Shôjo en primavera

Shôjo en primavera: el cuento del valle de Tonkara

Como ya comentaba en la entrada anterior, hallar en Occidente shôjo primigenio es bastante complicado, aunque no del todo imposible. Por algo SOnC tiene esta sección anual, ya que leeeeeeeeentamenteeee se va publicando material antiguo de esta demografía, tanto por scans como de manera legal. Pero la cosa a grandes rasgos continúa siendo muy poco asequible. Quizá el shônen lo tiene algo más fácil, ya que despierta más interés por ser bastante mejor valorado que el shôjo; y es una cuestión que resulta injusta, porque la calidad es la misma. Un shônen merdoso es tan hediondo como el más repelente de los shôjo, sin embargo se suele tolerar mejor el primero.

Siguiendo la estela de la querida Mî-kun, hoy continuamos con un shôjo de animalitos también, al menos lo es el relato principal y más largo que da título a la recopilación. Se trata de Tonkaradani Monogatari o El cuento del valle de Tonkara (1953-1959) de Osamu Tezuka. Exacto, un manga de los años 50. Y sí, con Tezuka tomando el relevo de Leiji Matsumoto en el blog (hay que mantener el nivel).

El cuento del valle de Tonkara consta de 11 relatos que fueron impresos entre 1953 y 1959, y finalmente recopilados en el último tomo, el 382, de la Tezuka Osamu Manga Zenshû u Osamu Tezuka Complete Manga Works que Kôndansha empezó a publicar en 1977, cerrando la colección en 1997.

Todas son historias independientes y autoconclusivas, pero con el nexo común de pertenecer al mismo mangaka y a una misma demografía, la de las niñas. La narración principal y más larga es la que da nombre al propio volumen: Tonkaradani Monogatari. Si quisiéramos hacer una traducción más precisa, deberíamos indicar que tonkara es una palabra que designa a un tipo de avecilla, como un herrerillo o carbonero, así que sería algo así como «el cuento del valle del herrerillo».

Se trata de una historia compleja pero lineal, que cuenta las vicisitudes de una pequeña ardilla llamada Jiro, la cual vive con sus padres y hermanos en el valle de Tonkara. Muy pronto su apacible vida cambia con la llegada de una ardilla con hipertrofia muscular, que en una pelea vence al padre de Jiro, obligando a su familia al exilio y al hambre. La nueva ardilla fisioculturista se hace la jefa absoluta de Tonkara, por supuesto. En su huida, Jiro se separa de su familia y, completamente desamparado en las fauces de un zorro, una niña llamada Sanae lo encuentra y acoge en su hogar, no sin antes ser atacada por un águila (!!!) que la deja ciega.

Este es el comienzo, muy resumido por cierto, de un relato rocambolesco lleno de desgracias y aventuras excéntricas donde Tezuka exprimió toda su imaginación, aunque el resultado fuera bastante folletinesco. Todo se resume en la búsqueda del hogar, del regreso al valle de Tonkara a través de un laberinto repleto de obstáculos, algunos de ellos bastante inesperados. Y la venganza, por supuesto. ¿Puede llegar a recordar un poco a su Jungle Tatei (1950), a Kimba? Pues sí, por aquel entonces lo estaba dibujando también, de modo que no resulta una sorpresa, aunque El cuento del valle de Tonkara es infinitamente más descabellado. También encontramos en sus viñetas personajes arquetípicos del universo Tezuka como Hige Oyaji, Ham Egg o Acetylene Lamp, estos dos últimos cumpliendo con el que es su deber: hacer el mal.

No obstante, hay un trasfondo de cierto aroma ecologista en todo el cuento, de amor por la naturaleza. Un amor que se cristaliza mediante la nostalgia por el paraíso perdido, y expresa cómo el progreso humano es enemigo de los bosques, los animales, los ríos y los valles; y aunque se asume como un mal necesario, la crítica por la pérdida de los espacios silvestres está ahí por parte del autor. ¿Podemos vislumbrar ahí la silueta de Kenji Miyazawa? Yo pienso que sí, así como también es indudable que Miyazaki y sus compañeros de Ghibli aprendieron unas cuantas cosas de Tezuka. Y Tezuka, a su vez, aprendió otras tantas de Disney, ya que en este primer cuento la influencia de Blancanieves y los siete enanitos (1937) o Bambi (1942) es tan flagrante que arden las retinas. Pero se lo disculpamos por completo, ya que él nunca negó su ascendencia artística, cosa que la industria Disney todavía no ha reconocido con El Rey León (1994).

Los diez cuentos restantes son: «Canta, Penny», «La historia del sombrero de copa de seda», «La princesa caballero: Tink y el huevo de oro», «El pato de cuello blanco», «La escama dorada», «Por qué madre perdió su pierna», «El diablo se invita a sí mismo al baile», «Por qué madre perdió sus ojos», «Mignon» y «El manantial de la grulla». Todos son invención de Tezuka, salvo los que se señalan como adaptación de otras obras previas, como cuentos rusos, otomanos e incluso una ópera. Unos son muy escuetos, otros se extienden un poco más, pero en general son relatos cortos que beben de las mismas fuentes estéticas que su hermano mayor. Algunos incluso guardan una pequeña moraleja, por lo que podríamos emparentarlos con las fábulas tradicionales. Por supuesto, hay crueldades y melodrama a cascoporro como sucede en los cuentos infantiles, y los animalitos tienen, en conjunto, un protagonismo especial en la mayoría de ellos.

Hay historias que me han gustado más que otras, porque la calidad es algo desigual. Quizás han llamado más mi atención aquellas de tufillo más clasicote, aunque no se puede decir que sean las joyas de la corona de Tezuka. Sí que resultan muy interesantes para evaluar las características del shôjo más temprano, y saber valorar su evolución posterior con otros autores que vendrían después a revolucionar la demografía. Manga no Kamisama plantó la semilla de una secuoya gigante, y supo también abonarla con obras de gran talento. ¿Es esta compilación una de ellas? La respuesta es que tan solo por tratarse de trabajos iniciales suyos merecen ya una lectura atenta.

Me ha llamado la atención que gran parte de estos cuentos, incluido el principal, se encuentran «sombreados», como si hubieran sido publicados originalmente en color. Los scans ya sabemos que no son la fuente más fidedigna para elucubrar en cuanto a un tema así, pero da la sensación de que algo de cierto hay en ello, pues he encontrado un par de páginas que parecen corroborar la sospecha. Os las dejo un poco más abajo.

El arte de estos relatos es tan hermoso y elemental como se puede esperar de una obra de Tezuka de principios de los años 50. Vigoroso, firme, claro y expresivo; con esos ojazos tan característicos y su pasión por el movimiento, aunque los paneles todavía resulten muy estáticos. Sin embargo, su audacia visual y maestría están ahí, ofreciendo nuevas emociones a sus jóvenes lectoras. Que sí, que mucho Disney, pero también mucho Tezuka creciendo a ojos vistas.

¿Qué relatos recomiendo en particular? Pues los que comento a continuación han sido los que más han despertado mi interés:

«El diablo se invita a sí mismo al baile» es un caramelito para todos aquellos que amemos La Princesa caballero (1953) y, sobre todo, vástagos suyos como Versailles no Bara (1972) o Shôjo Kakumei Utena (1997). Es el convencional cuento de princesa en palacio dieciochesco, con ligeras emanaciones revolucionarias, que esconde misterios, intento de asesinato y final agridulce. La protagonista es tan inane como víctima de las envidias, bella y abandonada entre los lujos de la corte; sin embargo, la noche del baile real se convertirá en un desafío para ella, también en un descubrimiento maravilloso.

Vale, es cierto que «Tink y el huevo de oro» es en realidad la referencia directa a La Princesa caballero en esta compilación, pues hace acto de presencia Tink e incluso la misma Zafiro; pero se trata de un cuento muy breve y algo insulso, nada que ver con la suntuosidad de chocolate y nata que es «El diablo se invita a sí mismo al baile». Un tipo de shôjo que se convertiría en canónico, pero que aquí sigue siendo todavía una novedad, además conducida de una manera lúcida y divertida.

«La historia del sombrero de copa de seda» en realidad son varias historias cuyo engarce es, naturalmente, un sombrero; aunque el protagonista principal es un pajarillo que busca un nido mejor y más cálido para su familia. Por error queda atrapado dentro de él y va pasando de mano en mano, de aventura en aventura, ¡hasta un espectáculo de la compañía Takarazuka Revue brota de repente en su periplo! Se trata de un cuento enérgico, lleno de humor y payasadas; una carrera enloquecida donde la meta parece que nunca se alcanza. Un poco como en El cuento del valle de Tonkara, pero mejor estructurado, siguiendo la dinámica de dibujos animados clásicos como los Merrie Melodies de Warner.

Mi última selección en realidad son dos, y las he unido porque ambas pertenecen al universo del folclore japonés y su corazón es el de un hengeyôkai. En este caso concreto una serpiente y una grulla. Esta clase de cuentos son muy habituales en la mitología de las islas, mujeres que en realidad son yôkai con capacidad de metamorfosis. Casi siempre en agradecimiento a una persona, toman aspecto de mujer, conviven con su benefactor e incluso tienen hijos. Pero como todo versado en Cipango sabe, yôkai y ser humano son como el aceite y el agua, su unión solo provoca amargura. Y es lo que dibuja Tezuka, todo narrado con delicada melancolía en algún lugar impreciso del tiempo durante la era Edo, donde además son los humanos quienes contienen el germen de la incomprensión y la maldad.

Las historias son «Por qué madre perdió sus ojos» y «El manantial de la grulla». Los lectores curtidos de manga hemos leído cientos de veces cuentos similares, pero no debemos olvidar que estamos ante los pasos incipientes del shôjo, quizá se trate de hecho de los primeros tebeos que estampen en sus viñetas este tipo de narraciones tan propias de la tradición cultural nipona.

¿Y el resto de relatos no merecen la pena? Claro que sí, de hecho también he disfrutado con «La escama de oro», basado en un cuento clásico turco; y «Mignon», que aunque inspirado en la novela de Goethe Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister (1795) y su adaptación operística Mignon (1866), tiene todos los ingredientes que Tezuka gusta de añadir a sus shôjo: intriga, enredos, niñas vestidas de niños, algo de comedia y un final insospechado. «Por qué madre perdió su pierna» me dio mucha penita, por ejemplo; y a pesar de ser cortito, tiene unos fallos de coherencia algo obesos. No hay demasiados personajes grises tampoco, la verdad, pero es algo de esperar en esta clase de trabajos.

¿Recomiendo Tonkaradani Monogatari? Sin ninguna duda, es un pedazo (bueno, pedacitos) de historia del manga. Y, además, siempre es un placer contemplar la esbelta línea de Tezuka, leer esos disparatados relatos colmados de ingenio y fantasía. No es lo mejor de su repertorio, pero tampoco hay que olvidar que se trata de obras muy tempranas, contemporáneas de Astroboy (1951), y que son sus primeros escarceos en el shôjo. El cuento del valle de Tonkara no posee las pretensiones de Metropolis (1949) o Faust (1950), es material ligero de típicos cuentos infantiles pero, ojito, que quien los narra no es un artista cualquiera,

Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

cine, largometraje

Las chicas del puerto

Hace unos mil años, un gentil anónimo me solicitó para las Peticiones Estivales una entrada dedicada al cine silente japonés. Una petición bastante singular, pero que estaba en completa sintonía con el espíritu de SOnC. Tuve que documentarme un poco y escarbar entre material antiguo, cosa que me encanta, y ahí quedó luego para la posteridad el articulillo que podéis leer aquí. En él no pude incluir la película de la que escribo hoy, sencillamente porque desconocía incluso que existiera, pero habiéndola visto no hace mucho, con toda probabilidad la hubiera insertado como bonus track.

La película es Minato no Nihon Musume (1933) o Chicas japonesas en el puerto, y fue dirigida por Hiroshi Shimizu. El cine mudo estaba ya dando sus últimos coletazos en Japón, y este film es posible que fuese uno de los zagueros, aunque no ocurrió hasta 1935 que se le dio el carpetazo definitivo. La última película silente de Shimizu fue, de hecho, Tôkyô no Eiyû o A hero of Tokyo, del 35.

Pero antes de que se me olvide, quería agradeceros a todos los que os habéis pasado por el blog y me habéis transmitido vuestros ánimos en estos momentos complicados que me está tocando capear. Es un gran consuelo saber que una no está tan sola ante las adversidades.

Regresando a esta preciosa película, su director quizá habría merecido más reconocimiento del que posee, incluso en su Japón natal se ha sido muy negligente con su memoria, y eso que se trata de una de las figuras más importantes del cine nipón de la época junto a su amigo Yasujirô Ozu. Ambos alumbraron el shôshimin-eiga, un género cinematográfico realista enfocado en el drama familiar de las clases medias y trabajadoras, muy popular en los años 20 del siglo pasado. Y con ellos, en los míticos estudios Shochiku, otros directores como Yasujirô Shimazu, pionero del género, o Mikio Naruse hicieron florecer el shomin-geki, al cual también llegó a contribuir el mismísimo Kenji Mizoguchi.

Gente como Ozu o como yo hacemos películas a base de trabajar duro, pero Shimizu es un genio.

Kenji Mizoguchi

Hiroshi Shimizu ha sido para mí toda una sorpresa y un extraordinario hallazgo. No hay demasiado conservado de él, y menos que haya llegado a Occidente, pero lo poco que he logrado catar ha sido delicioso. Es una lástima, no me cansaré de repetirlo, lo olvidado que se encuentra, lo injusto de su descuido. Shimizu merecería ser invocado junto a deidades del panteón japonés como Kurosawa, Tanaka, Mizoguchi u Ozu. No exagero. Sin embargo, es mencionado, y de forma muy esporádica además, solo por sus obras sobre el mundo infantil, cuando su repertorio fue más amplio.

Hiroshi Shimizu nació en Shizuoka en 1903, hijo de un acaudalado hombre de negocios que mantenía estrechas relaciones comerciales con Estados Unidos. Esto le proveyó desde niño de una alta exposición a la cultura occidental, y de una mente abierta sin prejuicios, que plasmó muy bien en sus obras. Abandonó sus estudios universitarios en Hokkaidô para dedicarse a su vocación real: el cine.

No se sabe demasiado de su vida personal, y los datos parecen ser contradictorios: por un lado se le consideraba un mujeriego empedernido, y por otro en sus trabajos plasmaba personajes femeninos marginales y vulnerables con un respeto y empatía poco comunes para la época. También tenía fama de vago, aunque durante la década de los 20 grabó más de una docena de películas al año. Y a pesar de provenir de una familia acomodada, invirtió grandes cantidades de dinero de su patrimonio personal en fundar varios hogares para niños huérfanos tras la Segunda Guerra Mundial.

Yasujirô Ozu, el guionista Fushimi Akira, Hiroshi Shimizu y el también escritor Noda Kôgo (1928)

Shimizu y Ozu nacieron el mismo año, y quizá ese detalle en apariencia banal es el que haya podido contribuir a que Ozu eclipsara con el paso del tiempo a Shimizu en aniversarios y homenajes. No obstante, ellos cimentaron una amistad que duró toda la vida. Se conocieron cuando comenzaron a trabajar en Shochiku; el primero como asistente de dirección y el segundo como asistente de cámara. Muy pronto ambos empezaron a filmar sus primeras películas y, por supuesto, a destacar por su talento. Los dos gozaron de fama y reconocimiento en vida, pero tras el fallecimiento de Shimizu por un ataque al corazón a los 63 años, su figura se disipó; sin embargo, la de Ozu aumentó todavía más si cabe. Shimizu, que en 35 años de carrera llegó a filmar más de 160 películas, cayó en el olvido; y de los pocos trabajos que han llegado hasta nosotros, solo un puñado escaso ha recibido la atención necesaria para una distribución decente a nivel doméstico.

Así que sirva esta entrada en este pequeño blog para recuperar y celebrar su obra, descubrir su gran pericia a través de una película, Minato no Nihon Musume, que representa una de sus tantas facetas, la más próxima, quizá, a Ozu o Mizoguchi, pero siguiendo una senda diferente a la de sus colegas.

Chicas japonesas en el puerto o Minato no Nihon Musume está basada en la novela del mismo nombre escrita por Tôma Kitabayashi. Tiene una duración de solo 77 minutos, lo justo y necesario para desarrollar un melodrama clásico con tintes noir y unos personajes presentados con brío. La historia es sencilla y directa, porque la duración no da tampoco para prolegómenos y demás vericuetos; sin embargo, Shimizu hace de un relato portuario sobre los caminos de la vida un cuento henchido de sutilezas y poesía, de un lenguaje visual puro y audaz.

Sunako Kurokawa y Dora Kennel son dos chicuelas que viven en la ciudad de Yokohama, puerta al mundo exterior, lugar donde Occidente encontró también su pequeño nicho. Como su apellido indica, Dora es hafu, y junto a Sunako acude a un colegio católico del barrio de Yamate, asentamiento histórico de británicos y otros extranjeros. Con unas hermosas vistas donde se divisan el puerto y la ciudad, ambas muchachas observan partir los barcos con una melancolía que perseverará durante todo el film.

La amistad que parecía robusta entre las dos muchachas, ese mundo íntimo y privado que habían construido juntas, se va desvaneciendo con la llegada del eterno rebelde (con Harley-Davidson incluida), Henry, que encandila el corazón de las chicas. Es un mozalbete malote, incluso deambula con yakuzas, y aunque ha elegido a Sunako como su novia, le es infiel con una mujer mucho mayor, la bella Yôko Sheridan.

Dora, que representa con su mansedumbre y sumisión la figura tradicional de la mujer japonesa, aconseja a Sunako que si realmente ama a Henry, debe pasar por alto sus defectos; y aunque Sunako al principio coincide con su amiga, su carácter resulta ser mucho más enérgico. Siguiéndolo un día hasta la iglesia del lugar, descubre su traición y dispara a Yôko con la pistola de Henry. A partir de ahí todo se desmorona, Sunako huye de Yokohama y comienza una nueva vida como chica de alterne y prostituta lejos de allí, en otra ciudad con puerto: Kôbe.

La mujer caída es uno de los emblemas del cine de la época, y Sunako representa todas sus virtudes pero con la mirada soleada de Shimizu. No es una simple femme fatale, Sunako es la auténtica estrella de la película, la interpretación de la actriz Michiko Oikawa es alucinante. Resulta muy triste que muriera tan joven, a los 26 años, de tuberculosis. Su enorme talento queda patente en Minato no Nihon Musume, devora por completo la cámara. Ojalá hubiéramos podido disfrutar de su talento en otras obras durante más tiempo.

Y el regreso de Sunako a Yokohama, acompañada de un pintor enamorado, y el consiguiente encuentro con Dora y Henry, que se han casado, genera el tuétano de la película. Las emociones contradictorias, la culpabilidad, la nostalgia, los celos, la lealtad, el dolor, la furia… Shimizu hilvana con sumo cuidado los hilos de unos sentimientos enmarañados para crear un lienzo simple y a la vez sofisticado. La atmósfera tiene una cualidad etérea, plena de lirismo y delicadas metáforas que nos conectan con el corazón de los personajes.

Las protagonistas reales del film son las mujeres. Cierto que Henry resulta ser el catalizador de la historia, pero son ellas, sobre todo la extraordinaria y conmovedora Sunako, las que llevan el peso de la narración. Henry no es más que una persona insegura que no sabe realmente lo que quiere, y con su indecisión provoca muchísimo sufrimiento. Un papel, por cierto, interpretado por el actor de madre alemana Ureo Egawa que, como Henry, tuvo una adolescencia complicada, lo que probablemente le ayudaría a articular su personaje. ¿Podemos decir que Minato no Nihon Musume es una película de denuncia social? Yo no me atrevería a tanto, pero desde luego sí que tiene conciencia social, Shimizu refleja la dura realidad de la mujer japonesa con gran consideración.

Chicas japonesas en el puerto es un paseo sosegado por una época donde todavía Japón no se había sumergido en la demencia sanguinaria de la Guerra del Pacífico (1941-1945) ni tampoco el estatismo de la era Shôwa había alcanzado aún su paroxismo. Es un trabajo que, ante todo, hace hincapié en la clásica tensión del binomio mundo occidental-mundo japonés. Cómo ambos universos chocan, se entremezclan y fusionan creando una falsa crisis de identidad. Yokohama siempre fue lo que fue, y lo sigue siendo: un puerto cruce de culturas y caminos.

Shimizu también gustaba de contrastar el entorno rural, con planos generales y panorámicos de gran serenidad, con los paisajes urbanos, casi desnudos pero vigorosos en su abstracción. No le importaba sacar el equipo a las calles y caminos, buscando la impresión perfecta. Son los interiores, sin embargo, los que poseen, de manera premeditada, una apariencia artificiosa como de cartón piedra.

Shimizu recurre a técnicas visuales imaginativas y desconcertantes para la época, dotando al film de un porte de modernidad clarividente. Hay una cualidad onírica en la fluidez acuática de su cámara, que sigue a sus actores como un pececillo, que además aporta frescura y cierto efecto de improvisación. Como si solo estuviera experimentando, haciendo desaparecer incluso a los personajes en el aire. Algunos planos son simples estampas de una belleza muy acorde con la sensibilidad actual, buscando inspirar más que describir.

No son las palabras de los personajes los que nos cuenta la historia, algo de esperar en una obra muda, tampoco los intertítulos; es el trabajo de la cámara y los actores el que transmite al público lo esencial. Shimizu es el aedo del Japón silente, al que le gustaba mostrar lo que sentían sus protagonistas con el mero plano de una calle vacía. Así el director nos iba regalando pequeñas piezas que ensamblar para conformar un relato de lo cotidiano rebosante, en realidad, de amor. Qué si no.

Shimizu no lo da todo mascado, el espectador también tiene que poner de su parte. Y a pesar de la gran cantidad de elementos occidentales que brotan sin cesar a lo largo del film, Chicas japonesas en el puerto es de un espíritu japonés inmaculado.

¿Recomiendo Chicas japonesas en el puerto? Por supuesto, aunque no es para todos los paladares. No se trata del típico triángulo amoroso que tanto se prodiga en los melodramas, tampoco es una película que busque deslumbrar. Es en su aparente sencillez donde reside su encanto, en la riqueza de detalles que seguro hará disfrutar a un buen ojo observador. Shimizu era un verdadero maestro con un método bastante particular, o al menos así se atisba. No debería haberse relegado de esta forma, es hasta un poquito indignante; y cuando una ya ha visto tres o cuatro de sus películas, empieza a lamentarse por todo lo que se ha perdido para siempre de su obra y que podría habernos maravillado.

Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

manga, Shôjo en primavera

24年組 : las Magníficas del 49

Me ha sorprendido bastante que en la última entrada dedicada a Kamome Shirahama, autora de ese estupendo manga en publicación que es Tongari Bôshi no Atelier, muchos de vosotros hicierais click en el vínculo que dirigía a la wikipedia del Grupo del 24 o 24 nen-gumi. Creo que he escrito (y no poco) sobre algunas de las mangaka que forman parte de él, como Môto Hagio, Riyoko Ikeda, Keiko Takemiya, etc. Pero, horreur!, todavía no existe ningún post en SOnC destinado a ellas como movimiento artístico. ¡Omisión del tamaño de un trolebús! Por lo que me veo obligada a despertar un poquito antes de tiempo la sección de Shôjo en Primavera para realizar la pertinente (y obligatoria) entrada y homenajear a Las Magníficas del 49.

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«La niña iguana» (1992) de Môto Hagio

Shôjo en primavera está más bien orientado hacia mangas previos al Grupo del 24, ese es su límite cronológico. Los albores del shôjo, obras que prácticamente casi nadie conoce ni lee porque, todo hay que decirlo, a Occidente apenas llegan, salvo de refilón si se trata de Osamu Tezuka o Leiji Matsumoto. Por eso tampoco es una sección que tenga mucho movimiento, aunque la considero indispensable. Y poco a poco irá creciendo, conforme las oportunidades me permitan acceder a más material antiguo. Sin embargo, considero muy oportuno escribir una entrada dedicada a la frontera entre la infancia y la adultez de esta demografía. Un momento capital además dentro de la historia del manga. A partir de la década de los 70 el tebeo dirigido a jovencitas sufrió una metamorfosis  y estableció los cimientos del cómic comercial japonés contemporáneo, trascendiendo géneros y demografías. Y las responsables de esta transformación fueron las protagonistas de hoy, las 24 nen-gumi.

No hay un consenso claro sobre qué artistas conforman el Grupo del 24, ni siquiera si puede considerarse la existencia de un grupo como tal (ay, bendita posmodernidad); no obstante, como SOnC es un blog amateur que leéis cuatro lechucillas, voy a tomarme la libertad  de afirmar su realidad y, basándome en mi criterio, escribir sobre las que considero sus adalides. Es cierto que es un poco arbitrario establecer un movimiento artístico basado en el año de nacimiento de sus posibles componentes, las cuales tampoco fueron consultadas ni creo que fueran conscientes de estar formando un grupo como tal. Pero tampoco se puede negar que todas ellas poseen características comunes, dentro de sus lógicas diferencias estilísticas, y que fueron influenciadas por los mismos estímulos culturales.

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Osamu Tezuka fue de las grandes influencias del Grupo del 24.

El shôjo hasta la llegada del Grupo del 24 era una demografía bastante maltratada tanto por lectores como crítica. Se consideraba claramente inferior por puro sexismo, ya que se dirigía al público femenino e infantil, estimado poco exigente. Los propios mangaka y las editoriales eran negligentes con él. Aunque el shôjo fue trabajado por Tezuka, Matsumoto y pioneras como Hideko Mizuno o Chieko Hosokawa, se consideraba una demografía menor. Volvemos a toparnos, por enésima vez en la historia, con el prejuicio de que solo lo masculino puede considerarse universal; lo femenino va dirigido exclusivamente a las mujeres y debe permanecer en su esfera, como si la feminidad fuera una especie de enfermedad contagiosa que envileciera la masculinidad.

El shôjo, como ya se ha comentado en otras ediciones de la sección, procede de la ilustración jojô-ga de principios del s. XX y las novelas para chicas (shôjo shôsetsu), que centraban su atención en el mundo de las emociones idealizadas. La amistad, la vida cotidiana, el amor platónico entre chicas, la delicada tranquilidad de un universo ausente de hombres. Por otro lado, eran auténticos manuales de cómo ser la perfecta mujer japonesa: sumisa, abnegada y amante esposa y madre. Este trasfondo legó sus propios códigos estéticos al shôjo, pero no alcanzaron al resto de demografías. De ahí que para un lector profano se hiciera hasta cierto punto incomprensible, por no decir que ridículo y deficiente. Hasta que llegaron Las Magníficas del 49.

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Sin las ilustraciones de Jun’ichi Nakahara (1913-1983) el arte del shôjo no habría sido igual.

A este grupo de mujeres se les denominó así porque nacieron en el año 24 de la era Shôwa (1949) o en fechas aledañas. ¿Dónde surgió el nombre? Pues ni idea. Por mucho que he rastreado internet, no he encontrado una fuente fidedigna que aclare ese interrogante; pero se encuentra ampliamente extendido y no voy a ser yo quien lo discuta. Eso se lo dejo a los expertos. Pero regresando a lo que nos atañe, hasta la aparición de esta generación de mujeres el shôjo había gozado de una reputación pésima. ¿Por qué, de repente, ese interés de la crítica en él? Porque esta damas comenzaron a modernizar la demografía, que hasta entonces había permanecido aletargada e inmóvil en sus premisas, introduciendo nuevos lenguajes visuales y temáticas. Un lavado de cara donde tanto la presentación, el arte y sus historias enrevesadas jugaron sus mejores bazas.

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Ilustración para el manga «Hi Izuru Tokoro no Tenshi» (1981-1983) de Ryôko Yamagishi.

Sin embargo, continuaba siendo shôjo. Aunque inyectaran cuestiones más maduras e incluso peliagudas, como la religión, la muerte o la homosexualidad; o los géneros se abrieran a la ciencia-ficción, la fantasía, la historia o el terror, el Grupo del 24  siguió trabajando con los recursos del shôjo: potente eurofilia, el lirismo gráfico del jojô-ga y rampante exaltación sentimental. Se convirtieron en sólidos bildungsroman en los que desarrollar tramas de fino encaje sentimental. La habilidad con la que manejaron la disposición de las viñetas para enfatizar los vaivenes emocionales y crear las atmósferas adecuadas, y el aumento significativo de la complejidad psicológica de los personajes conquistaron al público, porque podían ver reflejados en sus páginas muchas de sus desazones.  Los mangas del Grupo del 24 continuaron siendo auténticas bombas románticas como sus precursores, donde el melodrama era el rey absoluto. Por eso la proeza que consiguieron estas mujeres fue, y sigue siendo todavía, inmensa. Lograron que la demografía saliera de su gueto, alzara el vuelo para ser valorado como le correspondía en justicia, y fuera consumido masivamente sin dejar de ser él mismo, sin dejar de ser shôjo. Por no decir que, a partir de entonces, la mujer conquistó definitivamente su espacio en el mundo del manga. Y eso en una sociedad profundamente machista como la japonesa del s. XX fue todo un mérito.

También es cierto que el shôjo, así como todas las demografías japonesas en realidad, sigue propagando unos estereotipos bastante sexistas que, conforme nos vamos retrotrayendo en el tiempo, son cada vez más intensos. Por eso siempre es necesario recordar que afrontar la lectura de obras del pasado con la mentalidad del presente no es ni justo ni inteligente. Me ha salido con rima y todo. Los seres humanos somos hijos de nuestro tiempo, y nuestras obras reflejan lo que somos; lo mismo va por el Grupo del 24. ¿Y quiénes son ellas? Como ya he indicado al principio, no existe un consenso sobre su número, incluso a raíz de su influencia ha surgido otra nomenclatura, Grupo Post-24 (ポスト24年組), para referirse a otras mangaka nacidas un poco más tarde. Así que he elegido las que considero cabecillas indiscutibles de Las Magníficas del 49: Môto Hagio, Keiko Takemiya, Yumiko Ôshima, Ryôko Yamagishi y Riyoko Ikeda. Podría haber añadido alguna más, como Toshie Kihara, pero me ha resultado imposible acceder a sus obras (tengo unas ganas feroces de hincarle el diente a su clásico Angelique y a su colección de historias cortas Yume no Ishibumi, AINS), por lo que estas son mis seleccionadas.


riyoko-ikeda1. Riyoko Ikeda (1947, Osaka) es una de las mangaka más conocidas de Las Magníficas del 49 y su influencia ha ido más allá de la demografía shôjo. Es toda una institución en el tebeo japonés, y sus obras y estilo artístico tienen un sello personal que han contribuido desde los inicios de su carrera a modernizar y forjar el cómic de las islas. Tiene debilidad especial por las temáticas históricas de corte occidental, haciendo hincapié en unos argumentos que beben de lo mejor del folletín decimonónico francés. El jojô-ga está especialmente presente en su arte, al igual que el Takarazuka Review, que sirve a Ikeda para plasmar de forma amable los problemas de la transexualidad en la sociedad heteropatriarcal. Su obra más conocida y celebrada es Versailles no Bara (1972-1973), que ha tenido múltiples adaptaciones y cuyo éxito traspasó las fronteras de Japón. Tenéis su reseña aquí.

Tebeos recomendados: Versailles no Bara, Claudine…! (1978) y su reseña aquí, Orpheus no Mado (1975-1981), Onii-sama e… (1974)

keikotakemiya2. Keiko Takemiya (1950, Tokushima) fue, junto a Môto Hagio, la que dió el primer impulso para la renovación del shôjo. Ambas vivieron en la misma casa durante un par de años, en Ôizumi, Nerima (Tokio). Por ahí también empezaron a pasarse otros artistas, creando lo que más tarde se denominaría Ôizumigakuen: un lugar de encuentro, intercambio y aprendizaje. Allí ambas descubrieron publicaciones como Barazoku (gracias a su amiga Norie Masuyama) y leyeron obras como Le ville dont le prince est un enfant (1951) o Les amitiés particulières (1943), que les abrieron las puertas a un universo oculto, el de la homosexualidad masculina. No dudaron en inspirarse en el material que les ofrecía ese nuevo mundo para crear algo completamente transgresor: el shônen-ai y yaoi. No es difícil encontrar los ecos de Les amitiés particulières en Thomas no Shinzô (1974) de Hagio y, sobre todo, en Kaze to Ki no Uta (1976-1984) de Takemiya. Actualmente imparte clases de Teoría y Práctica del Manga en la Universidad Seika de Kioto.

Tebeos recomendados: Terra e… (1976-1980) y su reseña aquí, Kaze to Ki no Uta (1976-1984)

oshima3. Yumiko Ôshima (1947, Ôtawara) es quizá de las autoras menos conocidas de Las Magníficas del 49 y que, paradójicamente, más contribuyeron técnica y artísticamente al nuevo lenguaje visual del shôjo. Sin embargo, su adorable creación Chibi-neko, protagonista del manga Wata no Kuni Hoshi (1978-1984), sí que goza de popularidad. Ôshima ha sido siempre amiga de mezclar lo kawaii con el surrealismo; de comenzar una historia de manera etérea, plena de simbolismo, y acabar tratando temáticas inquietantes, incómodas y con crueldades varias. Se centra, sobre todo, en las experiencias que resultan del paso de la niñez y la adolescencia al mundo adulto. Sus dilemas y preocupaciones vitales, del choque entre los sueños y fantasías contra la realidad. Fue la primera en sacar de sus globos los textos, de dejar flotar los pensamientos de manera gráfica; y construir una estructura no lineal en la disposición de las viñetas, cuyos límites además se difuminan, abriendo la perspectiva del lector más allá de las páginas. Todo al servicio de la emoción del público, y de transmitir con mayor eficacia los sentimientos de los personajes. Desde mi punto de vista es, junto a Môto Hagio, la más original e insólita del Grupo del 24.

Tebeos recomendados: Wata no Kuni HoshiGô Gô datte Neko de Aru (1996-2011), Banana Bread no Pudding (1977-1978).

img_15_m4. Ryôko Yamagishi (Kamisunagawa, 1947) es la mangaka que puede presumir del arte más elegante, con una fuerte impronta del art nouveau europeo. Me parece maravillosa en su delicada riqueza visual, que tampoco se aleja de una brillante cinemática. Pero ante todo, destaca por sus complejos retratos psicológicos, y una ausencia de miedo total a la hora de trabajar la homosexualidad tanto femenina como masculina. Suyo es el primer yuri de la historia, Shiroi Heya no Futari (1971), cuya reseña podéis leer aquí, y tampoco tuvo ningún rubor en definir como abiertamente gay al príncipe Shôtoku (574-622), una figura histórica de primer orden en Japón, en su célebre manga Hi Izuru Tokorono Tenshi (1980-1984). De hecho, el cómic recibió el Premio Kôdansha al mejor shôjo en 1983; más adelante, en 2007, recibiría por Terpsichore (2000-2006) el Premio Cultural Osamu Tezuka.

Tebeos recomendados: Arabesque (1971-1973), Hi Izuru Tokorono Tenshi, Hatshepsut (1988)

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Môto Hagio junto a Ray Bradbury en 2010

5. Môto Hagio (Ômuta, 1949) es mi mangaka favorita del Grupo del 24. Todos los lectores de SOnC ya sabéis que tengo debilidad por esta dama, y estoy muy, muy, muy PERO QUE MUY contenta porque Tomodomo va a continuar con el saludable hábito de publicar material suyo. Esta primavera saldrá a la luz Hanshin (1984) junto a otros relatos míticos de Hagio como La niña iguana (1992); y espero que sea un completo éxito para que la editorial siga animándose a traer más clásicos, ¡que son muy necesarios, leñe! Môto Hagio es una autora que ha hecho historia en el shôjo, algunos críticos incluso consideran que sus obras no pertenecen a esa demografía, pero se equivocan. Hagio-sensei, junto al resto de sus colegas de grupo, lo que hizo fue abrir las puertas a la inclusión de otros géneros que no fuesen los habituales slice of life o school life. Porque a las chicas también les podía gustar la ciencia-ficción, el terror o el drama histórico. Perfectamente. Y a los chicos también les podían gustar las historias del shôjo, con sus montañas rusas emocionales y nuevas propuestas visuales. Môto Hagio escribió, y escribe, shôjo para todo el mundo. Lo que podría resultar un poco contradictorio, pero que en sus manos es completamente natural. Con ella comenzó a resquebrajarse esa noción que perpetúa los roles de género en las demografías japonesas, incluyendo moléculas habituales del shônen o el seinen en sus propias historias, que no dejaban (ni dejan) de ser shôjo. Robert E. Heinlein, Alfred Elton van Vogt o Ray Bradbury están muy presentes en bastantes de sus obras, y su mente siempre poseyó una objetividad diáfana que la ayudó, además, a diversificarse. Y lo sigue haciendo, por cierto.

Tebeos recomendados: Poe no Ichizoku (1972-1976) y su reseña aquí; Thomas no Shinzô (1974),  11-nin iru! (1975) y su reseña del anime aquí; Marginal (1985)


Como simple introducción creo que la presente entrada puede ayudar a los otacos curiosos a familiarizarse con lo que fue y es el Grupo del 24. Ahora queda en vuestras manos el sumergiros y profundizar más en las obras de estas artistas que lo cambiaron todo. Y no solo en el shôjo. Ójala pudiéramos acceder a más comics de Las Magníficas del 49, porque problamente este mini-listado se vería ampliado bastante. De momento, nos tendremos que conformar con las migajillas que nos llegan, que seguro muy pronto caerán unas pocas más. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

anime, paja mental

Porque el verano muerde, porque me aburro, porque sí

A estas alturas creo que casi todo el mundo estará de acuerdo en que esta temporada de verano 2017 se presenta como una de las más flojérrimas en bastante tiempo. Mucha penita da, al menos su aspecto resulta de lo más mustio por lo que, tal como anuncié ya por twitter, no voy a comenzar ningún estreno. No dudo de que al final alguna serie consiga alcanzar cierto interés incluso sorprenda para bien, a pesar de lo que en inicio haya podido aparentar, pero tengo el cuerpo ya muy gandul para según qué cosas. Todos los anime estivales de este año o me provocan perezón con obesidad mórbida o los considero unos zarrios. Sin más. Si leo que alguno mejora basándome en las opiniones de colegas blogueros, quizá le dé su oportunidad. Sin embargo, no albergo grandes esperanzas y la desidia, además, se me apodera. Tienes pinta de tostón, veranito del 17, no offence.

Así que, ¿cómo puede perder el tiempo Sho-Shikibu? Pues imaginando que ya ha llegado su amado otoño, disfrutando del fresquecillo, las maravillosas hayas de fuellas rojas y escribiendo sobre los anime que piensa ver. Por supuesto, no se sabe todavía el total de estrenos, pero las tardes del estío derriten el cerebro y alucinar un ratillo tampoco viene mal. Y que este es mi blog y desvarío sobre lo que me da la gana, claro. No hay gran cosa todavía anunciada, apenas trailers ni demasiada información, no obstante algo he sacado en limpio. Que sirva de pequeño adelanto para olvidar el pegamento de este verano anestésico.

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El plato fuerte de este otoño, como ya sucedió en primavera, van a ser las segundas temporadas. Al menos para mí. Vuelvo a recordaros que aún desconocemos gran parte de la que va a ser la parrilla otoñal, así que son impresiones hasta justo este mismo preciso momento. Me encantaría que aparecieran nuevas obras que me obligaran a desdecirme, así que a la espera de un buen revés quedo.

¿Cuál va a ser mi prioridad absoluta? Pues Hôzuki no Reitetsu. Un día por desvelar de octubre y con un número indeterminado de episodios, regreserá a nosotros el maestro de ceremonias más sardónico de los Infiernos búdicos. Bueno, Hôzuki y toda la cohorte de personajes mitológicos y del folclore popular sinojaponés que desfilan sin cesar. Si la primera temporada y sus respectivas OVAS me encantaron, deseo fuertefuertefuerte que esta segunda logre, como mínimo, lo mismo. hoozukiSu humor negro y absurdo, el rico panorama cultural que despliega en cada capítulo, los pequeños sketches que aprovechan cada segundo para exhibir un espectáculo delirante que se ríe de sí mismo si hace falta, su elenco heterogéneo y dinámico, etc, etc, etc, hicieron hace unos años de esta serie una de mis favoritas sin ninguna duda. Se aprende un montón con ella y encima es divertidísima. Estoy ansiosa por el reencuentro y espero que no cambien demasiado el formato, que resulta perfecto. También es cierto que no todo el mundo disfruta con las historias autoconclusivas y muchos buscan una continuidad argumental en cada episodio; pero hay que tener en cuenta que la esencia de Hôzuki no Reitetsu es otra: las viñetas de comedia.

Osomatsu-san también tendrá su segunda tanda. Este clásico moderno no podía permanecer sin continuación, lo pedía a gritos. Sin saber aún fecha de estreno y cantidad de episodios, se deduce que será en octubre y constará de 25 capítulos. Pero a saber. Es curioso, pero dos de mis top otoñales son comedias. Me parece extraño porque es un género por el que no me suelo inclinar. En contadas ocasiones logro conectar con el sentido del humor de las series, la mayoría me produce vergüenza ajena o directamente sueño, sin embargo Hôzuki no Reitetsu y Osomatsu-san me engatusaron, sobre todo la primera. Para variar, mi tercera opción en las reanudaciones es algo diferente: Kekkai Sensen & Beyond.

La primera temporada, que sin duda me gustó, también me dejó un regusto agridulce. Así que esta será la oportunidad de resarcirme si va todo bien y no resulta un truñaco, por supuesto. Reconozco que, como no cuentan con Rie Matsumoto esta vez, siento bastante desconfianza. Para mí la presencia e ideas de Matsumoto fueron clave en 2015, y no todo el mundo además consiguió sintonizar con su forma de crear. Tratar de innovar es lo que tiene, que no siempre se redondea ni se comprende. Aun así, el parón que sufrió este anime lo perjudicó muchísimo. Veremos lo que nos depara Kekkai Sensen & Beyond, ya que Shigehito Takayanagi posee unas cuantas tablas y, aunque es probable que pierda originalidad, también podría ganar en solidez shônen. Un alivio para los más tradicionales.

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El asunto es peliagudo, porque muchos de los anime que han llamado mi atención guardan altas posibilidades de germinar como cerdadas supremas. Sinopsis incompletas, no fotos, no vídeos promocionales y un rosario de falta de datos estupenda. Pero es normal, estamos en julio; y, ¡qué carajo!, de esta manera también es divertido hacer apuestas. Empecemos.

Kujira no Kora wa Sajô ni Utau me atrae como un imán gigantesco. Del manga solo he tenido oportunidad de leer cinco capítulos (un dibujo precioso, por cierto), pero a poco que el anime le sea fiel, creo que tendremos entre manos uno de los productos más interesantes del otoño. No el que más, pero muy destacable. Está catalogado como shôjo, y no sé hasta qué punto seguirá los cansinos patrones de la demografía; aunque también pertenece a la ciencia-ficción, el misterio y la fantasía, así que a priori me tiene ganada. Su trailer es bastante elocuente en ciertos aspectos, me ha gustado mucho por lo que… ¡COMPRO!

En una línea más clásica dentro de la fantasía y el shôjo, en octubre se estrena también Mahôtsukai no Yome, que ha estado precedida de tres OVAS. Solo he visto dos de ellas, y no me han dicho gran cosa. El manga, que está siendo publicado por Norma y lo estoy siguiendo, ha terminado decepcionándome un poquillo. Quizá porque tira demasiado para mi gusto de los tópicos de la fantasía haciéndose previsible; y que la protagonista, con un ligero aroma a Mary Sue, tiene ese rollo de chica frágil e indefensa que me satura bastante. A pesar de que a estas alturas le encuentro más defectos que virtudes, la veré porque tengo fe en que me entretenga y los cuentos de hadas siempre merecen un par de vistazos. O tres. Harina de otro costal es Inu Yashiki, cuyo manga también estoy leyendo pero ¡sin desencanto alguno! Altamente recomendable, de hecho llevaba un tiempo calibrando si escribir una reseña de lo que tenía recorrido, pero sabiendo ahora de la serie, merece un manga vs. anime como la copa de un pino. Es uno de los estrenos relevantes de la temporada, una serie para adultos (existimos, ¡sí, estamos aquí!) y de temática inteligente. Sci-fi de calidad, mis queridos otacos. Y mucho, mucho más cuando se rasca la superficie, con Oku-sensei ya se sabe. A la dirección estará Keiichi Satô, así que no puede ocurrir nada malo, ¿me oís? NADA MALO. He dicho.

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Y para cerrar, aclaro que no he querido introducir ningún school life porque estoy hasta el moño de adolescentes. Es lo que sucede cuando trabajas demasiadas horas con ellos, que al final del día quieres enterrarlos vivos o arrojarlos por un puente. Atados y con bozal. Así que nada de Just Because! y otras majaderías de colegiales. La única excepción es Poputepipikku, pero los que ya conozcáis el tebeo sabréis que se trata de una cosita bastante enferma que poco tiene que ver con los entornos escolares. Tengo una curiosidad insana por este anime, que supongo será de duración corta (2-5 minutos) y me las veré luego canutas para lograr ver. Ese estilo de antigua tira cómica, donde las dos protagonistas vomitan sin parar insensateces (algunas bastante profundas, no es broma), en realidad es muy posmoderno, muy pop.

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Aunque tengan la mayoría de ellas fecha de estreno, en Occidente suelen pasar meses hasta que conseguimos visionarlas. La paciencia es una virtud, dicen. Reducir cabezas como hacen los shuar, una habilidad que no me importaría adquirir para ponerla en práctica en momentos de exasperación. A lo mejor encuentro algún tutorial en youtube al respecto. Volviendo a las películas, Godzilla: Kaijû Wakusei cuenta con mi beneplácito, a pesar de que la animación de Polygon Pictures no sea precisamente de mis preferidas. Pilotarán los directores de Ajin y Sidonia no Kishi con la colaboración de Gen Urobuchi, por lo que unos mínimos hay garantizados. Rezaremos a Nyarlathotep el Caos Reptante para un pronto estreno por estos lares.

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¿Merece la pena que me trague la película de ese clásico animierder que fue Dance with Devils? Porque el 4 de noviembre verá la luz Dance with Devils: Fortuna. Fue un bodrio tremendo al que le cogí cariño, sobre todo por Peluchón ❤ y esa autoparodia terrorífica que se gastaba. Risas, muchas risas. Ya lo decidiremos cuando llegue el momento, no hay por qué apresurarse, y menos con engendrillos de esta especie. Asimismo, en el undécimo mes se estrenará la adaptación a largometraje del clásico del manga de los años 70 Haikara-san ga Tôru, de Waki Yamato. Tuvo su serie televisiva hace casi cuarenta años también, y parece que contará con una segunda parte en 2018. Estoy bastante interesada en este film, pues trabaja temáticas sugestivas (liberación de la mujer) en un contexto histórico fascinante, la Era Taishô (1912-1926). Su protagonista es una mujer joven que ha sido educada de forma poco convencional, cercana a los tradicionales valores masculinos (practica kendo, bebe sake, rechaza las labores domésticas, viste al modo occidental, etc) y cree que una mujer debe casarse por amor y elección propia. Lo que se conocía en la época como una modan gâru (chica moderna). Apesta a shôjazo que mata, pero el planteamiento da la impresión de ser algo diferente. No obstante, ya sabemos cómo se las gastan los japoneses respecto al feminismo… todavía les queda un largo trecho por avanzar, bastante más que a los europeos.

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Menudo feeling tenían los anime de los 70, ¡inconfundible!

¿Me habré dejado alguna obra en el tintero? Seguro que sí. ¿Kino no Tabi, a lo mejor?Aunque para acabar de pulimentar la entrada, necesitaré más información, que supongo irán desgranando a lo largo de las semanas. Quizás esté pendiente por desvelar una joya animesca, ¡quién sabe! Por ahora, esto es lo que hay. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

Galería de los Corazones Rotos, literatura

Clásicos literarios japoneses para toda la familia: Seishun Anime Zenshû

Bienvenidos a la Galería de los Corazones Rotos. Cursi, ¿verdad? Pero es el nombre adecuado. Una especie de nueva sección. Ya sé, ya sé, SOnC no tardará en explotar a causa de los millones de apartados inservibles y completamente idiotas que dirigiré al escaparre ovino absoluto cuando me harte. Pero mientras aquí estamos, oigan.

Esta nueva sección ha sido de gestación laaaaaarga, y comenzó con la entrada de Amores frustrados. Retomó su espíritu un poco en el Tránsito VIII y se asienta definitivamente con el post de hoy. No me gusta demasiado hacer reseñas de obras incompletas. Con incompletas me refiero tanto a inacabadas en origen como por falta de publicación/traducción o mera descatalogación; por lo que, a fin de cuentas, continúan siendo inconclusas para el público occidental. Así nos quedamos con lágrimas chorreando en el alma y un corazón hecho trizas. También con muchas ganas de aniquilar vidas como ácido fluorhídrico desbocado. Es posible que con el tiempo algunas de estas obras podamos finalmente disfrutarlas, sanar nuestras heridas del miocardio y presumir de sus cicatrices estilo kintsukuroi. O no. Mientras tanto, Galería de los Corazones Rotos (qué poca vergüenza tengo con el nombre, jojo) será algo así como una especie de homenaje al non finito blogueril. Hay que tomarse con elegancia un poco esto de que te dejen con un palmo de narices.

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«¡¿Por qué?! ¡¿Por qué me hacéis esto?!» El maestro Ogata Gekkô predijo ya en 1900 las angustias del otaco

Y así llegamos hasta la obra reseñada de hoy. Hace unos cuantos días, un simpático anónimo me preguntó vía CuriousCat qué recomendaría a un novato para estrenarse en el universo de la literatura japonesa. Casi nada, ¡pregunta peliaguda! Pero luego caí en la cuenta de que los enfermos de otaquismo podemos acudir a ciertas obras que nos facilitan la misión introductoria y de selección. Ahí tenemos la magnífica serie Aoi Bungaku (2009) de la que escribí esta reseña; y, por supuesto, el anime de esta entrada: Seishun Anime Zenshû (1986) o Clásicos animados de la literatura japonesa. Fueron 32 episodios, más dos especiales, producidos por la incombustible Nippon Animation. A Occidente llegaron en sucesivas ediciones en formato VHS y DVD que no incluían además todos los capítulos. Actualmente es muy difícil de conseguir completa, por no decir imposible. Por eso se encuentra en la galería de trituramientos cardíacos.

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«Kwaidan: Hôichi el desorejado» de Yakumo Koizumi

Nippon Animation ya tenía cierta experiencia en esto de adaptar obras literarias, pues bajo el ala del contenedor televisivo World Masterpiece Theater, realizó series que son ya historia del animeMarco, from the Appenines to the Andes (1976), Anne of Green Gables (1979), The Adventures of Tom Sawyer (1980) o A Little Princess (1985). Con el paso de los años también se haría cargo de Mujercitas, Peter Pan, Los Miserables o los cuentos de los hermanos Grimm entre otros muchos proyectos. Así que, ¿por qué no hacer algo parecido con la literatura japonesa? En vez de producir series individuales de larga duración, que probablemente no tendrían mucha respuesta entre el público occidental, decidieron crear una única en la que cada episodio se dedicara a una obra distinta. Al timón estuvo Fumio Kurokawa, que por España la Generación X lo conoció sobre todo gracias a Ruy, el Pequeño Cid (1984).

Como se acercan las fechas navideñas y tal, que a mucha gente le entusiasman pero a mí me deprimen infinito porque me recuerdan la ausencia de mi padre (falleció el 16 de diciembre), he pensado que este Seishun Anime Zenshû resulta muy adecuado, ya que tiene una dirección claramente familiar. Y, amiguitos, habla la voz de la experiencia: aprovechad y compartid todo lo que podáis el tiempo con vuestros seres queridos, porque cuando menos lo esperéis, ya no estarán a vuestro lado. Jamás. Y una buena manera podría ser disfrutar de este anime clasicote. Demostrar a las buenas gentes de vuestra estirpe que el otaquismo, además de tener su vertiente putrefacta, también puede ser bello.

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«Botchan» de Natsume Sôseki

Seishun Anime Zenshû es para todos los públicos, y eso implica pros y contras. Como todo en la vida. Si se considera simplemente una manera de tantear la superficie del océano literario japonés, es indudablemente magnífica. Porque impulsa una aproximación clara a ciertos autores y sus obras más conocidas; y puede ayudar a una elección posterior cuando se decida profundizar con la lectura. Pero poco másSeishun Anime Zenshû carece de las pretensiones artísticas de Aoi Bungaku, por ejemplo, es llana y directa, sin complicaciones. Cierto que en 34 capítulos hay niveles de calidad muy diversos; incluso alguna temática un poco más grave de la que un niño pueda llegar a entender. A cada episodio se le ha otorgado su propia personalidad, con estilos diferentes en la animación y una banda sonora distintiva. Y si ya entramos en cómo han sido adaptadas las obras en sí, el resultado también es variopinto porque algunas historias son más agradecidas que otras. Seishun Anime Zenshû no puede ser una serie homogénea, existen muchas variables en juego. No obstante, el conjunto es armonioso. O al menos en los 21 episodios de los 34 totales que he tenido la suerte de ver. Del resto ni rastro. Porca mignotta!!

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«Takekurabe» o «Crecer» de Ichiyô Higuchi

Los autores que Seishun Anime Zenshû desgrana son realmente ilustres, básicos dentro de la literatura moderna japonesa: Yukio Mishima y El rumor del oleaje (1956); Itô Sachio y La tumba del crisantemo (1906); Shintarô Ishihara y La estación del sol (1955); Kyôka Izumi y El santo del monte Kôya (1900); Ryûnosuke Akutagawa y La muerte del mártir (1918); Ôgai Mori y La bailarina (1890) y un largo etcétera. Algunos trabajos han requerido más de un episodio, como es el caso de mi querido Botchan (1906) de Natsume Sôseki o Sanshirô Sugata (1942) de Tomita Tsuneo. Este último libro además sirvió al cineasta Akira Kurosawa para estrenarse en el mundo de la dirección cinematográfica con su saga La leyenda del Gran Judo (1943). Salvo un par de capítulos, todos poseen esa impronta amarga y cruel tan japonesa. Algunos sucumben en el lodazal del sentimentalismo más pringoso, pero nada de importancia. Todas son reconocidas buenas historias gusten o no (ese sería otro asunto), y su poso lo han dejado en el anime. Ojalá pudiera tener a mi disposición todas las obras literarias que aparecen en Seishun Anime Zenshû, pero no es así. He leído una parte importante, lo que es una proeza teniendo en cuenta que a Occidente han llegado con cuentagotas y se descatalogan en un parpadeo. Pero mis amigas las bibliotecas me socorren siempre. ¡Benditas sean!

Quizá os preguntéis cuáles han sido mis episodios favoritos. Tengo cuatro en concreto que me han parecido fantásticos. El que más me ha gustado ha sido Crecer de la maravillosa Ichiyô Higuchi. Una pequeña joya en todos los aspectos, con una historia y presentación preciosas. Para mí el mejor de la colección. Kwaidan de Yakumo Koizumi, conocido en Occidente como Lafcadio Hearn, también es de mis preferidos. Creepy total, muy logrado. Os recomiendo además que le echéis un vistazo a la película del mismo nombre de 1964. Uno de los clásicos imprescindibles del terror japonés. El retrato de Shunkin de Jun’ichiro Tanizaki es de los capítulos más extraños y perturbadores. Una relación sadomasoquista arropada con el amor a la música y un final que a muchos desconcertará. No en vano la obra original de Tanizaki es de un retorcimiento majomajomajo. Por otro lado, La bailarina de Izu de Yasunari Kawata es un cuento delicado sobre el primer amor. Una ternura de historia, pero sin empalagar. Y eso no suele ser sencillo cuando se trabaja la nostalgia de la juventud.

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«La bailarina de Izu» (1926) fue el debut literario de Yasunari Kawata

El arte en general es modesto pero competente. Unos capítulos son más bonitos que otros debido a la diversidad de estilos, aunque de calidad digna. Los que se salen un poquito de la animación tradicional de la época son los que despiertan más interés. Por lo demás, se encuentra en un término medio que en general no sobresale demasiado. El problema más importante con el que me he topado, aparte del que la serie se encuentre truncada, ha sido la resolución de los episodios. No es la misma para todos. Se nota que algunos han sido ripeados de VHS, y los más afortunados de DVD. Qué le vamos a hacer. Sin embargo, hay algo que ha llamado mi atención y me ha gustado mucho. Los que me seguís, ya sabéis que ignoro los openings y endings, aunque como mínimo los veo una vez. En el caso de Seishun Anime Zenshû ha sido el ending lo que me ha entusiasmado. La música me parece horrorosa, pero las imágenes… ¡las imágenes son estupendas! ¡Lástima no poder disfrutarlas en mejor calidad! Son planos fijos de jovencitas melancólicas en una misma pose, realizados en lo que parece ser acuarela. Me ha recordado a los trabajos de Jun’ichi Nakahara pero, sobre todo, al maravilloso Yumeji Takehisa. Esa languidez y delicadeza remiten claramente al jojo-ga de las primeras décadas del s. XX. Un bonito broche para la serie sin duda.

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Seishun Anime Zenshû es de esas series que se revalorizan con el tiempo. Siendo estrictos, podría hacerlo si las posibilidades de conseguirla íntegra y en buena calidad no fuesen igual a cero. Por ahora. De ahí que para los escrupulosos del 1080p foreverandever no sea una opción. Pero es lo que tiene la arqueología del anime, que las piezas no siempre se encuentran completas ni en las mejores condiciones. Aunque algunos somos más zaborreros y encontramos belleza hasta en obras deterioradas. Con el riesgo de que nos rompan el corazón además. No obstante, la esperanza es lo último que se pierde, y quizá en algún momento, cuando arrastre mi culo con la ayuda de un andador y babee desdentada en una residencia, ocurra el milagro. Quién sabe. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

literatura

El pájaro enamorado que vomita sangre

¿Alguna vez habéis acometido la abnegada empresa de leer un libro que a priori sabéis mediocre? Voluntariamente. Imagino que sí. Yo, personalmente, muchas veces. Y no es una pérdida de tiempo si el tema interesa y se sabe lo que buscar entre sus páginas, claro. No tiene por qué ser obligatorio siempre ver, leer o escuchar obras maravillosas, estupendas y portentosas. La medianía también tiene su importancia, aunque no lo parezca. Sin ella, por ejemplo, no podríamos distinguir lo excelente. No nos engañemos, la mayoría de los humanos nos movemos entre los amplísimos márgenes de lo gris, genialidades hay muy poquitas. Y este es el caso del libro que voy a tratar hoy. No es que afirme yo únicamente que sea una obra regular (que no mala), sino su propio autor el que la consideraba así.

Esta entrada está dedicada a una obra literaria normalita de un escritor cuya pericia también era del montón. Pero con abundantes cosas que aprender sobre la sociedad japonesa de la era Meiji. Bueno, y que con el transcurrir del tiempo la novela también ha ganado mucho en refinamiento kitsch. Ah, que qué libro es. Pues Namiko (1899) de Tokutomi Roka (también conocido como Kenjirô Tokutomi).

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«Cuco chico y arcoíris» circa 1820 de Hokusai

Hace un par de años Satori publicó la obra, traducida esta vez directamente del japonés, en una cuidada edición prologada por el gran Carlos Rubio. Es una novela que se lee enseguida, y está escrita con sencillez poética. Se trata de la historia de una joven llamada Namiko en la era Meiji. Ella pertenece a una familia importante de samuráis, que tras el edicto Hatôrei, el gobierno compensó su pérdida de privilegios brindándoles otros, como títulos nobiliarios. Ella es una aristócrata, y en este rango social Tokutomi Roka se va a centrar.

Namiko ha tenido una infancia triste, pues su madre murió y su padre le asignó una madrastra insensible, educada además a la manera occidental. Por eso su enlace con Takeo es una bendición acompañada de amor verdadero y cierta liberación. Ambos se aman sinceramente, pero eso no es suficiente para que las cosas vayan bien. La madre de Takeo y viuda, Kei Kawashima, no se lo va a poner nada fácil a pesar de los esfuerzos de Namiko por complacerla. El odio, celos y maltrato a los que somete a nuestra protagonista llegan a su cúspide cuando Namiko enferma de tuberculosis. Esta pérfida mujer, con la ayuda del enamorado despechado Chijiwa y aprovechando la ausencia por la Primera guerra sino-japonesa (1894-1895) de Takeo, repudiará a Namiko, divorciándola de su hijo. La tisis en esa época era una auténtica epidemia casi siempre mortal, por lo que Kei deduce que Namiko no será capaz de engendrar un heredero para los Kawashima. Pero hay mucho más, desde luego. Para esta mujer la enfermedad tiene un poso kármico. Algo defectuoso tiene que haber en la joven para que haya enfermado… y eso la descendencia lo puede recibir también. La enfermedad, esa plaga del s. XIX que fue la tuberculosis, no la observa con compasión, sino como un mal pavoroso que la propia convaleciente, de alguna forma, se ha buscado. Y hay que apartarla, por supuesto.

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El príncipe Ôyama Iwao y su familia, en 1904. La historia de Namiko está inspirada en su hija, Nobuko, y Yatarô, hijo del vizconde Mishima Michitsune.

Namiko tuvo una cantidad de ventas inaudita cuando se publicó, que en primer lugar apareció por entregas en el periódico Kokumin Shinbun. Se tradujo a numerosos idiomas, incluido el español, por lo que se convirtió en una de las primeras obras literarias de éxito fuera de las fronteras de Japón. El título original es en realidad Hototogisu, que significa cuco. Un tipo de cuco autóctono de Asia y África en concreto, al que se llama cuco chico. Esta avecilla tiene mucha tradición simbólica en Japón en el campo del arte. Es uno de los pájaros predilectos de Murasaki Shikibu, hace aparición en el Hyakunin Ishuu, es protagonista de senryû donde se exhiben personajes tan ilustres como Nobunaga, Hideyoshi o Tokugawa; y se le ha pintado muchísimo, casi siempre en caída o vuelo bajo. El simbolismo del hototogisu no es único, pero está relacionado con la llegada del verano y la melancolía, el amor trágico, la proximidad de una muerte repentina, el luto. También se dice que solo gorjean cuando el sol ya se ha puesto, y que si se ven privados de su pareja, cantarán hasta vomitar sangre y morir. 

Namiko es nuestro hototogisu, separada de su marido, enferma de tuberculosis, mártir de un amor desdichado y protagonista de un melodrama clásico. El melodrama no es de por sí un género malo, aunque algunas personas lo identifiquen directamente con baja calidad (no sé por qué, pero sucede). El Conde de Montecristo es un melodrama épico, o Madame Bovary, y nadie en su sano juicio duda de que sean obras maestras de la literatura. En el campo del anime, me viene a la cabeza mi serie favorita de lo que llevamos de año 2016: Shôwa Genroku Rakugo Shinjû, un melodrama de la cabeza a los pies. Eso sí, un melodrama cutre es de las cosas más insoportables y penosas con las que uno se puede topar. ¿Es el caso de Namiko? Bien, Namiko no es la mejor novela del mundo. Tampoco la peor. Pero los que seáis muy puntillosos, la encontraréis aparatosa y muy polarizada.

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Tokutomi Roka en 1922, cuando contaba 55 años

Aunque es una característica particular del melodrama la que hace muy interesante Namiko. No es la historia en sí o la caracterización de los personajes, sino la ambientación. En el melodrama es muy importante el marco histórico, es esencial reproducirlo con realismo; las estructuras y dinámicas sociales deben ser representadas fielmente. Y eso Tokutomi Roka lo hizo de una manera impecable. El argumento además está basado en hechos reales y, por lo que se va deduciendo conforme avanza la lectura, no eran lances extraños en la época. Lo que sí hace Roka es acomodarlo al lenguaje literario y envolverlo de las propiedades del melodrama… pero no con excesiva habilidad. Namiko es una mártir en toda regla, y los villanos que la rodean como Chijiwa, o sobre todo las clásicas dokufu en los papeles de su madrastra y suegra, son realmente malvados. Sin fisuras ni matices, personajes ruines con la profundidad psicológica de un charco.

¡Aaah, no puedo! ¡No puedo más! Esto es demasiado duro… Nunca… jamás volveré a nacer mujer…

Pero realmente quien ha hecho un estudio excelente sobre toda esta temática, ha sido el profesor Ken K. Ito con su An Age of Melodrama: Family, Gender and Social Hierarchy in the Turn-of-the-Century Japanese Novel (2008), que publicó en la Universidad de Stanford. El primer capítulo, «Family and nation in Hototogisu«, está dedicado en exclusiva a Namiko y su representación de la familia y nación japonesas de la época. Muy recomendable.

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Edición chilena de 1905, ilustrada por J. Diéguez, de Namiko

Hay que tener en cuenta que la literatura moderna en Japón en esos momentos estaba comenzando a dar sus primeros pasos. Y no todos los escritores eran portentos como Natsume Sôseki. Tras 250 años de aislamiento, durante los cuales esta disciplina en Japón padeció los males lógicos que provoca la endogamia, los escritores y lectores nipones sufrieron un auténtico tsunami cultural e ideológico que tuvieron que asimilar de manera muy rápida para estar a la altura del resto de las naciones del mundo. La mentalidad, pensamiento y forma de hacer literatura se habían enquistado en el país, y para más inri eran (y siguen siendo a cierto nivel) muy, pero que muy diferentes a Occidente. Por eso los tanteos iniciales para escribir de una manera internacional, donde incluimos este Namiko, eran una mezcolanza entusiasta todavía algo inmadura de un montón de cosas. Ah, pero no por ello menos interesantes, de hecho su valor histórico es indudable. En el caso de Tokutomi Roka, su interés estaba dirigido hacia un autor muy concreto, Lev Tolstói, con el que se carteaba y al que llegó a conocer personalmente en un viaje que realizó a Rusia. De hecho, se le considera el Tolstói japonés, pero soy muy poco amiga de hacer comparaciones de ese tipo, además que el sobrenombre le quedaba un poco grande a Roka. Sin ánimo de ofender su trabajo y memoria, conste.

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Tolstói y su esposa, Sofía Behrs, que era muy aficionada a la fotografía.

Uno de los conceptos extranjeros más complicados de metabolizar por Japón fue el del individualismo, el del yo. Y es el tema de fondo que palpita en Namiko, es un combate entre la sociedad y el individuo; el bien común frente al bien personal. En realidad toda la novela presenta un profundo maniqueísmo en casi todos los asuntos que toca. No hay un término medio, no existen apenas los grises. Todo parece un choque entre dos fuerzas: nuera contra suegra, modernidad frente a tradición, extranjero y autóctono, etc. No en vano, el trasfondo histórico no es otro que una guerra, donde Takeo pasa la mayor parte de la obra.

—¿La gente? ¿La tradición? Pero no tenemos derecho a hacer el mal solo porque otros lo hacen. Una separación debida a una enfermedad es una brutal costumbre del pasado. O peor, si eso es una norma social de hoy en día, no merece la pena vivir en esta sociedad. Hay que cambiar. No estamos obligados a seguir unas normas anticuadas e inhumanas. Además, usted solo piensa en nuestra familia, pero póngase también en el lugar de la familia Kataoka. ¿Cómo se sentirá cuando su hija les sea devuelta al poco tiempo de haberse casado por el simple motivo de que se ha puesto enferma, después de todo lo que había hecho para conseguir su felicidad? Y la mismísima Nami, ¿con qué cara cree usted que puede regresar a su casa paterna? Imagínese que esto hubiera pasado al revés. ¿Qué sentiría usted si se llevan a Nami porque soy tísico? Es lo mismo.

—No, hijo, es muy diferente. La mujer es inferior al hombre.

Pero volviendo al tema de ese profundo sentido del colectivo japonés, Tokutomi Roka escribe ante todo sobre el sentido del deber hacia la sociedad (colectivo) y el amor romántico monógamo (individualismo). La oposición entre dos tipos de familia, el ie, legitimado por la tradición y éticas confucianas y budistas; y el katei, de raíces occidentales y cristianas (Tokutomi, como muchos rebeldes de su momento, se convirtió al cristianismo). El ie está jerarquizado en extremo, todo el mundo tiene su lugar; es un sistema patriarcal vasto (similar al mayorazgo medieval castellano) y en el cual las licencias para que perdure la estirpe son también amplias. La mujer solo funciona como elemento procreador, es reemplazable, y la recién casada se encuentra en los escalafones más bajos. Como célula básica de la antigua sociedad japonesa, esta clase de estructura continuaba muy arraigada y ejercía una enorme presión sobre todo el mundo. Casi nadie se atrevía a desafiarlo, de ahí que, tanto Takeo como Namiko, finalmente consintieran sus exigencias. En la actualidad todavía existe cierta tensión entre lo tradicional y lo moderno, lo japonés y lo extranjero; cualquiera que consuma manganime con un poquito de cabeza, seguro que es consciente de ello.

Tokutomi Roka hace una crítica severa a este sistema, denuncia el desamparo e injusticia que sufren las mujeres en él, y hace una apología de la dignidad del individuo y la libertad social. Casi nada para ser el año 1899. Porque la conmoción que supuso en Japón Namiko fue inmensa, sobre todo entre los más jóvenes, que ya se iban empapando de esa nueva conciencia del yo. Aunque no posee un espíritu adulador hacia Occidente, porque sus pullitas también las echó.

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Familia samurái en 1865

Namiko es una novela interesante por lo que refleja más que por lo que cuenta y cómo lo cuenta. El argumento es previsible, los personajes chatos y sin matices, algunos bastante desaprovechados; y la tragedia continua que vive la protagonista, sacrificada y bondadosa, hiede a drama ramplón. Tiene también un tufillo a moralina que puede hacerse molesto, y Tokutomi Roka a veces tiene el cursi subido que da gusto. ¿La recomiendo? Sin duda, no os va a provocar una embolia ni tampoco destruirá vuestras neuronas. Sus méritos no son literarios, sino informativos. Ya solo por eso merece la pena leerla.

Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

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Peticiones estivales: Gankutsuô

Durante todo el mes de junio, los lectores habituales tuvisteis la oportunidad de sugerirme mangas, anime, libros o películas para que les hiciera una reseña. No cayeron en saco roto, y os agradezco muchísimo vuestra participación. Así que con la presente entrada, inauguro este pequeño apartado veraniego donde iré escribiendo sobre vuestras propuestas hasta el equinoccio.

Andry Candelario, vía facebook, solicitó una entrada dedicada a Gankutsuô y es una forma excelente de estrenar la sección. A lo grande, fuera cobardías, porque Gankutsuô o El Conde de Montecristo es uno de esos anime excesivos y glamourosos que no suelen pasar inadvertidos. Hace años que vi esta serie y la oportunidad de revisarla me pareció interesante, sobre todo por analizar qué tal le había sentado el transcurrir del tiempo. Y la experiencia ha sido, de nuevo, positiva. Allá vamos.

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Mahiro Maeda. Eso es lo primero que tenemos que saber sobre Gankutsuô: su creador. No sé si hace falta que escriba sobre él, pero es de esos culos inquietos en el mundillo audiovisual a los que no les importa meterse en cualquier tipo de fregao. A él le suele salir bien, porque tiene talento y agallas, un estilo inconfundible, y una creatividad a prueba de bombas. Lo último que tengo pilotado donde metió su maravillosa zarpa fue en el arte y diseños de Mad Max: Fury Road (2015). Y se nota que en El Conde de Montecristo hizo lo que le dio la gana y como le dio la gana. Gankutsuô es digno hijo de su padre, desde luego.

Consta de 24 episodios realizados por GONZO, casa con la que Maeda ha estado muy vinculado, y que fueron emitidos entre 2004 y 2005. No suelo hacer mucho caso (los ignoro, directamente) ni a los openings y a los endings. Los de Gankutsuô tampoco es que me emocionaran, pero llamaron mi atención porque fueron escritos e interpretados por Jean-Jacques Brunel, bajista de una banda que conozco bien, The Stranglers, y que resulta es un tipo bastante curioso… sobre todo con los periodistas que escriben malas críticas de sus discos. El resto de la banda sonora me sorprendió bastante, porque me ha parecido reconocer ecos de piezas clásicas, pero pasadas por el túrmix electrónico.

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Gankutsuô es una adaptación bastante libre del clásico literario El Conde de Montecristo (1845) de Alejandro Dumas padre. Digo libre porque, a pesar de que es muy respetuosa con el espíritu de la novela, desarrollando esa esencia folletinesca a la perfección, manteniendo los temas principales (amor, corrupción, traición, venganza, expiación, absolución) y los personajes principales, Gankutsuô es en realidad una reformulación de la obra original. Lógicamente, estamos hablando de dos medios distintos, el literario y el audiovisual, por lo que su lenguaje y expresión no pueden ser el mismo. Pero ya no es solo eso, Maeda decidió cambiar la perspectiva totalmente y darle una orientación proyectada hacia futuro. Además cercenó todas las vicisitudes de Edmond Dantès para centrarse en la venganza, comenzando, más o menos, por el capítulo 31 del libro. Para ello relegó a Dantès al puesto de antagonista y eligió a Albert de Morcerf como estrella.

¿Y no pudo llamarse la obra simplemente Montecristo-haku o algo más parecido al original? ¿Qué quiere decir GankutsuôGankutsuô significa algo así como «el Soberano de la Caverna», y fue el nombre con el que tituló Kuroiwa Ruikô a El Conde de Montecristo en su primera traducción al japonés, en 1905. De Ruikô se podría hacer una entrada entera, pero eso sería ya para otra ocasión. Gankutsuô quedó como sobrenombre de la novela en el país, y Maeda decidió aprovechar esa circunstancia para dotar de identidad propia a ese «rey de las grutas».

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No tengo intenciones de hacer una comparativa exhaustiva entre anime y novela, pero los que la hayáis leído es recomendable que tratéis de olvidarla cuando afrontéis la serie. Aunque los principales eventos que se narran aparecen en ella, así como se honra con cierta fidelidad la esencia de los personajes, Maeda utiliza los cimientos de El Conde de Montecristo para construir sobre ellos algo nuevo. Sigue siendo la obra de Dumas, pero es diferente. Solo para empezar, Gankutsuô tiene lugar en el año 5053, no en la Francia de la Restauración; y lo que es una novela de aventuras, en el anime se convierte en una historia tenebrosa con criatura sobrenatural incluida. La serie respeta las características y orden social de esa época del s. XIX, de otro modo desfiguraría demasiado el argumento, pero busca diferentes sendas a las que dirigir sus conclusiones. Mahiro Maeda, con todo el amor que se percibe que siente hacia Dumas, fue realmente audaz en Gankutsuô.

El argumento parte con el viaje de dos jóvenes de la aristocracia a la Luna, donde tienen lugar unos desenfrenados y famosos Carnavales. Albert y Franz, que así se llaman los muchachos, son hijos de la élite en su París natal y han vivido de manera muy distinta al resto de la gente común, por ello no tardan en toparse con problemas serios en sus vacaciones. Pero es la intervención de un noble misterioso y extranjero, venido de los confines de la galaxia, la que los saca de sus tremendos apuros. El conde de Montecristo, como se presenta a sí mismo, es un hombre enigmático y refinado de enorme riqueza, muy interesado en introducirse en la alta sociedad parisina. Albert de Morcerf, agradecido por la ayuda aparentemente desinteresada del conde, y llevado por su nobleza de carácter, decide entablar amistad con él y presentarlo a sus pares sin ambages. Franz D’Épinay es más renuente, y no acaba de confiar en ese noble desconocido, pero sus lógicos recelos son desestimados por el ingenuo entusiasmo de Albert.

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El advenimiento del conde a la vida de Albert y su familia es el comienzo del fin de su mundo tal como lo ha conocido hasta entonces. La desgracia, el dolor y la muerte lo perseguirán implacablemente a él y a sus amigos; al principio sin saber su origen, pero conforme avanzan los episodios, Albert no tendrá otro remedio que reconocer que ha sido utilizado como caballo de Troya en un tablero de dimensiones que nunca habría podido imaginar. El conde es un cuidadoso estratega, un manipulador feroz que usará las debilidades de los nobles Villefort, Danglars y Morcerf para destruirlos: la avaricia, el egoísmo, la lujuria, la mentira, la ambición. Pero el alto precio de su vendetta comprometerá tanto a culpables como inocentes.

Como la misma novela, Gankutsuô es un retrato de la naturaleza humana en todas sus dimensiones. El desfile de personajes es abundante; y sus intrincadas psicologías y relaciones son las que asientan el anime. Todos finamente esbozados. Hablando en plata, es un culebrón de los buenos. Y cuando digo de los buenos, es que es magnífico. Tiene un desarrollo in crescendo que absorbe la atención por completo. Aunque los plot twists se atisban en la distancia, sus consecuencias no. Independientemente de que se conozca la novela. Y el final es… uf. No digo más.

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Esa mezcla estilística entre el decadentismo y el Secesionismo de Viena, depurado con un opulento filtro informático de carácter oriental, engendró una criatura extraña, grandilocuente, abrumadora. Un verdadero espectáculo visual, abigarrado y suntuoso, que en los primeros capítulos puede llegar a desconcertar bastante. Los amantes del barroco están de enhorabuena. Aunque la inspiración es claramente vintage, dieselpunk a ratos, la ambientación no deja de ser futurista y el aroma sci-fi lo colma todo. El resultado, lejos de parecer estrafalario, es fascinante. Aunque lo que más llama la atención es el tratamiento del layering que se utiliza en ropas, cabellos y decorados; una suerte de croma a la inversa que se sirve de patrones o texturas que permanecen fijos, a pesar del movimiento. Un recurso que también observé de forma similar en Mononoke (2007) o Puella Magi Madoka Magica (2011).

Pero hay que recordar que esta serie es del 2004 y los recursos en CGI, a los que Gankutsuô acude sin una pizca de timidez, suelen quedar obsoletos enseguida. Y llaman la atención, pudiendo incluso llegar a ridiculizar una buena obra. ¿Es el caso? No. El desfase es evidente, pero El Conde Montecristo rezuma esa elegancia clásica que, aunque hace identificar inmediatamente en qué momento fue producida una serie, no incomoda. El modelado 3D es muy básico y solo se muestra puntualmente (algunos edificios, el coche del conde, etc). Además, acaba perdiéndose entre tanta exuberancia. Resumiendo: no da mucha vergüenza ajena. Y podría haber sucedido perfectamente, las obras que suelen arriesgar tanto en el apartado artístico y técnico muchas veces pagan ese peaje.

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El Conde de Montecristo es un anime bien articulado y con todos los ingredientes necesarios para entretener y conmover al mismo tiempo. Las vueltas de tuerca, el melodrama, el amor, el misterio, la tragedia y la venganza homenajean con lustre al espíritu del folletín decimonónico; y se arropan en una presentación hodierna que la hace sugestiva y original. Un retoño del Romanticismo adaptado a la Posmodernidad, y que gustará a todos aquellos que no tengan miedo a las emociones desbocadas y al exhibicionismo artístico.

¿Lo recomiendo? Sí, desde luego. Tanto a los que hayan leído la novela de Dumas como a los que no. A ambos los sorprenderá. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.