Mientras echaba un vistazo a todas esas obras de ciencia ficción japonesas que me encantan para escribir la siguiente reseña, me di cuenta de que casi todas ellas estaban escritas y/o dirigidas por hombres. Que no pasa absolutamente nada, conste en acta. Sin embargo, me hizo preguntarme: ¿dónde carajo están las mujeres en la SF nipona? Y me puse a investigar.
Y el resultado de mi pesquisas es este. La entrada de hoy es más un pequeño ensayo con mis descubrimientos personales, que han sido interesantes, pero que, por desgracia, no puedo disfrutarlos como debería. ¿El motivo? No hay demasiadas obras disponibles de escritoras sci-fi provenientes de Japón, por no hablar de que buscar información sobre ellas en un idioma inteligible ha sido tarea ardua. Así que he decidido compartir con vosotros mis indagaciones, y si encima hay suerte y el presente post logra atrapar la mirada de alguna editorial indulgente que se atreva a publicar algo de ellas, pues mejor que mejor (¡hola, Satori!). Hala. Ya lo he dicho.
He leído alguna cosilla suelta de las escritoras protagonistas de hoy, pero no os voy a engañar: de otras no he podido degustar nadanaditanada. Y de ahí mis grandes deseos de leerlas, mi súplica por que lleguen hasta nosotros, la necesidad de reivindicarlas. Todavía las mujeres se encuentran en cierta desventaja dentro de ciertos géneros literarios, y creo que merecen un empujoncito por nuestra parte, sobre todo siendo en su Japón natal ya novelistas reconocidas.

Hasta donde he podido rastrear en mi periplo internetero, la SF nipona escrita por mujeres florece en los años 70. Coincide con el auge que se vivió a nivel general en este tipo de literatura, con la asimilación de la Corriente Contracultural de finales de los 60, el movimiento de Liberación de la mujer, y el advenimiento de la Segunda Ola del Feminismo. ¿Quiere decir esto que fue una mera importación de lo que estaba sucediendo en el resto planeta? Como bien sabréis a estas alturas, camaradas otacos, Japón es otro mundo. A pesar de que confluyeron en el tiempo la SF feminista occidental y la SF creada por japonesas, en las islas la ciencia ficción femenina no siguió ninguna agenda política y se proclamó, por cierto, antifeminista.
¿Cómo puede ser esto así? Por varias razones. Japón es uno de los países desarrollados más androcéntricos y con una estructura patriarcal más rígida. En los años 60 y 70 todavía más. Los otacos sabemos esto de sobra, percibimos continuamente su disposición social a través de sus tebeos, juegos, anime. En las islas siempre se ha difundido una imagen desfigurada del feminismo, como una ideología extranjera e inmoral, cuyos defensores se distinguen más por su falta de control sobre las emociones que por su inteligencia. Esto no quiere decir que no existiera preocupación por la situación de la mujer en la sociedad japonesa; sin embargo, era la palabra feminismo la que generaba multitud de prejuicios.
Y se dio el hecho curioso de que muchas escritoras expresaban su repulsa hacia el feminismo y, no obstante, articularon en sus obras un vehemente discurso feminista. Con un panorama semejante, ya podréis imaginar que la ciencia-ficción escrita por mujeres en Cipango desarrolló características muy diferentes del resto. Y peculiares.
El espacio literario para escritoras de sci-fi en Japón no era demasiado amplio en los 70, pero algunas autoras lo fueron ampliando poco a poco, utilizando incluso la esfera existente del shôjo (manga, shôsetsu), ya afianzada desde hacía décadas, para seguir creciendo. Tomaron sus recursos y clichés sobre la femineidad, propios del patriarcado nipón y donde la presencia masculina era casi nula, y jugaron con ellos para crear una visión nueva. La suya.
En noviembre de 1975 la revista S-F Magazine dedicó sus páginas exclusivamente a obras escritas por féminas. Zenna Henderson, Marion Zimmer Bradley o Ursula K. Le Guin se codearon con dos autoras japonesas que estaban dando mucho que hablar: Yûko Yamao e Izumi Suzuki. Ambas estaban siendo importantes en el desarrollo de la ciencia-ficción nipona, ambas acabaron haciendo historia. Aunque por Occidente no se conozcan todavía demasiado. Sobre todo Suzuki, por la que siento verdadera fascinación. Así que, con vuestro permiso, voy a detenerme un poquito con ella. Creo que merece la pena. Y es una de esas escritoras que resulta imprescindible que tenga voz en lengua castellana (¿por favor?).
Izumi Suzuki (1949-1986) fue un ser humano excepcional, y como dijo el fotógrafo Nobuyoshi Araki, responsable de las fotos que veis arriba, «una mujer de su tiempo». Con ella empezó la ciencia-ficción japonesa creada por mujeres, donde la feminidad se deconstruyó y recreó de nuevo bajo sus propias reglas. Tuvo una existencia bastante agitada, de adolescente abandonó el instituto y huyó de casa para dirigirse a Tokio, donde trabajó de actriz en películas eróticas, modelo de desnudos y hostess en clubes. Pero fue una mención especial en la revista Shôsetsu Gendai de una historia suya la que le animó a buscarse la vida, y volcarse más adelante en la escritura. Sin embargo, para ella fue completamente inesperado que SF Magazine seleccionara su Majo Minarai (1975) para el especial de mujeres, y a partir de entonces fue publicando regularmente relatos. No se consideraba a ella misma una autora de ciencia-ficción, la catalogaron así.
Se casó con el saxo-alto Kaoru Abe, un músico de importancia capital dentro del jazz y el avant-garde en Japón; y fue a través de la película El Vals Eterno (1995), que vi hace tres millones de años por lo menos, que oí por primera vez su nombre. En el film se centran sobre todo en la figura de Abe, muerto en 1977 de una sobredosis de Brovarin, y pasan un poco por alto la significativa actividad literaria de Suzuki. Es una película más bien sobre la relación tormentosa, tóxica que mantuvieron, inmersos en una espiral de autodestrucción. Pero sirve para enmarcar en cierta forma la intensidad con la que sentía el mundo la escritora. Su estilo de vida fue bastante inusual y errático, lo que no le impidió ser consciente del gran maelstrom que representaba la sociedad de consumo japonesa de los 80, que lo engullía todo en su vacío. Y así lo plasmó en sus obras, con gran realismo. Izumi Suzuki quizá sea, junto a Yukio Mishima, una de las creadoras que más controversia generaron en su época; y como el propio Mishima, también decidió suicidarse.
Los trabajos de Suzuki son hijos de su época, toman mucho del espíritu antiautoritario de la Contracultura y posee ingredientes claramente feministas y de la ficción transgresiva. Una de sus obras más representativas, Onna to onna no Yononaka (1977), plasma muchas de estas ideas, explorando la viabilidad del feminismo separatista y los límites del amor heterosexual. La conclusión a la que llega es ambigua, aunque la desconexión entre el mundo masculino y el femenino no la considera positiva. El quid sería cómo lograr una coexistencia que no supusiese opresión para las mujeres. Y en ese tema Suzuki no fue muy optimista.

Si Izumi Suzuki fue clave en el desarrollo de la SF escrita por mujeres en Japón, su contemporánea Yûko Yamao (Okoyama, 1955) no le fue tampoco a la zaga. Una de las características más evidentes de la SF nipona es que es experta en recrear atmósferas y estados de ánimo más que enfocarse en la acción. Y en los trabajos de Yamao es, precisamente, lo que encontramos. Estuvo varios años, desde 1985 hasta 1999, sin escribir porque decidió dedicarse a la crianza de sus hijos; pero, afortunadamente, regresó a la actividad literaria. Por lo que he podido indagar, se trata de una autora a la que le gusta introducir elementos surrealistas y del mundo de la fantasía, con una tendencia marcada a la meditación y el buceo en los mares de gamas de grises. Sus trabajos más destacables son Kamen Butôkai (1973), que quedó finalista en los galardones Hayakawa de SF, Yume no sumu Machi (1976), Lapis Lazuli (2000) y Perspective (2010). Ha tratado de manera bastante singular el tópico recurrente en el género de «lo femenino como monstruoso», y de su combate como una manera de dominar la sexualidad femenina y delimitar la feminidad. No deja de ser una metáfora. La mujer que se convierte en monstruo es la que desafía el orden social y expresa su inconformismo. Pero Yamao, como otras escritoras también, no pelea contra el monstruo: lo acepta como es e, incluso, justifica su supervivencia.

Y desde el punto de vista femenino, el monstruo puede adquirir muchos rostros, incluido el de la madre. Y Mariko Ôhara (1959) resulta una autora que es obligatorio mentar por muchísimos motivos. Tanto por sus contribuciones al concepto de «lo femenino como monstruoso» en su Moshimo to iu Jikkenba de: Josei Sakka ni totte no haha: 2777-nen no Jo-ô (1995), donde elabora la idea del «fascismo maternal», como en su monumental Hybrid Child (1990), que se llevó dos veces el premio Seiun (1990, 1991) y es uno de sus trabajos más destacados, ¡y traducido al inglés, otaquería! Ojalá llegue pronto al español. Aunque, gracias a Satori (siempre GRACIAS) en su recopilatorio Japón Especulativo podéis disfrutar de uno de sus relatos más conocidos en Occidente: Chica (1984). Ôhara es una de las grandes de la SF nipona, y es versátil como ella sola porque escribe guiones para manga, ensayos, novelas, videojuegos, radiodramas, reseñas… Y ha destacado por tratar temáticas transgénero y feministas con franqueza. En sus obras la mujer posmoderna japonesa, incrustada en un medio capitalista hipertecnificado, se enfrenta constantemente a la imagen tradicional femenina.
Otra escritoria esencial es Motoko Arai (Tokio, 1960), que eligió adherirse a esas escritoras SF que aprovecharon la esfera del shôjo (manga, shôsetsu) para desarrollar sus carreras. Y con bastante acierto. Es toda una celebridad. El shôjo es una noción que pertenece al universo femenino tal como lo plantea la sociedad patriarcal japonesa, y representa un momento en la existencia de la mujer que no se corresponde ni a la infancia ni a la adultez. Un intervalo reducido de tiempo donde la mujer todavía puede disfrutar de ciertas libertades y privilegios, pues no existen las restricciones que los roles de esposa y madre le exigen. Este intervalo de tiempo, además, está restringido a ciertos espacios donde lo masculino apenas tiene presencia.
Arai hizo suyos los procederes del shôjo para subvertirlos y usarlos de medio para transmitir un feminismo muy personal. Pero su objetivo no fue proselitista sino simplemente narrar historias de ciencia-ficción donde, además, destacaba un uso del lenguaje natural, reflejo del que las propias adolescentes utilizaban. De hecho, Arai fue la responsable de la popularización del término otaku. En su momento se trató de toda una revolución que no fue bien recibida por todos, sin embargo su influencia se ha dejado notar hasta en autoras contemporáneas como Yoshimoto Banana (1964).
Motoko Arai fue una escritora precoz, con 16 años ya empezó a hacer sus primeros pinitos en competiciones literarias, y con 18 su novela Atashi no naka no… (1978) fue muy elogiada y obtuvo una mención especial por parte del autor de microrrelatos Shinichi Hoshi (que era muy amigo de Osamu Tezuka, por cierto). Mientras estudiaba en la Universidad de Rikkyô literatura alemana, ganó dos premios Seiun con sus novelas Grîn Rekuiemu (1981) y Nepchûn (1981). Cuando se graduó ya había escrito 8 libros en total, y vinieron muchos más, de entre ellos a destacar Chigurisu to Yûfuratesu (1999), que se llevó el Gran Premio de ciencia-ficción de Japón.
Estas tres señoras que veis son Yumi Matsuo (Kanazawa, 1960), Hiromi Kawakami (1958) y Motoko Arai. Sobre Matsuo-sensei, su primer trabajo, Ijigen kafe terasu (1989), fue publicado cuando todavía trabajaba de OL (office lady), que es el empleo administrativo que las grandes empresas asignan al personal femenino, sin perspectivas de ascenso profesional ya que se da por hecho que cuando se casen dejarán su puesto para dedicarse al hogar. Se graduó en literatura inglesa en la Universidad de Ochanomizu, donde era miembro del grupo de investigación de ciencia ficción. Matsuo suele incorporar ingredientes de otros géneros a sus obras, como la fantasía o el romance. También suele parodiar los recursos de autores conocidos, como Arthur Conan Doyle, Ray Bradbury, Agatha Christie o Frederick Brown, ya que los conoce muy bien. Desde muy niña tuvo acceso a la literatura SF porque su padre era un auténtico fanático; pero precisamente por tenerla a su alcance, no le prestó la atención debida hasta que llegó a la universidad.
Y en 1994 publicó el que es su relato más conocido: Barûn taun no satsujin. En él, desde una postura próxima al postfeminismo, Matsuo ayudó a evidenciar la invisibilización existente hacia la mujer embarazada en la sociedad japonesa, deconstruyendo a su vez estereotipos. El relato se desarrolla en un sector de Tokio aislado del resto del mundo, y habitado únicamente por embarazadas. Son mujeres que eligen tener sus hijos de manera tradicional, a pesar de la existencia de úteros artificiales. Y en esa especie de región autónoma, con sus propias instituciones y recursos, una serie de crímenes tienen lugar. Asesinatos cometidos por una mujer embarazada. Y es otra señora preñada la que debe resolver los misterios, claro.
Como en la sociedad japonesa, donde los espacios femeninos ocupan los márgenes y se encuentran estrictamente acotados, Barûn taun no satsujin plasma una realidad donde el cuerpo femenino en transformación también es segregado y circunscrito en su ghetto. Pero al contrario que en la vida real, donde un organismo gestante no es admisible por los cánones de belleza establecidos, en la narración cobra protagonismo y es aceptado como propio de la naturaleza humana. Y como seres humanos, las embarazadas pueden cometer crímenes, resolverlos o simplemente salir a la calle y hacer lo que les venga en gana. Desconozco si los hermanos Coen leyeron esta narración, pero su película Fargo (1996) comparte algunos rasgos en común. Y donde su influencia resulta todavía más patente es en el maravilloso manga Wombs (2016) de Yumiko Shirai, cuya reseña podéis leer aquí.

Sobre Hiromi Kawakami, por ejemplo, creo que no hay mucho que decir, porque es una autora bastante conocida en Occidente. Ha sido galardonada con sendos premios Tanizaki y Akutagawa, y unos cuántos más no menos importantes. Y, por supuesto, también ha contribuido con su granito de arena a la SF japonesa. De manera similar a Yûko Yamao, a mediados de los 80 decidió retirarse de su trabajo como profesora de instituto para casarse; sin embargo, regresó en los 90 para beneficio de todo el universo. Incluida ella misma. El recopilatorio Japón Especulativo de Satori (gracias, gracias, gracias hasta el infinito) contiene un relato corto suyo, Mogera Wogura (2002), muy recomendable.
¿Y podría realizar un artículo dedicado a autoras japonesas sin mentar a Kaoru Kurimoto (1953-2009)? Es algo impensable pero, de todas formas, ya escribí sobre ella cuando realicé la reseña del anime inspirado en su saga literaria de Guin. Es una bestia parda de la literatura japonesa, insuperable en muchos aspectos. Y como me está quedando una entrada de un tamaño bastante respetable, voy a ir terminando. Creo que es importante citar a gente como Reiko Hiwaka (1958), la laureada Setsuko Shinoda (1955), Aki Satô (1960), la reina del steampunk Fumio Takano (Ibaraki, 1966) o Yoriko Shôno (1956).
Hace unos días que he terminado de leer, por cierto, dos cuentos estupendos: Real Boys de la escritora Clara Kumagai, y Notes from Liminal Spaces de Hiromi Goto. Me han encantado. Ambos se hallan incluidos en la compilación Sunspot Jungle Vol. 1 (2018), que también os recomiendo por su enorme variedad. Por lo que, como podéis comprobar, el panorama en la ciencia ficción japonesa escrita por mujeres es fértil y de calidad, pero necesita más difusión. Servidora solo ha arañado la superficie.

Si os habéis quedado con ganas de más, os recomiendo la lectura del magnífico ensayo El espacio, los cuerpos y los aliens en la ciencia-ficción femenina japonesa (2002) de la crítica literaria Mari Kotani (1958), y que podéis leer íntegramente aquí (francés). Muchas ideas de la entrada las he encontrado en sus páginas, he aprendido mucho. También el ya mencionado volumen Japón Especulativo de Satori Ediciones me ha brindado información valiosa. El resto ha sido ir recogiendo miguitas por un lado y por otro en internet. Espero que muy pronto tengamos entre manos más información disponible sobre estas autoras (¡y otras muchas más!). Lo merecen. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.