Abril de ciencia ficción, literatura

Abril de ciencia ficción: creadoras a desvelar, autoras por descubrir

Mientras echaba un vistazo a todas esas obras de ciencia ficción japonesas que me encantan para escribir la siguiente reseña, me di cuenta de que casi todas ellas estaban escritas y/o dirigidas por hombres. Que no pasa absolutamente nada, conste en acta. Sin embargo, me hizo preguntarme: ¿dónde carajo están las mujeres en la SF nipona? Y me puse a investigar.

Y el resultado de mi pesquisas es este. La entrada de hoy es más un pequeño ensayo con mis descubrimientos personales, que han sido interesantes, pero que, por desgracia, no puedo disfrutarlos como debería. ¿El motivo? No hay demasiadas obras disponibles de escritoras sci-fi provenientes de Japón, por no hablar de que buscar información sobre ellas en un idioma inteligible ha sido tarea ardua. Así que he decidido compartir con vosotros mis indagaciones, y si encima hay suerte y el presente post logra atrapar la mirada de alguna editorial indulgente que se atreva a publicar algo de ellas, pues mejor que mejor (¡hola, Satori!). Hala. Ya lo he dicho.

He leído alguna cosilla suelta de las escritoras protagonistas de hoy, pero no os voy a engañar: de otras no he podido degustar nadanaditanada. Y de ahí mis grandes deseos de leerlas, mi súplica por que lleguen hasta nosotros, la necesidad de reivindicarlas. Todavía las mujeres se encuentran en cierta desventaja dentro de ciertos géneros literarios, y creo que merecen un empujoncito por nuestra parte, sobre todo siendo en su Japón natal ya novelistas reconocidas.

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¡Un aplauso para las Spacewomen, defensoras de la Tierra!

Hasta donde he podido rastrear en mi periplo internetero, la SF nipona escrita por mujeres florece en los años 70. Coincide con el auge que se vivió a nivel general en este tipo de literatura, con la asimilación de la Corriente Contracultural de finales de los 60, el movimiento de Liberación de la mujer, y el advenimiento de la Segunda Ola del Feminismo. ¿Quiere decir esto que fue una mera importación de lo que estaba sucediendo en el resto planeta? Como bien sabréis a estas alturas, camaradas otacos, Japón es otro mundo. A pesar de que confluyeron en el tiempo la SF feminista occidental y la SF creada por japonesas, en las islas la ciencia ficción femenina no siguió ninguna agenda política y se proclamó, por cierto, antifeminista.

¿Cómo puede ser esto así? Por varias razones. Japón es uno de los países desarrollados más androcéntricos y con una estructura patriarcal más rígida. En los años 60 y 70 todavía más. Los otacos sabemos esto de sobra, percibimos continuamente su disposición social a través de sus tebeos, juegos, anime. En las islas siempre se ha difundido una imagen desfigurada del feminismo, como una ideología extranjera e inmoral, cuyos defensores se distinguen más por su falta de control sobre las emociones que por su inteligencia. Esto no quiere decir que no existiera preocupación por la situación de la mujer en la sociedad japonesa; sin embargo, era la palabra feminismo la que generaba multitud de prejuicios.

Y se dio el hecho curioso de que muchas escritoras expresaban su repulsa hacia el feminismo y, no obstante, articularon en sus obras un vehemente discurso feminista. Con un panorama semejante, ya podréis imaginar que la ciencia-ficción escrita por mujeres en Cipango desarrolló características muy diferentes del resto. Y peculiares.

El espacio literario para escritoras de sci-fi en Japón no era demasiado amplio en los 70, pero algunas autoras lo fueron ampliando poco a poco, utilizando incluso la esfera existente del shôjo (manga, shôsetsu), ya afianzada desde hacía décadas, para seguir creciendo. Tomaron sus recursos y clichés sobre la femineidad, propios del patriarcado nipón y donde la presencia masculina era casi nula, y jugaron con ellos para crear una visión nueva. La suya.

En noviembre de 1975 la revista S-F Magazine dedicó sus páginas exclusivamente a obras escritas por féminas. Zenna Henderson, Marion Zimmer Bradley o Ursula K. Le Guin se codearon con dos autoras japonesas que estaban dando mucho que hablar: Yûko Yamao e Izumi Suzuki. Ambas estaban siendo importantes en el desarrollo de la ciencia-ficción nipona, ambas acabaron haciendo historia. Aunque por Occidente no se conozcan todavía demasiado. Sobre todo Suzuki, por la que siento verdadera fascinación. Así que, con vuestro permiso, voy a detenerme un poquito con ella. Creo que merece la pena. Y es una de esas escritoras que resulta imprescindible que tenga voz en lengua castellana (¿por favor?).

Izumi Suzuki (1949-1986) fue un ser humano excepcional, y como dijo el fotógrafo Nobuyoshi Araki, responsable de las fotos que veis arriba, «una mujer de su tiempo». Con ella empezó la ciencia-ficción japonesa creada por mujeres, donde la feminidad se deconstruyó y recreó de nuevo bajo sus propias reglas. Tuvo una existencia bastante agitada, de adolescente abandonó el instituto y huyó de casa para dirigirse a Tokio, donde trabajó de actriz en películas eróticas, modelo de desnudos y hostess en clubes. Pero fue una mención especial en la revista Shôsetsu Gendai de una historia suya la que le animó a buscarse la vida, y volcarse más adelante en la escritura. Sin embargo, para ella fue completamente inesperado que SF Magazine seleccionara su Majo Minarai (1975) para el especial de mujeres, y a partir de entonces fue publicando regularmente relatos. No se consideraba a ella misma una autora de ciencia-ficción, la catalogaron así.

Se casó con el saxo-alto Kaoru Abe, un músico de importancia capital dentro del jazz y el avant-garde en Japón; y fue a través de la película El Vals Eterno (1995), que vi hace tres  millones de años por lo menos, que oí por primera vez su nombre. En el film se centran sobre todo en la figura de Abe, muerto en 1977 de una sobredosis de Brovarin, y pasan un poco por alto la significativa actividad literaria de Suzuki. Es una película más bien sobre la relación tormentosa, tóxica que mantuvieron, inmersos en una espiral de autodestrucción. Pero sirve para enmarcar en cierta forma la intensidad con la que sentía el mundo la escritora. Su estilo de vida fue bastante inusual y errático, lo que no le impidió ser consciente del gran maelstrom que representaba la sociedad de consumo japonesa de los 80, que lo engullía todo en su vacío. Y así lo plasmó en sus obras, con gran realismo. Izumi Suzuki quizá sea, junto a Yukio Mishima, una de las creadoras que más controversia generaron en su época; y como el propio Mishima, también decidió suicidarse.

Los trabajos de Suzuki son hijos de su época, toman mucho del espíritu antiautoritario de la Contracultura y posee ingredientes claramente feministas y de la ficción transgresiva. Una de sus obras más representativas, Onna to onna no Yononaka (1977), plasma muchas de estas ideas, explorando la viabilidad del feminismo separatista y los límites del amor heterosexual. La conclusión a la que llega es ambigua, aunque la desconexión entre el mundo masculino y el femenino no la considera positiva. El quid sería cómo lograr una coexistencia que no supusiese opresión para las mujeres. Y en ese tema Suzuki no fue muy optimista.

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Yûko Yamao

Si Izumi Suzuki fue clave en el desarrollo de la SF escrita por mujeres en Japón, su contemporánea Yûko Yamao (Okoyama, 1955) no le fue tampoco a la zaga. Una de las características más evidentes de la SF nipona es que es experta en recrear atmósferas y estados de ánimo más que enfocarse en la acción. Y en los trabajos de Yamao es, precisamente, lo que encontramos. Estuvo varios años, desde 1985 hasta 1999, sin escribir porque decidió dedicarse a la crianza de sus hijos; pero, afortunadamente, regresó a la actividad literaria. Por lo que he podido indagar, se trata de una autora a la que le gusta introducir elementos surrealistas y del mundo de la fantasía, con una tendencia marcada a la meditación y el buceo en los mares de gamas de grises. Sus trabajos más destacables son Kamen Butôkai (1973), que quedó finalista en los galardones Hayakawa de SF, Yume no sumu Machi (1976), Lapis Lazuli (2000) y Perspective (2010). Ha tratado de manera bastante singular el tópico recurrente en el género de «lo femenino como monstruoso», y de su combate como una manera de dominar la sexualidad femenina y delimitar la feminidad. No deja de ser una metáfora. La mujer que se convierte en monstruo es la que desafía el orden social y expresa su inconformismo. Pero Yamao, como otras escritoras también, no pelea contra el monstruo: lo acepta como es e, incluso, justifica su supervivencia.

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Mariko Ôhara

Y desde el punto de vista femenino, el monstruo puede adquirir muchos rostros, incluido el de la madre. Y Mariko Ôhara (1959) resulta una autora que es obligatorio mentar por muchísimos motivos. Tanto por sus contribuciones al concepto de «lo femenino como monstruoso» en su Moshimo to iu Jikkenba de: Josei Sakka ni totte no haha: 2777-nen no Jo-ô (1995), donde elabora la idea del «fascismo maternal», como en su monumental Hybrid Child (1990), que se llevó dos veces el premio Seiun (1990, 1991) y es uno de sus trabajos más destacados, ¡y traducido al inglés, otaquería! Ojalá llegue pronto al español. Aunque, gracias a Satori (siempre GRACIAS) en su recopilatorio Japón Especulativo podéis disfrutar de uno de sus relatos más conocidos en Occidente: Chica (1984). Ôhara es una de las grandes de la SF nipona, y es versátil como ella sola porque escribe guiones para manga, ensayos, novelas, videojuegos, radiodramas, reseñas… Y ha destacado por tratar temáticas transgénero y feministas con franqueza. En sus obras la mujer posmoderna japonesa, incrustada en un medio capitalista hipertecnificado, se enfrenta constantemente a la imagen tradicional femenina.

Otra escritoria esencial es Motoko Arai (Tokio, 1960), que eligió adherirse a esas escritoras SF que aprovecharon la esfera del shôjo (manga, shôsetsu) para desarrollar sus carreras. Y con bastante acierto. Es toda una celebridad. El shôjo es una noción que pertenece al universo femenino tal como lo plantea la sociedad patriarcal japonesa, y representa un momento en la existencia de la mujer que no se corresponde ni a la infancia ni a la adultez. Un intervalo reducido de tiempo donde la mujer todavía puede disfrutar de ciertas libertades y privilegios, pues no existen las restricciones que los roles de esposa y madre le exigen. Este intervalo de tiempo, además, está restringido a ciertos espacios donde lo masculino apenas tiene presencia.

Arai hizo suyos los procederes del shôjo para subvertirlos y usarlos de medio para transmitir un feminismo muy personal. Pero su objetivo no fue proselitista sino simplemente narrar historias de ciencia-ficción donde, además, destacaba un uso del lenguaje natural, reflejo del que las propias adolescentes utilizaban. De hecho, Arai fue la responsable de la popularización del término otaku. En su momento se trató de toda una revolución que no fue bien recibida por todos, sin embargo su influencia se ha dejado notar hasta en autoras contemporáneas como Yoshimoto Banana (1964).

Motoko Arai fue una escritora precoz, con 16 años ya empezó a hacer sus primeros pinitos en competiciones literarias, y con 18 su novela Atashi no naka no… (1978) fue muy elogiada y obtuvo una mención especial por parte del autor de microrrelatos Shinichi Hoshi (que era muy amigo de Osamu Tezuka, por cierto). Mientras estudiaba en la Universidad de Rikkyô literatura alemana, ganó dos premios Seiun con sus novelas Grîn Rekuiemu (1981) y Nepchûn (1981). Cuando se graduó ya había escrito 8 libros en total, y vinieron muchos más, de entre ellos a destacar Chigurisu to Yûfuratesu (1999), que se llevó el Gran Premio de ciencia-ficción de Japón.

Estas tres señoras que veis son Yumi Matsuo (Kanazawa, 1960), Hiromi Kawakami (1958) y Motoko Arai. Sobre Matsuo-sensei, su primer trabajo, Ijigen kafe terasu (1989), fue publicado cuando todavía trabajaba de OL (office lady), que es el empleo administrativo que las grandes empresas asignan al personal femenino, sin perspectivas de ascenso profesional ya que se da por hecho que cuando se casen dejarán su puesto para dedicarse al hogar. Se graduó en literatura inglesa en la Universidad de Ochanomizu, donde era miembro del grupo de investigación de ciencia ficción. Matsuo suele incorporar ingredientes de otros géneros a sus obras, como la fantasía o el romance. También suele parodiar los recursos de autores conocidos, como Arthur Conan Doyle, Ray Bradbury, Agatha Christie o Frederick Brown, ya que los conoce muy bien. Desde muy niña tuvo acceso a la literatura SF porque su padre era un auténtico fanático; pero precisamente por tenerla a su alcance, no le prestó la atención debida hasta que llegó a la universidad.

Y en 1994 publicó el que es su relato más conocido: Barûn taun no satsujin. En él, desde una postura próxima al postfeminismo, Matsuo ayudó a evidenciar la invisibilización existente hacia la mujer embarazada en la sociedad japonesa, deconstruyendo a su vez estereotipos. El relato se desarrolla en un sector de Tokio aislado del resto del mundo, y habitado únicamente por embarazadas. Son mujeres que eligen tener sus hijos de manera tradicional, a pesar de la existencia de úteros artificiales. Y en esa especie de región autónoma, con sus propias instituciones y recursos, una serie de crímenes tienen lugar. Asesinatos cometidos por una mujer embarazada. Y es otra señora preñada la que debe resolver los misterios, claro.

Como en la sociedad japonesa, donde los espacios femeninos ocupan los márgenes y se encuentran estrictamente acotados, Barûn taun no satsujin plasma una realidad donde el cuerpo femenino en transformación también es segregado y circunscrito en su ghetto. Pero al contrario que en la vida real, donde un organismo gestante no es admisible por los cánones de belleza establecidos, en la narración cobra protagonismo y es aceptado como propio de la naturaleza humana. Y como seres humanos, las embarazadas pueden cometer crímenes, resolverlos o simplemente salir a la calle y hacer lo que les venga en gana. Desconozco si los hermanos Coen leyeron esta narración, pero su película Fargo (1996) comparte algunos rasgos en común. Y donde su influencia resulta todavía más patente es en el maravilloso manga Wombs (2016) de Yumiko Shirai, cuya reseña podéis leer aquí.

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Haruna Kawaguchi e Issey Takahashi, protagonistas de la adaptación fílmica de la novela de Yumi Matsuo «Kugatsu no Koi to Deau Made» (2007), que se estrenó en marzo de 2019.

Sobre Hiromi Kawakami, por ejemplo, creo que no hay mucho que decir, porque es una autora bastante conocida en Occidente. Ha sido galardonada con sendos premios Tanizaki y Akutagawa, y unos cuántos más no menos importantes. Y, por supuesto, también ha contribuido con su granito de arena a la SF japonesa. De manera similar a Yûko Yamao, a mediados de los 80 decidió retirarse de su trabajo como profesora de instituto para casarse; sin embargo, regresó en los 90 para beneficio de todo el universo. Incluida ella misma. El recopilatorio Japón Especulativo de Satori (gracias, gracias, gracias hasta el infinito) contiene un relato corto suyo, Mogera Wogura (2002), muy recomendable.

¿Y podría realizar un artículo dedicado a autoras japonesas sin mentar a Kaoru Kurimoto (1953-2009)? Es algo impensable pero, de todas formas, ya escribí sobre ella cuando realicé la reseña del anime inspirado en su saga literaria de Guin. Es una bestia parda de la literatura japonesa, insuperable en muchos aspectos. Y como me está quedando una entrada de un tamaño bastante respetable, voy a ir terminando. Creo que es importante citar a gente como Reiko Hiwaka (1958), la laureada Setsuko Shinoda (1955), Aki Satô (1960), la reina del steampunk Fumio Takano (Ibaraki, 1966) o Yoriko Shôno (1956).

Hace unos días que he terminado de leer, por cierto, dos cuentos estupendos: Real Boys de la escritora Clara Kumagai, y Notes from Liminal Spaces de Hiromi Goto. Me han encantado. Ambos se hallan incluidos en la compilación Sunspot Jungle Vol. 1 (2018), que también os recomiendo por su enorme variedad. Por lo que, como podéis comprobar, el panorama en la ciencia ficción japonesa escrita por mujeres es fértil y de calidad, pero necesita más difusión. Servidora solo ha arañado la superficie.

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Con todos ustedes, la bestia parda Kaoru Kurimoto. On your knees. YA.

Si os habéis quedado con ganas de más, os recomiendo la lectura del magnífico ensayo El espacio, los cuerpos y los aliens en la ciencia-ficción femenina japonesa (2002) de la crítica literaria Mari Kotani (1958), y que podéis leer íntegramente aquí (francés). Muchas ideas de la entrada las he encontrado en sus páginas, he aprendido mucho. También el ya mencionado volumen Japón Especulativo de Satori Ediciones me ha brindado información valiosa. El resto ha sido ir recogiendo miguitas por un lado y por otro en internet. Espero que muy pronto tengamos entre manos más información disponible sobre estas autoras (¡y otras muchas más!). Lo merecen. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

cine, largometraje

Los ojos de Occidente se ciernen sobre Japón y luego brotan entes desde las pantallas que devoran nuestros cerebros

Mentira, por supuesto, pero me apetecía ponerle un titulaco rimbombante y sangriento al post. En realidad es que ya tocaba una entradita de esas a las que no hace caso ni Dios. Hay que mantener las buenas costumbres, coñe. Si no, esta bitácora no se llamaría Sin Orden ni Concierto. Y debo rendir el conveniente tributo que merece su nombre.

Hoy voy a escribir sobre esos largometrajes occidentales que osan posar su mirada sobre las islas niponas. La cantidad de estereotipos que se encuentran en ellos son monumentales, pero también nos enseñan qué percibimos del país del sol naciente y cómo nuestra visión ha ido variando con el transcurrir del tiempo. ¿Cuál es la primera imagen o pensamiento que acude a nuestra cabeza cuando pensamos en Japón? ¿La flor del cerezo? ¿Videojuegos y salones de pachinko? ¿La katana de un samurái? ¿El monte Fuji? ¿Una refinada geisha? ¿La gran ola de Kanagawa? ¿Ninjas deslizándose en la noche? ¿Blade Runner? ¿Porno enfermo? ¿Una feroz horda de otacos (con pelucas verdes y azules) invadiendo a sangre y fuego Akihabara? Cada persona es un mundo, pero en Occidente, por mucho anime y mucho manga que manduquemos algunos, no nos libramos de ciertos clichés. Es que eso de los topicazos forma parte de la naturaleza humana, y en la siguiente lista de 9 películas se va a encontrar eso… y mucho, mucho más, obviamente.

¿Reflejan las películas occidentales la realidad de Japón? Una gran mayoría no del todo, tampoco suele ser su objetivo porque no son documentales, buscan entretener mediante ficción y llegar a su público de la forma más directa y sencilla posible. Lo más socorrido y efectivo es tirar del estereotipo. Unos más elaborados y reales que otros, por supuesto, pero no hay que olvidar tampoco que el cine tiene un sustrato iconográfico muy importante. Es complicado eludirlos entonces. No estoy justificando, aunque lo parezca, el uso de los clichés socioculturales en los filmes; sino explicando qué sucede a veces y por qué. Japón se ha utilizado en muchas ocasiones como excusa para recrear una atmósfera exótica y remota; un ejemplo de lo extraño e inhumano que puede llegar a ser el mundo. Para esta labor los tópicos son de lo más servicial. Por no hablar de la idealización descomunal que existe respecto a los samuráis, las artes marciales o la belleza sumisa y delicada de las mujeres japonesas (en realidad las asiáticas en general). ¡Están locos estos romanos japoneses! Y sí, desde nuestra perspectiva occidental, contaminada además de ese etnocentrismo anglosajón tan poco saludable, un poco raros son. También lo somos nosotros para ellos.

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Clásicos como «Breakfast at Tiffany’s» también esconden sus vergüenzas

Pero cuando los estereotipos mutan en caricatura y/o tienen una intención peyorativa, cruzan el límite y se convierten directamente en racismo. ¿Cuándo sucede eso? Sinceramente, no sabría decir exactamente en qué momento el simple cliché cambia a ofensa. El caso de los yellowfaces en Hollywood (actores blancos interpretando a personajes asiáticos), bajo el prisma moderno, se considera grotesco, denigrante. El ejemplo de Mickey Rooney en Breakfast at Tiffany’s es especialmente sangrante: del estereotipo a la vergüenza ajena. La representación de Japón y sus gentes ha dejado mucho que desear, ciertamente, así como la de hispanos, negros, amerindios, franceses, italianos o cualquier grupo humano que no fuera (sea) WASP. Esto daría para otra entrada bien larga, pero no continuaré por esa senda porque en este blog además no procede.

Las siguientes 9 películas de imagen real (por si no lo había dejado claro) poseen todas una carga de estereotipos inevitable. No son especialmente carcas o insultantes. Al menos no lo veo así, quizá si supiera más del país o fuese japonesa, pensaría de otra forma, quién sabe. Así que vamos a tener, aparte de buenas historias, las raciones pertinentes de bajos fondos, misteriosas damas, las gracietas derivadas del choque cultural, luchas con katanas, tecnología futurista y pintoresquismo de lo extraño. Por no hablar, sobre todo en las de factura más antigua, de cierto paternalismo occidental. Las más modernas suelen sufrir menos de estos clichés, seguramente debido al potente esfuerzo de Japón por exportar su cultura popular a los occidentales. El conocimiento suele ser enemigo del estereotipo.

Es un catálogo personal y heterogéneo a tope, como casi siempre indico cuando realizo listados de esta clase. No son las mejores ni tampoco he visto toooodas las películas occidentales que existen con elementos japoneses. Pero sí considero resultan curiosas, interesantes, algunas incluso muy buenas; y me apetecía escribir un poco sobre ellas. El orden no es indicativo de nada. Espero no liarme demasiado, pero tampoco sé todavía lo que va a salir de aquí. Estoy afilando los cuchillos aún; así que el que avisa, no es traidor.

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Empezamos fuerte. Enter the void (2009) es un film muy poco convencional, tanto en su forma como contenido. O se odia por resultar incomprensible y pesado; o se ama por su exuberancia visual y filosofía nihilista. No hay punto medio con esta película, no suele dejar indiferente. Los que conozcáis a su director, el argentino Gaspar Noé, ya sabréis que no es un hombre que ponga las cosas fáciles al espectador, y tiene una perspectiva única para todo.

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La cinta muestra Tokio como paisaje, el paisaje además de los bajos fondos pero deslumbrante en su orgía de neón. Alucinante literalmente, pues en ella encontramos de manera explícita experiencias bajo los efectos de drogas psicodélicas como el DMT. Los personajes son todos occidentales jóvenes, que se buscan la vida como pueden mediante trapicheos y otras actividades nocturnas. Los principales son tres: Oscar, un pequeño camello; su hermana Linda, bailarina de streap-tease; y Alex, un artista yonqui enamorado de Linda. Pero hay más. Todos participan de una realidad sórdida en un panorama fascinante y surrealista. Pero en realidad se trata de una historia personal, la de Oscar. No es casual ese protagonismo descarado del plano subjetivo en casi toda la película.
Tomando como guía libre el Bardo Thodol o Libro Tibetano de los Muertos, espiritualidad, drogas y muerte se dan la mano en una combinación que no resulta del todo inusitada, sobre todo por ese reguero de simbolismo a lo Kubrik que deja tras de sí; pero que en este film toma una vertiente de caos y paja mental de aúpa. Una vorágine que detona cuando Oscar se dirige a The Void, un garito de mala muerte en Kabukichô. Bum.

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El choque cultural tratado en tono de comedia surrealista. Aunque en Cold fever (1995) son más bien los islandeses los que son parodiados y percibidos por Atsushi Hirata, el protagonista, como gente verdaderamente rara. De Extremo Oriente al remoto norte de Europa; y de ahí atravesar Islandia en una Déesse roja. El protagonista, el clásico hombre de negocios gris, en realidad quería ir a Hawaii para jugar al golf; pero su abuelo le recuerda que han pasado ya 7 años de la muerte en accidente de sus padres en Islandia, y es su deber como hijo acudir allí para realizar los ritos funerarios pertinentes por el descanso de sus almas. Y allá que va el bueno de Hirata.

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Cold Fever es una road movie simpática y peculiar, ligera como un copo de nieve, donde el peso de la historia recae en los estrafalarios comportamientos de los personajes con los que se va topando Hirata en su periplo. Y con menudas situaciones marcianas se encuentra (la niña del lago de hielo me impresionó). No deja de ser un retrato de Islandia, pero a través de la mirada de un japonés: una tierra extraña vista por los ojos de un extraño. Y tiene algo de feérico, enigmático ese retrato. Sobre todo por esos horizontes blancos y fríos que muestra; esas playas desiertas, volcanes y cascadas solitarios de gran belleza. Por supuesto, no deja todo de tener un sentido mucho más profundo, pues Fridriksson lo que pretende es alentarnos a reflexionar sobre la muerte; pero de una manera dulce y calmada. ¿Lo consigue? La respuesta depende de cada uno.

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No es ningún secreto que me gusta muchísimo el cine negro, así que es impepinable que House of Bamboo (1955) aparezca por estos lares. No es la mejor película del género, todo sea dicho. Posee la curiosidad de ser en color, muy apropiada para destacar ese aire exótico y folclórico de lo japonés según los baka gaijin. Este film tiene de verdadero interés el poder observar algo de lo que fue la Ocupación de Japón (1945-1952) por parte de Estados Unidos. Muy suavizada, no obstante. La presencia norteamericana, como todo, tuvo sus cosas buenas y sus abundantes cosas malas. Porque los Aliados también cometieron sus tropelías. Fueron unos tiempos muy duros para los japoneses, en los que el shikata ga nai («nada puede hacerse al respecto») se convirtió en un mantra, tanto para fortalecer la dignidad como para sucumbir a la resignación. En esa época la cantidad de personas que cayó en la drogadicción, juego, alcoholismo y prostitución se incrementó horriblemente. No solo fue la humillación de la derrota, sino la pobreza a la que se vio abocada una gran mayoría.

¿Se ve todo esto en House of Bamboo? No del todo, es un Japón parcialmente idealizado y pasado por el filtro de los vencedores. El país es un elemento decorativo en la película. Aun así, es sugestiva y se atisban ciertos detalles: los matrimonios mixtos, que se llevaban casi a escondidas; la prostitución disfrazada y apoyada estatalmente; la fractura social entre tradición y modernidad; la grosería y prepotencia de los norteamericanos, etcétera.

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Pero volviendo al largometraje en sí, nos cuenta la historia de la muerte a tiros en la calle de un ciudadano norteamericano llamado Webber. Las balas con que le dispararon, resultan proceder de un cargamento militar que viajaba en tren y fue asaltado semanas antes. Así que cuando su amigo Eddie Spanier, recién salido de la cárcel, llega a Japón y se entera de que Webber ha muerto, decide averiguar qué demonios ha ocurrido. En ese misterio están mezclados la esposa secreta de Webber, Mariko; y una banda mafiosa de estadounidenses que controla las salas de pachinko en Tokio.

House of Bamboo es un placer visual, su fotografía y dirección artística son estupendas, de gran elegancia y cierto aire hitchcockiano. Eh, que fue rodada en exteriores del propio Japón, y también en entornos urbanos como Tokio y Yokohama. La primera producción de Hollywood en hacerlo… solo las escenas de interior resultan algo ortopédicas. Pero es una maravilla observar el Tokio (Asakusa) de esa época, un Tokio que ya no existe. Por otro lado, se ven demasiadas mujeres en kimono, y el cliché de la asiática modosita y frágil es de libro (aunque Shirley Yamaguchi le brinda un temperamento especial a su personaje). Por lo demás, tiene un desarrollo lleno de recovecos y sorpresas, y cumple su función principal, la de entretener, con creces.

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Es increíble cómo tras esa apariencia minimalista, de elegancia y contención en su escala de grises y colores apagados (como en Le Samouraï), se esconde una historia tan oscura y retorcida. Todo con calma, en silencio; y bajo esa superficie de simplicidad engañosa, el tumulto de las complejas relaciones de dominación y poder entre tres personas. El azar, la enfermedad, la desesperación, la obsesión, la culpa. Y el dolor como nexo común.

Magical Girl (2014) hace referencia al mahô shôjo, género que todos los que os pasáis por este blog conocéis de sobra. ¿Por qué una película española, situada en Madrid y con una historia propia del noir, está en la lista? No es solo por el nombre, es porque el argumento gira en torno a un traje de cosplay, que una famosa diseñadora japonesa ha realizado para la heroína de un anime del género. El traje y el cetro, claro. Como ya imaginaréis, la película contiene alguna que otra referencia al mundo de la animación, el manga o la literatura japonesa. YO TAMBIÉN AMO A EDOGAWA RAMPO (ya lo he dicho, ya me calmo). No en vano, su director Carlos Vermut es también dibujante de cómics.

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Alicia es una chica de doce años fan del manganime. Le gusta quedar con sus amigas, Makoto y Sakura, para ver series y comer ramen. En realidad se llaman Vanesa y Paloma, pero esos son sus nicks. El de ella es Yukiko, tomado de su anime favorito. A Alicia le gustaría tener el vestido que luce Megumi, la cantante que interpreta la canción principal de la serie, y del que solo existe un modelo. Pero al ser un producto tan exclusivo, su precio es muy elevado, así que es complicado que pueda tenerlo. Sin embargo, su padre, Luis, recurrirá hasta lo criminal para conseguirlo. La razón: Alicia está muriendo de leucemia. Y para ello, no se relacionará precisamente con personas cabales. Será además la casualidad, en este caso considero justificado llamarlo directamente fatum, el que conducirá como a monigotes a todos los personajes, mediante las más taimadas argucias: una lluvia de vómito, una pieza de puzzle, una lagartija negra.

Lo que podría entenderse como un melodrama tipo telefilm siestero, es un thriller característico del cine negro. Está estructurado en tres partes diferenciadas (mundo, demonio, carne) que presentan a los tres personajes principales. Magical girl posee una cualidad etérea, casi espiritual, que contrasta fuertemente con la sordidez del argumento. Es muy complicado discernir si hay villanos o bienhechores; pero lo que sí encontramos son víctimas. Está todo tan maravillosamente alicatado, que uno casi no se da cuenta de cómo se precipita el final. Con todos sus horrores.

P.D.: Yo también quiero pegarle unos buenos lingotazos a ese vodka Sailor Moon.

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Limosin tenía planeado realizar este film en Francia, con actores franceses, escenarios franceses y en lengua francesa. Pero cambió de opinión y decidió grabarla en Japón, con intérpretes japoneses, un Tokio posmoderno de decorado y en lengua japonesa, por supuesto. Aunque su equipo de grabación no tuviera ni puta idea del idioma. Allá vamos, país del sol naciente. Y el resultado fue el de esperar: una película eminentemente europea, muy nouvelle vague, con fachada oriental. Vamos a dejarlo claro: Tokyo eyes (1998) es para hipsters, de hecho para la subdivisión de los gafapastas. Que hay categorías hasta dentro de estas gilipolleces de los moderners, no os creáis. Bueno, ahora en serio. La película en realidad va dirigida a todo aquel que le apetezca pasar un buen rato viendo un largometraje diferente y con referencias cinéfilas interesantes. No es una producción de gran presupuesto ni sigue los parámetros del cine comercial, pero merece un vistazo. O dos incluso.

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Hinano es una adolescente que trabaja a medio jornada como peluquera. No está muy contenta porque dice que no está aprendiendo nada de la vida; pero su hermano mayor, con el que vive en un pequeño piso, le dice que debe ser paciente. Este, que es policía, anda muy ocupado por los ataques de un desconocido en Shinjuku. Lo apodan Cuatro Ojos, porque a pesar de que dispara a sus víctimas, no las hiere, ni mata, ni roba. Muy extraño, parece que esté medio cegato. Su retrato robot es el de un hombre con unas enormes gafas de cristales gruesos. Pero no queda todo ahí. Hinano, mientras viaja en el metro, observa a un joven que le llama la atención, pues a hurtadillas está grabando con una cámara oculta todo lo que le rodea. Este chico, que se presenta como simplemente K, es un programador de videojuegos y amante del trance, con una personalidad algo extraña. Hinano no puede evitar sentirse atraída, empezar una relación amistosa con él y, finalmente, verse entre la espada y la pared. ¿Debería denunciarlo o tratar de convencerlo de que desista de ciertas actividades? Porque, efectivamente, K es Cuatro Ojos.

Tokyo Eyes es una peli bastante curiosa. No perfecta, pero curiosa. Podría tener lugar en casi cualquier ciudad grande del mundo, y los personajes podrían ser perfectamente mexicanos, neozelandeses o suecos. Es una historia intercambiable y de fácil comprensión, en la que no se aprecian apenas barreras culturales. Y si ya shipeáis a la parejita, la disfrutaréis mucho más.

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Podemos decir, sin miedo a equivocarnos, que Sayonara (1957) se adelantó a su tiempo. Finales de los años 50, Estados Unidos: el percal con el racismo era tremendo. Ahí estaba peleando con fuerza el Movimiento por los Derechos Civiles, y no fue hasta 1964 cuando se consiguió promulgar una ley que prohibiera la discriminación por raza, color, sexo, religión o país de origen. Y ya vemos cómo está actualmente el tema también… Donald Trump no es una casualidad. Pero centrándonos en Japón, durante la Segunda Guerra Mundial y los años posteriores, los prejuicios raciales que inspiraban los japoneses eran bastante fuertes. Se llegó a encerrar en campos de concentración a decenas de miles de ciudadanos estadounidenses de origen nipón.

Sayonara mostraba, en plena ocupación de las islas, el racismo existente entre gran parte de la población norteamericana. Fue su denuncia sin tapujos mediante una hermosa historia de amor trágico. Debo decir, sin embargo, que esta película tuvo una contradicción bastante llamativa, pues uno de los personajes masculinos, el actor de kabuki Nakamura, fue representado por Ricardo Montalbán. Toma yellowface. No es que dude de las capacidades interpretativas de este artista, pero habría sido más coherente escoger un actor japonés. Que los había y muy buenos, de igual manera que eligieron a una actriz japonesa, Miiko Taka, para el rol principal femenino.

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Lloyd Ace Gruver es un piloto y héroe de la Guerra de Corea (1950-1953), con la vida bien planificada. Su vocación y carrera han sido, por tradición familiar, la militar; y piensa casarse con la hija de un general amigo de su padre. No está especialmente enamorado de ella, pero es lo que tiene que hacer, aunque para él su prioridad es el trabajo. No se ha topado todavía con el amor, por eso cuando su amigo Joe Kelly le dice que se va a casar con su novia Katsumi, no lo comprende del todo. Que un norteamericano se case con una japonesa está realmente mal visto, y se desalientan las relaciones que puedan derivar en boda mediante todo tipo de trabas, discriminaciones y acosos. Gruver tiene una mentalidad conservadora, pero aun así no le importa hacer de padrino en la boda de su amigo. Pero todo su mundo se irá al traste cuando conozca a la actriz principal del teatro femenino de Kobe, Hana-Ogi, y se enamore perdidamente de ella.

Sayonara es como una mezcla de Romeo y Julieta y Madama Butterfly, pero con un poso mucho más dulce, muy hollywoodiense. La puesta en escena es grandilocuente y esmerada, muy acorde además con la personalidad de Marlon Brando, que borda el papel de chico sencillo del sur. Brando brilla sobre el resto de los intérpretes, aunque Red Buttons (Joe Kelly) y Patricia Owens (como la prometida de Gruver, Eileen Webster) son muy dignos. Los personajes femeninos japoneses son el clásico estereotipo de lotus flower girl, dóciles y delicados, pero sin ninguna chicha más. En resumen, la película es una de esas grandes producciones que todavía mantienen el aroma de la Era Dorada de Hollywood, muy fácil de ver, entretenida y con un estrellón de protagonista. Además, está el plus de la denuncia social. Un clasicote.

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La película comienza con una somera explicación sobre qué es la yakuza, su origen, su filosofía. Muchas veces he pensado que a lo mejor Pollack lo que pretendía era hacer su propio El Padrino (1972)… aunque a la japonesa. Pero no, esto es otra cosa. Cierto que comparten ese halo de glamour con el que se dota a las organizaciones criminales en algunas películas; una suerte de glorificación de la violencia y el drama de tintes trágicos. Pero poco más. The Yakuza (1974) es un ninkyô eiga de tomo y lomo, que para eso estaba además Toei a la producción y el inmenso Ken Takakura compartiendo protagonismo con otro gigante: Robert Mitchum. Takakura trabajó para Toei durante años en películas del género, interpretando siempre el arquetipo de guerrero estoico, duro, apegado a un profundo sentido del honor.

Todo hay que decirlo, Paul Schrader hizo muy buen trabajo en el guión, porque es una aproximación bastante honrosa al mundo de la yakuza, amén de una historia atractiva. El argumento funciona a dos niveles; uno enfocado en el bôryokudan y otro en la vida personal de los protagonistas. Hay quien se quejó de que tenía un argumento algo enmarañado, pero de eso nada. Solo hay que prestar un poco de atención, se sigue muy requetebién.

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Tenner, un empresario estadounidense metido en negocios con la yakuza, pide a su antiguo compañero de ejército, Harry Kilmer, que vaya a Japón para que le ayude a liberar a su hija. Esta ha sido secuestrada por un clan de gangsters nipones, a los que debe un cargamento importante de armas. Pero no es tan fácil. Kilmer, por la envergadura de la tarea, se ve obligado a pedir ayuda al hermano de su antigua novia, Ken Tanaka. Tanaka-san, antiguo soldado y ex-yakuza, trabaja como profesor de kendo en Kioto; pero ante la solicitud de Kilmer, no puede negarse, ya que está en deuda con él. No son amigos, de hecho se odian, pero Tanaka es ante todo un guerrero a la antigua usanza, y respeta el giri más allá de su propia vida. Por otro lado, Kilmer hace veinticinco años que no ve a su antigua pareja, Eiko, de la que continúa enamorado; y el encuentro vuelve a sacar a la luz ese misterio que la hizo rechazar su propuesta de matrimonio.

La película hace mucho énfasis en ese submundo que es el del gokudô o yakuza. No es exactamente un reflejo de la sociedad japonesa de los años 70, sino de su parte oscura. No obstante, se percibe un país en plena subida y que más tarde en los 80s tocaría techo, convirtiéndose en una de las principales potencias del planeta. Hay hermosos tatuajes, jugadores de oicho-kabu, los consabidos yubitsume, muchos kimonos y una manifestación solemne del código de honor bushidô. Todo el colorido que acompaña a la yakuza, a veces un poquitín exagerado, pero respetuoso. Los actores japoneses además, se encuentran en igualdad de condiciones frente a los norteamericanos. No son ni adornos ni elementos serviles: son personas. Y eso fue toda una novedad para la época. ¿Es posible hacer una película sobre Japón que no caiga demasiado en el estereotipo? Yakuza estuvo cerca, aunque tampoco lo logró del todo.

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Honestamente, Lost in translation (2003) es el largometraje que menos me agrada de los que he incluido en la lista. En realidad no lo habría metido ni de coña, pero creo que merece su lugar por el impacto que tuvo y su evidente trascendencia. Innegables. Mi problema es que no me gusta en general Sofia Coppola, y en este film todavía menos. Aun así, no es para nada mala película, de hecho os animo a que la veáis (si no lo habéis hecho todavía). Sin ironías, que deteste algo no me impide reconocer sus virtudes.

Ya solo para empezar, destacar la enorme química que hay entre Scarlett Johansson y Bill Murray. Son lo mejor del largometraje, ellos llevan sus riendas. Abordan los papeles de norteamericanos desorientados, solitarios y confusos muy bien. Su relación va creciendo poco a poco, y sus problemas personales pueden resumirse en una sola pregunta. ¿Qué narices estoy haciendo con mi vida? Uno en plena crisis de la mediana edad y otra recién comenzada su andadura en la vida adulta. Crisis existenciales llevadas por la Coppola en terra ignota. Porque el escenario, Japón, es la metáfora absoluta del misterio incomprensible que es la vida. Y la Coppola nos hace un recorrido turístico de Tokio con todos y cada uno de los clichés que os podáis imaginar. Everywhere. No sorprende en absoluto que mucho japonés se mosqueara con el tema.

Sin embargo, por otro lado, Lost in translation tiene como único punto de vista el de dos estadounidenses, es natural hacer notar esas tremendas diferencias culturales, el estereotipo difícilmente se puede sortear. Y tampoco se puede decir que muchas cosas que se plasman no sean ciertas.

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El argumento no es complicado, es el encuentro en tierra extraña de dos desconocidos y cómo se enamoran paulatinamente. Cada uno con sus demonios, incomprendidos por las personas más cercanas a ellos. Así que buscan consuelo el uno en el otro. Sofia Coppola, a través del que podría ser el itinerario del turista de clase alta en Japón, nos va desgranando el día a día (más bien la noche) de dos personas aparentemente muy distintas. Bill Murray, que interpreta a un actor ya de capa caída y que va a grabar, hastiado, un comercial de whisky a Tokio. Y Scarlett Johansson, una recién licenciada universitaria, que acompaña a su marido en su labor de fotógrafo en Japón. Ambos representan dos momentos de la vida importantes, donde se plantea qué hacer con ella o qué se ha hecho ya.

Lost in translation es muy poderosa visualmente, el lenguaje de los planos, la forma en cómo está narrada a través de imágenes sin prácticamente diálogo… Coppola arriesgó y le salió bien. Su colección de postales tokiotas es soberbia, sin duda.

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Si Lost in translation es la película que menos me gusta de este listado, Hiroshima mon amour (1959) es la que más. Este film es historia, no solo por lo que supuso a nivel cinematográfico, sino por su valor documental a la hora de plasmar uno de los horrores más grandes que ha provocado el ser humano: los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki (1945). Existe un debate encendido entre historiadores sobre si realmente fueron necesarias esas dos bombas para acabar con la Guerra del Pacífico (1937-1945), un conflicto que estaba desangrando el Asia Oriental y parte de Oceanía. No vamos a entrar en ello, pero lo que sí es cierto es que las acciones de Estados Unidos fueron de una destrucción sin precedentes en la humanidad, donde murieron casi un cuarto de millón de civiles inocentes.

Le ofrecieron a Alan Resnais hacer un documental al respecto, pero afortunadamente para todos nosotros, el proyecto se convirtió en película (su primera película), que tuvo como guionista a la maravillosa escritora Marguerite Duras. Este tándem solo podía presagiar algo extraordinario, que es lo que resultó finalmente: un auténtico clásico del cine. Y no pudo crearse en mejor momento: durante el aumento de tensiones en la Guerra Fría, que desembocarían en la Crisis de los misiles (1962). El mundo estuvo en un tris de irse a la mierda, y no es broma. Hiroshima mon amour, a través de la historia alegórica de dos amantes, es un alegato por la paz, un aviso de que el horror podría repetirse.

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El argumento nos cuenta el breve pero intenso romance entre una actriz francesa y un arquitecto japonés en Hiroshima. Ella está ahí finalizando de grabar un documental pacifista sobre lo acaecido hace diez años, y al día siguiente ya regresa a París. En las pocas horas que le quedan de estancia, su amante la presiona para que se quede, aunque solo sean unos poco días más; pero ella se niega. En su lugar, la actriz le va contando la historia de un antiguo amor de juventud durante la ocupación alemana en su ciudad natal, Nevers. Cómo la guerra y ese amor la volvieron loca. No sabemos ni el nombre de ella ni el de él, pero los podemos identificar con las ciudades de Nevers e Hiroshima directamente. El film establece un paralelismo muy claro entre las dos localidades, y así lo van mostrando sus recreaciones y el propio montaje de la película, que sigue una estructura no-lineal.

Uno de los temas importantes que trata la película, aparte del de la guerra, es el olvido humano. Con el tiempo, hasta el sufrimiento más insoportable, la muerte más cruel o el amor más profundo, van difuminándose y desapareciendo de la memoria de las personas. Y tras ese olvido queda un remanente de tristeza por haber perdido una parte de nosotros mismos. El guión de Duras está repleto de sutilezas y recursos literarios que, junto al tremendo lenguaje audiovisual de Resnais, hacen del visionado de Hiroshima mon amour una experiencia única que todo amante del cine, tarde o temprano, debería tener. No me atrevo a escribir mucho más sobre este film porque le tengo muchísimo respeto; y, además, posee un nivel de abstracción bastante potente, lo que la hace especialmente complicada de resumir en tan pocas líneas. Sobre todo si se le quiere hacer algo de justicia. Así que lo mejor que podéis hacer es verla.

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Aunque no las haya incluido, quiero hacer varias menciones especiales:

  • Mishima: A life in four chapters (1985) de Paul Schrader. Imprescindible para todo aquel que desee saber, sin entrar en juicios de valor sobre su controvertida persona, de la vida y obra de este extraordinario escritor. Muy recomendable.
  • Japanese story (2003), que nos presenta el affaire entre un hombre de negocios japonés y una geóloga australiana. Es realmente sorprendente, a pesar del tufo que inicialmente echa a comedia romántica. Y la actriz, Toni Collette, me encanta.
  • El díptico de Clint Eastwood sobre la Batalla de Iwo Jima (1945): Flags of our fathers y Letters from Iwo Jima, ambas del 2006. Impecables.
  • Y, para finalizar, El vengador Tóxico II (1989). Como fan irreducta que soy de esa fábrica de bizarradas que es la Troma, no podía dejar de lado esta grandiosa aberración donde aparece el mismísimo Go Nagai haciendo un cameo. Un clásico de culto que solo los estómagos más avezados (y con mucho sentido del humor) serán capaces de apreciar.
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Nuestro héroe disciplinando a los malvados

Y esto ha dado de sí por hoy la bitácora. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.