manga

El hombre motosierra

«¿Qué manganimes están petándolo ahora mismo?»

Esa fue la pregunta que me hice después de aterrizar en el blog. Quería ponerme un poco al día, así que husmeando como auténtico Perdiguero de Burgos, me tropecé una y otra vez, una y otra vez, UNA Y OTRA VEZ con este tebeo: Chainsaw Man de Tatsuki Fujimoto. Así, de buenas a primeras, me pareció la típica becerrada shônen para adolescentes con el cerebro hiperhormonado tan espeso como un botillo berciano. Vamos, el típico hype que se esbafa como la gaseosa. Pero no, no ha sido el caso.

Y es que, lo primero que me viene a la cabeza cuando oigo la palabra «motosierra» es la imagen de mi padre con su vieja husqvarna cortando leña. Cosas de pueblo, qué le vamos a hacer, soy rural. Así que por una cuestión completamente personal y aleatoria, este tebeo contaba con mis simpatías, además de que la portada del primer número me pareció tan Sienkiewicz que la tentación era demasiado fuerte para dejarlo pasar. Por lo que me sumergí en su lectura.

Sé que hace nada ha terminado de emitirse el anime de este tebeo, además en manos de MAPPA, estudio que a mi compi Treintañera Pauutopía le gusta mucho como podéis leer aquí; pero no lo he visto ni tengo intenciones de hacerlo de momento, por lo que esta reseña amorfa se centrará en el manga. No he leído tampoco nada del autor, Tatsuki Fujimoto, de modo que carezco de referencias (parece que Fire Punch pegó tan fuerte como para que Norma lo publicara en España), así que no podrá ser tan completa como me gustaría, y se basará en impresiones puras y duras venidas de lo más hondo de mis tripas. Para empezar, hay una auténtica locura desatada con este manga, tiene detractores destructivos y fanáticos fervorosos, un poco como si se tratase de la Virgen del Pilar el asunto, poco término medio. Y ese tipo de polarizaciones siempre llaman mi atención.

Chainsaw Man comenzó a publicarse en diciembre de 2018 y, a pesar de un hiato que finalizó una primera etapa argumental, sigue en curso desde este verano en la Weekly Shônen Jump. Ha sido premiado en un porrón de ocasiones, y en España es Norma Editorial la que ha apostado por este el segundo megahit de Tatsuki Fujimoto. Por ahora van 12+1 tomos con traducción de Judit Moreno.

El mangaka nos introduce en una tierra alternativa donde la Unión Soviética, por ejemplo, continúa al pie del cañón; un mundo parecido al nuestro pero, a la vez, muy diferente, sobre todo porque está infestado de demonios. Demonios del Infierno. Estos demonios viven y se nutren principalmente de los miedos de la humanidad. Pueden tomar formas estrambóticas de los terrores humanos, véase cuchillos, lobos, tiburones, pistolas, bombas y sí, motosierras. Y cuanto más miedo generen esas formas, más poderosos son los demonios que las poseen. Estos demonios también pueden realizar pactos con humanos: a cambio de lo que solicite el demonio, el humano obtiene ciertos poderes y habilidades. Es importante recalcar que los demonios pueden morir, pero son en realidad casi inmortales. Si se consigue aniquilarlos, descienden al Infierno regresando al poco tiempo de nuevo a la tierra.

Hay demonios amistosos, hay demonios antipáticos, hay demonios aburridos y hay demonios cabrones, muy cabrones. De ellos se hace cargo en Japón el Departamento de Cazadores de demonios, con trabajadores especialmente formados para mantener la seguridad, el orden y… exterminar. ¿Por qué están los demonios en la tierra? Buena pregunta. Surgen muchos interrogantes respecto a la construcción del mundo de Chainsaw Man, y no son respondidos demasiado bien. De momento. Se trata de un manga abierto, quizá más adelante Fujimoto-sensei desvele algunas incógnitas.

La historia comienza con Denji, un adolescente que lleva una vida miserable, ni siquiera ha ido al colegio. Tras la muerte de su padre, hereda sus deudas con la yakuza, que lo explota haciéndole cazar y matar demonios. Con una existencia así de triste, cualquiera habría podido comprender que deseara tirarse por un puente, pero Denji es un muchacho optimista, bastante inconsciente e infantil; su día a día se hace más soportable gracias a la compañía de su fiel perro-demonio Pochita. Sus aspiraciones y sueños son muy básicos: comer hamburguesas, salir con chicas, videojuegos… propios de su edad pero de los que no ha podido disfrutar todavía en su corta existencia.

Sin embargo, la yakuza sigue siendo yakuza, y Denji se está convirtiendo en un estorbo, así que deciden matarlo. Ya sus restos desperdigados en la basura entre los de su perrito Pochita, este con su último aliento elige darle su corazón a cambio de sus sueños, y así logra revivirlo. Pero Denji no retorna igual, sino convertido en el hombre motosierra: Chainsaw Man, una poderosa máquina de matar.

Un engendro como él no puede campar a sus anchas y sin control por el país, de modo que el Departamento de Cazadores de demonios pronto lo localiza y Makima, la jefaza de mirada turbia, le ofrece dos alternativas: morir o ser su mascota, trabajar para ella. La elección es clara, Denji no duda en demasía. Y a partir de entonces, comenzará a cimentar lo que será su familia con miembros del Departamento, compañeros con bastantes problemas mentales y caracteres difíciles. Así conocerá a la borrachuza de Himeno, la insoportable de Power o el estirado de Hayakawa (mi predilecto) entre otros. Por supuesto, será un devoto admirador de Makima y, poco a poco (muy poco a poco) irá madurando. Trabajando en la caza y erradicación de demonios descubrirá mucho de sí mismo y el mundo. No obstante, el personaje es un completo anormal, el gran tarado entre tarados, y esa personalidad suya de una puerilidad hiperbólica se revelará al final como su salvación.

Chainsaw Man es un manga pleno de fanfarronadas que nos recuerdan que estamos ante una comedia negra que se autoparodia a sí misma. Cliché sobre cliché sobre cliché para formar un everest de disparates que solo pueden conducir a la hilaridad o al hastío. En mi caso no pude parar de reír. Si el título, el género y el protagonista nos remiten de manera obligatoria a The Texas Chain Saw Massacre (1974), conforme se va leyendo el tebeo el asunto vira más hacia los patanes de Jackyl y sus solos de motosierra en The Lumberjack. Y para que comprendáis en toda su dimensión los abismos de demencia que se alcanzaron en los 90, os dejo por aquí el vídeo musical de la alhaja en cuestión, donde siembran el terror entre sillas y mesas.

No me estoy burlando de Chainsaw Man, conste en acta. Jackyl son unos gañanes sureños entrañables, y creo que algo similar me hace sentir este manga. Se le coge cariño. Y es que este tebeo tiene mucho de estadounidense, no obstante. Toda esa glorificación de la violencia y aire jactancioso de los personajes recuerda mucho al cine de Tarantino, de hecho Reservoir Dogs (1992) o Kill Bill (2003-2004) es una fuente de inspiración muy clara que, a su vez, se nutre de otras obras japonesas como Branded to kill (1967) o Battle Royale (2000).

En realidad todo esto nos dice que Chainsaw Man es una obra de lenguaje visual muy cinematográfico, tanto en su dinámica como en su arte. Las escenas de acción, abundantes y sangrientas, hierven de vigor; el movimiento de viñeta a viñeta casi emula fotogramas, los borrones de desplazamiento son energía cinética pura. Y, como se percibía en la portada del primer número, el diseño del protagonista es 100% Sienkiewicz, aunque su influencia se deja notar también en el resto del manga.

El elenco de personajes es variopinto y abundante, van desfilando como soldados pero con un temperamento definido que invoca arquetipos y características ya bien conocidos por los seguidores de la demografía. Es fácil simpatizar con algunos, sobre todo si tardan en morir; y si ya toman su inspiración en Hellblazer, como es el caso de Kishibe, pues a gozarla. Que tiene bastantes cosillas de Constantine también Chainsaw Man, por si se me había olvidado comentarlo.

Las figuras femeninas fuertes y dominantes están dotadas de una potente carga sexual (qué novedad) que dirigen sus pertrechos casi en exclusiva al protagonista el cual, como buen adolescente, está más salido que el pico de una plancha. Recuerden, esto es un shônen que se recrea en sus tópicos más burdos para estirarlos hasta su tensión máxima de elasticidad, soltarlos y que arreen de pleno en la cara.

Pero Chainsaw Man, entre carcajadas de descuartizamientos, trata temas muy oscuros y aberrantes, y no solo porque pululen demonios por doquier. Hay abuso infantil, pedofilia, manipulación psicológica y un largo etcétera de traumas y barbaridades que asoman su hocico con el disfraz de shônen disparatado. Su epidermis de grueso bizarrismo, que se revuelca con placer en el cieno de lo grotesco y lo surrealista, oculta en realidad un monstruito rebosante de melancolía y nostalgia, quién lo iba a decir. Aunque pueda pasar desapercibido si no se presta atención.

¿Recomiendo Chainsaw Man? Pues… no sé. Yo me he divertido bastante leyéndolo, no considero para nada que sea mal tebeo, pero tampoco me ha impresionado. Me gustan sus vueltas de tuerca, la sangre a borbotones y el humor negro; disfruto con los guiones enloquecidos y ese beso-vómito tiene ya un lugar especial en mi kokoro. Sin embargo, a pesar de su desparpajo y velocidad impetuosa, es una melodía que ya he oído en otras ocasiones, haciendo que el impacto sea menor. Y es un trabajo que depende mucho de eso, de su efectismo, ya que la arquitectura de su universo resulta algo confusa, desdibujada, y se echa de menos más profundidad en la perspectiva, más detalles que brinden verosimilitud y no solo una excusa para crujir a hostias. Por mi parte, me planto en el capítulo 97 y no proseguiré más. Me quedo como estoy.

Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

Manhwa

Hierba

Nadie presta atención a la hierba. Humilde, sencilla, está por todas partes. Pero es resistente, es fuerte y, a pesar de que se la pisotea y menosprecia, sobrevive. Esta preciosa metáfora es la que nos presenta, con gran delicadeza, el último manhwa que he leído: Hierba (2017) de la autora Keum Suk Gendry-Kim. En España ha sido publicado en febrero de este 2022 por Reservoir Books de Penguin, con traducción de Joo Hasun.

Pero antes de nada, os recomiendo muchomuchomucho la entrada que Serial Experiments Lab. ha realizado dedicada a esta obra. Es muy especial y seguro que os brindará una nueva perspectiva sensorial a la hora de conocer Hierba. Podéis disfrutarla AQUÍ.

Sí, lo sé, llego una miaja tarde, ha sido un cómic muy celebrado desde casi su aparición, con muchos premios, muchas nominaciones a cositas importantes y del que se ha hecho eco hasta la prensa generalista. A bombo y platillo. Y, ¿sabéis qué? Que lo merece, carallo. Además, que ya se haya escrito sobre Hierba por activa y por pasiva no es óbice para que en SOnC tenga también su espacio. Porque es un manhwa que me ha gustado mucho, y que también se me ha atragantado y me ha hecho sufrir.

No voy a contar nada que otros ya no hayan hecho pero así, de paso, os presento a Hermes Trismegistos Djehuty, Hermesito para los amigos. Para mi gran desgracia, Isis cruzó el arcoíris el 28 de diciembre de 2020. Lo pasé muy mal. Al cabo de un año, desde la gélida Siberia, Hermesito apareció en mi vida. Y estoy muy agradecida de su presencia y amistad, aunque Isis siempre estará conmigo. Siempre.

Siguiendo la estela de la entrada anterior, donde Nagisa Ôshima a través de su película La presa (1961) exponía la hipocresía e irresponsabilidad endémicas de la sociedad japonesa, sobre todo tras la Guerra del Pacífico (1937-1945), Hierba presenta el testimonio gráfico de esa negligencia vergonzosa en un contexto muy concreto, y cuyas consecuencias todavía se están sufriendo. Me refiero a la cuestión de la esclavitud sexual durante la ocupación japonesa de Asia Oriental y parte de Oceanía, una red institucionalizada de prostitución forzosa a la que, obscenamente, se denominaba «estaciones de consuelo» y a sus trabajadoras ianfu o «mujeres de solaz». Un negocio de trata de blancas establecido por el Ejército Imperial Japonés para entretenimiento y disfrute de sus soldados por Filipinas, Indonesia, Tailandia, la isla de Nueva Guinea, Myanmar, la entonces Indochina francesa, Malasia, China, Taiwán… y, por supuesto, Corea.

En resumen, para evitar que los pícaros soldados nipones fueran violando por doquier a las mujeres de los territorios que iban ocupando, pensaron que sería mejor idea atraerlas con falsas ofertas de trabajo o, directamente, secuestrarlas cuando iban al colegio, caminaban por el campo o estaban en sus casas, y encerrarlas en tugurios (perdón, «estaciones de consuelo») donde la milicia podría acudir y abusar de ellas con mayor comodidad. Ni comparado con hacerlo bajo un arbusto o detrás de la tapia de un corral, un poco de orden y disciplina, por favor.

Lee Ok-Sun

No hay un consenso sobre cuántas mujeres y niñas fueron esclavizadas en burdeles militares japoneses, pero se calcula que entre 300.000 y 400.000. La mayoría procedían de Corea y China. No quedan ya muchas, y se las llama, con cariño, halmoni (할머니 ), «abuela» en coreano. Y Hierba nos narra la vida de una de ellas, desde su niñez hasta el presente; nos cuenta sobre la tenaz voluntad de vivir de Lee Ok-Sun.

Porque la tragedia de estas personas no debería olvidarse jamás, y mucho menos ningunearse como ha hecho el Gobierno japonés durante décadas. A pesar de que se compensó económicamente a Corea por los estragos de la ocupación y en 2015 se llegó a un acuerdo definitivo para indemnizar a las esclavas sexuales, las disculpas fueron tibias; y en ese acuerdo no estuvieron representadas en ningún momento ni de ninguna forma las afectadas. Fue un pacto entre señoros: unos ávidos por recibir y robar gestionar la compensación económica; y los otros ansiosos por pasar página de un trance molesto como un mosquito. Y no es de extrañar, ya que una gran parte de los altos cargos políticos actuales de Japón son descendientes de los que administraron recursos e ingenio durante la Guerra del Pacífico, entre ellos también los prostíbulos.

Estados Unidos, al ocupar Cipango tras las bombas, no deseaba soliviantar demasiado los ánimos del país, y permitió que criminales de guerra, oficiales imperiales y otros personajes de abolengo fueran rehabilitados y recuperaran sus antiguas posiciones. Necesitaban a Japón además como aliado en la Guerra Fría, su reconstrucción era indispensable. Todo esto unido a que la sociedad japonesa no sanó sus heridas como debiera, y eligió permanecer indiferente a la carga de responsabilidad bélica (como muy bien supo expresar Nagisa Ôshima en sus obras), hace que siga siendo imprescindible que las calamidades de estas mujeres se hagan públicas. Las veces que sean necesarias. Es hacerles justicia. Porque, además, si el agresor no sana, la víctima tampoco.

No hay evidencia de que las personas denominadas como «mujeres de consuelo» fueran llevadas mediante amenaza o violencia por la milicia japonesa.

Tôru Hashimoto, alcalde de Osaka en 2012

Este bellaco, porque no hay otra manera de calificarlo, no es una excepción entre los populistas del Nippon Ishin no Kai y otros políticos nacionalistas y conservadores. Aunque se retractó de su declaración, tuvo la desfachatez de justificar la existencia de esclavas sexuales porque «los soldados necesitaban darse un respiro». Y así está el potaje, camaradas otacos. Tras el fallecimiento de Shinzô Abe, la situación continúa estancada, y las pobres halmoni siguen esperando en vano unas disculpas dignas.

Lee Ok-Sun y Keum Suk Gendry-Kim

Por mucho que teclee contextualizando el tema de las esclavas sexuales durante la ocupación japonesa, por más que presente cifras o afirmaciones deplorables por parte de politicuchos, nada va a ser tan revelador y brutal como el manhwa de Keum Suk Gendry-Kim. De hecho, me voy a quedar corta con esta reseña, lo que expresa y transmite esta obra es demoledor. No hay muchos tebeos tan escalofriantes como este, por eso también lo he etiquetado en «horror». Y, sin embargo, también es un cómic tierno y hermoso; muy triste y sutil, difícil de describir. Por eso lo adecuado es, simplemente, leerlo.

La autora, que ya había tocado esta temática en el mini-tebeo Sister Mija (2013), recopiló, a través de diversas entrevistas personales a Lee Ok-Sun, la historia de su vida. Poco a poco. La visitó durante varios meses en la residencia que el gobierno coreano tiene especialmente habilitada para las halmoni. Y no tuvo que ser nada fácil, porque preguntarle, mirándola a los ojos, por todas las desdichas y monstruosidades que sufrió, debió de ser chungo de narices. Y escucharlo todavía más. Aun así, Gendry-Kim supo plasmarlo todo sin caer en el exhibicionismo emocional o lo morboso, con un respeto y miramiento admirables.

La narración no es lineal, se abre como un abanico y se sirve de flashbacks para contarnos una historia sobre las miserias que traen las guerras. Es de lectura fluida, y engancha con inmediatez. Eso sí, hace falta tener un estómago forrado en acero inoxidable para acabarlo de una sentada, porque leer Hierba duele.

Comienza con el regreso de Lee Ok-Sun a su Corea natal en 1996. Gracias a un programa de televisión, ha conseguido contactar con su familia tras haber permanecido 55 años en la provincia de Jilin, China. En Corea la habían dado por muerta, pero no, no lo estaba. Tras esa pequeña obertura, viajamos a la niñez de Lee, en Corea. Una infancia penosa, de hambre, ignorancia y pobreza, pero en la que brilla también la esperanza. La pequeña Lee Ok-Sun sueña con ir al colegio, y mientras cuida de sus hermanos menores, se aferra a ese deseo que sus padres no le van a poder conceder. En vez de eso, la venden a una familia con la promesa de que con ellos sí podrá aprender a leer y escribir. Pero no va a ser así, su nueva «familia» la tendrá trabajando como una mula, y más adelante la venderá a otra distinta que también la explotará hasta que, a los quince años, la secuestren y la lleven a Manchukuo. Considerada un mero trozo de carne, tratada como esclava sexual.

No voy a entrar en las atrocidades que se describen ni en los avernos de crudo salvajismo a los que puede descender el ser humano. Solo decir que Keum Suk Gendry-Kim, con lucidez y calma, sin dramas, destrozará tu corazón. Es indescriptible. Pedofilia, violaciones, palizas, asesinatos, destrucción de la identidad personal… sin necesidad de ser explícita en su dibujo, consigue transferir al lector el dolor y la pena de su protagonista. Y bueno, no solo los suyos.

Lee Ok-Sun, tras haber sido contagiada de sífilis, quedará estéril a causa de un tratamiento bestial a base de mercurio. Esa desgracia y muchas más las presenciaremos, pero la autora es sabia, muy sabia. Entretejidos en la adversidad aparecen momentos hermosos donde podemos ver el indomable deseo de sobrevivir de Lee, su fortaleza, su compasión. Es también la nostalgia por regresar al hogar la que la mantiene cuerda entre tanta locura caníbal.

Gendry-Kim también aprovecha para narrar brevemente los sucesos históricos que rodean las vivencias de Lee Ok-Sun, como la masacre de Nankín, los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki o también cómo nadie se molestó en contarles a ella y a sus compañeras que la guerra había terminado. Y la autora siempre tendrá un momento para calmar la angustia a través de bellas estampas de paisajes con una naturaleza indómita, libre. Reflejando el alma de Lee.

Porque el arte de Gendry-Kim es otra de las maravillas de este manhwa. Escoge la austera tinta negra, y la usa como si estuviera realizando caligrafía. Los espacios son casi infinitos, en los cielos, en la nieve, en el viento, en los árboles; y muestran toda su inclemencia en los momentos más críticos, con brochazos salvajes y angulares llenos de ira. Es un dibujo bello y poderoso, que no solo plasma circunstancias formidables, sino que también cuenta la verdad de Lee Ok-Sun, que es la verdad de cientos de miles de mujeres.

¿Recomiendo Hierba? Mucho, porque se trata además de un testimonio histórico de gran valor que nos obliga a mirar, a sentir, a reflexionar. Se trata de un clásico instantáneo y no es casual que haya logrado tanta fama. Es merecida. También espero que despierte conciencias, sobre todo entre japoneses. Una historia como esta es un puñetazo en el estómago, resulta imposible que pase desapercibida. Su honestidad es una supernova.

Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

Tránsitos

Tránsito XV: Bloodthirsty

Bueno, ya estamos definitivamente de regreso, y no se me ocurre una manera mejor que reengancharme con mi sección favorita de SOnC: mis amados Tránsitos. Porque el terror, el misterio y la truculencia son pura vida, camaradas otacos. Y después de unos meses bastante durillos, no puedo imaginar un retorno al hogar más estimulante que con una banda sonora de gritos desgarrados, tétricos clavicordios y carcajadas malvadas.  Porque eso es lo que vais a encontrar a continuación.

Ha sido reconfortante sumergirme en las cenagosas aguas de esta trilogía clásica del terror de Tôhô: Bloodthirsty. Completamente desfasada, esa es una de sus numerosas virtudes, sobre todo para aquellos que seáis fans del terror gótico más kitsch de la británica Hammer. Esta trilogía abominable está conformada por The Vampire Doll (1970), Lake of Dracula (1971) y Evil of Dracula (1974), las tres dirigidas por Michio Yamamoto con guion de Ei Ogawa. Y no, no tienen nada que ver entre sí, salvo por la temática vampírica y una macabra ambientación occidental.

Cuando los japoneses hacen suyo el legado cultural occidental, suelen suceder cosas bastante curiosas. Y si se trata ya del universo del terror, los resultados pueden parecer chocantes como poco. Al menos desde la perspectiva de esta parte del mundo. Y es que en Cipango han metabolizado nuestro pop para crear algo con vida y personalidad propias, nada que ver con nuestros amagos de turista a la hora de abordar Oriente, que suelen cebarse en un exotismo que roza la parodia. Japón nos ha asimilado bastante mejor, y los hijos de esa tremebunda digestión poseen ADN tanto oriental como occidental. Y una de esos innumerables vástagos es la trilogía que hoy nos compete: se trata de una quimera, un monstruo de Frakenstein donde las piezas del horror clásico gótico y del folclore japonés se han ensamblado con toda la ingenuidad que emana de una criatura recién nacida.

Así que lo primero que se debe tener en cuenta a la hora de visionar las obras que conforman Bloodthirsty es que son retoños de su tiempo, y que poseen todos sus encantadores defectos. Son el esfuerzo que realizó Tôhô por responder a la desbandada que se estaba produciendo en las salas de cine: la televisión drenaba sus espectadores. Daiei Films se declaró en bancarrota en 1971, así que Tôhô dio un paso adelante intentando ocupar su espacio en el terror. El enorme éxito taquillero de la Hammer era indudable, y otros países como España, Italia, México o Francia también se habían lanzado a crear sus propios films del mismo pelaje, por lo que Japón no iba a ser menos.  Y Bloodthirsty fue la visión del tándem Yamamoto-Ogawa del relato clásico de terror europeo. Toda una rareza, pues el experimento no se volvería a repetir hasta bastantes años después; aun así, su influencia es notoria en el posterior estallido del J-horror de los 90-2000s. Por eso debemos recordar que Bloodthirsty no es Netflix ni HBO, amiguitos, es otra cosa. Pertenece a otros tiempos, y su simplicidad forma parte de su fortaleza.

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¿Por qué despiertan, no obstante, cierto interés entre cinéfilos estas tres películas? Por la figura del vampiro. Japón es un país con un rico folclore en monstruos y demonios, fantasmas y espíritus vengativos. Los yôkai, yûrei y demás criaturas sobrenaturales se pasean con tranquilidad por las historias y vivencias de Cipango, con una carga de realidad que no poseemos en Occidente. Sin embargo, carecen del clásico vampiro o kyûketsuki, como lo llaman ahí. Lo han adoptado. Cierto que en su mitología existen criaturas con algunas características de los chupasangres, pero no son vampiros. Para Japón el vampiro es un fenómeno netamente extranjero, y es algo que, por cierto, queda una y otra vez recalcado en los tres films. Bloodthirsty es una especie de anomalía que despierta curiosidad no por su calidad, que es mediana, sino por su original forma de acondicionar el mito del nosferatu.

¿Fue esta la primera vez que se llevó a las pantallas de cine niponas al demonio hematófago por excelencia? Por supuesto que no, ese honor le pertenece a Onna kyûketsuki o Lady Vampire (1959), de Nobuo Nakagawa; aunque otros opinan que fue Kyûketsuga o Vampire moth (1956), del mismo director. Después se produjo un enorme vacío hasta la llegada de nuestros protagonistas de hoy; y de nuevo silencio absoluto hasta los años 90 (sin contar obras de animación como Vampire Hunter D, claro). De ahí la singularidad de Bloodthirsty en la historia del cine nipón aunque, por supuesto, su interés va mucho más allá.

Se trata de un trío de films que tienen lugar en un escenario contemporáneo, donde la modernidad y el terror decimonónico colisionan, en el que lo urbano y lo rural se enfrentan, donde superstición y racionalidad se encuentran y hacen las paces. Así que no solo las influencias de Terence Fisher o Roger Corman son evidentes con su regusto gótico; sino que hallamos con inusitada fuerza al Conde Yorga, vampiro (1970) de Bob Kelljan, incluso a nuestro entrañable Paul Naschy, al lujurioso Jean Rollin o Mario Bava. ¿Percibís cierto aroma a serie B? Es que Bloodthirsty es pura serie B. A pesar de Tôhô. Ya sabéis lo que hay.

The Vampire Doll (1970), también conocida como The night of the vampire, The Legacy of Dracula o Yûreiyashiki no Kyôfu: Chi o suu ningyô (algo así como «la muñeca sedienta de sangre de la casa encantada del terror»), es desde mi punto de vista, la más extraña y mejor construida de la trilogía. También la más sencilla, con una atmósfera onírica inquietante, hipnótica. Y no aparecen vampiros. Al menos no desde una perspectiva tradicional. Entonces, ¿a qué vienen esos títulos? Lo desconozco. Desde luego, el que más se ajusta a la obra es, como no podía ser de otra forma, el original japonés. The Vampire Doll tiene mucho de Edgar Allan Poe, de la claustrofobia de Psicosis (1960) y los recursos del horror occidental; sin embargo, cuenta una historia muy del gusto nipón. Impredecible pero trágica, con el melodrama a flor de piel.

Kazuhiko Sagawa hace bastante que no ve a su prometida por cuestiones de trabajo, por lo que decide ir a visitarla a su casa, una antigua mansión victoriana entre los bosques, apartada del mundo. Pero cuando llega ahí, descubre con estupor que ha fallecido en un accidente. Su madre, la señora Nonomura, una mujer taciturna y de mirada perdida, no le da demasiados detalles, pero lo invita a pasar la noche en la casa. Pasada una semana, la hermana de Kazuhiko, Keiko, está preocupada porque no tiene noticias de él. Convencida de que le ha pasado algo, decide acudir a la ominosa mansión acompañada de su novio, Hiroshi. Lo que en un principio parece un enigma sobre personas desaparecidas va creciendo hasta convertirse en algo inimaginable.

The Vampire Doll es una película corta, de apenas 70 minutos. Y sorprende que en tan poco tiempo sea capaz de narrar una historia tan sencilla pero con un desarrollo tan inesperado. Y aunque los medios no son espectaculares, la dirección de Yamamoto es rotunda y valiente. Por supuesto, el papel de los actores es esencial, y pese a que los personajes no son de gran complejidad, destaca la fabulosa interpretación de Kayo Matsuo como Keiko. Tanto en The Vampire Doll como en Lake of Dracula son mujeres las que llevan la mayor parte del peso de la película, y eso es de agradecer entre las habituales scream queens de la época, cuya iniciativa podría compararse al de un saco de patatas.

The Vampire Doll tiene cierta cualidad etérea que puede despistar al espectador occidental, porque entre la imaginería propia de la británica Hammer y sus clichés, se desliza un cuento de terror japonés, un clásico kaidan. Y para amenizar la historia, nada mejor que la banda sonora minimalista-gótico-yeyé de Riichirô Manabe, que tiene la virtud tanto de irritar hasta el infinito como de poner los pelos de punta. Esos clavicordios medio desafinados, que suenan como si los hubieran arrojado por unas escaleras abajo, son para no olvidarlos jamás; y brotan por doquier en cualquiera de las tres películas de Bloodthirsty, pues Manabe fue el compositor principal de todas ellas.

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Y tras el éxito que supuso The Vampire Doll, Yamamoto dirigió al año siguiente The lake of Dracula (1971), también conocida como Lake of Death, Japula, Dracula’s lust for blood o Noroi no yakata – Chi o suu me (algo así como «la mansión maldita: ojos sedientos de sangre»). Para ello contó con el elenco de secundarios de la película anterior y con Ei Ogawa al guion.  Y aquí, ¡por fin!, aparece un vampiro con toda la parafernalia: capa, ataúd, estacas de madera, colmillos, ojos inyectados en sangre, etc. Eso sí, sin acudir en ningún instante a elementos religiosos. Es Shin Kishida el que interpretará a un monstruo brutal, de poderes mesmerizantes y mirada salvaje que no articulará palabra hasta el final de la película. De nuevo la que impulsa la narración es el personaje femenino de Akiko, interpretado por Midori Fujita.

Akiko tuvo a los cinco años una vívida pesadilla que la ha perseguido hasta la edad adulta. Por eso, ya establecida en una casita junto al lago Fujimi con su hermana pequeña, decide exorcizar sus demonios pintando cuadros. Allí trabaja como la maestra del pueblo con tranquilidad, aunque la llegada de un extraño cargamento a la aldea empezará a viciar la atmósfera. Akiko, muy aprensiva, decide comentar sus inquietudes a su novio, Saeki, médico de un hospital cercano. Al principio intenta consolarla quitándole hierro al asunto, pero la llegada de una muchacha de la villa medio desangrada y catatónica a la clínica le hará cambiar de opinión.

Lake of Dracula tiene de provecho ese interés por el psicoanálisis que le otorga a la protagonista un fondo más redondo de lo esperado (aunque tampoco es para lanzar cohetes, ojo). La protagonista femenina representa el inconsciente, el pasado, las emociones; su novio, la racionalidad, el presente y la lógica. Un binomio bastante común en las películas de terror, pero que en este film se solventa de una forma fluida, sin conflicto. De hecho, la presencia de gore es prácticamente inexistente. Resulta meridiana la influencia del Dracula (1897) de Stoker, así como del culebrón gótico televisivo Dark Shadows, que ese mismo año finalizaría su emisión tras seis años en la ABC.

Resumiendo, Lake of Dracula es la historia de un trauma infantil que necesita solventarse al llegar la adultez. Pero, como todo producto típico japonés, hay más cera de la que arde y el melodrama desorbitado hará acto de presencia para explicar, en un desenlace que se precipita como un tobogán, una historia de demonios extranjeros y maldiciones familiares. Vale, tenéis razón, las peleas son ridículas, el recurso de los pájaros es más una caricatura que otra cosa y las caídas… ¡ay, esas caídas!  Es difícil reprimir la risa. Pero nadie dijo que esta trilogía no fuese de una candidez absurda.

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Evil of Dracula (1974) o Chi o suu bara (algo así como «la rosa sedienta de sangre») es el film que cierra la trilogía de Bloodthirsty. Es la más ambiciosa de las tres, la más compleja argumentalmente y que más personajes incorpora. Sin embargo, resulta la más floja también. Aquí además los personajes femeninos ceden su espacio a los masculinos, convirtiéndose en meros satélites sin ningún tipo de dinamismo ni capacidad de decisión. Sus preocupaciones se restringirán a los asuntos sentimentales, el amor y la belleza. Son el recurso sexual de una película cuyo pulso erótico es notable, sobre todo si lo comparamos con sus predecesoras.

El profesor Shiraki llega a un prestigioso internado femenino a impartir clases de psicología, donde el director, rápidamente, le informa de que pronto tomará su puesto, ya que su salud es frágil y la muerte de su esposa, en un accidente de tráfico, le impiden una dedicación plena. Shiraki se sorprende mucho de este ascenso forzado, pero su asombro irá a más tras sufrir una excepcional pesadilla, y todavía muchísimo más cuando conozca al médico del establecimiento, que lo instruirá sobre una serie de leyendas locales macabras que apuntan a unas misteriosas desapariciones entre las alumnas.

Evil of Dracula remite directamente a Lust for a Vampire (1971) de Jimmy Sangster. Sin más. Su dominio es diáfano. Y la que podría haber sido, por recursos y versatilidad, la mejor de la trilogía, se quedó en una amalgama grotesca en la que profesores recitan a Baudelaire como sonámbulos (concretamente El vampiro y La metamorfosis del vampiro), se realizan transplantes de cara al estilo troglodita y el argumento se embarra en un cieno incomprensible tratando de resultar sofisticado. Y es una pena, porque entre pezón y pezón, la digna interpretación de Toshio Kurosawa pierde su lustre. No obstante, sería injusto proclamar que Evil of Dracula es una bosta, porque la excentricidad japonesa siempre brinda sublimes momentos de poesía y bizarrismo, que en SOnC son bienvenidos con auténtico fervor.

Bloodthirsty es una trilogía solo apta para amantes de Japón y del terror clásico europeo. Una combinación que no se da en demasiadas ocasiones, por lo que su público objetivo es escaso. Si os atrevéis a catarlo, hacedlo con benevolencia. Es un producto entrañable a la vez que toda una rareza en la historia del cine nipón. No esperéis «pasar miedo» porque os sentiréis defraudados; Bloodthirsty es inocencia y chaladura, una trilogía donde los vampiros no son lo que parecen. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

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¡Vuelta al 2018 en 10 mangas!

Estamos en tiempo de listados, todo el mundo nos apresuramos a revisar lo que ha dado de sí el año, y confeccionar nuestros tops de obras destacables. No soy muy fan de este tipo de entradas, pero este 2018 ha sido, al menos para mí, espectacular a nivel manga. Se han publicado tebeos maravillosos que dudaba muchísimo poder encontrar en España. Así que, con sumo gusto y placer, os presento los cómics japoneses editados por estos lares que me han parecido más interesantes. Recordad, amiguitos, esta es una mera opinión personal en un blog minúsculo, no el Canon Pali. Y tal.

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«Mujer leyendo» (1840) de Utagawa Kuniyoshi

 

10. La isla de las pesadillas

Hideshi Hino | Horror, folclore, slice of life| Tomo único | Ediciones La Cúpula | ★★★1/2

Que Hideshi Hino sea uno de los maestros indiscutibles del terror, junto a Kazuo Umezu y Suehiro Maruo, es un hecho incontestable que ningún otaco con dos dedos de frente osaría rebatir. Es así, punto. Y en España no es un total desconocido, Ediciones La Cúpula lleva unos cuantos años ya publicando material suyo a buen ritmo, lo que siempre produce gran felicidad entre todos esos  infelices seres que amamos el género. Este 2018 nos ofrecieron un recopilatorio de 7 pequeñas historias de podredumbre y melancolía monstruosa, pero inspiradas en el rico folclore japonés: La isla de las pesadillas. Aquí tenemos a Hino-sensei en estado puro: su característico arte de trazo candoroso, moldeando deformidades al servicio de cuentecillos ingenuos donde lo grotesco y lo aberrante aúllan a la luz de un sol irreal. Una preciosidad de trabajo.

9. Holiday Junction

Keigo Shinzô | Drama, slice of life| Tomo único | ECC Cómics | ★★★1/2

Fue una de mis compras estrella este pasado Sant Chorche, le hinqué con muchísimas ganas el colmillo a este tomito que ECC tuvo el detalle de publicar en español. Todo lo que suponga acercar al público hispanohablante al mangaka Keigo Shinzô me parece fenomenal. Le dediqué hace ya un tiempecito una entrada a su estupendo tebeo Bokura no Funka Matsuri (2012), y llevo siguiéndole un tiempo la pista también a través de la editorial francesa Le Lézard Noir (la amo profundamente), que está editando su Tokyo Alien Bros (2015) y Moriyama-chû Kyôshûjo (2009) . Muy recomendables, por cierto.

Holiday Junction es una buena manera de presentar a este autor, de familiarizarse con su delicadeza mágica. Se trata de un volumen que recopila pequeños relatos de muy distinto pelaje, pero en los que el común denominador es el slice of life. Si os gustan Taiyô Matsumoto, Ken Niimura o Inio Asano, este mozo os entusiasmará. Tiene una manera serena, a ratos melancólica, de narrar sus historias, que atrapan por su elegante simplicidad. Su arte resulta fresco, espontáneo; y se adapta como un guante a la atmósfera tenue de los one-shots. Mi cuento favorito es el último, Un año en la vida de Bun-chan, un gato doméstico, y no solo porque su protagonista sea un lindo minino.

Espero de todo corazón que haya tenido una buena acogida entre los lectores, estaría genial poder contar con más obras de Keigo Shinzô en el futuro. Es un mangaka bastante prometedor, ¡sangre nueva!

8. Una mujer de la era Shôwa

Kazuo Kamimura/Ikki Kawijara | Drama, slice of life, histórico| Tomo único | ECC Cómics | ★★★★☆

Kamimura se está revelando para mí, de manera personal, como un gran retratista de la mujer japonesa. No es que ya no lo supiera de leídas, pero otra cosa muy distinta ha sido comprobarlo directamente a través de sus mangas. No lo llamaban shôwa no eshi, que se podría traducir como “el pintor de ukiyo-e de la era Shôwa”, por casualidad. Historia de una Geisha (reseña aquí)  me gustó bastante, El club del divorcio (1974) me enamoró por completo; y Una mujer de la era Shôwa (1977), aunque ya no fue una obra en solitario sino creada junto a Ikki Kawijara (Ashita no Joe, Tiger Mask), me ha parecido de lo más destacado de este 2018.

Shôwa Ichidai Onna o Una mujer de la era Shôwa cuenta la historia de Shôko Takano, hija ilegítima de un político prominente de la oposición y una célebre geisha tokiota. A la muerte de su madre, Shôko se ve totalmente abandonada a su suerte en un país en ruinas, de ciudades todavía humeantes tras la derrota en la II Guerra Mundial. Una nación en reconstrucción, lamiéndose las heridas, y con un largo y cruel camino por delante. Y así resulta ser la senda de Shôko, feroz y brutal, que modelará su carácter para hacerla una persona fuerte, implacable, glacial. Un relato que parece una cosa, y acaba convirtiéndose en algo insólito, huyendo del esperado melodrama lacrimógeno para centrarse en la mera supervivencia. Un manga abrupto y despiadado, no para todo el mundo.

7. Atelier of Witch Hat

Kamome Shirahama | Fantasía, slice of life, seinen| En publicación | Milky Way Ediciones | ★★★★☆

Tongari Bôshi no Atelier o The Atelier of Witch Hat es mi manga favorito actual de fantasía junto a La pequeña forastera de Nagabe. Los estoy siguiendo entusiasmada, cada uno en su estilo son como agua fresca de manantial. Siúil, a Rún fue publicado a finales del 2017, por eso no lo he incluido en este top, aunque no me han faltado ganas. Es un manga sensacional. Y The Atelier of Witch Hat, pese a su tono más tradicional, también lo es. Tenéis la reseña inicial que le escribí aquí, y sigo manteniendo con fervor todo lo que en esa entrada afirmé.

Kamome Shirahama me tiene contentísima con su extraordinario arte, que le debe tanto al art nouveau, al estilo del shôjo clásico de los 70-80 y el cómic europeo (Moebius, Pratt, Battaglia). Es minucioso, ornamentado, muy alegre también. No me canso de observarlo una y otra vez. La mangaka está construyendo una arquitectura sólida y fascinante para su mundo de fantasía, y sin caer en la infantilización. Porque, camaradas otacos, The Atelier of Witch Hat es un rotundo seinen, donde además la magia se conjura mediante tinta y pluma. No se recita, no se realizan gestos especiales: se dibuja. ¡Maravilloso! Uno de los tebeos más atractivos que se han publicado este 2018, sin duda. ¡No os lo perdáis!

6. La balada del viento y los árboles

Keiko Takemiya | Drama, shôjo, shônen-ai| En publicación | Milky Way Ediciones | ★★★★☆

¿Cómo no podía estar entre mis mangas preferidos del año Kaze to Ki no Uta o La balada del viento y los árboles? ¡¡Keiko Takemiya!! ¡¡Y una de sus mejores obras además!! Por supuesto, lo he estado siguiendo vía scanlations todo lo que he podido (no está completo, y el asunto se encuentra paradísimo desde hace más de un año, para más inri), de ahí que cuando supe que Milky Way había decidido hacerse con su licencia y publicarlo en España, lloré muy fuerte. De felicidad, se entiende. Por cierto, que es la primera vez que se publica fuera de Japón. Y menuda edición se están cascando, ¡las portadas son preciosas! Bueno, todo en general lo están haciendo muy requetebién. De momento van 2 tomos (en la edición original japonesa son en total 17, pero Milky Way lo hará en 10), así que os podéis hacer una idea de que la historia está, simplemente, calentando motores. ¡Aún estáis a tiempo de subiros al carro!

La balada del viento y los árboles tiene todo lo que se puede esperar del buen shôjo que las mangaka del Grupo del 24 practicaban: ambientación idealizada europea, entorno escolar exclusivo, arcos argumentales rocambolescos deudores del folletín decimonónico, complejos retratos psicológicos y tragedias, muchas tragedias. Y crueldades. Y abusos, y violaciones y… mucha sordidez forrada con un precioso dibujo repleto de flores y estrellitas. Kaze to Ki no Uta tuvo problemas en su época por su contenido fuertecito, pero cuando por fin salió a la luz tuvo un impacto trascendental. Su influencia ha sido muy evidente, brota como setas en obras como Banana Fish o Shôjo Kakumei Utena, por poner un par de ejemplos. Un clásico entre clásicos que nadie debería perderse. De verdad de la buena.

5. Mi vida sexual y otros relatos eróticos

Shôtarô Ishinomori | Erótico, Sci-fi, biográfico| Tomo único | Ediciones Satori | ★★★★☆

Con este peazo de manga me vais a permitir que me explaye a gusto. Porque lo acabo de finalizar y estoy muy emocionada, así que allá voy. No es ningún secreto que Satori Ediciones es una de mis editoriales predilectas, y más de una vez he comentado que la labor que están realizando por acercar la cultura popular japonesa y su literatura al público hispanohablante es monumental. Así que, cuando me enteré de que tenían planeado sacar una colección dedicada al mundo del manga, me estremecí de la emoción. Y cuando supe que su primera incursión iba a ser de Shôtarô Ishinomori, la alegría fue plena.

Según comentaron en el XXIV Salón del Manga de Barcelona, la intención es ir publicando obras de autores selectos, clásicos y contemporáneos. Para este 2019 han anunciado el josei de Miyako Maki, en tres tomos, Seiza no Onna (1973); y parece que están tras la pista también de algunos trabajos de Leiji Matsumoto. Como comprenderéis, estoy que no quepo en mí del gozo, y con muchísimas ganas de paladear todas las delicias que nos tengan reservadas. Espero que les vaya fenomenal y los lectores respondan, porque lo ocurrido con Ponent Mon ha sido un golpe bajo.

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Sobre el Rey del Manga, Shôtarô Ishinomori, ya escribí un poco en esta entrada que dediqué a su estupendo Ryûjin Numa (1957-1964) o El estanque del dios Dragón, dentro de la sección Shôjo en primavera del blog. Así que no me voy a extender mucho más, pero para refrescaros un poco la memoria, Ishinomori-sensei es una figura clave en la historia del tebeo japonés. No le tenía miedo a ningún género ni demografía, los trabajó prácticamente todos; experimentó e innovó tanto en formas como contenidos y, por si no fuera poco, en 2007 recibió de manera póstuma el certificado de El libro Guinnes de los récords como el autor que ha publicado más números de comics: 770 títulos diferentes (500 tankôbon) en total. Un creador incansable, y al que hasta Tezuka le tenía unos pocos celillos, a pesar de que su relación era buena.

Y de toda la colosal obra de Ishinomori, Satori se ha lanzado a publicar como su primer manga Otona-na Ishinomori o Mi vida sexual y otros relatos eróticos, que ha contado con la fantástica traducción de Marc Bernabé. Es un profesional como la copa de un pino, que además se nota que ama el cómic japonés. Este tomo de casi 400 páginas es una recopilación de 15 one-shots dirigidos exclusivamente al público adulto y fuerte carga concupiscente. Hay escenas bastante explícitas aunque no alcancen la categoría de pornografía, pero el sexo es el hilo conductor que une todos estos relatos.

¡Sí, brindemos con Ishinomori! ¡Feliz Navidad! Bueno, ejem, prosigamos. Estamos hablando de relatos escritos y dibujados entre 1969 y 1975, Mi vida sexual y otros relatos eróticos es un tankôbon electrizante. Para disfrutarlo, en primer lugar hay que desterrar la gazmoñería; y en segundo, ser conscientes de la época y el país donde fueron creados. Después de estas aclaraciones, que me habría encantado no tener que hacer (aunque visto el percal no queda otra), creo que os podéis hacer una idea del tono general del tebeo, y si os puede interesar o no. Por mi parte, os adelanto que me ha encantado, y lo he gozado de principio a fin. Como sucede con la mayoría de recopilaciones, es una obra muy heterogénea, donde se encuentran desde alucinaciones psicodélicas, humor bizarro, violencia, perversiones, noir, retrato social descarnado, reflexiones filosóficas y retales de la propia vida de Ishinomori.  Un gran manga.

4. Mi experiencia lesbiana con la soledad

Kabi Nagata | Yuri, slice of life, biográfico| Tomo único | Fandogamia | ★★★★☆

En la entrada que dediqué hace más de un año al yuri, «El delicado cultivo de la iris japónica», seleccioné este manga como uno de los más interesantes del género. Y no tenía ninguna esperanza en que lo llegaran a publicar en España. Pero, afortunadamente, he tenido que comerme mis palabras con patatas. Y muy feliz de tener que hacerlo. Fandogamia Editorial no solo lo editó aquí, sino que se lanzó a traer más obras de Kabi Nagata, como su Diario de intercambio (conmigo misma). Toma ya. ¡Muchas gracias!

Sabishisugite Lesbian Fuzoku Ni Ikimashita Report o Mi experiencia lesbiana con la soledad es un relato de reclusión, tristeza y enfermedad; pero también de superación y búsqueda, aunque conduzca a puertos insólitos. Como autobiografía que es, resulta curioso que no caiga en la autocompasión, sino que prefiera enfocarse en un cerebral autoanálisis. En realidad, el salvavidas de la protagonista. Este cómic es una puerta abierta no solo a su vida íntima como mujer soltera lesbiana, sino a sus procesos mentales, dolencias y pensamientos. Y todo contado con una delicada e imaginativa sencillez con la que es muy difícil no empatizar. Por no hablar del paisaje que se otea al fondo: una sociedad con un pudor extremo en las relaciones humanas, poco flexible hacia lo distinto, y que estimula cierto aislamiento enfermizo.

Mi experiencia lesbiana con la soledad narra una historia real y cruda, pero no exenta de sentido del humor. Es un manga que se siente próximo, susceptible de gustar a todo tipo de público adulto, aprecie el yuri o no. De hecho, si uno se deshace de los prejuicios, encontrará, simplemente, la historia de una mujer joven por hallar su lugar en el mundo. Una de las sorpresas editoriales de este 2018, sin duda.

3. Pink

Kyôko Okazaki | Josei, slice of life, drama| Tomo único | Ponent Mon | ★★★★1/2

No voy a añadir mucho más a lo que ya escribí en la reseña que dediqué a este maravilloso manga en Otakus Treintañeras. Se trata de un josei que hizo historia junto a otros trabajos de la propia Kyôko Okazaki y de Moyocco Anno. Lograron revolucionar la demografía, que se encontraba completamente estancada en un lodazal de cursiladas más propias de un shôjo hortera que de un ¿género? dirigido a personas adultas. Tomó el nombre del color que se asigna a las mujeres, que las encorseta en angustiosos roles de género, para pervertirlo y transformarlo en un alarido, una gran carcajada también, desgarrando así la concepción tradicional de la feminidad nipona. Pink es una crítica descarada y resplandeciente que señala la gran hipocresía social japonesa, a la vez que retrata la caótica vida de una Tokyo Girl en los happy eighties.

La idea principal que planea sobre todo el manga es la de la prostitución. Pero no solo la ejercida por las profesionales del sexo, sino la que todos, de una manera u otra, desempeñamos en diferentes ámbitos de nuestra vida. Toda ella rebozada en una crujiente comicidad de tono irreverente y surrealista, para nada libre de ciertad ferocidad amarga. Pink es una obra para reír y para reflexionar, directa y honesta; pero también cruel y dolorosa. Imprescindible.

2. Catarsis

Môto Hagio | Shôjo, fantasía, surrealismo | Tomo único | Tomodomo | ★★★★1/2

Este es el manga que llevaba esperando con más ansiedad del 2018. Primero, Tomodomo anunció que lo publicaría durante el primer semestre del año. Pasó el verano y servidora continuaba aguardando, impaciente. ¿Habría sucedido algo con la licencia? ¿Con los requisitos que pudiera exigir Môto Hagio en su edición española? ¿Se había incendiado la imprenta? ¿Tomodomo se iba a declarar en bancarrota? Muchas estupideces, y otros motivos también más razonables, me cruzaron por la mente. El año estaba acabando, y Hanshin o Catarsis no había visto todavía la luz. Por fin, en noviembre, pude tenerlo en mis manos. No sin que antes Correos extraviase mi paquete, por supuesto, y volviera a encontrarlo cuando ya estaba a punto de perpetrar una escabechina en la pertinente sucursal.

Catarsis es un tomo recopilatorio de 12 historias extrañas, inquietantes, que abarcan desde la década de los 70 (Sayo se cose un yukata, El invernadero, Marine), pasando por los 80 (Mitad, Camuflaje de ángel, El falso rey, Amigo K) y ahondando en los 90 (La niña iguana, Las pastillas de ir a la escuela, Al sol de la tarde, Catarsis, El niño que volvía a casa). Veinte años de carrera durante los cuales Hagio trabajó multitud de géneros y temáticas desde muy distintas perspectivas, otorgando al shôjo una nueva dimensión. Tengo preparada una reseña específica para Catarsis, por lo que no me alargaré más; pero sí puedo deciros que es un verdadero privilegio el poder acceder a la obra de Hagio en castellano, y mucho más con las extraordinarias ediciones que Tomodomo nos está brindando.

1. Miss Hokusai

Hinako Sugiura | Josei, slice of life, histórico| 2 tomos | Ponent Mon | ★★★★★

Todo lo que pueda decir sobre esta obra es poco, así que lo resumiré de esta forma: la amo mucho. Es ya uno de mis tesoros más preciados. Y como sucede con Catarsis, le tengo preparada reseña, por lo que no me extenderé demasiado. Miss Hokusai lo tiene todo: un arte elegante, limpio, pleno de lirismo; y unas historias que, como pequeñas estampas, van plasmando la efervescente y rica cultura urbana de los chônin y el ukiyo-e. Todo a través de los ojos de la hija del gran pintor Hokusai.

Hinako Sugiura fue una gran erudita del periodo Edo, al que decidió dedicarse en exclusiva, abandonando el mundillo del manga. Una pena, en cierta forma. Hace un año escribí una entrada sobre su cómic Hyaku Monogatari (1986-1993), que fue el último que realizó antes de retirarse. En ella explico alguna cosica sobre su vida y persona, por si os interesa.

Solo me resta agradecer a Ponent Mon su enorme esfuerzo por habernos traído esta preciosa obra, y que lamento muchísimo que no vayan a poder dedicarse al manga como lo han hecho hasta ahora. Lo que sí puedo afirmar es que me han hecho muy feliz este 2018, tanto con Pink como con Miss Hokusai o El bosque milenario. Y deseo que pronto salgan del bache y puedan regresar al tebeo japonés con fuerzas renovadas.


Y esta ha sido mi selección de mangas del 2018 que, como ya he comentado al inicio, ha sido, desde mi punto de vista, un año excelente. Podría haber elegido también otros títulos, como Chiisakobee (lo estoy siguiendo vía Le Lézard Noir, no obstante) o la edición integral de La Princesa Caballero que ha publicado Planeta Cómic (estoy contentísima con ella); pero el listado quería que fuese de 10 tebeos, no 80. Y eso. Que paséis una buena noche en compañía de vuestros familiares, y que el Olentzero os traiga muchas cosicas bonitas.

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anime, Tránsitos

Tránsito XIV: Serial Experiments Lain

Me parece imperdonable por mi parte no haber escrito todavía una reseña sobre uno de mis anime favoritos, que además es un clásico como lo puedan ser Neon Genesis Evangelion (1995), Ghost in the Shell (1995), Akira (1988) o Môsô Dairinin (2004). Una serie aterradora, impactante y sublime, quizá no tan accesible como las mencionadas, pero sí a su misma altura en trascendencia y calidad: Serial Experiments Lain (1998). Una obra que merece tener un puesto de honor en los Tránsitos, mi sección preferida del blog, y que hoy, por fin, ocupa su legítimo lugar.

Serial Experiments Lain tiene fama de difícil, rara, incomprensible. Y no es una reputación infundada. Sin embargo, también es cierto que su complejidad no debería ser excusa para no aproximarse a ella. Eso tendría un nombre: cobardía. También pereza, o lo que es peor: ambas. Ya lo dijo Kant: «La pereza y la cobardía son las causas de que una gran parte de la humanidad permanezca, gustosamente, en minoría de edad a lo largo de su vida, a pesar de que hace ya tiempo la naturaleza los liberó de dirección ajena (…) ¡Es tan cómodo ser menor de edad!». Porque Serial Experiments Lain en realidad es un desafío, y citar al filósofo prusiano os aseguro que no ha sido en absoluto gratuito. Este anime no es una serie cualquiera, exige una mente despierta y libre de prejuicios. Requiere hambre de conocimiento, y no tener miedo de no conseguir todas las respuestas.

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Quizá penséis que esta proclama es algo fuertecita, pero es que Serial Experiments Lain es una serie fuertecita, y resulta preferible no andarse con rodeos. Escribir una reseña sobre esta obra tampoco resulta fácil porque, ¿cómo abordarla con justicia? Así que, en primer lugar, he decidido dirigirme a los que no la hayan visto todavía. Es un enfoque más sencillo que evitará que me vaya por los cerros de Úbeda, divagando. Porque si hay algo que desencadena este anime es exceso de cavilación, y es mejor delimitar un poco el terreno. Lo que me lleva al segundo lugar, que es comenzar por el principio: presentar la obra de la manera más básica posible.

Serial Experiments Lain es un seinen realizado por los estudios Triangle Staff en 1998. Los responsables intelectuales de la bestia fueron Chiaki J. Konaka y Yoshitoshi ABe (guion y diseño de personajes); la dirección estuvo a cargo de Ryûtarô Nakamura, y la producción fue de Yasuyuki Ueda. Si sabéis algo de estos profesionales, seguramente conoceréis obras como Haibane Renmei (2002), Kino no Tabi (2003), de la que tenéis reseña aquí, o Texhnolyze (2003), por lo que pocas bromas con ellos. A finales de los 90 se encontraban en plena forma, y configuraron un equipo de los que pocas veces se repiten. Una conjunción temible y prodigiosa que alumbró una de las series más extrañas e insondables de la animación.

Lain Iwakura es una estudiante de secundaria de 14 años insegura e introvertida, con muchos problemas para relacionarse con los demás. Es solitaria y silenciosa, solo Alice, una compañera de instituto, parece  interesada con sinceridad en su bienestar. Los miembros de su familia viven cada uno recluidos en sus mundos, y rara vez asoman los ojos al exterior. Pero todo dará un vuelco con el suicidio de Chisa Yomoda, una chica de su clase que tras su muerte, ha enviado misteriosos correos electrónicos a sus conocidos. En ellos explica que ya no necesita su cuerpo físico, que vive eternamente en the wired (internet, aunque se encuentra más cerca del concepto actual de Darknet). Lain recibe uno también, y a pesar de que no le interesa demasiado la informática, se aproximará a ella para intentar desentrañar el enigma de esas misivas inquietantes. Su padre, un entusiasta de los ordenadores, al percibir su repentino interés, no dudará en comprarle el modelo más potente del mercado. Sin embargo, su regalo irá acompañado de una advertencia: es indispensable que Lain no confunda ni mezcle la esfera real con la virtual. Pero Lain hará caso omiso, y poco a poco se irá sumergiendo en the wired para descubrir una nueva realidad escalofriante que la engullirá por completo.

Ese, más o menos, es el planteamiento inicial de Serial Experiments Lain. El argumento, que parte con elementos familiares para la otaquería como el entorno escolar, la protagonista asocial y una familia ausente, es el hilo de Ariadna que nos guiará por el laberinto. No es posible perderse si no se suelta, pero no protege al espectador del impacto de lo que presenciará. Porque Serial Experiments Lain es un anime peligroso, una experiencia única y personal que reclamará nuestros cerebros. Demanda que se apague el piloto automático, conmina a un visionado crítico y activo. De otro modo, simplemente resultará una historia facilona naufragando en un galimatías. Y no lo es.

Es indispensable tener presente el año, la época en que nació Serial Experiments Lain. Es una obra que representa con fidelidad ese momento de la historia donde la humanidad se encontraba a los pies de un cambio trascendental: la popularización masiva de internet y su inclusión permanente en la estructura social. La interconexión de equipos informáticos fue una revolución que iba más allá de lo tecnológico, ha transformado nuestro mundo de tal manera que ya no es el mismo que el de hace tan solo dos décadas. Y precisamente en este 2018 se cumplen veinte años del nacimiento de Serial Experiments Lain.

En algunos aspectos Lain ha quedado un pelín desfasada, pero es lo que tiene trabajar ciertas temáticas de la ciencia-ficción relacionadas con la tecnología y la cibernética. Sin embargo, en general se trata de un anime que impresiona por su considerable presciencia. Es totalmente premonitoria, plasma el universo online con una exactitud que asusta, resaltando que se trata de un auténtico mundo paralelo en el que los seres humanos tienen otras caras, otras vidas, tan  reales y enrevesadas como las de carne y hueso. Y que no tienen por qué tener relación entre ellas además. En la red se puede ser un líder de opinión con millones de seguidores, un dios; pero fuera resultar un ciudadano anónimo.

Sigo preguntándome cómo describir  a un otaco neófito esta obra. Y me está costando un poco. Es tanto lo que abarca Serial Experiments Lain, son tantas materias las que aborda, y no poco profundas además, que la hacen una de las series de animación más ambiciosas e intrincadas jamás creadas. Sus autores, para más inri, no se preocuparon ni lo más mínimo en organizar esos contenidos, van brotando como florecillas conforme se va profundizando. Proponen dilemas de gran calado, y dejan en manos del espectador alcanzar una resolución. No alecciona, sino que alienta a que busquemos nuestras propias respuestas. Dada su alta densidad informativa y simbólica, un visionado no es suficiente para conseguir agarrar todos los cabos que nos lanzan. Es posible incluso llegar a conclusiones distintas cada vez que se experimenta. Porque Serial Experiments Lain es toda una experiencia. Trabaja a nivel racional y emocional, es una apuesta potente que no debe tomarse a la ligera.

En tan solo 13 episodios, se las arregla para tocar asuntos como la ingeniería genética, las conspiraciones corporativas, la nanorrobótica como estupefaciente, la resonancia Schumann, el inconsciente colectivo, sociedades secretas, la nueva mitología de la red,  crítica a la sociedad de consumo, y un largo etcétera. Y eso únicamente son detalles, pormenores con su propia importancia que encadenados conforman un tapiz de intrincado diseño, mostrando una realidad constituida de diferentes estratos. En todos ellos goza de especial relevancia la noción del yo. Desde ese cimiento se proyectan el resto de cuestiones, ramificándose sin fin. O casi.

 El yo y la comunicación con sus diferentes entornos, cómo estos lo modifican, incluso son capaces de recrear más de uno. La perpetua conexión entre los que habitamos esos entornos. Y la jerarquía de esos entornos, por supuesto, la necesidad de segregarlos según prioridades. Pero la protagonista, Lain Iwakura, destruirá esa distancia convirtiéndose en un puente entre mundos, difuminando sus fronteras. En su travesía, tendrá que enfrentarse a la verdadera naturaleza de su ser, la función de su existencia, y deberá elegir entre lo que es real y lo que no. Serial Experimental Lain es un corto paseo filosófico que nos arroja a la cara los eternos interrogantes de la humanidad. ¿Qué es ser humano? ¿Qué es estar vivo? A bocajarro. Porque hasta la noción de dios tiene su reflexión en la serie, y no una meditación de poca monta. Existencialismo pop, ontología, dualismo antropológico y gnoseología express para aquellos que sean capaces de atrapar sus luces. Incluso se perciben pequeños destellos cristianos en el sacrificio supremo de Lain.

No estoy siendo confusa a propósito, os lo prometo, es que Serial Experiments Lain resulta indescriptible. Como no podía ser de otra forma, contiene la visión profética del aislamiento de la vida real y una hiperconectividad en la virtual. Porque uno de los temas, entre los cientos, que toca la serie, es el de la soledad. Existen muchas maneras de enfocar este anime, así como son múltiples sus interpretaciones. Sus creadores lo hicieron así conscientemente. Tiene un poquito de mi amado David Lynch, otra pizca de Dark City (1998), unas gotitas de X-Files (1993)… es una obra de su época que mantiene su relevancia en la actualidad. Resulta muy moderna, lo que la convierte directamente en clásico.

Pero si el contenido se manifiesta ya abrumador, el continente se encuentra totalmente a la altura. Serial Experiments Lain se desarrolla con lentitud y celo, al completo servicio de sus imaginativos recursos visuales. No es que fueran en su momento especialmente innovadores, pero a través de ellos fluye la narración. Esto le otorga una atmósfera onírica única de la que se puede esperar cualquier cosa. Los diálogos son breves y abruptos, es el silencio el auténtico maestro de ceremonias. El silencio y los sempiternos armónicos del zumbido de las torres de alta tensión, que con su densidad crearán un efecto mesmerizante difícil de olvidar. Porque esta obra tiene un algo de hipnótico, de alucinatorio, que te absorbe lentamente en su paranoia.

Su arte es simple, casi austero, pero de una expresividad antinatural. Estampa las emociones y sentimientos de una manera muy precisa, utilizando el vacío en sus composiciones para reafirmar la soledad y la imperiosa necesidad de conexión entre unos seres humanos y otros. El diseño de los personajes, a pesar de su sobriedad, resulta una delicia en su ternura infantil, que contrasta con energía con el resto de la serie. Esta maestría era de esperar porque, como antes comentábamos, es Yoshitoshi ABe quien se encuentra detrás. Y la fuerte personalidad de su estilo forma parte del alma de Serial Experiments Lain.

En resumen, Serial Experiments Lain es una de esas obras imprescindibles dentro de la animación japonesa pero que, curiosamente, no están hechas para todo el mundo. Requiere paciencia, mente abierta y un mínimo de actividad neuronal mientras se ve. Sapere aude, camaradas otacos. No todos los dibujitos chinos son mero entretenimiento, hay algunos que osan tener ciertas pretensiones intelectuales. Y dan en la diana, aunque luego tengan que arrastrar una fama ingrata que ahuyente a la gente. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

literatura, Microrreseñas

Microrreseña: Magia China de Algernon Blackwood

Algernon Blackwood (1869-1951) es uno de mis escritores favoritos, lo descubrí leyendo en mi adolescencia a H.P. Lovecraft, que en su ensayo El horror sobrenatural en la literatura (1927) le dedicaba grandes elogios. Me llamó mucho la atención, fue una especie de flechazo. Y a no mucho tardar, leí un relato corto suyo, El Wendigo (1910), incluido en una antología que realizó Alianza Editorial llamada Los mitos de Cthulhu y otros cuentos (1968). Fue mi primer contacto con él y, a partir de entonces, el señor Blackwood me acompañaría toda la vida. Junto a Lord Dunsany y Arthur Machen conforma mi tríada mágica de fantasía, horror y belleza.

Os preguntaréis qué pinta un escritor inglés en un blog dedicado a la cultura japonesa y oriental. Pues muy fácil, estos días he releído un cuentecillo de su autoría, Magia china (1920), que remite, como bien deduciréis, a la majestuosa e infinita Catai. Y la nostalgia me ha secuestrado hasta el tuétano de los huesos, por lo que decidí darle un pequeño homenaje a mi querido Bosquenegro, aunque fuera de manera un poco tangencial. Es mi blog y hago lo que me da la gana, ¡ea!

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El maestro Algernon Blackwood

Algernon Blackwood era un panteísta, un fervoroso devoto de la Naturaleza a la que respetaba y temía al mismo tiempo. Veneraba su poder y belleza, a la vez que la dotó en sus relatos de una especie de conciencia, una conciencia que lo abarca todo y se expresa a través de seres primordiales, casi como divinidades, que trascienden la moral humana.  Terribles, grandiosos, atemporales; y que cuando irrumpen en la esfera del hombre pueden otorgar el éxtasis o ser portadores de locura y muerte. Blackwood fue un escritor pagano que también se dedicó a los cuentos de fantasmas, pero siempre marcados por la metafísica ocultista de su época: la Teosofía y la Orden Hermética de la Aurora Dorada (Golden Dawn). No cabe duda de que fue un Iniciado, y en sus obras así lo plasma, pero de una manera sutil y respetuosa.

El relato que nos incumbe hoy, Magia China, está incluido en el que es uno de los tesoros más amados de mi biblioteca, desde que lo compré allá en un lejano 1995: El valle perdido (Siruela, 1990). La primera vez que lo leí fue en una biblioteca pública, y no pude vivir ya sin él; me lo compré tras un año sacándolo prestado sin parar como una enferma mental. Nunca me cansaré de repetir lo agradecida que estoy a Siruela por su colección El Ojo sin Párpado, del que formaba parte El valle perdido o La casa vacía, ambos de Algernon Blackwood. Simplemente mágica, lo mejor que se ha publicado en España en fantasía, misterio y terror, con permiso de la labor que está realizando actualmente Valdemar.

Una brisa ligera entró por la ventana, temblaron los huertos lejanos, al pie de la colina: se elevaron, flotaron en la oscuridad y, casi en seguida, me descubrí en un quiosco de flores; un río azul se extendía centelleante bajo el sol, ante mí, serpeando por un valle encantador donde había grupos de árboles floridos entre mil templos diseminados. Empapado de luz y de color, el Valle dormitaba en medio de una belleza apacible que infundía lo que parecían ser anhelos imposibles, inalcanzables, en mi corazón. Deseé adentrarme en esas arboledas y templos, bañar mi alma en ese mar de tierna luz, y mi cuerpo en el frescor azul del río perezoso. Tenía que rendir culto en mil templos. Sin embargo, estos anhelos imposibles quedaron satisfechos en seguida. Al punto me descubrí en aquel lugar… al tiempo que por mi cabeza desfilaba lo que calculo que abarcaría siglos, si no eras. Estaba en el Jardín de la Felicidad, y su perfume maravilloso disipaba el tiempo y el dolor; no había fin que pudiese encoger el alma; ni principio, que es su estúpido extremo opuesto. Ni había soledad.

Pero regresando a El valle perdido, este contó con la magnífica traducción de Francisco Torres Oliver, el mejor y más importante especialista de literatura anglosajona fantástica que hemos tenido nunca. Los cuentos que conforman el volumen son todos extraordinarios y siguen esa estela irreal, a ratos también feroz, de ascetismo neopagano que fascina y absorbe lentamente como un teatro de sombras. También hay lugar para el amor, pero se trata de un sentimiento que aunque no está exento de intensidad, se halla situado en los parajes nebulosos del platonismo. Magia china narra el reencuentro de dos amigos tras muchos años de separación; uno de ellos ha encontrado su razón de ser en China y detalla sus experiencias, sobre todo las relacionadas con un misterioso incienso que conduce el alma al Jardín de la Felicidad. ¿Una referencia por parte de Blackwood al maravilloso YuYuan (豫园) de Shanghái? ¡Quién sabe!

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«Montañas y cascada» de Liu Yunfang

Magia china es un pequeño cuento que, como muchos de los relatos de Blackwood, se deleita en ensoñaciones filosóficas y atesora la delicadeza del misticismo oriental, idealizando la espiritualidad y pensamiento chinos. Esa mirada típica a Oriente como lugar de perpetuos enigmas y exotismo, que en esta historia queda sublimada por la admiración del autor a su sabiduría ancestral. El refinamiento y sofisticación de una cultura antiquísima, que con su serenidad supera a Occidente en su búsqueda de la Eternidad. China es embellecida a través de sus clichés y convertida en poesía, el arquetipo de la perfección frente a los zafios europeos. Esa es la noción que transmite uno de los protagonistas, enamorado de China; un visionario que se rinde a su dominio y postra su propio destino ante su trono. El otro, sin embargo, representa el pensamiento crítico y el pragmatismo que, aunque ocasionalmente pueda ceder a la utopía, su sino es la destrucción, muy a su pesar. Dos caras de una misma moneda.

Os invito a que le deis una oportunidad, pues se trata de un relato lleno de presagios e inquietantes certezas, donde el amor juega un papel trascendental como intermediario entre dos mundos que construyen una realidad más vasta y pavorosa de lo que nadie podría imaginar. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

manga

99 pesadillas antes de Navidad de Hinako Sugiura

Cuando Ponent Mon anunció que iba a publicar esta próxima primavera de 2018 el manga Sarusuberi (1983-1987) de Hinako Sugiura, no cupe en mí del gozo. Ya cuando escribí la reseña de su estupenda adaptación animada, Miss Hokusai (2015), rogué a todas las deidades ctónicas e infernales de la galaxia por que algún editor despistado, al que no le importara demasiado perder dinero, publicara algo de esta mangaka. Increíblemente, mi petición fue concedida (imagino que por Ereshkigal o Hécate) y aquí estamos, esperando a que llegue marzo para devorarlo (también me interesa mucho Pink [1989], de mi admirada Kyôko Okazaki). Mientras, para consolarme, he estado leyendo otra obra suya cuya temática, además, me encanta: Hyaku Monogatari (1986-1993). Fue el último cómic que realizó antes de abandonar la disciplina y dedicarse en exclusiva al estudio del periodo Edo.

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Hinako Sugiura de jovenzana

En realidad Hinako Sugiura (1958-2005), a pesar de su indudable talento para el cómic y la original perspectiva que aportaba a la novela gráfica japonesa, no llevaba nada bien el ritmo endemoniado de publicación del manga comercial. No se sentía realizada artísticamente además, así que a la edad de 35 años decidió retirarse. Y se centró en esa pasión vital que le hizo abandonar la universidad (Comunicación audiovisual y Diseño) para estudiar bajo la tutela del experto medievalista Shisei Inagaki: el periodo Edo. Y a partir de entonces, fue publicando libros sobre la materia, apareciendo con regularidad como especialista reconocida en diversos programas de televisión. Habiendo nacido en el seno de una familia dedicada a la creación de kimonos, no era de extrañar su devoción y respeto por las tradiciones japonesas.

Para la mayoría de la gente la Era Edo parece como de otra dimensión, algo procedente del mundo de la ciencia-ficción. Es difícil de imaginar que nuestros antepasados llevaran alguna vez tocados en la cabeza y que caminaran por las calles con ese aspecto que parecía sacado del plató de una película. Pero la Era Edo y el presente existen en el mismo flujo continuo de tiempo. Vivimos en la misma tierra que nuestros ancestros con moños vivieron una vez.

Hinako Sugiura

Pero esto no quiere decir que su carrera como mangaka fuera un fracaso, aunque a ella finalmente no le satisficiera. Ni muchísimo menos. Sus contribuciones a la revista Garo fueron periódicas y valiosas, además recibió prestigiosos galardones a lo largo de los años, como el Bunshun Manga Award o el Premio a la Excelencia de la Asociación de Dibujantes de Cómic de Japón. Hay que añadir también que se formó con una de las mangaka más interesantes de su tiempo, la autora feminista Murasaki Yamada, de la que, desgraciadamente, no hay nada publicado en Occidente todavía. Hinako Sugiura puede considerarse una de las escasas creadoras que en el s. XX hicieron suyo el legado artístico del ukiyo-e, raíz indiscutible del manga moderno, para vivificarlo en sus obras. Un puente entre el pasado y el presente.

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«Hyakumonogatari en una casa encantada» (1790) de Katsushika Hokusai

Y este Hyaku Monogatari es la muestra más clara de su amor hacia este periodo histórico de su país, pues se trata de una de sus criaturas más conocidas: el juego de mesa de las 100 historias de fantasmas o hyakumonogatari kaidankai. Nacido probablemente como una prueba de valor entre samuráis, consistía en relatar durante la noche, y a la luz de un centenar de velas, cien pequeñas historias sobre yôkai, yûrei y extraños acontecimientos. Conforme se iban desgranando, las velas se apagaban, hasta que el grupo de personas quedaba sumido en la oscuridad. Una invocación en toda regla que, como podemos apreciar en la ilustración de arriba, no siempre tenía por qué finalizar bien.

Como podréis imaginar, el germen de todas historias se encuentra en China, como tantas cosas de Japón, aunque en Cipango se encarnaron de una forma diferente y particular. Si os interesa el tema, os recomiendo la recopilación Liaozhai Zhiyi (1740) de Pu Songling. Volviendo a nuestro amado País del Sol Naciente, la popularidad de este juego tétrico fue en aumento, de las clases altas pasó a las restantes, y la publicación de volúmenes con 100 cuentos (hyakumonogatari) fantasmagóricos se normalizó. La difusión de los espectrales kaidan fue tremenda, y los escritores se lanzaban tanto a buscar en zonas remotas relatos del folclore popular, como creaban también sus propias narraciones. De hecho, el grueso de historias japonesas de fantasmas y demonios nació durante este periodo, el Edo. Y esos libros repletos de horror fueron convenientemente ilustrados, por supuesto, contribuyendo a enriquecer todavía más el panorama.

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Era solo una cuestión de tiempo que Hinako Sugiura dedicara uno de sus cómics a una práctica y usanza tan de la época como el hyakumonogatari. Pero a diferencia de sus predecesores, Sugiura no los impregnó de malevolencia, sino que son mucho más serenos de lo esperado. El sustrato budista gana peso para convertir el manga más en una colección de fábulas extrañas y curiosas, a veces cómicas, pero nada terroríficas. La intención de la autora no era que lo pasaras mal. Porque Hyaku Monogatari de Hinako Sugiura es eso, una antología de diminutos cuentos que hunden sus raíces en la tradición Edo. Son capítulos autoconclusivos donde la mangaka da rienda suelta a su amor por la época y su deliciosa fidelidad a la hora de plasmarla.

En sus viñetas tenemos los paisajes, usos y costumbres del Japón anterior a su apertura al mundo occidental. Un recorrido por sus aldeas, ciudades, palacios y chozas a través de lo extraordinario, donde la locura, el miedo, el asombro o la tristeza son los protagonistas. Hay que recordar, no obstante, que en Oriente lo maravilloso posee una carga de realidad infinitamente más intensa que en Occidente, donde no forma parte de la vida cotidiana. Existe una dicotomía, una separación clara entre los dos mundos; sin embargo, en Oriente lo fabuloso forma parte de la vida misma, por eso hace aparición hasta en lo más trivial. De ahí que, desde nuestro punto de vista, consideremos a los japoneses un pelín supersticiosos.

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Sugiura supo aprovechar el formato de microrrelato con una habilidad extraordinaria, porque eso resulta ser cada capítulo: un cuento de apenas ocho páginas. Con solo tres o cuatro frases presentaba eficazmente los argumentos, cediendo después el peso narrativo a su pericia con el pincel. Mantuvo de hilo conductor intermitente la figura de un anciano, que solicita de las personas que van visitando su casa un relato fuera de lo común: experiencias personales, leyendas de aldeas lejanas, rumores entre vecinos… Historias con un misterio entretejido, y una enseñanza casi siempre también. Por lo que desfilan tengu, tanuki, kappa, niños sin rostro, yôkai minúsculos que viven en las narices de moribundos, yuki-onna, geishas que se desvanecen y gatos que… solo son gatos.

Como suele ocurrir en esta clase de obras, la calidad de los relatos es variable; algunos gustan más que otros, pero todos tienen unos mínimos garantizados. Me han gustado mucho La mujer que corre y El pozo de la estrellas, quizás por su faceta surrealista; aunque Comer carne humana y El beso de la doncella son realmente divertidos. Y es que en algunos de los cuentos asoma un ligero humor, a veces negro, otras absurdo, que ilumina suavemente las historias.

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El arte, dentro de su estilo de línea clara y clásica, varía a lo largo de los capítulos, al servicio de la propia historia. A veces brota en una viñeta un paisaje que evoca los ideales taoistas chinos (en serio, puro shan shui), otras surgen oni que parecen extraídos de un rollo budista medieval, y no falta tampoco el influjo directo del ukiyo-e o algunos discretos estampados del chiyogami. Sugiura fue una erudita que estudió minuciosamente todas las expresiones artísticas de la era Edo para luego utilizar sus recursos como consideró conveniente en sus mangas. Siempre con el máximo respeto, de ahí que muchas de sus obras evoquen la esencia de los antiguos kusazôshi también.

Hyaku Monogatari no fue concebido como obra comercial, de hecho por su misma naturaleza heterogénea y tan poco acomodada a los gustos de los otacos occidentales, dudo que consiga algún día publicarse fuera de Japón. Pienso que tendría bastante mejor acogida entre lectores adultos de cómic europeo; aun así, suele ser un público poco interesado en el manga. Los estereotipos tienen estas cosillas, que generan prejuicios. Y mientras, obras maravillosas como estas no ven la luz mas que de milagro y lentamente, a través de scanlations. Pero menos sería nada.

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Hyaku Monogatari de Hinako Sugiura es una lectura solo indicada para otacos curtidos y con un interés real por la cultura japonesa. Se trata de una obra serena y cristalina, sin ambigüedades pero de corazón sutil. Por ahora hay disponibles 39 capítulos en inglés, aunque en mandarín están ya todos. Una antología para los forofos del folclore y las historias sencillas. Es necesario tener presente que la mentalidad nipona es diferente de la nuestra, y que con mangas como este es un auténtico placer disfrutar y amar esa diferencia. Muy recomendable, un preludio perfecto para lo que Ponent Mon nos tiene preparado en primavera. ¡Quiero hincarle los catirons ya! Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

manga, Tránsitos

Tránsito XII: Los insectos en mí

Este 2017 los Tránsitos se han visto reducidos a solo uno. Tenía un par de sorpresas preparadas, sin embargo las circunstancias no han acompañado para que pudiera terminar de escribirlas. Para otra vez será. Samhain es mi festividad favorita del año, así como octubre es mi mes preferido también; por eso esta sección del blog es mi predilecta. Me ha dolido un poquito no poder explayarme como me gustaría, pero al menos el Tránsito presente se puede aseverar que es especial de verdad.

Se trata de un manga singular, un tebeo de una artista plástica, mangaka y también animadora, llamada Akino Kondô. La he nombrado en SOnC ya un par de veces, porque se trata de una mujer realmente fascinante. Lleva ya más de una década sorprendiendo y deleitando a los que le seguimos la pista. Y no resulta fácil hacerlo, al menos desde España, pues no hay nada publicado suyo por estos lares. El cómic protagonista de hoy fue uno de sus primeros trabajos, Hakoniwa Mushi (2004), y es una de las cosas más bonitas, oscuras e inquietantes que he leído en tiempo.

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Skirt of the night (2004) de Akino Kondô

Hakoniwa Mushi fue publicado parcialmente por la editorial francesa Le Lézard Noir con el nombre de Les insectes en moi. Por cierto, me compraría su catálogo de manga enterito. Pero no soy millonaria. Su selección es extraordinaria, late al unísono con mi pobre kokoro de pedantorra pseudohipster. Ay. Ojalá alguna editorial en castellano se atreviera a sacar algo de Akino Kondô también, pero veo bastante difícil el tema. Mientras, seguiré acudiendo fielmente al lagarto negro, porque me está brindando muy, muy buenos momentos comiqueros.

Pero regresando a Les insectes en moi, se trata de una recopilación de 9 one-shots que Kondô fue publicando en las antologías AX y Comic H. También hay un par que son inéditos. De uno de los yomikiri incluidos en este tomo ya escribí hace un tiempo aquí. En las últimas páginas la editorial adjunta reproducciones de las obras pictóricas relacionadas con el universo que plasma en Hakoniwa Mushi, y es un auténtico privilegio poder observarlas en papel.

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Ladybirds’ requiem 2-10-02 (2006) de Akino Kondô

El leitmotiv de Les insectes en moi, como el mismo nombre indica, son los insectos. Akino Kondô, que se crió en un ambiente de artistas (su madre es diseñadora y su padre arquitecto), sintió muy pronto una atracción hacia los bichitos de la madre naturaleza. Al contrario que a muchos humanos a los que les repugnan e incluso los temen, Kondô no. Para ella son una fuente inagotable de inspiración, una fascinación que la ha llevado incluso a participar en seminarios para paladear y comer insectos. Estos animalitos han formado parte de su infancia (tuvo de mascota un escarabajo rinoceronte) y muchos de sus recuerdos están vinculados a sus amiguitos los artrópodos. Y esa especie de nostalgia, los juegos de la memoria, tienen una importancia vital en gran parte de este volumen.

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La protagonista de esta serie de trabajos es Eiko, una niña-muchacha que, como alter-ego de Kondô, expresa sus pensamientos y obsesiones sin rodeos, acudiendo al lenguaje onírico y simbólico de la mente cuando divaga libre. En un mundo imaginario, pleno de tinieblas y luz, absurdo y magia, las ocho historias, aunque independientes, se entretejen unas con otras mediante los delicados filamentos de las pesadillas. Las actividades cotidianas, los objetos más comunes se descubren como resortes que disparan los recuerdos hacia un torbellino donde infancia, sueños y realidad se mezclan. Leer Les insectes en moi es una experiencia única, pues nos adentra en el universo personal de Kondô. La subjetividad pura se adueña de todo, los sentimientos de la autora son los que marcan el rumbo construyendo una galaxia donde las diferentes realidades están conformadas por los deseos, pulsiones y reflexiones de la autora.

Pero no estamos hablando de una obra incomprensible para el lector. A pesar de su naturaleza simbólica, Kondô se sirve de un lenguaje visual cinestésico que, intuitivamente, es muy sencillo de seguir. Solo hay que dejarse llevar y viajar por sus vastos paisajes. Es el suyo un planeta de sutil horror y belleza que, a pesar de las apariencias, no carece de cierta lógica interna. También hay espacio para la ingenuidad y lo ordinario, pero se ven rápidamente transformados en pequeños monstruos de la mente. Las influencias son muy obvias, y están perfectamente asimiladas en su estilo: el surrealismo de Jean Cocteau, la filosofía budista, la cultura pop, el ingente legado de la revista Garo y creadores como Seiichi Hayashi o Toshio Saeki.

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Isis, diosa protectora de libros y tebeos. Obsérvese cómo lanza su patita para defender el volumen hasta de su legítima dueña. AHORA ES MÍO.

En general, Les insectes en moi es una obra que se regocija en su libertad, porque se trata de un tebeo donde Kondô no se inhibió a la hora de derramar sus intestinos. Son retratos viscerales e infantiles; una cirugía exploratoria del yo donde la artista plasma con gran tino cómo palpita su ser. Y el arte, que es su medio básico de expresión, donde apenas hay texto o diálogos, resulta de una simplicidad perversa. Con un estilo minimalista y nítido, de trazo redondeado pero minucioso en los detalles, Kondô logra revelar la complejidad de sus ideas de una manera realmente única. Y hermosa. Se nota, además, que es una autora bastante perfeccionistaLes insectes en moi solo es el comienzo. El principio por el que introducirse a la obra de Akino Kondô. Lo malo es que en Occidente todavía no hay demasiado acceso a sus trabajos, ni tampoco es muy conocida; aunque los pocos que sabemos de ella la admiramos y respetamos. Le Lézard Noir ha publicado también sus vivencias en Nueva York, New York de Kangaechû (2015), de las que haré reseña más adelante; y estoy muriéndome por que se animen a sacar adelante A-ko-san no koibito (2016), porque lo que he olisqueado promete muchísimo. Este último es un josei de enfoque mainstream pero que siendo de Kondô, se pueden esperar unas cuantas sorpresas. ¡Y el josei necesita nuevas ideas! ¡Ya vale de estereotipos idiotas! He dicho.

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Ladybirds’ requiem 1-11 (2007) de Akino Kondô

¿Recomiendo Les insectes en moi? Muchísimo, pero no es un manga comercial, sino situado en la órbita del cómic alternativo japonés. Y tiene una faceta arty que a algunos puede irritar, pero desde ahora aviso de que no es un tebeo pretencioso. Es honesto y directo en su esencia, sin embargo no tiene nada de convencional. Akino Kondô es una artista a quien no perder el rastro porque está haciendo historia, así de claro. Actualmente vive en Nueva York, pues se encuentra muy interesada por la escena de arte moderno de la ciudad, lo que en teoría debería facilitar que sus nuevos trabajos llegaran hasta nosotros. En teoría. Espero que no nos decepcione en el futuro, y que pronto podamos disfrutar de más obras suyas en Occidente. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

2017: un siglo de anime, anime, largometraje

Gen, el de los pies descalzos

Si existe un evento que haya marcado de manera indeleble la historia de Japón, ese ha sido los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki. Y no solo de Japón, del planeta entero. Pero los japoneses fueron los protagonistas de esta barbarie sin precedentes, así que no fue de extrañar que plasmaran estos sucesos en el mundo del manganime. Una de las obras más importantes relacionadas con lo ocurrido es, sin duda, el manga Hadashi no Gen de Keiji Nakazawa (1939-2012). Diez tankôbon y 54 episodios en los que Nakazawa, mediante su alter ego Gen Nakaoka, estampó sus experiencias como víctima. Porque Nakazawa, con seis años, fue testigo y superviviente de la monstruosa Little Boy. Su padre y sus cuatro hermanos no tuvieron tanta suerte. El tebeo es un clásico que todo el mundo conoce en Japón. Es un testimonio atroz y verídico de lo que supusieron esos terribles acontecimientos. La verdad es que no hay palabras para expresar un horror semejante, sin embargo Nakazawa decidió dibujarlo.

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Cartel del estreno de «Hadashi no Gen» en Estados Unidos (1985, Los Angeles)

Hadashi no Gen fue publicado en Shônen Jump entre 1973 y 1974. El éxito fue, y sigue siendo, enorme. Ha tenido numerosas encarnaciones, pero la que hemos seleccionado hoy es su película animada, del mismo nombre, realizada por Madhouse en 1983. Tuvo segunda parte, por cierto. La he incluido dentro de 2017: un siglo de anime por dos motivos: porque está basada en un manga icónico, y porque plasma de manera diáfana y sin paños calientes un acontecimiento trascendental en la historia de Japón. Podría haber elegido también La tumba de las luciérnagas (1988), que además es el anime más conocido fuera de Japón que trabaja el mismo tema; pero los estudios Ghibli tendrán una entrada propia en la sección más adelante. Las comparaciones son odiosas, y si habéis visto la obra de Takahata, Hadashi no Gen es bastante más sencilla. No obstante, debemos recordar que Gen, el de los pies descalzos es más antigua, y Madhouse por entonces no manejaba ni los presupuestos ni los recursos de los todopoderosos (y muy amados) Ghibli. Hadashi no Gen resulta más lineal, pero también es más explícita y cruda que Hotaru no Haka.

El manga de Hadashi no Gen, como imaginaréis, tiene un valor histórico incalculable. Y aunque se trate solo de la visión personal de un único individuo, su testimonio sigue siendo poderoso. Keiji Nakazawa comenzó a escribirlo tras el fallecimiento de su madre a causa del cáncer. Ambos fueron los únicos supervivientes de toda su familia. Es curioso, pero la esposa de Nakazawa, tras su muerte, insistió en que lo volcado en el tebeo era bastante comedido; que lo vivido por su marido fue infinitamente más espantoso, pero que decidió escribirlo de una manera más suave sin que perdiera su impacto. Porque el objetivo de Nakazawa siempre fue difundir lo ahí acaecido, que no cayera en el olvido y que sirviera para impedir la proliferación y uso de armas nucleares. Concienciar al mundo de su brutalidad. Quizá iría muy bien que lo leyeran Donald Trump y Kim Jong-un; pero me da que lo de estos dos señores no es la lectura… por lo que la película sería una excelente alternativa en su lugar.

Señor Yo La Tengo Larga y señor Yo La Tengo Más Oh Yeah:

¿Qué tal si se dejan de peligrosas bravuconadas durante una hora y media, y recuperan lo mejor de la infancia (que no es precisamente lo que están haciendo PUTOSCRÍOSQUESOISUNOSPUTOSCRÍOS) viendo una bonita historia sobre masacres colosales, dolor sin fin y enfermedades espeluznantes?

Atentamente,

Humana anónima con blog ridículo sobre dibujitos chinos.

 Hadashi no Gen podría ayudarles a mejorar su comprensión sobre lo que implican las armas nucleares, que a lo mejor no lo tienen muy claro. A no ser que fuesen unos psicópatas de mierda, por supuesto, que entra dentro de lo posible.

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Nakazawa escribió un par de obras más dedicadas al bombardeo de Hiroshima pero, sin duda, su trabajo más emblemático es este Hadashi no Gen, que tampoco ha estado exento de polémica. Ha sido utilizado como material docente en las escuelas japonesas, y entregado como presente oficial del Estado a figuras importantes de la política mundial; sin embargo, por su contenido antibelicista y crítico con el gobierno y ejército nipones de la época, no está bien considerado por los sectores sociales más conservadores. Además de que lo valoran poco adecuado para los críos. En esto último no puedo estar más en desacuerdo, pues Nakazawa precisamente creó este tebeo para chicos, y eso se nota.

La siguiente pregunta que surge es, ¿cuál es mejor? ¿el manga o el anime? El manga es más extenso, profundiza más y los detalles son más ricos. Nada nuevo bajo el sol. Es uno de los mejores tebeos históricos japoneses, competir contra eso es difícil. Sin embargo, la película animada no le va a la zaga, y es un hito del cine bélico japonés. Por su crudeza, por su ingenuidad, por su honestidad. Una producción dirigida al público infantil y juvenil, pero al que trata con respeto, no considerándolo idiota. Un feo vicio cada vez más extendido, la verdad.

Gen Nakaoka vive con su familia en Hiroshima. Son tiempos difíciles, la guerra no marcha nada bien y el racionamiento de los alimentos lleva al hambre y desnutrición de la mayoría de los japoneses. La madre de Gen, Kimie, tiene el embarazo muy avanzado y casi carece de fuerzas por la falta de alimento. A pesar de estas penalidades, son más afortunados que en otras ciudades del país, pues no han sufrido bombardeos tan intensos y destructivos. Es como si los aviones norteamericanos solo se acercasen a Hiroshima a espiar. Y eso también hace que broten algunas sospechas, pues posee una importancia estratégica relevante. Gen y su hermano pequeño Shinji procuran conseguir comida robando, y su natural alegría infantil les hace sobrellevar la situación con más inconsciencia. Son como animalillos que, sencillamente, se adaptan a un entorno hostil lo mejor que pueden.

El pueblo lo está pasando muy mal, sin embargo gran parte de él intenta huir de su miseria dejándose llevar por el fervor patriótico. Muchos continúan pensando que la guerra se ganará, y la fiebre nacionalista ofusca de tal forma que son incapaces de reconocer lo que en realidad está ocurriendo. Daikichi, el padre de Gen, es uno de los pocos que está en desacuerdo con la política belicista y fanática del gobierno, y no se preocupa en ocultarlo (el padre de Nakazawa fue encarcelado por sus ideas pacifistas). Piensa que la guerra acabará en derrota muy pronto, y espera que, a partir de entonces, las cosas mejoren para su familia. Peor que lo que hay no va a ser. Pero Daikichi en eso se equivoca.

El 6 de agosto de 1945 a las 8:16 de la mañana, con la ciudad ya despierta y sumida en sus actividades diarias, sucede lo impensable. El bombardero norteamericano B-29 Enola Gay suelta su carga sobre un hospital en el centro de Hiroshima.

La temperatura se elevó a más de 1.000.000°C, el aire se incendió y una luz intensa iluminó el cielo, todo el sitio quedó en blanco por la explosión nuclear. 90.000 personas murieron inmediatamente. Al menos 60.000 más morirían después a lo largo del año a causa de la radiación. 35.000 heridos y solo 20 médicos supervivientes en toda la zona para tratarlos. La lluvia radiactiva, la tormenta ígnea que arrasó lo poco que quedaba en pie, el agua potable vaporizada o envenenada. Las consecuencias inmediatas y retardadas fueron inenarrables. Y Hadashi no Gen lo cristaliza con impoluta nitidez. Sin rodeos, sin eufemismos o ambigüedades. Más del 80% de la población de Hiroshima eran civiles, y eso se sabía. Con Little Boy solo se buscaba hacer el máximo daño posible, y de paso realizar experimentos de campo. Pero ese ya es otro tema.

La bomba atómica parte por la mitad la película, creando dos arcos argumentales radicalmente distintos. Su desarrollo es directo y sin recovecos, lo que otorga inmediatez a la historia. Gen y su madre consiguen sobrevivir, pero a cambio, aparte de presenciar la muerte de toda su familia bajo los escombros incendiados de su hogar, deben sufrir situaciones terribles, verdaderamente terribles. Todo queda reflejado en este anime: la muerte, los moribundos, la enfermedad, la discriminación hacia los hibakusha, las hambrunas, etc. ¿Cómo seguir viviendo en una ciudad totalmente destruida? Gen y su madre lo logran, pero pagando un alto precio.

gen1El tono de Hadashi no Gen puede parecer, sobre todo para el espectador moderno, incoherente. Pues los personajes infantiles no pierden en ningún instante su dimensión cómica; y el contraste que genera con la tragedia de las circunstancias es algo WTF. Debemos recordar, no obstante, que Gen es un niño de 6 años, por lo que no se deberían esperar tampoco reacciones maduras; no puede comprender del todo lo que ocurre a su alrededor. Por no decir que resultan muy difícil de predecir las reacciones de una persona en situaciones tan extremas. Lo que sí es cierto es que el talante de Gen apenas sufre una evolución perceptible, y mantiene un insensato entusiasmo incluso en momentos sin esperanza. Quizá esto haga más digerible la película en general, a pesar de que contiene escenas atroces. Aunque también el chicuelo llora, llora mucho y por muy buenos motivos. En el apartado técnico, nos encontramos frente a una de las producciones tempranas de Madhouse, por lo que se puede esperar mucho ochenteo y diseños todavía algo acartonados. Pero, en conjunto, bastante aceptables. Yo es que soy fan a muerte de todo lo analógico, así que he disfrutado mucho con su arte y animación tradicionales. En ese aspecto es competente, aunque no deslumbra.

Hadashi no Gen es una película indispensable, igual que su manga. Ya son parte de la historia de Japón, y aunque en el caso del film no se puede decir que sea perfecto, tampoco le hace falta serlo. La trascendencia de esta obra va más allá, desgraciadamente. Es un documento histórico y como tal también hay que considerarlo. Eso sí, resulta feroz y descarnado. Mucho. Con una fuerza expresiva que intimida. Así que ojito los estómagos sensibles. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

anime, Peticiones estivales

Peticiones Estivales: Project Itô

¡Más Peticiones Estivales! ¡En verano os dejo mangonearme un poco! Hoy tenemos la estupenda sugerencia de Ange, cuyo blog El libro de Angelique, por cierto, no debéis perderos. ¿Quién fue Project Itô (1974-2009)? ¿Qué hizo? ¿Por qué es una persona al que muchos otacos respetamos tanto? Ange tiene muy buena memoria, porque hace ya bastantes meses tuve la idea de escribir una entrada dedicada a varias películas de animación basadas en obras literarias suyas. No recuerdo muy bien el motivo, pero al final quedó el asunto en agua de borrajas. Sin embargo, Ange ha acudido al rescate de mis legendarios (y vergonzosos) despistes y aquí está por fin el post dedicado a este escritor. ¡Gracias, Ange!

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Satoshi Itô o como es conocido mundialmente: Project Itô.

Si tengo que ser honesta, no he tenido muchas oportunidades de leer a Itô. En español no hay de momento nada traducido; y en inglés tampoco existe mucha variedad. Yo he logrado leer dos novelas suyas y, como comprenderéis, me parece insuficiente. Project Itô es considerado uno de los últimos genios que ha parido la ciencia-ficción nipona, muchos de sus compatriotas alabaron (y siguen haciéndolo) su estilo e ideas arriesgadas, muy influidas por el cyberpunk. ¿Será posible en el futuro poder acceder al catálogo de su obra? Lo veo bastante negro, pero al menos ECC va a publicar las adaptaciones a manga de sus obras Genocidal Organ (2007), Harmony (2008) y The empire of corpses (2012), que son las que además vamos a tratar aquí.

Keikaku Itô (Project Itô) (1974-2009) tuvo una trayectoria como escritor muy corta debido a su trágica muerte por cáncer cerebral a los 34 años. Cuatro novelas en total más varios relatos cortos y trabajos en blogs. No parece demasiado, ¿verdad? Sobre todo teniendo en cuenta que los autores dedicados a la sci-fi suelen ser bastante prolíficos. Si hubiera podido, Itô nos habría proveído de muchas obras más; las que nos legó marcaron el paisaje del género en su Japón natal, sobre todo la maravilla de Harmony, que le valió un Premio Seiun. The empire of corpses, galardonada también con otro Seiun, quedó inconclusa, siendo su amigo el matemático y también escritor Tô Enjô quien la finalizara. Este caballero merecería una entrada por sí mismo en SOnC, pero eso, si llega, sucederá bastante más adelante.

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Genocidal organ, Harmony y The empire of corpses

La desaparición de Itô dejó tocado un panorama que no dudó en querer homenajearlo mediante una trilogía de películas animadas. NoitaminA fue el adalid del proyecto, que encargó a diferentes estudios su realización. Su novela debut, Genocidal Organ, junto a Harmony y The empire of corpses fueron las, lógicamente, elegidas. El imperio de los cadáveres se estrenó el 2 de octubre de 2015 con Ryôtarô Makihara en la dirección y Wit StudioHarmony vio la luz el 13 de noviembre de ese mismo año con Takashi Nakamura y Michael Arias a los mandos en Studio 4ºC. El asunto se complicó con Genocidal Organ, que sufrió sucesivos retrasos por el triste descalabro de Manglobe, estrenándose finalmente el 3 de febrero de este 2017. Resulta ser, qué casualidad, la que con más ansiedad espero, pues la dirige nada más y nada menos que Shukô Murase. No la he visto todavía, por supuesto, así que no puedo comentar nada más allá de su trailer. Imagino que cuando salga a la venta su DVD y Blu-ray el 25 de octubre, algo más seré capaz de escribir. Me tiene muy intrigada.

Hasta aquí tenemos claro que se trata de un merecido vasallaje a una de las figuras más interesantes de la ciencia-ficción japonesa contemporánea, y que no se ha escatimado en medios y profesionales para lograr unas películas a la altura. ¿El resultado ha sido digno? No puedo opinar sobre Genocidal Organ, pero sí de las dos restantes. Y a pesar de que tenían circunstancias a su favor, desde mi punto de vista han resultado, en general, una decepción. Vayamos con estas unpopular opinions.

HARMONY

Takashi Nakamura & Michael Arias

HarmonyGenocidal Organ son las dos novelas que he leído de Project Itô. Por eso con esta película tengo las cosas bastante claras. Sé perfectamente que la adaptación perfecta no existe, que los dementes de la celulosa como yo casi nunca conseguimos estar satisfechos cuando se vierten ciertas obras a otro formato; que el lenguaje audiovisual, en este caso el animado, es distinto al literario, y bla-bla-bla. A veces hay excepciones que logran independizarse del original e incluso superarlo; también otras consiguen que olvides de dónde proceden y te gusten, aunque sean medianías. No es el caso de Harmony.

En un futuro no muy lejano, la humanidad ha logrado vencer las barreras de la enfermedad, la decadencia y la muerte. La tecnología de WatchMe, implantada mediante nanos en el organismo de las personas, permite una longevidad ilimitada así como una salud incólume. WatchMe también interconecta a los individuos de manera que la privacidad también tiene un espacio muy, muy reducido, porque no deja de ser un sistema de dominio absoluto sobre cada aspecto de la vida. Sin dolor, sin conflictos; una sociedad en paz donde el colectivo está por encima del sujeto (muy japonés eso, por cierto). WatchMe es una herramienta que a cambio de protección e inmortalidad,  asume un control total sobre la sociedad y el individuo. Las consecuencias de un uso malintencionado pueden ser catastróficas a nivel global, porque su poder llega hasta la propia voluntad y conciencia personal. Es muy obvio que Project Itô andaba con problemas serios de salud cuando escribió la novela, porque los temas recurrentes de la salud y la muerte aparecen continuamente tanto aquí como en The empire of corpses. Una manera creativa de desahogar sus preocupaciones y meditar sobre ellas.

La paradoja de este mundo aparentemente ideal, de luz hialina y compasión, es que su enemigo es el propio hombre. Y no tarda mucho en revelarse y rebelarse ante la supresión de la misma naturaleza humana que es en realidad WatchMe. Los dilemas éticos y filosóficos que se proponen poseen connotaciones de ramificaciones casi infinitas; y no deja de ser en su origen el eterno combate por la libertad. Para ello, el argumento arranca precisamente en los límites de esa libertad, en el territorio de unos pocos humanos que todavía no han querido doblegarse ante el poderoso chantaje de WatchMe. La historia en sí es bien conocida y no alberga grandes sobresaltos: un pasado con tres adolescentes que deciden tomar las riendas de su vida bajo el influjo de una líder de pasado misterioso; un presente acosado por los remordimientos y una ceguera elegida; un futuro conquistado por el pasado que alumbra un mundo completamente nuevo. La búsqueda del nirvana y su colisión con él.

Visualmente es poderosa y de fuertes reminiscencias clásicas; y con clásicas me refiero ante todo a Katsuhiro Ôtomo. Es todo un halago. No sé si la elección de unir CGI y animación tradicional de una manera tan estrecha ha sido premeditada o simplemente una forma de ahorrar tiempo, pero en conjunto funciona bastante bien. No soy muy amiga de la informática para estos menesteres, porque suele otorgar un bruñido barato que contrasta para mal con el dibujo tradicional. En Harmony, aunque no acaba de encajar del todo, tiene su espacio lógico por la temática y los escenarios que abarca. No impone tanto como pudiera hacer un producto de Polygon Pictures, que es completamente 3D; y es mucho más meticuloso y esmerado que Ajin o Knights of Sidonia. Lo que molesta en realidad es observar los límites de la animación por ordenador, lo que tiene que mejorar todavía para poder brindar auténtica naturalidad. Aun así, los efectos visuales, el diseño gráfico, los planos y movimientos de cámara son espléndidos. Acompañan muy bien el desarrollo sereno (y predecible) del argumento con su aire aseado y luminoso.

Creo que lo que principalmente percibo es cierta descompensación, no sé si Nakamura y Arias hicieron buenas migas profesionalmente, yo diría que no muchas; y esa falta de armonía (valga la redundancia) se nota. Harmony, en toda su sencilla complejidad, queda reducida a un cuento sin ritmo ni emoción. Soso. A pesar de los temas que toca, con sus profundas implicaciones filosóficas, se desliza entre el tedio y la expresión de su futuro perfecto. Los personajes no enganchan, se encuentran desdibujados y a la merced de clichés. Incluso la historia de amor, aunque no tenga una importancia capital (ni falta que hace), resulta superficial e insulsa. Tener una materia prima tan estimulante a nivel intelectual para convertirla en una historia más, narrada encima con muy poquita gracia. Un equipo como el de Nakamura, con toda su experiencia, y Arias, podría haber dado más de sí; y se percibe una evidente falta de compenetración. En resumen, Harmony no es una película cohesionada pese a su maestría técnica y artística. Una lástima. No considero que sea un zarrio, pero da algo de rabia pensar en lo que podría haber llegado a ser.

  THE EMPIRE OF CORPSES

Ryôtarô Makihara

Si Harmony es todo luz, El imperio de los cadáveres son las tinieblas. Me emocioné mucho cuando supe de la temática de la película porque soy fan de la literatura clásica gótica a muerte. La ambientación victoriana con el imprescindible steampunk; las exquisitas referencias literarias y la inclusión de personajes históricos auténticos, hacían a priori de esta obra un plato muy apetecible para mis gustos personales. Un apetitoso pastiche que evocaba a los penny dreadfuls decimonónicos, la Wold Newton Family de Philip José FarmerThe League of Extraordinary Gentlemen de Alan Moore. ¡Maravilloso, maravilloso! ¿Cómo no sentirse atraído por una obra que tiene sus raíces en la criatura de Mary Shelley, en las inquietantes nociones que rezuma El Moderno Prometeo (1818)? Y se dan la mano sin complejos pedazos de James Bond, La Eva Futura (1886), Conan Doyle, Daniel Defoe, Los hermanos Karamazov (1880), el gigante Paul Bunyan o el indomable caballero Frederick Burnaby.

Si a esto le unimos una puesta en escena espectacular, grandilocuente y de una meticulosidad milimétrica, parecería que fuéramos a tener entre manos una pieza de excelente entretenimiento.  Y no solo eso, una novela de Itô arde en su corazón, por lo que una buena historia para reflexionar habría sido de esperar también. Sin embargo, no resultó así.

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Gracias a las investigaciones del doctor Víctor Frankenstein, el s. XIX posee una nueva mano de obra para su revolución industrial: los cadáveres. Su polivalencia es extrema: desde carne de cañón para la guerra, servidumbre en el hogar, construcción, fábricas, etc. Cualquier ocupación de tipo mecánico y que no requiera esfuerzo intelectual. La economía mundial ahora se sustenta sobre ellos; son los nuevos esclavos, prescindibles y más numerosos que los vivos. Ni sienten ni padecen. Según John Watson, estudiante de medicina, carecen de la facultad del lenguaje articulado porque no tienen alma; la tecnología que revive a los muertos, necroware, no ha alcanzado la perfección lograda por Frankenstein, que sí dotó de conciencia a su Criatura. Watson quiere que Friday, cuerpo que ha resucitado de manera ilegal, posea su propia alma, así que cuando el gobierno británico descubre su experimento y lo obliga a ir en busca de los cuadernos y anotaciones de Frankenstein, que se encuentran en paradero desconocido, no se lo piensa dos veces y acepta. Pero no se embarcará solo en esa aventura, lo acompañarán Friday y el agente Frederick Burnaby. No será un periplo sencillo, pues hay muchos intereses políticos ávidos por hacerse con el conocimiento de Frankenstein. De la India a Afganistán, pasando por Japón y Estados Unidos, su odisea será peligrosa y repleta de sorpresas desagradables.

Esta sería la sinopsis básica de El imperio de los cadáveres. Atractiva, con mucho potencial, pero que finalmente se ha precipitado por un barranco. Supercataclón. Pero comencemos por lo agradable primero: admito sin vergüenza alguna que, a nivel artístico, amo The empire of corpses. Sobre todo sus ambientaciones, sus fondos, sus pormenores. Esa delicadeza lóbrega, que se abre paso con una versatilidad asombrosa para presentar otros paisajes igual de fascinantes, es lo mejor de la película. Sin duda. Y no da tregua, es tenebrosa y bella de principio a fin. El diseño de los personajes principales quizá un poco aniñado para mi paladar (eso sí, tetas-zepelín para el único femenino de relevancia), aunque Seigô Yamazawa y Alexei Karamazov, por ejemplo, me han entusiasmado.

¿Qué podía ir mal con un planteamiento tan sugerente, con unos recursos técnicos y artísticos tan cuidados y unas implicaciones tan hondas? Pues muchas cosas, algunas de ellas compartidas con Harmony. El ritmo. Si en Harmony era una modorra insípida, en El Imperio de los cadáveres es como un baile de San Vito, descoyuntado, sin tener en cuenta el desarrollo natural del clímax. Es un completo desatino que no ayuda para nada a su falta de claridad en el argumento. Si de por sí tiende a un aire enigmático de manera premeditada, que me parece estupendo por otro lado, no resulta muy razonable acompañar esa clase de melodía con un compás dislocado. Porque confunde más y puede acabar aburriendo. Las montañas rusas en los parques de atracciones, gracias.

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No he tenido la ocasión de leer la novela, pero imagino que no tendrá las inconsistencias y boquetes del tamaño de Urano que se observan en la película de animación. Me parece algo bastante desafortunado, teniendo en cuenta lo escrupuloso que era Project Itô en sus reflexiones, que no se hayan cuidado más ciertos aspectos de verosimilitud y solidez lógica. No se deberían poder derrumbar con un par de preguntas que surjan por casualidad escenas y diálogos completos. Una cosa es no querer dar las cosas muy masticadas, y otra muy distinta oscurecer mediante absurdos.

Harmony y The empire of corpses son dos películas que visualmente funcionan muy bien, de hecho dejan con la boca abierta en bastantes ocasiones. Son audaces y realmente espléndidas, pero un envoltorio no dejar ser solo un envoltorio. Un film no puede sustentarse únicamente en bellos fuegos artificiales, sobre todo cuando está trabajando temas de la trascendencia que planteó Project Itô en sus novelas. Se debería exigir más, tanto en claridad en la exposición de ideas como en el ritmo del propio argumento. Y en eso, ambas han fallado, resultando dos obras pretenciosas incapaces de expresarse con la determinación necesaria. No me hace gracia llegar a este tipo de conclusiones, porque parece que esté ninguneando el tremendo esfuerzo e indudable pericia que hay detrás de este par de films. Es algo incuestionable, admiro de verdad sus virtudes, sin embargo no resultan suficientes para compensar sus enormes carencias. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.