«¿Qué manganimes están petándolo ahora mismo?»
Esa fue la pregunta que me hice después de aterrizar en el blog. Quería ponerme un poco al día, así que husmeando como auténtico Perdiguero de Burgos, me tropecé una y otra vez, una y otra vez, UNA Y OTRA VEZ con este tebeo: Chainsaw Man de Tatsuki Fujimoto. Así, de buenas a primeras, me pareció la típica becerrada shônen para adolescentes con el cerebro hiperhormonado tan espeso como un botillo berciano. Vamos, el típico hype que se esbafa como la gaseosa. Pero no, no ha sido el caso.
Y es que, lo primero que me viene a la cabeza cuando oigo la palabra «motosierra» es la imagen de mi padre con su vieja husqvarna cortando leña. Cosas de pueblo, qué le vamos a hacer, soy rural. Así que por una cuestión completamente personal y aleatoria, este tebeo contaba con mis simpatías, además de que la portada del primer número me pareció tan Sienkiewicz que la tentación era demasiado fuerte para dejarlo pasar. Por lo que me sumergí en su lectura.
Sé que hace nada ha terminado de emitirse el anime de este tebeo, además en manos de MAPPA, estudio que a mi compi Treintañera Pauutopía le gusta mucho como podéis leer aquí; pero no lo he visto ni tengo intenciones de hacerlo de momento, por lo que esta reseña amorfa se centrará en el manga. No he leído tampoco nada del autor, Tatsuki Fujimoto, de modo que carezco de referencias (parece que Fire Punch pegó tan fuerte como para que Norma lo publicara en España), así que no podrá ser tan completa como me gustaría, y se basará en impresiones puras y duras venidas de lo más hondo de mis tripas. Para empezar, hay una auténtica locura desatada con este manga, tiene detractores destructivos y fanáticos fervorosos, un poco como si se tratase de la Virgen del Pilar el asunto, poco término medio. Y ese tipo de polarizaciones siempre llaman mi atención.
Chainsaw Man comenzó a publicarse en diciembre de 2018 y, a pesar de un hiato que finalizó una primera etapa argumental, sigue en curso desde este verano en la Weekly Shônen Jump. Ha sido premiado en un porrón de ocasiones, y en España es Norma Editorial la que ha apostado por este el segundo megahit de Tatsuki Fujimoto. Por ahora van 12+1 tomos con traducción de Judit Moreno.

El mangaka nos introduce en una tierra alternativa donde la Unión Soviética, por ejemplo, continúa al pie del cañón; un mundo parecido al nuestro pero, a la vez, muy diferente, sobre todo porque está infestado de demonios. Demonios del Infierno. Estos demonios viven y se nutren principalmente de los miedos de la humanidad. Pueden tomar formas estrambóticas de los terrores humanos, véase cuchillos, lobos, tiburones, pistolas, bombas y sí, motosierras. Y cuanto más miedo generen esas formas, más poderosos son los demonios que las poseen. Estos demonios también pueden realizar pactos con humanos: a cambio de lo que solicite el demonio, el humano obtiene ciertos poderes y habilidades. Es importante recalcar que los demonios pueden morir, pero son en realidad casi inmortales. Si se consigue aniquilarlos, descienden al Infierno regresando al poco tiempo de nuevo a la tierra.
Hay demonios amistosos, hay demonios antipáticos, hay demonios aburridos y hay demonios cabrones, muy cabrones. De ellos se hace cargo en Japón el Departamento de Cazadores de demonios, con trabajadores especialmente formados para mantener la seguridad, el orden y… exterminar. ¿Por qué están los demonios en la tierra? Buena pregunta. Surgen muchos interrogantes respecto a la construcción del mundo de Chainsaw Man, y no son respondidos demasiado bien. De momento. Se trata de un manga abierto, quizá más adelante Fujimoto-sensei desvele algunas incógnitas.


La historia comienza con Denji, un adolescente que lleva una vida miserable, ni siquiera ha ido al colegio. Tras la muerte de su padre, hereda sus deudas con la yakuza, que lo explota haciéndole cazar y matar demonios. Con una existencia así de triste, cualquiera habría podido comprender que deseara tirarse por un puente, pero Denji es un muchacho optimista, bastante inconsciente e infantil; su día a día se hace más soportable gracias a la compañía de su fiel perro-demonio Pochita. Sus aspiraciones y sueños son muy básicos: comer hamburguesas, salir con chicas, videojuegos… propios de su edad pero de los que no ha podido disfrutar todavía en su corta existencia.
Sin embargo, la yakuza sigue siendo yakuza, y Denji se está convirtiendo en un estorbo, así que deciden matarlo. Ya sus restos desperdigados en la basura entre los de su perrito Pochita, este con su último aliento elige darle su corazón a cambio de sus sueños, y así logra revivirlo. Pero Denji no retorna igual, sino convertido en el hombre motosierra: Chainsaw Man, una poderosa máquina de matar.


Un engendro como él no puede campar a sus anchas y sin control por el país, de modo que el Departamento de Cazadores de demonios pronto lo localiza y Makima, la jefaza de mirada turbia, le ofrece dos alternativas: morir o ser su mascota, trabajar para ella. La elección es clara, Denji no duda en demasía. Y a partir de entonces, comenzará a cimentar lo que será su familia con miembros del Departamento, compañeros con bastantes problemas mentales y caracteres difíciles. Así conocerá a la borrachuza de Himeno, la insoportable de Power o el estirado de Hayakawa (mi predilecto) entre otros. Por supuesto, será un devoto admirador de Makima y, poco a poco (muy poco a poco) irá madurando. Trabajando en la caza y erradicación de demonios descubrirá mucho de sí mismo y el mundo. No obstante, el personaje es un completo anormal, el gran tarado entre tarados, y esa personalidad suya de una puerilidad hiperbólica se revelará al final como su salvación.



Chainsaw Man es un manga pleno de fanfarronadas que nos recuerdan que estamos ante una comedia negra que se autoparodia a sí misma. Cliché sobre cliché sobre cliché para formar un everest de disparates que solo pueden conducir a la hilaridad o al hastío. En mi caso no pude parar de reír. Si el título, el género y el protagonista nos remiten de manera obligatoria a The Texas Chain Saw Massacre (1974), conforme se va leyendo el tebeo el asunto vira más hacia los patanes de Jackyl y sus solos de motosierra en The Lumberjack. Y para que comprendáis en toda su dimensión los abismos de demencia que se alcanzaron en los 90, os dejo por aquí el vídeo musical de la alhaja en cuestión, donde siembran el terror entre sillas y mesas.
No me estoy burlando de Chainsaw Man, conste en acta. Jackyl son unos gañanes sureños entrañables, y creo que algo similar me hace sentir este manga. Se le coge cariño. Y es que este tebeo tiene mucho de estadounidense, no obstante. Toda esa glorificación de la violencia y aire jactancioso de los personajes recuerda mucho al cine de Tarantino, de hecho Reservoir Dogs (1992) o Kill Bill (2003-2004) es una fuente de inspiración muy clara que, a su vez, se nutre de otras obras japonesas como Branded to kill (1967) o Battle Royale (2000).
En realidad todo esto nos dice que Chainsaw Man es una obra de lenguaje visual muy cinematográfico, tanto en su dinámica como en su arte. Las escenas de acción, abundantes y sangrientas, hierven de vigor; el movimiento de viñeta a viñeta casi emula fotogramas, los borrones de desplazamiento son energía cinética pura. Y, como se percibía en la portada del primer número, el diseño del protagonista es 100% Sienkiewicz, aunque su influencia se deja notar también en el resto del manga.


El elenco de personajes es variopinto y abundante, van desfilando como soldados pero con un temperamento definido que invoca arquetipos y características ya bien conocidos por los seguidores de la demografía. Es fácil simpatizar con algunos, sobre todo si tardan en morir; y si ya toman su inspiración en Hellblazer, como es el caso de Kishibe, pues a gozarla. Que tiene bastantes cosillas de Constantine también Chainsaw Man, por si se me había olvidado comentarlo.
Las figuras femeninas fuertes y dominantes están dotadas de una potente carga sexual (qué novedad) que dirigen sus pertrechos casi en exclusiva al protagonista el cual, como buen adolescente, está más salido que el pico de una plancha. Recuerden, esto es un shônen que se recrea en sus tópicos más burdos para estirarlos hasta su tensión máxima de elasticidad, soltarlos y que arreen de pleno en la cara.


Pero Chainsaw Man, entre carcajadas de descuartizamientos, trata temas muy oscuros y aberrantes, y no solo porque pululen demonios por doquier. Hay abuso infantil, pedofilia, manipulación psicológica y un largo etcétera de traumas y barbaridades que asoman su hocico con el disfraz de shônen disparatado. Su epidermis de grueso bizarrismo, que se revuelca con placer en el cieno de lo grotesco y lo surrealista, oculta en realidad un monstruito rebosante de melancolía y nostalgia, quién lo iba a decir. Aunque pueda pasar desapercibido si no se presta atención.
¿Recomiendo Chainsaw Man? Pues… no sé. Yo me he divertido bastante leyéndolo, no considero para nada que sea mal tebeo, pero tampoco me ha impresionado. Me gustan sus vueltas de tuerca, la sangre a borbotones y el humor negro; disfruto con los guiones enloquecidos y ese beso-vómito tiene ya un lugar especial en mi kokoro. Sin embargo, a pesar de su desparpajo y velocidad impetuosa, es una melodía que ya he oído en otras ocasiones, haciendo que el impacto sea menor. Y es un trabajo que depende mucho de eso, de su efectismo, ya que la arquitectura de su universo resulta algo confusa, desdibujada, y se echa de menos más profundidad en la perspectiva, más detalles que brinden verosimilitud y no solo una excusa para crujir a hostias. Por mi parte, me planto en el capítulo 97 y no proseguiré más. Me quedo como estoy.
Buenos días, buenas tardes, buenas noches.