Como ya comenté hace un par de días en la entrada Últimos descubrimientos – 1 de Otakus Treintañeras, este invierno he estado leyendo un manga muy interesante dedicado a microrrelatos del escritor Shin’ichi Hoshi (1926-1997). Es un autor al que le tengo unas ganas tremendas, pero de momento no ha caído nada de él en mis manos, salvo alguna cosilla suelta que he leído por internet. Hoshi es el pionero de la ciencia-ficción en Japón, imprescindible para todos aquellos amantes del género y del país del sol naciente. Sin embargo, existe un problema importante: no hay material editado en español de sus más de mil obras. Cero pelotero. Es una omisión bastante gorda porque, como vuelvo a insistir, Shin’ichi Hoshi no fue un escritor maldito o underground, nada de eso. Hoshi fue el puto amo de la sci-fi japonesa. No obstante, albergo la loca (e imbécil) esperanza de que alguna editorial (Chidori, Satori, Valdemar… ALGUIEN, POR EL AMOR DE LUZBEL), se anime a publicar una recopilación de sus cientos y cientos de historias cortas. Tener que acudir a la importación, aunque es algo con lo que debemos lidiar los entusiastas de Cipango, no deja de ser un incordio. Sobre todo económico, todavía no me he topado con nadie al que le sobre el dinero.

Una manera de consolar el deseo de hincarle los colmillos a Hoshi es a través de las adaptaciones que se han hecho de sus historias. Que no han sido pocas, además. En el campo de la animación, Kimagure Robot (2004) de Studio 4ºC y la galardonada con un Emmy Hoshi Shinichi’s Short Shorts Special (2010) son dos ejemplos llamativos. Por lo que he atisbado, es un autor con un peculiar sentido del humor e ingenio vivo. Sus cuentos resultan inmediatos y accesibles, muy humanos, y a menudo con una vuelta de tuerca cerca de su conclusión sorprendente. Su estilo es bastante reconocible, y aunque asentó las bases de la ciencia-ficción en Japón y fue uno de sus mayores difusores, no se dedicó exclusivamente al género. También escribió fantasía, misterio o ensayos, pero siempre con cierto regustillo especial sci-fi. Su obra fue extremadamente popular e influyente sobre otros artistas, entre los cuales podemos incluir al mismísimo Osamu Tezuka, que fue buen amigo suyo; y, por supuesto, al co-protagonista de la entrada de hoy, el animador Tadanari Okamoto (1932-1990).
Como estamos celebrando en este 2017 el centenario de la animación japonesa, me pareció buena idea unir el genio de Okamoto con uno de los grandes de la literatura nipona. Una conjunción que no podía obviar en el blog. Aunque no es la primera vez que escribo sobre Okamoto, pues en los Tránsitos de este pasado 2016 incluí un cortometraje suyo (reseña aquí): la maravilla de Okon Jôruri (1982). Okamoto es, junto a mi amado Kihachirô Kawamoto, maestro indiscutible de la animación con marionetas y stop-motion. Aunque también trabajó la animación tradicional, y la mezcló sin ningún tipo de sonrojo con toda clase de técnicas y recursos. Fue un hombre versátil e imaginativo, sus obras poseen una impronta arty experimental muy pronunciada, pero bastante asequible también. Tadanari Okamoto pudo presumir de no haber repetido, en ninguna de sus 37 obras totales, el mismo estilo de animación; también alardear de ser el artista que más galardones Noburô Ôfuji ha logrado de momento (8). Por encima de Osamu Tezuka (3) o Hayao Miyazaki (6), y es una completa lástima que no sea más conocido en Occidente. Okamoto fue (y es) fundamental dentro de la animación japonesa. Es el paradigma claro de creador independiente que pudo hacer historia siguiendo su propia senda. Y ser reconocido por ello además en vida.
Así que hoy en SOnC presentamos 4 cortometrajes de Tadanari Okamoto basados en 4 microrrelatos de Shin’ichi Hoshi. Forman parte de la primera etapa del animador, cuando estaba dando sus primeros pasos, y a pesar de que se percibe cierta inexperiencia en algunos aspectos, son todos fantásticos. Vayamos con ellos entonces.
La medicina misteriosa o Fushigi na Kusuri fue el primer «Noburô Ôfuji» que Okamoto logró en su carrera, además de ser el primero en otorgarse a un stop-motion. Estrenó así también sus propios estudios, Echo Productions. En esos momentos, los verdaderos jefazos en el panorama mundial de la animación con marionetas eran los checos, y esa influencia se nota un montón. No en vano, Okamoto estuvo en la denominada por entonces Checoslovaquia aprendiendo de los maestros Jiří Trnka y, sobre todo, Břetislav Pojar. No fue una época fácil a nivel político (Guerra Fría, clima pre-Primavera de Praga), pero eso no le paró los pies.
Fushigi na kusuri es la historia de un ladrón de guante blanco y su compinche para hacerse con una milagrosa medicina. Doron, que así se llama el maleante, no sabe exactamente sus virtudes, pero está seguro de que servirá a sus fines de dominación mundial, e imagina múltiples habilidades que lo pueden ayudar a conseguirla. Pero las cosas no van a ser tan sencillas, porque el Profesor Hakase y su aprendiz desconfían de él. Solo el cuervo parlante que los científicos tienen de mascota parece más inclinado a echarle una mano… pero únicamente porque ambiciona para sí mismo el enigmático elixir. ¿Qué ocurrirá con todos esos intereses encontrados?
El corto, como sucedería luego con muchos otros posteriores dentro del catálogo de Okamoto, está orientado a una audiencia infantil. El tono, la aparente sencillez argumental y la comedia así lo manifiestan; pero esto no hace de Fushigi na Kusuri una obra inane para público poco exigente. Nanay. La medicina misteriosa es una preciosidad a nivel artístico, sobria, elegante, de gran expresividad. Okamoto no se reprime a la hora de arriesgar con los recursos para otorgar más agilidad y energía a ciertas escenas; o buscar inspiración en disciplinas como el cine para sus ambientaciones (mucho Hitchcock por ahí, amiguitos). Este corto resulta muy atractivo a nivel visual, y también bastante entretenido, con el archiconocido plot twist de Hoshi incluido, por supuesto.
Operación Pájaro Carpintero o Kitsutsuki Keikaku tiene de protagonista al mismo villano de poirotiano bigote que Fushigi na Kurusi. En esta ocasión se hace acompañar de más secuaces, y tiene un plan muy especial para hacerse con las riquezas de la ciudad: amaestrar pájaros carpinteros como agentes del caos. Aprovechando la pujante automatización de la sociedad que se muestra en el corto, sus cómplices alados sembrarán el desconcierto con sus afilados picos apretando botones y palancas por doquier. Luego solo habrá que recoger los frutos de la confusión generada. ¿Conseguirá sus propósitos nuestro refinado y mostachudo amigo?
Kitsutsuki Keikaku gana en abstracción respecto a su antecesora, el estilo es elegante y geométrico, haciendo hincapié en las siluetas y los contrastes de colores (huele a Mondrian). Une animación tradicional, enfocada en un dibujo de líneas puras y simples, con marionetas de madera de cedro, plásticos y cut-out. El resultado es bidimensional y muy directo. Pero lo que realmente me ha llamado la atención es el papel que juega la música en este cortometraje. Lleva la batuta constantemente. Se trata de una interpretación de la clásica Tocata y fuga en Re menor de Bach pero en clave de easy listening y jazz, en concreto de género lounge. También suenan piezas inspiradas en la música surf o la bossa nova. Todo muy cool. Los efectos sonoros además tienen una posición relevante, ya que es una obra sin apenas diálogos. El conjunto no puede ser más singular, realmente estupendo.


Bienvenidos, Aliens o Yôkoso Uchûjin me parece el más flojillo de los cuatro, aunque admito que es el más comercial. Y esto no es óbice para que me haya encantado, porque continúa siendo una pequeña maravilla visual de gran colorido. Técnicamente muy lograda. Tiene un aire ingenuo refrescante, y las cancioncillas que acompañan la historia son la mar de graciosas. Yôkoso Uchûjin en un micromusical animado enmarcado dentro de un parque de atracciones, así que es perfecto para toda la familia. Además aparecen también personajes que ya conocemos de cortos anteriores, de suerte que podemos afirmar que existe cierta continuidad, a pesar de que sean cuentos independientes.
El argumento narra la llegada de dos alienígenas a la tierra, que se encuentran en misión de reconocimiento para examinar si resultamos un planeta susceptible de ser conquistado y dominado por su civilización. Las intenciones son hostiles. Sin embargo, no llegan a un lugar normal, sino a un parque de atracciones infantil que justo ha finalizado su jornada diaria de trabajo. Ahí solo se encuentran entonces un ratoncito y la mozuela guía del lugar, que deben ensayar los números musicales que interpretan para los niños. Ellos y las atracciones mecánicas son la representación de la tierra para esos dos belicosos extraños. ¿Qué decidirán? El desenlace tiene una moraleja algo inesperada.
La flor y el topo o Hana to Mogura es mi cortometraje favorito del tándem Okamoto-Hoshi. Aparte de suponer el segundo «Noburô Ôfuji» para el animador, ganó también un galardón en el Festival Internacional de Cine Infantil de Venecia. Como todos los anteriores, combina con inteligencia diferentes técnicas, siendo la base el stop-motion de marionetas. Es así como consiguió producir una obra tras otra y tras otra de personalidad exclusiva. El color de nuevo es el protagonista, una paleta delicadamente ácida que prioriza la luz y la simplicidad, pero al que no le importa juguetear con las texturas. Los planos y movimientos de cámara resultan precisos e intuitivos, y a pesar de que reciben el soporte continuo de la voz en off que relata la historia, dotan a la narración de un dinamismo bastante original.
El cortometraje está subdividido en varias partes que organizan el desarrollo del argumento. Todo comienza con una niña llamada Hanako, que observando las flores que tanto le gustan, idea una forma para que los topos, en vez de destruir las plantas, sean capaces de cuidar sus raíces y crecimiento, ayudando también a su dispersión y lograr así uno de sus sueños: que la tierra esté cubierta de flores. Dibuja su esmerado propósito en un papel, pero el viento se lo arranca de las manos y acaba llegando hasta una isla solitaria donde trabajan, en el más estricto secreto, un grupo de científicos. ¿Qué harán con él? Al principio no saben de qué se trata, pero deciden sacar adelante un plan basado en el garabato de Hanako. Un montón de gente lista exprimiendo sus meninges al unísono en un proyecto que nadie de las instalaciones ha solicitado en realidad… ¿qué ocurrirá? Hana to Mogura da mucho que pensar, tanto a niños como a mayores.
Tadanari Okamoto merece más entradas en las secciones de Lacónicos y 2017: un siglo de anime. Llegarán, desde luego, porque se trata de un creador sobresaliente con un carácter único. Como pequeña introducción este post cubre lo más básico, y espero que haya llamado vuestra atención. Tanto si ya lo conocíais como si resulta ser un descubrimiento, Okamoto es una figura a reivindicar sobre todo en Occidente, donde ha pasado inexplicablemente desapercibido. También es verdad que no hay tantas oportunidades para acceder a sus obras como sí ocurre con otros animadores, pero si se sabe buscar, se encuentran. Solo hay que poner algo de voluntad, como todo en la vida. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.