Galería de los Corazones Rotos, literatura

Clásicos literarios japoneses para toda la familia: Seishun Anime Zenshû

Bienvenidos a la Galería de los Corazones Rotos. Cursi, ¿verdad? Pero es el nombre adecuado. Una especie de nueva sección. Ya sé, ya sé, SOnC no tardará en explotar a causa de los millones de apartados inservibles y completamente idiotas que dirigiré al escaparre ovino absoluto cuando me harte. Pero mientras aquí estamos, oigan.

Esta nueva sección ha sido de gestación laaaaaarga, y comenzó con la entrada de Amores frustrados. Retomó su espíritu un poco en el Tránsito VIII y se asienta definitivamente con el post de hoy. No me gusta demasiado hacer reseñas de obras incompletas. Con incompletas me refiero tanto a inacabadas en origen como por falta de publicación/traducción o mera descatalogación; por lo que, a fin de cuentas, continúan siendo inconclusas para el público occidental. Así nos quedamos con lágrimas chorreando en el alma y un corazón hecho trizas. También con muchas ganas de aniquilar vidas como ácido fluorhídrico desbocado. Es posible que con el tiempo algunas de estas obras podamos finalmente disfrutarlas, sanar nuestras heridas del miocardio y presumir de sus cicatrices estilo kintsukuroi. O no. Mientras tanto, Galería de los Corazones Rotos (qué poca vergüenza tengo con el nombre, jojo) será algo así como una especie de homenaje al non finito blogueril. Hay que tomarse con elegancia un poco esto de que te dejen con un palmo de narices.

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«¡¿Por qué?! ¡¿Por qué me hacéis esto?!» El maestro Ogata Gekkô predijo ya en 1900 las angustias del otaco

Y así llegamos hasta la obra reseñada de hoy. Hace unos cuantos días, un simpático anónimo me preguntó vía CuriousCat qué recomendaría a un novato para estrenarse en el universo de la literatura japonesa. Casi nada, ¡pregunta peliaguda! Pero luego caí en la cuenta de que los enfermos de otaquismo podemos acudir a ciertas obras que nos facilitan la misión introductoria y de selección. Ahí tenemos la magnífica serie Aoi Bungaku (2009) de la que escribí esta reseña; y, por supuesto, el anime de esta entrada: Seishun Anime Zenshû (1986) o Clásicos animados de la literatura japonesa. Fueron 32 episodios, más dos especiales, producidos por la incombustible Nippon Animation. A Occidente llegaron en sucesivas ediciones en formato VHS y DVD que no incluían además todos los capítulos. Actualmente es muy difícil de conseguir completa, por no decir imposible. Por eso se encuentra en la galería de trituramientos cardíacos.

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«Kwaidan: Hôichi el desorejado» de Yakumo Koizumi

Nippon Animation ya tenía cierta experiencia en esto de adaptar obras literarias, pues bajo el ala del contenedor televisivo World Masterpiece Theater, realizó series que son ya historia del animeMarco, from the Appenines to the Andes (1976), Anne of Green Gables (1979), The Adventures of Tom Sawyer (1980) o A Little Princess (1985). Con el paso de los años también se haría cargo de Mujercitas, Peter Pan, Los Miserables o los cuentos de los hermanos Grimm entre otros muchos proyectos. Así que, ¿por qué no hacer algo parecido con la literatura japonesa? En vez de producir series individuales de larga duración, que probablemente no tendrían mucha respuesta entre el público occidental, decidieron crear una única en la que cada episodio se dedicara a una obra distinta. Al timón estuvo Fumio Kurokawa, que por España la Generación X lo conoció sobre todo gracias a Ruy, el Pequeño Cid (1984).

Como se acercan las fechas navideñas y tal, que a mucha gente le entusiasman pero a mí me deprimen infinito porque me recuerdan la ausencia de mi padre (falleció el 16 de diciembre), he pensado que este Seishun Anime Zenshû resulta muy adecuado, ya que tiene una dirección claramente familiar. Y, amiguitos, habla la voz de la experiencia: aprovechad y compartid todo lo que podáis el tiempo con vuestros seres queridos, porque cuando menos lo esperéis, ya no estarán a vuestro lado. Jamás. Y una buena manera podría ser disfrutar de este anime clasicote. Demostrar a las buenas gentes de vuestra estirpe que el otaquismo, además de tener su vertiente putrefacta, también puede ser bello.

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«Botchan» de Natsume Sôseki

Seishun Anime Zenshû es para todos los públicos, y eso implica pros y contras. Como todo en la vida. Si se considera simplemente una manera de tantear la superficie del océano literario japonés, es indudablemente magnífica. Porque impulsa una aproximación clara a ciertos autores y sus obras más conocidas; y puede ayudar a una elección posterior cuando se decida profundizar con la lectura. Pero poco másSeishun Anime Zenshû carece de las pretensiones artísticas de Aoi Bungaku, por ejemplo, es llana y directa, sin complicaciones. Cierto que en 34 capítulos hay niveles de calidad muy diversos; incluso alguna temática un poco más grave de la que un niño pueda llegar a entender. A cada episodio se le ha otorgado su propia personalidad, con estilos diferentes en la animación y una banda sonora distintiva. Y si ya entramos en cómo han sido adaptadas las obras en sí, el resultado también es variopinto porque algunas historias son más agradecidas que otras. Seishun Anime Zenshû no puede ser una serie homogénea, existen muchas variables en juego. No obstante, el conjunto es armonioso. O al menos en los 21 episodios de los 34 totales que he tenido la suerte de ver. Del resto ni rastro. Porca mignotta!!

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«Takekurabe» o «Crecer» de Ichiyô Higuchi

Los autores que Seishun Anime Zenshû desgrana son realmente ilustres, básicos dentro de la literatura moderna japonesa: Yukio Mishima y El rumor del oleaje (1956); Itô Sachio y La tumba del crisantemo (1906); Shintarô Ishihara y La estación del sol (1955); Kyôka Izumi y El santo del monte Kôya (1900); Ryûnosuke Akutagawa y La muerte del mártir (1918); Ôgai Mori y La bailarina (1890) y un largo etcétera. Algunos trabajos han requerido más de un episodio, como es el caso de mi querido Botchan (1906) de Natsume Sôseki o Sanshirô Sugata (1942) de Tomita Tsuneo. Este último libro además sirvió al cineasta Akira Kurosawa para estrenarse en el mundo de la dirección cinematográfica con su saga La leyenda del Gran Judo (1943). Salvo un par de capítulos, todos poseen esa impronta amarga y cruel tan japonesa. Algunos sucumben en el lodazal del sentimentalismo más pringoso, pero nada de importancia. Todas son reconocidas buenas historias gusten o no (ese sería otro asunto), y su poso lo han dejado en el anime. Ojalá pudiera tener a mi disposición todas las obras literarias que aparecen en Seishun Anime Zenshû, pero no es así. He leído una parte importante, lo que es una proeza teniendo en cuenta que a Occidente han llegado con cuentagotas y se descatalogan en un parpadeo. Pero mis amigas las bibliotecas me socorren siempre. ¡Benditas sean!

Quizá os preguntéis cuáles han sido mis episodios favoritos. Tengo cuatro en concreto que me han parecido fantásticos. El que más me ha gustado ha sido Crecer de la maravillosa Ichiyô Higuchi. Una pequeña joya en todos los aspectos, con una historia y presentación preciosas. Para mí el mejor de la colección. Kwaidan de Yakumo Koizumi, conocido en Occidente como Lafcadio Hearn, también es de mis preferidos. Creepy total, muy logrado. Os recomiendo además que le echéis un vistazo a la película del mismo nombre de 1964. Uno de los clásicos imprescindibles del terror japonés. El retrato de Shunkin de Jun’ichiro Tanizaki es de los capítulos más extraños y perturbadores. Una relación sadomasoquista arropada con el amor a la música y un final que a muchos desconcertará. No en vano la obra original de Tanizaki es de un retorcimiento majomajomajo. Por otro lado, La bailarina de Izu de Yasunari Kawata es un cuento delicado sobre el primer amor. Una ternura de historia, pero sin empalagar. Y eso no suele ser sencillo cuando se trabaja la nostalgia de la juventud.

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«La bailarina de Izu» (1926) fue el debut literario de Yasunari Kawata

El arte en general es modesto pero competente. Unos capítulos son más bonitos que otros debido a la diversidad de estilos, aunque de calidad digna. Los que se salen un poquito de la animación tradicional de la época son los que despiertan más interés. Por lo demás, se encuentra en un término medio que en general no sobresale demasiado. El problema más importante con el que me he topado, aparte del que la serie se encuentre truncada, ha sido la resolución de los episodios. No es la misma para todos. Se nota que algunos han sido ripeados de VHS, y los más afortunados de DVD. Qué le vamos a hacer. Sin embargo, hay algo que ha llamado mi atención y me ha gustado mucho. Los que me seguís, ya sabéis que ignoro los openings y endings, aunque como mínimo los veo una vez. En el caso de Seishun Anime Zenshû ha sido el ending lo que me ha entusiasmado. La música me parece horrorosa, pero las imágenes… ¡las imágenes son estupendas! ¡Lástima no poder disfrutarlas en mejor calidad! Son planos fijos de jovencitas melancólicas en una misma pose, realizados en lo que parece ser acuarela. Me ha recordado a los trabajos de Jun’ichi Nakahara pero, sobre todo, al maravilloso Yumeji Takehisa. Esa languidez y delicadeza remiten claramente al jojo-ga de las primeras décadas del s. XX. Un bonito broche para la serie sin duda.

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Seishun Anime Zenshû es de esas series que se revalorizan con el tiempo. Siendo estrictos, podría hacerlo si las posibilidades de conseguirla íntegra y en buena calidad no fuesen igual a cero. Por ahora. De ahí que para los escrupulosos del 1080p foreverandever no sea una opción. Pero es lo que tiene la arqueología del anime, que las piezas no siempre se encuentran completas ni en las mejores condiciones. Aunque algunos somos más zaborreros y encontramos belleza hasta en obras deterioradas. Con el riesgo de que nos rompan el corazón además. No obstante, la esperanza es lo último que se pierde, y quizá en algún momento, cuando arrastre mi culo con la ayuda de un andador y babee desdentada en una residencia, ocurra el milagro. Quién sabe. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

literatura, paja mental

Los pasos livianos de Hearn

En la entrada sobre Miyu, Yoanyul me comentaba el otro día que todo lo relacionado con el folclore y la mitología del mundo le gustaba mucho, así que me he animado a escribir sobre el autor que me introdujo precisamente en la selva enmarañada y fascinante del folclore japonés. No era un escritor nacido en el país, sino un europeo cuya vida personal bien merecería además un biopic… porque fue de lo más intensa. Me refiero a Lafcadio Hearn (1850-1904) y al primer libro que leí de él: Kwaidan o historias y estudios de cosas extrañas (1904).

Como voy a empanarme un poco hablando de literatura, aviso que no tocaré el tema de los animes ni los mangas. Tampoco va a ser un post tan denso como el que dediqué al Hyakunin Isshu, más bien un ejercicio de nostalgia hacia un creador al que tengo especial cariño.

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¿Por qué no levanta la mirada Hearn? Yo sé la razón…

Hearn nació en la isla jónica de Lefkada. Por eso le encasquetaron esa hermosura de nombre: LAFCADIO. Su padre era médico militar irlandés y su madre griega. A no mucho tardar, se trasladaron a Dublín pero su padre fue destinado a las Antillas y, tras unos larguísimos avatares de auténtico folletín que lo llevaron hasta la península de Crimea, terminó solicitando el divorcio a su mujer. Esta, que a esas alturas ya había regresado a Grecia, se volvió a casar y nunca más volvió a ver ni a Lafcadio… ni a su hermano. Hearn había sido abandonado al cuidado de una tía galesa, que a su vez lo envió a un colegio de un pueblo de Francia para fortalecer su catolicismo. Cosas de esos tiempos. El pobrete de Lafcadio tuvo una infancia bastante solitaria, marcada por el trauma de la deserción de sus progenitores y, para más inri, perdió en una pelea escolar su ojo izquierdo que junto a una galopante miopía, acrecentaron sus complejos e inseguridades. ¿Me seguís hasta aquí, verdad? Pues aún hay mucho más.

Con 19 años marchó a Estados Unidos (no consiguieron que se metiera a cura) para trabajar como periodista. Así lo hizo en diversas publicaciones. De una fue incluso despedido por mantener una relación sentimental con una mujer de color, todo un escándalo bochornoso en la época, por supuesto; pero eso no le impidió seguir aplicándose y destacar como cronista y escritor de la fracción de realidad marginal y menos amable, desde perspectivas diferentes a las del hombre blanco. Durante los diez años en los que residió en Nueva Orleans llegó a tratar temas tan extraños como el Vudú. Y no solo su ocupación periodística tenía buena reputación, se hizo un prestigioso traductor de español y francés; su labor con los trabajos de Guy de Maupassant son considerados todavía excelentes. Pero nuestro amigo Lafcadio empezaba a cansarse ya de la mentalidad y costumbres norteamericanas, así que decidió irse a vivir a Japón. Lo normal.

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Y a Japón que se fue, como corresponsal de The Harper’s Magazine, a un país recién abierto al resto del mundo después de siglos de aislamiento y todavía sumido de facto en la Edad Media. Experimentó en vivo y en directo los primeros años de la Era Meiji. Casi nada. Pero muy pronto, harto de que le recortaran y manipulasen los artículos que escribía, se despidió. Así que, con la ayuda del eminente japonologista Basil Hall Chamberlain, consiguió un empleo como profesor de inglés (logrando luego la cátedra en la Universidad de Tokio), se estableció en Matsue, se convirtió al budismo, contrajo matrimonio con la hija de un samurai arruinado e, incluso adoptó el apellido de su esposa, naturalizándose japonés. Su nuevo nombre: Koizumi Yakumi.

Y es allí, por fin, al otro lado del mundo, donde realmente comienza a asentar su carrera literaria y vida personal; fundando una familia y encontrando la estabilidad y afecto que tanto había echado en falta durante su infancia y adolescencia.

Lafcadio Hearn con su hijo Kazuo y esposa Setsu
Lafcadio Hearn con su hijo Kazuo y esposa Setsu

Las obras que escribe dedicadas a su nueva patria son diversas, van desde estudios sobre la vida privada japonesa, el budismo, las vivencias de las clases bajas en las ciudades emergentes de esa época; hasta misceláneas y aproximaciones a la compleja cultura del país, haciéndolas más accesibles para el lector europeo y americano.

Pero sobre todo, hace especial hincapié en el mundo sobrenatural, con 4 libros dedicados a la temática: In Ghostly Japan (1899), Shadowings (1900), Kottô: Being Japanese Curios, with sundry sobwebs (1902) y Kwaidan: Stories and Studies of Strange things (1904) junto a decenas de relatos del estilo desperdigados en varias compilaciones.

No es de extrañar que el elemento maravilloso o mágico aparezca tan a menudo en la obra de Lafcadio Hearn. El escritor trabajó como un auténtico folclorista, y al recoger la sabiduría popular, se encontró con todos estos elementos fabulosos y extraordinarios que chocan en cierta manera con la mentalidad Occidental.

¿Por qué? 

En Japón, y en general en todo el Lejano Oriente, la presencia de seres fantásticos posee una carga de realidad que no es frecuente en los relatos occidentales. Esto no quiere decir que por las calles de Osaka o Nagasaki uno vaya a toparse con un dragón o cientos de kitsune correteando, sino que, más allá de las leyendas y de las creencias populares, los seres fantásticos trasmiten la idea original que les dio vida y, por tanto, su presencia sigue siendo válida en una sociedad que los necesita para examinarse y analizarse. Esta apreciación de la realidad viable y creíble del mundo fantástico, suprime las fronteras genéricas que en Occidente utilizamos para agrupar los distintos tipos de relatos. Y es esencial comprender que, para acercar Japón a Occidente, hay que conocer a sus yôkai, a sus kami, porque forman parte profundamente de su idiosincrasia e identidad.

Y uno de los primeros occidentales que se esforzaron por acercar la literatura y folclore japoneses a Occidente fue nuestro protagonista de hoy. Pero no fue el único, ya que en otros ámbitos y movimientos artísticos de la época como el Modernismo, la Secesión Vienesa, Postimpresionismo, etc., encontramos ese gusto por el escapismo, lo exótico, lo oriental, también concretamente por Japón utilizándose el término japonismo; hallándose esta tendencia en artistas como Van Gogh, Gustav Klimt, Alphonse Mucha, Aubrey Beardsley o en la misma música con la ópera de Puccini Madame Butterfly.

"La japonaise" de Claude Monet (1876)
«La japonaise» de Claude Monet (1876)

Pero regresemos a Hearn. A Hearn y al libro que me acercó a su literatura, Kwaidan o historias y estudios de cosas extrañas. En el prólogo el mismo Lafcadio explica que se trata de una recopilación de cuentos populares extraídos a su vez de antiguos libros japoneses como el Yaso-Kidan o el Hyaku-Monogatari, siendo algunos de estos relatos de origen chino; lo que tampoco tiene nada de particular, ya que durante nuestra Alta Edad Media occidental, las relaciones entre Japón y sus países vecinos eran más o menos fluidas. No obstante, casi todos estos relatos procedían de la tradición oral y los recogió de campesinos o alumnos que conocían estas viejas historias.

Lafcadio Hearn no eligió al azar el nombre de su libro, Kwaidan. Se trata de la palabra Kaidan 怪談, que designa un relato oral dedicado a espíritus extraños. No es de uso moderno, sino que remite a una época pasada, anterior incluso a la era Edoson cuentos del viejo Japón que perviven en el presenteKaidan Kwaidan, como Hearn seleccionó (es un arcaísmo que refuerza la noción de antigüedad), consta de 17 relatos cortos donde diferentes criaturas como yûrei yôkai, todos provenientes del shinto y del budismo, son protagonistas junto a seres humanos de experiencias marcadas por el karma. Están escritos con un estilo depurado y cristalino, que impresiona por su sencillez reflejando totalmente el espíritu humilde de la historias. El resultado es de una elegancia radiante.

Es curioso que, a pesar de todo el afán que Lafcadio Hearn puso en reunir el folclore y la cultura de Japón, no aprendió a hablar ni a escribir del todo el idioma. Y a lo largo del s. XX fue criticado por exportar una imagen del país poco realista y extravagante. Sin embargo, no hay que obviar el contexto socio-cultural en el que vivió este autor; a pesar de las predilecciones estéticas de su tiempo, sus apreciaciones y labor compiladora siguen siendo valiosas y, ante todo, se pueden seguir disfrutando estupendamente.

Yuki-Onna del "Volumen ilustrado de los cien demonios" de Sawaki Shûshi (1737)
Yuki-Onna del «Volumen ilustrado de los cien demonios» de Sawaki Shûshi (1737)

Mis cuentos favoritos son la Historia de Ô-Tei, Yuki-Onna y la Historia de Aoyagi. No porque crea que son mejores, es que su argumento me gusta más. Solo es una mera cuestión de preferencias personales, en realidad todos me parecen soberbios y a lo mejor a ti, que has conseguido llegar milagrosamente hasta aquí después de toda esta soberana tralla, cuando los leas, prefieras otros distintos.