Como ya bien sabréis, el pasado 13 de febrero el grandioso Leiji Matsumoto nos dejó a los 85 años. Sin este caballero la ciencia-ficción en Japón no habría sido la misma. Hablar de él es como intentar hacerlo sobre Osamu Tezuka, son figuras tan trascendentales en la historia del tebeo nipón que es complicado empezar por algún sitio, han sido personas a nivel cultural inmensas. Y, por descontado, ya se ha dicho de ellas casi todo lo que merece la pena saber. Así que hace unos días decidí ofrecerle mi pequeño vasallaje, pero a la particular manera amorfa de SOnC. claro. Que desde luego no iba a poder abarcar toda su grandeza ni tampoco iba a añadir ninguna novedad.
Teniendo a la vuelta de la esquina marzo y la sección Shôjo en primavera, me pareció una buena forma de escribir sobre Matsumoto; la cuestión es que, a pesar de que fue, efectivamente, uno de los pioneros de la demografía y comenzó su carrera dibujándola, no conseguí encontrar ninguna de sus obras iniciales para poder leerlas y comentarlas. Nada de Gin no Tani no Maria (1958), que fue reeditado por Tezuka en 1979, Hoshi yo Kienaide (1958), Natasha (1968), Gin no Kinoko (1961) o el recopilatorio de sus shôjos tempranos Kareinaru Shôjo Manga (1980) publicado por Kôbunsha. Nada de nada. De todas las formas, toparse con un manga para chicas de esa época puede considerarse un milagro del tipo las Apariciones de Lourdes. Vamos, que o te vas a vivir a Japón para escarbar entre material o en Occidente no arañas gran cosa.
Por lo que mi gozo parecía estar ya naufragando en un pozo, hasta que recordé el amor de Leiji Matsumoto por los gatos. ¿De dónde venía todo eso? Algo me quería sonar y, ¡equilicuá!, hallé un shôjo de los 70 del sensei. No se puede considerar una obra temprana suya, pero como manga ya añejo, me iba a servir de sobra como homenaje en la sección. Y aquí está: Torajima no Miime (1978) o Mî-kun, la gatita atigrada. Un solo tankôbon de 9 capítulos dedicados a su gatita Mî.



Pasé mi juventud con Mî-kun. Durante 14 años, ambos Mî-kun y yo fuimos jóvenes y corrimos por los tejados.
Y ahora, mientras estoy sentado en la misma mesa de dibujo bosquejando manga, Mî-kun ya no está conmigo. La Mî-kun que siempre se sentaba sobre mi radio-cassette observándome dibujar manga ya no está conmigo. Esa Mî-kun permanece solo en mi manga.
Juntos con los recuerdos en mi corazón, vamos a dedicarle este libro a Mî-kun.
Con este prólogo conmovedor Matsumoto nos presentaba su obra. Mî-kun falleció un 10 de noviembre de 1974. Cualquiera que haya tenido familia peluda sabe lo que se la quiere y el dolor que se siente cuando la perdemos. Y este pequeño manga está lleno del amor y la desdicha que sintió Matsumoto por su amiga Mî-kun. A poco que seáis sensibles Torajima no Miime os espachurrará el kokoro. Y ahí la tenéis, en las fotos de la derecha, junto a su esclavo humano. Matsumoto hizo inmortal a su amada gatita a través de su tebeo, la hizo eterna; de igual manera que a nosotros nos ha quedado todo su trabajo para que siempre lo recordemos y admiremos. Incluso a través de este humilde tebeo sobre su vida hogareña.



Como ya imaginaréis, no era la primera vez que Leiji Matsumoto dibujaba animalitos. En sus comienzos como dibujante, cuando se casó con la diosa Miyako Maki que también se dedicaba al shôjo, trabajó junto a ella creando tebeos y, como a él se le daba bien pintar bichitos monos, le quedó ya una especie de hábito. Matsumoto lo que quería en realidad era crear mangas de ciencia ficción, pero también resultaba importante poder llenar el estómago y pagar las facturas. Por lo que era el turno de los perritos, gatos y cuentos para niñas. Todo llegaría, por supuesto, la publicación de Sexaroid (1968) con su ya nombre artístico definitivo (hasta entonces había sido Akira Matsumoto), iba a cambiar mucho las cosas.
Sin embargo, cuando Matsumoto creó Mî-kun, la gatita atigrada, ya poseía cierto estatus, no fue un compromiso nutricional, sino un acto de amor. En este manga nos muestra retazos de su propia vida cotidiana en compañía de Mî-kun; pequeñas historias donde se involucran los gatitos vecinos de Mi-kun, algunos callejeros, otros con su hogar. También cómo llegó Mî-kun a Matsumoto y su familia, cómo su hija Atsuko sentía un cariño especial por ella, pues se conocieron siendo ambas casi recién nacidas, etc.




Son relatos chicos con mucho humor, ternura y también gran dureza que se van desgranando a lo largo de 9 episodios. Son muy sencillos, y ahí radica su encanto; Matsumoto expresa todo su afecto por Mî-kun en ellos. Se trata de una gatita con nombre masculino, ¿y por qué? Pues porque al ser atigrada, puede pasar por un machito también. Esa es la explicación del autor, además de que es ella misma la que escoge su propio nombre, Mî. Y, como no podía ser de otra forma, la única persona en la casa que entiende el idioma felino de Mî es Matsumoto. Entre ellos existe una comunicación especial que nadie más comparte.
Y donde hay amor verdadero, también hay sufrimiento auténtico, es algo que a los japoneses les encanta recalcar. Esa mezcla de sentimientos que equilibra los unos a los otros, pero que siempre realza un final lánguido con pinceladas de tragedia. Pero no hay tragedia en realidad en Torajima no Miime, solo el inexorable transcurso de la vida; aunque sí hallamos melancolía y mucha, mucha nostalgia. Tiene un poco de Soy un gato de Sôseki en algunos aspectos, pero sin la ácida crítica social porque, recordemos, este manga no deja de ser un shôjo cuyo objetivo es rendir honores a la gatita Mî.



El arte de Matsumoto en Torajima no Miime es puro bizcocho de mantequilla. Nada del otro mundo, con los clásicos recursos cómicos y bufonadas aparatosas cuando así se requiere, y que también sirven para suavizar momentos bastante más arduos. Es totalmente reconocible en su estilo, pero quizá para el que esté acostumbrado a melodías más siderales resulte chocante. No obstante, los que hayáis catado algo de Otoko Oidon (1971) seguro que reconoceréis algunos de sus tics.
La vida de gato callejero es dura, sobre todo porque los humanos la hacemos así con nuestra indiferencia y crueldad, ese sería el leitmotiv principal de Matsumoto en este tebeo. Mî-kun es una gatita afortunada, no como otros peludetes como Charles, Shirobota o Chibitora que aparecen en sus viñetas. Especialmente emotiva es la historia de Chibitora, así que preparad los pañuelos.
Mî-kun, la gatita atigrada tuvo su versión animada en 1999, dos capítulos de apenas 10 minutos cada uno que realizan una especie de mezcolanza entre varios cuentos del manga. Os los dejo por aquí ya que por su escasa duración merecen un vistazo. No tienen la mejor calidad del mundo, pero resultan dignos.
Miyako Maki y Leiji Matsumoto tuvieron más gatos, por supuesto, a los que llamaron a todos Mî. Creo que en estos momentos iban ya por la cuarta generación. Pero Mî-kun the first siempre fue especial para él, como bien dejó plasmado en estos relatos. El slice of life no era un género extraño para Matsumoto, además, y en Torajima no Miime volcó mucha de su sabiduría para concebir una Mî-kun mágica que se mueve entre dos mundos, el humano y el felino, repartiendo alegría con su mera presencia.
Y, todo hay que decirlo, Matsumoto ya había hecho aparecer a Mî con anterioridad en la mítica serie Space Battleship Yamato (1974), y luego volvería a hacer acto de presencia en su imprescindible Galaxy Empress 999 (1977/1978) o en Fire Force DNA 999.9 (1994/1998). Quizás sin acreditar también, haciendo discretos cameos, en otras tantas obras suyas. Mî-kun siempre estuvo en el corazón de Leiji ❤




¿Recomiendo Mî-kun, la gatita atigrada? ¡Pero qué clase de pregunta es esa, leñes! ¡Es Leiji Matsumoto escribiendo sobre su gatita! ¡PUES CLARO! Eso sí, los espíritus sensibles lo pasarán mal. Son historias hermosas, reflexivas pero muy tristes. Sobre todo para aquellos que sentimos afinidad hacia los animales, hay momentos de nudo goooordo gordo en el gaznate. Sin embargo, me parece la manera más bonita que pudo idear Matsumoto de honrar a Mî-kun, de hacerla pasar a la posteridad. Espero de todo corazón que se hayan encontrado en el cielo, y estén sobrevolando juntos millones de galaxias entre ronroneos, risas y polvo de estrellas.
Buenos días, buenas tardes, buenas noches.