Tránsitos

Tránsito XV: Bloodthirsty

Bueno, ya estamos definitivamente de regreso, y no se me ocurre una manera mejor que reengancharme con mi sección favorita de SOnC: mis amados Tránsitos. Porque el terror, el misterio y la truculencia son pura vida, camaradas otacos. Y después de unos meses bastante durillos, no puedo imaginar un retorno al hogar más estimulante que con una banda sonora de gritos desgarrados, tétricos clavicordios y carcajadas malvadas.  Porque eso es lo que vais a encontrar a continuación.

Ha sido reconfortante sumergirme en las cenagosas aguas de esta trilogía clásica del terror de Tôhô: Bloodthirsty. Completamente desfasada, esa es una de sus numerosas virtudes, sobre todo para aquellos que seáis fans del terror gótico más kitsch de la británica Hammer. Esta trilogía abominable está conformada por The Vampire Doll (1970), Lake of Dracula (1971) y Evil of Dracula (1974), las tres dirigidas por Michio Yamamoto con guion de Ei Ogawa. Y no, no tienen nada que ver entre sí, salvo por la temática vampírica y una macabra ambientación occidental.

Cuando los japoneses hacen suyo el legado cultural occidental, suelen suceder cosas bastante curiosas. Y si se trata ya del universo del terror, los resultados pueden parecer chocantes como poco. Al menos desde la perspectiva de esta parte del mundo. Y es que en Cipango han metabolizado nuestro pop para crear algo con vida y personalidad propias, nada que ver con nuestros amagos de turista a la hora de abordar Oriente, que suelen cebarse en un exotismo que roza la parodia. Japón nos ha asimilado bastante mejor, y los hijos de esa tremebunda digestión poseen ADN tanto oriental como occidental. Y una de esos innumerables vástagos es la trilogía que hoy nos compete: se trata de una quimera, un monstruo de Frakenstein donde las piezas del horror clásico gótico y del folclore japonés se han ensamblado con toda la ingenuidad que emana de una criatura recién nacida.

Así que lo primero que se debe tener en cuenta a la hora de visionar las obras que conforman Bloodthirsty es que son retoños de su tiempo, y que poseen todos sus encantadores defectos. Son el esfuerzo que realizó Tôhô por responder a la desbandada que se estaba produciendo en las salas de cine: la televisión drenaba sus espectadores. Daiei Films se declaró en bancarrota en 1971, así que Tôhô dio un paso adelante intentando ocupar su espacio en el terror. El enorme éxito taquillero de la Hammer era indudable, y otros países como España, Italia, México o Francia también se habían lanzado a crear sus propios films del mismo pelaje, por lo que Japón no iba a ser menos.  Y Bloodthirsty fue la visión del tándem Yamamoto-Ogawa del relato clásico de terror europeo. Toda una rareza, pues el experimento no se volvería a repetir hasta bastantes años después; aun así, su influencia es notoria en el posterior estallido del J-horror de los 90-2000s. Por eso debemos recordar que Bloodthirsty no es Netflix ni HBO, amiguitos, es otra cosa. Pertenece a otros tiempos, y su simplicidad forma parte de su fortaleza.

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¿Por qué despiertan, no obstante, cierto interés entre cinéfilos estas tres películas? Por la figura del vampiro. Japón es un país con un rico folclore en monstruos y demonios, fantasmas y espíritus vengativos. Los yôkai, yûrei y demás criaturas sobrenaturales se pasean con tranquilidad por las historias y vivencias de Cipango, con una carga de realidad que no poseemos en Occidente. Sin embargo, carecen del clásico vampiro o kyûketsuki, como lo llaman ahí. Lo han adoptado. Cierto que en su mitología existen criaturas con algunas características de los chupasangres, pero no son vampiros. Para Japón el vampiro es un fenómeno netamente extranjero, y es algo que, por cierto, queda una y otra vez recalcado en los tres films. Bloodthirsty es una especie de anomalía que despierta curiosidad no por su calidad, que es mediana, sino por su original forma de acondicionar el mito del nosferatu.

¿Fue esta la primera vez que se llevó a las pantallas de cine niponas al demonio hematófago por excelencia? Por supuesto que no, ese honor le pertenece a Onna kyûketsuki o Lady Vampire (1959), de Nobuo Nakagawa; aunque otros opinan que fue Kyûketsuga o Vampire moth (1956), del mismo director. Después se produjo un enorme vacío hasta la llegada de nuestros protagonistas de hoy; y de nuevo silencio absoluto hasta los años 90 (sin contar obras de animación como Vampire Hunter D, claro). De ahí la singularidad de Bloodthirsty en la historia del cine nipón aunque, por supuesto, su interés va mucho más allá.

Se trata de un trío de films que tienen lugar en un escenario contemporáneo, donde la modernidad y el terror decimonónico colisionan, en el que lo urbano y lo rural se enfrentan, donde superstición y racionalidad se encuentran y hacen las paces. Así que no solo las influencias de Terence Fisher o Roger Corman son evidentes con su regusto gótico; sino que hallamos con inusitada fuerza al Conde Yorga, vampiro (1970) de Bob Kelljan, incluso a nuestro entrañable Paul Naschy, al lujurioso Jean Rollin o Mario Bava. ¿Percibís cierto aroma a serie B? Es que Bloodthirsty es pura serie B. A pesar de Tôhô. Ya sabéis lo que hay.

The Vampire Doll (1970), también conocida como The night of the vampire, The Legacy of Dracula o Yûreiyashiki no Kyôfu: Chi o suu ningyô (algo así como «la muñeca sedienta de sangre de la casa encantada del terror»), es desde mi punto de vista, la más extraña y mejor construida de la trilogía. También la más sencilla, con una atmósfera onírica inquietante, hipnótica. Y no aparecen vampiros. Al menos no desde una perspectiva tradicional. Entonces, ¿a qué vienen esos títulos? Lo desconozco. Desde luego, el que más se ajusta a la obra es, como no podía ser de otra forma, el original japonés. The Vampire Doll tiene mucho de Edgar Allan Poe, de la claustrofobia de Psicosis (1960) y los recursos del horror occidental; sin embargo, cuenta una historia muy del gusto nipón. Impredecible pero trágica, con el melodrama a flor de piel.

Kazuhiko Sagawa hace bastante que no ve a su prometida por cuestiones de trabajo, por lo que decide ir a visitarla a su casa, una antigua mansión victoriana entre los bosques, apartada del mundo. Pero cuando llega ahí, descubre con estupor que ha fallecido en un accidente. Su madre, la señora Nonomura, una mujer taciturna y de mirada perdida, no le da demasiados detalles, pero lo invita a pasar la noche en la casa. Pasada una semana, la hermana de Kazuhiko, Keiko, está preocupada porque no tiene noticias de él. Convencida de que le ha pasado algo, decide acudir a la ominosa mansión acompañada de su novio, Hiroshi. Lo que en un principio parece un enigma sobre personas desaparecidas va creciendo hasta convertirse en algo inimaginable.

The Vampire Doll es una película corta, de apenas 70 minutos. Y sorprende que en tan poco tiempo sea capaz de narrar una historia tan sencilla pero con un desarrollo tan inesperado. Y aunque los medios no son espectaculares, la dirección de Yamamoto es rotunda y valiente. Por supuesto, el papel de los actores es esencial, y pese a que los personajes no son de gran complejidad, destaca la fabulosa interpretación de Kayo Matsuo como Keiko. Tanto en The Vampire Doll como en Lake of Dracula son mujeres las que llevan la mayor parte del peso de la película, y eso es de agradecer entre las habituales scream queens de la época, cuya iniciativa podría compararse al de un saco de patatas.

The Vampire Doll tiene cierta cualidad etérea que puede despistar al espectador occidental, porque entre la imaginería propia de la británica Hammer y sus clichés, se desliza un cuento de terror japonés, un clásico kaidan. Y para amenizar la historia, nada mejor que la banda sonora minimalista-gótico-yeyé de Riichirô Manabe, que tiene la virtud tanto de irritar hasta el infinito como de poner los pelos de punta. Esos clavicordios medio desafinados, que suenan como si los hubieran arrojado por unas escaleras abajo, son para no olvidarlos jamás; y brotan por doquier en cualquiera de las tres películas de Bloodthirsty, pues Manabe fue el compositor principal de todas ellas.

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Y tras el éxito que supuso The Vampire Doll, Yamamoto dirigió al año siguiente The lake of Dracula (1971), también conocida como Lake of Death, Japula, Dracula’s lust for blood o Noroi no yakata – Chi o suu me (algo así como «la mansión maldita: ojos sedientos de sangre»). Para ello contó con el elenco de secundarios de la película anterior y con Ei Ogawa al guion.  Y aquí, ¡por fin!, aparece un vampiro con toda la parafernalia: capa, ataúd, estacas de madera, colmillos, ojos inyectados en sangre, etc. Eso sí, sin acudir en ningún instante a elementos religiosos. Es Shin Kishida el que interpretará a un monstruo brutal, de poderes mesmerizantes y mirada salvaje que no articulará palabra hasta el final de la película. De nuevo la que impulsa la narración es el personaje femenino de Akiko, interpretado por Midori Fujita.

Akiko tuvo a los cinco años una vívida pesadilla que la ha perseguido hasta la edad adulta. Por eso, ya establecida en una casita junto al lago Fujimi con su hermana pequeña, decide exorcizar sus demonios pintando cuadros. Allí trabaja como la maestra del pueblo con tranquilidad, aunque la llegada de un extraño cargamento a la aldea empezará a viciar la atmósfera. Akiko, muy aprensiva, decide comentar sus inquietudes a su novio, Saeki, médico de un hospital cercano. Al principio intenta consolarla quitándole hierro al asunto, pero la llegada de una muchacha de la villa medio desangrada y catatónica a la clínica le hará cambiar de opinión.

Lake of Dracula tiene de provecho ese interés por el psicoanálisis que le otorga a la protagonista un fondo más redondo de lo esperado (aunque tampoco es para lanzar cohetes, ojo). La protagonista femenina representa el inconsciente, el pasado, las emociones; su novio, la racionalidad, el presente y la lógica. Un binomio bastante común en las películas de terror, pero que en este film se solventa de una forma fluida, sin conflicto. De hecho, la presencia de gore es prácticamente inexistente. Resulta meridiana la influencia del Dracula (1897) de Stoker, así como del culebrón gótico televisivo Dark Shadows, que ese mismo año finalizaría su emisión tras seis años en la ABC.

Resumiendo, Lake of Dracula es la historia de un trauma infantil que necesita solventarse al llegar la adultez. Pero, como todo producto típico japonés, hay más cera de la que arde y el melodrama desorbitado hará acto de presencia para explicar, en un desenlace que se precipita como un tobogán, una historia de demonios extranjeros y maldiciones familiares. Vale, tenéis razón, las peleas son ridículas, el recurso de los pájaros es más una caricatura que otra cosa y las caídas… ¡ay, esas caídas!  Es difícil reprimir la risa. Pero nadie dijo que esta trilogía no fuese de una candidez absurda.

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Evil of Dracula (1974) o Chi o suu bara (algo así como «la rosa sedienta de sangre») es el film que cierra la trilogía de Bloodthirsty. Es la más ambiciosa de las tres, la más compleja argumentalmente y que más personajes incorpora. Sin embargo, resulta la más floja también. Aquí además los personajes femeninos ceden su espacio a los masculinos, convirtiéndose en meros satélites sin ningún tipo de dinamismo ni capacidad de decisión. Sus preocupaciones se restringirán a los asuntos sentimentales, el amor y la belleza. Son el recurso sexual de una película cuyo pulso erótico es notable, sobre todo si lo comparamos con sus predecesoras.

El profesor Shiraki llega a un prestigioso internado femenino a impartir clases de psicología, donde el director, rápidamente, le informa de que pronto tomará su puesto, ya que su salud es frágil y la muerte de su esposa, en un accidente de tráfico, le impiden una dedicación plena. Shiraki se sorprende mucho de este ascenso forzado, pero su asombro irá a más tras sufrir una excepcional pesadilla, y todavía muchísimo más cuando conozca al médico del establecimiento, que lo instruirá sobre una serie de leyendas locales macabras que apuntan a unas misteriosas desapariciones entre las alumnas.

Evil of Dracula remite directamente a Lust for a Vampire (1971) de Jimmy Sangster. Sin más. Su dominio es diáfano. Y la que podría haber sido, por recursos y versatilidad, la mejor de la trilogía, se quedó en una amalgama grotesca en la que profesores recitan a Baudelaire como sonámbulos (concretamente El vampiro y La metamorfosis del vampiro), se realizan transplantes de cara al estilo troglodita y el argumento se embarra en un cieno incomprensible tratando de resultar sofisticado. Y es una pena, porque entre pezón y pezón, la digna interpretación de Toshio Kurosawa pierde su lustre. No obstante, sería injusto proclamar que Evil of Dracula es una bosta, porque la excentricidad japonesa siempre brinda sublimes momentos de poesía y bizarrismo, que en SOnC son bienvenidos con auténtico fervor.

Bloodthirsty es una trilogía solo apta para amantes de Japón y del terror clásico europeo. Una combinación que no se da en demasiadas ocasiones, por lo que su público objetivo es escaso. Si os atrevéis a catarlo, hacedlo con benevolencia. Es un producto entrañable a la vez que toda una rareza en la historia del cine nipón. No esperéis «pasar miedo» porque os sentiréis defraudados; Bloodthirsty es inocencia y chaladura, una trilogía donde los vampiros no son lo que parecen. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

animación occidental, tags

TAG: 10 respuestas para una vida más allá del anime

Pues estaba yo tan tranquila ojeando twitter, cuando observé que Jean de Laberinto Invernal había sacado una entrada dedicada a los dos primeros capítulos de esta (¡por fin!) nueva temporada de Samurai Jack. Al rato, Wanda de Entre sábanas y almohadas subió unos pics de la serie que estaba viendo en ese momento, Over the Garden Wall. Poco después, en el Gato Curioso me preguntaron por South Park. En un breve lapso de tiempo, surgían ante mis atónitos ojos tres de mis cartoons preferidos. Era una señal. Y me dije: «¿es posible que los otacos seamos capaces de ver otras series de animación que no sean japonesas?». La pregunta, ya de por sí imbécil, merecía una respuesta contundente: «¡Rayos, claro que sí!». La frontera, que parece más complicada de traspasar con los tebeos, en los dibujos animados se difumina. Así que cavilé (no mucho rato, la verdad, convertí la señal en excusa) una buena forma de irritar a los camaradas otacos con un tag.

TAG: 10 respuestas para una vida más allá del anime es simple, directo y no sirve absolutamente para nada salvo hacer perder el tiempo: ¿cuáles son tus 10 series de animación no-japonesas favoritas? Favoritas, no las que consideres mejores (es distinto). Series, que no películas o cortos. ¿Las tienes en mente? Muy bien, pues ahora piensa en 6 blogs que estén dispuestos a continuar dispersando este miasma. Voilà. Lo has logrado, ¡hay una existencia allende los dibujitos chinos que gozar! ¡Aleluya! Ya puedes copipastear esto.

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Mis 10 preferidas creo que son muy, muy conocidas. Ha sido difícil hacer la selección, pero me he dejado guiar por las tripas y no el intelecto. Las amo a todas sin ninguna objeción, y forman parte ya de mi vida. Junto a otras muchas, claro, pero esta decena es especial. Antes de comenzar, allá van los afortunados que tienen el (ejem) honor de estar nominados a tan insigne y novísimo tag:

Las series están en riguroso orden de preferencia. Por una vez lo he hecho así. No creo que vuelva a repetirse semejante fenómeno otra vez, no obstante. Si lees esto y te apetece hacer el tag, siéntete libre de realizarlo y nominar a quien te dé la gana. La única condición es que nombres la procedencia, lógicamente. Comencemos.


10 ✪  SOUTH PARK

South Park (1997-2016) es una de las series más irreverentes y políticamente incorrectas que ha parido la televisión. Tiene un humor que roza bastante a menudo el mal gusto y la pura grosería, pero de una manera inteligente, nunca ha dado puntada sin hilo. kenny South Park no es un mero exabrupto o un colosal eructo cuyo eco resuena en las montañas. Es ya historia de la animación, un clásico. También es verdad que no está dirigido a todo el mundo, y es necesario cierto talante para poder disfrutar de su comedia negra, y ese arte que imita los cut-outs de las producciones setenteras del este de Europa. Lo que me he reído con esta obra no lo sabe nadie. Ni Isis. Es simplemente magnífica.

9  ✪  THE WIND IN THE WILLOWS

He dicho que creía que todas eran muy conocidas, ¿no? Pues bueno, The Wind in the Willows (1984-1988) quizá no lo sea tanto. Esta serie británica, basada en el enorme clásico de Kenneth Grahame del mismo nombre (y que fue uno de los primeros libros que leí en mi vida), es una joyita del stop-motion y de la delicadeza. No he encontrado ningún gif adecuado, pero sí el primer episodio de la primera temporada. Los recuerdos que tengo ligados a esta pequeña maravilla son tan tiernos como la propia serie. Sus minuciosos detalles, las historias, la ejecución, el diseño de las marionetas… TODO es admirable en The Wind in the Willows.

8 ✪  BATMAN

Es la SERIE de Batman (1992-1995). Definitivamente. A pesar de que ha tenido más encarnaciones, la de Bruce Timm es la que más se ha acercado, al menos desde mi punto de vista, al Batman urbano detectivesco sin caer en lo camp. Oscuro, pero no ridículo. Poderoso, pero humano y vulnerable. batmanY sin recurrir al nihilismo recalcitrante de Nolan que, sin considerarlo malo (Luzbel me libre), se ha hecho algo cansino; y ha contagiado su saturnismo a otros superhéroes que no tenían nada que ver con esa clase de espíritu (véase Superman o Spiderman). El Batman de esta obra es equilibrado y vigoroso, más cercano al de Miller o Moore que otros que vinieron después. Un 10 para esta serie. Batman Beyond (1999-2001) en comparación se me quedó algo cojilla. Y eso que Timm le sacó un partido tremendo.

7 ✪  SCOOBY DOO, ¿DÓNDE ESTÁS?

Algunos de los dibujos animados de la lista se encuentra vinculados estrechamente a mi infancia. Es algo inevitable. Y, a pesar de que ya desde enana mostraba una preferencia muy clara hacia la animación japonesa, también había obras occidentales que me gustaban mucho. Es el caso de Scooby Doo, ¿dónde estás? (1969-1970). scoobyAún en la actualidad me veo un par de capítulos de vez en cuando, y pese a la barbaridad de años que han transcurrido desde su estreno televisivo, resultan llanos y divertidos. Anticuados (normal), pero frescos. Mis personajes favoritos eran (y son) Shaggy y Velma; Fred y Daphne, tengo que reconocerlo, me caían bastante mal. Pero todos ellos hacían un buen equipo para resolver misterios. Que eso era lo que más me gustaba de la serie, el descubrimiento y resolución de tramas y enigmas. Disfrutaba (y disfruto todavía) muchísimo viéndola. Más adelante, la llegada de Scrappy-Doo me fastidió un poco, porque nunca fue un papel que me gustara demasiado. Pero no hay problema, siempre nos quedará la etapa clásica inicial.

6  ✪ HORA DE AVENTURAS

Un clásico contemporáneo que me dolió lo indecible cuando comunicaron que iba a finalizar. ¡¿Por qué, por qué?! Todo lo que tiene un principio, tiene un final. Hora de aventuras (2010-2018) es de los dibujos animados más originales y delirantes que he visto nunca. Una parodia de los cuentos infantiles, por eso tanto niños como adultos son capaces de entretenerse con ella. ¡Y mucho! No existen tantas obras que puedan trabajar a diferentes niveles. Me siento afortunada de poder haberla seguido mientras se emitía, ser contemporánea de ella. Hora de aventuras es como el puntillo que se coge cuando se bebe cerveza, alegre, dicharachera, irónica y luminosa. ¡Ay, qué penica que vaya a acabar!

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5 ✪ BEAVIES AND BUTT-HEAD

Beavies and Butt-Head (1993-2011) era una serie sobre dos adolescentes de lo más cafre y borrego que os podáis imaginar. Muy listos tampoco eran. bbPero esos comentarios mongólicos sobre los vídeos musicales que veían, su limitado lenguaje basado en gruñidos, risitas tontas y balbuceos, los líos en los que se metían continuamente por tocar las narices al personal, etc, tienen un lugar en mi kokoro por su perfecta representación del típico adolescente asocial con evidentes problemas neurológicos. Formaban una pareja tan patética como hilarante. Me hice con todos sus cómics, que publicó Marvel en España (los tengo a buen recaudo), y aunque no añadían nada de particular a su ristra de astracanadas cotidianas, siguen aún siendo muy entrañables. Dos vírgenes idiotas, a rebosar de hormonas y malicia, no pueden traer nada bueno. Para nuestro deleite televisivo, claro.

4 ✪ OVER THE GARDEN WALL

Más allá del jardín (2014) es todo lo que los cuentos infantiles deberían ser. Con un toque de ferocidad y esa elegancia burtoniana tan comedida. Siempre es otoño en Over the garden wall (mi estación preferida), una época del año que llama a la reflexión, donde las sombras crecen. El creador es Patrick McHale, que también trabajó en Horas de Aventuras, así que cuando me enteré de este nimio detalle, no tardé mucho en sumergirme en sus bosques tenebrosos. Amo esta serie. Es divertida, surrealista y profunda, un Maravilloso mago de Oz (1900) pervertido con ternura. Y encima es musical. Lo único malo que tiene es que resulta demasiado breve, solo diez episodios. Ains.

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3 ✪ SAMURAI JACK

Samurai Jack (2001-2017 ) es otro de esos clásicos contemporáneos que nadie, absolutamente nadie, con un mínimo de interés en los dibujos animados, debería perderse. El año pasado tenía planeado escribir una reseña sobre sus primeras temporadas, samuraijackademás creo recordar que algunos lectores votasteis esta opción en la pertinente encuesta que hice en twitter. Pero el disco duro donde la tenía se fundió y desapareció junto a diverso material inencontrable (todo bastante antiguo, y si digo antiguo quiero decir de principios del s. XX) que ya no podré volver a recuperar… porque no se vende en ningún sitio. Fue un golpe duro, me cagué mucho en los antepasados de Toshiba, pero las cosas suceden así. Quizá más adelante la escriba, pero prefiero terminar de ver ¡la actual temporada de Samurai Jack! ¡Ha vuelto, ha vuelto! Jack is back!

2 ✪ AEON FLUX

Sobre Aeon Flux (1991-1995) escribí largo y tendido en esta entrada, así que no voy a añadir mucho más. Al igual que Beavies & Butt-Head, representa una época dorada en la MTV que, oteando el actual horizonte, parece increíble que haya existido en algún momento. Pero así fue, la gran M estuvo a la vanguardia en muchos aspectos. Y luego se fue a la caca. Larga vida al reality show, larga vida a la cochambre televisada. Junk food para la mente.

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1 ✪ EL SHOW DE LA PANTERA ROSA

El show de la Pantera Rosa (1969-1976) es una obra maestra. Es, por ejemplo, todo lo que yo no soy: elegante, sofisticada, ingeniosa, sutil, divertida… por eso la amo con locura. Es el «menos es más» de van der Rohe elevado a la surrealista potencia. Una maravilla sin diálogos donde la música de Henry Mancini lleva la batuta; un rosario de gags de comedia sencilla pero chispeante. pinkpantherY el arte, ¡ah, el arte! Todo en El show de la Pantera Rosa es de un minimalismo estentóreo. Es curioso cómo las casualidades se convierten en imprescindibles de forma involuntaria. Porque aunque la película donde apareció por primera vez, The Pink Panther (1963), merece un vistazo (o más), ese diamante felino que solo tenía un propósito decorativo, se convirtió en un icono pop que la superó en fama. Y bien merecida. Mil gracias, Freleng y DePatie, por esta criaturita tan singular


Podría haber colado también Vaca y Pollo, Looney Tunes, Ren & Stimpy, PopeyeEl laboratorio de Dexter, Dragones y MazmorrasLas Supernenas, Los Simpsons… pero los que he puesto han significado más para mí. Y, exacto, he procurado ser breve. Esa es la intención del tag, no dar excesivas explicaciones, sino lo justo para aclarar las decisiones tomadas. Directo y conciso, las propias elecciones deberían ser ya lo suficientemente elocuentes. Espero no haberos aburrido mucho y que así hayáis conocido algo más sobre mí.

A los nominados: no es obligatorio realizar el tag, tampoco hay una fecha límite (solo faltaría). Sin embargo, no voy a negar que me gustaría verlo circular y saber así más de lo que se cuece, fuera del anime, en las cabecitas de otros camaradas otacos. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

cine, largometraje, literatura

Amor entre doncellas

Creo que a todo el mundo le sucederá algo similar. Cuando llevas mucho tiempo esperando algo, siempre se teme que vaya a salir todo mal en el último momento. Es una sensación que experimento a menudo, y en este caso me inquietaba una posible gran decepción por varias razones. Así que, en cuanto he podido, me he tirado a la piscina para salir de dudas: cagarme en todo lo cagable o disfrutar como una bellaca. Como podéis comprobar, no acepto términos medios. Y es que si este tipo de obra cae en lo tibio, se convierte por obligación en una boñiga pestilente. No hay más.

¿Y cuál es mi conclusión? The Handmaiden (2016) ha cubierto mis expectativas con creces. Es más, me ha encantado. Había leído la novela en la que está basada, Fingersmith (2002) de Sarah Waters, que me gustó bastante; y vi también la estupenda miniserie de dos episodios que la BBC realizó en 2005. Pero mi interés por la película creció todavía más cuando me enteré de que el director iba a ser Park Chan-wook. Este hombre es responsable  de una de mis comedias románticas favoritas. Aclaro un par de cosas: detesto la comedia romántica moderna y me parece uno de los géneros cinematográficos que más insultan la inteligencia. Pero I’m cyborg, but that’s OK (2006) es harina de otro costal. Os la recomiendo con fervor y entusiasmo, incluso quizá más adelante me anime a hacerle una reseña (lo merece). Reconozco que Stoker (2013), lo último a lo que le eché el diente de este director, me dejó un poco fría, por eso temía que el libro de Waters pudiera quedarle en su adaptación algo incoloro pero, ¡bien lejos de la realidad!

Me avergüenza pensar que lo que he creído que era el libro secreto de mi corazón esté impreso, después de todo, con tan mísera sustancia como ésta… que ocupe su lugar en la colección de mi tío. Salgo del salón todas las noches y subo despacio la escalera, golpeando contra cada peldaño los dedos de mis pies calzados. Si los golpeo todos por igual, estaré a salvo. Después permanezco a oscuras. Cuando Sue viene a desvestirme, me propongo sufrir su contacto fríamente, como pienso que un maniquí de cera sufriría el contacto rápido e indiferente de un sastre.
Sin embargo, hasta los miembros de cera ceden por fin al calor de las manos que los levantan y los colocan. Llega una noche en que, finalmente, me entrego a las de ella.

Sarah Waters escribió una novela de misterio ubicada en plena Época Victoriana, con un bonito romance lésbico de telón de fondo, y una historia que esconde asuntos muy, muy turbios. Comienza y finaliza casi como una obra dickensiana, aunque profundiza en una oscuridad que el de Portsmouth no llegó a rozar jamás. Fingersmith la relacionaría más con Emily Brontë por la crueldad que emana, pero también tiene mucho de Henry James. Está estructurada de tal manera que ofrece la perspectiva, siempre en primera persona, de las dos protagonistas principales: la ladronzuela Susan Trinder y la rica heredera Maud Lilly. La enjundia que aporta esa doble visión, tanto en el argumento, la dinámica o la psicología de los personajes, es impepinable. ¿Respeta este zócalo Park Chan-wook? A rajatabla, de no haberlo hecho se habría cargado la película. Su esqueleto, aunque no es estrictamente lineal, no comporta ningún tipo de dificultad. Es más, esa particular disposición es necesaria y le brinda frescura.

Si tenéis pensado ver el film, manteneos bien alejados del libro y la miniserie. Solo me puedo imaginar otra forma de haber gozado más de esta cinta: no saber nada sobre su historia. Es un consejo bienintencionado por mi parte. Si ya la conocéis, ¡que no cunda el pánico! Aunque os daréis inmediatamente cuenta del porqué de la sugerencia.

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Lógicamente, Park Chan-wook no podía adaptar la totalidad de la novela. Ninguna película puede, son lenguajes distintos, y la traslación de un medio a otro tiene sus inconvenientes y ventajas. Las ventajas son, sobre todo, las que añadan de su propia cosecha el director y el guionista, y en The Handmaiden lo han hecho tan requetebién que podríamos decir que estamos delante de una obra distinta en apariencia.

Lo primero que llama la atención es que ya no tiene lugar en la Inglaterra del s. XIX, sino en la Corea ocupada por Japón del s. XX. El esfuerzo por mudar la Europa decimonónica a la indiosincrasia de este país es notable y de resultados sobresalientes, porque además han recreado una especie de híbrido, una Asia Oriental bastarda colonizada por Occidente muy realista. Sue se llama Sook-hee, y Maud es Izumi Hideko; Mr. Rivers es el Conde Fujiwara y el infame tío Christopher Lilly es el igualmente ruin tío Kôzuki. Pero voy a detener las comparaciones entre libro y película ya. Va a resultar complicado, pero no me parece justo porque el film por sí mismo vale su peso en oro. Park Chan-wook le ha otorgado un aire de ferocidad refinada que en gran pantalla crece, crece y crece.

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Sook-hee (Tae-ri Kim) es una muchacha huérfana que ha vivido toda su vida entre pequeños rateros, falsificadores y delincuentes de poca monta. Ella misma es hija de una ladrona que murió en la horca al poco de darle a luz, pero su vida está a punto de cambiar por completo con la propuesta de un colega estafador (Jung-woo Ha). Este conoce una extraña y adinerada familia japonesa cuya heredera parece un objetivo fácil al que engañar, Lady Hideko. Tiene pensado hacerse pasar por un aristócrata japonés, el Conde Fujiwara, casarse con ella y luego encerrarla en un manicomio. Para ello solicita la ayuda de Sook-hee, pues si trabaja como su doncella puede manipularla para inclinar su corazón hacia él. En principio parece una tarea limpia, sencilla y con mucho dinero como recompensa, por lo que nuestra chica accede. Aunque su llegada por la noche a la mansión, de peculiar estilo anglojaponés,  ya le hace barruntar que tanto el lugar como sus habitantes no son normales.

El señor de la casa y tío de Hideko es un coreano japonófilo («Corea es feo, Japón hermoso», dice) obsesionado con la literatura erótica nipona. Es un coleccionista de todo tipo de artefactos relacionados con la libido, y esconde un espíritu tan sórdido y egoísta en su interior que llegó a provocar la misteriosa muerte de su esposa. Fue gracias a ella, que era una noble japonesa arruinada, que logró la ciudadanía nipona. Adoptó su apellido (Kôzuki) y así representa su farsa vital de ser japonés. Realiza exclusivos recitales en la mansión, donde otros coleccionistas japoneses pueden disfrutar de la exquisita declamación de Hideko y comprar obras. ¡Ay, la pobre Hideko! Respira dentro de una jaula de oro, hermosa y solitaria, como una muñeca de porcelana. Lleva una vida triste, amedrentada por su tío que desea casarse con ella para tomar su fortuna. La sombra del ¿suicidio? de su tía y la culpabilidad por la muerte de su madre la atormentan también. Conforme pasan los días Sook-hee se percata de que el plan no va a ser tan fácil de llevar a cabo, sobre todo porque sus propios sentimientos la hacen tropezar. Empieza a sentir cierta compasión por Hideko, compasión que irá derivando hacia el deseo y el amor.

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The Handmaiden es una película difícil de clasificar, pues comparte características de diversos géneros. Para mí eso es maravilloso, pues no hay nada que me guste más que las obras que se atreven a salir de las fronteras de la conveniencia y ser ellas mismas. No estoy diciendo que The Handmaiden sea especialmente rompedora o iconoclasta, porque no lo es. Pero sí es audaz en muchos aspectos, y aunque se trata de una película sin ninguna duda comercial, no se ha dejado encorsetar.

En primer lugar podríamos decir que se trata de un drama histórico o period drama. Lo es. También es un thriller como la copa de un pino, con unas vueltas de tuerca apoteósicas. Muy cierto. Hacia el final, Park Chan-wook se desata un poco con los personajes masculinos e introduce unas gotitas de humor y gore. Verdad. Y, por supuesto, The Handmaiden es una película erótica. Mucho. Pero es un erotismo oriental que, a pesar de que es explícito, posee una delicadeza y elegancia que en Occidente son muy raras. Es shunga hecho celuloide. Y es interesante señalar que el alto contenido sexual, con escenas muy categóricas, no se apodera del espíritu del film. Eso habría sido lo más cómodo, dejarse llevar por el morbo que suscita una relación lésbica y las parafilias del déspota Kôzuki. A pesar de que tienen su peso (y no poco además), ese no es el quid de The Handmaiden.

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La doncella resulta opulenta y sutil, con una atmósfera gótica preciosa. La dirección artística es muy sensual, de envoltorio distinguido y extremadamente meticuloso. Solo por eso ya deslumbra, pero hay más, claro. Es curioso como Park Chan-wook plasma las relaciones heterosexuales como la dominación e imposición de la voluntad masculina sobre la femenina; relacionándolas con el dolor, físico y mental, y la reclusión del alma. No hay amor en ellas. Sin embargo sí brota entre Sook-hee y Hideko, de forma libre e inesperada. Un sentimiento entre iguales a pesar de la disparidad social.

Los personajes, interpretados con mucho esmero, se van desplegando gradualmente entre una paz engañosa y la sorpresa. Sobre todo los de ellas, la riqueza de matices y la profundidad que llegan a alcanzar es maravillosa. Son muy humanas, contradictorias y tiernas. El Conde Fujiwara se mueve entre el papel de galán clásico con alma de truhán, y el filósofo estoico que acepta las jugadas del destino con elegancia. No tiene corazón, pero sabe cómo proceder adecuadamente hasta el último momento. Un encanto. Kôzuki tiene algo de caricatura, un ser deleznable absorbido por las fantasías de su ego y una idea de la sexualidad enferma que lo mantienen alejado de la realidad. Un destructor de la vida, propia y ajena.

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Hay numerosos detalles truculentos, quizá emparentados con el Ero guro nansensu de la época que escenifica. Park Chan-wook ha sabido ensamblarlos con tino y cierta ironía también. Lo único que le puedo echar en cara a esta película es que existen algunos vacíos y preguntas que no se responden. Si se lee la novela (maldita sea, ¡he dicho que no iba a comparar!) no surgen, eso también es verdad. Quizá el director decidió hacerlo así para conceder al film algo de ingravidez, qué sé yo. Aun así, no lo considero nada serio, en conjunto es una obra redonda.

Cuando terminé de verla me pregunte a quién podía ir dirigida esta película, porque es bastante especial. Fractura un poco esos compartimentos estanco en los que solemos meter según qué obras. Un amante de los period dramas quizás considere que es un café demasiado cargado para su gusto; un fan del thriller probablemente piense que, por su aspecto, tiene más de film para señoras que de suspense. Un otaco promedio ni se planteará verla, demasiado adulto todo. Y el público occidental general acaso vea demasiados chinos pululando y sospeche aburrimiento. Y ya ni hablamos del prejuicio que puede generar el hecho de que se trate un romance gay, no el clásico heterosexual (aunque son chicas, eso da morbo, ¿no?).

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Una podría pensar que tiene unas cuantas papeletas para que pase sin mucha pena ni gloria por los cines. Pero nunca pierdo la fe en el ser humano (mentira) y espero que The Handmaiden se convierta en un bombazo. O por lo menos tenga algún tipo de reconocimiento, porque creo que lo merece. ¡Quiero contribuir a su difusión con una estúpida reseña en un blog que no leen ni 50 personas al día! ¡Viva! Por mí que no quede. Ah, no sé si lo había dejado claro, pero os la recomiendo. Es una de mis películas preferidas de este 2016. Casi ná. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

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Japan in Terror: 5 libros para hacerse caquita (o no)

Ojalá supiera más de cultura japonesa.

Ojalá hubiera leído más libros de Japón y sobre Japón.

Ojalá fuera inmortal y multimillonaria, porque así tendría el tiempo y los recursos para documentarme a conciencia sobre Cipango (y millones de cosas más, claro).

Pero como no soy, ni sé, ni tengo lo expuesto, esta es la única lista que puedo confeccionar. Una lista con 5 libros dedicados al terror. Sí, es un género que me entusiasma, uno de mis favoritos porque invoca nuestras emociones más primarias y lo irracional siempre tiene su fascinación. Habría incluido también a Shirô Hamao o a alguno de los que aparecen en esta entrada, pero he preferido diversificar.

Son cinco libros de autores, épocas y estilos muy diferentes. Cinco maneras distintas de enfocar y sentir lo horrible, el espanto, el misterio. Y con intensidades también variables. Dentro del género creo que hay para todos los gustos, así que deseo que por lo menos uno te atraiga lo suficiente para leerlo. Estaría genial. Y si no es así… pues qué le vamos a hacer. A otra cosa, mariposa.

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¿Quién no conoce Battle Royale (1999) de Kôshun Takami? Como mínimo la película y su secuela tienen que sonar. Es uno de esos bestsellers que se comprende perfectamente que llegaran a convertirse en tal fenómeno. Pero no nos emocionemos tampoco tanto, el que haya leído El Señor de las Moscas (1954) de William Golding o La larga marcha (1979) de Stephen King, reconocerá el mismo compás. Y no es algo malo en realidad, las influencias son beneficiosas si se crea a partir de ellas algo nuevo, como es el caso. De hecho el resultado es bastante más recomendable que Los Juegos del Hambre (2008), que sospechosamente posee tantas similitudes con la obra de Takami. Aunque no voy a entrar en ese barrizal ahora ni en el futuro. Paso.

Teniendo de base la clásica ucronía de la Segunda Guerra Mundial, Battle Royale es un engendro salvaje, extraño y paranoico; con la violencia cruda del pulp y un retorcido darwinismo social que disfraza una filosofía amoral y déspota. El existencialismo de Sartre también encuentra su lógico lugar en esa pequeña isla donde unas decenas de adolescentes se enfrentan a la muerte, completamente aislados, buscando el verdadero significado de la vida. Profundo, ¿eh? pues es lo que hay en Battle Royale y más.

El gran Takeshi Kitano
El gran Takeshi Kitano

El totalitarismo rige la República del Gran Oriente Asiático. La subversión se halla en todo aquello perteneciente a los enemigos del Estado, como «los americanos imperialistas». La obediencia y sumisión son indispensables, la disidencia castigada con la muerte. Para evitar divergencias entre la población, se lleva a cabo el Programa de Experimentación bélica nº68, cuya verdadera intención es controlar mediante el miedo y el terror. Una vez al año, 50 clases de tercer curso de secundaria son seleccionadas al azar. Los alumnos de cada centro escolar son trasladados a un espacio incomunicado donde se les suministran armas. ¿Para qué?  El objetivo es eliminarse unos a otros hasta que solo quede un superviviente. Al finalizar el «experimento», el vencedor sale por la tele, recibe un pensión vitalicia y una foto con la dedicatoria del Gran Dictador. Nadie sabe cuáles han sido los institutos escogidos hasta que el evento casi ha terminado. Todos los años millones de personas sufren con pavor el que un miembro de su familia, un amigo, un conocido, sea elegido para morir de una manera injusta y atroz.

Pero esta vez algo es distinto. Ha habido una extraña filtración, una intrusión que el Estado todavía no ha sabido identificar. Aun así, prosiguen con el «experimento», y en la isla de Okishima reúnen a los 42 alumnos de la clase 3ºB del instituto Shiroiwa. Los equipan con material de supervivencia, a cada uno con diferentes instrumentos además; les colocan un collar explosivo, que los controla y vigila para que no rompan las normas… y los sueltan. No pueden negarse a matar, no pueden esconderse o quedarse quietos en el mismo lugar, no pueden acceder a ciertas áreas, que conforme pasa el tiempo aumentan. No hay salida, es matar o morir.

A Hiroki siempre le había sobrecogido cómo una chica de tercero de instituto podía ser tan despiadada. Al parecer resultaba que había adquirido la mentalidad de un adulto desde mucho tiempo atrás. La mentalidad retorcida de un adulto… no, sería más ajustado decir la mentalidad retorcida de una chiquilla.
La sangre bajaba empapando la manga hasta el Colt del 45, y luego empezó a gotear desde la embocadura del cañón como una delgada línea roja, formando sin hacer ruido un charco sobre un montón de hojas secas a sus pies.

Me llama mucho la atención esa docilidad casi inmediata que presentan los estudiantes al afrontar una situación extrema que ha sido totalmente impuesta, atropellando sus voluntades. Claro que hay una minoría rebelde, pero es eso: minoría. De 42 estudiantes se pueden contar con los dedos de una mano los que no aceptan estas circunstancias abusivas. Es muy evidente que Takami está haciendo una crítica feroz al tate shakai y al arraigado espíritu colectivo de la sociedad japonesa. Aunque el autor introduce con pinceladas muy definidas a cada uno de los estudiantes, con sus propias características y peculiaridades, no dejan de ser marionetas que representan un papel muy concreto. No hacen nada por sublevarse y cumplen obedientemente con lo que se espera de ellos. Aunque son personas individuales, con sus vivencias y sentimientos, no dejan de ser y actuar como meros números. No todos, claro. El trío conformado por Shûya Nanahara (estudiante masculino nº 15), Noriko Nakagawa (estudiante femenina nº 15) y Shôgo Kawada (estudiante masculino nº 5) será el centro de gravedad en torno al cual orbitará la historia.

Battle Royale es ágil y engancha con rapidez. No es la mejor novela de terror del universo, pero ofrece buen entretenimiento si no se es demasiado remilgado. Aparte de las escenas explícitas donde los sesos vuelan por los aires y la sangre fluye como el río Congo, tiene un trasfondo con más enjundia de la esperada. Hay violencia, sí. Hay muertes gratuitas, sí. Hay humor negro, bastante. Pero también hace reflexionar.

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En esta entrada, dedicada a la película de Kenji Mizoguchi, ya hablé un poquito de este libro. Si no tenéis muchas ganas de acudir al enlace y leer ese amago de crítica cinematográfica, os duplico a continuación el contenido de interés literario. El título original es Ugetsu Monogatari y tiene no poca trascendencia su significado: Ugetsu es una palabra que designa una luna brumosa de fulgor pálido, rodeada de nubes cargadas de lluvia. Ese momento en el cielo está relacionado con la aparición de seres enigmáticos y fabulosos en la tradición asiática. Monogatari lo podríamos traducir como historia, leyenda, cuento.

Cuando salió a buscar el lugar cerca del porche donde le había dicho el abad que se sentara, encontró un hombre en la penumbra con el pelo y la barba tan enredados que resultaba imposible saber si era un monje o seglar. Las malas hierbas se enroscaban alrededor de él, hojas plumadas se mecían sobre su cabeza, y entonces murmuró algo casi inaudible, con voz tenue no más fuerte que el zumbido de un mosquito:
«La luna brilla en el río, el viento susurra entre los pinos.
La larga noche, el claro crepúsculo, ¿para qué son? «

El capuchón azul

Cuentos de lluvia y de luna (Trotta, 2002) es un libro de relatos, nueve en total, del escritor Ueda Akinari (1734-1809) y publicado en 1776. Creo que no voy a insistir mucho en la relevancia de este autor en la literatura japonesa, pero se trata de una de sus figuras clásicas más importantes. Este caballero, por sus circunstancias vitales, tuvo un profundo apego a todo lo místico y sobrenatural plasmándolo, lógicamente, en su obra. Se podría decir que Ueda Akinari fue un pionero de la weird fiction en Japón y su libro más célebre, este Ugetsu Monogatari, no deja de ser una recopilación de cuentos góticos o kaidan. Y de los más importantes en las islas. La influencia china no podía faltar, en realidad son adaptaciones de relatos de la Dinastía Ming (1368–1644) pero acomodadas enteramente a Japón y, sin duda, embebidas de su espíritu poético y emocional, alejado del racionalismo del Continente. Ya imaginaréis que, a pesar de que fue un escritor dirigido a un sector creciente y educado de la población (la Edad Media ya quedaba atrás), conformado por comerciantes y pequeños burgueses (chônin), su influencia y trascendencia no ha sido, por eso mismo, pequeña. Grandísimos autores como Jun’ichirô Tanizaki (1886-1965), Ryûnosuke Akutagawa (1892-1927) o Yukio Mishima (1925-1930) le rindieron pleitesía y es, sin duda, una de las figuras más influyentes en la literatura japonesa del s.XX. Como no podía ser de otra forma, Lafcadio Hearn (1850-1904) también adaptó en sus obras algunos de sus cuentos.

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Ugetsu Monogatari (1953) de Kenji Mizoguchi se basó en los relatos «La cabaña entre las cañas esparcidas» y «La impura pasión de una serpiente».

Como casi toda recopilación, hay narraciones que gustan más que otras; que sorprenden menos o que calan más. Cuentos de lluvia y de luna, sin embargo, personalmente me ha parecido homogéneo en ese aspecto. Algunos son (sobre todo el primero) más complejos que otros, pero los nueve tienen ese trasfondo ético y moral que imparte una enseñanza, lo que podríamos considerar en Occidente parábolas, pero que en Japón se llamó yomihon. Los nueve presumen de un estilo elegante, comedido, muy distinguido; una maravillosa muestra de ese ideal estético del miyabi.

Los relatos de la edición de Trotta son «Shiramime», «Cita en el día del Crisantemo», «La cabaña entre las cañas esparcidas», «Carpas como las soñadas», «Buppôsô», «El caldero de Kibitsu», «La impura pasión de una serpiente» y «El capuchón azul». Son clásicos. Y como tales, no solo hablan del encuentro del ser humano con lo extraordinario, sino que profundizan en la naturaleza del hombre y la disecciona. Como siempre suelo repetir cuando trato obras antiguas, no es inteligente enfrentarse a ellas desde una perspectiva contemporánea. Ugetsu monogatari fue creado en el s. XVIII, y en él encontraremos ese contexto (que es necesario conocer un poco para comprender ciertas cosas) y una visión del mundo que pertenece exclusivamente a esa época. Si se tiene en cuenta esto, sin duda los que amen el folclore japonés y la faceta más tradicional del país, hallarán en Cuentos de lluvia y de luna un auténtico tesoro.

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Este libro tardó un poco en ganarme, pero conforme iba avanzando en su lectura, no me quedó otro remedio que reconocer la gran labor de investigación periodística que realizó Richard Lloyd Parry para su creación. No soy muy amiga de la prensa de sucesos y suelo evitar todo lo que puedo el amarillismo, porque me parece una de las formas más insultantes de manipular información. Y cada vez está más extendido, pero ese ya sería otro tema. He seleccionado este People who eat darkness no ya solo por la historia, que es real, sino por reivindicar un poco el género periodístico que tan denostado se encuentra dentro de la literatura. Es cierto que hay mucho cabestro que parece que le hubiera tocado el grado de Ciencias de la Información en una tómbola de Cantorrodao del Cascote. Es el medio donde más se maltratan las letras. No obstante, existen profesionales en el gremio que lo dignifican; en España se me ocurren Antonio Salas o Juan Soto Ivars (cada uno en su estilo), y en el caso del Reino Unido tenemos, por ejemplo, al autor de este libro: Richard Lloyd Parry. Es editor jefe de la redacción asiática de The Times y lleva trabajando como corresponsal en Tokio desde 1995. A causa de su trabajo y nacionalidad, vivió de manera muy cercana todo lo referente a la desaparición de la joven británica Lucie Blackman en el año 2000. Cubrió la noticia, que tuvo repercusión mundial, y diez años después decidió escribir en más profundidad sobre ello.

Lucie Blackman
Lucie Blackman

Lucie y su mejor amiga Louise deciden, por circunstancias personales y económicas, ir a trabajar unos meses a Japón como hostesses o chicas de compañía. Son dos muchachas de clase media inglesas de 20 años, con ganas de vivir la vida y conseguir además algún dinerillo extra con esta experiencia puntual. Louise tiene un contacto en Tokio que le asegura que el trabajo es relativamente simple y el sueldo alto. Así que, ilusionadas aunque con ciertas reticencias familiares, vuelan hasta allí. Su primer gran viaje… y a un lugar tan distinto y ajeno a Sevenoaks como jamás podrían haber imaginado: se topan con una especie de Enter the void. La shithouse, como Lucie bautiza a su nuevo hogar, no es ni mucho menos idílica; y se dan cuenta de que subsistir en una de las ciudades más caras del planeta es difícil. Aun así, tras un primer mes duro, Lucie y Louise se han adaptado a su vida en Roppongi, el distrito gaijin por antonomasia. Nuestra protagonista incluso ha encontrado el amor en un guapo texano que la corresponde, y su trabajo en el club Casablanca va bastante bien. Los clientes son hombres de negocios de mediana edad que no las han puesto en ningún aprieto serio; y logran disfrutar además de nuevas amistades. Pero eso pronto va a cambiar. Lucie avisa a Louise de que tiene una salida con un cliente el 1 de julio. Nada sospechoso. Un cliente que le ha regalado incluso un teléfono móvil, conduce coches de lujo y la va a llevar a comer. Tras una última llamada desde un apartamento en la costa, Louise no volvería a escuchar la voz de Lucie jamás.

“At first they didn’t take it all that seriously,” one person close to the investigation told me. “It was just another girl who had gone missing in Roppongi. In Tokyo, girls go missing quite often—Filipinas, Thais, Chinese. It’s impossible to investigate them all.” What marked this case out from others was not merely the nationality of the victim, or the identity of her former employer, but the intense external pressure that quickly came to bear on the police.

La familia de Lucie decidió acudir a los medios de comunicación al ver que la policía tokiota no estaba a la altura de la circunstancias. Nadie ponía interés real, la investigación no avanzaba, no se sabía nada salvo que Lucie había desaparecido. Una llamada sospechosa a Louise de un desconocido que hablaba de una secta religiosa emponzoñó todavía más el asunto. En cambio la reacción de la prensa internacional fue colosal, para bien y para mal.

People who eat darkness (2011) no es solo la crónica del asesinato de Lucie Blackman. El autor nos ofrece una panorámica muy amplia, completa y escrupulosa. Por supuesto que explica con detalle quién era Lucie, su familia, sus amigos; qué la llevó a trabajar en Tokio como chica de compañía, cómo era su vida allí, qué sucedió hasta su desaparición. Pero también la psicología, el intrincado contexto social y político del momento, el choque cultural, cómo se coordinó el asunto desde la Policía Metropolitana de Tokio, quién fue su asesino, sus motivaciones. Un complicado engranaje que Parry plasma con objetividad y procurando explicar al lector occidental las características más destacadas de la sociedad y cultura niponas, sin caer en embrollos. No lo tenía fácil, pero lo consiguió. Mediante un inglés pulcro y sencillo, Parry escribió un auténtico descenso a los Infiernos.

[She] had quickly discovered one of the defining features of life as a foreigner in Japan and the reason it attracts so many misfits of different kinds: personal alienation, that inescapable sense of being different from everyone else, is canceled out by the larger, universal alienation of being a gaijin.

Creo que es importante aclarar que, aunque Lucie Blackman trabajara en ese enmarañado submundo del Mizu Shôbai, nunca se llegó a prostituir. Tampoco su amiga Louise. Si lo hubieran hecho, el crimen NO habría sido menos execrable, debo añadir. El negocio de las chicas de compañía es muy especial en Japón, una especie de nuevas geishas que están ahí para paliar la soledad y el aburrimiento mediante conversación y unos tragos. Nada a priori ilegal y que además tiene cierta tradición social. Pero cada persona es un mundo y sus necesidades también.

People who eat darkness no ha sido todavía publicado en español. O al menos no tengo noción de ello, así que el texto solo está disponible en inglés. Es accesible y de lenguaje directo, muy fácil de leer. Aunque no lo considere una obra maestra, sí es un documento interesante y estremecedor, que no se enreda en sentimentalismos sino que propone una visión aséptica y lúcida de lo acaecido. Un recorrido por un Japón fascinante y repulsivo al mismo tiempo; con un ritmo apropiado y que en general sorprende, ya que muestra que la maldad humana no tiene fin, siempre va a más. No creo que los estómagos delicados lo pasen especialmente mal leyendo People who eat darkness, pero requiere de cierto temple. Lo que Parry cuenta no es fácil… y da miedo. Miedo de verdad.

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Podría haber elegido cualquier otro relato o compilación de Edogawa Rampo, pero me hace ilusión El extraño caso de la Isla Panorama (1926) porque Satori recién lo ha sacado del horno este pasado mes de abril. Y qué narices, prefiero escribir sobre él ya que me ha deslumbrado. Isis da fe de ello.

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Isis, testigo de mi amor hacia Edogawa Rampo

Lo bueno de los anime es que a veces sus creadores ayudan bastante a que nos familiaricemos con la tradición y cultura de su país. Esta temporada de primavera 2016 están emitiendo la serie Bungô Stray Dogs, donde sus protagonistas son (casi) todos literatos importantes japoneses. Entre ellos no podía faltar Edogawa Rampo. POR SUPUESTÍSIMO, SEÑORES. No voy a hablar de la serie que he abandonado, recuperado y vuelto a abandonar no por su falta de calidad, sino por mis eternos problemas con el sentido del humor que se gasta. Pero creo que para un espectador de anime algo espabilado es una oportunidad de oro para conocer no solo a Rampo, sino a otros más que han hecho del mundo un lugar infinitamente más hermoso con sus obras. Y están ahí, para que todos podamos leerlas, de verdad de la buena. Mirad, si es que Satori nos lo ha puesto a huevo.

¿Cómo describir tanta locura y lascivia, placeres, jolgorio, embriaguez y éxtasis, los incontables juegos de vida y muerte que se sucedían sin fin? Quizás lo más parecido sean las pesadillas fantásticas, sangrientas y placenteras producto de las mentes retorcidas.

El extraño caso de la isla Panorama, como buena fanática que soy de Suehiro Maruo, no es ninguna novedad. Hizo una adaptación de este cuento de Rampo en el 2008, y Satori ha tenido el buen gusto de utilizar como portada y contraportada algunos de sus dibujos. Saben lo que se hacen, desde luego. Pero no voy a escribir sobre el manga. Eso ya lo hizo, además muy bien, mi compañera bloguera Mishusina aquí.

Quien no sepa de Edogawa Rampo, no debería estar perdiendo el tiempo leyendo esta reseña minusválida de blog cutre. Tendría que, directamente, acercarse a una librería o biblioteca y buscar con fruición material suyo. A todo aquel que le guste Edgar Allan Poe, Oscar Wilde o Gaston Leroux, nuestro amigo Rampo le entusiasmará. Garantizado. Su obra ennobleció ese siempre subestimado género de lo detectivesco y abrió sus puertas en Japón. Pero no solo eso, este señor fue mucho más allá. Y sí, es cierto, le debe bastante a la literatura más tétrica del s. XIX, pero este escritor fue hijo de su tiempo y así también lo plasmó.

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El extraño caso de la isla Panorama nos narra la historia de un soñador empedernido que, por casualidades de la vida, tiene (y aprovecha) la oportunidad de erigir en el mundo real sus fantasías más descabelladas. Convertirse en un creador superior, utilizando el propio planeta como materia prima. Nada de papel, tinta, acuarelas u óleos; sino animales, plantas, lagos, montañas, mares, seres humanos. Resumiendo: quiere ser un dios. ¿Y lo consigue? Este tipo de aspiraciones de tipo luciferino y que desafían el orden establecido, suelen finalizar en una Caída… No digo más.

Hirosuke Hitomi y Genzaburô Komoda eran un par de compañeros universitarios que se parecían como dos gotas de agua. Idénticos. La gente solía hacer bromas al respecto, pero en el fondo eran personas distintas y sus caminos discurrieron por terrenos diferentes. Komoda pertenece a una de las familias más ricas del sur de Japón, con una fortuna inmensa; Hitomi es un soshei que malvive de sus escritos y traducciones en pensiones de mala muerte. Un día, de manera imprevista, se entera de que su gemelo ha fallecido a causa de un ataque epiléptico… y que la extraordinaria semejanza física que compartían sigue ahí. Su febril cerebro no tarda en gestar un plan para suplantarlo, hacerse con su patrimonio y, a través de él, poder llevar a cabo su ansiada y mil veces imaginada magnum opus: la futura isla Panorama. Pero no todo va a ser tan sencillo, aunque su maquinación está bien alicatada, requiere de ciertas maniobras de naturaleza bastante lúgubre y tiene un gran escollo que superar: la esposa de Komoda, Chiyoko.

Aunque pareciese que actuaba cegado por la promesa de una inmensa riqueza, lo cierto era que si el antiguo Hirosuke Hitomi soportaba todas aquellas terribles emociones, era porque padecía esa neurosis común a la mayoría de los criminales. Algo no funcionaba dentro de su cabeza y, en determinadas situaciones, su sistema  nervioso era disfuncional.

El extraño caso de la isla Panorama es un relato exuberante y lleno de fantasía. Una fantasía sin duda hermosa pero muy sombría, que por un lado recuerda a los paisajes oníricos de Lord Dunsany, pero bien empapados de láudano; y por otro a las miserias truculentas de la Alraune de Ewers. Una flor hipnótica que huele a cadáver. Edogawa Rampo desarrolla el argumento como si fuera una espiral, un maelstrom que engulle a su protagonista en pleno clímax y solo deja tras su paso decadencia y olvido. El final no puede ser más apoteósico, de un sentido del humor exquisitamente macabro. Y todo aderezado con la magnífica traducción de Yoko Ogihara y Fernando Cordobés; la obra de Rampo no podría haber caído en mejores manos. El extraño caso de la isla Panorama es un cuento tortuoso, escrito de forma muy bella, y que encantará a los amantes de la degeneración.

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Kôbô Abe (1924-1993) es especial. Lo he dejado para el final porque es un punto y aparte. Al menos para mí. Si los anteriores autores tenían todos un algo que finalmente podía identificarlos como japoneses, Abe no. Se podría haber llamado Matías Morgenstern, Izarbe Bagüés o Indra Brahmbhatt. Y sus historias haber sucedido en Bombay, Jaca o Traiguén sin problemas. Porque Kôbô Abe decidió trascender su identidad cultural para acceder a ese sustrato común humano, llámese inconsciente colectivo o arquetipos ancestrales. Para lograrlo excavó estrato tras estrato, hasta alcanzar esos abismos de los que todos participamos y exponerlos a la luz del sol.

¿Fue Abe una inspiración pilosa para Lynch?
¿Fue Kôbô Abe una inspiración pilosa para David Lynch?

Muchos lo consideran el Kafka japonés. Pues muy bien. A mí esa clase de etiquetas me suelen resultar molestas y demasiado restrictivas. No es la comparación, que es lo de menos, sino la subordinación implícita. Y hacer eso con Abe es algo muy, muy feo. E injusto. Claro que su obra tiene una influencia dominante del checo, el absurdo, lo angustioso y alienante aparecen continuamente; pero Abe tenía su propia personalidad, muy marcada por cierto, y que reflejó de forma indeleble. Abe no es el Kafka japonés, Abe tiene influencias de Kafka, como también las tuvo de García Márquez, el surrealismo, Lu Hsün o sus vivencias en Manchuria. Y no hay que perder de vista que, junto a Kenzaburô Ôe, revolucionó por completo la literatura japonesa del s. XX. Alguien de la tremenda importancia artística de Kôbô Abe no debería ser reducido de esa manera. Ni siquiera como presentación ante un público profano, porque inocula una idea eurocéntrica innecesaria.

—No entiendo… no entiendo… —murmuró el de traje pardo mientras recorría despacio la habitación, manteniendo cuidadosamente el equilibrio con el bastón—. Me gustaría hacer algo por ustedes. No somos enemigos, ni pretendemos dominarlos por la fuerza. Pero no entiendo… Todo está fuera de mi capacidad de comprensión… ¿Por qué dice que no debemos comerlos a ustedes? Su carne es la más sabrosa, nutritiva y sana. ¿Por qué están en contra de algo tan lógico?…
—Somos responsables de la reproducción y de la salud de todos ustedes —continuó el de traje negro—. Hemos mejorado cuantitativa y cualitativamente su vida, mucho más de lo que hubiera sido en estado natural, y sólo nos quedamos con lo que ha sobrado. Alimentarnos de su carne es nuestro derecho, que también garantiza su vida y salud. Prosperidad mutua, ¿no le parece?

El Grupo de Petición Anticanibalista y los tres caballeros

Regresando a Los cuentos siniestros, es una compilación de siete relatos que Abe fue escribiendo entre los años 1954 y 1964. Son bastante diferentes, pero todos ellos tienen esa impronta suya de personajes desmadejados, presos de una realidad casi intangible y asfixiante que los esclaviza mediante lo irracional. Ansiosos, sin nombre ni rumbo fijo, incomunicados, parece que floten en un mundo informe y fantasmal. ¿Está ahí de verdad o es una proyección mental? Quizá solo sea un reflejo de sus propias neurosis, miedos y traumas. Y la ambigüedad de esa ironía solapada con la que Abe sazona sus historias, aumenta la sensación de vacío, incongruencia y desesperación. La prosa es cruel y meticulosa, muy inmediata, creando un excelente contraste con las historias.

Mis favoritos son «El Grupo de Petición Anticanibalista y los tres caballeros», de un sarcasmo delicioso y que me recuerda a esta joyita de Jonathan Swift; y «El huevo de plomo», que podría incluirse dentro de la que él denominó ficción científica. Este último rompe un poco con el tono oscuro de los demás, como un rayo de luz, y es bastante divertido. El resto son «El pánico», «El perro», «La casa», «La muerte ajena» y «Al borde del abismo». Si no se conoce a Kôbô Abe, esta recopilación es perfecta para estrenarse. Recoge lo principal de su carácter y, al tratarse de cuentos pequeños, se puede ajustar la dosis de su veneno muy requetebién.

Kôbô Abe en su estudio
Kôbô Abe en su estudio

Y esto ha sido todo por hoy.

Paranoia slasher, folclore y clasicismo, investigación periodística sobre los crímenes de un violador y asesino, misterio y decadentismo, los límites de la cordura y el absurdo.

Sintetizando mucho, esos son los temas principales que se han tocado en los cinco libros de la entrada. De todo un poco dentro del género, para que los que menos se sientan inclinados hacia él, se atrevan con algo y, si hay suerte, les pique el gusanillo en el futuro. Porque aunque no lo parezca, el terror es versátil y posee multitud de facetas. Buenas noches, buenos días, buenas tardes.