [1928], basada en la inquietante novela de Hanns Heinz Ewers), que también rendía culto a cierto decadentismo nihilista.

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Alraune o mandrágora, basada en una antigua leyenda alemana, cuenta la historia de cómo un científico loco insemina con el esperma de un hombre ahorcado a una prostituta. Esta alumbra una enigmática criatura que destruye a todo hombre que se enamora de ella.

Sin embargo, a pesar de compartir inquietudes estilísticas, el zócalo era bien distinto en Japón. La era Taishô fue un momento de inesperada liberación, de una fertilidad cultural asombrosa. Políticamente fue un periodo cambiante, donde Japón fue afianzando su  cada vez más fuerte posición en Asia y en el mundo, hasta el punto de provocar bastante resquemor. La rápida industrialización y reestructuración de las ciudades cambió la mentalidad de muchos ciudadanos, que tomaron innumerables iniciativas civiles buscando mayores libertades y derechos. En general, una época de prosperidad en la que los nuevos estratos sociales acomodados se dejaron permear por la influencia de Occidente, la adaptaron a su propia idiosincrasia, y convirtieron su afán consumista en una nueva herramienta de rebeldía frente a la tradición. Mediante el capitalismo, estos nuevos modernos se enfrentaron con su xenofilia rampante al estado, a las instituciones religiosas y al ejército. Los tres pilares de ese Japón atávico que ambicionaba fortalecer una identidad nacional basada en valores netamente nipones.

El ero guro nansensu encarnaba muy bien ese espíritu iconoclasta y provocador de la época, que sería devorado con el triunfo del nacionalismo recalcitrante de la era Shôwa. En los años 40 ya no quedaba rastro de él; sin embargo, tras la caída del Imperio en la II Guerra Mundial, volvió a resurgir con inusitada energía. Como su misma esencia subversiva y poliforme, el ero-guro fue, y es, un movimiento multidisciplinar: literatura, cine, artes plásticas, manga. Desde Edogawa Ranpo pasando por Jun’ichirô Tanizaki; de Takashi Miike a Hiroshi Harada; de Shintarô Kago a Takato Yamamoto. Mucho de Occidente hay en sus obras, pero tampoco hay que olvidar que sin el shunga o el muzan-e el ero-guro no habría sido posible.

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«El asesinato de Kasamori Osen» (1867) de Tsukioka Yoshitoshi, perteneciente a su «Eimei nijûhasshûku» o «28 famosos asesinatos con poema«.

El ero-guro, como era de esperar, ha ido evolucionando con el paso del tiempo y, a pesar de ser  una corriente que solo podría haber nacido en Japón, ha traspasado sus fronteras. Dejó de ser hace mucho tiempo una réplica política y social para tomar diferentes derroteros ideológicos, incluso feministas, como es el caso de la talentosa artista mexicana Delirium Candidum (aquí puedes visitar su instagram y disfrutar de su obra). El oscuro surrealismo del ero-guro y su perverso sentido del humor todavía continúan perturbando, siguen siendo una forma de oxigenar la cabeza a través de la sorpresa, y en estos momentos que vivimos de neocensura y neopuritanismo a mansalva, se aprecian mucho más. ¡Viva lo monstruoso, lo deforme, el dolor y el placer sin fin, la sangre a borbotones y la carcajada que brota del terror!

Y tras esta somera introducción, nos zambullimos directos en la reseña de un manga que hacía ya un tiempo que tenía en mente. Sus autores, los hermanos Nishioka, me parecen unos de los mangaka más originales que trabajan el ero-guro; aunque encasillarlos en el género sería limitarlos bastante. A pesar de que pueden incluirse dentro de él, ellos van un poquito más allá. Escribí una entrada dedicada a su Kami no Kodomo hace unos años, un Tránsito como este además, por lo que ya tocaba volver a hablar de la pareja. El cuento macabro que nos dedican hoy se llama Kono Sekai no Owari e no Tabi (2002) o Viaje al fin del mundo.

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Satoru y Chiaki Nishioka son poetas. Hacen del espanto y lo inmundo bonitos versos. También filosofía, una rara virtud. En este Viaje al fin del Mundo su modus operandi no varía, y durante sus 12 episodios la belleza y el horror recogen margaritas juntos de la mano como dos buenos amigos. No es una obra para todos los públicos, y requiere de cierta apertura de mente, porque no se trata, como indica el título, de un viaje cualquiera.

Narrado en primera persona, es la historia del despertar de un hombre anónimo y su consiguiente aventura iniciática. Un periplo que lo conducirá a parajes exóticos poblados de personajes despojados de su humanidad. Un día por la mañana, al levantarse, lo asalta la sensación de ser consciente. Y no es solo una impresión, ese clic en su percepción le provoca una desconexión inmediata con la realidad que lo rodea.

Intenté atarme los cordones de los zapatos, y me di cuenta de que ya no sabía cómo hacerlo más. Mis emociones y los cordones de mis zapatos se habían enredado.

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El ancla que lo mantenía sujeto a la ilusión de esa realidad se ha soltado, y su odisea por selvas, desiertos y barcos piratas le mostrará que su existencia es un eterno retorno, un bucle sin fin. Alcanzar la lucidez que le permite percatarse del infierno de la monotonía en el que está sumido, no impedirá que esa colosal nada que es la rutina continúe engullendo cuerpos y mentes, incluso castigue con ferocidad a los que se rebelen. Tiene mucho de Kafka este Viaje al Fin del Mundo, desde luego. La esfera de la normalidad y sus mezquindades, que mantiene al resto anestesiados, no perdona a los disidentes jamás.

Y siguiendo la senda del escritor checo, el protagonista toma rumbo hacia un mundo extraño donde tendrá que desnudarse para sobrevivir, doblegarse para poder seguir su camino.  Un camino lleno de sobresaltos y situaciones incongruentes, donde la crueldad y el absurdo campan a sus anchas. Porque lo que se abre ante sus ojos es el vasto territorio del inconsciente, que de una atmósfera onírica de gran placidez puede mutar a pesadilla con presteza. No deja de ser un viaje de autoconocimiento también, en el que el protagonista deberá lidiar con su cisma mental y emocional. A solas.

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Porque si hay algo que caracteriza a este manga, es la gran soledad que emana. La inmensidad de sus espacios frente al sujeto, su elegante geometría del vacío y el silencio de sus diálogos internos, describen con nitidez que se trata de una andanza solitaria e íntima. Los demás siempre aparecen, de una manera u otra, deshumanizados; y la misantropía se enseñorea de las viñetas sin ningún atisbo de vergüenza. Su gran riqueza simbólica y gusto por los detalles neuróticos convierten este Kono Sekai no Owari e no Tabi en una obra  que debería desmenuzarse poco a poco, ya que posee distintos niveles de lectura. Por eso quizás los hermanos Nishioka han dosificado su relato de una forma muy concreta.

Viaje al fin del Mundo está organizado en 12 episodios cortos. Muy breves, como latigazos, y de una simplicidad aterradora. Son como pequeñas parábolas donde la muerte, el sexo, la tortura o el canibalismo se abren paso con la naturalidad del mundo de los sueños. Esta estructura marca un ritmo casi telegráfico en el manga, acorde además a unos textos lacónicos repletos de lirismo. Resumiendo, se trata de un tebeo existencialista que se adueña de los recursos del surrealismo para vomitar una inquietante crítica social. Busca remover en su asiento al lector, burlándose de sus principios morales y proponiendo dilemas bastante incómodos. Por diversión, para hacer reflexionar también.

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El arte de los Nishioka es extraordinario, soy muy fan de su estilo. Delicado, infantil, liviano y, sin embargo, de aristas venenosas. Resulta fascinante esa mezcla de ingenuidad que recuerda a Chagall con la ferocidad de un cubismo incipiente, y la metafísica de Carrà en su arquitectura. Una maravilla sin la cual Viaje al fin del Mundo perdería muchos enteros, es algo así de rotundo. Y no a causa de que la historia resulte mediocre, más bien porque sin este tipo de dibujo, sin sus pormenores obsesivos y sin su tímida brutalidad, el manga quedaría sin alma.

Kono Sekai no Owari e no Tabi es un ejemplo de la magnífica evolución que ha tenido el ero-guro, su gran versatilidad actual y valentía. Cierto que hay artistas mucho más célebres e igual de interesantes como Shintarô Kago o Junji Itô, a los que adoro también; pero los hermanos Nishioka creo que necesitan un poquito más de difusión entre la otaquería, y merecen tanto reconocimiento como los citados, a pesar de no ser tan comerciales. Esos tintes góticos que evocan las excentricidades de Edward Gorey ¡resultan deliciosos! ¡Ñam, ñam! Viaje al fin del Mundo es una lectura perfecta para este Halloween, camaradas otacos. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

manga, Shôjo en primavera

24年組 : las Magníficas del 49

Me ha sorprendido bastante que en la última entrada dedicada a Kamome Shirahama, autora de ese estupendo manga en publicación que es Tongari Bôshi no Atelier, muchos de vosotros hicierais click en el vínculo que dirigía a la wikipedia del Grupo del 24 o 24 nen-gumi. Creo que he escrito (y no poco) sobre algunas de las mangaka que forman parte de él, como Môto Hagio, Riyoko Ikeda, Keiko Takemiya, etc. Pero, horreur!, todavía no existe ningún post en SOnC destinado a ellas como movimiento artístico. ¡Omisión del tamaño de un trolebús! Por lo que me veo obligada a despertar un poquito antes de tiempo la sección de Shôjo en Primavera para realizar la pertinente (y obligatoria) entrada y homenajear a Las Magníficas del 49.

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«La niña iguana» (1992) de Môto Hagio

Shôjo en primavera está más bien orientado hacia mangas previos al Grupo del 24, ese es su límite cronológico. Los albores del shôjo, obras que prácticamente casi nadie conoce ni lee porque, todo hay que decirlo, a Occidente apenas llegan, salvo de refilón si se trata de Osamu Tezuka o Leiji Matsumoto. Por eso tampoco es una sección que tenga mucho movimiento, aunque la considero indispensable. Y poco a poco irá creciendo, conforme las oportunidades me permitan acceder a más material antiguo. Sin embargo, considero muy oportuno escribir una entrada dedicada a la frontera entre la infancia y la adultez de esta demografía. Un momento capital además dentro de la historia del manga. A partir de la década de los 70 el tebeo dirigido a jovencitas sufrió una metamorfosis  y estableció los cimientos del cómic comercial japonés contemporáneo, trascendiendo géneros y demografías. Y las responsables de esta transformación fueron las protagonistas de hoy, las 24 nen-gumi.

No hay un consenso claro sobre qué artistas conforman el Grupo del 24, ni siquiera si puede considerarse la existencia de un grupo como tal (ay, bendita posmodernidad); no obstante, como SOnC es un blog amateur que leéis cuatro lechucillas, voy a tomarme la libertad  de afirmar su realidad y, basándome en mi criterio, escribir sobre las que considero sus adalides. Es cierto que es un poco arbitrario establecer un movimiento artístico basado en el año de nacimiento de sus posibles componentes, las cuales tampoco fueron consultadas ni creo que fueran conscientes de estar formando un grupo como tal. Pero tampoco se puede negar que todas ellas poseen características comunes, dentro de sus lógicas diferencias estilísticas, y que fueron influenciadas por los mismos estímulos culturales.

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Osamu Tezuka fue de las grandes influencias del Grupo del 24.

El shôjo hasta la llegada del Grupo del 24 era una demografía bastante maltratada tanto por lectores como crítica. Se consideraba claramente inferior por puro sexismo, ya que se dirigía al público femenino e infantil, estimado poco exigente. Los propios mangaka y las editoriales eran negligentes con él. Aunque el shôjo fue trabajado por Tezuka, Matsumoto y pioneras como Hideko Mizuno o Chieko Hosokawa, se consideraba una demografía menor. Volvemos a toparnos, por enésima vez en la historia, con el prejuicio de que solo lo masculino puede considerarse universal; lo femenino va dirigido exclusivamente a las mujeres y debe permanecer en su esfera, como si la feminidad fuera una especie de enfermedad contagiosa que envileciera la masculinidad.

El shôjo, como ya se ha comentado en otras ediciones de la sección, procede de la ilustración jojô-ga de principios del s. XX y las novelas para chicas (shôjo shôsetsu), que centraban su atención en el mundo de las emociones idealizadas. La amistad, la vida cotidiana, el amor platónico entre chicas, la delicada tranquilidad de un universo ausente de hombres. Por otro lado, eran auténticos manuales de cómo ser la perfecta mujer japonesa: sumisa, abnegada y amante esposa y madre. Este trasfondo legó sus propios códigos estéticos al shôjo, pero no alcanzaron al resto de demografías. De ahí que para un lector profano se hiciera hasta cierto punto incomprensible, por no decir que ridículo y deficiente. Hasta que llegaron Las Magníficas del 49.

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Sin las ilustraciones de Jun’ichi Nakahara (1913-1983) el arte del shôjo no habría sido igual.

A este grupo de mujeres se les denominó así porque nacieron en el año 24 de la era Shôwa (1949) o en fechas aledañas. ¿Dónde surgió el nombre? Pues ni idea. Por mucho que he rastreado internet, no he encontrado una fuente fidedigna que aclare ese interrogante; pero se encuentra ampliamente extendido y no voy a ser yo quien lo discuta. Eso se lo dejo a los expertos. Pero regresando a lo que nos atañe, hasta la aparición de esta generación de mujeres el shôjo había gozado de una reputación pésima. ¿Por qué, de repente, ese interés de la crítica en él? Porque esta damas comenzaron a modernizar la demografía, que hasta entonces había permanecido aletargada e inmóvil en sus premisas, introduciendo nuevos lenguajes visuales y temáticas. Un lavado de cara donde tanto la presentación, el arte y sus historias enrevesadas jugaron sus mejores bazas.

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Ilustración para el manga «Hi Izuru Tokoro no Tenshi» (1981-1983) de Ryôko Yamagishi.

Sin embargo, continuaba siendo shôjo. Aunque inyectaran cuestiones más maduras e incluso peliagudas, como la religión, la muerte o la homosexualidad; o los géneros se abrieran a la ciencia-ficción, la fantasía, la historia o el terror, el Grupo del 24  siguió trabajando con los recursos del shôjo: potente eurofilia, el lirismo gráfico del jojô-ga y rampante exaltación sentimental. Se convirtieron en sólidos bildungsroman en los que desarrollar tramas de fino encaje sentimental. La habilidad con la que manejaron la disposición de las viñetas para enfatizar los vaivenes emocionales y crear las atmósferas adecuadas, y el aumento significativo de la complejidad psicológica de los personajes conquistaron al público, porque podían ver reflejados en sus páginas muchas de sus desazones.  Los mangas del Grupo del 24 continuaron siendo auténticas bombas románticas como sus precursores, donde el melodrama era el rey absoluto. Por eso la proeza que consiguieron estas mujeres fue, y sigue siendo todavía, inmensa. Lograron que la demografía saliera de su gueto, alzara el vuelo para ser valorado como le correspondía en justicia, y fuera consumido masivamente sin dejar de ser él mismo, sin dejar de ser shôjo. Por no decir que, a partir de entonces, la mujer conquistó definitivamente su espacio en el mundo del manga. Y eso en una sociedad profundamente machista como la japonesa del s. XX fue todo un mérito.

También es cierto que el shôjo, así como todas las demografías japonesas en realidad, sigue propagando unos estereotipos bastante sexistas que, conforme nos vamos retrotrayendo en el tiempo, son cada vez más intensos. Por eso siempre es necesario recordar que afrontar la lectura de obras del pasado con la mentalidad del presente no es ni justo ni inteligente. Me ha salido con rima y todo. Los seres humanos somos hijos de nuestro tiempo, y nuestras obras reflejan lo que somos; lo mismo va por el Grupo del 24. ¿Y quiénes son ellas? Como ya he indicado al principio, no existe un consenso sobre su número, incluso a raíz de su influencia ha surgido otra nomenclatura, Grupo Post-24 (ポスト24年組), para referirse a otras mangaka nacidas un poco más tarde. Así que he elegido las que considero cabecillas indiscutibles de Las Magníficas del 49: Môto Hagio, Keiko Takemiya, Yumiko Ôshima, Ryôko Yamagishi y Riyoko Ikeda. Podría haber añadido alguna más, como Toshie Kihara, pero me ha resultado imposible acceder a sus obras (tengo unas ganas feroces de hincarle el diente a su clásico Angelique y a su colección de historias cortas Yume no Ishibumi, AINS), por lo que estas son mis seleccionadas.


riyoko-ikeda1. Riyoko Ikeda (1947, Osaka) es una de las mangaka más conocidas de Las Magníficas del 49 y su influencia ha ido más allá de la demografía shôjo. Es toda una institución en el tebeo japonés, y sus obras y estilo artístico tienen un sello personal que han contribuido desde los inicios de su carrera a modernizar y forjar el cómic de las islas. Tiene debilidad especial por las temáticas históricas de corte occidental, haciendo hincapié en unos argumentos que beben de lo mejor del folletín decimonónico francés. El jojô-ga está especialmente presente en su arte, al igual que el Takarazuka Review, que sirve a Ikeda para plasmar de forma amable los problemas de la transexualidad en la sociedad heteropatriarcal. Su obra más conocida y celebrada es Versailles no Bara (1972-1973), que ha tenido múltiples adaptaciones y cuyo éxito traspasó las fronteras de Japón. Tenéis su reseña aquí.

Tebeos recomendados: Versailles no Bara, Claudine…! (1978) y su reseña aquí, Orpheus no Mado (1975-1981), Onii-sama e… (1974)

keikotakemiya2. Keiko Takemiya (1950, Tokushima) fue, junto a Môto Hagio, la que dió el primer impulso para la renovación del shôjo. Ambas vivieron en la misma casa durante un par de años, en Ôizumi, Nerima (Tokio). Por ahí también empezaron a pasarse otros artistas, creando lo que más tarde se denominaría Ôizumigakuen: un lugar de encuentro, intercambio y aprendizaje. Allí ambas descubrieron publicaciones como Barazoku (gracias a su amiga Norie Masuyama) y leyeron obras como Le ville dont le prince est un enfant (1951) o Les amitiés particulières (1943), que les abrieron las puertas a un universo oculto, el de la homosexualidad masculina. No dudaron en inspirarse en el material que les ofrecía ese nuevo mundo para crear algo completamente transgresor: el shônen-ai y yaoi. No es difícil encontrar los ecos de Les amitiés particulières en Thomas no Shinzô (1974) de Hagio y, sobre todo, en Kaze to Ki no Uta (1976-1984) de Takemiya. Actualmente imparte clases de Teoría y Práctica del Manga en la Universidad Seika de Kioto.

Tebeos recomendados: Terra e… (1976-1980) y su reseña aquí, Kaze to Ki no Uta (1976-1984)

oshima3. Yumiko Ôshima (1947, Ôtawara) es quizá de las autoras menos conocidas de Las Magníficas del 49 y que, paradójicamente, más contribuyeron técnica y artísticamente al nuevo lenguaje visual del shôjo. Sin embargo, su adorable creación Chibi-neko, protagonista del manga Wata no Kuni Hoshi (1978-1984), sí que goza de popularidad. Ôshima ha sido siempre amiga de mezclar lo kawaii con el surrealismo; de comenzar una historia de manera etérea, plena de simbolismo, y acabar tratando temáticas inquietantes, incómodas y con crueldades varias. Se centra, sobre todo, en las experiencias que resultan del paso de la niñez y la adolescencia al mundo adulto. Sus dilemas y preocupaciones vitales, del choque entre los sueños y fantasías contra la realidad. Fue la primera en sacar de sus globos los textos, de dejar flotar los pensamientos de manera gráfica; y construir una estructura no lineal en la disposición de las viñetas, cuyos límites además se difuminan, abriendo la perspectiva del lector más allá de las páginas. Todo al servicio de la emoción del público, y de transmitir con mayor eficacia los sentimientos de los personajes. Desde mi punto de vista es, junto a Môto Hagio, la más original e insólita del Grupo del 24.

Tebeos recomendados: Wata no Kuni HoshiGô Gô datte Neko de Aru (1996-2011), Banana Bread no Pudding (1977-1978).

img_15_m4. Ryôko Yamagishi (Kamisunagawa, 1947) es la mangaka que puede presumir del arte más elegante, con una fuerte impronta del art nouveau europeo. Me parece maravillosa en su delicada riqueza visual, que tampoco se aleja de una brillante cinemática. Pero ante todo, destaca por sus complejos retratos psicológicos, y una ausencia de miedo total a la hora de trabajar la homosexualidad tanto femenina como masculina. Suyo es el primer yuri de la historia, Shiroi Heya no Futari (1971), cuya reseña podéis leer aquí, y tampoco tuvo ningún rubor en definir como abiertamente gay al príncipe Shôtoku (574-622), una figura histórica de primer orden en Japón, en su célebre manga Hi Izuru Tokorono Tenshi (1980-1984). De hecho, el cómic recibió el Premio Kôdansha al mejor shôjo en 1983; más adelante, en 2007, recibiría por Terpsichore (2000-2006) el Premio Cultural Osamu Tezuka.

Tebeos recomendados: Arabesque (1971-1973), Hi Izuru Tokorono Tenshi, Hatshepsut (1988)

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Môto Hagio junto a Ray Bradbury en 2010

5. Môto Hagio (Ômuta, 1949) es mi mangaka favorita del Grupo del 24. Todos los lectores de SOnC ya sabéis que tengo debilidad por esta dama, y estoy muy, muy, muy PERO QUE MUY contenta porque Tomodomo va a continuar con el saludable hábito de publicar material suyo. Esta primavera saldrá a la luz Hanshin (1984) junto a otros relatos míticos de Hagio como La niña iguana (1992); y espero que sea un completo éxito para que la editorial siga animándose a traer más clásicos, ¡que son muy necesarios, leñe! Môto Hagio es una autora que ha hecho historia en el shôjo, algunos críticos incluso consideran que sus obras no pertenecen a esa demografía, pero se equivocan. Hagio-sensei, junto al resto de sus colegas de grupo, lo que hizo fue abrir las puertas a la inclusión de otros géneros que no fuesen los habituales slice of life o school life. Porque a las chicas también les podía gustar la ciencia-ficción, el terror o el drama histórico. Perfectamente. Y a los chicos también les podían gustar las historias del shôjo, con sus montañas rusas emocionales y nuevas propuestas visuales. Môto Hagio escribió, y escribe, shôjo para todo el mundo. Lo que podría resultar un poco contradictorio, pero que en sus manos es completamente natural. Con ella comenzó a resquebrajarse esa noción que perpetúa los roles de género en las demografías japonesas, incluyendo moléculas habituales del shônen o el seinen en sus propias historias, que no dejaban (ni dejan) de ser shôjo. Robert E. Heinlein, Alfred Elton van Vogt o Ray Bradbury están muy presentes en bastantes de sus obras, y su mente siempre poseyó una objetividad diáfana que la ayudó, además, a diversificarse. Y lo sigue haciendo, por cierto.

Tebeos recomendados: Poe no Ichizoku (1972-1976) y su reseña aquí; Thomas no Shinzô (1974),  11-nin iru! (1975) y su reseña del anime aquí; Marginal (1985)


Como simple introducción creo que la presente entrada puede ayudar a los otacos curiosos a familiarizarse con lo que fue y es el Grupo del 24. Ahora queda en vuestras manos el sumergiros y profundizar más en las obras de estas artistas que lo cambiaron todo. Y no solo en el shôjo. Ójala pudiéramos acceder a más comics de Las Magníficas del 49, porque problamente este mini-listado se vería ampliado bastante. De momento, nos tendremos que conformar con las migajillas que nos llegan, que seguro muy pronto caerán unas pocas más. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

manga

99 pesadillas antes de Navidad de Hinako Sugiura

Cuando Ponent Mon anunció que iba a publicar esta próxima primavera de 2018 el manga Sarusuberi (1983-1987) de Hinako Sugiura, no cupe en mí del gozo. Ya cuando escribí la reseña de su estupenda adaptación animada, Miss Hokusai (2015), rogué a todas las deidades ctónicas e infernales de la galaxia por que algún editor despistado, al que no le importara demasiado perder dinero, publicara algo de esta mangaka. Increíblemente, mi petición fue concedida (imagino que por Ereshkigal o Hécate) y aquí estamos, esperando a que llegue marzo para devorarlo (también me interesa mucho Pink [1989], de mi admirada Kyôko Okazaki). Mientras, para consolarme, he estado leyendo otra obra suya cuya temática, además, me encanta: Hyaku Monogatari (1986-1993). Fue el último cómic que realizó antes de abandonar la disciplina y dedicarse en exclusiva al estudio del periodo Edo.

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Hinako Sugiura de jovenzana

En realidad Hinako Sugiura (1958-2005), a pesar de su indudable talento para el cómic y la original perspectiva que aportaba a la novela gráfica japonesa, no llevaba nada bien el ritmo endemoniado de publicación del manga comercial. No se sentía realizada artísticamente además, así que a la edad de 35 años decidió retirarse. Y se centró en esa pasión vital que le hizo abandonar la universidad (Comunicación audiovisual y Diseño) para estudiar bajo la tutela del experto medievalista Shisei Inagaki: el periodo Edo. Y a partir de entonces, fue publicando libros sobre la materia, apareciendo con regularidad como especialista reconocida en diversos programas de televisión. Habiendo nacido en el seno de una familia dedicada a la creación de kimonos, no era de extrañar su devoción y respeto por las tradiciones japonesas.

Para la mayoría de la gente la Era Edo parece como de otra dimensión, algo procedente del mundo de la ciencia-ficción. Es difícil de imaginar que nuestros antepasados llevaran alguna vez tocados en la cabeza y que caminaran por las calles con ese aspecto que parecía sacado del plató de una película. Pero la Era Edo y el presente existen en el mismo flujo continuo de tiempo. Vivimos en la misma tierra que nuestros ancestros con moños vivieron una vez.

Hinako Sugiura

Pero esto no quiere decir que su carrera como mangaka fuera un fracaso, aunque a ella finalmente no le satisficiera. Ni muchísimo menos. Sus contribuciones a la revista Garo fueron periódicas y valiosas, además recibió prestigiosos galardones a lo largo de los años, como el Bunshun Manga Award o el Premio a la Excelencia de la Asociación de Dibujantes de Cómic de Japón. Hay que añadir también que se formó con una de las mangaka más interesantes de su tiempo, la autora feminista Murasaki Yamada, de la que, desgraciadamente, no hay nada publicado en Occidente todavía. Hinako Sugiura puede considerarse una de las escasas creadoras que en el s. XX hicieron suyo el legado artístico del ukiyo-e, raíz indiscutible del manga moderno, para vivificarlo en sus obras. Un puente entre el pasado y el presente.

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«Hyakumonogatari en una casa encantada» (1790) de Katsushika Hokusai

Y este Hyaku Monogatari es la muestra más clara de su amor hacia este periodo histórico de su país, pues se trata de una de sus criaturas más conocidas: el juego de mesa de las 100 historias de fantasmas o hyakumonogatari kaidankai. Nacido probablemente como una prueba de valor entre samuráis, consistía en relatar durante la noche, y a la luz de un centenar de velas, cien pequeñas historias sobre yôkai, yûrei y extraños acontecimientos. Conforme se iban desgranando, las velas se apagaban, hasta que el grupo de personas quedaba sumido en la oscuridad. Una invocación en toda regla que, como podemos apreciar en la ilustración de arriba, no siempre tenía por qué finalizar bien.

Como podréis imaginar, el germen de todas historias se encuentra en China, como tantas cosas de Japón, aunque en Cipango se encarnaron de una forma diferente y particular. Si os interesa el tema, os recomiendo la recopilación Liaozhai Zhiyi (1740) de Pu Songling. Volviendo a nuestro amado País del Sol Naciente, la popularidad de este juego tétrico fue en aumento, de las clases altas pasó a las restantes, y la publicación de volúmenes con 100 cuentos (hyakumonogatari) fantasmagóricos se normalizó. La difusión de los espectrales kaidan fue tremenda, y los escritores se lanzaban tanto a buscar en zonas remotas relatos del folclore popular, como creaban también sus propias narraciones. De hecho, el grueso de historias japonesas de fantasmas y demonios nació durante este periodo, el Edo. Y esos libros repletos de horror fueron convenientemente ilustrados, por supuesto, contribuyendo a enriquecer todavía más el panorama.

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Era solo una cuestión de tiempo que Hinako Sugiura dedicara uno de sus cómics a una práctica y usanza tan de la época como el hyakumonogatari. Pero a diferencia de sus predecesores, Sugiura no los impregnó de malevolencia, sino que son mucho más serenos de lo esperado. El sustrato budista gana peso para convertir el manga más en una colección de fábulas extrañas y curiosas, a veces cómicas, pero nada terroríficas. La intención de la autora no era que lo pasaras mal. Porque Hyaku Monogatari de Hinako Sugiura es eso, una antología de diminutos cuentos que hunden sus raíces en la tradición Edo. Son capítulos autoconclusivos donde la mangaka da rienda suelta a su amor por la época y su deliciosa fidelidad a la hora de plasmarla.

En sus viñetas tenemos los paisajes, usos y costumbres del Japón anterior a su apertura al mundo occidental. Un recorrido por sus aldeas, ciudades, palacios y chozas a través de lo extraordinario, donde la locura, el miedo, el asombro o la tristeza son los protagonistas. Hay que recordar, no obstante, que en Oriente lo maravilloso posee una carga de realidad infinitamente más intensa que en Occidente, donde no forma parte de la vida cotidiana. Existe una dicotomía, una separación clara entre los dos mundos; sin embargo, en Oriente lo fabuloso forma parte de la vida misma, por eso hace aparición hasta en lo más trivial. De ahí que, desde nuestro punto de vista, consideremos a los japoneses un pelín supersticiosos.

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Sugiura supo aprovechar el formato de microrrelato con una habilidad extraordinaria, porque eso resulta ser cada capítulo: un cuento de apenas ocho páginas. Con solo tres o cuatro frases presentaba eficazmente los argumentos, cediendo después el peso narrativo a su pericia con el pincel. Mantuvo de hilo conductor intermitente la figura de un anciano, que solicita de las personas que van visitando su casa un relato fuera de lo común: experiencias personales, leyendas de aldeas lejanas, rumores entre vecinos… Historias con un misterio entretejido, y una enseñanza casi siempre también. Por lo que desfilan tengu, tanuki, kappa, niños sin rostro, yôkai minúsculos que viven en las narices de moribundos, yuki-onna, geishas que se desvanecen y gatos que… solo son gatos.

Como suele ocurrir en esta clase de obras, la calidad de los relatos es variable; algunos gustan más que otros, pero todos tienen unos mínimos garantizados. Me han gustado mucho La mujer que corre y El pozo de la estrellas, quizás por su faceta surrealista; aunque Comer carne humana y El beso de la doncella son realmente divertidos. Y es que en algunos de los cuentos asoma un ligero humor, a veces negro, otras absurdo, que ilumina suavemente las historias.

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El arte, dentro de su estilo de línea clara y clásica, varía a lo largo de los capítulos, al servicio de la propia historia. A veces brota en una viñeta un paisaje que evoca los ideales taoistas chinos (en serio, puro shan shui), otras surgen oni que parecen extraídos de un rollo budista medieval, y no falta tampoco el influjo directo del ukiyo-e o algunos discretos estampados del chiyogami. Sugiura fue una erudita que estudió minuciosamente todas las expresiones artísticas de la era Edo para luego utilizar sus recursos como consideró conveniente en sus mangas. Siempre con el máximo respeto, de ahí que muchas de sus obras evoquen la esencia de los antiguos kusazôshi también.

Hyaku Monogatari no fue concebido como obra comercial, de hecho por su misma naturaleza heterogénea y tan poco acomodada a los gustos de los otacos occidentales, dudo que consiga algún día publicarse fuera de Japón. Pienso que tendría bastante mejor acogida entre lectores adultos de cómic europeo; aun así, suele ser un público poco interesado en el manga. Los estereotipos tienen estas cosillas, que generan prejuicios. Y mientras, obras maravillosas como estas no ven la luz mas que de milagro y lentamente, a través de scanlations. Pero menos sería nada.

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Hyaku Monogatari de Hinako Sugiura es una lectura solo indicada para otacos curtidos y con un interés real por la cultura japonesa. Se trata de una obra serena y cristalina, sin ambigüedades pero de corazón sutil. Por ahora hay disponibles 39 capítulos en inglés, aunque en mandarín están ya todos. Una antología para los forofos del folclore y las historias sencillas. Es necesario tener presente que la mentalidad nipona es diferente de la nuestra, y que con mangas como este es un auténtico placer disfrutar y amar esa diferencia. Muy recomendable, un preludio perfecto para lo que Ponent Mon nos tiene preparado en primavera. ¡Quiero hincarle los catirons ya! Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

anime, paja mental

Porque el verano muerde, porque me aburro, porque sí

A estas alturas creo que casi todo el mundo estará de acuerdo en que esta temporada de verano 2017 se presenta como una de las más flojérrimas en bastante tiempo. Mucha penita da, al menos su aspecto resulta de lo más mustio por lo que, tal como anuncié ya por twitter, no voy a comenzar ningún estreno. No dudo de que al final alguna serie consiga alcanzar cierto interés incluso sorprenda para bien, a pesar de lo que en inicio haya podido aparentar, pero tengo el cuerpo ya muy gandul para según qué cosas. Todos los anime estivales de este año o me provocan perezón con obesidad mórbida o los considero unos zarrios. Sin más. Si leo que alguno mejora basándome en las opiniones de colegas blogueros, quizá le dé su oportunidad. Sin embargo, no albergo grandes esperanzas y la desidia, además, se me apodera. Tienes pinta de tostón, veranito del 17, no offence.

Así que, ¿cómo puede perder el tiempo Sho-Shikibu? Pues imaginando que ya ha llegado su amado otoño, disfrutando del fresquecillo, las maravillosas hayas de fuellas rojas y escribiendo sobre los anime que piensa ver. Por supuesto, no se sabe todavía el total de estrenos, pero las tardes del estío derriten el cerebro y alucinar un ratillo tampoco viene mal. Y que este es mi blog y desvarío sobre lo que me da la gana, claro. No hay gran cosa todavía anunciada, apenas trailers ni demasiada información, no obstante algo he sacado en limpio. Que sirva de pequeño adelanto para olvidar el pegamento de este verano anestésico.

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El plato fuerte de este otoño, como ya sucedió en primavera, van a ser las segundas temporadas. Al menos para mí. Vuelvo a recordaros que aún desconocemos gran parte de la que va a ser la parrilla otoñal, así que son impresiones hasta justo este mismo preciso momento. Me encantaría que aparecieran nuevas obras que me obligaran a desdecirme, así que a la espera de un buen revés quedo.

¿Cuál va a ser mi prioridad absoluta? Pues Hôzuki no Reitetsu. Un día por desvelar de octubre y con un número indeterminado de episodios, regreserá a nosotros el maestro de ceremonias más sardónico de los Infiernos búdicos. Bueno, Hôzuki y toda la cohorte de personajes mitológicos y del folclore popular sinojaponés que desfilan sin cesar. Si la primera temporada y sus respectivas OVAS me encantaron, deseo fuertefuertefuerte que esta segunda logre, como mínimo, lo mismo. hoozukiSu humor negro y absurdo, el rico panorama cultural que despliega en cada capítulo, los pequeños sketches que aprovechan cada segundo para exhibir un espectáculo delirante que se ríe de sí mismo si hace falta, su elenco heterogéneo y dinámico, etc, etc, etc, hicieron hace unos años de esta serie una de mis favoritas sin ninguna duda. Se aprende un montón con ella y encima es divertidísima. Estoy ansiosa por el reencuentro y espero que no cambien demasiado el formato, que resulta perfecto. También es cierto que no todo el mundo disfruta con las historias autoconclusivas y muchos buscan una continuidad argumental en cada episodio; pero hay que tener en cuenta que la esencia de Hôzuki no Reitetsu es otra: las viñetas de comedia.

Osomatsu-san también tendrá su segunda tanda. Este clásico moderno no podía permanecer sin continuación, lo pedía a gritos. Sin saber aún fecha de estreno y cantidad de episodios, se deduce que será en octubre y constará de 25 capítulos. Pero a saber. Es curioso, pero dos de mis top otoñales son comedias. Me parece extraño porque es un género por el que no me suelo inclinar. En contadas ocasiones logro conectar con el sentido del humor de las series, la mayoría me produce vergüenza ajena o directamente sueño, sin embargo Hôzuki no Reitetsu y Osomatsu-san me engatusaron, sobre todo la primera. Para variar, mi tercera opción en las reanudaciones es algo diferente: Kekkai Sensen & Beyond.

La primera temporada, que sin duda me gustó, también me dejó un regusto agridulce. Así que esta será la oportunidad de resarcirme si va todo bien y no resulta un truñaco, por supuesto. Reconozco que, como no cuentan con Rie Matsumoto esta vez, siento bastante desconfianza. Para mí la presencia e ideas de Matsumoto fueron clave en 2015, y no todo el mundo además consiguió sintonizar con su forma de crear. Tratar de innovar es lo que tiene, que no siempre se redondea ni se comprende. Aun así, el parón que sufrió este anime lo perjudicó muchísimo. Veremos lo que nos depara Kekkai Sensen & Beyond, ya que Shigehito Takayanagi posee unas cuantas tablas y, aunque es probable que pierda originalidad, también podría ganar en solidez shônen. Un alivio para los más tradicionales.

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El asunto es peliagudo, porque muchos de los anime que han llamado mi atención guardan altas posibilidades de germinar como cerdadas supremas. Sinopsis incompletas, no fotos, no vídeos promocionales y un rosario de falta de datos estupenda. Pero es normal, estamos en julio; y, ¡qué carajo!, de esta manera también es divertido hacer apuestas. Empecemos.

Kujira no Kora wa Sajô ni Utau me atrae como un imán gigantesco. Del manga solo he tenido oportunidad de leer cinco capítulos (un dibujo precioso, por cierto), pero a poco que el anime le sea fiel, creo que tendremos entre manos uno de los productos más interesantes del otoño. No el que más, pero muy destacable. Está catalogado como shôjo, y no sé hasta qué punto seguirá los cansinos patrones de la demografía; aunque también pertenece a la ciencia-ficción, el misterio y la fantasía, así que a priori me tiene ganada. Su trailer es bastante elocuente en ciertos aspectos, me ha gustado mucho por lo que… ¡COMPRO!

En una línea más clásica dentro de la fantasía y el shôjo, en octubre se estrena también Mahôtsukai no Yome, que ha estado precedida de tres OVAS. Solo he visto dos de ellas, y no me han dicho gran cosa. El manga, que está siendo publicado por Norma y lo estoy siguiendo, ha terminado decepcionándome un poquillo. Quizá porque tira demasiado para mi gusto de los tópicos de la fantasía haciéndose previsible; y que la protagonista, con un ligero aroma a Mary Sue, tiene ese rollo de chica frágil e indefensa que me satura bastante. A pesar de que a estas alturas le encuentro más defectos que virtudes, la veré porque tengo fe en que me entretenga y los cuentos de hadas siempre merecen un par de vistazos. O tres. Harina de otro costal es Inu Yashiki, cuyo manga también estoy leyendo pero ¡sin desencanto alguno! Altamente recomendable, de hecho llevaba un tiempo calibrando si escribir una reseña de lo que tenía recorrido, pero sabiendo ahora de la serie, merece un manga vs. anime como la copa de un pino. Es uno de los estrenos relevantes de la temporada, una serie para adultos (existimos, ¡sí, estamos aquí!) y de temática inteligente. Sci-fi de calidad, mis queridos otacos. Y mucho, mucho más cuando se rasca la superficie, con Oku-sensei ya se sabe. A la dirección estará Keiichi Satô, así que no puede ocurrir nada malo, ¿me oís? NADA MALO. He dicho.

inuyashiki

Y para cerrar, aclaro que no he querido introducir ningún school life porque estoy hasta el moño de adolescentes. Es lo que sucede cuando trabajas demasiadas horas con ellos, que al final del día quieres enterrarlos vivos o arrojarlos por un puente. Atados y con bozal. Así que nada de Just Because! y otras majaderías de colegiales. La única excepción es Poputepipikku, pero los que ya conozcáis el tebeo sabréis que se trata de una cosita bastante enferma que poco tiene que ver con los entornos escolares. Tengo una curiosidad insana por este anime, que supongo será de duración corta (2-5 minutos) y me las veré luego canutas para lograr ver. Ese estilo de antigua tira cómica, donde las dos protagonistas vomitan sin parar insensateces (algunas bastante profundas, no es broma), en realidad es muy posmoderno, muy pop.

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Aunque tengan la mayoría de ellas fecha de estreno, en Occidente suelen pasar meses hasta que conseguimos visionarlas. La paciencia es una virtud, dicen. Reducir cabezas como hacen los shuar, una habilidad que no me importaría adquirir para ponerla en práctica en momentos de exasperación. A lo mejor encuentro algún tutorial en youtube al respecto. Volviendo a las películas, Godzilla: Kaijû Wakusei cuenta con mi beneplácito, a pesar de que la animación de Polygon Pictures no sea precisamente de mis preferidas. Pilotarán los directores de Ajin y Sidonia no Kishi con la colaboración de Gen Urobuchi, por lo que unos mínimos hay garantizados. Rezaremos a Nyarlathotep el Caos Reptante para un pronto estreno por estos lares.

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¿Merece la pena que me trague la película de ese clásico animierder que fue Dance with Devils? Porque el 4 de noviembre verá la luz Dance with Devils: Fortuna. Fue un bodrio tremendo al que le cogí cariño, sobre todo por Peluchón ❤ y esa autoparodia terrorífica que se gastaba. Risas, muchas risas. Ya lo decidiremos cuando llegue el momento, no hay por qué apresurarse, y menos con engendrillos de esta especie. Asimismo, en el undécimo mes se estrenará la adaptación a largometraje del clásico del manga de los años 70 Haikara-san ga Tôru, de Waki Yamato. Tuvo su serie televisiva hace casi cuarenta años también, y parece que contará con una segunda parte en 2018. Estoy bastante interesada en este film, pues trabaja temáticas sugestivas (liberación de la mujer) en un contexto histórico fascinante, la Era Taishô (1912-1926). Su protagonista es una mujer joven que ha sido educada de forma poco convencional, cercana a los tradicionales valores masculinos (practica kendo, bebe sake, rechaza las labores domésticas, viste al modo occidental, etc) y cree que una mujer debe casarse por amor y elección propia. Lo que se conocía en la época como una modan gâru (chica moderna). Apesta a shôjazo que mata, pero el planteamiento da la impresión de ser algo diferente. No obstante, ya sabemos cómo se las gastan los japoneses respecto al feminismo… todavía les queda un largo trecho por avanzar, bastante más que a los europeos.

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Menudo feeling tenían los anime de los 70, ¡inconfundible!

¿Me habré dejado alguna obra en el tintero? Seguro que sí. ¿Kino no Tabi, a lo mejor?Aunque para acabar de pulimentar la entrada, necesitaré más información, que supongo irán desgranando a lo largo de las semanas. Quizás esté pendiente por desvelar una joya animesca, ¡quién sabe! Por ahora, esto es lo que hay. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

animación occidental

Sayonara, Samurai

Los que llevéis leyendo un tiempo esta bitácora, ya habréis percibido la evolución que ha tenido. De un blog dedicado al anime y manga, acabé incluyendo todo lo que me apetecía que estuviera relacionado con Japón. Principalmente cine y literatura, sin hacer ascos a obras de otros países. Es el caso de Samurai Jack (2001-2017), que a pesar de que es una serie estadounidense, tiene su lugar en SOnC por sus referencias claramente niponas. También porque es uno de mis dibujos animados favoritos de todos los tiempos, por supuesto. En el tag dedicado precisamente a la animación no japonesa apareció con todos los honores. Samurai Jack es un clásico, sin más. Porque los clásicos también pueden brotar en nuestro presente, en algún momento tienen que nacer, digo yo. Y esta quinta temporada, tras un doloroso hiato de 11 años, cierra, por fin, el ciclo vital de la obra. ¿Es una conclusión a la altura de las circunstancias? ¿Ha resistido su concepto el paso del tiempo? ¿Han sabido brindarle una continuidad coherente o se nota esa década de diferencia? ¿Tiene la capacidad de gustar a los fans del pasado y a los actuales? Ah, menudos dilemas. Estos interrogantes y muchos más suelen aparecer cuando uno se enfrenta a la reanudación de una creación mítica. No resulta tarea fácil ser objetivo, porque las expectativas y frustraciones personales pueden afloran; así que en esta entrada procuraré ser escueta, centrándome ante todo en sus diez últimos capítulos.

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Fifty years have passed, but I do not age. Time has lost its effect on me. Yet, the suffering continues. Aku’s grasp chokes the past, present, and future. Hope is lost. Gotta get back. Back to the past. Samurai Jack.

¿Quién es ese samurái de máscara pavorosa y montado en una fiera moto, golpeando a diestro y siniestro a unos artrópodos gigantes que amenazan la vida de dos jovenzuelas azules con antenas? El arranque de la quinta temporada de Samurai Jack no puede ser mejor, una declaración de principios que disipa cualquier tipo de duda: viene pisando fuerte y no va a dar tregua. Exacto, ese guerrero con cierto aire a Mad Max es Jack… pero 50 años más tarde. No ha envejecido, una de las consecuencias de los viajes en el tiempo, sin embargo su mente sí que ha sufrido el paso de las décadas. Jack, luciendo una barba lacia y aspecto desaliñado, es un hombre con el espíritu quebrado.

En las cuatro temporadas anteriores teníamos delante al samurái compasivo y racional que siempre soportaba con estoicismo las terribles pruebas a las que le sometía ese agujero negro cósmico de maldad que es Aku. La fortaleza de Jack se cimenta en un profundo respeto hacia el código bushidô y la posesión de la única arma capaz de destruir a Aku. Él ha sido elegido para luchar contra él y considerado digno de blandir la katana del Emperador pero, ¿qué ocurriría si Jack extraviara la espada? A pesar de que algo así resulta impensable, es lo que sucedió. Jack perdió su poder, y el equilibrio que mantenía cohesionadas la voluntad y determinación de Jack se reveló en toda su fragilidad. El guerrero ha pasado 50 años sobreviviendo, sin esperanzas y acosado por alucinaciones que le reprochan su derrota.  Su salud mental pende de un hilo, y el fantasma de la muerte lo acompaña en su errar. Lo único que lo mantiene vivo es la fuerza de la costumbre, luchando en pequeñas escaramuzas contra los monstruos mecánicos de Aku, pero incapaz de enfrentarse a él directamente.

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¿Sabe todo esto Aku? No, por supuesto que no. Si hubiera sido consciente del verdadero estado de Jack y la pérdida de su katana, hace mucho tiempo que habría aniquilado el universo entero. Pero Aku también ha sufrido el tedio del medio siglo transcurrido y, a su pérfida manera, echa de menos tener un rival a la altura. La incertidumbre de no saber con exactitud qué ha sido de Jack lo carcome. Aun así, poco a poco se está haciendo con el control de todo, y solo unos escasos románticos y pirados mantienen una oposición activa a su tiranía. Algunos de los que resisten lo hacen en la clandestinidad, protegiendo con su memoria y discretas acciones el legado de Jack. Para ellos es una leyenda que les hace sentir esperanza. Este no tiene ni idea de cómo lo idolatran, claro, ya que se encuentra en graves apuros. Una secta femenina dedicada al culto de Aku ha conseguido engendrar siete vástagos de su esencia. Siete jóvenes, con el fuego del demonio en su interior, que han sido adiestradas desde bebés para matar a Samurai Jack. El guerrero se encuentra acorralado, lo que antes habría sido un trago más, lo ha arrastrado al borde de la muerte. ¿Qué sucederá?

La serie está dividida en dos partes diferenciadas en las cuales hasta el ritmo resulta diferente. Siempre dinámico, pero el compás es distinto. Y su atmósfera también. La primera mitad es austera, algo oscura y muy solemne. Se enfoca en destacar la severidad de las condiciones vitales de Jack, no solo físicas, sino psicológicas. Una larga caída a los infiernos del remordimiento y la tristeza. Nuestro protagonista se siente como un moribundo que se resiste a recibir el golpe de gracia. Hasta que toca fondo. Con la percepción del mundo y de sí mismo distorsionada por la culpabilidad, se producirá la inevitable crisis existencial de la que renacerá. Un punto de inflexión que inicia un nuevo camino en el destino del guerrero. Tras liberarse de sus demonios interiores, recupera su poder para enfrentarse al gran demonio del mundo real: su archienemigo Aku. La segunda parte nos reconcilia con el Samurai Jack de hace una década, retomando su cadencia más luminosa y psicodélica; con ese maravilloso sentido del humor entre absurdo e ingenuo que lo ha caracterizado siempre. Hay hasta numerito musical.

Una de las cosas que más me han  gustado de esta última temporada es como su creador, Genndy Tartakovsky, nos ha mostrado nuevas facetas de Jack, exponiendo su vulnerabilidad. Ha roto el hieratismo que rodea siempre al héroe definitivo, humanizándolo. Hemos podido observar al samurái enfrentándose a situaciones inéditas que nunca había tenido que experimentar en el pasado; y ver evolucionar ante nuestros ojos, capítulo a capítulo, su espíritu. Todo un privilegio. Esto es debido a que estos 10 capítulos han sido más bien la historia de la búsqueda interior de Jack, su sanación. Las metáforas que lo revelan (el lobo herido, la ceremonia del té…) son meridianas. De ahí que Aku, salvo al inicio y al final, haya tenido escasa presencia.

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Samurai Jack fue, y es, una revolución pop a la que se le endilgó la etiqueta de de culto, cuando la serie es una historia que todos conocemos y hemos leído millones de veces. Continúa fascinándonos porque es atemporal y universal: la lucha entre el Bien y el Mal. Trabaja nuevos y viejos arquetipos que resuenan constantemente dentro de nuestros cráneos; sin embargo es su presentación y ese extraordinario envoltorio los que han sabido siempre realzar (a veces hasta transmutar) esos cuentos de aroma eterno que encontramos en la serie. Su arte es grandioso, un perfecto pastiche de cultura popular, misticismo oriental y fantasía exuberante. Ecléctico como él solo, e imbuido de reverencia hacia la naturaleza. Porque en Samurai Jack también hay poesía, en sus elegantes nociones de la geometría, en sus contrastes de luz y sombra, en su simplicidad sobrecogedora. Y los combates, ay, esas estupendas peleas. La alta definición le ha sentado muy bien, incluso el uso de un CGI comedido le ha aportado cierta brillantez.

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Esta quinta temporada de Samurai Jack era muy necesaria, y ha estado completamente a la altura de lo que se le pedía, incluso más. No es un mero ejercicio de nostalgia, también ha abierto las puertas a nuevas dimensiones que, aunque no son demasiado inesperadas, han enriquecido el universo de Jack. Desde un principio se siente la despedida, resulta en sus planteamientos tajante y no se recrea tanto como en las anteriores. Natural, es el adiós. Y por eso mismo, porque deja la miel en los labios, se hace muy corta. Esta quinta temporada no es suficiente, señores. ¿Solo 10 episodios cuando las demás han sido de 13? Meeeeeeeeeeh.  Si tengo que ser honesta, en realidad nunca hay bastante de Samurai Jack. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

anime, mierder, paja mental

5 y 5 del 2016

Sí, ha llegado esa época del año. Ya tocan los inevitables repasos de lo que ha dado de sí, también de lo que se avecina. Aunque la previa de este invierno todavía tardaré en hacerla. Bastante, añado (entre nosotros, es un rollazo confeccionarla). Este 2016 he comenzado muchas series que me han acabado aburriendo o directamente decepcionado. Creo que la oferta parecía más suculenta que en 2015, pero se ha ido desinflando como una pelota de baloncesto pinchada. No han botado ni . Chof, chof. Caca. Pero, por otro lado, también he tenido grandes alegrías. No ha sido un año tan sosito como el anterior, no se puede negar que movimiento ha habido. Y eso además se agradece, que sepan mantener tu atención ocupada… aunque luego todo concluya en una esparraguera.

No voy a hacer una entrada excesivamente larga, para mí son días complicadetes, así que procuraré ser concisa y directa, ¡a ver si lo consigo, claro! Como siempre, informar que esta es mi opinión, una más. No estoy en posesión de la verdad ni aspiro a ello, solo vuelco mis impresiones con las que puedes estar de acuerdo o no. No me estoy metiendo contigo ni insultando a tu familia, a tu perro o a tu hámster. Solo escribo sobre animanga y tú puedes también compartir ideas en los comentarios. Siempre siguiendo escrupulosamente las mínimas reglas de cortesía y sin faltar. Me parece un poco ridículo tener que recordar estas cosillas, pero vivimos tiempos bastante absurdos, sobre todo en internet. Bueno, allá vamos.

faveones

Mob Psycho 100

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Su serie hermana (al menos lo es mi cabeza) One Punch Man también fue una de mis fave ones del año pasado. Era inevitable que Mob Psycho 100 apareciera por aquí. De hecho, a pesar de que duplica algunos de sus recursos y ha perdido a causa de ello fuelle en efectismo, me ha gustado muchísimo más que su antecesora. Quizá porque el argumento lo veo más redondo o la temática me atrae más. Admito que me habría encantado que este anime me sorprendiera, pero las teclas que ha pulsado hacían la melodía general bastante reconocible. Nada nuevo bajo las estrellas, un sólido shônen de cabo a rabo, sin embargo no defrauda. Es fresco, es entretenido. No obstante, el problema que le veo a Mob Psycho 100 y a su hermano brota a largo plazo. Si no se reinventan, quemarán la fórmula muy rápido. Es lo que tienen los fuegos de artificio, aunque resulten espectaculares. Último apunte: ¡una animación GENIAL! A pesar del ordenata.

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Fune wo Amu

舟を編む

Ojalá no hubiera visto la película, porque el factor sorpresa en el anime se ha volatilizado por completo. Y el argumento tiene una serie de giros que habría disfrutado más acudiendo completamente virgen. Pero tampoco es justo quejarme demasiado, rediez. La estoy disfrutando infinitamente más que el film. Sin ser mala cinta, conste en acta, no puede plasmar la cantidad de matices y detalles que estoy observando en el anime, enriqueciendo la historia que conocía. No quiero ni imaginar la novela en la que está basado todo, claro. No sé cuándo podrá caer en mis manos, quizá nunca. Fune wo Amu es como la propia creación de un diccionario, serena y profunda. De ritmo pausado y que no gustará demasiado a los espíritus impacientes. Es un anime para público adulto (¡también existimos, jopetas!) y sus prioridades son distintas. Una de sus grandes virtudes es no caer en el melodrama sobado; que no haya adolescentes hiperhormonados dando por saco también es un alivio, uf. Además Majime es un hombre encantador y su gato tortilla también. ME LOS COMO, ÑAM-ÑAM.

funewoamu

Tonkatsu DJ Agetarô

とんかつDJアゲ太郎

Este 2016 me he enganchado un montón al anime de duración corta. Desde la adorable Muco hasta insensateces como Bananya. No quitan mucho tiempo y la mayoría ofrecen diversión concentrada. No todas las que empecé me han gustado, como por ejemplo Nyanbo!, que a pesar de una interesante propuesta visual, se me hizo tediosa a causa de sus personajes estereotipados. Pero, sin lugar a dudas, Kanojo to Kanojo no Neko, inspirada en el cortometraje del mismo nombre (reseña aquí), fue una mini-serie que sí disfruté y me dejó buen sabor de boca. Modesta pero esponjosa como un bizcochito. También me ha gustado mucho Onara Gorô, una bizarrada de humor surrealista que casi nadie habrá sabido apreciar. El que conozca un poco al animador Takashi Taniguchi y sus extraños cortos, ya sabe qué esperar de la sabiduría que irradia el señor Pedo Gorô. Muy escatológico todo, soy fan. Sengoku Chôjû Giga es para los amigos de la historia y tradición japonesas, de hecho es recomendable saber un poco de ambas si se quiere captar algo. Es una serie graciosa y con un arte curioso. Recomendable.

Sin embargo, mi anime preferido en este formato ha sido Tonkatsu DJ Agetarô, que también ha logrado ser uno de mis favoritos de este 2016. Sus premisas son básicas pero han sabido desarrollarlas de forma tan inteligente y amena, que ciertas carencias se pasan por alto sin problema. Además que los melómanos y amantes del tufillo nostálgico del disco y hip hop incipiente de los años 70, lo hemos disfrutado todavía muchísimo más por sus guiños y referencias a la cultura DJ. Entrañable y muy, muy salado.

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¿»In the Court of the Crimson King«? Nah, es Tonkatsu DJ Agetarô :3

Shôwa Genroku Rakugo Shinjû

昭和元禄落語心中

Todo lo que tengo que contar sobre este anime lo podéis encontrar aquí. Es una reseña que escribí antes de que finalizara su emisión, y a día de hoy no cambio ni una sola coma. Esa opinión vertida continúa vigente. Lo único que puedo añadir es que, lamentablemente, no ha aparecido ninguna serie que haya desbancado Shôwa Genroku Rakugo Shinjû de mi top 2016. Es mi favorita del año, sin más. Deseo con todas mis fuerzas que la segunda temporada a la que le restan pocas semanas para su estreno (¡por fin, por fin!) esté a la altura y nos brinde grandes momentos también.

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3-gatsu no Lion

3月のライオン

Le tenía un poco de miedo a esta serie porque olisqueaba dramas y traumas ciclópeos y, sobre todo, diabetes. El que uno de los personajes fuera el típico renacuajo kawaii sin nariz ya me puso en guardia. La armadura completa me puse. No sé si lo he dicho alguna vez, pero los niños me repelen. Cuando era niña también los rechazaba, que compartiera rango de edad con ellos no fue óbice para que me siguieran disgustando. Pero, sobre todo, odio el cliché del niño tierno que lo arregla todo gracias a su dulzura e inocencia. Ok, pisa el freno de la misantropía un poco, querida Sho. Volvamos al tema que importa: 3-gatsu no Lion. Todas mis reticencias respecto a este anime se han ido atenuando gracias a Luzbel. Que lo hayan dotado de una visión introspectiva llena de simbolismo, y una calculada dosificación de la expresión de las emociones ha sido todo un acierto. Aunque, si tengo que ser honesta, lo que me hace continuar la serie es su maravilloso arte. La historia no me entusiasma pero la encuentro interesante; y los personajes van creciendo a buen ritmo. Algún capítulo se me ha hecho más pesado que otro, pero en conjunto la valoro de forma muy positiva. Además los gatetes molan muchísimo.

3gatsu

No busquéis, no he incluido Yuri on Ice. A pesar de que no me parece mal anime ni mucho menos y cumple su función de entretenimiento conmigo, no la considero al nivel de las cinco anteriores. La cosa no es para tanto, resumiendo. Hay un hype tremendo con esta serie que no logro descifrar, pero seguramente muchas de mis opiniones también resulten incomprensibles para otros. Biodiversidad lo llaman. Y eso.

mehones

Como adelantaba al principio, este año he comenzado bastantes más series que el pasado 2015. Me han resultado tentadoras un buen número, pero gran parte también han acabado en agua de borrajas. Unas me han aburrido y otras me han decepcionado; algunas las he finalizado, otras las he dropeado sin compasión. Shumatsû no Izetta, por ejemplo, me sorprendió con un inicio decente y me fue aburriendo pooocooo a pooooooco. 再见! Hai to Gensô no Grimgar tenía un bonito arte en acuarela… pero el argumento acabó siendo de un subnormal insultante. Megadrop. En Norn9:Norn+Nonet no se salvaba ni el apuntador, horrible y cursi, un animierder en toda regla. A cavar zanjas. Descubrí que Handa-kun poseía rasgos muy persistentes que lo emparentaban sin duda con la familia del ajo. Adieu! Sakamoto desu ga? despertó mis instintos homicidas y OrangeOrange no aguanté el manga, el anime menos todavía. Podría continuar despotricando un ratillo, pero prefiero centrarme en las cinco que, de una forma u otra, me ha fastidiado que no estuvieran a la altura de mis expectativas.

 

Boku dake ga Inai Machi

僕だけがいない街

Erased es el ejemplo meridiano de cómo una serie lo puede tener todo para ser grande y, conforme avanza, empiezan a aparecer goteras por todas partes hasta que una inundación lo engulle todo. Se puede lograr achicar agua, pero ya no será lo mismo: todo se ha echado a perder. Este anime fue una decepción completa. Tengo que hacer esfuerzos para tratar de recordarlo incluso, así que imaginad cuán triste me llegó a parecer. No puedo decir que fuese una mierda total, porque no lo creo. Pero sí resultó al final vulgar y pretenciosa, con decenas de flecos y alguna que otra incoherencia gorda. Supermeh.

erased

Kôtetsuyô no Kabaneri

甲鉄城のカバネリ

El género zombi está ya bastante agotado, así que a priori un anime de esa temática no me atraía demasiado. Pero decidí probar y el primer capítulo me engatusó hasta las cachas. Una animación old school estupenda, unas propuestas originales dentro de lo que cabía y una galería de personajes aparentemente vigorosa. ¿Iba a ser la serie de acción y terror del año? JAJAJA. No. La cosa no tardó tanto como pensaba en torcerse, y se convirtió en una ensalada de hostias previsible y estúpida. Una muesca más en el cinturón. Kôtetsuyô no Kabaneri intentó salir de la horma con excelentes intenciones (ese ramalazo steampunk es glorioso) pero se cayó de culo. Plof. Es posible que a los fans del género les haya satisfecho, pero una ya está muy de vuelta de todo. Este anime es simplemente un cagarro con ínfulas, he dicho.

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91 days

Y al hilo de lo que escribía sobre Kabaneri, ¿se debe transigir con todo contenido de aire adulto y aceptarlo como bueno sin más? Solo porque se salga de los patrones habituales no quiere decir que tenga que ser excelente por obligación. A 91 days le sucede un poco eso. Cuando te has cansado de ver películas sobre mafiosos y te enfrentas a una nueva obra de la temática, esperas que te atrapen y ofrezcan una perspectiva diferente. Un mínimo, porque es un campo muy trillado. Muy trillado y tan repleto de clichés que provoca náuseas. Y 91 Days es una recopilación de topicazos y referencias mal digeridas que me aburrieron muchísimo. He visto esto miles de veces. Con ciertos géneros se tendría que ser más exigente, sobre todo porque cuando se trabajan, acaba siempre lloviendo sobre mojado. Yo por lo menos intento serlo, a fin de no perder tanto el tiempo. Los demás pueden hacer con el suyo lo que quieran, por supuesto.

91days

Joker Game

ジョーカー・ゲーム

Más de lo mismo pero con un resultado no tan cansino. Joker Game fue la gran esperanza del anime para adultos tras la apoteosis de Shôwa Genroku Rakugo Shinjû. Y es que durante los primeros capítulos parecía que todo marchaba sobre ruedas… más o menos. Pero al alcanzar el ecuador de la serie, muchos ya se habían dado cuenta de que su formato estaba echando a perder su enorme potencial. Lo que podría haber sido una buena serie sobre espionaje y la II Guerra Mundial, se quedó en mera anécdota. No un mal producto, pero perfectamente olvidable. Con algún episodio más brillante que otro, aunque en general mediocre. Una lástima, la verdad. No me importó terminarla de ver, sin embargo no repetiría experiencia ni en broma.

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Fukigen na Mononokean

不機嫌なモノノケ庵

¿Cómo decir NO a una serie sobre yôkai y el folclore japonés? Personalmente no podía resistirme a verla, aunque el aire general me repeliera un poco por too happy. Y sí, es un too happy anime, de preciosa animación, brillantes colores ácidos y protagonista bobalicón que esconde un misterioso y gran poder. Creo que no me suena de nada. Pero como resultaba tan ligera y agradable, la veía semanalmente con ganas. Hasta que me di cuenta de que el anime estaba finalizando… y no había ocurrido absolutamente nada de importancia. Fukigen na Mononokean era un bonito manojo de globos que se los llevaba el aire. ¡Adiós, adiós! Por mucho que hubiera yôkai supermonosos, siempre se esperaba algo de contenido. Y todo quedó en una simple presentación. Si tienen planeado hacer una segunda temporada, entonces cierro la boca. Si la cosa al final permanece así, Fukigen na Mononokean engrosará las filas de esa ingente cantidad de series que quedaron petrificadas en la flor de su existencia. Lloremos.

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That’s all, folks. Con vuestro permiso, voy a dormitar un rato. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

Galería de los Corazones Rotos, paja mental, Tránsitos

Tránsito VIII: La familia Poe

Y hemos alcanzado ya esa época del año donde los Tránsitos reaparecen. Esa pequeña sección enfocada en el terror, lo sobrenatural, lo fantasmagórico. Son temas que me gustan mucho, así que tampoco es extraño toparse con ellos por el blog; pero a partir de ahora hasta el 2 de noviembre serán más abundantes. O esa es mi intención. El año pasado tuvimos nada más y nada menos que siete tránsitos dedicados al cine, literatura, manga y anime. Este 2017 procuraré algo similar, aunque la escasez de tiempo no me permitirá una dedicación como la que me gustaría.

Aprovechando que, ¡por fin de los porfines!, Tomodomo publica este 31 de octubre ¿Quién es el 11º pasajero? (de cuyo anime escribí aquí), manga que llevo esperando desesperada todo el año, inauguro los tránsitos 2016 con una obra de la misma autora, Môto Hagio. Una obra que se llevó, junto a esta, el galardón Shôgakukan al mejor shônen del año 1976. Hagio-sensei fue premiada por partida doble. Aunque antes debo advertir que no voy a escribir una reseña del tebeo completo, simplemente porque no he conseguido leerlo todavía. Así que esta entrada, aparte de estar dedicada a los 9 episodios de 15 en total que hay rulando por internet, es una humilde petición para que alguna editorial del sector se atreva a dar el paso y publicar en español este clásico del shôjo. Si existen ediciones en polaco e italiano, no veo razón para que el público hispanohablante, mucho más numeroso, no pueda conocer este tebeo histórico. Ah, que cuál es el manga. Mis disculpas: Poe no Ichizoku (1972-1976) o La familia Poe.

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Portada del cofre de la reedición limitada especial 40 aniversario

Como indica la ilustración, se trata de un manga que consiste en 5 tankôbon y 15 capítulos. En sucesivas ediciones se acortó el número de volúmenes, y las polacas e italianas, por ejemplo, constan solo de 2. Este año se anunció la publicación en diciembre de dos episodios más bajo el nombre de Haru no Yume. La información suministrada es que la acción tendrá lugar en Gales en 1944, con un personaje nuevo femenino de origen alemán. ¿Esperaba Môto Hagio que La familia Poe tuviera esta enorme repercusión? Yo diría que no, pero eso no la amilanó y continuó creando un cómic la mar de extraño. Hizo un poco lo que le dio la gana, y eso es maravilloso. No hay nada más atractivo (al menos para mí) que la libertad creativa. Y en esos momentos el Grupo del 24, del que formaba parte Hagio-sensei, estaba haciendo literalmente historia. Esto no quiere decir que nuestra querida mangaka estuviera partiendo de tabula rasa; el mundo del shôjo ya existía, pero poseía unas características alejadas de lo que el Grupo del 24 tenía en mente. Eran sobre todo obras de orientación conservadora y escritas por autores masculinos (aunque había excepciones), y Môto Hagio junto a sus colegas querían ampliar los horizontes de la demografía. Aun así, las influencias de Osamu Tezuka y otros creadores eran inevitables (y necesarias). En el caso de este Poe no Ichizoku, la propia Hagio reconoció que le sirvió de inspiración la colección de cuentos Ryûjin Numa (1964), del gran Shôtarô Ishinomori. En concreto el número 4 de la recopilación, titulado La niebla, la rosa, la estrella. Una historia que me recordó muchísimo a la Carmilla (1872) de Sheridan Le Fanu. Y de aquellos polvos vienen estos lodos… aunque para bien.

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«Kiri to Bara to Hoshi» (1964) de Shôtarô Ishinomori

Poe no Ichizoku tiene de protagonistas iniciales a Edgar y Marybelle, una pareja de hermanos huérfanos que fueron convertidos en vampiros a temprana edad, por lo que permanecieron inalterables en sus 14 y 12 años. Cómo llega a suceder es algo que en los 9 capítulos que he leído no se aclara, aunque parece que es su familia adoptiva, los Poe, los responsables de su transformación. Pero el manga en realidad no sigue un orden cronológico, empieza con los dos hermanos viviendo como hijos de otra pareja de vampiros, los condes de Portsnell. Los cuatro simulan ser una familia normal, trasladándose de un lugar a otro de forma regular para no despertar sospechas. Suspicacias por las consecuencias de sus hábitos alimenticios y la falta de cambios en los adolescentes. Además Marybelle tiene una naturaleza bastante delicada, y representa una fuente de preocupación para todos. Esta vida itinerante les obliga a ser extremadamente cuidadosos, sin embargo Edgar está muy harto de toda esa situación desde hace tiempo. Busca refugio en la compañía de un compañero de colegio, Allan Twilight, del que termina enamorándose. Atención: La familia Poe no es un manga yaoi aunque se sugieran y emerjan ciertos elementos. Edgar y Allan además son más bisexuales que otra cosa, y su relación no acapara el protagonismo del cómic. Al menos hasta el episodio 9. Pero es innegable que esos elementos que aparecen son un precedente a tener en cuenta dentro de la historia del género.

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Edgar y Marybelle

Si habéis leído alguna vez una novela gótica, La familia Poe no os sorprenderá, porque tiene muchos de sus ingredientes: grandilocuencia e hipérbole emocional, escenarios tenebrosos, la consabida falacia patética, argumento rocambolesco, circunstancias sobrenaturales, erotismo velado de alta intensidad y sobredosis de misterio. Como fan de este género, fue un placer encontrar muchos de sus tópicos tan bien representados y, muy importante, sin caer en la parodia. Pero reconozco que no es una variedad del terror que suela gustar, y menos al público profano. Se ha caricaturizado tanto a lo largo del tiempo (porque se presta a ello, no obstante) que comprendo resulte algo difícil tomárselo en serio. Pero sigue siendo uno de los pilares fundamentales del horror moderno, y Môto Hagio en La familia Poe lo conjugó sabiamente con el Romanticismo y la renovación que supuso para el género Edgar Allan Poe.

No es fortuito que Hagio-sensei eligiera un título así para su obra, es un homenaje claro al escritor bostoniano, una declaración de principios donde encontraremos la truculencia tan característica de este autor, reflexiones sobre la muerte, la culpa, los deseos, etc.; y la omnipresente figura femenina lánguida, pasiva. De deslumbrante belleza aunque moribunda. No llega a los abismos metafísicos de Poe, pero lo encontramos muy presente junto a otras referencias, más dispersas, de espíritu victoriano como el Prerrafaelismo.

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«La Ghirlandata» (1873) de Dante Gabriel Rossetti

La estructura no lineal del manga sigue las directrices de los clásicos relatos breves de terror del s. XIX. Podrían ser episodios autoconclusivos en los que se nos narra, cada vez, una historia particular en la larga existencia de estas criaturas; pero en realidad se encuentran engarzados, formando una crónica completa. Al principio desde el punto de vista de un humano, que nos presenta a los monstruos en diferentes momentos del tiempo. El marco social de sus personajes, como es de esperar, pertenece al de la alta burguesía o la nobleza; y no tiene reparos en manifestar sus abundantes prejuicios de clase, que forman parte del drama. Pero no solo se centra en la fantasía oscura del cuento de vampiros, sino que Hagio-sensei contextualiza las tramas y subtramas acudiendo al realismo.

Existe una clara dicotomía: el mundo eterno, casi etéreo, pero siniestro del vampiro; y el mundo humano, trivial y en perpetuo cambio. Su eventual (e ineludible) confluencia es el origen de todo conflicto. El vampiro de Hagio, aunque no es un depredador psicópata, posee una fascinación hipnótica para los humanos, que caen bajo el hechizo de su juventud y delicadeza sin remedio. Sin embargo, también la criatura sucumbe a la fascinación de la belleza fugaz humana. Camina a la luz del sol y lleva una existencia más o menos disimulada, pero siempre distante. Y no es para menos, las consecuencias del encuentro de esos dos mundos suelen ser imprevisibles. ¿Cómo enfrentar desde una perspectiva racional la existencia de unos seres inmutables, sin aparente vida y que se alimentan de sangre? Es la variedad de reacciones humanas a este hecho extraordinario el centro de la mayoría de los capítulos y, a través de ellos, conocer más sobre las vicisitudes de Edgar y Allan, los personajes centrales. Efectivamente: Edgar Allan… Poe.po2

Hace falta armarse de paciencia para ojear este manga, porque tanto por su arquitectura como por la gran cantidad de personajes y hechos que se suceden, es necesaria cierta atención. No se trata de un tebeo convencional y, a pesar de que en realidad no es una obra complicada, requiere una lectura activa. La familia Poe es melancólica y poética, resulta asombroso que años después las sagas exitosas de Anne Rice, Whitley Strieber o Stephenie Meyer repitieran en sus novelas conceptos idénticos a los que podemos encontrar en este manga. En el primer caso de una forma muchísimo más afortunada que en la tercera. Las semejanzas con Entrevista con el vampiro (1976) son extraordinarias. Podemos afirmar que este tebeo se adelantó a su tiempo en muchos aspectos, y aunque el arte sí ha quedado desfasado, continúa siendo una obra perfecta para todos aquellos que sean amantes de la novela gótica y los vampiros. También es verdad que el que busque «pasar miedo» con La familia Poe no lo conseguirá. Aunque utilice las moléculas del género, su objetivo no es asustar. Se trata más bien de un manga melodramático, con mucho de folletín y algo de romance, pero bastante inofensivo.

Me habría gustado contar alguna cosa más sobre La familia Poe, pero como os indicaba al inicio, no he podido finalizar su lectura ya que he sido incapaz de encontrarlo. Si alguien logra hallar este manga completo, me sentiría muy agradecida si dejara algún comentario. Mientras, solo resta esperar a que alguna editorial se anime a publicarlo. ¡¡¡Por favor!!! Desconozco cómo finaliza y qué sucede con sus personajes principales; tengo muchos interrogantes que en los 6 capítulos restantes seguro conseguiría despejar. No es que se haya quedado a mitad de una trama emocionante, porque este cómic no tiene ese tipo de disposición, y además es pausado. Pero faltan datos. Deduzco que son los relacionados con el pasado lejano y el presente, pero no sé más.

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¿Merece la pena comenzar este tebeo a sabiendas de que no es posible leer los últimos capítulos? Ya lo creo que sí. La familia Poe, aparte de ser un clásico a reivindicar, resulta que es ameno y cuenta una historia de historias bastante buena. Es como una matryoshka, dentro de ella hay más y más y más. Eso sí, como shôjo primigenio, hay flores y pétalos al viento que embisten a traición continuamente. Lo digo por las alergias. Y tampoco es justo ni adecuado aproximarse a él con la típica actitud cínica posmoderna (qué lacra, dios mío). Es una obra del año 1972, juzgarla según nuestros parámetros de principios del s. XXI sería una tremenda gilipollez. Así que Poe no Ichizoku exige un poco de esfuerzo. No mucho, pero algo sí. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

MUAHAHAHA, paja mental, tags

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No, no tengo escáner

Este 25 de agosto el blog cumple dos añetes. No pensaba que el experimento fuese a durar tanto, la verdad. En realidad ni de coña. Tampoco sabía qué hacer para el día de hoy, así que he prestado atención a una voz insensata que me ha dicho: «¿ Y por qué no dibujas algo? Escribes sobre mangas, ¿no?». A falta de más ideas, he pillado los pilot que hay rulando por casa, un edding apestoso de los que intoxican cosa rica, y esto ha sido el resultado. No me lo tengáis muy en cuenta, que está realizado con amorrrrrrr.

Pero lo más importante: GRACIAS. Muchas gracias a todos los que aguantáis todavía mis bizarreces. Un abrazo.