No, esta entrada no está dedicada a Shakespeare ni a Hamlet (1603). Los lectores más avezados seguro que habréis reconocido la cabecera como parte del archiconocido monólogo que el príncipe danés mantuvo consigo mismo, taladrando sus profundas dudas existenciales. Sin embargo, esta frase es lo primero que me vino a la mente cuando vi esta película. No porque fuera un film basado en obra alguna del Bardo, sino por su título: Yumemiru yôni nemuritai (1986), que se podría traducir algo así como «quiero dormir como si estuviera soñando» o «enterrado en el ensueño», y que los anglosajones le otorgaron el nombre de To sleep so as to dream.
Pero antes de entrar en harina, creo necesario hacer un mini-preámbulo sobre la película en sí. Sobre todo teniendo en cuenta que el público occidental no está familiarizado con ciertas nociones que solo se pueden adquirir ora viviendo en Japón bastantes años, ora siendo un entendido en cultura japonesa. Tranquilos, no es nada profundo o sesudo, solo un par de pinceladas básicas sin más. Recordad que esto sigue siendo un blog, no una publicación especializada, camaradas otacos.



Esta película, que fue el debut como director y guionista de Kaizô Hayashi, tiene mucho de onírico, de quimera y alucinación. Se trata de una obra inclasificable creada y ejecutada por un novato que acababa de abandonar sus estudios universitarios de economía. Quizá por eso fue capaz de sacar adelante semejante prodigio con un presupuesto bastante magro. Como muchas cintas raras pero maravillosas, Yumemiru yôni nemuritai pasó desapercibida en Occidente. Hasta hace unos años, claro. Su restauración digital y reedición en Blu-ray por parte de Arrow Video le ha brindado una nueva vida, incluso en 2020 se reestrenó en los cines nipones, obteniendo el merecido reconocimiento que la posicionó como una de las obras cinematográficas más interesantes del finales del s. XX de Japón. Visionaria, extraña, nostálgica. Todavía muchos se preguntan cómo fue posible que un principiante diera a luz a una joya así, y la respuesta es simple: porque además de poseer talento, no estuvo solo. Hayashi se hizo acompañar muy bien.
Esta compañía no fue azarosa, sino que Hayashi la escogió a conciencia. Para empezar, tenemos a Takeo Kimura (1918-2010), que como director artístico ya había trabajado con el gran Seijun Suzuki (1923-2017) en Nikkatsu, otorgando a los espacios minimalistas del film un aire inequívoco de noir hollywoodiense e, incluso, la severidad del expresionismo alemán. Su colaboración fue todo un lujo para ser una producción independiente. También resultó muy acertado contar con Yûichi Nagata como director de fotografía, pues con su dilatada experiencia logró que el bajo presupuesto de la película no se viera reflejado en la pantalla, compensando carencias con elegancia y un excelente trabajo de la luz.




Kaizô Hayashi eligió asimismo a su elenco de actores con sumo cuidado, entre ellos recuperó el esplendor de viejas glorias que, a pesar de una respetable edad y cierto sigilo cinematográfico, todavía podían dar mucho guerra, como así demostraron. Fue el caso de, por ejemplo, Shunsui Matsuda (1925-1987), del que hablo un poco aquí, en una entrada dedicada al cine silente japonés. Él fue el último benshi, y él fue quien consiguió rescatar las 70 películas supervivientes al Gran Terremoto de Kantô (1923) y la II Guerra Mundial. 70 películas entre miles que desaparecieron. Junto a él aparece la que fue su discípula y benshi en activo actualmente, Midori Sawato.
También contó con Fujiko Fukamizu (1916-2011), actriz muy célebre en los años 30 y que recibió su nombre artístico del pintor de ukiyo-e Sinshui Itô (1898-1972). Desarrolló su carrera sobre todo trabajando en jidaigeki, y vivió la transición entre el cine mudo y el sonoro. Sin embargo, decidió retirarse con tan solo 26 años. Yoshio Yoshida (1911-1986), muy conocido por sus cientos de películas y apariciones en franquicias clásicas como Godzilla, Gamera o Zatôichi, también tuvo su lugar en Yumemiru yôni nemuritai.



Hay más cameos, como el del músico Kenji Endô (1947-2017) que a la otaquería le debería sonar por el 20th Century Boys de Urasawa; también hace acto de presencia el veterano actor Kô (Akira) Ôizumi (1925-1998) y seguro que unos cuantos más que se me escapan porque, simplemente, no soy japonesa, y es imposible que conozca todas las sinuosidades de la cultura popular nipona que aparecen en la película. Yumemiru yôni nemuritai es, para empezar, un homenaje al cine de Japón, hecho con gran amor y esmero. Va dirigida al público de las islas, sin ninguna duda, que sabrá apreciar miles de detalles más que una baka gaijin como yo. Sin embargo, todo esto no impide que se pueda disfrutar siendo extranjero. Para nada.
No obstante, sí puedo añadir a un actor más: Morio Agata. Es un artista bien conocido en Japón, muy versátil, y que se ha dedicado sobre todo a la música folk-rock, aunque tampoco le ha hecho ascos a la dirección cinematográfica y al arte dramático, como muestra en Yumemiru yôni nemuritai. Me permitiréis que añada un poquito más sobre él: su debut musical, el popular single Akairo Elegy (1972), está inspirado en el manga Elegía Roja (1970) de mi siempre amado Seiichi Hayashi y del que tenéis reseña aquí. También este mangaka escribió el guion para la película que dirigió Morio Agata en 1977, Biku wa Tenshi ja naiyo. De modo que podréis deducir que son amiguetes. Junto a la actriz Moe Kamura, que interpretó a la esquiva Kikyô en la película que hoy nos compete, compuso el espectral tema principal de la película, del que podéis escuchar un fragmento en el trailer.
Yumemiru yôni nemuritai es una película difícil de catalogar, aunque no sería la última dedicada a pesquisas detectivescas que dirigiría Kaizô Hayashi, materia que le lleva entusiasmando décadas. De hecho, es propietario de un bar temático sobre detectives en su ciudad natal, Kioto. Pero regresando a este film, una de las referencias que me viene a la cabeza con la que podría compartir algunos fundamentos es David Lynch, asimismo también huele a Buñuel; no obstante, Yumemiru yôni nemuritai es una obra única que, aunque la podamos relacionar de manera tangencial con trabajos populares en nuestro contexto cultural occidental, sigue siendo netamente japonesa.



1919, séptimo año de la era Taishô. En el cine japonés reinan los onnagata, la presencia femenina en las artes escénicas se considera inmoral e impúdica. Sin embargo, este lastre, proveniente de la tradición teatral nipona, no gusta a todos los cineastas, que desean un séptimo arte libre y moderno. Así se filma la primera película con una actriz femenina: Eternal Mystery. Por desgracia, antes de finalizarse su grabación es requisada por la Policía Metropolitana de Tokio y censurada.
Década de los años 50, era Shôwa tras la ocupación estadounidense. El detective Uozuka (primer papel de Shirô Sano) y su ayudante reciben la misteriosa visita de un hombre mayor, que de parte de su señora, la dama Sakura Tsukishima (Flor de cerezo), desea contratar sus servicios para que encuentren a su hija Kikyô (Flor de campanilla), que ha sido secuestrada por una organización criminal. Parece un trabajo simple, pero pronto se complicará. Los secuestradores no están por la labor de liberar a su presa con tanta facilidad, de modo que exigen más dinero y, a través de distintas pistas, conducen a Uozuka y su compañero a través de rincones pintorescos de la ciudad. Cuentacuentos y magos callejeros de sonrisas torcidas; parques de atracciones solitarios o un circo anticuado son los sujetos y lugares con los que se irán topando mientras recopilan una serie de vestigios que conformarán un sospechoso rompecabezas.




Uozuka, devorador compulsivo de huevos cocidos, irá desentrañando las charadas a través de sueños e inspiraciones súbitas; y su asistente, que resulta la inevitable presencia cómica, logrará mediante unas inesperadas habilidades en artes marciales ir despejando el camino de ciertos personajes bastante turbios.
Hasta aquí casi podríamos considerar Yumemiru yôni nemuritai una película convencional, con un guion que no promete demasiadas sorpresas dentro del género noir y que incluso se permite momentos de comedia prudente para aliviar los momentos de tensión. Mas no tarda mucho en enseñar sus auténticas cartas. El detective Uozuka, con su hieratismo de esencia mística, y su ayudante, de claro histrionismo bufo, son la pareja que se compensa y equilibra la una a la otra. Un Quijote y un Sancho Panza inmersos en una búsqueda donde realidad e ilusión se diluyen para imaginar un estado de lucidez vital para encontrar a Dulcinea. Pero no van más allá las comparaciones con la obra de Cervantes, Yumemiru yôni nemuritai no es ni parodia ni sátira ni comedia, es un poema que anhela una conclusión, un cierre para alcanzar la paz.



Yumemiru yôni nemuritai a pesar de que sigue los códigos del cine silente, no pertenece a él. Es un mundo mudo el representado, cierto, pero no exento de sonido, que aflora de las maneras más triviales e inesperadas: una llamada telefónica, la canción desde una radio, unos nudillos llamando a la puerta, el cacareo de una gallina… o su banda sonora minimalista. La riqueza simbólica del film y sus inteligentes alegorías la convierten en una obra afín al surrealismo pero, por otro lado, Hayashi retrata muy bien el Japón de la posguerra, donde todavía pervivían oficios tradicionales, gentes bebiendo y comiendo en izakaya crepusculares, limpiabotas abrillantando calzado, niños jugando por las calles y otras estampas cotidianas del Tokio de los años 50. Llama la atención, por supuesto, la figura del kamishibai, emparentado con el cine y los benshi, así como otros agentes ambulantes que guían a nuestros protagonistas por un intrincado laberinto de acertijos.



Hayashi incluso se permite un ejercicio de metacine, ofreciéndonos imágenes del antiguo arte de la proyección cinematográfica en Japón, con su orquesta en directo y, por supuesto, su benshi. Pero el vasallaje no queda ahí, los secuestradores realizan sus villanías bajo el nombre de Pathé, como la histórica Société Pathé Frères (1896) dedicada al cine, o durante la odisea brotan espacios misteriosos como «la casa eléctrica», nombre del primer cine de Japón, Denkikan, y que también podría remitir al corto del mismo nombre de Buster Keaton o incluso al Hotel eléctrico (1905) del aragonés Segundo de Chomón. Yumemiru yôni nemuritai esconde a plena vista una alfaguara de sabiduría cinéfila para aquellos que sepan descubrirla; sin embargo, no es una simple declaración de amor, la obra posee su propia solidez y nobleza. Por sí misma es una película de belleza formal insólita y gran profundidad emocional. Es su final, además, el que describe su enigmático título, y a pesar de toda su extrañeza, no deja de ser una película conmovedora.
¿Es posible que Nolan viera esta película y tomara ciertas moléculas de ella para su Inception (2010)? ¿Que el agente Dale Cooper de Twin Peaks (1991) heredara del detective Uozuka sus métodos heterodoxos y profunda intuición? ¿Podría ser que Satoshi Kon cosechara ideas de este film para construir su espléndida Millennium Actress (2001)? Pues claro que es factible, los elementos en común están ahí, aunque pueden resultar también solo meras casualidades. La cuestión es que Yumemiru yôni nemuritai resuena en el cerebro con principios bastante familiares.




¿Recomiendo Yumemiru yôni nemuritai? Voy a ser muy directa: es una película maravillosa. Y ya.
Buenos días, buenas tardes, buenas noches.