Shôjo en primavera

Shôjo en primavera: el cuento del valle de Tonkara

Como ya comentaba en la entrada anterior, hallar en Occidente shôjo primigenio es bastante complicado, aunque no del todo imposible. Por algo SOnC tiene esta sección anual, ya que leeeeeeeeentamenteeee se va publicando material antiguo de esta demografía, tanto por scans como de manera legal. Pero la cosa a grandes rasgos continúa siendo muy poco asequible. Quizá el shônen lo tiene algo más fácil, ya que despierta más interés por ser bastante mejor valorado que el shôjo; y es una cuestión que resulta injusta, porque la calidad es la misma. Un shônen merdoso es tan hediondo como el más repelente de los shôjo, sin embargo se suele tolerar mejor el primero.

Siguiendo la estela de la querida Mî-kun, hoy continuamos con un shôjo de animalitos también, al menos lo es el relato principal y más largo que da título a la recopilación. Se trata de Tonkaradani Monogatari o El cuento del valle de Tonkara (1953-1959) de Osamu Tezuka. Exacto, un manga de los años 50. Y sí, con Tezuka tomando el relevo de Leiji Matsumoto en el blog (hay que mantener el nivel).

El cuento del valle de Tonkara consta de 11 relatos que fueron impresos entre 1953 y 1959, y finalmente recopilados en el último tomo, el 382, de la Tezuka Osamu Manga Zenshû u Osamu Tezuka Complete Manga Works que Kôndansha empezó a publicar en 1977, cerrando la colección en 1997.

Todas son historias independientes y autoconclusivas, pero con el nexo común de pertenecer al mismo mangaka y a una misma demografía, la de las niñas. La narración principal y más larga es la que da nombre al propio volumen: Tonkaradani Monogatari. Si quisiéramos hacer una traducción más precisa, deberíamos indicar que tonkara es una palabra que designa a un tipo de avecilla, como un herrerillo o carbonero, así que sería algo así como «el cuento del valle del herrerillo».

Se trata de una historia compleja pero lineal, que cuenta las vicisitudes de una pequeña ardilla llamada Jiro, la cual vive con sus padres y hermanos en el valle de Tonkara. Muy pronto su apacible vida cambia con la llegada de una ardilla con hipertrofia muscular, que en una pelea vence al padre de Jiro, obligando a su familia al exilio y al hambre. La nueva ardilla fisioculturista se hace la jefa absoluta de Tonkara, por supuesto. En su huida, Jiro se separa de su familia y, completamente desamparado en las fauces de un zorro, una niña llamada Sanae lo encuentra y acoge en su hogar, no sin antes ser atacada por un águila (!!!) que la deja ciega.

Este es el comienzo, muy resumido por cierto, de un relato rocambolesco lleno de desgracias y aventuras excéntricas donde Tezuka exprimió toda su imaginación, aunque el resultado fuera bastante folletinesco. Todo se resume en la búsqueda del hogar, del regreso al valle de Tonkara a través de un laberinto repleto de obstáculos, algunos de ellos bastante inesperados. Y la venganza, por supuesto. ¿Puede llegar a recordar un poco a su Jungle Tatei (1950), a Kimba? Pues sí, por aquel entonces lo estaba dibujando también, de modo que no resulta una sorpresa, aunque El cuento del valle de Tonkara es infinitamente más descabellado. También encontramos en sus viñetas personajes arquetípicos del universo Tezuka como Hige Oyaji, Ham Egg o Acetylene Lamp, estos dos últimos cumpliendo con el que es su deber: hacer el mal.

No obstante, hay un trasfondo de cierto aroma ecologista en todo el cuento, de amor por la naturaleza. Un amor que se cristaliza mediante la nostalgia por el paraíso perdido, y expresa cómo el progreso humano es enemigo de los bosques, los animales, los ríos y los valles; y aunque se asume como un mal necesario, la crítica por la pérdida de los espacios silvestres está ahí por parte del autor. ¿Podemos vislumbrar ahí la silueta de Kenji Miyazawa? Yo pienso que sí, así como también es indudable que Miyazaki y sus compañeros de Ghibli aprendieron unas cuantas cosas de Tezuka. Y Tezuka, a su vez, aprendió otras tantas de Disney, ya que en este primer cuento la influencia de Blancanieves y los siete enanitos (1937) o Bambi (1942) es tan flagrante que arden las retinas. Pero se lo disculpamos por completo, ya que él nunca negó su ascendencia artística, cosa que la industria Disney todavía no ha reconocido con El Rey León (1994).

Los diez cuentos restantes son: «Canta, Penny», «La historia del sombrero de copa de seda», «La princesa caballero: Tink y el huevo de oro», «El pato de cuello blanco», «La escama dorada», «Por qué madre perdió su pierna», «El diablo se invita a sí mismo al baile», «Por qué madre perdió sus ojos», «Mignon» y «El manantial de la grulla». Todos son invención de Tezuka, salvo los que se señalan como adaptación de otras obras previas, como cuentos rusos, otomanos e incluso una ópera. Unos son muy escuetos, otros se extienden un poco más, pero en general son relatos cortos que beben de las mismas fuentes estéticas que su hermano mayor. Algunos incluso guardan una pequeña moraleja, por lo que podríamos emparentarlos con las fábulas tradicionales. Por supuesto, hay crueldades y melodrama a cascoporro como sucede en los cuentos infantiles, y los animalitos tienen, en conjunto, un protagonismo especial en la mayoría de ellos.

Hay historias que me han gustado más que otras, porque la calidad es algo desigual. Quizás han llamado más mi atención aquellas de tufillo más clasicote, aunque no se puede decir que sean las joyas de la corona de Tezuka. Sí que resultan muy interesantes para evaluar las características del shôjo más temprano, y saber valorar su evolución posterior con otros autores que vendrían después a revolucionar la demografía. Manga no Kamisama plantó la semilla de una secuoya gigante, y supo también abonarla con obras de gran talento. ¿Es esta compilación una de ellas? La respuesta es que tan solo por tratarse de trabajos iniciales suyos merecen ya una lectura atenta.

Me ha llamado la atención que gran parte de estos cuentos, incluido el principal, se encuentran «sombreados», como si hubieran sido publicados originalmente en color. Los scans ya sabemos que no son la fuente más fidedigna para elucubrar en cuanto a un tema así, pero da la sensación de que algo de cierto hay en ello, pues he encontrado un par de páginas que parecen corroborar la sospecha. Os las dejo un poco más abajo.

El arte de estos relatos es tan hermoso y elemental como se puede esperar de una obra de Tezuka de principios de los años 50. Vigoroso, firme, claro y expresivo; con esos ojazos tan característicos y su pasión por el movimiento, aunque los paneles todavía resulten muy estáticos. Sin embargo, su audacia visual y maestría están ahí, ofreciendo nuevas emociones a sus jóvenes lectoras. Que sí, que mucho Disney, pero también mucho Tezuka creciendo a ojos vistas.

¿Qué relatos recomiendo en particular? Pues los que comento a continuación han sido los que más han despertado mi interés:

«El diablo se invita a sí mismo al baile» es un caramelito para todos aquellos que amemos La Princesa caballero (1953) y, sobre todo, vástagos suyos como Versailles no Bara (1972) o Shôjo Kakumei Utena (1997). Es el convencional cuento de princesa en palacio dieciochesco, con ligeras emanaciones revolucionarias, que esconde misterios, intento de asesinato y final agridulce. La protagonista es tan inane como víctima de las envidias, bella y abandonada entre los lujos de la corte; sin embargo, la noche del baile real se convertirá en un desafío para ella, también en un descubrimiento maravilloso.

Vale, es cierto que «Tink y el huevo de oro» es en realidad la referencia directa a La Princesa caballero en esta compilación, pues hace acto de presencia Tink e incluso la misma Zafiro; pero se trata de un cuento muy breve y algo insulso, nada que ver con la suntuosidad de chocolate y nata que es «El diablo se invita a sí mismo al baile». Un tipo de shôjo que se convertiría en canónico, pero que aquí sigue siendo todavía una novedad, además conducida de una manera lúcida y divertida.

«La historia del sombrero de copa de seda» en realidad son varias historias cuyo engarce es, naturalmente, un sombrero; aunque el protagonista principal es un pajarillo que busca un nido mejor y más cálido para su familia. Por error queda atrapado dentro de él y va pasando de mano en mano, de aventura en aventura, ¡hasta un espectáculo de la compañía Takarazuka Revue brota de repente en su periplo! Se trata de un cuento enérgico, lleno de humor y payasadas; una carrera enloquecida donde la meta parece que nunca se alcanza. Un poco como en El cuento del valle de Tonkara, pero mejor estructurado, siguiendo la dinámica de dibujos animados clásicos como los Merrie Melodies de Warner.

Mi última selección en realidad son dos, y las he unido porque ambas pertenecen al universo del folclore japonés y su corazón es el de un hengeyôkai. En este caso concreto una serpiente y una grulla. Esta clase de cuentos son muy habituales en la mitología de las islas, mujeres que en realidad son yôkai con capacidad de metamorfosis. Casi siempre en agradecimiento a una persona, toman aspecto de mujer, conviven con su benefactor e incluso tienen hijos. Pero como todo versado en Cipango sabe, yôkai y ser humano son como el aceite y el agua, su unión solo provoca amargura. Y es lo que dibuja Tezuka, todo narrado con delicada melancolía en algún lugar impreciso del tiempo durante la era Edo, donde además son los humanos quienes contienen el germen de la incomprensión y la maldad.

Las historias son «Por qué madre perdió sus ojos» y «El manantial de la grulla». Los lectores curtidos de manga hemos leído cientos de veces cuentos similares, pero no debemos olvidar que estamos ante los pasos incipientes del shôjo, quizá se trate de hecho de los primeros tebeos que estampen en sus viñetas este tipo de narraciones tan propias de la tradición cultural nipona.

¿Y el resto de relatos no merecen la pena? Claro que sí, de hecho también he disfrutado con «La escama de oro», basado en un cuento clásico turco; y «Mignon», que aunque inspirado en la novela de Goethe Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister (1795) y su adaptación operística Mignon (1866), tiene todos los ingredientes que Tezuka gusta de añadir a sus shôjo: intriga, enredos, niñas vestidas de niños, algo de comedia y un final insospechado. «Por qué madre perdió su pierna» me dio mucha penita, por ejemplo; y a pesar de ser cortito, tiene unos fallos de coherencia algo obesos. No hay demasiados personajes grises tampoco, la verdad, pero es algo de esperar en esta clase de trabajos.

¿Recomiendo Tonkaradani Monogatari? Sin ninguna duda, es un pedazo (bueno, pedacitos) de historia del manga. Y, además, siempre es un placer contemplar la esbelta línea de Tezuka, leer esos disparatados relatos colmados de ingenio y fantasía. No es lo mejor de su repertorio, pero tampoco hay que olvidar que se trata de obras muy tempranas, contemporáneas de Astroboy (1951), y que son sus primeros escarceos en el shôjo. El cuento del valle de Tonkara no posee las pretensiones de Metropolis (1949) o Faust (1950), es material ligero de típicos cuentos infantiles pero, ojito, que quien los narra no es un artista cualquiera,

Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

Shôjo en primavera

Shôjo en primavera: Mî-kun, la gatita atigrada de Leiji Matsumoto

Como ya bien sabréis, el pasado 13 de febrero el grandioso Leiji Matsumoto nos dejó a los 85 años. Sin este caballero la ciencia-ficción en Japón no habría sido la misma. Hablar de él es como intentar hacerlo sobre Osamu Tezuka, son figuras tan trascendentales en la historia del tebeo nipón que es complicado empezar por algún sitio, han sido personas a nivel cultural inmensas. Y, por descontado, ya se ha dicho de ellas casi todo lo que merece la pena saber. Así que hace unos días decidí ofrecerle mi pequeño vasallaje, pero a la particular manera amorfa de SOnC. claro. Que desde luego no iba a poder abarcar toda su grandeza ni tampoco iba a añadir ninguna novedad.

Teniendo a la vuelta de la esquina marzo y la sección Shôjo en primavera, me pareció una buena forma de escribir sobre Matsumoto; la cuestión es que, a pesar de que fue, efectivamente, uno de los pioneros de la demografía y comenzó su carrera dibujándola, no conseguí encontrar ninguna de sus obras iniciales para poder leerlas y comentarlas. Nada de Gin no Tani no Maria (1958), que fue reeditado por Tezuka en 1979, Hoshi yo Kienaide (1958), Natasha (1968), Gin no Kinoko (1961) o el recopilatorio de sus shôjos tempranos Kareinaru Shôjo Manga (1980) publicado por Kôbunsha. Nada de nada. De todas las formas, toparse con un manga para chicas de esa época puede considerarse un milagro del tipo las Apariciones de Lourdes. Vamos, que o te vas a vivir a Japón para escarbar entre material o en Occidente no arañas gran cosa.

Por lo que mi gozo parecía estar ya naufragando en un pozo, hasta que recordé el amor de Leiji Matsumoto por los gatos. ¿De dónde venía todo eso? Algo me quería sonar y, ¡equilicuá!, hallé un shôjo de los 70 del sensei. No se puede considerar una obra temprana suya, pero como manga ya añejo, me iba a servir de sobra como homenaje en la sección. Y aquí está: Torajima no Miime (1978) o Mî-kun, la gatita atigrada. Un solo tankôbon de 9 capítulos dedicados a su gatita Mî.

Pasé mi juventud con Mî-kun. Durante 14 años, ambos Mî-kun y yo fuimos jóvenes y corrimos por los tejados.

Y ahora, mientras estoy sentado en la misma mesa de dibujo bosquejando manga, Mî-kun ya no está conmigo. La Mî-kun que siempre se sentaba sobre mi radio-cassette observándome dibujar manga ya no está conmigo. Esa Mî-kun permanece solo en mi manga.

Juntos con los recuerdos en mi corazón, vamos a dedicarle este libro a Mî-kun.

Con este prólogo conmovedor Matsumoto nos presentaba su obra. Mî-kun falleció un 10 de noviembre de 1974. Cualquiera que haya tenido familia peluda sabe lo que se la quiere y el dolor que se siente cuando la perdemos. Y este pequeño manga está lleno del amor y la desdicha que sintió Matsumoto por su amiga Mî-kun. A poco que seáis sensibles Torajima no Miime os espachurrará el kokoro. Y ahí la tenéis, en las fotos de la derecha, junto a su esclavo humano. Matsumoto hizo inmortal a su amada gatita a través de su tebeo, la hizo eterna; de igual manera que a nosotros nos ha quedado todo su trabajo para que siempre lo recordemos y admiremos. Incluso a través de este humilde tebeo sobre su vida hogareña.

Como ya imaginaréis, no era la primera vez que Leiji Matsumoto dibujaba animalitos. En sus comienzos como dibujante, cuando se casó con la diosa Miyako Maki que también se dedicaba al shôjo, trabajó junto a ella creando tebeos y, como a él se le daba bien pintar bichitos monos, le quedó ya una especie de hábito. Matsumoto lo que quería en realidad era crear mangas de ciencia ficción, pero también resultaba importante poder llenar el estómago y pagar las facturas. Por lo que era el turno de los perritos, gatos y cuentos para niñas. Todo llegaría, por supuesto, la publicación de Sexaroid (1968) con su ya nombre artístico definitivo (hasta entonces había sido Akira Matsumoto), iba a cambiar mucho las cosas.

Sin embargo, cuando Matsumoto creó Mî-kun, la gatita atigrada, ya poseía cierto estatus, no fue un compromiso nutricional, sino un acto de amor. En este manga nos muestra retazos de su propia vida cotidiana en compañía de Mî-kun; pequeñas historias donde se involucran los gatitos vecinos de Mi-kun, algunos callejeros, otros con su hogar. También cómo llegó Mî-kun a Matsumoto y su familia, cómo su hija Atsuko sentía un cariño especial por ella, pues se conocieron siendo ambas casi recién nacidas, etc.

Son relatos chicos con mucho humor, ternura y también gran dureza que se van desgranando a lo largo de 9 episodios. Son muy sencillos, y ahí radica su encanto; Matsumoto expresa todo su afecto por Mî-kun en ellos. Se trata de una gatita con nombre masculino, ¿y por qué? Pues porque al ser atigrada, puede pasar por un machito también. Esa es la explicación del autor, además de que es ella misma la que escoge su propio nombre, Mî. Y, como no podía ser de otra forma, la única persona en la casa que entiende el idioma felino de Mî es Matsumoto. Entre ellos existe una comunicación especial que nadie más comparte.

Y donde hay amor verdadero, también hay sufrimiento auténtico, es algo que a los japoneses les encanta recalcar. Esa mezcla de sentimientos que equilibra los unos a los otros, pero que siempre realza un final lánguido con pinceladas de tragedia. Pero no hay tragedia en realidad en Torajima no Miime, solo el inexorable transcurso de la vida; aunque sí hallamos melancolía y mucha, mucha nostalgia. Tiene un poco de Soy un gato de Sôseki en algunos aspectos, pero sin la ácida crítica social porque, recordemos, este manga no deja de ser un shôjo cuyo objetivo es rendir honores a la gatita Mî.

El arte de Matsumoto en Torajima no Miime es puro bizcocho de mantequilla. Nada del otro mundo, con los clásicos recursos cómicos y bufonadas aparatosas cuando así se requiere, y que también sirven para suavizar momentos bastante más arduos. Es totalmente reconocible en su estilo, pero quizá para el que esté acostumbrado a melodías más siderales resulte chocante. No obstante, los que hayáis catado algo de Otoko Oidon (1971) seguro que reconoceréis algunos de sus tics.

La vida de gato callejero es dura, sobre todo porque los humanos la hacemos así con nuestra indiferencia y crueldad, ese sería el leitmotiv principal de Matsumoto en este tebeo. Mî-kun es una gatita afortunada, no como otros peludetes como Charles, Shirobota o Chibitora que aparecen en sus viñetas. Especialmente emotiva es la historia de Chibitora, así que preparad los pañuelos.

Mî-kun, la gatita atigrada tuvo su versión animada en 1999, dos capítulos de apenas 10 minutos cada uno que realizan una especie de mezcolanza entre varios cuentos del manga. Os los dejo por aquí ya que por su escasa duración merecen un vistazo. No tienen la mejor calidad del mundo, pero resultan dignos.

Miyako Maki y Leiji Matsumoto tuvieron más gatos, por supuesto, a los que llamaron a todos Mî. Creo que en estos momentos iban ya por la cuarta generación. Pero Mî-kun the first siempre fue especial para él, como bien dejó plasmado en estos relatos. El slice of life no era un género extraño para Matsumoto, además, y en Torajima no Miime volcó mucha de su sabiduría para concebir una Mî-kun mágica que se mueve entre dos mundos, el humano y el felino, repartiendo alegría con su mera presencia.

Y, todo hay que decirlo, Matsumoto ya había hecho aparecer a Mî con anterioridad en la mítica serie Space Battleship Yamato (1974), y luego volvería a hacer acto de presencia en su imprescindible Galaxy Empress 999 (1977/1978) o en Fire Force DNA 999.9 (1994/1998). Quizás sin acreditar también, haciendo discretos cameos, en otras tantas obras suyas. Mî-kun siempre estuvo en el corazón de Leiji ❤

¿Recomiendo Mî-kun, la gatita atigrada? ¡Pero qué clase de pregunta es esa, leñes! ¡Es Leiji Matsumoto escribiendo sobre su gatita! ¡PUES CLARO! Eso sí, los espíritus sensibles lo pasarán mal. Son historias hermosas, reflexivas pero muy tristes. Sobre todo para aquellos que sentimos afinidad hacia los animales, hay momentos de nudo goooordo gordo en el gaznate. Sin embargo, me parece la manera más bonita que pudo idear Matsumoto de honrar a Mî-kun, de hacerla pasar a la posteridad. Espero de todo corazón que se hayan encontrado en el cielo, y estén sobrevolando juntos millones de galaxias entre ronroneos, risas y polvo de estrellas.

Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

Tránsitos

Tránsito XVI: Shuga Shuga Rūn!

Continuamos con los Tránsitos, esta vez con una obra que se aleja del aire siniestro clasicote de estas fechas, y que nos acerca a su faceta más amable e inofensiva. Porque Halloween también es eso, todo hay que decirlo, una fiesta donde lo macabro se ha convertido en un mero recurso estético. ¡La domesticación del horror, el miedo y la muerte! Y encima dirigido al público infantil. Porque eso es Sugar Sugar Rune, uno de los mahô shôjo, herederos directos de la titánide Sailor Moon, más destacables de la primera década de los dosmiles. Así que cerramos Samhain con una obrita entrañable, divertida y sin pretensiones, que usa la fantasía oscura como un adorno de pastelería. Y con buen resultado.

Sugar Sugar Rune es un manga original creado por, ¡tachán, tachán! nada más y nada menos que Moyoco Anno. ¡Cómo! ¿Qué no sabes quién es? ¡Pero si hasta hay un asteroide que lleva su nombre! A poco que seas un otaco espabilado, es difícil que no hayas oído hablar de ella. Es una de las reinas indiscutibles del josei, discípula de mi amada Kyôko Okazaki, y puedes leer una reseña que escribí sobre su estupendo Gorda (1997) aquí. Sin embargo, Sugar² Rune es harina de otro costal. ¿Un manga de chicas mágicas escrito por la deslenguada de Anno? Eso es toda una curiosidad. O debería al menos serlo.

Se trata de una obra que tuvo un éxito fulminante, incluso ganó el Kodansha al mejor shôjo en 2005. Es un clásico ya. Consta de 46 capítulos distribuidos en 8 tankôbon, que fueron publicados entre 2003 y 2007 en Nakayoshi. Esta publicación ha editado nimiedades como Princess Knight (reseña aquí), Candy Candy, Bishôjo Senshi Sailor Moon o Cardcaptor Sakura, y es irrebatible que Sugar² Rune le debe muchísimo, por ejemplo, a los dos últimos mentados. No obstante, hay que tener en cuenta que el público objetivo de Nakayoshi es el femenino entre los 8 y los 14 años, y eso Moyoco Anno lo siguió a rajatabla. Sugar² Rune es un trabajo esencialmente infantil.

Pero, ¡oh, se me ha olvidado comentarlo! En realidad esta reseña no está dedicada al manga, sino al anime. Fue Pierrot el que se hizo cargo del proyecto, que consistió en 51 capítulos emitidos entre 2005 y 2006. Aunque esto no es un Manga vs. Anime, os adelanto que el tebeo está bastante mejor. Y eso que la serie animada no desmerece, pero el final es diferente y no profundiza tanto en las relaciones personales y los personajes secundarios. Sin embargo, el anime también tiene sus encantos particulares, por no hablar de que Anno asesoró en todo momento al equipo que lo estaba sacando adelante. Ahí estuvo Noriko Kobayashi (Slayers, Naruto, Gintama…) a la producción,  Reiko Yoshida (Violet Evergarden, Blood +, Koe no Katachi…) al guion y, ¡la música de Yasuharu Konishi! Miembro fundador de mis añorados Pizzicato Five, se hizo cargo de forma genial de la banda sonora. Los ops y ends también fueron compuestos por Konishi, y contaron con las letras de la propia Moyoco Anno. ¡Una maravilla, camaradas otacos! (Escuchar aquí)

Sugar² Rune narra la historia de dos jóvenes brujas, Chocolat Meilleure y Vanilla Mieux, que son enviadas desde el Mundo Mágico a la Tierra para recolectar corazones humanos. Ellas son las candidatas de su generación para ser elegidas Reina de la Magia, título que ostenta en esos momentos la madre de Vanilla, Queen Candy. Ellas son grandes amigas desde la infancia, se quieren mucho, aunque no pueden tener caracteres más dispares. Chocolat es una genki girl de manual, y Vanilla tímida y sumisa. Su misión es conseguir recoger el máximo número de corazones y superar las diferentes pruebas que les irán preparando, para ello las envían a un prestigioso colegio privado bajo la tutela del brujo Rockin’ Robin, que es un famosísimo idol también. Solo una podrá llegar a ser Reina, aunque la competencia entre ellas no es demasiado fiera debido a su profunda amistad.

Sin embargo, en el colegio se presiente una disonancia. El presidente del consejo de estudiantes, Pierre Tempête de Neige, muchacho de gran popularidad y con un club de fans femenino bastante hostil llamado «The Members», va extendiendo una red de sombras para acorralar lentamente a Chocolat. ¿Quién es ese altanero joven? ¿Qué quiere de nuestra heroína? Ella tiene sospechas, pero no puede evitar sentirse también atraída por su aura glacial y melancólica.

Por supuesto, Vanilla y Chocolat tendrán de fieles compañeros a sus dos espíritus familiares, la ratita Blanca y la rana Duke, para más adelante unírseles dos amigos del Mundo Mágico como caballeros protectores, los gemelos Saule y Houx. Este equipo y Rockin’ Robin, al que se acoplará de vez en cuando la insoportable Waffle (en la onda Chibiusa), formarán un entorno familiar bastante disfuncional, donde la comedia loca campará a sus anchas. El elenco de la escuela también estará conformado por personajes algo especialitos, llamando la atención sobre todo el magufo Akira Mikado, obsesionado con la ovnilogía y convencido de que Chocolat y Vanilla son alienígenas procedentes del espacio exterior.

La misión primordial de las niñas, cosechar corazones, no parece en principio complicado. Chocolat y Vanilla deberán encargarse de suscitar emociones positivas entre los humanos; cuanto más intenso sea ese sentimiento, más valor tendrá. Los corazones menos meritorios son los de color ámbar, producto de la sorpresa; los naranjas representan la atracción, los verdes la amistad, los violetas la pasión erótica, los azules un profundo respeto, los rosas un amor puro y platónico y, finalmente, los rojos el amor total. ¿Hay más colores? Sí, pero contaros sobre ellos estropearía la diversión.

Por supuesto, existen límites. El corazón humano es capaz de engendrar multitud de sentimientos y emociones (corazones en la serie) y es capaz de regenerarse, pero requiere de un tiempo mínimo de recuperación. Y otro tema importante es que las brujas y brujos solo tienen un corazón, y no pueden entregarlo a nadie si no quieren perder su alma y morir. La única excepción a esta regla es cuando se enamoran y son correspondidos, entonces pueden intercambiar su corazón con la persona amada, que tiene que ser forzosamente del Mundo Mágico.

Moyoco Anno creó una arquitectura algo tambaleante, pero lo suficiente firme para crear un universo sencillo sin grandes aspiraciones. Quizá radique ahí uno de sus atractivos, la falta total de pretensiones, y que se enfoque simplemente en el entretenimiento. No hay grandes reflexiones trascendentales, aunque sí cavila de manera tangencial sobre otros temas como la amistad, la disputa del poder o el papel de la mujer en la sociedad japonesa.

Los dos personajes principales, por ejemplo, representan el ideal de mujer japonés (Vanilla), y el estereotipo de la mujer occidental (Chocolat). Chocolat en el Mundo Mágico es popular con su talante directo y honesto, dueña de sus decisiones y con iniciativa, rebelde, de voluntad férrea y terca. Sin embargo, en el mundo humano su actitud y forma de ser no son aceptables, producen miedo, lo que hace su tarea de conseguir corazones muy difícil. Vanilla, poco admirada en el Mundo Mágico, se torna una triunfadora en Japón. La inseguridad, pasividad y tendencia a la humildad hacen de ella una mujer deseable por sus modales suaves y sentido de la obediencia. Una chica kawaii. De manera espontánea le llueven corazones. Chocolat, por otro lado, tiene que esforzarse muchísimo por lograr cada uno de sus corazones, la mayoría de las veces siguiendo planes absurdos que le hacen olvidar su objetivo inicial. Aunque aprende lecciones sobre el corazón humano muy provechosas, aprende a respetarlo.

Por supuesto, sus espíritus familiares representan el lado oscuro de sus personalidades: la inconsciencia y la desidia en el caso de Duke, la rana de Chocolat; y la malicia y la envidia de «mosquita muerta» en el caso de Blanca, la ratita de Vanilla. Y, a pesar de estas enormes diferencias, la relación entre Chocolat y Vanilla es saludable, de amistad verdadera. La tradicional competición que surge por acaparar la atención masculina no provoca en ellas ni rencillas ni celos. Ellas son más importantes que el conseguir gustar a un chico.

Hasta más o menos la mitad de la serie, los episodios de Sugar Sugar Rune son autoconclusivos y se limitan a contextualizar e ir presentando personajes. Me habría encantado que hubieran profundizado más en las relaciones interpersonales de algunos secundarios, porque quedan varios cabos sueltos y preguntas sin resolver; no obstante, la perspectiva general del panorama que nos proponen es coherente. Poco a poco, en capítulos en los que parece que no sucede nada, vamos presenciando el crecimiento personal de Vanilla y, sobre todo, Chocolat. Su evolución, cómo van madurando, y todo bajo un tono cómico muy accesible. Es casi imposible no coger cariño a este anime, rezuma dulzura.

Sin embargo, en su segunda mitad los acontecimientos comienzan a precipitarse; una oscuridad densa y muy real hace acto de presencia, ya no solo se presagia, está ahí. Y esa subtrama deshilachada que apenas asomaba el hocico de los primeros capítulos se convierte en el argumento principal. Sugar² Rune arranca con parsimonia, no le importa que la otaquería se impaciente a la espera de una urdimbre más espesa. Esta serie sigue su propio ritmo, y su objetivo es solo divertir. Nada más (y nada menos). ¿Que para eso recurre a capítulos de relleno? Pues sí, ¡y no pocos!

Sugar² Rune es un mahô shôjo inmaculado, con las características del shôjo más clásico a flor de piel: escuela-internado de clase alta, elementos occidentales por doquier, interés romántico inicialmente rechazado, orientación al mundo de los sentimientos, etc. Realiza homenajes a clásicos de la demografía con descaro, incluso llega a caer en la autoparodia con su exceso de flores al viento y estrellitas, pero es que uno de los puntos fuertes de la serie también es la comedia. En 51 episodios le da tiempo de repasar y tocar muchos aspectos del shôjo, aunque desde una perspectiva conservadora. Sugar² Rune no arriesga, pero tampoco le hace falta.

Sugar Sugar Rune es una serie para ver sin prisas, para degustar con tranquilidad  y disfrutar de su carencia de presunción. Al fin y al cabo, se trata de una obra para un público muy joven; y aunque se vislumbran boquetes argumentales del tamaño de Júpiter (dan miedo), se disculpan hasta cierto punto ya que no está en la naturaleza de este anime seguir la estela de Shôjo Kakumei Utena precisamente. ¿Lo recomiendo? Sí, claro, pero no hay que pedirle peras al olmo. Y, ¡ay, es tan tierno! Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

P.D.: La animación en sí es regulera, pero aceptable. No ofende, y la adaptación de los diseños de Moyoco Anno es honrada, con esas enormes cabezas y piernas kilométricas de delgadez extrema. El manga es más bonito, claro, muuuuucho más bonito.

Abril de ciencia ficción, literatura

Abril de ciencia ficción: creadoras a desvelar, autoras por descubrir

Mientras echaba un vistazo a todas esas obras de ciencia ficción japonesas que me encantan para escribir la siguiente reseña, me di cuenta de que casi todas ellas estaban escritas y/o dirigidas por hombres. Que no pasa absolutamente nada, conste en acta. Sin embargo, me hizo preguntarme: ¿dónde carajo están las mujeres en la SF nipona? Y me puse a investigar.

Y el resultado de mi pesquisas es este. La entrada de hoy es más un pequeño ensayo con mis descubrimientos personales, que han sido interesantes, pero que, por desgracia, no puedo disfrutarlos como debería. ¿El motivo? No hay demasiadas obras disponibles de escritoras sci-fi provenientes de Japón, por no hablar de que buscar información sobre ellas en un idioma inteligible ha sido tarea ardua. Así que he decidido compartir con vosotros mis indagaciones, y si encima hay suerte y el presente post logra atrapar la mirada de alguna editorial indulgente que se atreva a publicar algo de ellas, pues mejor que mejor (¡hola, Satori!). Hala. Ya lo he dicho.

He leído alguna cosilla suelta de las escritoras protagonistas de hoy, pero no os voy a engañar: de otras no he podido degustar nadanaditanada. Y de ahí mis grandes deseos de leerlas, mi súplica por que lleguen hasta nosotros, la necesidad de reivindicarlas. Todavía las mujeres se encuentran en cierta desventaja dentro de ciertos géneros literarios, y creo que merecen un empujoncito por nuestra parte, sobre todo siendo en su Japón natal ya novelistas reconocidas.

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¡Un aplauso para las Spacewomen, defensoras de la Tierra!

Hasta donde he podido rastrear en mi periplo internetero, la SF nipona escrita por mujeres florece en los años 70. Coincide con el auge que se vivió a nivel general en este tipo de literatura, con la asimilación de la Corriente Contracultural de finales de los 60, el movimiento de Liberación de la mujer, y el advenimiento de la Segunda Ola del Feminismo. ¿Quiere decir esto que fue una mera importación de lo que estaba sucediendo en el resto planeta? Como bien sabréis a estas alturas, camaradas otacos, Japón es otro mundo. A pesar de que confluyeron en el tiempo la SF feminista occidental y la SF creada por japonesas, en las islas la ciencia ficción femenina no siguió ninguna agenda política y se proclamó, por cierto, antifeminista.

¿Cómo puede ser esto así? Por varias razones. Japón es uno de los países desarrollados más androcéntricos y con una estructura patriarcal más rígida. En los años 60 y 70 todavía más. Los otacos sabemos esto de sobra, percibimos continuamente su disposición social a través de sus tebeos, juegos, anime. En las islas siempre se ha difundido una imagen desfigurada del feminismo, como una ideología extranjera e inmoral, cuyos defensores se distinguen más por su falta de control sobre las emociones que por su inteligencia. Esto no quiere decir que no existiera preocupación por la situación de la mujer en la sociedad japonesa; sin embargo, era la palabra feminismo la que generaba multitud de prejuicios.

Y se dio el hecho curioso de que muchas escritoras expresaban su repulsa hacia el feminismo y, no obstante, articularon en sus obras un vehemente discurso feminista. Con un panorama semejante, ya podréis imaginar que la ciencia-ficción escrita por mujeres en Cipango desarrolló características muy diferentes del resto. Y peculiares.

El espacio literario para escritoras de sci-fi en Japón no era demasiado amplio en los 70, pero algunas autoras lo fueron ampliando poco a poco, utilizando incluso la esfera existente del shôjo (manga, shôsetsu), ya afianzada desde hacía décadas, para seguir creciendo. Tomaron sus recursos y clichés sobre la femineidad, propios del patriarcado nipón y donde la presencia masculina era casi nula, y jugaron con ellos para crear una visión nueva. La suya.

En noviembre de 1975 la revista S-F Magazine dedicó sus páginas exclusivamente a obras escritas por féminas. Zenna Henderson, Marion Zimmer Bradley o Ursula K. Le Guin se codearon con dos autoras japonesas que estaban dando mucho que hablar: Yûko Yamao e Izumi Suzuki. Ambas estaban siendo importantes en el desarrollo de la ciencia-ficción nipona, ambas acabaron haciendo historia. Aunque por Occidente no se conozcan todavía demasiado. Sobre todo Suzuki, por la que siento verdadera fascinación. Así que, con vuestro permiso, voy a detenerme un poquito con ella. Creo que merece la pena. Y es una de esas escritoras que resulta imprescindible que tenga voz en lengua castellana (¿por favor?).

Izumi Suzuki (1949-1986) fue un ser humano excepcional, y como dijo el fotógrafo Nobuyoshi Araki, responsable de las fotos que veis arriba, «una mujer de su tiempo». Con ella empezó la ciencia-ficción japonesa creada por mujeres, donde la feminidad se deconstruyó y recreó de nuevo bajo sus propias reglas. Tuvo una existencia bastante agitada, de adolescente abandonó el instituto y huyó de casa para dirigirse a Tokio, donde trabajó de actriz en películas eróticas, modelo de desnudos y hostess en clubes. Pero fue una mención especial en la revista Shôsetsu Gendai de una historia suya la que le animó a buscarse la vida, y volcarse más adelante en la escritura. Sin embargo, para ella fue completamente inesperado que SF Magazine seleccionara su Majo Minarai (1975) para el especial de mujeres, y a partir de entonces fue publicando regularmente relatos. No se consideraba a ella misma una autora de ciencia-ficción, la catalogaron así.

Se casó con el saxo-alto Kaoru Abe, un músico de importancia capital dentro del jazz y el avant-garde en Japón; y fue a través de la película El Vals Eterno (1995), que vi hace tres  millones de años por lo menos, que oí por primera vez su nombre. En el film se centran sobre todo en la figura de Abe, muerto en 1977 de una sobredosis de Brovarin, y pasan un poco por alto la significativa actividad literaria de Suzuki. Es una película más bien sobre la relación tormentosa, tóxica que mantuvieron, inmersos en una espiral de autodestrucción. Pero sirve para enmarcar en cierta forma la intensidad con la que sentía el mundo la escritora. Su estilo de vida fue bastante inusual y errático, lo que no le impidió ser consciente del gran maelstrom que representaba la sociedad de consumo japonesa de los 80, que lo engullía todo en su vacío. Y así lo plasmó en sus obras, con gran realismo. Izumi Suzuki quizá sea, junto a Yukio Mishima, una de las creadoras que más controversia generaron en su época; y como el propio Mishima, también decidió suicidarse.

Los trabajos de Suzuki son hijos de su época, toman mucho del espíritu antiautoritario de la Contracultura y posee ingredientes claramente feministas y de la ficción transgresiva. Una de sus obras más representativas, Onna to onna no Yononaka (1977), plasma muchas de estas ideas, explorando la viabilidad del feminismo separatista y los límites del amor heterosexual. La conclusión a la que llega es ambigua, aunque la desconexión entre el mundo masculino y el femenino no la considera positiva. El quid sería cómo lograr una coexistencia que no supusiese opresión para las mujeres. Y en ese tema Suzuki no fue muy optimista.

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Yûko Yamao

Si Izumi Suzuki fue clave en el desarrollo de la SF escrita por mujeres en Japón, su contemporánea Yûko Yamao (Okoyama, 1955) no le fue tampoco a la zaga. Una de las características más evidentes de la SF nipona es que es experta en recrear atmósferas y estados de ánimo más que enfocarse en la acción. Y en los trabajos de Yamao es, precisamente, lo que encontramos. Estuvo varios años, desde 1985 hasta 1999, sin escribir porque decidió dedicarse a la crianza de sus hijos; pero, afortunadamente, regresó a la actividad literaria. Por lo que he podido indagar, se trata de una autora a la que le gusta introducir elementos surrealistas y del mundo de la fantasía, con una tendencia marcada a la meditación y el buceo en los mares de gamas de grises. Sus trabajos más destacables son Kamen Butôkai (1973), que quedó finalista en los galardones Hayakawa de SF, Yume no sumu Machi (1976), Lapis Lazuli (2000) y Perspective (2010). Ha tratado de manera bastante singular el tópico recurrente en el género de «lo femenino como monstruoso», y de su combate como una manera de dominar la sexualidad femenina y delimitar la feminidad. No deja de ser una metáfora. La mujer que se convierte en monstruo es la que desafía el orden social y expresa su inconformismo. Pero Yamao, como otras escritoras también, no pelea contra el monstruo: lo acepta como es e, incluso, justifica su supervivencia.

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Mariko Ôhara

Y desde el punto de vista femenino, el monstruo puede adquirir muchos rostros, incluido el de la madre. Y Mariko Ôhara (1959) resulta una autora que es obligatorio mentar por muchísimos motivos. Tanto por sus contribuciones al concepto de «lo femenino como monstruoso» en su Moshimo to iu Jikkenba de: Josei Sakka ni totte no haha: 2777-nen no Jo-ô (1995), donde elabora la idea del «fascismo maternal», como en su monumental Hybrid Child (1990), que se llevó dos veces el premio Seiun (1990, 1991) y es uno de sus trabajos más destacados, ¡y traducido al inglés, otaquería! Ojalá llegue pronto al español. Aunque, gracias a Satori (siempre GRACIAS) en su recopilatorio Japón Especulativo podéis disfrutar de uno de sus relatos más conocidos en Occidente: Chica (1984). Ôhara es una de las grandes de la SF nipona, y es versátil como ella sola porque escribe guiones para manga, ensayos, novelas, videojuegos, radiodramas, reseñas… Y ha destacado por tratar temáticas transgénero y feministas con franqueza. En sus obras la mujer posmoderna japonesa, incrustada en un medio capitalista hipertecnificado, se enfrenta constantemente a la imagen tradicional femenina.

Otra escritoria esencial es Motoko Arai (Tokio, 1960), que eligió adherirse a esas escritoras SF que aprovecharon la esfera del shôjo (manga, shôsetsu) para desarrollar sus carreras. Y con bastante acierto. Es toda una celebridad. El shôjo es una noción que pertenece al universo femenino tal como lo plantea la sociedad patriarcal japonesa, y representa un momento en la existencia de la mujer que no se corresponde ni a la infancia ni a la adultez. Un intervalo reducido de tiempo donde la mujer todavía puede disfrutar de ciertas libertades y privilegios, pues no existen las restricciones que los roles de esposa y madre le exigen. Este intervalo de tiempo, además, está restringido a ciertos espacios donde lo masculino apenas tiene presencia.

Arai hizo suyos los procederes del shôjo para subvertirlos y usarlos de medio para transmitir un feminismo muy personal. Pero su objetivo no fue proselitista sino simplemente narrar historias de ciencia-ficción donde, además, destacaba un uso del lenguaje natural, reflejo del que las propias adolescentes utilizaban. De hecho, Arai fue la responsable de la popularización del término otaku. En su momento se trató de toda una revolución que no fue bien recibida por todos, sin embargo su influencia se ha dejado notar hasta en autoras contemporáneas como Yoshimoto Banana (1964).

Motoko Arai fue una escritora precoz, con 16 años ya empezó a hacer sus primeros pinitos en competiciones literarias, y con 18 su novela Atashi no naka no… (1978) fue muy elogiada y obtuvo una mención especial por parte del autor de microrrelatos Shinichi Hoshi (que era muy amigo de Osamu Tezuka, por cierto). Mientras estudiaba en la Universidad de Rikkyô literatura alemana, ganó dos premios Seiun con sus novelas Grîn Rekuiemu (1981) y Nepchûn (1981). Cuando se graduó ya había escrito 8 libros en total, y vinieron muchos más, de entre ellos a destacar Chigurisu to Yûfuratesu (1999), que se llevó el Gran Premio de ciencia-ficción de Japón.

Estas tres señoras que veis son Yumi Matsuo (Kanazawa, 1960), Hiromi Kawakami (1958) y Motoko Arai. Sobre Matsuo-sensei, su primer trabajo, Ijigen kafe terasu (1989), fue publicado cuando todavía trabajaba de OL (office lady), que es el empleo administrativo que las grandes empresas asignan al personal femenino, sin perspectivas de ascenso profesional ya que se da por hecho que cuando se casen dejarán su puesto para dedicarse al hogar. Se graduó en literatura inglesa en la Universidad de Ochanomizu, donde era miembro del grupo de investigación de ciencia ficción. Matsuo suele incorporar ingredientes de otros géneros a sus obras, como la fantasía o el romance. También suele parodiar los recursos de autores conocidos, como Arthur Conan Doyle, Ray Bradbury, Agatha Christie o Frederick Brown, ya que los conoce muy bien. Desde muy niña tuvo acceso a la literatura SF porque su padre era un auténtico fanático; pero precisamente por tenerla a su alcance, no le prestó la atención debida hasta que llegó a la universidad.

Y en 1994 publicó el que es su relato más conocido: Barûn taun no satsujin. En él, desde una postura próxima al postfeminismo, Matsuo ayudó a evidenciar la invisibilización existente hacia la mujer embarazada en la sociedad japonesa, deconstruyendo a su vez estereotipos. El relato se desarrolla en un sector de Tokio aislado del resto del mundo, y habitado únicamente por embarazadas. Son mujeres que eligen tener sus hijos de manera tradicional, a pesar de la existencia de úteros artificiales. Y en esa especie de región autónoma, con sus propias instituciones y recursos, una serie de crímenes tienen lugar. Asesinatos cometidos por una mujer embarazada. Y es otra señora preñada la que debe resolver los misterios, claro.

Como en la sociedad japonesa, donde los espacios femeninos ocupan los márgenes y se encuentran estrictamente acotados, Barûn taun no satsujin plasma una realidad donde el cuerpo femenino en transformación también es segregado y circunscrito en su ghetto. Pero al contrario que en la vida real, donde un organismo gestante no es admisible por los cánones de belleza establecidos, en la narración cobra protagonismo y es aceptado como propio de la naturaleza humana. Y como seres humanos, las embarazadas pueden cometer crímenes, resolverlos o simplemente salir a la calle y hacer lo que les venga en gana. Desconozco si los hermanos Coen leyeron esta narración, pero su película Fargo (1996) comparte algunos rasgos en común. Y donde su influencia resulta todavía más patente es en el maravilloso manga Wombs (2016) de Yumiko Shirai, cuya reseña podéis leer aquí.

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Haruna Kawaguchi e Issey Takahashi, protagonistas de la adaptación fílmica de la novela de Yumi Matsuo «Kugatsu no Koi to Deau Made» (2007), que se estrenó en marzo de 2019.

Sobre Hiromi Kawakami, por ejemplo, creo que no hay mucho que decir, porque es una autora bastante conocida en Occidente. Ha sido galardonada con sendos premios Tanizaki y Akutagawa, y unos cuántos más no menos importantes. Y, por supuesto, también ha contribuido con su granito de arena a la SF japonesa. De manera similar a Yûko Yamao, a mediados de los 80 decidió retirarse de su trabajo como profesora de instituto para casarse; sin embargo, regresó en los 90 para beneficio de todo el universo. Incluida ella misma. El recopilatorio Japón Especulativo de Satori (gracias, gracias, gracias hasta el infinito) contiene un relato corto suyo, Mogera Wogura (2002), muy recomendable.

¿Y podría realizar un artículo dedicado a autoras japonesas sin mentar a Kaoru Kurimoto (1953-2009)? Es algo impensable pero, de todas formas, ya escribí sobre ella cuando realicé la reseña del anime inspirado en su saga literaria de Guin. Es una bestia parda de la literatura japonesa, insuperable en muchos aspectos. Y como me está quedando una entrada de un tamaño bastante respetable, voy a ir terminando. Creo que es importante citar a gente como Reiko Hiwaka (1958), la laureada Setsuko Shinoda (1955), Aki Satô (1960), la reina del steampunk Fumio Takano (Ibaraki, 1966) o Yoriko Shôno (1956).

Hace unos días que he terminado de leer, por cierto, dos cuentos estupendos: Real Boys de la escritora Clara Kumagai, y Notes from Liminal Spaces de Hiromi Goto. Me han encantado. Ambos se hallan incluidos en la compilación Sunspot Jungle Vol. 1 (2018), que también os recomiendo por su enorme variedad. Por lo que, como podéis comprobar, el panorama en la ciencia ficción japonesa escrita por mujeres es fértil y de calidad, pero necesita más difusión. Servidora solo ha arañado la superficie.

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Con todos ustedes, la bestia parda Kaoru Kurimoto. On your knees. YA.

Si os habéis quedado con ganas de más, os recomiendo la lectura del magnífico ensayo El espacio, los cuerpos y los aliens en la ciencia-ficción femenina japonesa (2002) de la crítica literaria Mari Kotani (1958), y que podéis leer íntegramente aquí (francés). Muchas ideas de la entrada las he encontrado en sus páginas, he aprendido mucho. También el ya mencionado volumen Japón Especulativo de Satori Ediciones me ha brindado información valiosa. El resto ha sido ir recogiendo miguitas por un lado y por otro en internet. Espero que muy pronto tengamos entre manos más información disponible sobre estas autoras (¡y otras muchas más!). Lo merecen. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

Shôjo en primavera

Shôjo en primavera: La princesa Caballero de Osamu Tezuka

Hoy es mi cumpleaños y como es un día especial, hay entrada nueva en SOnC. Un regalo de mi parte para vosotros. Espero poder volver a retomar el ritmo habitual en el blog después de unas semanitas con la mente en otros asuntos, o al menos esa es mi intención. Y para comenzar con buen pie, nada mejor que un clasicote comiquero de los gordos. Llevo reservándome la reseña de este manga desde hace unos cuantos meses, pero es que merece un lugar destacado dentro de esa sección que, tras el equinoccio vernal, se despereza y asume protagonismo en SOnC: Shôjo en primavera. Y es que La princesa caballero o Ribbon no Kishi  de Osamu Tezuka son palabras mayores, nos estamos refiriendo a uno de los pilares básicos de una de las demografías más populares e importantes del universo manga. Fue un antes y un después en el shôjo.

El papel de Manga no Kamisama fue fundamental para el desarrollo del manga para chicas, pero no fue su único autor. Leiji Matsumoto y su Midori no Tenshi (1959),  Macoto Takahashi y su Sakura Namiki (1957) o la pionera Miyako Maki y su Maki no kochibue (1960), son solo tres ejemplos de lo que en los años 50-60 ya se estaba realizando. Sin embargo, Ribbon no Kishi se puede considerar la más célebre de las obras que asentaron sus bases, y una de la más tempranas. Aunque no la primera. Ese honor corresponde a Nazo no clover (1934) de Katsuji Matsumoto.

Con una evidente inspiración en los espadachines que Douglas Fairbanks y Errol Flynn interpretaban en el cine, Nazo no clover o El trébol misterioso relata las peripecias de una muchachita disfrazada de hombre que, enmascarada, defiende a los débiles de los abusos de la nobleza. Apareció como contenido extra en el número de abril del legendario magazine Shôjo no tomo (1908-1955), cuya contribución en la gestación de la estética, el arte y lenguaje visual del futuro shôjo fue incalculable. Es ahí donde comenzamos a vislumbrar esos ojos enormes y acuosos de la demografía, y que son la fuente de todo el sentimentalismo a flor de piel de sus historias. Junto a una belleza lánguida e idealizada de la naturaleza, con pétalos al viento y estrellitas, conformaron ese estilo denominado jojô-ga (dibujos líricos), que se convirtió en marca de la casa.

Sin embargo, no debemos perder de vista que el shôjo como tal nació tras la II Guerra Mundial y no terminó de desarrollarse hasta los años 70. Es consecuencia directa de la modernización de Japón, ya que no deja de ser una actualización a la sociedad capitalista de los tradicionales roles de género, y una manera de controlar a las futuras procreadoras de la nación. De ahí que, desde las primigenias novelas shôjo shôsetsu hasta los tebeos, transmitieran un código rígido e inmutable sobre lo femenino, que difundía entre las jóvenes urbanitas de clase media un ideal de mujer elegante, sumiso y enfocado al hogar. Ese ryôsai kenbo de la era Meiji que instaba a ser buenas esposas y madres sabias, lamentablemente, continúa algo vigente.

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Una de las portadas de «Maki no kochibue» (1960) de Miyako Maki

El primer Ribbon no Kishi de Tezuka fue publicado entre 1953 y 1956; y constó de 16 episodios distribuidos en 3 tankôbon. Luego vendría su secuela Futago no Kishi (1958) y una nueva versión del manga original en 1962, realizada por el propio autor. Por eso, a la hora de afrontar la lectura de esta obra, hay que tener muy en cuenta la época en la que fue creada. Como siempre suelo comentar (y no me cansaré de hacerlo), juzgar las obras del pasado con la visión del presente no es ni sabio ni inteligente. En La Princesa Caballero hay misoginia, machismo e incluso transfobia. Eso es una realidad. Pero en su momento, ninguno de esos conceptos se solían trabajar en Japón; y mucho menos en productos dirigidos a niñas. Y a pesar de todo, Ribbon no Kishi fue una obra atrevida y valiente; que junto a Tetsuwan Atom abrió las puertas a una nueva concepción del tebeo nipón, y donde las jovencitas podían verse reflejadas en un personaje dinámico y perspicaz, con iniciativa y poder.

No es ningún secreto que para crear a su princesa Zafiro Tezuka, además de conocer casi con seguridad Nazo no Clover de Katsuji Matsumoto y estar familiarizado con La Pimpinela Escarlata (1905) o el Zorro de Johnston McCulley, se dejó imbuir del espíritu del Takarazuka Revue y sus otokoyaku. La idea de vestir de hombre a una mujer y brindarle atributos tradicionalmente masculinos como el coraje, la intrepidez y la habilidad en el combate provino de este espectáculo teatral centenario que ha fascinado a decenas de generaciones de japoneses. Y lo sigue haciendo en la actualidad.

¿Era necesaria esta introducción para escribir la reseña de Ribbon no Kishi? La mayoría de las cosas apuntadas ya las he ido comentando en más profundidad por las diferentes entradas de Shôjo en primavera. Sin embargo, creo que recordarlas no viene nada mal, sobre todo para refrescar la memoria y dejar claro que La Princesa Caballero es hija de su tiempo, y que como tal hay que valorarla. Su trascendencia es innegable, sus tentáculos alcanzan el presente y han dejado huellas indelebles en las obras de muchos creadores y artistas. Dentro y fuera del shôjo.

Cuando vio la luz, Ribbon no Kishi no tenía demasiadas expectativas de sobrevivir; en esa época nadie habría apostado por una serie regular exclusiva para niñas. Nadie salvo Tezuka, que ya había escrito un par de historietas para chicas (Mori no yonkenshi, Kiseki no Mori no Monogatari) como ensayo a su La Princesa Caballero. Fue publicada en la Shôjo Club durante 3 años y resultó un éxito absoluto. Y así comenzó todo: fiat shôjo.

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«Princesa Caballero» (2016) de Phillip Light para el homenaje a Osamu Tezuka de Gallery Nucleus.

Ribbon no Kishi fue publicado en España en 2004 de la mano de  EDT (por entonces Glénat) en 3 tomos; y Planeta, que quiere dejar claro que sigue teniendo mucho que decir en el mercado del manga, se desmarcó este pasado 2018 con una maravillosa edición integral de tapa dura, 687 páginas y casi kilo y medio de Kamisama no Manga. ¡Y que no se me olvide, con la siempre excelente traducción de Marc Bernabé!

Como bien sabréis los fans de Tezuka, Planeta está publicando una serie de clásicos imprescindibles de su bibliografía como Astro Boy, Black Jack, Fénix, Ayako o una majestuosa antología que incluye Metrópolis, Lost World, Next World y La isla del Tesoro. Y La Princesa Caballero brilla con luz propia entre ellos. Una demografía que ha sido tan denostada desde sus primeros pasos, está recuperando el espacio que le correspondía por derecho propio; y Ribbon no Kishi se revela como ese clásico esencial a redimir. Porque se trata de una obra a la misma altura que Astroboy.

¿Y de qué va La Princesa Caballero? Pues es una serie de historias, inspiradas en los cuentos del folclore centroeuropeo de Charles Perrault y los hermanos Jakob y Wilhelm Grimm, que cuenta los avatares de la princesa Zafiro. Ella es la hija de los reyes del país de Silverland, con una predecible ley sálica, lo que le impide acceder al trono. Sin embargo, las circunstancias son mucho más complicadas de lo que podría parecer. Antes de nacer, en el cielo, los bebés reciben un corazón azul si van a ser niños o uno rojo si van a ser niñas. Tink, un querubín bastante travieso y atolondrado, decide que Zafiro tiene cara de chico, así que le asigna un corazón azul. Pero cuando llega su turno de verdad (tiene el número 110), le es concedido un corazón rojo, por lo que acaba teniendo los dos a la vez.

¿Qué será de Zafiro? ¿Mujer u hombre? Tink la ha liao parda, así que Dios lo envía a la Tierra para que, si nace niña, le arrebate el corazón azul. Y Zafiro resulta ser chica, y así es anunciada a los mensajeros del palacio real; sin embargo, por una confusión tonta, entienden que es chico, y es proclamada públicamente como hombre. Y heredero al trono de Silverland. Pero la cosa no queda ahí, el gran duque Duralmin (pérfido y malvado) sospecha que hay gato encerrado y que su hijo debería ser el auténtico futuro rey. Por lo que maquina para destapar el enredo. Mientras tanto, Zafiro es educada tanto como chica como chico, ya que al poseer ambos corazones posee las supuestas cualidades de ambos géneros; y solo el médico, el aya y los reyes conocen el secreto. Y Tink, por supuesto, que pretende llevar a cabo su misión.

Zafiro parece esquivar bien las intrigas de Duralmin, y aunque echa de menos no poder mostrarse en público como mujer, encuentra la manera de disfrazarse durante el Carnaval y disfrutar de los bailes y las fiestas que se celebran. En una de ellas conoce al primogénito del rey del país vecino, Goldland. Su nombre, Franz Charming; y Zafiro se enamora perdidamente. Será ese amor es el que dicte su destino final.

En La Princesa Caballero, como no podía ser de otra forma, suceden muchas más cosas. Estas son las premisas básicas de un manga en realidad conformado por multitud de cuentos, donde desfilarán un amplio abanico de personajes. Porque son cuentos a la occidental, con su potente sustrato cristiano e influencia de los fairy tales europeos. La narrativa es sencilla y lineal, dirigida al público familiar y centrado en el infantil, por lo que encontraremos en abundancia los habituales recursos cómicos de Tezuka, y una caracterización de los personajes que roza la parodia. Los villanos son muy villanos, los personajes cómicos muy reconocibles y los buenos estúpidamente intachables. Son como máscaras de teatro, arquetipos que ayudan en la construcción de una firme arquitectura social que no debe quebrarse.

Por supuesto, hay excepciones, y la proverbial habilidad de Kamisama no Manga para giros argumentales inauditos logra hacer de Ribbon no Kishi una lectura divertida y equilibrada. Resulta un tebeo de verdad entretenido, que sorprende por su frescura a pesar de tener más de 60 años. ¡Ha envejecido estupendamente! La notoria (y deliciosa) ingenuidad que exhala se diluye en la usual crueldad de los cuentos de hadas, ahí tenemos continuas referencias a Los seis cisnes, Cenicienta, La Bella Durmiente u obras de ballet como El Lago de los cisnes, que adquieren un nuevo rostro en este manga.

¿Y cuáles son esas excepciones de las que hablamos? Pues, por ejemplo, hay dos personajes que, personalmente, me gustan mucho, y representan una ruptura más dástrica hacia los rígidos roles de género de ese tiempo que la propia Zafiro. De hecho, Zafiro como protagonista del tebeo, debe doblegarse finalmente a las convenciones sociales de la época. No hay que negarle su osadía en ciertos aspectos, pero esa audacia siempre se justifica porque tiene un corazón masculino. En cuanto le falta, se convierte en la típica damisela en apuros; y no hay que olvidar que su móvil y objetivo es el amor de un príncipe azul. Sin embargo, en los secundarios Tezuka asume más riesgos, como son los casos de la diablesa Hecate y la espadachina Friebe.

El caso de Hecate es especialmente fascinante, pues además es plasmada como una auténtica beatnik, una anacronía en toda regla en la ambientación medieval del manga. Hecate además es un personaje que evoluciona, un perfecto ejemplo de gris. Rompe con el binomio bueno vs. malvado, se niega a dejar de ser ella misma: no quiere el corazón rojo de Zafiro para ser más «femenina», se rebela ante la autoridad materna (Madame Hell), no quiere casarse con el Príncipe y acaba ayudando a Zafiro.

Friebe, por otro lado, es la abuela de Utena Tenjô. Punto. Es senshi por elección personal, no espera pacientemente a que aparezca el hombre de su vida, sino que se lanza a buscarlo con una espada en la mano. Que resulta ser Zafiro. Es arrogante, intrépida y temperamental, lo que no es óbice para que también sea toda una experta en actividades domésticas. Más que Zafiro, es Friebe la que representa la unión de los paradigmas de lo masculino y femenino de la época, y lo más importante: sin conflicto, sin necesidad de recurrir a un corazón azul. Friebe elige su propio destino, no aguarda a que decidan por ella.

Zafiro en realidad no es libre, sino vasalla de sus responsabilidades como futura monarca, y debe obediencia a sus padres; por lo que debe ocultar su identidad femenina. Su interior se encuentra en guerra, una guerra que las circunstancias exacerban y la conducen a tener que elegir, ya que albergar dos corazones se manifiesta como incompatible. Y Tezuka hace muy patente esa disputa íntima, pero siempre, recordemos, desde la perspectiva de su contexto histórico. En Ribbon no Kishi no hay espacio para el género no binario o las identidades transgénero; a pesar de que fue una obra rompedora, continúa sujeta a la ideología hegemónica del Japón de los años 50. Y hay machismo para parar un tren de mercancías, no se le pueden pedir peras al olmo.

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Friebe y Zafiro

La Princesa Caballero es un prodigio que se continúa disfrutando en la actualidad sin problemas a pesar de todo. Tiene la ventaja de poseer diferentes niveles de lectura, tanto para niños como grandes, donde Manga no Kamisama inoculó sus inquietudes (que eran muchas) y espíritu antibelicista. Y siempre con un optimismo a prueba de bombas. Tezuka hace un alarde de imaginación extraordinario, con una flexibilidad a la hora de combinar diferentes géneros (misterio, aventuras, fantasía, terror, etc) que resultaban inesperados para lo que se solía ofrecer al público femenino en la esfera del shôjo shôsetsu. Son tantas las aventuras y vicisitudes que se narran (deudoras del emonogatari), con tantos recursos innovadores que luego se convertirían en cliché de la demografía, que sería imposible enumerarlos todos: amnesia, luchas con piratas, brujas malvadas, diosas celosas, metamorfosis varias, amores imposibles, bailes de máscaras…

Respecto al arte, es meridiano que la Blancanieves de Disney sirvió como modelo para Zafiro; y en general el animador estadounidense fue una influencia dominante en los trabajos de Tezuka,  tanto en papel como en cel. Las profusas escenas con animalitos, de nuevo remiten a Disney, así como la dinámica de las viñetas, que parecen más un dibujo animado que una mera ilustración. El dibujo fluye con facilidad ante los ojos, lleno de energía. Los diseños son engañosamente sencillos, pero en su simplicidad se esconde un estudio minucioso que elige de manera lúcida un estilo aniñado y dulce, de fisonomía manierista (esas cinturillas de avispa, esas piernas interminables… ay) que se convertirían en marca de agua del shôjo. La sensación es de estar ante un trabajo sin duda vintage, pero también pasmosamente contemporáneo. Por eso es un clásico, caramaradas otacos.

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Princess Knight (Ribbon no kishi), 1965, de Osamu Tezuka. Procedente de la exposición «Tezuka: The Marvel of Manga» del Museo de Arte Asiático.

¿Qué más puedo añadir a la reseña de La Princesa Caballero? La verdad es que no demasiado, porque tampoco deseo destripar la obra ni hacer un análisis exhaustivo, que haría necesarias bastantes entradas más. Esto es un blog, no una tesis doctoral, amiguitos. La presente solo tiene por objetivo ser una introducción y, si no habéis leído el manga, despertar vuestro apetito. Y no solo hacia este tebeo, sino al shôjo y a otros trabajos de Tezuka de su primera etapa. Espero que haya logrado un poquito su propósito. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

anime, Galería de los Corazones Rotos

La balada del viento y los árboles: OVA

¡Feliz año nuevo, próspero día de resaca! ¿Todo bien? Servidora va a continuar todavía un poco con su amiga la sidra. Es broma (no, no lo es, ¡viva la sidra! ❤ ). Vamos a dar la bienvenida a este 2019 con una sección que tenía olvidadísima, cubierta de líquenes, musgo, polvo, telarañas y montones de cajas viejas: Galería de los Corazones Rotos. Hace dos años que la inauguré, y aquí la tenemos de nuevo. Os refresco la memoria, camaradas otacos: se trata de un pequeño espacio en SOnC dedicado a todas esas obras de manganime que, por un motivo u otro, han llegado hasta nosotros inconclusas. O rematadas de manera chapucera. Es una sección un pelín amarga, un rincón para los lamentos, las quejas y cientos de lagrimones. Ay. Pero hoy seré buena. No voy a permitir empezar el nuevo año con mal sabor de boca. Así que, aunque se trata de una obra que nos dejó con la miel en los labios, su mal tiene remedio. Y del bueno.

Kaze to Ki no Uta (1976-1984) o La balada del viento y los árboles es uno de los mangas primigenios del yaoi. Aunque no es el primero, creo recordar que ese honor lo ostenta otra obra, un one-shot de la misma autora, Keiko Takemiya: Sunroom ni Te (1970). En España hemos tenido la inmensa fortuna de que Milky Way Ediciones se haya lanzado a publicarlo. Nunca antes se había editado fuera de Japón, a pesar de tratarse de un clasicazo que se llevó el premio Shôgakukan al mejor shôjo en 1979. Es todo un privilegio poder acceder a este trabajo en castellano, y además de forma tan esmerada como lo hace esta editorial asturiana.

Por eso este Corazón Roto de la Galería no lo es tanto. La reseña de hoy está dedicada a Kaze To Ki No Uta Sanctus: Sei Ni Naru Ka Na (1987), la OVA que adaptó el manga. Pero, como bien imaginaréis, un anime de apenas una hora no le puede hacer justicia a un señor tebeo de 139 capítulos y 17 tankôbon. Tenía pensado escribir un Manga vs. Anime como ya hice, por cierto, con otro trabajo de Keiko Takemiya, Terra e… (reseña aquí), una joya de la ciencia-ficción nipona; sin embargo, esta OVA, aunque no abarca todo lo que debiera, en sí misma es una pequeña maravilla que no sería justo comparar con el manga. Tiene su propia esencia, sus propias virtudes. Se trata de un anime que puede disfrutarse tanto si se ha leído el cómic como si no; y al dejar, inevitablemente, el kokoro triturado (y con ganas de mucho más), ahí cabalga Milky Way al rescate, para aliviar nuestra desazón. ¿No es estupendo?

Sin título

Kaze to Ki no Uta fue una obra bastante incomprendida a pesar de haber logrado un reconocimiento casi unánime. A Takemiya le costó una década conseguir que la publicaran como ella deseaba, sin censurar; y al final fue Shôcomi la revista que se atrevió a dar el paso. Este fue el comienzo del fin, camaradas otacos, el Apocalipsis del BL llegó a nuestras vidas: las fujoshi empezaron a brotar como champiñones e iniciaron, con sigilo, su plan de dominación del universo manga. Ya nadie puede escapar a su influjo, que es omnímodo, omnipresente y omnipotente. La balada del viento y los árboles y Thomas no Shinzô (1974) de Môto Hagio cimentaron el actual yaoi, aunque en su momento no existía tal denominación. El Grupo del 24 estaba cambiándolo todo no solo en la demografía shôjo, a la que insufló frescura y originalidad, sino que gestó nuevos géneros, como el yuri y el BL.

En Japón, la homosexualidad masculina se reservaba al ámbito estrictamente privado, se consideraba impensable hacer de ella algo público, y mucho menos una seña identitaria; pero estas mangaka no se iban a dejar amedrentar por algo semejante. Ellas buscaban superar la configuración del manga comercial de su época, y para ello debían dejar atrás convencionalismos y prejuicios. No dudaron en ilustrarse acudiendo a publicaciones como Barazoku, leyendo obras como Le ville dont le prince est un enfant (1951), o viendo películas como Les amitiés particulières (1964), que les abrieron las puertas a toda una galaxia oculta. No dudaron en inspirarse en el material que les ofrecía ese nuevo mundo para crear algo completamente transgresor. Sus hallazgos se convirtieron en auténticas revelaciones, que inocularon en sus tebeos para niñas y chicas jóvenes. Y eso es algo que no debemos perder de vista: las relaciones amorosas que se plasman en el BL van dirigidas a un público femenino heterosexual, no plasman la homosexualidad de manera realista, sino que expresan una heteronormatividad idealizada bajo las máscaras de un seme y un uke.

Por supuesto, el BL ha ido evolucionando a lo largo de las décadas, y el shônen-ai primigenio de los 70, con su rocambolesca tragedia y melodrama exaltado, ha ido perdiendo florecillas, estrellitas y ambientaciones decimonónicas. Kaze to Ki no Uta no deja de ser un shôjo muy old school, por lo que no se le pueden exigir según qué cosas. No obstante, La balada del viento y los árboles rompe con algunos esterotipos que luego se asentarían en el género; y no deja de resultar curioso teniendo en cuenta que esta obra fue su principal germen.

Kaze To Ki No Uta Sanctus: Sei Ni Naru Ka Na tuvo de director al veterano Yoshikazu Yasuhiko, mangaka también; y la dirección artística corrió a cargo de Yamako Ishikawa, una señora que hizo lo propio en obras como Tenkû no Shiro Laputa (1986), Arete Hime (2001) o Tekkon Kinkreet (2006). Así que pocas bromas, estamos ante un equipo que, a nivel técnico y artístico, era de primera división. No escatimaron medios. ¿Está lo demás en consonancia? Veamos.

La balada del viento y los árboles cuenta la historia de amor entre dos adolescentes que son como el yin y el yang, los eternos opuestos complementarios, ¡incluso físicamente! Serge Battour, hijo del vizconde de Battour y una bella gitana, huérfano y prodigioso pianista; y Gilbert Cocteau, nacido en el seno de una familia adinerada pero rechazado por sus padres. Su tío es quien se hizo cargo de su cuidado, maltratándolo y abusando de él desde muy pequeño. Battour y Cocteau se conocerán en 1880, en el prestigioso internado Lacombrade, a las afueras de la ciudad provenzal de Arles.

Nadie en el colegio quiere compartir la habitación con Gilbert por su tendencia a seducir a sus compañeros y las continuas visitas de sus amantes. Todos sienten atracción y repulsión hacia él, no lo consideran uno de los suyos. Vende sus favores sexuales con facilidad, y disfruta provocando a los demás. Carl Meiser, estudiante responsable de su edificio, cree que el recién llegado, Serge Battour, puede ejercer una influencia positiva en Gilbert, pues parece un muchacho honesto y afable. Y así es, Serge es un chico de buen carácter y gran sentido de la justicia, que sufre también lo suyo a causa del racismo, pero dispuesto a luchar por salir adelante. Como era de esperar, choca frontalmente con el carácter del atormentado Gilbert, una criatura andrógina y bello como un ángel, pero caprichoso y cruel.

Serge es un alma cándida, y horrorizado descubre cómo su compañero de dormitorio subasta sus encantos, mediante grandes alardes de rebeldía y frivolidad. Battour no está dispuesto a tolerar semejante conducta autodestructiva, y decide ayudarlo con firmeza. Al principio, Gilbert lo desdeña pero, poco a poco, comienza a apreciar su integridad y modestia, que para él resultan toda una novedad. Sin embargo, el horror que ha sufrido Cocteau desde niño lo ha dañado de manera permanente, y Serge desconoce todavía muchas cosas. ¿Será capaz de brindarle el apoyo que precisa? La atracción entre los dos va aumentando, pese a que Battour resiste sus impulsos, reprime lo que cree que es un sentimiento antinatural.

Es importante destacar en Kaze To Ki No Uta Sanctus: Sei Ni Naru Ka Na la fuerte presencia del cristianismo, que siempre ha condenado con energía la homosexualidad. Lacombre es un colegio religioso, que aunque predica compasión y piedad universales, se torna completamente hostil e implacable hacia aquellos que viven fuera de sus márgenes. Por más que se encuentren necesitados, niega misericordia y ayuda. Es la desolación absoluta, el vacío y la ausencia total de amor en la vida de Gilbert, que lo persigue allá donde va. Ese desamparo también lo siente de otra forma Serge, y forma entre ellos un lazo, una reverberación que los une para consolarse mutuamente. Reluctantes, pero al final cayendo uno en los brazos del otro.

Porque La balada del viento y los árboles trabaja temas muy, muy sórdidos. Y tenebrosos, que van desde la prostitución infantil, la pedofilia, el sadomasoquismo, el maltrato físico y psicológico, violaciones, etc. Y, al contrario de lo que sucede en el yaoi moderno, que inyecta romanticismo a las agresiones sexuales y relaciones tóxicas, Kaze To Ki No Uta Sanctus: Sei Ni Naru Ka Na es terrible y directa. Sin ambages. La homofobia se retrata con crudeza, y la dinámica seme/uke es prácticamente inexistente, porque Takemiya nos está contando otro tipo de historia. Como buen shôjo, tiene romance, rebosa de sentimentalismo y abundante melodrama; pero la intrincada psicología de los personajes no nos permite idealizar según que acciones y actitudes. Resulta imposible edulcorar continuos abusos cuando estos luego son los responsables de la destrucción de una persona. Y hasta ahí puedo contar.

Kaze To Ki No Uta Sanctus: Sei Ni Naru Ka Na es un cuento inacabado de dolor, amistad y melancolía. Es un flashback, una colección de recuerdos de juventud y del primer amor; un preludio que deja tantos cabos sueltos que solo el manga puede atarlos. Y, como las memorias, posee una atmósfera onírica que muta en pesadilla con asombrosa fluidez. Su cadencia es solemne, grandilocuente, con una yuxtaposición de sucesos y sentimientos brillante. La preciosa ambientación gótica, la consabida falacia patética, la fascinante presencia de Chopin en su música, los magníficos fondos pintados a mano, el contraste de colores y las bellas alegorías visuales hacen de esta OVA una pequeña gema que brilla a pesar de tratarse de un mero hors d’oeuvre. Todo ello para adornar con pasión (y sincronización escrupulosa) las emociones que manan de los pechos sangrantes de dos efebos de vidas trágicas.

En cierta forma, La balada del viento y los árboles me da un poquitín de rabia. ¿Solo una hora? ¿Tanto talento y derroche visual para una simple introducción? Personajes interesantes como Pascal Biquet, Aryon Rosmarine o el infausto Auguste Beau quedan relegados a meros bocetos; los temas del racismo y las motivaciones de Gilbert apenas se rozan (todo el sentimiento de culpabilidad de la víctima, la búsqueda desesperada de amor, etc), por no hablar de la influencia maquiavélica de Beau en todo el internado. Pero, aun así, Kaze To Ki No Uta Sanctus: Sei Ni Naru Ka Na sigue siendo un anime que vale su peso en oro. En él, dos personajes, al inicio antagonistas, van gravitando uno en torno al otro, hipnotizados, hasta colisionar. Bum.

El Grupo del 24 no se andaba con paños calientes, y Keiko Takemiya no fue una excepción. La balada del viento y los árboles es dura. A pesar de los excesos lacrimógenos, sus contenidos son para un público adulto. El lenguaje visual y recursos principales son los propios del shôjo; sin embargo, su contenido no va dirigido a niños. Si esto es cierto en la OVA, mucho más en el manga. ¿Disfrutáis echándoos unos lloros de vez cuando? ¿Queréis empezar con inmejorable pie uno de los culebrones más emblemáticos del BL? Entonces Kaze To Ki No Uta Sanctus: Sei Ni Naru Ka Na es vuestro anime.

Más tarde, en vuestro lugar, yo le hincaría el diente al tebeo, aprovechando que Milky Way lo ha traído por estos parajes. Miel sobre hojuelas, camaradas otacos. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

manga

¡Vuelta al 2018 en 10 mangas!

Estamos en tiempo de listados, todo el mundo nos apresuramos a revisar lo que ha dado de sí el año, y confeccionar nuestros tops de obras destacables. No soy muy fan de este tipo de entradas, pero este 2018 ha sido, al menos para mí, espectacular a nivel manga. Se han publicado tebeos maravillosos que dudaba muchísimo poder encontrar en España. Así que, con sumo gusto y placer, os presento los cómics japoneses editados por estos lares que me han parecido más interesantes. Recordad, amiguitos, esta es una mera opinión personal en un blog minúsculo, no el Canon Pali. Y tal.

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«Mujer leyendo» (1840) de Utagawa Kuniyoshi

 

10. La isla de las pesadillas

Hideshi Hino | Horror, folclore, slice of life| Tomo único | Ediciones La Cúpula | ★★★1/2

Que Hideshi Hino sea uno de los maestros indiscutibles del terror, junto a Kazuo Umezu y Suehiro Maruo, es un hecho incontestable que ningún otaco con dos dedos de frente osaría rebatir. Es así, punto. Y en España no es un total desconocido, Ediciones La Cúpula lleva unos cuantos años ya publicando material suyo a buen ritmo, lo que siempre produce gran felicidad entre todos esos  infelices seres que amamos el género. Este 2018 nos ofrecieron un recopilatorio de 7 pequeñas historias de podredumbre y melancolía monstruosa, pero inspiradas en el rico folclore japonés: La isla de las pesadillas. Aquí tenemos a Hino-sensei en estado puro: su característico arte de trazo candoroso, moldeando deformidades al servicio de cuentecillos ingenuos donde lo grotesco y lo aberrante aúllan a la luz de un sol irreal. Una preciosidad de trabajo.

9. Holiday Junction

Keigo Shinzô | Drama, slice of life| Tomo único | ECC Cómics | ★★★1/2

Fue una de mis compras estrella este pasado Sant Chorche, le hinqué con muchísimas ganas el colmillo a este tomito que ECC tuvo el detalle de publicar en español. Todo lo que suponga acercar al público hispanohablante al mangaka Keigo Shinzô me parece fenomenal. Le dediqué hace ya un tiempecito una entrada a su estupendo tebeo Bokura no Funka Matsuri (2012), y llevo siguiéndole un tiempo la pista también a través de la editorial francesa Le Lézard Noir (la amo profundamente), que está editando su Tokyo Alien Bros (2015) y Moriyama-chû Kyôshûjo (2009) . Muy recomendables, por cierto.

Holiday Junction es una buena manera de presentar a este autor, de familiarizarse con su delicadeza mágica. Se trata de un volumen que recopila pequeños relatos de muy distinto pelaje, pero en los que el común denominador es el slice of life. Si os gustan Taiyô Matsumoto, Ken Niimura o Inio Asano, este mozo os entusiasmará. Tiene una manera serena, a ratos melancólica, de narrar sus historias, que atrapan por su elegante simplicidad. Su arte resulta fresco, espontáneo; y se adapta como un guante a la atmósfera tenue de los one-shots. Mi cuento favorito es el último, Un año en la vida de Bun-chan, un gato doméstico, y no solo porque su protagonista sea un lindo minino.

Espero de todo corazón que haya tenido una buena acogida entre los lectores, estaría genial poder contar con más obras de Keigo Shinzô en el futuro. Es un mangaka bastante prometedor, ¡sangre nueva!

8. Una mujer de la era Shôwa

Kazuo Kamimura/Ikki Kawijara | Drama, slice of life, histórico| Tomo único | ECC Cómics | ★★★★☆

Kamimura se está revelando para mí, de manera personal, como un gran retratista de la mujer japonesa. No es que ya no lo supiera de leídas, pero otra cosa muy distinta ha sido comprobarlo directamente a través de sus mangas. No lo llamaban shôwa no eshi, que se podría traducir como “el pintor de ukiyo-e de la era Shôwa”, por casualidad. Historia de una Geisha (reseña aquí)  me gustó bastante, El club del divorcio (1974) me enamoró por completo; y Una mujer de la era Shôwa (1977), aunque ya no fue una obra en solitario sino creada junto a Ikki Kawijara (Ashita no Joe, Tiger Mask), me ha parecido de lo más destacado de este 2018.

Shôwa Ichidai Onna o Una mujer de la era Shôwa cuenta la historia de Shôko Takano, hija ilegítima de un político prominente de la oposición y una célebre geisha tokiota. A la muerte de su madre, Shôko se ve totalmente abandonada a su suerte en un país en ruinas, de ciudades todavía humeantes tras la derrota en la II Guerra Mundial. Una nación en reconstrucción, lamiéndose las heridas, y con un largo y cruel camino por delante. Y así resulta ser la senda de Shôko, feroz y brutal, que modelará su carácter para hacerla una persona fuerte, implacable, glacial. Un relato que parece una cosa, y acaba convirtiéndose en algo insólito, huyendo del esperado melodrama lacrimógeno para centrarse en la mera supervivencia. Un manga abrupto y despiadado, no para todo el mundo.

7. Atelier of Witch Hat

Kamome Shirahama | Fantasía, slice of life, seinen| En publicación | Milky Way Ediciones | ★★★★☆

Tongari Bôshi no Atelier o The Atelier of Witch Hat es mi manga favorito actual de fantasía junto a La pequeña forastera de Nagabe. Los estoy siguiendo entusiasmada, cada uno en su estilo son como agua fresca de manantial. Siúil, a Rún fue publicado a finales del 2017, por eso no lo he incluido en este top, aunque no me han faltado ganas. Es un manga sensacional. Y The Atelier of Witch Hat, pese a su tono más tradicional, también lo es. Tenéis la reseña inicial que le escribí aquí, y sigo manteniendo con fervor todo lo que en esa entrada afirmé.

Kamome Shirahama me tiene contentísima con su extraordinario arte, que le debe tanto al art nouveau, al estilo del shôjo clásico de los 70-80 y el cómic europeo (Moebius, Pratt, Battaglia). Es minucioso, ornamentado, muy alegre también. No me canso de observarlo una y otra vez. La mangaka está construyendo una arquitectura sólida y fascinante para su mundo de fantasía, y sin caer en la infantilización. Porque, camaradas otacos, The Atelier of Witch Hat es un rotundo seinen, donde además la magia se conjura mediante tinta y pluma. No se recita, no se realizan gestos especiales: se dibuja. ¡Maravilloso! Uno de los tebeos más atractivos que se han publicado este 2018, sin duda. ¡No os lo perdáis!

6. La balada del viento y los árboles

Keiko Takemiya | Drama, shôjo, shônen-ai| En publicación | Milky Way Ediciones | ★★★★☆

¿Cómo no podía estar entre mis mangas preferidos del año Kaze to Ki no Uta o La balada del viento y los árboles? ¡¡Keiko Takemiya!! ¡¡Y una de sus mejores obras además!! Por supuesto, lo he estado siguiendo vía scanlations todo lo que he podido (no está completo, y el asunto se encuentra paradísimo desde hace más de un año, para más inri), de ahí que cuando supe que Milky Way había decidido hacerse con su licencia y publicarlo en España, lloré muy fuerte. De felicidad, se entiende. Por cierto, que es la primera vez que se publica fuera de Japón. Y menuda edición se están cascando, ¡las portadas son preciosas! Bueno, todo en general lo están haciendo muy requetebién. De momento van 2 tomos (en la edición original japonesa son en total 17, pero Milky Way lo hará en 10), así que os podéis hacer una idea de que la historia está, simplemente, calentando motores. ¡Aún estáis a tiempo de subiros al carro!

La balada del viento y los árboles tiene todo lo que se puede esperar del buen shôjo que las mangaka del Grupo del 24 practicaban: ambientación idealizada europea, entorno escolar exclusivo, arcos argumentales rocambolescos deudores del folletín decimonónico, complejos retratos psicológicos y tragedias, muchas tragedias. Y crueldades. Y abusos, y violaciones y… mucha sordidez forrada con un precioso dibujo repleto de flores y estrellitas. Kaze to Ki no Uta tuvo problemas en su época por su contenido fuertecito, pero cuando por fin salió a la luz tuvo un impacto trascendental. Su influencia ha sido muy evidente, brota como setas en obras como Banana Fish o Shôjo Kakumei Utena, por poner un par de ejemplos. Un clásico entre clásicos que nadie debería perderse. De verdad de la buena.

5. Mi vida sexual y otros relatos eróticos

Shôtarô Ishinomori | Erótico, Sci-fi, biográfico| Tomo único | Ediciones Satori | ★★★★☆

Con este peazo de manga me vais a permitir que me explaye a gusto. Porque lo acabo de finalizar y estoy muy emocionada, así que allá voy. No es ningún secreto que Satori Ediciones es una de mis editoriales predilectas, y más de una vez he comentado que la labor que están realizando por acercar la cultura popular japonesa y su literatura al público hispanohablante es monumental. Así que, cuando me enteré de que tenían planeado sacar una colección dedicada al mundo del manga, me estremecí de la emoción. Y cuando supe que su primera incursión iba a ser de Shôtarô Ishinomori, la alegría fue plena.

Según comentaron en el XXIV Salón del Manga de Barcelona, la intención es ir publicando obras de autores selectos, clásicos y contemporáneos. Para este 2019 han anunciado el josei de Miyako Maki, en tres tomos, Seiza no Onna (1973); y parece que están tras la pista también de algunos trabajos de Leiji Matsumoto. Como comprenderéis, estoy que no quepo en mí del gozo, y con muchísimas ganas de paladear todas las delicias que nos tengan reservadas. Espero que les vaya fenomenal y los lectores respondan, porque lo ocurrido con Ponent Mon ha sido un golpe bajo.

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Sobre el Rey del Manga, Shôtarô Ishinomori, ya escribí un poco en esta entrada que dediqué a su estupendo Ryûjin Numa (1957-1964) o El estanque del dios Dragón, dentro de la sección Shôjo en primavera del blog. Así que no me voy a extender mucho más, pero para refrescaros un poco la memoria, Ishinomori-sensei es una figura clave en la historia del tebeo japonés. No le tenía miedo a ningún género ni demografía, los trabajó prácticamente todos; experimentó e innovó tanto en formas como contenidos y, por si no fuera poco, en 2007 recibió de manera póstuma el certificado de El libro Guinnes de los récords como el autor que ha publicado más números de comics: 770 títulos diferentes (500 tankôbon) en total. Un creador incansable, y al que hasta Tezuka le tenía unos pocos celillos, a pesar de que su relación era buena.

Y de toda la colosal obra de Ishinomori, Satori se ha lanzado a publicar como su primer manga Otona-na Ishinomori o Mi vida sexual y otros relatos eróticos, que ha contado con la fantástica traducción de Marc Bernabé. Es un profesional como la copa de un pino, que además se nota que ama el cómic japonés. Este tomo de casi 400 páginas es una recopilación de 15 one-shots dirigidos exclusivamente al público adulto y fuerte carga concupiscente. Hay escenas bastante explícitas aunque no alcancen la categoría de pornografía, pero el sexo es el hilo conductor que une todos estos relatos.

¡Sí, brindemos con Ishinomori! ¡Feliz Navidad! Bueno, ejem, prosigamos. Estamos hablando de relatos escritos y dibujados entre 1969 y 1975, Mi vida sexual y otros relatos eróticos es un tankôbon electrizante. Para disfrutarlo, en primer lugar hay que desterrar la gazmoñería; y en segundo, ser conscientes de la época y el país donde fueron creados. Después de estas aclaraciones, que me habría encantado no tener que hacer (aunque visto el percal no queda otra), creo que os podéis hacer una idea del tono general del tebeo, y si os puede interesar o no. Por mi parte, os adelanto que me ha encantado, y lo he gozado de principio a fin. Como sucede con la mayoría de recopilaciones, es una obra muy heterogénea, donde se encuentran desde alucinaciones psicodélicas, humor bizarro, violencia, perversiones, noir, retrato social descarnado, reflexiones filosóficas y retales de la propia vida de Ishinomori.  Un gran manga.

4. Mi experiencia lesbiana con la soledad

Kabi Nagata | Yuri, slice of life, biográfico| Tomo único | Fandogamia | ★★★★☆

En la entrada que dediqué hace más de un año al yuri, «El delicado cultivo de la iris japónica», seleccioné este manga como uno de los más interesantes del género. Y no tenía ninguna esperanza en que lo llegaran a publicar en España. Pero, afortunadamente, he tenido que comerme mis palabras con patatas. Y muy feliz de tener que hacerlo. Fandogamia Editorial no solo lo editó aquí, sino que se lanzó a traer más obras de Kabi Nagata, como su Diario de intercambio (conmigo misma). Toma ya. ¡Muchas gracias!

Sabishisugite Lesbian Fuzoku Ni Ikimashita Report o Mi experiencia lesbiana con la soledad es un relato de reclusión, tristeza y enfermedad; pero también de superación y búsqueda, aunque conduzca a puertos insólitos. Como autobiografía que es, resulta curioso que no caiga en la autocompasión, sino que prefiera enfocarse en un cerebral autoanálisis. En realidad, el salvavidas de la protagonista. Este cómic es una puerta abierta no solo a su vida íntima como mujer soltera lesbiana, sino a sus procesos mentales, dolencias y pensamientos. Y todo contado con una delicada e imaginativa sencillez con la que es muy difícil no empatizar. Por no hablar del paisaje que se otea al fondo: una sociedad con un pudor extremo en las relaciones humanas, poco flexible hacia lo distinto, y que estimula cierto aislamiento enfermizo.

Mi experiencia lesbiana con la soledad narra una historia real y cruda, pero no exenta de sentido del humor. Es un manga que se siente próximo, susceptible de gustar a todo tipo de público adulto, aprecie el yuri o no. De hecho, si uno se deshace de los prejuicios, encontrará, simplemente, la historia de una mujer joven por hallar su lugar en el mundo. Una de las sorpresas editoriales de este 2018, sin duda.

3. Pink

Kyôko Okazaki | Josei, slice of life, drama| Tomo único | Ponent Mon | ★★★★1/2

No voy a añadir mucho más a lo que ya escribí en la reseña que dediqué a este maravilloso manga en Otakus Treintañeras. Se trata de un josei que hizo historia junto a otros trabajos de la propia Kyôko Okazaki y de Moyocco Anno. Lograron revolucionar la demografía, que se encontraba completamente estancada en un lodazal de cursiladas más propias de un shôjo hortera que de un ¿género? dirigido a personas adultas. Tomó el nombre del color que se asigna a las mujeres, que las encorseta en angustiosos roles de género, para pervertirlo y transformarlo en un alarido, una gran carcajada también, desgarrando así la concepción tradicional de la feminidad nipona. Pink es una crítica descarada y resplandeciente que señala la gran hipocresía social japonesa, a la vez que retrata la caótica vida de una Tokyo Girl en los happy eighties.

La idea principal que planea sobre todo el manga es la de la prostitución. Pero no solo la ejercida por las profesionales del sexo, sino la que todos, de una manera u otra, desempeñamos en diferentes ámbitos de nuestra vida. Toda ella rebozada en una crujiente comicidad de tono irreverente y surrealista, para nada libre de ciertad ferocidad amarga. Pink es una obra para reír y para reflexionar, directa y honesta; pero también cruel y dolorosa. Imprescindible.

2. Catarsis

Môto Hagio | Shôjo, fantasía, surrealismo | Tomo único | Tomodomo | ★★★★1/2

Este es el manga que llevaba esperando con más ansiedad del 2018. Primero, Tomodomo anunció que lo publicaría durante el primer semestre del año. Pasó el verano y servidora continuaba aguardando, impaciente. ¿Habría sucedido algo con la licencia? ¿Con los requisitos que pudiera exigir Môto Hagio en su edición española? ¿Se había incendiado la imprenta? ¿Tomodomo se iba a declarar en bancarrota? Muchas estupideces, y otros motivos también más razonables, me cruzaron por la mente. El año estaba acabando, y Hanshin o Catarsis no había visto todavía la luz. Por fin, en noviembre, pude tenerlo en mis manos. No sin que antes Correos extraviase mi paquete, por supuesto, y volviera a encontrarlo cuando ya estaba a punto de perpetrar una escabechina en la pertinente sucursal.

Catarsis es un tomo recopilatorio de 12 historias extrañas, inquietantes, que abarcan desde la década de los 70 (Sayo se cose un yukata, El invernadero, Marine), pasando por los 80 (Mitad, Camuflaje de ángel, El falso rey, Amigo K) y ahondando en los 90 (La niña iguana, Las pastillas de ir a la escuela, Al sol de la tarde, Catarsis, El niño que volvía a casa). Veinte años de carrera durante los cuales Hagio trabajó multitud de géneros y temáticas desde muy distintas perspectivas, otorgando al shôjo una nueva dimensión. Tengo preparada una reseña específica para Catarsis, por lo que no me alargaré más; pero sí puedo deciros que es un verdadero privilegio el poder acceder a la obra de Hagio en castellano, y mucho más con las extraordinarias ediciones que Tomodomo nos está brindando.

1. Miss Hokusai

Hinako Sugiura | Josei, slice of life, histórico| 2 tomos | Ponent Mon | ★★★★★

Todo lo que pueda decir sobre esta obra es poco, así que lo resumiré de esta forma: la amo mucho. Es ya uno de mis tesoros más preciados. Y como sucede con Catarsis, le tengo preparada reseña, por lo que no me extenderé demasiado. Miss Hokusai lo tiene todo: un arte elegante, limpio, pleno de lirismo; y unas historias que, como pequeñas estampas, van plasmando la efervescente y rica cultura urbana de los chônin y el ukiyo-e. Todo a través de los ojos de la hija del gran pintor Hokusai.

Hinako Sugiura fue una gran erudita del periodo Edo, al que decidió dedicarse en exclusiva, abandonando el mundillo del manga. Una pena, en cierta forma. Hace un año escribí una entrada sobre su cómic Hyaku Monogatari (1986-1993), que fue el último que realizó antes de retirarse. En ella explico alguna cosica sobre su vida y persona, por si os interesa.

Solo me resta agradecer a Ponent Mon su enorme esfuerzo por habernos traído esta preciosa obra, y que lamento muchísimo que no vayan a poder dedicarse al manga como lo han hecho hasta ahora. Lo que sí puedo afirmar es que me han hecho muy feliz este 2018, tanto con Pink como con Miss Hokusai o El bosque milenario. Y deseo que pronto salgan del bache y puedan regresar al tebeo japonés con fuerzas renovadas.


Y esta ha sido mi selección de mangas del 2018 que, como ya he comentado al inicio, ha sido, desde mi punto de vista, un año excelente. Podría haber elegido también otros títulos, como Chiisakobee (lo estoy siguiendo vía Le Lézard Noir, no obstante) o la edición integral de La Princesa Caballero que ha publicado Planeta Cómic (estoy contentísima con ella); pero el listado quería que fuese de 10 tebeos, no 80. Y eso. Que paséis una buena noche en compañía de vuestros familiares, y que el Olentzero os traiga muchas cosicas bonitas.

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anime, Peticiones estivales

Peticiones Estivales: Paradise Kiss

¡Ay, el verano! El calor me vuelve lenta y holgazana, además de que ando casi todo el día aturdida. Y luego me ocurren accidentes sangrientos en la cocina… pero esa ya sería otra historia. Las Peticiones Estivales prosiguen su itinerario, y hoy tenemos la sugerencia de Faelyan, que desde Buenos Aires conduce el genial blog Vorágine de Palabras. ¡Muchas gracias por tu inspiración, maja! La obra que nos concierne es el anime Paradise Kiss (2005), una obra muy querida por la mayoría del público y que fue bastante popular en su momento.

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Paradise Kiss está basada en el manga original de Ai Yazawa del mismo nombre y consta de 12 capítulos que la siempre fantabulosa Madhouse tuvo a bien realizar.  Tengo que reconocer que a esta mangaka la tengo un poco olvidada, y tampoco es que haya leído demasiados tebeos suyos. Tiene un estilo muy reconocible al que no le acabo de coger el puntillo, pero esto no me ha impedido disfrutar del cómic que, desde mi punto de vista, es lo mejor de su carrera hasta ahora: Nana (2000). Tristemente, se encuentra en hiato indefinido. Deseo de todo corazón que la autora se recobre pronto de su enfermedad, no ya solo para que le brinde un desenlace a Nana, sino para que pueda continuar con su vida sin sufrimientos en plenitud. ¡Mucha fuerza, Yazawa-sensei!

Si la adaptación al anime de Nana (2006) me encantó también, sobre Paradise Kiss ya no puedo decir lo mismo. Me costó además conectar con el propio manga, ya que el tema que trata y el mundo que lo rodea, el de la moda, me resultan pesados y aburridos. Pero me lo terminé, hace milenios de eso, y reconozco que es un buen trabajo aunque no encaje con mis preferencias personales. Sin embargo, el anime, que también vi hace muchos, muchos años y he vuelto a revisionar para la ocasión, no considero que se encuentre a su misma altura. Ni en broma. Y es una pena. Paradise Kiss, por cierto, en realidad es una secuela de un manga y anime anteriores, Gokinjo Monogatari (1995), del que no tardaré en escribir si todo va bien.

Yukari Hayasaka es una estudiante en el último curso de instituto. Se encuentra en un momento trascendental de su vida, pues debe escoger cuál va a ser su labor como adulto, cuál va a ser su posición en la sociedad. En Japón esto es algo importantísimo, y la presión a la que se ven sometidos los jóvenes de su edad es bastante enérgica. Ella nunca se ha considerado a sí misma una estudiante brillante, pero se esfuerza con ahínco en sacar las mejores notas para contentar a su madre, una mujer estricta y seria que solo desea el mejor futuro para su hija.

Yukari, que no ha conocido en su corta existencia nada más que el trabajo duro del aprendizaje y las responsabilidades de una vida convencional, no se imagina que pueda existir algo más hasta que tropieza con el atelier «Paradise Kiss». En él trabajan cuatro zagales de su edad, pero muy distintos a ella; creando con sus propias manos atavíos de gran imaginación y riqueza estilística. El cerebro del taller de moda es el arrogante George Koizumi, y todos están convencidos de que Yukari es la modelo perfecta para las creaciones de «Paradise Kiss».

Y a partir de aquí empieza la batalla de Yukari, la dicotomía entre dos universos opuestos que convergen en ella. Dos mundos que parecen incompatibles en esos momentos, y que obligarán a nuestra protagonista a elegir. Escoger, decidir, madurar. ¿Qué es lo que quiere hacer esta chica con su vida? La pasión de la juventud y su irreflexión candorosa la conducirán a un nuevo planeta lleno de glamour, libertad y nuevas emociones. Un lugar donde puede sentirse ella misma, y que, a su vez, no le exige nada más que ser ella misma. Pero este nuevo mundo se halla dentro de uno más grande: el real, lo mismo que su pequeña esfera de existencia escolar, y es algo que no debe de perder jamás de vista. Paradise Kiss no deja de ser una obra sobre el paso de la infancia a la adultez.

Y esta transición Yukari no la hace sola. Está rodeada de maravillosos personajes que en el anime son cristalizados de manera bastante tosca. Reducidos a su esencia más mínima, haciendo de algunos de ellos incluso caricaturas enojosas. No pretendo escribir un Manga vs. Anime, pero viendo la serie es inevitable que acuda a la cabeza el tebeo, porque existe un diferencia notable. Aun así, si no tuviéramos en cuenta el cómic, el anime deja que desear en ese aspecto. Y es una lástima, porque se olisquea claramente que detrás de ese elenco hay mucha más cera de la que arde.

Comenzando por los miembros del atelier, Miwako Sakurada queda reducida a una genki girl sin muchas neuronas y voz estridente (dios, es insoportable), que de vez en cuando deja brillar su corazoncito de oro. Está terriblemente infantilizada. Su novio, Arashi Nagase, queda plasmado como un punkie gandul al que le entusiasma quejarse. Mi personaje preferido, Isabella Yamamoto, una mujer trasgénero de personalidad fascinante, queda simplificada a mera figura maternal. Finalmente, George Koizumi continúa siendo un presuntuoso y snob, no más insufrible que en el tebeo, aunque sí mucho más plano. ¿Y Yukari Hayasaka? Pues nuestra pequeña Yukari es la que mejor parada sale de todos, no en vano es la protagonista, aunque tampoco podamos decir que sea un portento de personaje.

Yukari sufre la esperada evolución en este tipo de obras: de la niña sumida en una vida gris, marcada por el deber, siguiendo la senda transitada por la mayoría y haciendo lo que se espera de ella, al excitante descubrimiento de que el mundo es… muy grande. Y que dejarse llevar, tomar una actitud pasiva, no la benefician para nada como persona. La vida es dura. El resto de secundarios, como el encantador Toku-chan o la vibrante Mikako Kôda (¡me encanta esa mujer!), son un acompañamiento fantástico, me habría gustado que hubieran profundizado un poquillo más, y que las relaciones interpersonales no hubieran resultado tan deshilachadas, pero 12 capítulos tampoco pueden dar más de sí. Y la propia estructura de los episodios, como pequeños telegramas enlazados y guiados ocasionalmente por un diálogo interior, no contribuye a ello demasiado.

Uno de los puntos importantes de la serie es la relación amorosa que surge entre Yukari y George. Y aunque intentan dotarla de un aire realista, la relación entre ellos no termina de cuajar, no es creíble. Sin más. Es una pareja que realmente no se comunica, y su romance es conducido de manera insulsa, sin emoción. La colegiala sin experiencia junto al guapo (y rico, of course) malote que la manipula. Sus tácticas de seducción y control son muy obvias, y hacen al personaje todavía más odioso si cabe. El idilio evoluciona porque Yukari crece como persona, y al hacerlo, el futuro de este se encuentra sentenciado. No puede ser de otra forma. Yukari y George no funcionan, no pude empatizar con ellos en ningún instante. A pesar de que la presencia de George Koizumi es considerable durante el proceso de madurez de Yukari, su aportación es únicamente la de obligarla a ser sincera.

Esta falta de verosimilitud no es aislada, se encuentra dipersa por todo el anime. La historia de unos niños bien con una noción poco realista de la vida y que viven en una burbuja ajena al común mortal. Mayordomos, cochazos, mansiones exhuberantes, institutos maravillosos y exclusivos, y mucha gente cool. ¿De verdad esto es un josei? No sé yo…

Uno de los dilemas que brotan conforme se visiona Paradise Kiss es si estamos frente a un shôjo o un josei, porque comparte características de ambas demografías. Está catalogado como josei, pero yo personalmente lo considero un híbrido de shôjo-josei que a ratos juega a ser serio y formal. ¿Incluir escenas y diálogos sobre drogas y sexo, o presumir de un final materialista lo convierte en josei? Yo diría que hace falta un poquito más. Y es que no abundan los josei puros, la industria y los autores continúan ofreciendo todavía de manera mayoritaria el mismo tipo de producto a niñas, adolescentes y mujeres, con enfoques infantiles, fuertemente idealizados y centrados en las mismas temáticas y contenidos: romance, belleza, moda, vida cotidiana. Y es algo que me asusta bastante de manera personal, lo dependiente que es la mujer japonesa de su imagen, la importancia obsesiva por parecer jóvenes y bellas. Es una obligación para lograr su máxima aspiración: marido. Y eso se plasma en ambas demografías. ¿Hay excepciones? Sí, por supuesto. Pero Paradise Kiss no es una de ellas. Y es que el debate de las demografías en el manganime japonés daría para deliberar mucho. Pero hoy no toca.

Paradise Kiss recoge muchos elementos del shôjo clásico de los 60 y 70, y los introduce en su historia con naturalidad: entorno embellecido de reminiscencias occidentales, ambiente escolar de élite, tragedias familiares sin resolver, casualidades y enredos sentimentales visibles, protagonista ingenua y pasiva que solo tiene su belleza como talento, flores, estrellitas y pétalos al viento, comedia ligera y absurda, etc. Mucha horteradita entrañable que siempre se hace querer. Aunque también rinde homenaje a clásicos del josei, como el Pink (1989) de Kyôko Okazaki en algunos guiños como el del cocodrilo; o elige mostrar facetas menos amables en las relaciones entre padres e hijos.

Pero, ¿tiene algo de bueno esta serie? Porque le estoy propinando una zurra antológica. Pues sí, tiene unas cuantas cosas buenas. La primera y principal, su apartado técnico y artístico. Es una verdadera gozada. Tiene una animación estupenda, unos diseños de personajes alucinantes, recursos visuales imaginativos, ¡y qué colorido! Las ambientaciones tokiotas son maravillosas, todo está realizado con sumo gusto y cuidado, y la riqueza de detalles abruma. Por no hablar de las referencias a la cultura popular que aparecen (Godzilla, The cat in the hat, Marilyn Monroe, Humphrey Bogart, etc) y que hacen mucho más jugoso su visionado. Hasta el opening y ending son bastante más que potables (Franz Ferdinand, ouhyeah!).

Resumiendo, y siendo consciente de que es una unpopular opinion como la Gran Esfinge de Guiza, Paradise Kiss es un anime sin un clímax real y con un enorme potencial desperdiciado. No es mala obra, pero se asienta en una tierra de nadie donde queda a la merced de sus excelencias visuales y artísticas, que son numerosas y deslumbrantes, pero que no son suficientes para hacer de ella una adaptación digna. Es vacua, instrascendente, superficial, vaga. Y con el paso del tiempo, se olvida con facilidad. Se ve, distrae pero no emociona. Una lástima, pero ya sabemos que un bonito envoltorio no lo es todo. Puede, de hecho, esconder una decepción. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

Shôjo en primavera

Shôjo en primavera: Ryûjin Numa

¡La primavera ya está aquí! No lo parece demasiado, pero el equinoccio vernal lo hemos dejado atrás hace ya unos días, así que SOnC estrena la nueva estación con la sección dedicada a la arqueología del shôjo: Shôjo en primavera. No podía ser de otra forma. Y lo hacemos con un manga escrito y dibujado por el que ha llegado a ser considerado «el Stan Lee japonés», también llamado el Rey del Manga (manga no ôsama): Shôtarô Ishinomori (1928-1998).

Que no haya aparecido todavía por aquí es cosa seria (no tengo perdón), pues nos estamos refiriendo a un autor histórico, a la altura de Osamu Tezuka, y cuya ingente labor ha sido imprescindible para el desarrollo y evolución del tebeo japonés. Ishinomori es uno de los grandes, sin él el manga moderno y, sobre todo, el tokusatsu no serían igual. Creo que merece la pena que nos detengamos un poquito (solo un poquito, tranquilos) en conocer al mangaka antes de meternos en harina con el cómic que hoy nos ocupa: Ryûjin Numa (1957-1964) o El estanque del dios Dragón.

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En esta foto del año 1969 aparecen importantes autores del gekiga, ¿a cuántos reconocéis? ¿sois capaces de localizar a Ishinomori-sensei entre ellos? ¡Venga, no es tan difícil!

A pesar de la descomunal contribución de Ishinomori a la cultura popular japonesa, casi no se le menciona en Occidente. Se ha escrito largamente sobre Osamu Tezuka, Shigeru Mizuki, Yoshihiro Tatsumi o Sanpei Shirato, sin embargo de Shôtarô Ishinomori no hay tantas referencias teniendo en cuenta además el volumen de su obra y trascendencia. De hecho, en 2007 recibió de manera póstuma el certificado de El libro Guinnes de los récords como el autor que ha publicado más números de comics: 770 títulos diferentes (500 tankôbon) en total. Yo también entono un mea culpa porque en tres años de blog únicamente lo he nombrado de pasada en una única entrada. Pero hoy, más vale tarde que nunca, puedo al final reparar esa fea omisión.

Si hay que comenzar por algún sitio, es de rigor indicar la fecha y lugar de nacimiento: 25 de enero de 1938 en Tome, prefectura de Miyagi, en la región norteña de Tôhoku. Desde niño sintió que su vocación eran los tebeos, y con sus primeras publicaciones en Manga Shônen, siendo todavía adolescente en 1955, llamó la atención de Tezuka, que lo acopló a los artistas de su órbita. Los apartamentos Tokiwa-sô forman ya parte de la historia del manga, y en ellos Ishinomori comenzó a desarrollar su propia carrera. Aunque no hiciera del realismo dramático del gekiga exactamente su bandera y llegara a ser más celebrado por sus extraordinarias obras de ciencia-ficción, manga no ôsama trabajó casi todos los géneros. Incluido el que hoy nos atañe, el shôjo, incorporando además importantes novedades que afectarían a su evolución. Como perteneciente a la generación yakeato, que nació durante la Guerra del Pacífico (1937-1945) y vivió durante su infancia y adolescencia las consecuencias del terrible conflicto bélico, sus experiencias influyeron en sus obras hondamente.

ishinomoriShôtarô Ishinomori es conocido, principalmente, por sus colaboraciones televisivas en series de los 70 basadas en mangas suyos: Kamen Rider (1971), con sus diversas secuelas y encarnaciones; Himitsu Sentai Gorenger (1975) o J.A.K.Q. Dengekitai (1977), que asentarían los cimientos del super sentai, alcanzando fama internacional. Pero en el mundo del manga, que fue realmente la disciplina donde se explayó, fue responsable de grandísimos clásicos como Cyborg 009 (1964-1979), el ya mentado Kamen Rider o seinen históricos como Sabu to Ichi Torimono hikae (1966-1972) o Hokusai (1987). No obstante, a mí, personalmente, me llama la atención su labor en el gekushû o manga de entretenimiento educativo. Fue un auténtico pionero en este género, que se dirigía tanto a un público adulto como juvenil, y en el que predomina el espíritu pedagógico. Muy interesante pinta la historiografía del cómic que realizó en Manga Nihon no Rekishi (1989-1993), planteando sin rodeos un Japón integrado en un continuum cultural junto a China y Corea, una noción alejada por completo del tradicional (y extendido) nacionalismo nipón que siempre ha enfatizado la singularidad e impermeabilidad de la nación japonesa.  Y totalmente visionario fue su Shônen no tame no manga-kanyûmon (1965), un manual para que jóvenes aspirantes a mangaka pudieran aprender los primeros rudimentos de la profesión. Él fue el primero en crear un tebeo de estas características a nivel mundial.

Sin embargo, el cómic estrella de hoy es un shôjo, como antes comentábamos. Porque como muchos de los fundadores del manga moderno, Ishinomori realizó unas cuantas obras en esta demografía. Y a pesar de que no gozaba ni del mismo respeto ni prestigio que su hermano el shônen, y ni muchísimo menos el seinen, nuestro amigo shôjo tiene una importancia capital en el tebeo japonés. Más allá del tradicional desdén o indiferencia que despierta todavía,  el mal llamado «género para chicas» tuvo en su infancia unos cuantos paladines que no lo hicieron nada mal. De hecho, Môto Hagio, una de las renovadoras de la demografía, no duda en citar como influencia a Osamu Tezuka y, como no podía ser de otra forma, a Shôtarô Ishinomori. Su manga Poe no Ichizoku (1972-1976), del que tenéis su reseña aquí, posee una gran influencia de la obra que precisamente vamos a tratar hoy: El estanque del dios Dragón.

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Ryûjin Numi en realidad es una colección de seis historias cortas que Ishinomori fue dibujando desde 1957 hasta 1964. La primera y la última, que tienen casi el mismo nombre, Ryûjin Numa y Ryûjin Numa no shôjo, son dos versiones distintas del mismo cuento. A salvedad de este dúo de one-shots, ninguno más comparte vinculación. Son narraciones distintas y con estilos diferentes, en los que es posible observar la evolución estilística de Ishinomori y su gran versatilidad.

Ryûjin Numa

Es el cuento que da título al tankôbon, publicado por la legendaria revista Shôjo Club. Es el único, junto a su primer avatar Ryûjin Numa no shôjo, que tiene lugar en un contexto puramente japonés. Narra la llegada de Kenichi a su pueblo durante las vacaciones de verano, donde le espera su prima Yumi y sus tíos. Pronto tendrá lugar el festival donde el kami de la laguna sagrada, un dragón, es venerado con diversas celebraciones. Un espectáculo folclórico de gran colorido que Kenichi no quiere perderse. Pero algo raro sucede en la aldea, fenómenos extraños rodean el estanque, donde se aparece una enigmática y bella muchacha vestida con un fino kimono. Y, lo más importante, parece que el dios dragón se encuentra muy descontento y está provocando serias desgracias entre algunos habitantes del pueblecito. El sacerdote del templo está convencido de que para calmar su furia serían necesarias ofrendas de dinero. ¿No huele un poco a chamusquina? Eso le parece a Kenichi, así que, fascinado por la visión de la doncella y, a la vez, receloso por lo que está acaeciendo, decide investigar los acontecimientos.

dragon4Ryûjin Numa es un cuento fantástico con destellos de intriga y el acostumbrado romance por parte del personaje principal femenino. Kenichi parece ajeno a los esfuerzos de Yumi, recién llegada a la pubertad, porque los ojos de su primo están fijos en la esquiva mujer que parece encontrarse en el meollo de todo el misterio. ¿Cuál será el desenlace de estos secretos? Ishinomori no decepciona en el desarrollo de la historia, con un final agridulce muy adecuado.

Yoru wa Sen no Me wo Motteiru

Noriko Umemiya es una joven universitaria huérfana que aspira a trabajar como tutora de los chicos de una familia acomodada. Son tres hermanos rebeldes que se han criado sin la presencia de su madre, por lo que a Noriko le cuesta ganarse su confianza. Pero esa no será la única dificultad con la que se tope la joven. El padre de la chavalada parece también un hueso duro de roer, al que le persigue un pasado desgraciado y turbulento. Nuestra protagonista se verá envuelta en una serie de incidentes misteriosos y que ocultan un gran peligro del que tratará de proteger a sus pupilos.

Acción, suspense y un final que desvela una confidencia inesperada… aunque para Noriko solo representa la meta a la que aspira toda chica japonesa de la época (y parece que actualmente también). Un shôjo siempre será un shôjo, y más en la década de los 60. Por lo demás, Ishinomori se atreve a tomar prestados elementos del gekiga e introducirlos en su historia, aportando cierta crudeza insospechada. Un relato bastante curioso.

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Mizuiro no Hoshi

Se trata del one-shot más clasicote, al menos desde nuestra perspectiva, pero que en su momento fue bastante innovador. Una historia romántica en el Moscú decimonónico, donde dos jóvenes se conocen en circunstancias dramáticas y se enamoran. Ellos son Maria y Leonid; ella estudia canto en la Escuela de Música, y él es un pobre escritor con problemas de autoestima. Muy pronto, Maria destaca entre sus compañeras y el gran compositor Ruskin la elige como estrella de su próxima y gran ópera. El triángulo amoroso está servido, se masca la tragedia, ¿qué sucederá? Nada a lo que el Grupo del 24 no nos haya acostumbrado, pero de una forma mucho más sencilla y tosca. Quizá sea el relato más flojillo de los seis, sin embargo su valor se mide en la cantidad de características que vaticina del shôjo de los 70.

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Kiri to Bara to Hoshi to

Es el one-shot más ambicioso del recopilatorio y, como indica su título, La niebla, la rosa, la estrella y…, está dividido en tres partes, preludiadas por citas de autores como Hermann Hesse (1877-1962) o Dante Alighieri (1265-1321).  La niebla es una historia del pasado, donde la protagonista, Lily, nace como vampiro; La rosa pertenece al presente, en la que se desarrolla un crimen que Lily deberá resolver para limpiar el honor de los vampiros; y La estrella se encauza en un futuro (realmente nuestro pasado, pues el mangaka lo sitúa en 2008) donde unos monstruos similares a los de la mitología grecorromana invaden la Tierra procedentes de Marte.

Este último, La estrella, es el más bizarro del trío. Una mezcla de ciencia-ficción bobalicona, pero bastante audaz, con melodrama folletinesco. Muy Serie B, lo que me entusiasma, y que además se atreve a lanzar sus propias reflexiones filosóficas sobre la naturaleza humana y vampírica. Lily es una vampira que, en cierta manera, detesta su condición, pero la acepta procurando causar el menor daño. Mantiene su vampirismo oculto, y vive su existencia fingiendo ser una persona normal. Siente una gran empatía por la que fue su especie, de alguna manera todavía no ha renegado de su humanidad.

Kiri to Bara to Hoshi to es el más Tezuka de los cuentos que Ishinomori incluyó en la compilación, tanto en el argumento como los recursos artísticos. A pesar de la intriga, la acción y las bonitas pinceladas de terror gótico, ahí tenemos muy presentes los gags cómicos que más que divertir, cortan el rollo bastante. Pero eran otros tiempos, y este tipo de elementos se consideraba necesario incluirlos, y así modelar un tebeo adecuado para las mentes más jóvenes. Relajar la tensión y oscuridad de las historias, porque, recordemos, no dejaban de ser shôjo.

Kaigara no Yôsei

El elfo de la concha o Kaigara no Yôsei es un cuento sencillo sobre un elfo (yôsei es la palabra que se utiliza en Japón para las criaturas mágicas occidentales como hadas, duendecillos o elfos) que cuando es atrapado por algún humano, debe concederle tres deseos para así liberarse. Y es lo que les ocurre a tres hermanos en una playa, encuentran una concha donde habita un ser de este tipo. Por supuesto, les concede sus peticiones aunque, como en todos los anhelos cumplidos, existe una letra pequeña. Kaigara no Yôsei es una historia tierna sin presunciones que se lee con verdadero placer.

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Ryûjin Numa no Shôjo

La primera versión del relato, que data de 1957, es mucho menos refinada y carece de los detalles de su hermana pequeña. Contiene los ingredientes básicos: el amor no correspondido, la doncella misteriosa, la corruptela económica; pero narrada con más rapidez y sin la riqueza de matices del one-shot posterior. Si embargo, es el dibujo lo que me ha entusiasmado, por su aire primitivo y de bella geometría. Ese candor e inocencia resultan deliciosos, así como esa disposición tan elemental de las viñetas. El románico del manga, camaradas otacos, también posee su magia.

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Los protagonistas tampoco se llaman igual, aquí son Akira y Miki; pero su dinámica personal es la misma: la indiferencia, los celos y la dicotomía amor real vs. amor inalcanzable. Unos patrones que veremos repetidos una y otra vez en la demografía con mayor o menor fortuna; y cuyo desenlace también variará dependiendo del grado de madurez que el autor quiera dispensar a su obra. En este caso, Ryûjin Numa no shôjo alcanza un final mucho menos cruel que el que siete años más tarde Ishinomori concebiría, aunque no por ello resulta menos encantador.


Como en todas las obras clásicas shôjo, no pueden faltar los elementos que lo caracterizan, como el entorno occidental idealizado. Las referencias a obras literarias europeas están muy presentes, como la poesía de Francis William Bourdillon (1852-1921) o Algernon Charles Swinburne (1837-1909). Por no hablar de que imprescindibles como El Fantasma de la ópera de Gaston Leroux, Carmilla de Sheridan LeFanù o el musical The sound of music sobrevuelan continuamente sobre estas pequeñas historias. Sin embargo, no podemos negar que el cuento principal, que da nombre a la compilación, es de ascendencia japonesa, incrustado en el rico folclore del sintoísmo.

Me ha llamado muchísimo la atención cómo Ishinomori, en el one-shot Mizuiro no hoshi, que quizá sea el relato más simple y fiel a la demografía, decidió mantener la presencia de ciertos recursos del emonogatari. El emonogatari fue un formato híbrido entre tebeo y novela, una especie de “libro ilustrado” dirigido al público joven. Eran como versiones impresas de los cuentos de los kamishibai, con un dibujo naturalista y fuerte presencia de texto. Durante unos años compitieron en popularidad con el manga, hasta que fue barrido por este a finales de los 50.

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Shôtarô Ishinomori, a pesar de la pureza infantil con que impregna los cuentos, introduce ingredientes que no son tan esperados en el shôjo, al menos en esa época. El misterio, el terror, la ciencia-ficción ¡y el noir! Es realmente sorprendente encontrar estos géneros en una demografía que, por entonces, se dedicaba más bien a formar a las niñas japonesas para que fueran las perfectas esposas, madres y amas de casa. Para ello, Ishinomori coloca de protagonistas de la acción a personajes masculinos, dejando los femeninos en roles mucho más acordes con los ideales del momento: bellas muchachas de carácter sumiso, casi siempre pasivo y enfocado a la esfera de los sentimientos. Uno de ellos, no obstante, Kaigara no Yôsei, se aleja un poquitín de esa disposición, tomando las premisas de un slice of life fantástico muy lindo.

Ninguno de los argumentos sorprende, de hecho la resolución de un par de ellos es tremendamente manido, y en eso se nota que son obras de hace cincuenta años. Tienen mucho de folletinesco, y la violencia explícita es un recurso que Ishinomori no duda en invocar, lo que hace de estos one-shots obras, por otro lado, bastante insólitas. Es indudable que se trata de un shôjo que ya se percibe distinto, Ryûjin Numa auspicia lo que unos años más tarde el Grupo del 24 ofrecería al mundo: la revolución.

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Bocetos de Ryûjin Numa no shôjo (1956)

Shôtarô Ishinomori respeta totalmente el estilo gráfico del shôjo, con esos enormes ojazos estrellados y detalles románticos florales. En todos, además, la influencia de Tezuka y su Ribbon no Kishi (1953-1956) es cristalina. Los personajes cómicos o malvados aparecen totalmente caricaturizados, con el típico trazo Disney en su dinámica; sin embargo, en Mizuiro no Hoshi el estilo es muy distinto, fluye a borbotones del jojô-ga, resultando extraordinariamente cercano al que luego desarrollaría Riyoko Ikeda. Esta diversidad estilística es maravillosa para poder observar la evolución del dibujo shôjo, no solo la del propio mangaka. El progreso de una demografía que tanto ha aportado, y continúa haciéndolo, al arte del tebeo japonés. En Kiri to Bara to Hoshi to se comienzan a apreciar también los modos y formas que una década más tarde serían la seña de identidad de la demografía.

Pero no solo brota exuberancia, Ishinomori también ofreció delicado minimalismo, también nos descubrió la belleza de los vacíos y silencios que son pura poesía. Una esencia netamente japonesa que rezuma sus jugos en la encarnación más joven de Ryûjin Numa.

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Ryûjin Numa es una bonita compilación de seis one-shots que hará las delicias de los amantes de la historia del manga. Tienen la virtud de ofrecer al ojo observador la historia estilística del shôjo mediante unos relatos de argumento atractivo. Como casi todo volumen recopilatorio, su contenido resulta bastante heterogéneo; y las historias no pueden presumir del mismo nivel de calidad. No obstante, a pesar de sus diferencias no se puede decir que haya alguno realmente malo. Todos poseen su interés y entretienen, aunque no habría que olvidar a la hora de abordarlos que son hijos de su tiempo. Juzgarlos desde la óptica del presente no es que resulte solo estúpido, sino también bastante injusto. Si eres fan del shôjo, deberías leerlos; si eres fan del manga en general, tendrías que hacerlo igualmente. Son ya historia. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

manga, Shôjo en primavera

24年組 : las Magníficas del 49

Me ha sorprendido bastante que en la última entrada dedicada a Kamome Shirahama, autora de ese estupendo manga en publicación que es Tongari Bôshi no Atelier, muchos de vosotros hicierais click en el vínculo que dirigía a la wikipedia del Grupo del 24 o 24 nen-gumi. Creo que he escrito (y no poco) sobre algunas de las mangaka que forman parte de él, como Môto Hagio, Riyoko Ikeda, Keiko Takemiya, etc. Pero, horreur!, todavía no existe ningún post en SOnC destinado a ellas como movimiento artístico. ¡Omisión del tamaño de un trolebús! Por lo que me veo obligada a despertar un poquito antes de tiempo la sección de Shôjo en Primavera para realizar la pertinente (y obligatoria) entrada y homenajear a Las Magníficas del 49.

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«La niña iguana» (1992) de Môto Hagio

Shôjo en primavera está más bien orientado hacia mangas previos al Grupo del 24, ese es su límite cronológico. Los albores del shôjo, obras que prácticamente casi nadie conoce ni lee porque, todo hay que decirlo, a Occidente apenas llegan, salvo de refilón si se trata de Osamu Tezuka o Leiji Matsumoto. Por eso tampoco es una sección que tenga mucho movimiento, aunque la considero indispensable. Y poco a poco irá creciendo, conforme las oportunidades me permitan acceder a más material antiguo. Sin embargo, considero muy oportuno escribir una entrada dedicada a la frontera entre la infancia y la adultez de esta demografía. Un momento capital además dentro de la historia del manga. A partir de la década de los 70 el tebeo dirigido a jovencitas sufrió una metamorfosis  y estableció los cimientos del cómic comercial japonés contemporáneo, trascendiendo géneros y demografías. Y las responsables de esta transformación fueron las protagonistas de hoy, las 24 nen-gumi.

No hay un consenso claro sobre qué artistas conforman el Grupo del 24, ni siquiera si puede considerarse la existencia de un grupo como tal (ay, bendita posmodernidad); no obstante, como SOnC es un blog amateur que leéis cuatro lechucillas, voy a tomarme la libertad  de afirmar su realidad y, basándome en mi criterio, escribir sobre las que considero sus adalides. Es cierto que es un poco arbitrario establecer un movimiento artístico basado en el año de nacimiento de sus posibles componentes, las cuales tampoco fueron consultadas ni creo que fueran conscientes de estar formando un grupo como tal. Pero tampoco se puede negar que todas ellas poseen características comunes, dentro de sus lógicas diferencias estilísticas, y que fueron influenciadas por los mismos estímulos culturales.

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Osamu Tezuka fue de las grandes influencias del Grupo del 24.

El shôjo hasta la llegada del Grupo del 24 era una demografía bastante maltratada tanto por lectores como crítica. Se consideraba claramente inferior por puro sexismo, ya que se dirigía al público femenino e infantil, estimado poco exigente. Los propios mangaka y las editoriales eran negligentes con él. Aunque el shôjo fue trabajado por Tezuka, Matsumoto y pioneras como Hideko Mizuno o Chieko Hosokawa, se consideraba una demografía menor. Volvemos a toparnos, por enésima vez en la historia, con el prejuicio de que solo lo masculino puede considerarse universal; lo femenino va dirigido exclusivamente a las mujeres y debe permanecer en su esfera, como si la feminidad fuera una especie de enfermedad contagiosa que envileciera la masculinidad.

El shôjo, como ya se ha comentado en otras ediciones de la sección, procede de la ilustración jojô-ga de principios del s. XX y las novelas para chicas (shôjo shôsetsu), que centraban su atención en el mundo de las emociones idealizadas. La amistad, la vida cotidiana, el amor platónico entre chicas, la delicada tranquilidad de un universo ausente de hombres. Por otro lado, eran auténticos manuales de cómo ser la perfecta mujer japonesa: sumisa, abnegada y amante esposa y madre. Este trasfondo legó sus propios códigos estéticos al shôjo, pero no alcanzaron al resto de demografías. De ahí que para un lector profano se hiciera hasta cierto punto incomprensible, por no decir que ridículo y deficiente. Hasta que llegaron Las Magníficas del 49.

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Sin las ilustraciones de Jun’ichi Nakahara (1913-1983) el arte del shôjo no habría sido igual.

A este grupo de mujeres se les denominó así porque nacieron en el año 24 de la era Shôwa (1949) o en fechas aledañas. ¿Dónde surgió el nombre? Pues ni idea. Por mucho que he rastreado internet, no he encontrado una fuente fidedigna que aclare ese interrogante; pero se encuentra ampliamente extendido y no voy a ser yo quien lo discuta. Eso se lo dejo a los expertos. Pero regresando a lo que nos atañe, hasta la aparición de esta generación de mujeres el shôjo había gozado de una reputación pésima. ¿Por qué, de repente, ese interés de la crítica en él? Porque esta damas comenzaron a modernizar la demografía, que hasta entonces había permanecido aletargada e inmóvil en sus premisas, introduciendo nuevos lenguajes visuales y temáticas. Un lavado de cara donde tanto la presentación, el arte y sus historias enrevesadas jugaron sus mejores bazas.

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Ilustración para el manga «Hi Izuru Tokoro no Tenshi» (1981-1983) de Ryôko Yamagishi.

Sin embargo, continuaba siendo shôjo. Aunque inyectaran cuestiones más maduras e incluso peliagudas, como la religión, la muerte o la homosexualidad; o los géneros se abrieran a la ciencia-ficción, la fantasía, la historia o el terror, el Grupo del 24  siguió trabajando con los recursos del shôjo: potente eurofilia, el lirismo gráfico del jojô-ga y rampante exaltación sentimental. Se convirtieron en sólidos bildungsroman en los que desarrollar tramas de fino encaje sentimental. La habilidad con la que manejaron la disposición de las viñetas para enfatizar los vaivenes emocionales y crear las atmósferas adecuadas, y el aumento significativo de la complejidad psicológica de los personajes conquistaron al público, porque podían ver reflejados en sus páginas muchas de sus desazones.  Los mangas del Grupo del 24 continuaron siendo auténticas bombas románticas como sus precursores, donde el melodrama era el rey absoluto. Por eso la proeza que consiguieron estas mujeres fue, y sigue siendo todavía, inmensa. Lograron que la demografía saliera de su gueto, alzara el vuelo para ser valorado como le correspondía en justicia, y fuera consumido masivamente sin dejar de ser él mismo, sin dejar de ser shôjo. Por no decir que, a partir de entonces, la mujer conquistó definitivamente su espacio en el mundo del manga. Y eso en una sociedad profundamente machista como la japonesa del s. XX fue todo un mérito.

También es cierto que el shôjo, así como todas las demografías japonesas en realidad, sigue propagando unos estereotipos bastante sexistas que, conforme nos vamos retrotrayendo en el tiempo, son cada vez más intensos. Por eso siempre es necesario recordar que afrontar la lectura de obras del pasado con la mentalidad del presente no es ni justo ni inteligente. Me ha salido con rima y todo. Los seres humanos somos hijos de nuestro tiempo, y nuestras obras reflejan lo que somos; lo mismo va por el Grupo del 24. ¿Y quiénes son ellas? Como ya he indicado al principio, no existe un consenso sobre su número, incluso a raíz de su influencia ha surgido otra nomenclatura, Grupo Post-24 (ポスト24年組), para referirse a otras mangaka nacidas un poco más tarde. Así que he elegido las que considero cabecillas indiscutibles de Las Magníficas del 49: Môto Hagio, Keiko Takemiya, Yumiko Ôshima, Ryôko Yamagishi y Riyoko Ikeda. Podría haber añadido alguna más, como Toshie Kihara, pero me ha resultado imposible acceder a sus obras (tengo unas ganas feroces de hincarle el diente a su clásico Angelique y a su colección de historias cortas Yume no Ishibumi, AINS), por lo que estas son mis seleccionadas.


riyoko-ikeda1. Riyoko Ikeda (1947, Osaka) es una de las mangaka más conocidas de Las Magníficas del 49 y su influencia ha ido más allá de la demografía shôjo. Es toda una institución en el tebeo japonés, y sus obras y estilo artístico tienen un sello personal que han contribuido desde los inicios de su carrera a modernizar y forjar el cómic de las islas. Tiene debilidad especial por las temáticas históricas de corte occidental, haciendo hincapié en unos argumentos que beben de lo mejor del folletín decimonónico francés. El jojô-ga está especialmente presente en su arte, al igual que el Takarazuka Review, que sirve a Ikeda para plasmar de forma amable los problemas de la transexualidad en la sociedad heteropatriarcal. Su obra más conocida y celebrada es Versailles no Bara (1972-1973), que ha tenido múltiples adaptaciones y cuyo éxito traspasó las fronteras de Japón. Tenéis su reseña aquí.

Tebeos recomendados: Versailles no Bara, Claudine…! (1978) y su reseña aquí, Orpheus no Mado (1975-1981), Onii-sama e… (1974)

keikotakemiya2. Keiko Takemiya (1950, Tokushima) fue, junto a Môto Hagio, la que dió el primer impulso para la renovación del shôjo. Ambas vivieron en la misma casa durante un par de años, en Ôizumi, Nerima (Tokio). Por ahí también empezaron a pasarse otros artistas, creando lo que más tarde se denominaría Ôizumigakuen: un lugar de encuentro, intercambio y aprendizaje. Allí ambas descubrieron publicaciones como Barazoku (gracias a su amiga Norie Masuyama) y leyeron obras como Le ville dont le prince est un enfant (1951) o Les amitiés particulières (1943), que les abrieron las puertas a un universo oculto, el de la homosexualidad masculina. No dudaron en inspirarse en el material que les ofrecía ese nuevo mundo para crear algo completamente transgresor: el shônen-ai y yaoi. No es difícil encontrar los ecos de Les amitiés particulières en Thomas no Shinzô (1974) de Hagio y, sobre todo, en Kaze to Ki no Uta (1976-1984) de Takemiya. Actualmente imparte clases de Teoría y Práctica del Manga en la Universidad Seika de Kioto.

Tebeos recomendados: Terra e… (1976-1980) y su reseña aquí, Kaze to Ki no Uta (1976-1984)

oshima3. Yumiko Ôshima (1947, Ôtawara) es quizá de las autoras menos conocidas de Las Magníficas del 49 y que, paradójicamente, más contribuyeron técnica y artísticamente al nuevo lenguaje visual del shôjo. Sin embargo, su adorable creación Chibi-neko, protagonista del manga Wata no Kuni Hoshi (1978-1984), sí que goza de popularidad. Ôshima ha sido siempre amiga de mezclar lo kawaii con el surrealismo; de comenzar una historia de manera etérea, plena de simbolismo, y acabar tratando temáticas inquietantes, incómodas y con crueldades varias. Se centra, sobre todo, en las experiencias que resultan del paso de la niñez y la adolescencia al mundo adulto. Sus dilemas y preocupaciones vitales, del choque entre los sueños y fantasías contra la realidad. Fue la primera en sacar de sus globos los textos, de dejar flotar los pensamientos de manera gráfica; y construir una estructura no lineal en la disposición de las viñetas, cuyos límites además se difuminan, abriendo la perspectiva del lector más allá de las páginas. Todo al servicio de la emoción del público, y de transmitir con mayor eficacia los sentimientos de los personajes. Desde mi punto de vista es, junto a Môto Hagio, la más original e insólita del Grupo del 24.

Tebeos recomendados: Wata no Kuni HoshiGô Gô datte Neko de Aru (1996-2011), Banana Bread no Pudding (1977-1978).

img_15_m4. Ryôko Yamagishi (Kamisunagawa, 1947) es la mangaka que puede presumir del arte más elegante, con una fuerte impronta del art nouveau europeo. Me parece maravillosa en su delicada riqueza visual, que tampoco se aleja de una brillante cinemática. Pero ante todo, destaca por sus complejos retratos psicológicos, y una ausencia de miedo total a la hora de trabajar la homosexualidad tanto femenina como masculina. Suyo es el primer yuri de la historia, Shiroi Heya no Futari (1971), cuya reseña podéis leer aquí, y tampoco tuvo ningún rubor en definir como abiertamente gay al príncipe Shôtoku (574-622), una figura histórica de primer orden en Japón, en su célebre manga Hi Izuru Tokorono Tenshi (1980-1984). De hecho, el cómic recibió el Premio Kôdansha al mejor shôjo en 1983; más adelante, en 2007, recibiría por Terpsichore (2000-2006) el Premio Cultural Osamu Tezuka.

Tebeos recomendados: Arabesque (1971-1973), Hi Izuru Tokorono Tenshi, Hatshepsut (1988)

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Môto Hagio junto a Ray Bradbury en 2010

5. Môto Hagio (Ômuta, 1949) es mi mangaka favorita del Grupo del 24. Todos los lectores de SOnC ya sabéis que tengo debilidad por esta dama, y estoy muy, muy, muy PERO QUE MUY contenta porque Tomodomo va a continuar con el saludable hábito de publicar material suyo. Esta primavera saldrá a la luz Hanshin (1984) junto a otros relatos míticos de Hagio como La niña iguana (1992); y espero que sea un completo éxito para que la editorial siga animándose a traer más clásicos, ¡que son muy necesarios, leñe! Môto Hagio es una autora que ha hecho historia en el shôjo, algunos críticos incluso consideran que sus obras no pertenecen a esa demografía, pero se equivocan. Hagio-sensei, junto al resto de sus colegas de grupo, lo que hizo fue abrir las puertas a la inclusión de otros géneros que no fuesen los habituales slice of life o school life. Porque a las chicas también les podía gustar la ciencia-ficción, el terror o el drama histórico. Perfectamente. Y a los chicos también les podían gustar las historias del shôjo, con sus montañas rusas emocionales y nuevas propuestas visuales. Môto Hagio escribió, y escribe, shôjo para todo el mundo. Lo que podría resultar un poco contradictorio, pero que en sus manos es completamente natural. Con ella comenzó a resquebrajarse esa noción que perpetúa los roles de género en las demografías japonesas, incluyendo moléculas habituales del shônen o el seinen en sus propias historias, que no dejaban (ni dejan) de ser shôjo. Robert E. Heinlein, Alfred Elton van Vogt o Ray Bradbury están muy presentes en bastantes de sus obras, y su mente siempre poseyó una objetividad diáfana que la ayudó, además, a diversificarse. Y lo sigue haciendo, por cierto.

Tebeos recomendados: Poe no Ichizoku (1972-1976) y su reseña aquí; Thomas no Shinzô (1974),  11-nin iru! (1975) y su reseña del anime aquí; Marginal (1985)


Como simple introducción creo que la presente entrada puede ayudar a los otacos curiosos a familiarizarse con lo que fue y es el Grupo del 24. Ahora queda en vuestras manos el sumergiros y profundizar más en las obras de estas artistas que lo cambiaron todo. Y no solo en el shôjo. Ójala pudiéramos acceder a más comics de Las Magníficas del 49, porque problamente este mini-listado se vería ampliado bastante. De momento, nos tendremos que conformar con las migajillas que nos llegan, que seguro muy pronto caerán unas pocas más. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.