Shôjo en primavera

Shôjo en primavera: Mî-kun, la gatita atigrada de Leiji Matsumoto

Como ya bien sabréis, el pasado 13 de febrero el grandioso Leiji Matsumoto nos dejó a los 85 años. Sin este caballero la ciencia-ficción en Japón no habría sido la misma. Hablar de él es como intentar hacerlo sobre Osamu Tezuka, son figuras tan trascendentales en la historia del tebeo nipón que es complicado empezar por algún sitio, han sido personas a nivel cultural inmensas. Y, por descontado, ya se ha dicho de ellas casi todo lo que merece la pena saber. Así que hace unos días decidí ofrecerle mi pequeño vasallaje, pero a la particular manera amorfa de SOnC. claro. Que desde luego no iba a poder abarcar toda su grandeza ni tampoco iba a añadir ninguna novedad.

Teniendo a la vuelta de la esquina marzo y la sección Shôjo en primavera, me pareció una buena forma de escribir sobre Matsumoto; la cuestión es que, a pesar de que fue, efectivamente, uno de los pioneros de la demografía y comenzó su carrera dibujándola, no conseguí encontrar ninguna de sus obras iniciales para poder leerlas y comentarlas. Nada de Gin no Tani no Maria (1958), que fue reeditado por Tezuka en 1979, Hoshi yo Kienaide (1958), Natasha (1968), Gin no Kinoko (1961) o el recopilatorio de sus shôjos tempranos Kareinaru Shôjo Manga (1980) publicado por Kôbunsha. Nada de nada. De todas las formas, toparse con un manga para chicas de esa época puede considerarse un milagro del tipo las Apariciones de Lourdes. Vamos, que o te vas a vivir a Japón para escarbar entre material o en Occidente no arañas gran cosa.

Por lo que mi gozo parecía estar ya naufragando en un pozo, hasta que recordé el amor de Leiji Matsumoto por los gatos. ¿De dónde venía todo eso? Algo me quería sonar y, ¡equilicuá!, hallé un shôjo de los 70 del sensei. No se puede considerar una obra temprana suya, pero como manga ya añejo, me iba a servir de sobra como homenaje en la sección. Y aquí está: Torajima no Miime (1978) o Mî-kun, la gatita atigrada. Un solo tankôbon de 9 capítulos dedicados a su gatita Mî.

Pasé mi juventud con Mî-kun. Durante 14 años, ambos Mî-kun y yo fuimos jóvenes y corrimos por los tejados.

Y ahora, mientras estoy sentado en la misma mesa de dibujo bosquejando manga, Mî-kun ya no está conmigo. La Mî-kun que siempre se sentaba sobre mi radio-cassette observándome dibujar manga ya no está conmigo. Esa Mî-kun permanece solo en mi manga.

Juntos con los recuerdos en mi corazón, vamos a dedicarle este libro a Mî-kun.

Con este prólogo conmovedor Matsumoto nos presentaba su obra. Mî-kun falleció un 10 de noviembre de 1974. Cualquiera que haya tenido familia peluda sabe lo que se la quiere y el dolor que se siente cuando la perdemos. Y este pequeño manga está lleno del amor y la desdicha que sintió Matsumoto por su amiga Mî-kun. A poco que seáis sensibles Torajima no Miime os espachurrará el kokoro. Y ahí la tenéis, en las fotos de la derecha, junto a su esclavo humano. Matsumoto hizo inmortal a su amada gatita a través de su tebeo, la hizo eterna; de igual manera que a nosotros nos ha quedado todo su trabajo para que siempre lo recordemos y admiremos. Incluso a través de este humilde tebeo sobre su vida hogareña.

Como ya imaginaréis, no era la primera vez que Leiji Matsumoto dibujaba animalitos. En sus comienzos como dibujante, cuando se casó con la diosa Miyako Maki que también se dedicaba al shôjo, trabajó junto a ella creando tebeos y, como a él se le daba bien pintar bichitos monos, le quedó ya una especie de hábito. Matsumoto lo que quería en realidad era crear mangas de ciencia ficción, pero también resultaba importante poder llenar el estómago y pagar las facturas. Por lo que era el turno de los perritos, gatos y cuentos para niñas. Todo llegaría, por supuesto, la publicación de Sexaroid (1968) con su ya nombre artístico definitivo (hasta entonces había sido Akira Matsumoto), iba a cambiar mucho las cosas.

Sin embargo, cuando Matsumoto creó Mî-kun, la gatita atigrada, ya poseía cierto estatus, no fue un compromiso nutricional, sino un acto de amor. En este manga nos muestra retazos de su propia vida cotidiana en compañía de Mî-kun; pequeñas historias donde se involucran los gatitos vecinos de Mi-kun, algunos callejeros, otros con su hogar. También cómo llegó Mî-kun a Matsumoto y su familia, cómo su hija Atsuko sentía un cariño especial por ella, pues se conocieron siendo ambas casi recién nacidas, etc.

Son relatos chicos con mucho humor, ternura y también gran dureza que se van desgranando a lo largo de 9 episodios. Son muy sencillos, y ahí radica su encanto; Matsumoto expresa todo su afecto por Mî-kun en ellos. Se trata de una gatita con nombre masculino, ¿y por qué? Pues porque al ser atigrada, puede pasar por un machito también. Esa es la explicación del autor, además de que es ella misma la que escoge su propio nombre, Mî. Y, como no podía ser de otra forma, la única persona en la casa que entiende el idioma felino de Mî es Matsumoto. Entre ellos existe una comunicación especial que nadie más comparte.

Y donde hay amor verdadero, también hay sufrimiento auténtico, es algo que a los japoneses les encanta recalcar. Esa mezcla de sentimientos que equilibra los unos a los otros, pero que siempre realza un final lánguido con pinceladas de tragedia. Pero no hay tragedia en realidad en Torajima no Miime, solo el inexorable transcurso de la vida; aunque sí hallamos melancolía y mucha, mucha nostalgia. Tiene un poco de Soy un gato de Sôseki en algunos aspectos, pero sin la ácida crítica social porque, recordemos, este manga no deja de ser un shôjo cuyo objetivo es rendir honores a la gatita Mî.

El arte de Matsumoto en Torajima no Miime es puro bizcocho de mantequilla. Nada del otro mundo, con los clásicos recursos cómicos y bufonadas aparatosas cuando así se requiere, y que también sirven para suavizar momentos bastante más arduos. Es totalmente reconocible en su estilo, pero quizá para el que esté acostumbrado a melodías más siderales resulte chocante. No obstante, los que hayáis catado algo de Otoko Oidon (1971) seguro que reconoceréis algunos de sus tics.

La vida de gato callejero es dura, sobre todo porque los humanos la hacemos así con nuestra indiferencia y crueldad, ese sería el leitmotiv principal de Matsumoto en este tebeo. Mî-kun es una gatita afortunada, no como otros peludetes como Charles, Shirobota o Chibitora que aparecen en sus viñetas. Especialmente emotiva es la historia de Chibitora, así que preparad los pañuelos.

Mî-kun, la gatita atigrada tuvo su versión animada en 1999, dos capítulos de apenas 10 minutos cada uno que realizan una especie de mezcolanza entre varios cuentos del manga. Os los dejo por aquí ya que por su escasa duración merecen un vistazo. No tienen la mejor calidad del mundo, pero resultan dignos.

Miyako Maki y Leiji Matsumoto tuvieron más gatos, por supuesto, a los que llamaron a todos Mî. Creo que en estos momentos iban ya por la cuarta generación. Pero Mî-kun the first siempre fue especial para él, como bien dejó plasmado en estos relatos. El slice of life no era un género extraño para Matsumoto, además, y en Torajima no Miime volcó mucha de su sabiduría para concebir una Mî-kun mágica que se mueve entre dos mundos, el humano y el felino, repartiendo alegría con su mera presencia.

Y, todo hay que decirlo, Matsumoto ya había hecho aparecer a Mî con anterioridad en la mítica serie Space Battleship Yamato (1974), y luego volvería a hacer acto de presencia en su imprescindible Galaxy Empress 999 (1977/1978) o en Fire Force DNA 999.9 (1994/1998). Quizás sin acreditar también, haciendo discretos cameos, en otras tantas obras suyas. Mî-kun siempre estuvo en el corazón de Leiji ❤

¿Recomiendo Mî-kun, la gatita atigrada? ¡Pero qué clase de pregunta es esa, leñes! ¡Es Leiji Matsumoto escribiendo sobre su gatita! ¡PUES CLARO! Eso sí, los espíritus sensibles lo pasarán mal. Son historias hermosas, reflexivas pero muy tristes. Sobre todo para aquellos que sentimos afinidad hacia los animales, hay momentos de nudo goooordo gordo en el gaznate. Sin embargo, me parece la manera más bonita que pudo idear Matsumoto de honrar a Mî-kun, de hacerla pasar a la posteridad. Espero de todo corazón que se hayan encontrado en el cielo, y estén sobrevolando juntos millones de galaxias entre ronroneos, risas y polvo de estrellas.

Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

cómic occidental

¡Yo no soy Starfire!

Mi existencia parece un telefilme chungo de esos donde solo suceden dramones familiares, me gustaría que la racha se detuviera un ratico, porque estoy ya hasta el toto de hospitales y movidas médicas. Me gustaría recuperar una miaja de mi vida, y poder hacer algo más que joderme la espalda durmiendo en butacas de mierda o perseguir a los de radiología para que dejen de ignorar el volante que les han bajado hace una semana. Sería un detalle que la providencia, Lucifer, Odín, Avalokitesvara o lo que sea que esté al mando (si es que hay algo por ahí, porque lo dudo) se olvidara de mi culo una temporada.

Sí, necesito desahogarme.

Y ahora que he encontrado unas horas de solaz para mí misma, pues me he puesto a leer un tebeo que creo merece una reseña en SOnC. No porque lo considere bueno o malo, sino porque es intrascendente, ligero y completamente previsible. Ah, y con dibujitos de muchos colorines que alegran la vista. Y necesito mucha alegría estos días, camaradas otacos, pero mucha.

Se trata del cómic I am not Starfire (2021), publicado por DC Ink, la apuesta juvenil de DC. Un sello editorial cuyas obras van dirigidas, como bien imaginaréis, a un público más tierno que busque introducirse en el universo de Batman, Wonder Woman, Zatanna y compañía. I am not Starfire o Yo no soy Starfire verá la luz en España gracias a ECC a finales de este mes de abril, por lo que si tras leer la entrada os interesa haceros con un ejemplar en castellano, no habrá problemas.

Sus autoras no son unas desconocidas en SOnC, sobre todo en el caso de la guionista, Mariko Tamaki, de la que ya he hablado en varias ocasiones e hice reseña de su maravilloso This One Summer (2015), que podéis leer aquí. La dibujanta es la maravillosa Yoshi Yoshitani, a la que adoro por sus radiantes joyas multicolor. Ambas son norteamericanas (canadiense y estadounidense respectivamente) de origen japonés, y no son novatas en estas lides. De hecho, Tamaki ya lleva a sus espaldas dos Eisner, y ambas son bastante respetadas en su trabajo.

Y juntas realizaron este proyecto que, por otro lado, levantó ciclópeos tsunamis de odio, furia y abominación sin motivo real para tamaña inquina. La bilis segregada por las hordas de ultraofendidos y demás criaturas rabiosas fue bestial, solo como en estos tiempos de hipercomunicación y polarización se puede excretar. Resultó bastante ridículo, y movería a risa si no fuese también aterrador. No sé cómo se encuentra actualmente el debate sobre Yo no soy Starfire ni me interesa demasiado, pero la mayor parte de las críticas iniciales no destilaban más que veneno ad hominem, misoginia, homofobia y otros prodigios neuronales en la línea antiprogre. Con poca sensatez me he topado, la verdad. Así que, como bien comprenderéis, tenía que meterme en este berenjenal y sacar mis propias conclusiones.

Me gusta mucho Tamaki, soy lectora de cómics de superhéroes desde hace décadas (no solo de manga vive este cuerpo serrano, amiguis) y como fan de los Jóvenes Titanes de Marv Wolfman y mi muy querido George Pérez, no podía dejar escapar esta lectura. Por lo que, en cuanto he podido, la he devorado. Y sabiendo lo que es y a qué demografía va dirigida, tengo listo mi veredicto. Sin necesidad de forzar ni hígado ni vesícula biliar, por cierto.

Yo no soy Starfire parte de una premisa muy simple: nuestra idolatrada diosa tamareana, la princesa Koriand’r, tuvo una hija hace 17 años. Una preciosa niñita que se ha convertido en la típica adolescente rebeldona y majadera, que vive a la sombra de una madre superheroína, superpoderosa, supersimpática, superhermosa y que luce miniropa. Y ella es gordita, pecosa, se tiñe el pelo de negro, viste con ropajes oscuros y es una borde.

Para los que andéis un poco despistados, Koriand’r es Starfire, miembro del grupo de superhéroes Jóvenes Titanes, la cual apareció por primera vez en noviembre de 1980 en la colección de Los Nuevos Jóvenes Titanes, creada por Wolfman y Pérez. No quiero liar más la cosa, pero Starfire es un personaje muy estimado por los fans tanto por su chispeante y optimista personalidad como por su gran energía y belleza. Servidora también la aprecia mucho, aunque mi favorita de los Titanes siempre será por los siglos de los siglos Raven.

No es la primera vez que le adjudican hijos a Starfire, en universos alternativos andan por ahí realizando heroicidades Nightstar y Jake Grayson, vástagos de su relación con Nightwing, líder del grupo. Pero Mandy, el retoño de Yo no soy Starfire, es diferente. No sabemos quién es su papá, tampoco se dedica a salvar el mundo y resulta gruñona y repelente. Mandy es una gotiquilla quejumbrosa que se siente incomprendida.

Y con esta base se edifica el tebeo de Yo no soy Starfire, desde el punto de vista de una adolescente desubicada entre el rutilante mundo de su madre y el aburrido de un instituto de clase media estadounidense, donde sufre acoso desde varios frentes. No es una historia de superhéroes, es el diario de Mandy, sus experiencias y crecimiento personal.

Es un tebeo fuera de continuidad, independiente, que solo narra un cuento que ya hemos leído y visto en la tele y el cine billones de veces. Vamos, que si molesta, solo se tiene que ignorar porque no aporta nada nuevo en ningún aspecto ni para bien ni para mal. De hecho, para quienes estamos curtidos en temas de shôjo escolar, reconoceremos muchas de sus características tanto en el plano artístico (flores, estrellitas, la distribución de paneles, etc) como de guion (romance no correspondido, padres casi ausentes, foco en la vida estudiantil, etc). Quizá sea ese uno de los problemas con los que el lector de cómic de superhéroes se ha encontrado, un híbrido entre shôjo y tebeo occidental. Quizá, no lo sé, aunque no comprendería que pudiese resultar un escollo tan enorme.

Mandy lucha por encontrar su propia identidad, y en los torbellinos egocéntricos de sufrimiento adolescente está acompañada por Lincoln, su mejor amigo y que cumple su papel de apoyo moral no matter what. Y luego está su amor platónico, la rubia y popular Claire, adicta a las redes sociales. Los demás son el enemigo. Bueno, no tanto, pero la fuerte postura defensiva de Mandy convierte a todo aquel que desee acercarse a ella en un ente hostil (la mayoría de las veces con razón). Incluida su madre. Sobre todo su madre.

El contraste entre Starfire y Mandy es evidente, tanto en físico como talante, y esa oposición la trabaja con ahínco nuestra protagonista. Se esfuerza por resultar odiosa. Ella no es Starfire, ser su hija resulta sofocante por las lógicas expectativas que despierta, así que decide convertirse en una decepción antes de siquiera intentar nada. ¿Os suena? Sí, hay miles de obras que plasman este tipo de desazones entre la chavalería. Y las seguirá habiendo.

Mientras leía el tebeo, me preguntaba por qué Koriand’r hallaba tantos problemas a la hora de conectar con su hija, cuando ya tuvo que lidiar con dificultades de índole similar, aunque mucho más graves, con su mejor amiga Raven. Starfire aparece difuminada, aunque con su personalidad ingenua y feliz bien marcada. También el resto de cofrades titánicos se presentan de manera anecdótica pero, recordemos, esta es la historia de Mandy, Mandy la adolescente airada y triste, donde solo su ombligo es lo que importa. ¿Es este un relato tipo madre-hija? Aunque la intención pueda ser esa, la realidad es que en ese aspecto se encuentra bastante a medio cocer, la dinámica entre ellas resulta desmañada. Y escasa.

También es curioso que nos muestren a una Mandy ajena a su herencia tamareana, Koriand’r parece que se ha concentrado en procurar a su hija una vida y educación humanas, todo lo más normal y corriente posible. Starfire quiere, como toda madre, proteger a su hija de un legado feroz y belicoso, el de su planeta natal Tamaran; no quiere que Mandy sufra lo que ella ha padecido. Pero esto traerá a su vez sus propios problemas, aunque también supondrán el catalizador de cierta nada inesperada metamorfosis.

Yo no soy Starfire es un tebeo que comienza con parsimonia y va cogiendo velocidad hasta un final que intenta alcanzar un clímax que no llega nunca, porque ya conocemos su desenlace. De sobra. No hay sorpresas, no hay emoción, aunque sí un poquito de humor. Se trata de un cómic bastante normalito, aunque para nada la bazofia que otros han querido ver en él.

No todo lo que escriba Tamaki tiene que ser Skim (2008), del que toma algunos ingredientes, o Laura Dean keeps breaking up with me (2019), esta señora también tiene derecho a realizar proyectos menos relevantes incluso vulgares, como es el caso, y no pasa absolutamente nada. Yo no soy Starfire es la calma que otorga la medianía, sin sobresaltos pero que tampoco llega a aburrir. Se nota que ha intentado caminar de puntillas sobre un terreno que muchos fanáticos consideran sagrado, y ha querido ofrecer una obrita competente y estupenda para lectores jóvenes. Aunque para mí lo mejor de este tebeo ha sido, sin duda, el arte de Yoshi Yoshitani.

Los Titanes siempre han sido una explosión de movimiento y color, y es algo que Yoshitani ha respetado a rajatabla, y que además encaja con su propio estilo también. Pero si de algo encontramos influencia clara es de las series animadas Teen Titans (2003) y Teen Titans Go! (2013), que a su vez tomaron elementos del mundo animanga (no en vano estaba Glen Murakami detrás de los dos proyectos). Hay mucho de su desenfado y agilidad en Yo no soy Starfire, así como de su paleta eléctrica y vivaz.

Pero Yo no soy Starfire no es un tebeo de superhéroes, de ahí que las viñetas sean más estáticas y se centren en la narración de los sentimientos y decisiones de Mandy, no en cazar villanos a través del espacio. Quien busque eso no lo va a encontrar, ¿puede ser esa otra de las razones por las que haya decepcionado tanto a algunos este cómic? No lo sé, pero ni los avances que se hicieron del tebeo ni las ilustraciones previas daban a entender algo diferente de lo que es, no hubo engaño.

¿Recomiendo Yo no soy Starfire? Es una lectura amena aunque predecible, agradable pero con una protagonista, Mandy, en una etapa de la adolescencia complicada, por lo que puede ser difícil empatizar con ella. No fue mi caso, yo también fui una zagala gilipollas y malencarada allá por el Paleolítico superior, qué tiempos.

No es una obra maestra ni tampoco el mojón diarreico que otros se empeñan en señalar, es solo la historia de la típica mozeta desorientada que encima tiene la mala suerte de tener una familia famosa e hijoputesca. ¿Merece la pena? En mi opinión es una curiosidad que gustará a los seguidores de Tamaki, donde encontrarán reverberaciones de otros trabajos suyos; y teniendo en cuenta su público objetivo, no está nada mal.

Para los que conozcan el universo clásico de DC, les va a ofrecer otra perspectiva, completamente inofensiva y algo insípida, todo hay que decirlo, pero también con su punto de diversión y malicia. Nada del otro mundo, pero Yo no soy Starfire es un cómic bien ejecutado y chuli, lo que no se puede decir de la gran mayoría de tebeos que pululan actualmente por las librerías.

Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

manga

El hombre motosierra

«¿Qué manganimes están petándolo ahora mismo?»

Esa fue la pregunta que me hice después de aterrizar en el blog. Quería ponerme un poco al día, así que husmeando como auténtico Perdiguero de Burgos, me tropecé una y otra vez, una y otra vez, UNA Y OTRA VEZ con este tebeo: Chainsaw Man de Tatsuki Fujimoto. Así, de buenas a primeras, me pareció la típica becerrada shônen para adolescentes con el cerebro hiperhormonado tan espeso como un botillo berciano. Vamos, el típico hype que se esbafa como la gaseosa. Pero no, no ha sido el caso.

Y es que, lo primero que me viene a la cabeza cuando oigo la palabra «motosierra» es la imagen de mi padre con su vieja husqvarna cortando leña. Cosas de pueblo, qué le vamos a hacer, soy rural. Así que por una cuestión completamente personal y aleatoria, este tebeo contaba con mis simpatías, además de que la portada del primer número me pareció tan Sienkiewicz que la tentación era demasiado fuerte para dejarlo pasar. Por lo que me sumergí en su lectura.

Sé que hace nada ha terminado de emitirse el anime de este tebeo, además en manos de MAPPA, estudio que a mi compi Treintañera Pauutopía le gusta mucho como podéis leer aquí; pero no lo he visto ni tengo intenciones de hacerlo de momento, por lo que esta reseña amorfa se centrará en el manga. No he leído tampoco nada del autor, Tatsuki Fujimoto, de modo que carezco de referencias (parece que Fire Punch pegó tan fuerte como para que Norma lo publicara en España), así que no podrá ser tan completa como me gustaría, y se basará en impresiones puras y duras venidas de lo más hondo de mis tripas. Para empezar, hay una auténtica locura desatada con este manga, tiene detractores destructivos y fanáticos fervorosos, un poco como si se tratase de la Virgen del Pilar el asunto, poco término medio. Y ese tipo de polarizaciones siempre llaman mi atención.

Chainsaw Man comenzó a publicarse en diciembre de 2018 y, a pesar de un hiato que finalizó una primera etapa argumental, sigue en curso desde este verano en la Weekly Shônen Jump. Ha sido premiado en un porrón de ocasiones, y en España es Norma Editorial la que ha apostado por este el segundo megahit de Tatsuki Fujimoto. Por ahora van 12+1 tomos con traducción de Judit Moreno.

El mangaka nos introduce en una tierra alternativa donde la Unión Soviética, por ejemplo, continúa al pie del cañón; un mundo parecido al nuestro pero, a la vez, muy diferente, sobre todo porque está infestado de demonios. Demonios del Infierno. Estos demonios viven y se nutren principalmente de los miedos de la humanidad. Pueden tomar formas estrambóticas de los terrores humanos, véase cuchillos, lobos, tiburones, pistolas, bombas y sí, motosierras. Y cuanto más miedo generen esas formas, más poderosos son los demonios que las poseen. Estos demonios también pueden realizar pactos con humanos: a cambio de lo que solicite el demonio, el humano obtiene ciertos poderes y habilidades. Es importante recalcar que los demonios pueden morir, pero son en realidad casi inmortales. Si se consigue aniquilarlos, descienden al Infierno regresando al poco tiempo de nuevo a la tierra.

Hay demonios amistosos, hay demonios antipáticos, hay demonios aburridos y hay demonios cabrones, muy cabrones. De ellos se hace cargo en Japón el Departamento de Cazadores de demonios, con trabajadores especialmente formados para mantener la seguridad, el orden y… exterminar. ¿Por qué están los demonios en la tierra? Buena pregunta. Surgen muchos interrogantes respecto a la construcción del mundo de Chainsaw Man, y no son respondidos demasiado bien. De momento. Se trata de un manga abierto, quizá más adelante Fujimoto-sensei desvele algunas incógnitas.

La historia comienza con Denji, un adolescente que lleva una vida miserable, ni siquiera ha ido al colegio. Tras la muerte de su padre, hereda sus deudas con la yakuza, que lo explota haciéndole cazar y matar demonios. Con una existencia así de triste, cualquiera habría podido comprender que deseara tirarse por un puente, pero Denji es un muchacho optimista, bastante inconsciente e infantil; su día a día se hace más soportable gracias a la compañía de su fiel perro-demonio Pochita. Sus aspiraciones y sueños son muy básicos: comer hamburguesas, salir con chicas, videojuegos… propios de su edad pero de los que no ha podido disfrutar todavía en su corta existencia.

Sin embargo, la yakuza sigue siendo yakuza, y Denji se está convirtiendo en un estorbo, así que deciden matarlo. Ya sus restos desperdigados en la basura entre los de su perrito Pochita, este con su último aliento elige darle su corazón a cambio de sus sueños, y así logra revivirlo. Pero Denji no retorna igual, sino convertido en el hombre motosierra: Chainsaw Man, una poderosa máquina de matar.

Un engendro como él no puede campar a sus anchas y sin control por el país, de modo que el Departamento de Cazadores de demonios pronto lo localiza y Makima, la jefaza de mirada turbia, le ofrece dos alternativas: morir o ser su mascota, trabajar para ella. La elección es clara, Denji no duda en demasía. Y a partir de entonces, comenzará a cimentar lo que será su familia con miembros del Departamento, compañeros con bastantes problemas mentales y caracteres difíciles. Así conocerá a la borrachuza de Himeno, la insoportable de Power o el estirado de Hayakawa (mi predilecto) entre otros. Por supuesto, será un devoto admirador de Makima y, poco a poco (muy poco a poco) irá madurando. Trabajando en la caza y erradicación de demonios descubrirá mucho de sí mismo y el mundo. No obstante, el personaje es un completo anormal, el gran tarado entre tarados, y esa personalidad suya de una puerilidad hiperbólica se revelará al final como su salvación.

Chainsaw Man es un manga pleno de fanfarronadas que nos recuerdan que estamos ante una comedia negra que se autoparodia a sí misma. Cliché sobre cliché sobre cliché para formar un everest de disparates que solo pueden conducir a la hilaridad o al hastío. En mi caso no pude parar de reír. Si el título, el género y el protagonista nos remiten de manera obligatoria a The Texas Chain Saw Massacre (1974), conforme se va leyendo el tebeo el asunto vira más hacia los patanes de Jackyl y sus solos de motosierra en The Lumberjack. Y para que comprendáis en toda su dimensión los abismos de demencia que se alcanzaron en los 90, os dejo por aquí el vídeo musical de la alhaja en cuestión, donde siembran el terror entre sillas y mesas.

No me estoy burlando de Chainsaw Man, conste en acta. Jackyl son unos gañanes sureños entrañables, y creo que algo similar me hace sentir este manga. Se le coge cariño. Y es que este tebeo tiene mucho de estadounidense, no obstante. Toda esa glorificación de la violencia y aire jactancioso de los personajes recuerda mucho al cine de Tarantino, de hecho Reservoir Dogs (1992) o Kill Bill (2003-2004) es una fuente de inspiración muy clara que, a su vez, se nutre de otras obras japonesas como Branded to kill (1967) o Battle Royale (2000).

En realidad todo esto nos dice que Chainsaw Man es una obra de lenguaje visual muy cinematográfico, tanto en su dinámica como en su arte. Las escenas de acción, abundantes y sangrientas, hierven de vigor; el movimiento de viñeta a viñeta casi emula fotogramas, los borrones de desplazamiento son energía cinética pura. Y, como se percibía en la portada del primer número, el diseño del protagonista es 100% Sienkiewicz, aunque su influencia se deja notar también en el resto del manga.

El elenco de personajes es variopinto y abundante, van desfilando como soldados pero con un temperamento definido que invoca arquetipos y características ya bien conocidos por los seguidores de la demografía. Es fácil simpatizar con algunos, sobre todo si tardan en morir; y si ya toman su inspiración en Hellblazer, como es el caso de Kishibe, pues a gozarla. Que tiene bastantes cosillas de Constantine también Chainsaw Man, por si se me había olvidado comentarlo.

Las figuras femeninas fuertes y dominantes están dotadas de una potente carga sexual (qué novedad) que dirigen sus pertrechos casi en exclusiva al protagonista el cual, como buen adolescente, está más salido que el pico de una plancha. Recuerden, esto es un shônen que se recrea en sus tópicos más burdos para estirarlos hasta su tensión máxima de elasticidad, soltarlos y que arreen de pleno en la cara.

Pero Chainsaw Man, entre carcajadas de descuartizamientos, trata temas muy oscuros y aberrantes, y no solo porque pululen demonios por doquier. Hay abuso infantil, pedofilia, manipulación psicológica y un largo etcétera de traumas y barbaridades que asoman su hocico con el disfraz de shônen disparatado. Su epidermis de grueso bizarrismo, que se revuelca con placer en el cieno de lo grotesco y lo surrealista, oculta en realidad un monstruito rebosante de melancolía y nostalgia, quién lo iba a decir. Aunque pueda pasar desapercibido si no se presta atención.

¿Recomiendo Chainsaw Man? Pues… no sé. Yo me he divertido bastante leyéndolo, no considero para nada que sea mal tebeo, pero tampoco me ha impresionado. Me gustan sus vueltas de tuerca, la sangre a borbotones y el humor negro; disfruto con los guiones enloquecidos y ese beso-vómito tiene ya un lugar especial en mi kokoro. Sin embargo, a pesar de su desparpajo y velocidad impetuosa, es una melodía que ya he oído en otras ocasiones, haciendo que el impacto sea menor. Y es un trabajo que depende mucho de eso, de su efectismo, ya que la arquitectura de su universo resulta algo confusa, desdibujada, y se echa de menos más profundidad en la perspectiva, más detalles que brinden verosimilitud y no solo una excusa para crujir a hostias. Por mi parte, me planto en el capítulo 97 y no proseguiré más. Me quedo como estoy.

Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

Tránsitos

Tránsito XVI: Shuga Shuga Rūn!

Continuamos con los Tránsitos, esta vez con una obra que se aleja del aire siniestro clasicote de estas fechas, y que nos acerca a su faceta más amable e inofensiva. Porque Halloween también es eso, todo hay que decirlo, una fiesta donde lo macabro se ha convertido en un mero recurso estético. ¡La domesticación del horror, el miedo y la muerte! Y encima dirigido al público infantil. Porque eso es Sugar Sugar Rune, uno de los mahô shôjo, herederos directos de la titánide Sailor Moon, más destacables de la primera década de los dosmiles. Así que cerramos Samhain con una obrita entrañable, divertida y sin pretensiones, que usa la fantasía oscura como un adorno de pastelería. Y con buen resultado.

Sugar Sugar Rune es un manga original creado por, ¡tachán, tachán! nada más y nada menos que Moyoco Anno. ¡Cómo! ¿Qué no sabes quién es? ¡Pero si hasta hay un asteroide que lleva su nombre! A poco que seas un otaco espabilado, es difícil que no hayas oído hablar de ella. Es una de las reinas indiscutibles del josei, discípula de mi amada Kyôko Okazaki, y puedes leer una reseña que escribí sobre su estupendo Gorda (1997) aquí. Sin embargo, Sugar² Rune es harina de otro costal. ¿Un manga de chicas mágicas escrito por la deslenguada de Anno? Eso es toda una curiosidad. O debería al menos serlo.

Se trata de una obra que tuvo un éxito fulminante, incluso ganó el Kodansha al mejor shôjo en 2005. Es un clásico ya. Consta de 46 capítulos distribuidos en 8 tankôbon, que fueron publicados entre 2003 y 2007 en Nakayoshi. Esta publicación ha editado nimiedades como Princess Knight (reseña aquí), Candy Candy, Bishôjo Senshi Sailor Moon o Cardcaptor Sakura, y es irrebatible que Sugar² Rune le debe muchísimo, por ejemplo, a los dos últimos mentados. No obstante, hay que tener en cuenta que el público objetivo de Nakayoshi es el femenino entre los 8 y los 14 años, y eso Moyoco Anno lo siguió a rajatabla. Sugar² Rune es un trabajo esencialmente infantil.

Pero, ¡oh, se me ha olvidado comentarlo! En realidad esta reseña no está dedicada al manga, sino al anime. Fue Pierrot el que se hizo cargo del proyecto, que consistió en 51 capítulos emitidos entre 2005 y 2006. Aunque esto no es un Manga vs. Anime, os adelanto que el tebeo está bastante mejor. Y eso que la serie animada no desmerece, pero el final es diferente y no profundiza tanto en las relaciones personales y los personajes secundarios. Sin embargo, el anime también tiene sus encantos particulares, por no hablar de que Anno asesoró en todo momento al equipo que lo estaba sacando adelante. Ahí estuvo Noriko Kobayashi (Slayers, Naruto, Gintama…) a la producción,  Reiko Yoshida (Violet Evergarden, Blood +, Koe no Katachi…) al guion y, ¡la música de Yasuharu Konishi! Miembro fundador de mis añorados Pizzicato Five, se hizo cargo de forma genial de la banda sonora. Los ops y ends también fueron compuestos por Konishi, y contaron con las letras de la propia Moyoco Anno. ¡Una maravilla, camaradas otacos! (Escuchar aquí)

Sugar² Rune narra la historia de dos jóvenes brujas, Chocolat Meilleure y Vanilla Mieux, que son enviadas desde el Mundo Mágico a la Tierra para recolectar corazones humanos. Ellas son las candidatas de su generación para ser elegidas Reina de la Magia, título que ostenta en esos momentos la madre de Vanilla, Queen Candy. Ellas son grandes amigas desde la infancia, se quieren mucho, aunque no pueden tener caracteres más dispares. Chocolat es una genki girl de manual, y Vanilla tímida y sumisa. Su misión es conseguir recoger el máximo número de corazones y superar las diferentes pruebas que les irán preparando, para ello las envían a un prestigioso colegio privado bajo la tutela del brujo Rockin’ Robin, que es un famosísimo idol también. Solo una podrá llegar a ser Reina, aunque la competencia entre ellas no es demasiado fiera debido a su profunda amistad.

Sin embargo, en el colegio se presiente una disonancia. El presidente del consejo de estudiantes, Pierre Tempête de Neige, muchacho de gran popularidad y con un club de fans femenino bastante hostil llamado «The Members», va extendiendo una red de sombras para acorralar lentamente a Chocolat. ¿Quién es ese altanero joven? ¿Qué quiere de nuestra heroína? Ella tiene sospechas, pero no puede evitar sentirse también atraída por su aura glacial y melancólica.

Por supuesto, Vanilla y Chocolat tendrán de fieles compañeros a sus dos espíritus familiares, la ratita Blanca y la rana Duke, para más adelante unírseles dos amigos del Mundo Mágico como caballeros protectores, los gemelos Saule y Houx. Este equipo y Rockin’ Robin, al que se acoplará de vez en cuando la insoportable Waffle (en la onda Chibiusa), formarán un entorno familiar bastante disfuncional, donde la comedia loca campará a sus anchas. El elenco de la escuela también estará conformado por personajes algo especialitos, llamando la atención sobre todo el magufo Akira Mikado, obsesionado con la ovnilogía y convencido de que Chocolat y Vanilla son alienígenas procedentes del espacio exterior.

La misión primordial de las niñas, cosechar corazones, no parece en principio complicado. Chocolat y Vanilla deberán encargarse de suscitar emociones positivas entre los humanos; cuanto más intenso sea ese sentimiento, más valor tendrá. Los corazones menos meritorios son los de color ámbar, producto de la sorpresa; los naranjas representan la atracción, los verdes la amistad, los violetas la pasión erótica, los azules un profundo respeto, los rosas un amor puro y platónico y, finalmente, los rojos el amor total. ¿Hay más colores? Sí, pero contaros sobre ellos estropearía la diversión.

Por supuesto, existen límites. El corazón humano es capaz de engendrar multitud de sentimientos y emociones (corazones en la serie) y es capaz de regenerarse, pero requiere de un tiempo mínimo de recuperación. Y otro tema importante es que las brujas y brujos solo tienen un corazón, y no pueden entregarlo a nadie si no quieren perder su alma y morir. La única excepción a esta regla es cuando se enamoran y son correspondidos, entonces pueden intercambiar su corazón con la persona amada, que tiene que ser forzosamente del Mundo Mágico.

Moyoco Anno creó una arquitectura algo tambaleante, pero lo suficiente firme para crear un universo sencillo sin grandes aspiraciones. Quizá radique ahí uno de sus atractivos, la falta total de pretensiones, y que se enfoque simplemente en el entretenimiento. No hay grandes reflexiones trascendentales, aunque sí cavila de manera tangencial sobre otros temas como la amistad, la disputa del poder o el papel de la mujer en la sociedad japonesa.

Los dos personajes principales, por ejemplo, representan el ideal de mujer japonés (Vanilla), y el estereotipo de la mujer occidental (Chocolat). Chocolat en el Mundo Mágico es popular con su talante directo y honesto, dueña de sus decisiones y con iniciativa, rebelde, de voluntad férrea y terca. Sin embargo, en el mundo humano su actitud y forma de ser no son aceptables, producen miedo, lo que hace su tarea de conseguir corazones muy difícil. Vanilla, poco admirada en el Mundo Mágico, se torna una triunfadora en Japón. La inseguridad, pasividad y tendencia a la humildad hacen de ella una mujer deseable por sus modales suaves y sentido de la obediencia. Una chica kawaii. De manera espontánea le llueven corazones. Chocolat, por otro lado, tiene que esforzarse muchísimo por lograr cada uno de sus corazones, la mayoría de las veces siguiendo planes absurdos que le hacen olvidar su objetivo inicial. Aunque aprende lecciones sobre el corazón humano muy provechosas, aprende a respetarlo.

Por supuesto, sus espíritus familiares representan el lado oscuro de sus personalidades: la inconsciencia y la desidia en el caso de Duke, la rana de Chocolat; y la malicia y la envidia de «mosquita muerta» en el caso de Blanca, la ratita de Vanilla. Y, a pesar de estas enormes diferencias, la relación entre Chocolat y Vanilla es saludable, de amistad verdadera. La tradicional competición que surge por acaparar la atención masculina no provoca en ellas ni rencillas ni celos. Ellas son más importantes que el conseguir gustar a un chico.

Hasta más o menos la mitad de la serie, los episodios de Sugar Sugar Rune son autoconclusivos y se limitan a contextualizar e ir presentando personajes. Me habría encantado que hubieran profundizado más en las relaciones interpersonales de algunos secundarios, porque quedan varios cabos sueltos y preguntas sin resolver; no obstante, la perspectiva general del panorama que nos proponen es coherente. Poco a poco, en capítulos en los que parece que no sucede nada, vamos presenciando el crecimiento personal de Vanilla y, sobre todo, Chocolat. Su evolución, cómo van madurando, y todo bajo un tono cómico muy accesible. Es casi imposible no coger cariño a este anime, rezuma dulzura.

Sin embargo, en su segunda mitad los acontecimientos comienzan a precipitarse; una oscuridad densa y muy real hace acto de presencia, ya no solo se presagia, está ahí. Y esa subtrama deshilachada que apenas asomaba el hocico de los primeros capítulos se convierte en el argumento principal. Sugar² Rune arranca con parsimonia, no le importa que la otaquería se impaciente a la espera de una urdimbre más espesa. Esta serie sigue su propio ritmo, y su objetivo es solo divertir. Nada más (y nada menos). ¿Que para eso recurre a capítulos de relleno? Pues sí, ¡y no pocos!

Sugar² Rune es un mahô shôjo inmaculado, con las características del shôjo más clásico a flor de piel: escuela-internado de clase alta, elementos occidentales por doquier, interés romántico inicialmente rechazado, orientación al mundo de los sentimientos, etc. Realiza homenajes a clásicos de la demografía con descaro, incluso llega a caer en la autoparodia con su exceso de flores al viento y estrellitas, pero es que uno de los puntos fuertes de la serie también es la comedia. En 51 episodios le da tiempo de repasar y tocar muchos aspectos del shôjo, aunque desde una perspectiva conservadora. Sugar² Rune no arriesga, pero tampoco le hace falta.

Sugar Sugar Rune es una serie para ver sin prisas, para degustar con tranquilidad  y disfrutar de su carencia de presunción. Al fin y al cabo, se trata de una obra para un público muy joven; y aunque se vislumbran boquetes argumentales del tamaño de Júpiter (dan miedo), se disculpan hasta cierto punto ya que no está en la naturaleza de este anime seguir la estela de Shôjo Kakumei Utena precisamente. ¿Lo recomiendo? Sí, claro, pero no hay que pedirle peras al olmo. Y, ¡ay, es tan tierno! Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

P.D.: La animación en sí es regulera, pero aceptable. No ofende, y la adaptación de los diseños de Moyoco Anno es honrada, con esas enormes cabezas y piernas kilométricas de delgadez extrema. El manga es más bonito, claro, muuuuucho más bonito.

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Carpe Diem: Mariko a los 80 años

¡Por fin, por fin he podido hincarle os catirons (aunque sea de forma leve) a este manga! Desde que ganó el Kôdansha este 2018 he estado rogando por que algún alma generosa lo tradujera y, ¡ya está aquí! Quería esperar un poquillo hasta que se acumularan unos cuantos episodios, pero la impaciencia ha podido conmigo, y solo he aguardado hasta el capítulo cinco. Lo que no me va a impedir escribirle toda una señora reseña, qué carajo.

Sanju Mariko o Mariko a los 80 años es un manga que lleva publicándose desde 2016 en Be-Love y que, hasta donde sé, ha alcanzado 8 tankôbon. Y los que caigan, porque es una obra que sigue abierta. Pero no es un tebeo cualquiera, nanay. Se trata de un josei muy, muy especial; un slice of life que huele a clásico contemporáneo desde el primer capítulo. De momento tenemos que conformarnos con los socorridos scanlations (afortunadamente llevan buen ritmo hasta ahora), pero deseo, espero y confío que pronto alguna editorial occidental se atreva a publicarlo. Ojalá.

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Yuki Ozawa posa orgullosa con el primer volumen de su tebeo «Sanju Mariko»

No había leído hasta ahora nada de Yuki Ozawa, sabía de la existencia de su Atokata no Machi (2013), pero no había podido catar ninguna obra suya todavía. Y la verdad es que ha sido un comienzo bastante prometedor, ¡sangre nueva en el josei!, y eso siempre se agradece siendo una demografía tradicionalmente tan maltrecha. Que aparezcan encima trabajos de esta traza son un soplo de aire fresco. ¿Novedades en el slice of life? Pues sí, porque Sanju Mariko cuenta la historia de una viuda de ochenta años, nada más y nada menos. Adiós a los sempiternos adolescentes con sus repetitivos problemas, sayonara a las mujeres jóvenes (y mentalidad de adolescente) que sufren por no encontrar marido,  ¡konnichiwa, mujeres adultas (pero de verdad)!

Mariko es una escritora con cierto renombre y todavía en activo, que vive bajo el mismo techo que la familia de sus hijos y nietos. Es ya bisabuela, y su biznieto ha intentado asfixiarla con una bolsa de plástico mientras jugaba. No ha sido por maldad, más bien ha tenido relación con que viven como sardinas en lata, y está llegando a un punto insostenible. Mariko ve como la casa que construyó con su marido, muerto hace 15 años, no alberga ya espacio para ella. Real y metafóricamente. Así que, viéndose un estorbo, decide marcharse y comenzar de nuevo, sola, una nueva vida al final de su vida. En este nuevo camino se topará con Kuro, un gatito que también ha sufrido lo suyo.

Descrito así, parece una historia un poco absurda, pero nada más lejos de la realidad. Sanju Mariko resulta más de lo que parece, es un manga que afronta con honestidad varios problemas graves que sufre en la actualidad la sociedad nipona. Para empezar, el galopante envejecimiento de la población y sus consecuencias sociales; luego, las continuas recesiones económicas, que han hecho que el suelo y las viviendas se encuentren a unos precios astronómicos; para proseguir con el ritmo salvaje de producción de Japón, que no permite una conciliación familiar adecuada, siendo los mayores los principales que sufren soledad y abandono. Se han convertido en una carga, y en el tebeo, Mariko, a pesar de no sufrir más que unos pocos achaques, se siente culpable por resultar un lastre que impide a su familia crecer y medrar. Y decide irse. Una decisión muy japonesa, y que por desgracia es bastante habitual en el país.

Pero Yuki Ozawa, aunque no se corta en hacer un retrato poco halagüeño de Cipango, sin dulcificar ni un ápice sus conflictos, ofrece también la mirada optimista de Mariko. Porque Mariko no es una mujer cualquiera, y eso la mangaka nos lo deja bien claro casi desde el principio. A pesar del patente egoísmo de su familia, que le hace sentir como un fardo molesto, nuestra protagonista no tarda en experimentar una gran liberación al salir de su antiguo hogar. Y la conciencia plena de que su existencia se halla cerca de su desenlace, le hace abrazar la vida con inusitada energía, haciendo suyo el adagio carpe diem. No obstante, Mariko no puede evitar sentir tristeza y frustración al ser testigo de su propia decadencia física y mental, al ver desaparecer a conocidos y amigos, lo que tiñe de cierta melancolía el manga. Sin embargo, Sanju Mariko también es esperanza (y amor, camaradas otacos), pero sin caer en la ñoñería.

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Así que Sanju Mariko tiene de protagonista a una mujer de 80 años completamente autónoma, con la capacidad resolutiva que otorga la sabiduría adquirida con el tiempo, valiente, inteligente y capaz. Toda una novedad en la demografía, que brinda además una perspectiva inédita hasta ahora; aunque Mariko no es una superwoman, no os vayáis a pensar. Es muy humana, es hija de su tiempo y su sociedad. Pronto descubrirá que ser menor de edad y ser persona mayor tienen muchas en común, como cierto grado de dependencia en los demás, dificultades a la hora de encontrar un piso en alquiler (jojo) o experimentar con intensidad el deleite y asombro de descubrir un nuevo mundo cada día.

Quizá en Occidente no sea tan común, pero en Japón los mayores leen tebeos. No es que este manga vaya exclusivamente dirigido a ellos, pero que puedan verse reflejados en las páginas de una obra seguro que los habrá alegrado un poco. No conozco demasiados comics donde los protagonistas tengan ya cierta edad, salvo como secundarios y representando más caricaturas que personajes en sí mismos. Por eso ha sido una grata sorpresa toparme con una obra donde se los plasma con naturalidad. No obstante, sigo también otro manga, Metamorphose no Engawa de Kaori Tsurutani, cuyas estrellas son una septuagenaria y una adolescente (fujoshi perdidas ambas), igualmente recomendable pero de tono bastante más jovial.

Me parece muy beneficioso que aparezcan tebeos como este, que ayudan a trabajar la empatía y así combatir la cada vez más asumida gerentofobia de nuestras sociedades. El egoísmo del mundo moderno, su capitalismo voraz, no dejan lugar a cierto sector de la población que ya no puede producir al ritmo requerido y ser rentable; los niños son una inversión, pero los ancianos no tienen futuro. Y así olvidamos que siguen siendo personas y que, si todo marcha bien, tarde o temprano nos encontraremos en su lugar. No deberíamos perder esto jamás de vista.

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El ritmo del tebeo, de momento, se somete a las normas de un slice of life clásico, y no tiene pintas de que eso vaya a cambiar. Tampoco le hace falta, porque es lo que exige la narración. El dibujo es sencillo y aniñado, lo que ayuda a suavizar el trasfondo de la historia, que si se considera durante unos segundos, es bastante cruel. La sensación que transmite, en general, es de una dulzura ligera, para nada melosa; o al menos durante estos 5 capítulos Ozawa se las ha ingeniado para sortear el melodrama viscoso, todo un meritazo. Después ya veremos, pues ese peligro se encuentra (muy) presente, agazapado.

Sanju Mariko se muestra como un tebeo original dentro de ciertos convencionalismos, con unas premisas que solo se están comenzado a esbozar, pero que auguran grandes momentos, sobre todo para los amantes del costumbrismo que saben disfrutar de las pequeñas (grandes) aventuras cotidianas. Desde SOnC lo vamos a seguir de cerca, y os recomendamos que le echéis un ojillo, porque tiene una pinta estupenda. Que no os hagan dudar los prejuicios. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

series de imagen real

Maniac: odisea en las circunvoluciones de la mente

Antes de reubicar las Peticiones Estivales, que debido a mi flagrante descuido no llegaron a publicarse mientras me encontraba de vacaciones, he querido aprovechar la oportunidad para escribir una entrada dedicada a una de las series de imagen real que más me han divertido este 2018. Casi nunca tengo la ocasión de hacerlo, porque SOnC es un blog dedicado a la cultura general japonesa, y tampoco es que sea yo muy fan de los live-action; pero con Maniac (2018) he atisbado el resquicio que me ha permitido apurar la coyuntura.

Esta producción de Netflix tiene a los mandos a Cary Fukunaga, un señor que en Japón sería considerado hafu (para más información sobre los hafu entrada aquí), presume de referencias continuas a la cultura popular y tecnología niponas de los años 80, y varios personajes de nacionalidad japonesa entre el elenco también. Así que, sin dudarlo un solo segundo, me he avalanzado como una loba demente al editor de texto para volcar mis impresiones sobre esta serie. No me alargaré en exceso, porque se trata también de un producto que pierde su lustre si se le brindan demasiadas explicaciones. Es una obra muy particular.

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Que Cary Fukunaga me encanta es un hecho irrefutable. Lo descubrí con su etérea adaptación de Jane Eyre (2011), y de inmediato percibí su delicado gusto por los detalles y su especial mirada hacia la belleza decandente. Suave en sus maneras, casi espectral, pero incisivo y preciso como un bisturí. Muy elegante el tipo. Luego vino la primera temporada de True Detective (2014) y me enamoré. No he vuelto a perderle la pista; y aunque se ha dedicado más a labores de producción y guion (It, The Alienist), en cuanto supe que iba a hacerse cargo de una especie de remake del  Maniac (2014) noruego, me emocioné bastante.

Y aquí estamos. Maniac es, resumiendo, la historia de Annie y Owen, dos adultos de vida complicada que arrastran problemas psiquiátricos graves. Narra cómo se presentan voluntarios a un procedimiento experimental farmacológico, que aspira a erradicar el psicoanálisis (y otras terapias de diván) mediante una nueva medicación y la realidad virtual que generará en las mentes de los pacientes un superordenador. Los doctores que supervisan y dirigen este proyecto de financiación japonesa, también son perseguidos por sus propios demonios, faltaría más. Y hasta la supercomputadora GRTA, que ha desarrollado una conciencia plena (sentimientos incluidos), sufre su particular infierno. Esto último provocará serios problemas.

Maniac consta de 10 capítulos de duración variable, que oscilan entre la media hora y los 40 minutos. Es una serie que Fukunaga ya ha anunciado que no tendrá continuación, por lo que se queda así, como una gema rara y preciosa, solitaria y, de momento, huérfana. Solo puede reclamar cierto parentesco con ella Legion (2017) o el film Inception (2010), pero por ahora no existe ninguna obra occidental con la que se pueda vincular. Es única en su especie. Quizá por ese motivo, porque es diferente de los productos televisivos que estamos acostumbrados a consumir, muchos espectadores no han reaccionado de manera favorable hacia ella, ha provocado confusiones y obtenido una injusta fama de difícil de entender. Y esto último al menos es completamente falaz. Es una serie a la que es muy sencillo pillar la comba, engancha con rapidez y sabe retener la atención. Complejidad no es siempre sinónimo de ininteligibilidad, camaradas otacos.

He remarcado con negrita la palabra «occidental» porque, como una parte de la otaquería ya se habrá percatado, Maniac tiene un referente obvio muy fácil de identificar: Paprika. Tengo claro que para alguien que no sea consumidor de anime habitual Maniac puede llegar a avasallar un pelín, hacerse incluso sobrecogedora. Pero los otacos estamos más curtidos en este tipo de menesteres, así que existen más probabilidades de que su exuberancia visual y excentricidades varias las digiramos sin problemas. Y nos entusiasmen incluso. Me resultaría muy complicado de creer que Fukunaga no hubiera leído la novela de Yasutaka Tsutsui (1993); y todavía más inverosímil que no hubiera visto el alucinante largometraje del siempre añorado Satoshi Kon. Porque las semejanzas son meridianas; su influencia, cristalina. Blanco y en botella… Y que se le rinda en cierta forma homenaje a estos dos monstruos de la literatura y animación japonesas siempre hace saltar una lagrimita de satisfacción.

Cary Fukunaga y Patrick Sommerville (que también trabajó en mi admiradísima y querida The Leftovers) han creado un intrincado tapiz que esconde diferentes patrones a distintos niveles. Como la realidad misma. Han creado una serie de espíritu coral, donde casi todos los personajes que aparecen tienen algo interesante que aportar. Me ha parecido un acercamiento inteligente y asequible a lo que es la vida de cualquier persona, con una dimensión interior tan rica y trascendental como la exterior, esa que ofrecemos y vemos de los demás. Y en su historia han unido ambas esferas haciéndola una, porque en verdad es como funciona la existencia humana. Y para alcanzar el interior de la mente, ese lugar íntimo al que nadie tiene acceso, nada mejor que una combinación de drogas alucinógenas y la mediación de una Inteligencia Artificial.

Por un lado, tenemos la potente dimensión dramática de la vida consciente, que ya por sí sola daría para una serie íntegra, y que es la que propone las cuestiones principales de la obra. Y, por otro lado, el espacio infinito y multiforme de la psique y el inconsciente, que dispone la resolución de los dilemas de esta vida consciente.  Es en este lugar, feudo de la imaginación y los más profundos terrores, donde borbotea como un magma toda la experiencia vital de los dos protagonistas. Las emociones y sentimientos reprimidos del plano consciente bucean con plena libertad en él, y son clave, como podréis imaginar, para la conclusión.

Hay muchas cosas que pueden salir rematadamente mal en la ecuación de esa terapia experimental, y todas a causa de la propia naturaleza humana; sin embargo, también esa misma naturaleza es la que puede, con su cualidad impredecible, acabar salvando el día. No pasa desapercibida la sucinta crítica a la industria farmacéutica, la búsqueda disparatada de panaceas, y la impotencia de la ciencia ante la irracionalidad del ser humano. La terapia representada en la serie es muy simple, y consiste en enfrentar al paciente a sus propios miedos, y darle la oportunidad de que él mismo los supere en el campo de batalla de su cabeza. Tanto si se trata de una esquizofrenia paranoide como si es un proceso de duelo, el procedimiento es el mismo; y conlleva sus riesgos. De esta forma se nos presenta una realidad líquida de fronteras imprecisas y subjetivas, donde la trascendencia del objeto es capital tanto en vigilia como durante el sueño.

Y es lo que Maniac nos ofrece casi desde el principio, un aparente caos dirigido por un orden con guante de terciopelo. Nada ha sido dejado al azar por Fukunaga, y esa es la grandeza de Maniac; una grandeza que pasa desapercibida y puede ser confundida con presunción. El director se toma las cosas con calma, y procura que la serie evolucione dejando incluso pequeñas pistas desperdigadas para el espectador. Sin embargo, su desarrollo no da tregua, los giros argumentales son de vértigo y hacen de Maniac toda una experiencia. Divertida, irreverente, atemporal y ecléctica. Esta obra tiene todo lo positivo y negativo que la heterodoxia puede ofrecer.

Lo bueno de sumergirse de forma literal en el universo de la mente humana es que los recursos son prácticamente inagotables. Fantasía, ciencia-ficción, dramas cotidianos, surrealismo… La variedad de registros además de la serie es impresionante, en un capítulo se puede estar presenciando un drama cómico al estilo de los hermanos Coen, en otro una sitcom absurda televisiva para aterrizar luego en una peli de acción y espionaje. ¿Qué es Maniac, entonces? Pues todo eso y más; pero básicamente es una comedia negra que juguetea con gran cantidad de géneros porque además se lo puede permitir con largura. Distintos escenarios en diferentes  espacios temporales irán desfilando al servicio de la recuperación de los sujetos para nuestro gozo y deleite.

Con una potente estética retrofuturista ochentera, que evoca el inmenso poder tecnológico y económico del que gozaba Japón en esa década, Maniac no es solo nostalgia. La escenografía y la dirección artística son prodigiosas, de una riqueza en los detalles apabullante, y sirven de manera espléndida a los juegos de símbolos (El Quijote, un cubo de Rubik) y pequeñas ironías que Fukunaga nos invita a saborear. ¡Imaginación al poder! No le importa tampoco caricaturizar incluso a ese Japón ultramoderno que desde Occidente se observaba con una mezcla de pánico, admiración y extrañeza; como si fuera una civilización alienígena infinitamente superior.

Un despliegue de esta envergadura exige unas interpretaciones a la altura, y el elenco de actores es, sencillamente, magnífico. La lógica dificultad que entraña representar los numerosos matices y cambios en la personalidad de los papeles principales es solventada con gran talento. Emma Stone está que se come la cámara, enorme; la sutileza de Jonah Hill tampoco se queda atrás. Sus emociones se van deshojando con una naturalidad pulcra, llegando hasta el mismísimo agujero negro de sus traumas. Por no hablar de la hilarante actuación de Justin Theroux (sí, otra vez The Leftovers), y la mágica frialdad que emana la doctora Fujita, gracias a la estupenda actuación de Sonoya Mizuno. Gabriel Byrne y Sally Field están majestuosos también en sus roles de progenitores hijos de la gran puta, adorables. Todos estos personajes, a su manera, resultan un auténtico desafío que los artistas consiguen dominar a la perfección.

Poco más tengo que añadir, ya que tampoco quiero alargarme demasiado con esta reseña, considero contraproducente hacer un análisis exhaustivo de Maniac. A pesar de que es un producto que se desvía un poco de lo habitual, resulta accesible y muy, muy entretenido. Hacía ya un tiempo que no me reía tan a gusto con una serie de imagen real, desde Quacks (2017) concretamente; y creo que tocaba un poquito de humor a estas alturas. No soy muy amante de las comedias, pero Maniac se ha convertido, sin duda, en una de mis favoritas. Por su lucidez, heterogeneidad y rareza. Desde mi perspectiva, es una de las producciones televisivas más fascinantes de lo que va de año, y una experiencia que los otacos avezados no deberían dejar pasar. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

anime, Peticiones estivales

Peticiones Estivales: Paradise Kiss

¡Ay, el verano! El calor me vuelve lenta y holgazana, además de que ando casi todo el día aturdida. Y luego me ocurren accidentes sangrientos en la cocina… pero esa ya sería otra historia. Las Peticiones Estivales prosiguen su itinerario, y hoy tenemos la sugerencia de Faelyan, que desde Buenos Aires conduce el genial blog Vorágine de Palabras. ¡Muchas gracias por tu inspiración, maja! La obra que nos concierne es el anime Paradise Kiss (2005), una obra muy querida por la mayoría del público y que fue bastante popular en su momento.

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Paradise Kiss está basada en el manga original de Ai Yazawa del mismo nombre y consta de 12 capítulos que la siempre fantabulosa Madhouse tuvo a bien realizar.  Tengo que reconocer que a esta mangaka la tengo un poco olvidada, y tampoco es que haya leído demasiados tebeos suyos. Tiene un estilo muy reconocible al que no le acabo de coger el puntillo, pero esto no me ha impedido disfrutar del cómic que, desde mi punto de vista, es lo mejor de su carrera hasta ahora: Nana (2000). Tristemente, se encuentra en hiato indefinido. Deseo de todo corazón que la autora se recobre pronto de su enfermedad, no ya solo para que le brinde un desenlace a Nana, sino para que pueda continuar con su vida sin sufrimientos en plenitud. ¡Mucha fuerza, Yazawa-sensei!

Si la adaptación al anime de Nana (2006) me encantó también, sobre Paradise Kiss ya no puedo decir lo mismo. Me costó además conectar con el propio manga, ya que el tema que trata y el mundo que lo rodea, el de la moda, me resultan pesados y aburridos. Pero me lo terminé, hace milenios de eso, y reconozco que es un buen trabajo aunque no encaje con mis preferencias personales. Sin embargo, el anime, que también vi hace muchos, muchos años y he vuelto a revisionar para la ocasión, no considero que se encuentre a su misma altura. Ni en broma. Y es una pena. Paradise Kiss, por cierto, en realidad es una secuela de un manga y anime anteriores, Gokinjo Monogatari (1995), del que no tardaré en escribir si todo va bien.

Yukari Hayasaka es una estudiante en el último curso de instituto. Se encuentra en un momento trascendental de su vida, pues debe escoger cuál va a ser su labor como adulto, cuál va a ser su posición en la sociedad. En Japón esto es algo importantísimo, y la presión a la que se ven sometidos los jóvenes de su edad es bastante enérgica. Ella nunca se ha considerado a sí misma una estudiante brillante, pero se esfuerza con ahínco en sacar las mejores notas para contentar a su madre, una mujer estricta y seria que solo desea el mejor futuro para su hija.

Yukari, que no ha conocido en su corta existencia nada más que el trabajo duro del aprendizaje y las responsabilidades de una vida convencional, no se imagina que pueda existir algo más hasta que tropieza con el atelier «Paradise Kiss». En él trabajan cuatro zagales de su edad, pero muy distintos a ella; creando con sus propias manos atavíos de gran imaginación y riqueza estilística. El cerebro del taller de moda es el arrogante George Koizumi, y todos están convencidos de que Yukari es la modelo perfecta para las creaciones de «Paradise Kiss».

Y a partir de aquí empieza la batalla de Yukari, la dicotomía entre dos universos opuestos que convergen en ella. Dos mundos que parecen incompatibles en esos momentos, y que obligarán a nuestra protagonista a elegir. Escoger, decidir, madurar. ¿Qué es lo que quiere hacer esta chica con su vida? La pasión de la juventud y su irreflexión candorosa la conducirán a un nuevo planeta lleno de glamour, libertad y nuevas emociones. Un lugar donde puede sentirse ella misma, y que, a su vez, no le exige nada más que ser ella misma. Pero este nuevo mundo se halla dentro de uno más grande: el real, lo mismo que su pequeña esfera de existencia escolar, y es algo que no debe de perder jamás de vista. Paradise Kiss no deja de ser una obra sobre el paso de la infancia a la adultez.

Y esta transición Yukari no la hace sola. Está rodeada de maravillosos personajes que en el anime son cristalizados de manera bastante tosca. Reducidos a su esencia más mínima, haciendo de algunos de ellos incluso caricaturas enojosas. No pretendo escribir un Manga vs. Anime, pero viendo la serie es inevitable que acuda a la cabeza el tebeo, porque existe un diferencia notable. Aun así, si no tuviéramos en cuenta el cómic, el anime deja que desear en ese aspecto. Y es una lástima, porque se olisquea claramente que detrás de ese elenco hay mucha más cera de la que arde.

Comenzando por los miembros del atelier, Miwako Sakurada queda reducida a una genki girl sin muchas neuronas y voz estridente (dios, es insoportable), que de vez en cuando deja brillar su corazoncito de oro. Está terriblemente infantilizada. Su novio, Arashi Nagase, queda plasmado como un punkie gandul al que le entusiasma quejarse. Mi personaje preferido, Isabella Yamamoto, una mujer trasgénero de personalidad fascinante, queda simplificada a mera figura maternal. Finalmente, George Koizumi continúa siendo un presuntuoso y snob, no más insufrible que en el tebeo, aunque sí mucho más plano. ¿Y Yukari Hayasaka? Pues nuestra pequeña Yukari es la que mejor parada sale de todos, no en vano es la protagonista, aunque tampoco podamos decir que sea un portento de personaje.

Yukari sufre la esperada evolución en este tipo de obras: de la niña sumida en una vida gris, marcada por el deber, siguiendo la senda transitada por la mayoría y haciendo lo que se espera de ella, al excitante descubrimiento de que el mundo es… muy grande. Y que dejarse llevar, tomar una actitud pasiva, no la benefician para nada como persona. La vida es dura. El resto de secundarios, como el encantador Toku-chan o la vibrante Mikako Kôda (¡me encanta esa mujer!), son un acompañamiento fantástico, me habría gustado que hubieran profundizado un poquillo más, y que las relaciones interpersonales no hubieran resultado tan deshilachadas, pero 12 capítulos tampoco pueden dar más de sí. Y la propia estructura de los episodios, como pequeños telegramas enlazados y guiados ocasionalmente por un diálogo interior, no contribuye a ello demasiado.

Uno de los puntos importantes de la serie es la relación amorosa que surge entre Yukari y George. Y aunque intentan dotarla de un aire realista, la relación entre ellos no termina de cuajar, no es creíble. Sin más. Es una pareja que realmente no se comunica, y su romance es conducido de manera insulsa, sin emoción. La colegiala sin experiencia junto al guapo (y rico, of course) malote que la manipula. Sus tácticas de seducción y control son muy obvias, y hacen al personaje todavía más odioso si cabe. El idilio evoluciona porque Yukari crece como persona, y al hacerlo, el futuro de este se encuentra sentenciado. No puede ser de otra forma. Yukari y George no funcionan, no pude empatizar con ellos en ningún instante. A pesar de que la presencia de George Koizumi es considerable durante el proceso de madurez de Yukari, su aportación es únicamente la de obligarla a ser sincera.

Esta falta de verosimilitud no es aislada, se encuentra dipersa por todo el anime. La historia de unos niños bien con una noción poco realista de la vida y que viven en una burbuja ajena al común mortal. Mayordomos, cochazos, mansiones exhuberantes, institutos maravillosos y exclusivos, y mucha gente cool. ¿De verdad esto es un josei? No sé yo…

Uno de los dilemas que brotan conforme se visiona Paradise Kiss es si estamos frente a un shôjo o un josei, porque comparte características de ambas demografías. Está catalogado como josei, pero yo personalmente lo considero un híbrido de shôjo-josei que a ratos juega a ser serio y formal. ¿Incluir escenas y diálogos sobre drogas y sexo, o presumir de un final materialista lo convierte en josei? Yo diría que hace falta un poquito más. Y es que no abundan los josei puros, la industria y los autores continúan ofreciendo todavía de manera mayoritaria el mismo tipo de producto a niñas, adolescentes y mujeres, con enfoques infantiles, fuertemente idealizados y centrados en las mismas temáticas y contenidos: romance, belleza, moda, vida cotidiana. Y es algo que me asusta bastante de manera personal, lo dependiente que es la mujer japonesa de su imagen, la importancia obsesiva por parecer jóvenes y bellas. Es una obligación para lograr su máxima aspiración: marido. Y eso se plasma en ambas demografías. ¿Hay excepciones? Sí, por supuesto. Pero Paradise Kiss no es una de ellas. Y es que el debate de las demografías en el manganime japonés daría para deliberar mucho. Pero hoy no toca.

Paradise Kiss recoge muchos elementos del shôjo clásico de los 60 y 70, y los introduce en su historia con naturalidad: entorno embellecido de reminiscencias occidentales, ambiente escolar de élite, tragedias familiares sin resolver, casualidades y enredos sentimentales visibles, protagonista ingenua y pasiva que solo tiene su belleza como talento, flores, estrellitas y pétalos al viento, comedia ligera y absurda, etc. Mucha horteradita entrañable que siempre se hace querer. Aunque también rinde homenaje a clásicos del josei, como el Pink (1989) de Kyôko Okazaki en algunos guiños como el del cocodrilo; o elige mostrar facetas menos amables en las relaciones entre padres e hijos.

Pero, ¿tiene algo de bueno esta serie? Porque le estoy propinando una zurra antológica. Pues sí, tiene unas cuantas cosas buenas. La primera y principal, su apartado técnico y artístico. Es una verdadera gozada. Tiene una animación estupenda, unos diseños de personajes alucinantes, recursos visuales imaginativos, ¡y qué colorido! Las ambientaciones tokiotas son maravillosas, todo está realizado con sumo gusto y cuidado, y la riqueza de detalles abruma. Por no hablar de las referencias a la cultura popular que aparecen (Godzilla, The cat in the hat, Marilyn Monroe, Humphrey Bogart, etc) y que hacen mucho más jugoso su visionado. Hasta el opening y ending son bastante más que potables (Franz Ferdinand, ouhyeah!).

Resumiendo, y siendo consciente de que es una unpopular opinion como la Gran Esfinge de Guiza, Paradise Kiss es un anime sin un clímax real y con un enorme potencial desperdiciado. No es mala obra, pero se asienta en una tierra de nadie donde queda a la merced de sus excelencias visuales y artísticas, que son numerosas y deslumbrantes, pero que no son suficientes para hacer de ella una adaptación digna. Es vacua, instrascendente, superficial, vaga. Y con el paso del tiempo, se olvida con facilidad. Se ve, distrae pero no emociona. Una lástima, pero ya sabemos que un bonito envoltorio no lo es todo. Puede, de hecho, esconder una decepción. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

cine, manga, Peticiones estivales

Peticiones Estivales: Umimachi Diary

¡Más, más Peticiones Estivales! No me canso de repetirlo pero, ¡este año me tenéis muy contenta! Han sido bastantes vuestras sugerencias y muy variadas, ¡os lo agradezco un montón! Así que, ¡proseguimos! Esta vez con la proposición de Jane, que junto a Umibe llevan el prodigioso blog El Destino de la Flor de Cerezo. Cierto que se encuentran en una especie de estado de hibernación desde hace unos mesecillos, pero sus contenidos ahí los tenéis y os prometo que merecen la penita de verdad.

La petición de Jane es la mar de interesante, se trata de la obra Umimachi Diary, un manga creado por Akimi Yoshida, que esta temporada de verano está siendo un poco más conocida entre la otaquería por ser la artífice de Banana Fish. Un tebeo que, por cierto, os recomiendo (ya caerá por aquí, ya); y su adaptación animada me parece de lo mejorcito del estío. Por ahora. Regresando a Umimachi Diary o Diario de un pueblo junto al mar (2006-2018), se trata de un cómic que ha finalizado hace nada, el 28 de junio de este mismo año. Fue publicado por Flowers y, si no me equivoco, consta de 8 tankôbon a la espera de que recopilen los últimos capítulos para cerrar la serie con 9 totales.

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Como podréis imaginar, no he tenido la oportunidad de leerlo completo; pero algo he podido ojear ya que nuestros vecinos franceses (benditos sean), lo están publicando bajo el nombre de Kamakura Diary a través de Kana. Sería maravilloso que alguien en España se animara también a traerlo (¿Tomodomo?, ¿Milky Way? ¿Ponent Mon? ¡Quién sea!), porque es oro puro. Akimi Yoshida es una mangaka curtida en los menesteres del shôjo y el josei, con tres Shôgakukan bajo el brazo por Kisshô Tennyo (1983), Yasha (1996) y Umimachi Diary (2006); y varias nominaciones a los premios Tezuka y Taishô. De hecho, El diario de un pueblo junto al mar ganó el Excellence Prize del Japan Media Arts Festival en 2007 y el Taishô en 2013. Yoshida-sensei no es una cualquiera, y sus trabajos siempre se han caracterizado por otorgar a las demografías femeninas un enfoque distinto. Creo que es algo que muchos están descubriendo gracias al anime de Banana Fish. Y eso es estupendo.

Umimachi Diary es un manga muy querido en las islas, ha tenido hasta su adaptación al teatro. Pero sobre todo es conocido por su versión cinematográfica, Our little sister (2015), dirigida por Hirozaku Kore’eda. Fue seleccionada para competir por la Palma de Oro en Cannes y, aunque no ganó ningún garladón del festival, sí tuvo bastante repercusión en Occidente, con excelentes críticas en los medios especializados además. Se llevó el Premio del Público en el Festival de San Sebastián, y recibió varios en su casa por parte de la Academia de Japón.

¿Sobre qué escribir? ¿Del manga o de la película? Dado que todavía no puedo hacer una reseña completa del cómic como se merecería y del film sí, pues hoy toca cine. No es por falta de ganas, y podría hacer una pequeña review sobre lo que he leído (2 volúmenes por ahora), pero prefiero reservarme y finalizarlo. Quizás con la insensata esperanza de que alguna editorial lo publique (¡por favor, por favor!) en estos lares; y si no, tirar, como ya es costumbre, de la France. Por otro lado, soy de la opinión de que los géneros y demografías considerados (ejem) femeninos (josei, shôjo, romance, etc), no son tales, sino que pertenecen a todos. Igual que los catalogados masculinos, que ya de serie se consideran universales y nadie dice ni pío. Umimachi Diary lo puede leer cualquier mozo, que os aseguro que no perderá su hombría; y tiene el indudable potencial de hacer disfrutar a cualquier ser humano, a no ser que se deje abrasar por los prejuicios. En ese aspecto, Akimi Yoshida ha hecho siempre un trabajo excelente, derribando cuando ha tenido ocasión convencionalismos.

Umimachi Diary es un drama costumbrista que nos introduce en la vida de cuatro hermanas en Kamakura. Esta ciudad, situada al sur de Tokio, es conocida por su potente tradición religiosa e histórica, un lugar con gran afluencia de turistas por su localización privilegiada junto al mar. En el manga la población tiene una fuerte presencia que en el film se diluye bastante, así como también la personalidad de las chicas y otros personajes se pierde un poco. Reconozco que es muy difícil realizar una adaptación completamente exacta a la obra original, son dos medios diferentes con dos lenguajes distintos; por no hablar de que no se busca una mera traslación, sino que el nuevo vástago tenga su propia esencia y valía. Pero… pero. Echo de menos el sentido del humor de Yoshida, las reverendas borracheras de Yoshino, la dulce insensatez de Chika y su pelo afro, esa malicia inofensiva del cotilleo entre hermanas, los hilarantes diálogos internos, etc. Sin embargo, you can’t always get what you want. Y, ¡qué diablos!, la película Our little sister, ya os adelanto, también es muy requetebonita.

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Las hermanas Kôda, Sachi, Yoshino y Chika, acaban de entererarse de que su padre ha muerto. En los últimos 14 años no han sabido gran cosa de él, pues dejó a su madre para irse con otra mujer. A su vez, su madre, incapaz de asimilar lo sucedido, huyó también dejando a sus tres hijas con la abuela, que las crió en su vieja casa. Fallecida esta, continuaron viviendo en ella. Sachi, la mayor, trabaja de enfermera en el hospital, Yoshino en una oficina bancaria, y Chika en una tienda de deportes. Las tres tienen formas de ser muy distintas, y se han ido adaptando a sus circunstancias familiares como han podido. Sachi es la que más recuerda a su padre y el antiguo hogar, con un lógico resentimiento hacia sus progenitores, pero ha sabido siempre mantener bajo un estricto control sus emociones.

Sachi, en un principio, se escuda en que tiene turno de noche para no acudir al funeral, en Yamagata, donde su padre había rehecho su vida regentando un ryokan. Ahí, en el agreste Tôhoku, se había casado por tercera vez, al fallecer su segunda esposa, y había disfrutado del aprecio y estima de los que le conocían. Para cierta sorpresa de las Kôda, era considerado una persona buena y amable con todos. De él había cuidado durante su enfermedad su hija Suzu, de 14 años, retoño de la esposa número dos. Las Kôda no pueden evitar sentir cierta curiosidad por conocer a su media hermana, apenas una adolescente, y se sorprenden de su consideración y entereza. Sachi, que acude al final, se ve reflejada inmediatamente en ella: una cría a la que han arrebatado la niñez,  ha tenido que aprender a madurar de forma muy dolorosa y que se ha quedado sola en el mundo. Así que, en contra de su manera de actuar, se deja llevar por un impulso y la invita a vivir con ellas en su hogar de Kamakura.

Este es el punto de partida de un slice of life sereno y emotivo, pero maravillosamente falto de sentimentalismo. Y es que la ausencia de melodrama, en una historia como esta plena de sinuosidades que rozan lo rocambolesco, es milagrosa. Las hermanas Kôda llevan a la hija de la persona que les arrebató a su padre a vivir con ellas. Su medio hermana, una chica inocente sin otra familia que ellas. Y Suzu es muy consciente de la situación, no es ninguna tonta, sabe que su presencia revive antiguos agravios. Our little sister plantea un laberinto emocional donde todas tienen asignaturas pendientes de una manera u otra, un dédalo en el que se desliza la culpabilidad.

Kore’eda es todo un experto en lidiar con los sentimientos humanos con sutilidad y delicadeza, y eso es lo que nos muestra en Umimachi Diary: el universo femenino japonés, rico, generoso y lleno de contradicciones. Es inevitable evocar Las hermanas Makioka (1936) de Junichirô Tanizaki o el clásico occidental Mujercitas (1868) de Louisa May Alcott conforme vamos viendo la película; así como, por mucho que le moleste al director, la sombra de Yasujirô Ozu en la forma que tiene de crear poesía. Sin azúcar ni artificios, con hermosa simplicidad y ternura. Un shôshimin-eiga honesto de lo que es ser mujer en Japón en la actualidad, y no es para nada fácil.

Our little sister es un drama familiar realista que plasma lo cerrada y encorsetada que es la sociedad japonesa. El pudor a la hora de expresar los sentimientos hace que se enquisten, ulceren profundamente por dentro. No es casualidad que no sea casi hasta el final de la película que ninguna se atreva a hablar de forma abierta y franca de su padre. Una comunicación franca y honesta siempre es necesaria entre personas que se quieren, desahogarse también es indispensable para poder continuar adelante con la vida. Cada hermana es retratada de manera individual, con una profundidad psicológica acorde a la importancia de su personaje, por supuesto, pero todas colman con sus pensamientos y emociones la vieja casa en la que viven. Una casa rebosante de recuerdos y sentimientos entretejidos con ligereza, pero fuertes e impetuosos a la vez. La relación entre ellas es natural, fluida, casi mágica.

Es significativa la continua presencia de la muerte. La película comienza y acaba con un funeral, y las alusiones a ella no son pocas. Las personas vamos, venimos y, al final, desaparecemos. Como todo en el mundo. Es la futilidad de la existencia. Sin embargo, los japoneses han sabido hallar en esa impermanencia la más exquisita de las bellezas. Umimachi Diary rezuma de mono no aware, impregnando con su dulce melancolía la cadencia del film. La conmoción ante lo efímero de la vida es la que conduce, en cierta forma, a estas hermanas hacia la purificación del perdón. El perdón para sus padres, el perdón para ellas mismas.

Our little sister trabaja a distintos niveles, su complejidad es admirable a la hora de cristalizar el desconcierto y los matices de las emociones humanas. La terrible dependencia de la mujer japonesa hacia el hombre, la necesidad imperiosa de tener un interés amoroso y/o casarse. Todo esto en una sociedad que responsabiliza únicamente a la mujer del fracaso de las relaciones sentimentales o el matrimonio, ellas solas cargan con la culpa completa. Su obligación es servir a su pareja o marido, hacerles sentir bien; si las abandonan, es porque no están cumpliendo con su papel. Por eso la madre de las hermanas Kôda es acusada de que su marido se fuera con otra. Su padre es considerado, recordemos, un buen hombre; aunque en realidad fuera un cobarde que se preocupara más de los demás que de su propia familia, y cuya debilidad de carácter lo hacía incapaz de asumir sus errores. Y es precisamente cuando las cuatro hermanas son conscientes de todo esto, que logran liberarse y conseguir cierta paz. Sentirse personas plenas y autosuficientes sin la necesidad perentoria de una presencia masculina. Ellas mismas se bastan, ellas mismas conforman un núcleo familiar perfecto. Llegar a una conclusión así en la sociedad nipona no es cualquier cosa, ojito.

Diario de una ciudad junto al mar es un recorrido por las vidas de cuatro mujeres, los lugares que habitan, sus gustos, sus experiencias, sus heridas. Los deliciosos tentempiés que prepara la dueña de la cantina La Gaviota; la paciente elaboración casera de licor de ciruela; la inmediata camaradería entre las Kôda y Yuzu; las recetas gastronómicas de la familia y sus degustaciones; la primera pedicura de Sachi con esmalte rojo; etc. La película está repleta de detalles muy humanos y creíbles, pero siempre con una mirada amable y bondadosa. Todo en ella invoca un lirismo elegante que mediante planos medios y largos otorga una silenciosa intimidad de voyeur. Para los diálogos, planos cortos en interior de gran intensidad.

Se trata de una obra que va desarrollándose con calma, adaptándose a la evolución psicológica de los personajes. Cada hermana ocupa el espacio de un cliché: la mayor, responsable y seria, motor incuestionable de los cambios; la mediana, rebelde y con mala suerte con los hombres; la tercera, desenfadada y candorosa; la pequeña, tímida y buena deportista. Desde luego, Umimachi Diary no va dirigida a un público impaciente, y la ausencia de un clímax destacado marchita un poquito su desenlace. No obstante, el trabajo de las actrices es en verdad memorable, y a pesar de que no sea la película más original de Kore’eda, resulta un film estupendo que debería remitir al espectador de forma inmediata al manga.

Our little sister es una bonita película que hará las delicias de los amantes del costumbrismo clásico japonés, con muchas reminiscencias budistas (tiene lugar en Kamakura, no obstante), y un aspecto visual impecable, transparente y de gran pureza. Su guion, que parece exhala cierto aroma culebronesco, no puede resultar más engañoso en ese aspecto, pues oculta temáticas más hondas de lo que cabría esperar. En resumen, un film agradable y bien confeccionado, aunque no alcance la excelencia (ni falta que hace). Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

anime

Mujeres en un mundo de hombres: Hisone to Masotan

Por cuestiones personales y familiares, no he podido atender como me habría gustado SOnC. El blog ha estado incluso a punto de desaparecer, porque la falta de tiempo, el cansancio y la tristeza me estaban devorando. Pero aquí estamos de nuevo. He echado muchísimo de menos el poder escribir, soltar mis parrafadas ridículas y desahogar el ánimo. Esta bitácora es casi como una terapia. Bueno, sin casi.

Por eso esta temporada de primavera animesca que acaba de finalizar, la he dejado muy, muy colgada. Reconozco que estaba muy contenta con Megalo Box, Hinamatsuri y Hisone to Masotan, pero finalmente solo he podido terminar la serie de estas intrépidas mozas que pilotan dragones. Y no ha sido una pérdida tiempo, es una obra que en general me ha gustado bastante, pero que ha tenido también una serie de cosillas que me han parecido cacafú. De ahí que haya decidido hacerle una reseña.

Hisone to Masotan cuenta la historia de una novata, Hisone Amakasu, de las Fuerzas Aéreas Japonesas. Pronto es seleccionada para una misión especial de particular importancia y naturaleza ultra-secreta: ser piloto de un dragón. Pero es el dragón el que elige a su oficial, no puede ser cualquiera. Existe una conexión única entre piloto y animal que es todavía un misterio. Hisone tiene escasas habilidades sociales y resulta inoportuna por su incontinencia verbal, pero allí en la base de Gifu conocerá a otras aviadoras que compartirán su misma misión. Cada una de ellas tiene varios obstáculos personales que superar, pero su entusiasmo por el trabajo y la amistad que surgirá entre ellas conseguirán que su encomienda se lleve a cabo con éxito. Sus vidas cambiarán para siempre, porque pilotar un dragón desde sus mismísimas entrañas no es cosa baladí.

Esa es la sinopsis aproximada de Hisone to Masotan, un anime que esta primavera se ha erigido como la sorpresa, la bizarrada, el descubrimiento feliz. Una serie netamente japonesa que solo habría podido nacer en las islas por multitud de motivos. Tiene de todo un poco: romance, comedia, fantasía, intriga, ciencia-ficción… y folclore japonés. O más bien debería decir trasfondo sintoísta. ¿Problemas con mezclar sci-fi y religión? No te preocupes, que en esta serie se lo montan la mar de bien. Es todo como muy loco, pero sin carecer de coherencia interna. Japón es eso, modernidad y tradición… aunque en ocasiones la tradición sirva a oscuros intereses.

HisoMaso tiene un reverso tenebroso espeluznante. Detrás de una historia de superación personal, amistad y trabajo en equipo, con sus pequeños dramas y momentos tiernos, se presentan una serie de dilemas bastante peliagudos. Que no os engañe la desenfadada personalidad de su protagonista, su optimismo y brutal honestidad. Tras la bondad de sus dragones kawaii, se encuentra el infierno. El infierno japonés, claro, porque Hisone to Masotan es magnífica a la hora de plasmar la situación de la mujer nipona en la sociedad, lo que se espera de ella incluso. Y nuestro amado Cipango, como ya sabemos, es el peor país desarrollado en términos de igualdad entre hombres y mujeres. Existe una discriminación laboral y social abrumadora, así como una separación gigante de roles en función del sexo.

Y eso HisoMaso lo estampa a la perfección. La mujer es representada como esclava de sus emociones. Y esas emociones y sentimientos son los que le pueden impedir desarrollarse profesionalmente. Las mujeres son emotivas, no racionales, en su naturaleza no está realizar según qué tipo de labores. Lo suyo es encontrar el amor, casarse y retirarse al hogar para cuidar de su marido e hijos. Esta noción tan arcaica continúa muy vigente en Japón, asumido por las propias mujeres además, desperdiciando de esta manera un potencial incalculable de personas completamente preparadas que se ven abocadas a ser amas de casa. Sus carreras profesionales siguen la vereda del llamado ippanshoku.

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En cientos de detalles aparece cristalizada en HisoMaso esta concepción de lo femenino y de la mujer. No es una crítica hacia la serie, todo lo contrario. Me parece excelente que hayan vertido de manera tan natural (para Japón lo es) una situación tan penosa para la mitad de su población. El acoso sexual, la minusvaloración de sus esfuerzos, la infantilización de sus personas, la discriminación, etc. Las mujeres de Hisone to Matosan trabajan además en un entorno especialmente hostil, dominado por una presencia mayoritaria masculina que no las considera sus iguales, sino unas entrometidas incompetentes que deben tolerarse porque su actual posición de cierto privilegio es indispensable y solo temporal.

¿Y cómo enfrentan estos problemas nuestras protagonistas? Clásica es la actitud de Eri Hoshino, así como muy interesante la de Hisone Amakasu. Ambas son las únicas además que tienen que confrontar ese atolladero sentimental que encadena a todas las mujeres (¡ejem!). Los dragones, por muy monos que sean, exigen devoción absoluta, una total sumisión que solo puede provenir de una persona vacía, sin autoestima. Es una alegoría impecable de la situación que encaran a diario millones de japoneses. El hombre es un siervo de la empresa; la mujer, si desea tener hijos, no puede dividir su lealtad entre dos. O el trabajo o la familia, no existe conciliación. La verdad es que resultaría apasionante saber si Mari Okada decidió expresar a propósito todas estas cuestiones que aparecen subyacentes en la serie, o si le salió así sin más.

Hisone to Masotan es un anime diferente, aunque no especialmente original. Que no es lo mismo. ¿Por qué? Porque se nutre de muchísimos clichés que estamos acostumbrados a masticar y comer de diferentes géneros. Sin embargo, y ahí radica la diferencia, rara vez aparecen combinados entre sí. HisoMaso es en sus cimientos un slice of life de pura cepa, pero que se mezcla con temática militar, mecha, sci-fi, fantasía, folclore japonés y romance. También hay un ligero toque de comedia. Y ese tipo de amalgama no suele ser habitual, por eso se trata de una serie distinta del resto.

Para un devorador curtido de slice of life el elenco de personajes y sus personalidades resultan una senda bastante familiar; para un amante de la fantasía la evolución del argumento también es conocida, incluso un poquito sosa; y para un fan del folclore nipón tampoco ofrece nada del otro mundo, es una melodía que ya ha sonado otras veces. Todo salpimentado de esa comedia leve con suaves tintes absurdos que todo otaco conoce de sobra. Pero es, como antes señalábamos, la unión de todos esos elementos en el mundo de la milicia lo que hace de HisoMaso un anime bastante WTF.

Supongo que ese contexto militar habrá ahuyentado a bastantes espectadores, porque se suele relacionar con seinen hipermusculados de testosterona efervescente. Otros que hubieran consumido con placer un seinen de ese tipo (que no son pocos) se han encontrado con un alegre e inocente slice of life vestido de verde botella. Y esos prejuicios no han permitido que la serie tuviese el impacto que hubiera merecido por su calidad. Porque a pesar de sus defectos, es uno de los mejores anime de lo que llevamos de 2018.

Hisone to Masotan se ha esforzado, Hisone to Masotan ha arriesgado, Hisone to Masotan ha elegido ofrecer un producto distinto y el resultado no ha estado del todo mal. Se agradece bastante. Dejando de lado los típicos arquetipos de personajes animescos que disfrutaremos (y sufriremos) por los siglos de los siglos, algunos de ellos han sido apenas desarrollados, como era de prever en una serie de esta duración. Y esos boquetes en su psicología, dejándolos esbozados como marionetas, duele mirarlos. Y da penita, porque se atisba un potencial interesante que por falta de espacio, tiempo y mejor organización ha quedado truncado. Aun así, no se puede evitar cogerles cariño, a veces porque recuerdan a personajes de otros anime. Las similitudes con algunos de Little Witch Academia casi casi rozan el plagio.

En resumen, admito que me habría gustado poder disfrutar de unas relaciones más consistentes entre los personajes, conocer también un poquito más a algunos, que han quedado bastante desmadejados. También habría agradecido unos últimos episodios menos atolondrados, en los que se nota que 12 episodios resultan exiguos para desarrollar ciertas dinámicas personales, sobre todo entre secundarios. Pero esto es lo que hay, y tampoco ha estado tan mal. Lo he pasado muy bien viendo Hisone to Masotan, que no es poco.

Si hay algo que me ha entusiasmado sin reservas de HisoMaso ha sido su música. Taisei Iwasaki ha hecho un trabajo estupendo; ya le había echado la oreja, no obstante, en Kekkai Sensen, donde me sorprendió muy gratamente. Y aquí ha vuelto a triunfar con una banda sonora clara, emotiva y muy bien orquestada. Habrá que seguirle la pista a este chavalote,  ya que está comenzando con bastante buen pie.

Respecto al opening y ending, que suelen ser cosas a las que no presto ninguna atención porque generalmente me parecen atrocidades, destaco la maravillosa versión que se han cascado las seiyû de las protagonistas en el tema de cierre, ¡una delicia! Aunque me sigo quedando con la original de la irrepetible y mítica de la chanson française France Gall.  Fue una canción incluida en su quinto disco, Baby pop (1966), también muy recomendable. La verdad es que ha sido un detalle muy bonito rescatar esta joyita del pop, los melómanos la hemos apreciado mucho. Para que veáis que no miento, os dejo con la interpretación inicial de la Gall. La japonesa está chula, sin duda, pero esta mola más.

Prosiguiendo con el apartado artístico, la animación, los diseños o el colorido me han encantado. Es algo tan alejado del anime estándar actual… ha sido refrescante. Esa textura en el dibujo, con el trazo mínimo y muy marcado, que casi se asemeja más a un boceto en su simplicidad, evocando la ingenuidad de los dibujos infantiles, ha sido gloria bendita. ¡Qué gran expresividad! Un descanso, un alivio entre tanto anime moderno de fachada pulcra, aséptica y anodina. Un guiño para los que echamos de menos el anime cel y leemos mucho manga, porque HisoMaso es una declaración de amor a los tebeos. Meridiano.

Y para cerrar esta reseña algo atípica, os voy a dejar con una foto especial. Porque me da la gana. Estas que veis abajo son, de izquierda a derecha, Frances Green, Peg Kirchner, Ann Waldner y Blanche Osborn. Ellas eran pilotos de B-17 («Fortalezas volantes») en la Women Airforce Service Pilots durante la II Guerra Mundial. De las 25.000 mujeres que deseaban acceder a un puesto como aviadoras, 1830 fueron aceptadas y solo 1074 se ganaron las alas. Entre ellas este cuarteto. Unas pioneras. Todavía es una rareza ver a una mujer pilotando un avión (solo un 3% de los pilotos son mujeres), pero su número va aumentando a pesar del techo de cristal y los convencionalismos. ¡Mucha fuerza, chicas!

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Esto ha sido todo por hoy, espero que este comeback sea una vuelta a las habituales rutinas estrafalarias de SOnC. Para cualquier cosita, tenéis los comentarios a vuestra disposición más abajo, as always. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

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¿Y ahora qué toca? Primavera 2018

Otra temporada animesca está llegando a su fin, y la nueva primaveral asoma ya el hociquillo. Por lo que aquí estamos de nuevo, haciendo un repaso de lo que va a ser mi cartelera los próximos meses. Siempre lo comento, pero es la purita verdad: me resulta muy tedioso hacer este tipo de entradas, además de que no suelen ser para nada representativas de lo que finalmente acabo viendo. Estos son tiros a ciegas en los que solo se plasman intenciones. Y las intenciones chocan contra una realidad compacta y terca, donde un anime puede florecer como un cardo borriquero a pesar de las ilusiones que nos hayamos hecho.

Este pasado invierno la lista que tenía preparada quedó reducida a cuatro series, solo una de las que consideré de alto interés logró sobrevivir (Pop Team Epic), lo demás ha sido una carnicería brutal en la que no he tenido ningún tipo de compasión. Lo que no me convenció (y entretuvo) unos mínimos, lo envié a extirpar garrapatas a las ovejas de la taiga siberiana. Y esta disposición poco transigente hacia ciertas memeces me ha hecho abandonar series que han tenido bastante repercusión entre la otaquería. Los que me leáis habitualmente ya sabéis que SOnC es uno de esos turbios antros a rebosar de opiniones y artículos impopulares, por lo que no ha tenido nada de particular. Todo ha ido como siempre.

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«Mujer admirando las flores del ciruelo por la noche» (circa 1769) de Suzuki Harunobu

¿Y esta primavera? ¿Cómo se presenta? Para mí personalmente solo existe una única luz que ilumina mis trémulos pasos durante las próximas semanas: Golden Kamuy. Lo demás no capta mi interés ni una décima parte; no obstante, siempre hay sorpresas y mantendré el radar alerta por si se me ha escapado algo o me sugerís alguna cosilla. Aviso: en este repaso no incluyo ni continuaciones ni remakes, solo estrenos puros. Porsiaca.

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En esta categoría incluyo los anime que voy a comenzar, pero en los que menos fe tengo; esos anime que a la mínima duda que me surja los mandaré a escaparrar y se diluirán en la cartelera de SOnC como lágrimas en la lluvia. Anime que me dan un poco de repelús pero en los que atisbo también un poco de luz. Veamos cuáles son.

Wotaku ni Koi wa Muzukashii

Wotaku ni Koi wa Muzukashii promete ser un josei cargadito de estereotipos y clichés a tutiplén: los flirteos entre dos adultos jóvenes con alma frikaza, y los consabidos encuentros-desencuentros que se pueden esperar de una comedia romántica a la japonesa. Es más habitual encontrar estos productos de carácter ligero en el mundo del manga, no obstante, así que será bienvenido semanalmente en mi pantalla si logra no aburrirme mucho. ¿Es pedir demasiado? En mi caso solo exijo simple entretenimiento sin empalagar, y en este tipo de obras eso no resulta fácil. Veremos qué encontramos.

Tada-kun wa Koi wo Shinai

Tengo que ser honesta: este anime voy a comenzar a verlo porque sale un precioso gato gordo deambulando entre humanos enamoriscados. Porque sí, se trata de otra comedia romántica, pero esta vez entre adolescentes. Lo nunca visto, oigan. Ah, el primer amor, la juventud, la inocencia… todos esos tópicos a los que nos tienen acostumbrados los anime aparecerán seguro en Tada-kun wa Koi wo Shinai pero, ¿sería mucho pedir que tirara más hacia Gekkan Shôjo Nozaki-kun que hacia la pastelada? Deseo fuertefuertefuerte que el elenco de secundarios sea jugoso, porque la parejita protagonista en esta clase de series casi siempre resulta algo sosita. ¿Ocurrirá lo mismo aquí? Habrá que esperar todavía unos días para dilucidarlo.

Kakuriyo no Yadomeshi

Kakuriyo no Yadomeshi, creo que todos estaremos de acuerdo, apesta a Kamisama Hajimemashita. Y lo siento: Kamisama solo hay uno. No obstante, este anime comienza bastante peor, con exigencias matrimoniales de por medio a causa de las habituales deudas de honor, y una moza protagonista bastante estándar (buena cocinera, por supuesto). Vayaquésorpresanomeloesperaba. Meh. Sin embargo, el tema del folclore japonés y su maravillosa mitología sintoísta y budista me entusiasma; por lo que, sin esperar demasiado de esta serie, comenzaré a verla. ¿Me acabará dando vergüenza ajena? Tiene toda la pinta, sí, para qué engañarnos.

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NifúNifá es la Tierra de Nadie, donde todo puede ocurrir. Son series que percibo con un potencial importante, aunque también con ciertas posibilidades de irse al cuerno. Eso puede ocurrir con casi todas, podéis pensar. Y es cierto, pero en NifúNifá mi intuición atrofiada, ese olfato que tengo de Perdiguero de Burgos acatarrado, incorpora aquellos anime que me dan un poquito igual pero a los que doy más manga ancha que a los que pueden desaparecer como lágrimas en la lluvia.

Hisone to Maso-tan

Un poquito de acción nunca viene mal, ¿verdad? Y si viene de manos de una mozuela y no la habitual manada de chicarrones dispuestos a demostrar lo valientes y aguerridos que son, mucho mejor. ¡Aire fresco! Un planteamiento distinto en el género de fantasía, eso nos propone Hisone to Maso-tan. Servidora se va a dejar engatusar, una historia de amistad entre un dragón y una humana en un contexto militar es, como poco, bastante curiosa. Así que deseo que no nos decepcione y, ¡ojo!, es un seinen. Por si las moscas.

Hinamatsuri

De Hinamatsuri solo espero una cosa: que me haga reír. Punto. Y os aseguro que eso no es sencillo, pero por lo que he observado en su trailer y en el manga, tiene muchas posibilidades de conseguirlo. De hecho, tengo la loca esperanza de que este anime se convierta en una de mis tablas de salvación de la temporada. Pero soy extremadamente rara con el género cómico, es una de mis desgracias personales. ¿Me brindará la dosis adecuada de humor absurdo y cotidiano que necesito? ¿Será la comedia perfecta primaveral para evadirnos y olvidarnos un ratito de nosotros mismos? Por favor, por favor, por favor, ¡decidme que sí!

Piano no Mori

¿Merecía Piano no Mori una adaptación televisiva? ¿Era suficiente para el manga de Makoto Isshiki solo la película de Madhouse? Piano no Mori claro que merece una serie de animación, es una historia bien contada y bonita, de la que se puede aprender un montón de cosas en multitud de aspectos. Además, ya sabéis, MÚÚÚSIIIICAAAAAAA!! Yes! La base para que sea un excelente drama está ahí, por lo que en principio Fukushima Gainax no lo tiene demasiado difícil. Pero quién sabe, también se trata de material bastante delicado, que en manos groseras puede convertirse en un bodrio lacrimógeno. Y ese es uno de mis temores, la tendencia schmaltzy que últimamente lo está invadiendo todo. Sería una pena que Piano no Mori cayera en las garras de los excesos emocionales. Veremos qué nos depara el destino, tachán-tachán.

ñam

Ñam, ñam, ñam. Luego puede haber indigestiones, pero en principio todo lo incluido en este apartado se engulle sin masticar.

Golden Kamuy

Hace ya un par de años (Luzbel, ¡cómo pasa el tiempo!) que le escribí una reseña al manga de Satoru Noda Golden Kamuy que podéis leer aquí. Ha llovido mucho desde entonces, y el tebeo ha seguido su camino, hasta lo premiaron con un Taishô. En España Milky Way está, afortunadamente, publicándolo, y solo me resta deciros que no os lo podéis perder. Es un cómic de aventuras de los de siempre, pero con elementos muy marcados de la gold rush. Una maravilla, de verdad de la buena. Y encima en mi ansiado Hokkaido, ains, ¡algún día visitaré la isla, que no os quepa duda! Todo lo concerniente al pueblo Ainu me fascina.  Por lo que del anime no espero menos, tiene el listón muy alto. Y no tengo nada más que añadir, todo lo que considero pertinente respecto a esta obra lo tenéis ya en la entrada que le dediqué. Golden Kamuy es uno de los estrenos estrella de mi cartelera, esperemos que no me defraude.

Wakaokami wa Shôgakusei!

Y aquí tenemos el slice of life de suave tinte sobrenatural que Madhouse nos tiene reservado para esta primavera. A los mandos va a estar Masuhara Mitsuyuki, que en Shirokuma Cafe me gustó mucho su trabajo. Wakaokami wa Shôgakusei! huele a serie tranquilota con los pequeños y grandes dramas de la vida, pero pasados por el tamiz de una protagonista infantil que todo lo dulcifica un poco. No barrunto grandes sorpresas ni en los personajes ni en el argumento, pero sí unos buenos cimientos y una historia tejida e hilvanada con esmero. Un anime con el que disfrutar la faceta tradicional de Japón de manera inofensiva, con los altibajos de la cotidianeidad y mucha frescura. Eso espero de Wakaokami wa Shôgakusei, ni más ni menos. Y lo hago con ilusión, por cierto.

animierder

Amai Chôbatsu: Watashi wa Kanshû Senyô Pet

Parece que estamos llevando el asunto este de los josei ecchi a un nuevo nivel: el BDSM. No sé si bajo la influencia del incomprensible éxito de las inmundas sombras desatadas del señorito Grey o qué narices. Aun así, no hay que olvidar que los japoneses tienen un ramalazo sádico inaudito, y en este animierder creo que nos lo van a dejar muy clarito. El BDSM se practica de manera consensuada, pero en esta serie no se atisba nada parecido. Toman su iconografía para contarnos la, ejem, historia de una oficinista que ha sido encarcelada injustamente; y en la penitenciaría, que parece más bien la mansión de The Rocky Horror Picture Show, la espera un carcelero con pintas de oficial de las SS que abusará sexualmente de ella sin compasión. Hay más personajes, todos masculinos, por supuesto, que imagino irán asumiendo los roles acostumbrados: el protector, el infantil, el calculador, etc.

Ha sido Gensox del blog Unlimited Sky (¡gracias!) el que me ha puesto sobre la pista de esta cosa, pero aún no he decidido si perderé tiempo (porque es perderlo) en verlo y reseñarlo. Lo tengo que pensar, pero si me pongo a ello será hasta el final, ¡y con la versión extendida, nada de la censurada! Aunque me invada el cuerpo entero una urticaria fulminante. Todo sacrificio sería pequeño por vosotros, camaradas otacos. Pero ya veremos.


Habría añadido también Comic Girls y Nil Admirari no Tenbin: Teito Genwaku Kitan a Como lágrimas en la lluvia, pero al final me he contenido. De Comic Girls me atrae el argumento, pero las pintas de lolis de las protagonistas y el fanservice que se otea me han echado para atrás bastante. Nil Admirari no Tenbin: Teito Genwaku Kitan tiene unas premisas que a priori me gustan mucho (su contexto histórico, la magia, el misterio), pero también se vislumbra en el horizonte que sea un melodramón con mucha cursilada estorbando. Y el trailer me ha dado grima, los reverse harem no suelen agradarme en general. De hecho, tiene un aspecto de animierder preocupante, tendré que permanecer atenta.

Rokuhôdô Yotsuiro Biyori lo tengo en la cuerda floja, pero el tema de la gastronomía no es lo mío aunque me lo aderecen con chicos monos. He dudado bastante con este anime porque el té me encanta, es mi bebida favorita y todo lo que pueda tener relación con la cultura de esta infusión atrapa mi atención con facilidad (además sale un gato tortilla :3 ); sin embargo, ha sido el echar un vistazo al manga lo que ha determinado mi decisión de apacarlo: menuda siesta, colegas. De 3D Kanojo: Real Girl leí parte del manga hace ya bastante tiempo, y al inicio me pareció un shôjo escolar bastante mono y sin pretensiones… hasta que se precipitó en los abismos hediondos del melodrama. Lo abandoné, por eso su anime he preferido dejarlo en barbecho, aunque lo tengo en mente. Tengo en la retaguardia también un par de series dedicadas a la parodia que, si voy bien de tiempo, comenzaré a ver. Pero no creo que las llegue a mentar ni siquiera en twitter, a no ser que me tope con algo remarcable en ellas. De todas formas, no me cierro en banda y conforme vayan cayendo de mi cartelera los que he seleccionado, puedo ir añadiendo otros como los mencionados. Y vuestras sugerencias también las tendré en cuenta, of course.

Os recuerdo que no he incluido ni continuaciones ni remakes, que los hay y voy a seguir unos cuantos, pero me da una pereza inmensa escribir sobre ellos. En general este tipo de entradas me aburre bastante confeccionarlas, pero también comprendo que pueden considerarse una especie de guía para que los lectores comparen opiniones con otras bitácoras y se hagan una idea general de la temporada. También son de las entradas que más leéis, lo que me resulta personalmente un poquillo deprimente, pero asumo que la actualidad manda. Es lo que hay. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.