anime, largometraje

To-y

Aquí estamos de nuevo, dispuestos a pringarnos hasta las orejas otra vez en el lodazal de una de las etapas más horteras de la humanidad: los 80s. Cierto que Japón vivió su momento de mayor gloria a nivel internacional, no había país más próspero, moderno, futurista y, a la vez, exótico y atractivo que Cipango. Fueron la segunda potencia mundial solo detrás de Estados Unidos, nación de la que era aliado. Era un país que estaba en boga, un milagro económico que alcanzó su cenit y que, de manera abrupta, se despeñó a principios de los 90. Estalló la burbuja inmobiliaria, la economía se estancó y las inacabables Décadas Perdidas fueron desangrando, lentamente, el país. Tomó el relevo en popularidad entonces Corea del Sur y, poco a poco, también lo está haciendo China. Las modas tienen bastante de clasista, apreciada otaquería.

No es que ahora Japón sea un estado menesteroso, ni muchísimo menos, pero las continuas crisis económicas le han quitado un poco el lustre de cara al exterior. Sin embargo, a los japonófilos nos la trae bastante al pairo todo eso, y hallamos interés en el país hasta en horas bajas monetarias, porque tampoco reflejan debacle cultural alguna, más bien al revés. Excelentes artistas y obras han surgido durante estos últimos decenios, es algo que todos sabemos.

Sin embargo, en la entrada de hoy regresamos al apogeo de Japón. Con una obra, además, muy querida entre un pequeño grupo de yayos y muy desconocida por una mayoría. Quizás tú, otaco imberbe, sí que conozcas To-y (1985-1987): pues que sepas que no sois muchos, enhorabuena.

La entrada de hoy está dedicada a la película de To-y (1987), porque como ocurre a menudo en el universo manganime, esta obra fue originalmente un tebeo que se adaptó al formato de vídeo doméstico. No es una OVA larga, apenas roza la hora de duración, de ahí que si no se han leído, aunque sea por encima, los primeros capítulos del manga, pueda despistar un poco. De momento el tebeo no está editado fuera de Japón y los scans solo alcanzan el primer volumen de la obra, que consta de 10 en total. Fue publicado entre 1985 y 1987 en Weekly Shônen Sunday, y en su 30 aniversario fue compilado en una edición especial de cinco tankôbon. Es un manga con cierto reconocimiento en Japón, así como el anime que nos atañe hoy, pero fuera de sus fronteras apenas tuvo repercusión. Y es una pena, porque su influencia es muy obvia en otras obras que sí conocemos muy bien en Occidente como Beck (2000), Nana (2006) e incluso Cowboy Bebop (no, no es broma).

El autor es Atsushi Kamijô, del cual sí que tuvimos publicado en España, gracias a Glénat, su obra Sex (1988-1992), que se adaptó también en una OVA (2018) precuela de la historia. Kamijô hizo su debut en 1983 y, como muchos mangaka de su generación, sufrió la influencia del enamorado de la cultura pop Hisashi Eguchi y el monstruo de Katsuhiro Ôtomo. Y To-y tiene tanto de uno como de otro, un influjo que Kamijô no ocultó en ningún instante y domesticó a su voluntad para crear una historia efervescente sobre una banda de punk y la industria musical nipona de los 80. De modo que, con estos precedentes, no estaría mal que alguna editorial se animara a publicar el tebeo. Yo lo dejo caer por aquí, quizá suene la flauta.

To-y tiene de protagonista a un adolescente del mismo nombre, el joven líder de una banda de punk llamada GASP y que tiene bastante prestigio en la escena underground. Sus seguidores, aunque no demasiados, son muy fieles y su número cada día aumenta un poco más. Entre sus fans se encuentra Niya Yamada y su inseparable gato Nya, una chica solo un año menor que Fuiji To-y pero que por su aspecto andrógino y comportamiento imprevisible aparenta bastantes menos. Niya sigue a todos lados a To-y, y tiene una fe sólida e ingenua en el futuro de GASP. Podría considerársela una especie de groupie, pero sin un componente sexual manifiesto. O eso parece.

Sin embargo, es To-y quien destaca sobre los demás, y la mánager Kashiko Katô, una ejecutiva agresiva de gran astucia, no dudará en utilizar malas artes para lograr ser su representante. Solo lo quiere a él, no le interesa el resto del grupo. Katô además tiene en su cartera al famoso idol Yoji Aikawa, rival de To-y y con el que ha tenido algún que otro encontronazo. To-y desprecia todo lo que encarna Katô, el poder de la industria musical que destruye la creatividad, engendrando productos comerciales como Aikawa, dirigidos solo a generar beneficios económicos. Él no quiere que se le utilice como a un juguete (toy), sino ser él mismo. Su prima, Hidero Koishikawa, que es una célebre cantante de pop cursi, desea que To-y halle la fama y, creyendo así ayudarle, conduce a Katô hasta él. Hidero, además, está enamorada de su primo (japoneses e incesto: ese horror) y no soporta la continua presencia de Niya.

Esta podría ser una introducción bastante simple de un argumento que, como imaginaréis, está repleto de las complejidades de las relaciones personales y profesionales que se dan en una banda de rock. La historia tira del tradicional tema del cantante con extraordinario talento unido a una banda quizá no tan brillante, y cómo la malvada industria musical aprovecha una posible brecha para acometer su misión: hacer dinero. Hacer dinero a costa del amor, la amistad, la libertad y, por supuesto, el propio arte. ¿Es algo exagerado? Cualquiera que haya metido un mínimo el hocico en el mundillo musical sabe que no, ni en los 80 ni ahora.

To-y es un chico apasionado en el escenario, capaz de darlo todo, pero en la vida real resulta distante, introspectivo y algo taciturno. Incluso es acusado de no estar realmente comprometido con la banda por Isami, bajista de GASP; o de no ser un auténtico punk por Momo, el batería. Sin embargo, To-y está sumido en sus propias batallas internas, resulta un poquito emo el chaval, aunque es totalmente comprensible. ¿Caerá al final en las garras de Katô?

Mi personaje favorito es, sin duda, Niya. Es alegre, inocente, poseedora de una naturalidad innata… resulta toda luz y espontaneidad. Como un gato. Y que esté acompañada del felinillo callejero Nya me terminó de encandilar. En el manga su faceta escolar tiene más presencia, siendo en el anime casi inexistente. Sin embargo, hay momentos algo turbadores entre ella y To-y. No obstante, habiendo leído un par de capítulos del manga, no parece (pero a saber) que la sangre llegara al río. No he podido evitar pensar que mi querida Ed de Cowboy Bebop absorbió muchas de las características personales de Niya. Asimismo, la insoportable Merle de Tenkû no Escaflowne (1996) también ha aprendido un par de cositas de ella.

Por otro lado, me ha llamado la atención el macarra del bajista, Isami, y el propio To-y, que tiene un ramalazo Bowie potente. Aparecen unas cuantas referencias musicales en el anime y es curioso, porque a pesar de ser una película centrada en el mundo de la música, no escuchamos ni una sola canción de los artistas en cuestión. El fondo es como una sucesión de composiciones inconexas que manan y se ajustan al enorme flujo de imágenes en movimiento que es este film, pero no suena ni un solo tema de GASP. Nos dicen que es un grupo de punk, pero realmente no lo sabemos, porque además el soundtrack es más bien pop y refrito de new wave.

De hecho, observando la facha de sus fans y de los propios componentes del grupo, yo juraría que el rollo de GASP tiene más relación con el post-punk o el rock gótico. Los seguidores de Yoji Aikawa miran con recelo incluso temor a los forofos de GASP, los consideran «raros», de otra tribu. Y eso es lo que este anime refleja también, un mundo que ya no existe en la actualidad, salvo de forma muy residual: el de las tribus urbanas relacionadas con la música. Los rockers, los mods, los metaleros, los punks, los indies, los góticos, los raperos… subculturas con sus propios códigos estéticos y que, casi siempre, se miraban por encima del hombro las unas a las otras, incluso podían llegar a agredirse físicamente.

Kaie es, por ejemplo, uno de los secundarios que reafirma mi idea de que el asunto trasciende el punk hasta alcanzar incluso el visual kei. Se trata del líder de la banda Penicillin Shock, telonera en ocasiones de GASP, y aunque el personaje está oficialmente inspirado en el artista japonés Katsuhiko Nakagawa (1962-1994), cuando lo vi tanto en el cómic como en el anime mi cerebro solo pudo pensar en Siouxsie Sioux y Muerte de Neil Gaiman, aunque esta última nació unos añitos más tarde. Así de loquita estoy ahora, camaradas otacos. Por cierto, que Kaie es un personaje bastante, bastante turbio. Desconozco que habrá sido de él en el tebeo, pero olisqueo contorsiones obsesivas. Eso me gusta.

En resumen, To-y plasma el inmortal conflicto majors vs. indies; la gran fábrica de música pop contra las bandas pequeñas de medios limitados pero autónomas. Todos quieren ganarse el pan con sus trabajos, ninguno lo tiene fácil del todo y ambas posiciones exigen grandes sacrificios de diferente índole. ¿Es posible compatibilizar la rentabilidad económica con la producción artística? El arte al servicio del dinero acaba pervirtiéndose tarde o temprano; pero la libertad creativa no suele dar de comer mucho tal como está planteado el mundo. Ay, dilemas, dilemas sin solución a la vista.

La película abarca el primer tankôbon y avanza un poco en el segundo, dejando la miel en los labios, aunque ofrece un final más o menos cerrado. La historia de GASP, To-y y el resto de la cuadrilla es evidente que prosigue, pero sobre el papel. ¿Resulta decepcionante por ello? Para nada. To-y no está concebido como un absoluto, sino como una promoción del manga, de modo que rinde vasallaje a la nueva cultura del videoclip tan de moda en los 80 y 90. La MTV era la emperatriz omnímoda del single y la música vinculada a la imagen, de la propaganda de las discográficas a través de un formato que atraía e hipnotizaba al público juvenil. Y To-y utilizó de manera magistral su lenguaje audiovisual. Tanto es así que el peso argumental no recae en los diálogos, que son muy justos, sino en las imágenes.

Se trata de un anime de gran dinamismo, colmado de planos audaces y gran imaginación; con recursos visuales ricos y variados, pero muy distintivos de la década de los 80. Y es que To-y es muy, muy PERO QUE MUY ochentero… y la sombra de Akira es muy alargada también. Ahí tenemos el consabido culto al cuerpo, la locura por la moda y el maquillaje o el capitalismo desaforado como única forma de existencia válida. Y Duran Duran, por supuesto, solo hay que ver la portada de su disco Rio (1982) y el cartel publicitario de la OVA.

Vale, vale, solo era una excusa para mencionar a Simon LeBon y sus secuaces, pero las similitudes están ahí. Y la propia animación es una de las mejores muestras del dibujo limpio y prolijo de esa década. Esos cuerpos estilizados y lozanos de hombros infinitos y piernas interminables, qué maravilla. Ese manierismo resulta todavía fascinante. La verdad es que To-y está realizado con gran atención al detalle, puede presumir de cientos de sutilidades que expresan con pureza las emociones de sus protagonistas. Sin necesidad de palabras. Su calidad es indudable, una joyita escondida de tiempos menos informáticos.

Por si no había quedado claro, To-y es un anime para adultos, no solo porque en menos de una hora trabaje temáticas tan arduas como la prostitución de las artes y su conversión en meros bienes de consumo. Tiene algunas escenas subidas de tono, aunque gracias al nervio cómico que Niya aporta quedan suavizadas; y los asuntos de una posible pederastia y el incesto tampoco es que sean raros en el manganime. Pero ahí están en To-y, de incógnito o no. Avisados quedáis.

¿Recomiendo To-y? Solo por la estupenda experiencia visual que resulta, la sentencia es un sí rotundo. Pero por sí mismo es un anime al que le falta algo de contexto. No es que se haga incomprensible, pero se notan los huecos. Creo que es una excelente carnada para luego sucumbir al manga, donde me gustaría que To-y hiciera el memo, abandonase a GASP y se convirtiera en un trebejo. Esa sería una lectura muy interesante, pero ignoro si la historia continúa de esa manera o si tendré posibilidades de catarla algún día. De momento, esta OVA para mí ha sido y es un buen consuelo.

Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

Abril de ciencia ficción, manga

Abril de ciencia ficción: Prime Rose de Osamu Tezuka

El colofón perfecto al Abril de ciencia ficción de este 2023 va a estar dedicado, como no podía ser de otra forma, a Osamu Tezuka. Siempre habrá un espacio para este caballero en SOnC, resulta inevitable. Manga no Kamisama escribió muuuuuucha ciencia ficción de la buena, y perteneciente a su última etapa creativa tenemos Prime Rose (1983), que para desmarcarse un poquito de la entrada anterior del blog, su protagonista, o más bien tendríamos que decir su eje central, pertenece al género femenino.

En español ha sido publicado por Planeta, en un tomaco integral que recopila los cuatro tankôbon originales. Es el que se encuentra en las zarpas de Hermes. Ya sabéis que el gigante editorial anda publicando (y reeditando) las inabarcables obras de Tezuka desde hace un tiempo, quizás compensando atrocidades pasadas. Pero, antes de nada, quería comentaros que sus casi 900 páginas han sido muy entretenidas, aunque me han resultado difíciles de manejar. Volúmenes así de gruesos son algo incómodos para la lectura, aunque ya una se ha ido acostumbrando con el tiempo (qué remedio). No es un caso excepcional el de Prime Rose, Panini también está publicando mamotretos (me estoy deshaciendo de casi toda la grapa) y mejor no hablo de mi Little Nemo in Slumberland...

Aun así, Planeta está realizando un excelente trabajo con la obra de Tezuka, otorgándole ediciones respetuosas y dignas. Y ese es el caso de Prime Rose, aunque mis delgadas manitas sufran un poco. Ha contado con la siempre maravillosa traducción de Marc Bernabé (creo que se está haciendo cargo de Manga no Kamisama en Planeta, si me equivoco pegadme un toque en los comentarios) y sigue el formato del resto de tebeos de este autor, con una línea sobria y robusta.

En los años 80 del s.XX se vivió una auténtica locura por el género espada y brujería, sobre todo a nivel audiovisual. Las obras de Robert E. Howard, Clark Ashton Smith o el John Carter de Edgar Rice Burroughs eran fuente de inspiración para cientos de obras que plasmaban sin rubor unos mundos de adorable fantasía kitsch; cuanto más bajo fuera su presupuesto, más sonrojante era el resultado. Ejemplos de este homenaje alucinante al pulp y Weird Tales fueron las archiconocidas películas de Conan con Arnold Schwarzenegger a la espada, los largometrajes animados Heavy Metal de Gerald Potterton (1981) y Fire And Ice (1983) de Bakshi, Roy Thomas y Frazetta, la franquicia de Mattel de Masters del Universo o engendros entrañables como Krull (1983). Algunos de ellos se atrevían a cruzar la frontera de la fantasía para incursionar en el territorio de la ciencia ficción (science fantasy), y ahí es donde podemos ubicar el Prime Rose de Tezuka. Más o menos.

¿Por qué digo más o menos? Porque los que conozcáis a Manga no Kamisama ya sabréis que, aunque sabía sumergirse en las novedades del momento y bucear en ellas con facilidad, hacía lo que le daba la gana, metabolizando influencias y creando su cosmos personal. También es muy evidente que Tezuka conocía los cómics de los años 70 de Conan the Barbarian de Marvel (hola de nuevo, Roy Thomas), donde Red Sonja empezó a destacar y tener colección propia. Y ahí tenemos a nuestra protagonista de hoy, la clásica guerrera en bikini repartiendo acero a quien se le acercase: la princesa Emiya o Prime Rose.

No obstante, como antes os comentaba, Prime Rose es mucho más que un híbrido de ciencia ficción y fantasía: es Tezuka. Y aunque contiene todos los ingredientes que se suelen encontrar en esta clase de guisos, en manos de Manga no Kamisama logra sabores distintos a los esperables. Ciertamente Tezuka se supo empapar bien de cultura occidental, sin embargo no podía evitar ser un genio muy japonés. Porque todo esto comentado no deja de ser una pátina, un barniz, dentro de Prime Rose borbota un kokoro que pertenece a Shin’ichi Hoshi, Unno Juza o al mismo Tezuka, que no era ningún imberbe a la hora de escribir sci-fi precisamente.

Tal como el propio autor indica en el epílogo que Planeta adjunta al final del tomo, Prime Rose está planteada como una historia río, y en inicio no tenía muchas intenciones de prestar atención a los elementos de ciencia ficción, sino dejarse llevar, permitiendo que la narración fluyera y creciera; por lo que, citándole a él mismo, este manga es «una historia de tipo monumental».

Se publicó entre julio de 1982 y junio de 1983 en Weekly Shônen Champion, y tuvo su adaptación animada en agosto de 1983 como Time Slip Ichimannen: Prime Rose. Parece que en la película, algo diferente del manga, Tezuka introdujo ciertos cambios con los que se sintió más satisfecho, aunque tengo la alegría de anunciar que el capitán Nimoy continuó en su puesto en ambas obras. No puedo opinar más al respecto ya que no la he visionado, pero tarde o temprano caerá en mis garras. Sin embargo, sí puedo deciros que es recomendable leer antes el tebeo, ya que la película puede reventaros ciertas cosillas.

Dos países separados por el océano, Groman y Kukrit, dos pueblos en guerra. Para sustentar la paz, las casas reales de cada nación intercambian a su tercer príncipe y a su tercera princesa, sin embargo es un esfuerzo vano, ya que los gromaneses terminan dominando al pueblo kukritense. La sumisión es casi total, va desde la misma educación hasta una dura opresión social que, por supuesto, las clases privilegiadas de Kukrit notan muy poco. Emiya es la princesa gromanesa que, ajena a su herencia, ha sido educada en ese ambiente favorecido con una familia noble de Kukrit. Pero ella es una rebelde, no le gustan las maneras de la corte ni desea convertirse en la esposa de su alteza real Piral. No es muy buena estudiante, pero le gusta la lucha con espada y se entrena con fervor. Y así sucede que, inscribiéndose en contra de la voluntad de sus padres adoptivos en una competición, pierde estrepitosamente el combate frente a una noble gromanesa. A partir de ahí su vida da un vuelco. De niña consentida y de carácter insoportable, criada en la opulencia y con una existencia de adolescente trivial, pasa a descubrir la realidad brutal e inclemente del país donde reside.

Su talante no mejora mucho, a lo largo de gran parte del manga se mantiene como el arquetipo de niña terca e infantil, aunque lo que al principio se perfilan como defectos se van convirtiendo en virtudes conforme sus circunstancias van cambiando. ¡Y vaya si cambian! En Prime Rose vamos a toparnos con muy diferentes tipos de escenarios, que van desde palacios decimonónicos y sus intrigas, ciudades futuristas hipertecnificadas, máquinas del tiempo atravesando singularidades, páramos desolados habitados por criaturas monstruosas o presidios como campos de exterminio. Solo son reflejo del propio desarrollo de la narración. Por supuesto, vamos a encontrar el usual monomito o «viaje del héroe» de Campbell, pero con unas variaciones que harán de la historia de este manga lo prometido: un río con unos cuantos afluentes.

Prime Rose es un relato complejo y extenso, donde la supuesta protagonista, Emiya, funciona al inicio como tal pero pronto troca en nudo donde distintas miradas convergen. Y esas miradas pertenecen a otros personajes que toman el relevo de la narración, y con sus propias experiencias amplían el colosal tapiz que es este tebeo. Estas figuras van y vienen, al igual que sus tramas, que se retoman casi siempre para ofrecer unas vueltas de tuerca que no cesarán de girar hasta el mismísimo final. Para llevarlas a cabo, Tezuka recurre a su genial talento en unas viñetas plenas de agilidad. Es un manga que se lee con mucha facilidad gracias a su admirable dinamismo, resulta muy ameno y variado, es imposible que aburra. Y no solo eso, sino que el autor además se encargó de plasmar los dilemas sociales y las inquietudes filosóficas con los que trabajó durante toda su carrera, hay más cera de la que arde en las andanzas de Prime Rose.

Recopilemos: tenemos romance (un triángulo amoroso bastante escaleno, por cierto), aventuras, fantasía, acción, ciencia ficción y… DRAMA. Mucho drama. La tensión dramática, aderezada con momentos de feroz violencia es, en algunos momentos, angustiante; pero Tezuka sabe dosificar muy bien sus recursos, e intercala episodios más livianos, dando rienda suelta a sus peculiares bufonadas. Incluso se permite guiños y homenajes a pequeños hitos de la cultura pop, como ese maravilloso encuentro entre Bambi y Godzilla. De hecho, el humor que introduce, a ratos con pinceladas eróticas, contrasta, como es lógico, con esas escenas tan cruentas, haciendo de Prime Rose una enorme montaña rusa de 882 páginas.

En conjunto, Prime Rose es una obra bastante armoniosa dada su amplitud, tanto a nivel narrativo como visual, donde el arte engañosamente simple de Tezuka se encuentra en una de sus cimas. ¿Hay cosas que puedan no gustar? Pues claro, sobre todo desde una perspectiva contemporánea hallamos ciertos elementos difíciles de digerir, como el recalcitrante machismo o la hipersexualización ridícula de algún personaje que otro.

A mí, de manera personal, me ha costado mucho aguantar al pesao de Bunretsu, las ganas de asfixiarlo han sido terribles desde el primer panel en el que hizo acto de presencia. Pero sabiendo cómo se desempeña Manga no Kamisama y la época en la que fue concebido este tebeo, solo resta aceptarlo. En esos aspectos quizá no haya aguantado bien el paso del tiempo, sin embargo son detalles que no minan su calidad general y esa, sin duda, es innegable. Quizá no sea el mejor manga de Tezuka, pero del ocho y medio tampoco baja.

¿Recomiendo Prime Rose? Pues para el que se lo pueda permitir, sí. El precio de este señor tomo es elevado, estamos hablando de más de 40 euracos, de modo que no lo sugeriría como compra casual. Pero es lo que vale, ojo. No obstante, si eres fan de Tezuka y deseas disfrutar de una obra algo atípica dentro de su repertorio, este manga cumplirá su cometido a la perfección. Se trata de un tebeo que resume muy bien el estilo y las preocupaciones de Manga no Kamisama, de una madurez propia de la etapa que le corresponde pero no por eso menos fresco y divertido. De hecho, y creo que me estoy repitiendo un poco ya, engancha, engancha mucho, por lo que se lee con sorprendente rapidez.

Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

Abril de ciencia ficción, anime

Abril de ciencia ficción: la Leyenda de los Héroes de la Galaxia

¿Cómo ignorar semejante obra en nuestro Abril de ciencia ficción? Y no es fácil hablar de ella, pues se trata de una saga laberíntica y llena de precuelas, refritos, historias paralelas, películas… y eso solo en animación, porque tiene también su propia adaptación de Takarazuka Revue. Pero, si queremos empezar por algún sitio, hay que aclarar que el arco original son novelas. 10 volúmenes publicados entre 1982 y 1987, que se complementarían con 4 más (1984-1989) y pueden encontrarse en inglés. Esto la convierte en una de las narraciones más extensas de Cipango.

Pero, ¿quién es el cerebro detrás de Ginga Eiyû Densetsu o la Leyenda de los Héroes de la Galaxia? Pues el doctor en lengua y literatura japonesas Yoshiki Tanaka, autor de otras famosas obras como Arslan Senki (1986-2017) o Sohryuden (1987), todas ellas con diversas adaptaciones al anime. Y del anime de Ginga Eiyû Densetsu (1988-1997) trata el artículo de hoy, de las OVAs originales que, china chana, llegaron hasta los 110 capítulos.

Aunque unos pocos meses antes del nacimiento de esta monstruosa serie, salió a la luz la película Ginga Eiyû Densetsu Waga Yuku wa Hoshi no Taikai (1988) así como el videojuego para Famicom de Nintendo, que sirvieron de preludio a la epopeya que se desplegó en ese centenar de episodios que ya son míticos. Tantos capítulos dan un poco de miedo a la hora de visionarlos, son todo un desafío, pero en su momento se realizaron con bastante naturalidad. Como antes he comentado, china chana. Estas OVAs se vendían por suscripción a los fans de las novelas, que pagaban su cuota e iban recibiendo por correo los vídeos. Otros tiempos. En realidad fueron los admiradores de la obra literaria los que hicieron posible que se llegara hasta las cuatro temporadas, 47 horas de batallas espaciales, intrigas políticas y conspiraciones; un culebrón cósmico inspirado en la historia de la humanidad, donde fueron cristalizadas su economía, psicología incluso antropología social con gran agudeza.

Pero, ¿esto no es un anime de ciencia ficción? Pues sí, pero también es un espejo donde la naturaleza humana se ve reflejada. La Leyenda de los Héroes de la Galaxia no es una serie cualquiera, tanto por su amplitud como por los temas que toca, que sobrepasan los límites de una space opera convencional. Es una obra exigente que demanda atención, una disposición activa por parte del espectador. Pero eso es adelantarnos un poco a los contenidos de la entrada, vayamos en orden.

Sí, hay gatos, y ahí lo tenéis, en SOnC no pueden faltar estos pequeños felinos. ¡Vivan los gatos! Tras este inciso, comentábamos que la Leyenda de los Héroes de la Galaxia tiene cuatro temporadas. La primera, que abarca los dos primeros volúmenes de la novela, constó de 26 episodios y se difundió entre diciembre de 1988 y junio de 1989. La segunda, que adaptó los volúmenes del 3 al 5, entre julio de 1991 y febrero de 1992, con 28 capítulos. La tercera, de 32 episodios, comprende los volúmenes del 6 al 8 y se publicó entre julio de 1994 y febrero de 1995. Finalmente, la cuarta temporada, con 27 capítulos, cubre el resto de volúmenes y fue lanzada entre septiembre de 1996 y marzo de 1997.

A los mandos de tamaña gesta animesca estuvo Noboru Ishiguro, un profesional ya curtido en otras lides como Uchû Senkan Yamato (1975), el Tetsuwan Atom de 1980 o Macross (1983). Casi nada, así que pocas bromas. También se haría cargo, más adelante, de la adaptación al anime de otra novela de Tanaka, Tytania (2009). Y es que no se le podía confiar este proyecto a alguien menos experimentado, ya que la intrincada arquitectura del universo del escritor es avasalladora.

Leyenda de los Héroes de la Galaxia comienza a bocajarro, sumergiéndonos sin rodeos en un conflicto armado, en una batalla estelar donde dos facciones enemigas se enfrentan: el Imperio y la Federación de Planetas Libres. Es toda una declaración de principios, pues a lo largo de la serie estas contiendas van a ser constantes. Sin embargo, no se trata de una obra de acción, sino de política y estrategia militar en una guerra que cubre casi dos siglos, donde las infinitas batallas no deciden en realidad nada. Por lo que no, esto no es Star Wars, que además resulta un tanto infantil en comparación. Aquí todos son humanos, no hay razas alienígenas ni peluches a los que se les ve la cremallera. Es una pugna fratricida donde el ser humano hace lo que mejor se le da: autodestruirse. Este anime juega en otra liga, camaradas otacos.

La serie presenta una simetría evidente entre dos mundos de filosofía opuesta, con dos personajes fuertes que medrarán gracias a su inteligencia y con problemas políticos muy distintos, pero de raíces comunes. Sin embargo, para entender el presente hay que conocer el pasado, y Leyenda de los Héroes de la Galaxia no se arredra a la hora de explicar con minuciosidad los orígenes de la guerra.

En el 2801 d.C, la humanidad ha partido de la Tierra y ha establecido en una galaxia cercana la Confederación Galáctica. Es el año 1 estelar, se vive una edad de oro. En el año estelar 296, Rudolf von Goldenbaum, joven héroe de la Confederación, se introduce en el mundo de la política. Con gran habilidad, va ascendiendo en la escala de poder y su influencia en el Parlamento es grande. En el año 310, ya como Primer Ministro, da un golpe de Estado, funda el Imperio Galáctico y se proclama Káiser. El año estelar es abolido y comienza el año 1 imperial. Rudolf instaura la Dinastía Goldenbaum, la suya propia, bajo el amparo de un sistema autocrático hereditario que remite al Antiguo Régimen, una monarquía absolutista de tintes feudales, con una nobleza fuerte e influyente. Se decretan leyes de eugenesia, se eliminan sistemáticamente a inconformistas.

En el año imperial 164 Arle Heinessen se rebela, convirtiéndose en el líder del grupo de los Republicanos. Cruzando una peligrosa zona del espacio, funda la Federación de Planetas Libres y recupera los años estelares. Junto a él, en un enorme éxodo, millones de personas deciden huir de la tiranía del Imperio para poder vivir sus existencias en un sistema democrático.

En el año estelar 640, 331 imperial, la Federación y el Imperio entran en guerra. Una guerra que está durando ya 150 años.

Con estos precedentes, la Leyenda de los Héroes de la Galaxia nos presenta a Reinhard von Lohengramm, perteneciente a la pequeña nobleza del Imperio, y a Yang Wen Li, estudiante de Historia de la Federación. Ambos son unos genios en tácticas militares, ambos están en el ejército por motivos personales más que por vocación, ambos son enemigos mortales aunque se admiran mutuamente. Los dos también, a pesar de sus orígenes humildes, progresan por méritos propios. Sin embargo, Reinhard es ambicioso y ansía el poder; Yang Wen Li, que es modesto y de talante relajado, solo desea que la guerra acabe con el menor número de bajas posible, finalizar sus estudios y llevar una vida tranquila.

Hay muchos más personajes, un auténtico carrusel de cientos de rostros que van desde generales, granjeros, urbanitas, políticos hasta pilotos o sirvientes. Todos ofrecen su visión de una realidad espinosa y desgarrada, algunos son víctimas, otros verdugos, los que más solo procuran no naufragar. Es aconsejable no encariñarse con ninguno, porque… eso, mejor que no. No obstante, sus retratos son poliédricos y llenos de matices, evolucionan y la profundidad psicológica de algunos es portentosa. Los numerosos flashbacks, además de relatar eventos de la historia, sirven para articular las diferentes personalidades, brindarles un trasfondo coherente y distintivo que hace comprensibles sus pensamientos y decisiones. Son sus voces las que construyen el relato de la Leyenda de los Héroes de la Galaxia, aunque haya otra en off narrando.

Sin embargo, debo reconocer que hay una cosa que no me ha gustado, y es la escasa presencia femenina. En un mundo donde la mitad de la población se supone que es mujer, casi no aparece su figura. Y si lo hace, es como interés romántico/sexual de alguien, en el ámbito doméstico o como la consabida pitufina. Esto le otorga cierta ranciedad anticuada que desluce un poco la serie, una pena. Es evidente que Tanaka representó en sus novelas, en un futuro muy lejano, la clásica sociedad patriarcal donde la posición de la mujer resulta casi idéntica a la que tenía en los años 80 del s. XX. Natural por otro lado, la Leyenda de los Héroes de la Galaxia es hija de su época y el autor tenía derecho, faltaba más, a escribir lo que le saliera del nabo. Yo también tengo derecho a escribir sobre lo que no me hace gracia, de modo que todos contentos. Sin embargo, este particular no me ha impedido en absoluto disfrutar de este anime, por no hablar de que soy consciente del valor trascendental que posee en la historia de la ciencia ficción.

Hay una clara dicotomía en la humanidad, representada por el Imperio, inspirado en el Reino de Prusia (1701-1918) y la mitología nórdica; y la Federación de Planetas Libres, una república democrática de apariencia más o menos contemporánea. El Imperio es una autocracia cuyo gobernante, Friedrich IV, también llamado «el Káiser de las Cenizas», es consciente de la decadencia de su dinastía y se ha abandonado a una vida de placeres, en la que la hermana de Reinhard, Annerose, es su concubina. Es un estado feudal de facto donde los nobles luchan por hacerse con el trono, son pequeños tiranos cuyo orgullo, soberbia y vanidad son la fuente de su incompetencia e insondable estupidez. Conciben la guerra desde la distancia con una noción de grandilocuencia épica totalmente insensible a la realidad de los desastres que provoca, pues no les afecta de forma directa, como casta privilegiada no sufren ni conocen esos horrores. Por otro lado, sus intrigas palaciegas y ceguera resultan la perfecta escalera para el ascenso de Reinhard, que aprovecha todos estos defectos a su favor. Sabe que el Imperio es un gigante con los pies de barro.

¿La situación de la Federación de Planetas Libres es mejor? Las democracias también tienen sus sombras, y en la Leyenda de los Héroes de la Galaxia se plasman de una manera que todos podemos reconocer demasiado bien: populismo, ultranacionalismo y la perversión de la palabra «libertad». Su cabeza más visible es el Secretario de Defensa, Job Trunicht, un oportunista que aprovecha la guerra a su favor, hace uso del miedo para manipular a la población y dirige en secreto el Cuerpo de los Caballeros Patrióticos, que lleva a cabo purgas entre los ciudadanos «molestos». Se trata de una democracia corrupta, y aunque existe un partido político antibelicista, que representa el descontento de una parte de la gente, harta de que sus familiares mueran en un conflicto estéril, su influencia siempre resulta estrangulada.

La guerra está esquilmando los recursos naturales de ambos estados, está destruyendo sus economías y devastando a la propia población. ¿A quién beneficia? Solo a particulares y, desde luego, al dominio autónomo de Phezzan, que aunque pertenece al Imperio, mantiene su independencia y se considera territorio neutral. Gobernado por el señor feudal Adrian Rubinsky, no duda en espiar a ambos bandos, venderles información y beneficiarse de la contienda mediante artimañas y zancadillas. Es un lugar de tránsito y residencia de refugiados, pero con Rubinsky nadie puede estar seguro.

¿Qué ingredientes le faltan a este potaje para convertirse en una olla explosiva? A lo largo de estos ciento y pico episodios muchas cosas estallan. Sin embargo, al guisado se le añade la molécula del fanatismo religioso, encarnado en el Culto de la Tierra, una especie de secta vinculada a la extrema derecha. Esta considera el conflicto una guerra santa, y desea por encima de todas las cosas que la humanidad regrese a la Tierra, ya que la honran como sagrada, y se la conquiste en una cruzada,

Y las batallas van desfilando, como en una danza al son de Wagner, Mozart, Dvořák… Una danza de destrucción y muerte donde brillan en todo su esplendor los estrategas Reinhard y Yang Wen Li. Son, de hecho, los diálogos y no la acción los que conducen la serie a través de un argumento denso como una estrella de neutrones, que además siempre sorprende por sus giros inesperados. Con un lenguaje en ocasiones florido, se reflexiona sobre la condición humana, la existencia del universo o el porqué de las guerras. ¿Es mejor una buena dictadura que una democracia podrida? La Leyenda de los Héroes de la Galaxia es una serie para pensar.

¿Qué más se puede comentar sobre esta serie de OVAs? Pues que la animación es gloriosa, llena de pormenores y expresividad, y que conforme avanzan las temporadas mejora muchísimo. Para los que somos fans de lo analógico y deploramos esa impresión a silicona rutilante de la informática, es un auténtico placer y descanso para los ojos ver anime así. Y los diseños de las naves espaciales… ¡ay, madre mía! esa atención al detalle es maravillosa.

La Leyenda de los Héroes de la Galaxia es una serie parsimoniosa que se toma su tiempo para narrar, pero que en cada episodio sucede algo de importancia. Sin prisa pero sin pausa. No hay apenas episodios de relleno o recapitulaciones, va sembrando semillas que más adelante germinan y abren las puertas a otros espacios. No es una obra para gente impaciente o ávida de trompazos, casi podríamos decir que tiene cierto olor a documental, como una crónica histórica que todavía no ha sucedido, pero que resuena en nuestro cerebro porque es una reverberación de lo que somos como especie. Y la guerra, la guerra que lo cambia todo.

¿Recomiendo la Leyenda de los Héroes de la Galaxia? ¡Pues claro! No obstante, como se desprende de esta reseña, es una serie que requiere un tiempo de digestión, quizá por eso no sea demasiado popular ni conocida… aún. Pero los otacos que nacimos en el mesozoico sí que sabíamos de ella, y creo que ya era hora de que le escribiera una entradilla en el blog. La tiene merecida de sobras.

Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

Abril de ciencia ficción, cómic occidental

Abril de ciencia ficción: Yoko Tsuno

En abril aguas mil y ciencia ficción en SOnC. Después de tanto tiempo sin escribir en la sección, quería regresar con algo que fuese realmente especial, de modo que decidí que era el turno de Yoko Tsuno. No, no es manga; sí, es cómic europeo, de hecho es línea clara, franco-belga (bande dessinée, BD). Pero la prota es de origén japonés y encima mujer, cosa extraña en los años 60, por lo que tenía entrada asegurada en la bitácora.

La publicación de las historietas de Yoko Tsuno en España ha sido caótica, desorganizada y se encuentra incompleta; la edición en inglés tampoco es mucho mejor, por lo que hay que acudir a la francesa y neerlandesa para leer la colección completa, que consta, hasta ahora, de 30 álbumes. Pero hoy me voy a centrar en uno en concreto, escribir sobre todos ellos, aparte de arduo, resultaría muy, muy extenso. Y no sé si la gente ahora en internet pierde el tiempo leyendo más de cinco minutos seguidos un texto. Tengo la sensación cada vez más terrorífica de que no lo hace, que somos cuatro amantes de la lectura los que proseguimos con los blogs, creando un tipo de contenido que no es ni publicidad ni gilipolleces narcisistas. Pero probablemente sea una percepción errónea por mi parte. O eso espero, hay que mantener la esperanza en la humanidad un poco, camaradas otacos.

Pero, ¿quién es Yoko Tsuno? Tsuno es una ingeniera electrónica japonesa que, con su gran inteligencia y habilidades, resuelve conflictos, misterios y vive numerosas aventuras por todo el planeta ¡y fuera de él! Sus viajes a través del espacio y el tiempo ya forman parte de la historia del cómic. Durante sus hazañas suele estar acompañada por otros personajes como Vic Vidéo, Pol Pitron (álter ego del autor, Roger Leloup) o la alienígena vineana Khany entre otros, haciendo de sus gestas una narración coral, aunque la estrella indiscutible sea Yoko.

El creador de Yoko Tsuno, Roger Leloup, nació cerca de Lieja en 1933. Es curioso, porque su carrera como autor se basa casi en exclusiva en la creación y desarrollo de un solo personaje: nuestra protagonista de hoy. Pero su trayectoria empezó bastante antes del nacimiento de esta trotamundos.

Desde que era pequeño siempre sintió mucha curiosidad por la mecánica y la tecnología, junto a su padre disfrutaba de los trenes eléctricos en miniatura, y era aficionado al modelismo y a la entomología. Leloup era muy minucioso, algo que más adelante sus lectores podrían percibir en sus dibujos. Ligado a su pasión por la ingeniería estaba su amor a los tebeos y la ciencia ficción de Julio Verne o H. G. Wells, de modo que, aunque él todavía no lo supiese, su senda profesional era ya muy evidente.

Se matriculó en la Escuela superior de artes Saint-Luc, pero como muchos otros antes que él en el mundo del cómic, la abandonó. Leloup estaba más interesado en el dibujo técnico, para el que tenía una aptitud innata; la educación formal no cumplía con sus expectativas, constreñía sus ideas. Así que al conocer al historietista Jacques Martin, que había estudiado ingeniería y trabajaba en la revista Tintin con su serie la famosa Alix, no dudó en trabajar como su ayudante en cuanto se lo propuso. En unos años pasó a los estudios de Hergé, donde realizaría ilustraciones técnicas sobre aviación y automoción con diseños propios muy interesantes. Más adelante, también trabajaría para Peyo (exacto, el de los Pitufos) en la revista Spirou, que lo animó a contribuir con algo de su cosecha en la serie Jacky et Célestin. Y eso es lo que hizo Leloup: en 1969 convirtió al dúo en trío introduciendo a una joven oriental experta en electrónica.

Esta señorita que veis aquí es la actriz franco-japonesa Yoko Tani (1928-1999), muy célebre en los años 60, y que protagonizó películas de ciencia ficción, entre otros géneros, como Destino espacial: Venus (1960) o Invasion (1966). Leloup era muy fan de esta dama, y escogió su nombre para bautizar a su nueva creación. El apellido vino por parte de Maurice Tillieux, que guionizó las 3 primeras historietas cortas de Yoko Tsuno ya en solitario, en 1970. Pero cuando Spirou se convenció de que un personaje femenino, asiático e independiente podía tener salida comercial en una serie larga, Leloup se hizo cargo tanto del guion como del dibujo. Al fin y al cabo, el proyecto era suyo.

¿Fue Yoko Tsuno la primera serie en Europa con protagonista femenina? Mis conocimientos no llegan a tanto, pero se me ocurre alguna anterior como Valentina o Barbarella; pero sí diría que es de las iniciales, y dada la sociedad de aquel entonces, fue un riesgo que les salió bastante bien: Yoko Tsuno tuvo una aceptación estupenda. Porque Yoko-san, además, no representaba el rol tradicionalmente asignado a las mujeres en los cómics: no era el interés romántico de nadie, no era una femme fatale o una criatura hipersexualizada. Yoko Tsuno es una heroína con iniciativa, inteligente, activa y valerosa. Un personaje femenino moderno que se adelantó a su tiempo mostrando un perfil natural, de ser humano adulto, no de muñeca sexy.

Da mucha pereza que a las figuras femeninas casi siempre se les tenga que atribuir sensualidad y erotismo. Mucha pereza. No fue el caso para nada de este tebeo, toda una novedad. Y ojo, Yoko Tsuno no era cómic para chicas, sino que iba/va dirigido a todos los públicos. ¡Toma patadón al androcentrismo!

Y así llegamos al primer álbum de Yoko Tsuno, publicado entre los números 1726 y 1742 de Spirou: El trío de lo extraño (1972) o Le trio de l’étrange. También es el tebeo de la entrada de hoy. No es el que tiene ni mejor dibujo ni mejor historia de los 30 publicados, pero sí resulta la introducción perfecta en su universo. Si El trío de lo extraño os llega a gustar, el resto solo os puede encantar. Además, aquí se presentan personajes que luego iremos viendo aparecer en álbumes posteriores porque, aunque son relatos autoconclusivos, poseen cierta continuidad.

El trío de lo extraño todavía tiene mucho de las influencias de los maestros de Leloup, que se encuadra en la llamada línea clara, con el habitual «efecto máscara» (en Tezuka también aparece, por cierto), regularidad en las tiras, continuidad de los planos, subordinación del dibujo a la historia (mucho, mucho texto), gran realismo y prolijidad en los decorados y fondos, enfoque en la acción más que en la psicología de los personajes, etc.

Este es el primer movimiento de Leloup en solitario, las obras posteriores evolucionarían mostrando más de la personalidad e ideas del autor; sin embargo, se trata de un cómic que ha soportado con bastante dignidad el paso del tiempo. Quizá no sea a lo que está acostumbrado el lector de manga actual, es otro tipo de lenguaje gráfico, pero siempre es recomendable conocer otras perspectivas para ampliar la mente, camaradas otacos.

Vic y Pol son un regidor y cámara respectivamente de televisión. Están cansados de trabajar en programas aburridos, y sueñan con crear su propia productora independiente y realizar proyectos más interesantes. Una noche, al salir de los estudios, Vic observa que una grúa en una obra está moviéndose sola, y una misteriosa figura parece deslizarse por ella con intenciones maliciosas. La siguen y creen haberla atrapado cuando descubren que se trata de Yoko Tsuno, una ingeniera electrónica que ha sido contratada para probar el sistema de seguridad de la edificación. Impresionados por la pericia de la joven, deciden proponerle que colabore con ellos en un documental de espeleología que requeriría de sus especiales habilidades como ingeniera de sonido. Yoko, que parece tener dificultades para encontrar un empleo estable, acepta encantada.

Ya en el interior de la cueva, descubren un gran sifón que, en vez de amedrentarlos, los anima a continuar con una serie de grabaciones submarinas. Sin embargo, al tirar un colorante en el agua para averiguar su movimiento, el nivel comienza a subir y son absorbidos y arrastrados hasta el interior de una gigantesca cueva que alberga tecnología muy avanzada. Ahí conocerán a Khany y a la pequeña Poky, supervivientes de una civilización que procede del planeta Vinéa (nombre inspirado en la famosa crema Nivea, quizá por eso los vineanos también sean azules). Su hogar, a más de 2 millones de años luz, fue destruido en un cataclismo cósmico, viéndose obligados a migrar a un mundo que pudiera albergarlos.

El viaje fue muy, muy largo y en hibernación, todo controlado por una IA que los condujo hasta la Tierra. El ser humano recién había aparecido, por lo que decidieron vivir bajo tierra. De esta manera da comienzo una aventura donde Yoko Tsuno se revelará como la líder indiscutible por su audacia, buen hacer y perspicacia.

Vic, que representa la sensatez, y Pol, cuya función básica es la cómica, pronto se manifiestan como los escoltas de Yoko; el séquito necesario de todo héroe (en este caso heroína) que asiste y acompaña a la prima donna. No son ninguno de los personajes especialmente complejos ni trabajados a nivel psicológico, algo particular también de la ligne claire, y Yoko en ocasiones puede resultar irritante en su excelencia. Sin embargo, este trío, que da título al álbum, se acopla y ensambla a la perfección, brindando a esta historia de aventuras y misterio el dinamismo necesario.

Leloup, asimismo, nos presenta a otra mujer fuerte, Khany, que aunque secundaria, se convertirá en amiga de Yoko y su presencia será habitual en los siguientes álbumes, e irá ganando peso en el mundo de Tsuno. La amistad intergaláctica entre las dos dará bastante jugo, muchas y colosales epopeyas aguardan en el futuro. Porque uno de los valores principales que difunden los tebeos de Yoko Tsuno es el humanismo, o más bien deberíamos decir el respeto y la colaboración humanos e interespecies en el universo.

El dibujo retiene todavía mucho de sus maestros, resulta un tanto indeciso y, siguiendo el consejo de Tillieux a regañadientes, Leloup aplicó un estilo bufo en los personajes. No estaba acostumbrado a diseñar y trazar rostros humanos, de modo que, por ejemplo, el semblante de Yoko parece de continuo enfado o Poky tiene la cara, directamente, de un pitufo. Sin embargo, en los siguientes álbumes esto cambiaría por completo, y Leloup afinaría sus diseños y expresividad.

¿Hay maniqueísmo? Sí. Los malos son malos sin fisuras; el argumento, muy rico y ágil, puede pecar de infantil y algo simplista en ocasiones. Sin embargo, se trabajan conceptos como el arrepentimiento, la justicia y la clemencia, no tan habituales. Por otro lado, los amantes de la ciencia ficción dura disfrutarán muchísimo por la minuciosidad y realismo de Leloup en sus descripciones. Porque la SF de Yoko Tsuno es hard, otaquería, esto no es Star Wars y sus viajes translumínicos de 10 minutos. Recordemos que Leloup es entusiasta de todo saber científico dedicado a la tecnología, por tanto encontraremos multitud de viñetas con meticulosas explicaciones e ilustraciones al respecto.

¿Recomiendo El trío de lo extraño? Sí, en especial si luego se va a continuar leyendo el resto de los álbumes de Yoko Tsuno. Es una historia con vueltas de tuerca oportunas, mucha energía y un final convencional pero abierto a enigmas que Leloup irá desvelando en las posteriores aventuras de la japonesa. Este álbum solo es un esbozo de las maravillas que proseguirán. De hecho, en sus trabajos posteriores el autor añadirá más ímpetu detectivesco a sus relatos junto a esa hard SF que es marca de la casa.

¿Volveré a escribir de Yoko Tsuno? Es bastante probable que, más adelante, dedique un par de entradillas a algún álbum suyo más. Todo sea por dar a conocer este magnífico tebeo que este pasado 2022 llegó a su número 30 con el título Les Gémeaux de Saturne. ¿Cuándo verá este la luz en español? Pues me temo que aún tardará un ratico.

¡Larga vida a Yoko Tsuno! Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

literatura, ZhongGuo

Recuerdos de Hulan He de Xiao Hong

Ya lo comenté hace unas semanas, Gallo Nero está publicando, así como quien no quiere la cosa, material muy jugoso, sobre todo para los aficionados a lo oriental. Su colección de gekiga es de verdad emocionante, y lo mismo sucede con sus libros ilustrados. Uno de ellos, Recuerdos de Hulan He de la maravillosa escritora Xiao Hong (1911-1942), ha sido uno de los últimos en caer sobre mis zarpas, y lo he devorado con calculada lentitud.

Originalmente publicado en 1942, el mismo año en que Xiao Hong fallecería, la edición de Gallo Nero (2021) es una adaptación que goza con un prefacio imprescindible de Shao Baoqing, profesor de literatura china de la Universidad de Burdeos, y las mágicas ilustraciones de Hou Guoliang (1946). Se trata de la publicación en español de la que apareció en 2007 en China gracias a la editorial Jilin Meishu Chubanhe (吉林美术出版社). No es muy largo, como tampoco lo es la obra en la que se basa, pero sí se trata de un libro de especial intensidad y belleza, tanto por su arte como su literatura. En él Xiao Hong plasmó los ecos de su niñez en el noreste de China, en la gélida provincia de HeilongJiang, en la región histórica de Manchuria. Y quizás sería conveniente hacer una pequeña presentación de la autora, su tortuosa vida y experiencias para poder comprender y disfrutar mejor de este Recuerdos de Hulan He.

Porque aunque Xiao Hong no sea todavía demasiado conocida en Occidente, ella es una de las escritoras más importantes de la literatura contemporánea del País del Medio; y tampoco es sorprendente que no fuera profeta en su propia tierra hasta los años 80, que se empezó a recuperar su trabajo y valorarse como merecía. Fue una adelantada a su tiempo, su estilo no se ajustaba al canon realista requerido… y además era feminista. Uy, lo que he dicho. Todo lo que rodea a Xiao Hong despliega un halo de melancolía y ferocidad que encoge el alma, si continuáis leyendo averiguaréis por qué.

Estas tres fotografías nos muestran tres etapas distintas de la vida de Xiao Hong, que a pesar de que fue breve porque solo vivió hasta los 31 años, tuvo bastantes más fases de las que se muestran en este trío. La primera, la niñez, ahí aparece con su madre, de la que apenas tuvo recuerdos porque falleció cuando era pequeña; la segunda, cuando conoció a Lu Xun (1881-1936) y bajo su ala floreció; y la tercera, cuando buscaba una existencia convencional, tranquila y segura con el escritor Duanmu Hongliang.

Xiao Hong vivió en 11 provincias distintas de China y también en Tokio, recorrió miles de kilómetros durante su corta existencia, aunque su tierra natal siempre sería el lugar de la nostalgia y la añoranza, y en sus últimos días expresó el deseo de regresar a la aldea donde nació, en Hulan, un 1 de junio de 1911. Pero no pudo ser. También quiso que sus cenizas reposaran junto a las de su querido mentor Lu Xun, sin embargo murió sola y abandonada en un hospital de campaña del St. Stephen’s Girls’ College en Hong Kong. Pero eso es adelantarnos a nuestra historia, vayamos al principio.

¿A que está muy elegante Xiao Hong con su pipa? El hombre que la acompaña es Xiao Jun, prominente escritor con el que vivió más de seis años. No fue una relación dichosa, así como tampoco lo fue su infancia. Con 9 años perdió a su madre, y el padre era el polo opuesto de la hija. La nueva esposa, la consabida madrastra malvada, era bastante ruda, de modo que nunca se sintió querida por su familia excepto por su abuelo. Su abuelo fue su refugio, en él halló la figura amorosa y protectora que la sostuvo hasta que murió y la enviaron a un colegio femenino en Harbin. Allí, lejos del ambiente rancio de su pueblo, descubrió la literatura moderna y progresista de su época, y también al que sería su escritor predilecto: Lu Xun. Sin embargo, esa etapa no duró demasiado, pues fue expulsada y al regresar de nuevo a casa, su padre le había preparado una sorpresa: un matrimonio concertado.

Los datos biográficos de Xiao Hong son en ocasiones confusos y algo oscuros, así que ciertos detalles y motivaciones nos resultan desconocidos. Lo que sí sabemos es que, horrorizada ante la perspectiva de un matrimonio de conveniencia, huyó con una prima a Pekín y llevó una vida de vagabunda. El hambre la hizo volver al hogar, y su padre la encerró en casa. Volvió a escapar pero esta vez a Harbin y ahí, no sabemos si porque fue tras ella o por casualidad, se encontró con el que habían planeado que fuese su marido. Lo aceptó finalmente y se fueron a vivir juntos. Pero el tipo demostraría ser todo un canalla, pues resultó que ya se había casado con otra. La abandonó embarazada y con unas tremendas deudas. Estos problemas económicos y su situación vulnerable la condujeron a un estado de semiesclavitud y pobreza muy, muy duro. Se encontraba desnutrida y vivía en un cuchitril sucio y diminuto, el único lugar donde su acreedor le permitía subsistir. Desesperada, escribió a un periódico su situación y el editor, asombrado, envió a un reportero a verificar la historia. Este periodista sería Xiao Jun, que tras conocerla ya no se separaría de ella en mucho tiempo. Fue un amor a primera vista. Un cambio en la vida de ambos radical.

Xiao Hong tuvo a su niñita, pero la entregó en adopción, incapaz de alimentarla y mantenerla. Nunca volvió a saber de ella. Mientras tanto, su relación con Xiao Jun crecía también a nivel intelectual, pues él descubrió en ella una mujer de extraordinario talento, y ambos comenzaron a escribir y publicar obras propias, incluso en conjunto. Eran trabajos abiertamente contrarios a la dinastía Qing y la ocupación japonesa, por lo que pronto fueron hostigados y tuvieron que huir primero a Qingdao y después a Shanghai. Fue entonces que Xiao Hong cumplió el sueño de conocer a Lu Xun, y a partir de ese momento alimentaron una amistad tierna y honesta. Xiao Hong encontró en él el añorado amor de su abuelo, así como también a un guía espiritual en su carrera literaria. Escribió su clásico El campo de la vida y la muerte (生死场, 1935), al que Lu Xun hizo el prólogo, y éste proclamó que Xiao Hong era «la escritora más prometedora de China». La novela, a pesar de que fue censurada, produjo un gran impacto, despertó conciencias en el país y estimuló el espíritu de lucha contra el invasor japonés. Con solo 24 años, Xiao Hong logró plasmar con una precisión asombrosa la miseria del mundo rural y la horrible vida bajo el yugo nipón en Manchukuo. Pero la novedad era que lo hacía desde una perspectiva femenina, y con un estilo inédito hasta entonces.

Estos fueron tiempos de estabilidad y contento para Xiao Hong. Visitaba a diario a Lu Xun, en su casa sintió un calor familiar sin precedentes en su vida. Y en ese círculo social, gracias al patrocinio de su protector, conoció a periodistas como la grandísima Agnes Smedley (1892-1950) y otros estudiosos extranjeros que dieron a conocer su obra fuera de China. Pero lo más importante fue, sin duda, la felicidad que supuso para ella el afecto del anciano escritor: un padre de familia, buen esposo y amante de su hijo, pero también amable y generoso con los jóvenes autores que deseaban salir adelante en unos momentos históricos tan complicados.

La risa de Lu Xun es clara y alegre desde el corazón. Si alguien dice algo graciosoo, se ríe tan fuerte que ni siquiera puede sostener un cigarrillo y, a menudo, se ríe tanto que tose.

Conforme su relación con Lu Xun era cada día más cordial, la que mantenía con Xiao Jun se degradaba. Jun bebía y golpeaba a Xiao Hong, abusaba de ella gravemente además de serle infiel, por lo que la escritora decidió irse a Tokio. Y mientras se encontraba fuera, Lu Xun falleció. Fue un golpe muy doloroso para ella, y a los pocos meses, en 1937, regresó a China. Embarazada de Jun, se casó con Duanmu Hongliang de manera precipitada, buscando un equilibrio que apenas sabía reconocer. Muchas de sus amistades le dieron la espalda por este paso y, para más inri, tras un parto difícil, su bebé murió a los dos días de nacer.

Aquí tenéis a Xiao Hong en la sepultura de su admirado Lu Xun, y en la imagen de al lado está con el que sería su última pareja, Duanmu Hongliang. Apenas hay un año de diferencia entre ambas fotografías, pero la vida de nuestra protagonista ya había dado un vuelco. Wuhan, Chongqing, Kowloon, Hong Kong… la segunda guerra sino-japonesa (1937-1945) hizo que el joven matrimonio tuviera que huir de un lugar a otro, buscando algo de seguridad. Sin embargo, la salud de Xiao Hong estaba muy deteriorada: años de hambre y frío, angustia, guerras y dos partos complicados debilitaron su cuerpo, y enfermó de tuberculosis. Sin embargo, durante esos últimos meses de su vida, tan llenos de fragilidad y toses interminables, escribió varias obras, entre ellas el que es considerado uno de sus mejores trabajos: Recuerdos de Hulan He.

Despreciada y abandonada por su marido, Xiao Hong murió de enfermedad y terror un 22 de enero de 1942. Diagnosticada erróneamente con un tumor en la garganta, la intervención quirúrgica a la que fue sometida la dejó muda. Pero la negligencia médica no quedó ahí, sino que Xiao Hong fue desatendida y las complicaciones postoperatorias derivaron en una neumonía que la mataría en menos de un mes. Solo su amigo, el también escritor Luo Bijin, fue su compañía en sus últimos días.

Este es el resumen de una vida intrincada e infeliz, necesaria para entender la obra literaria de Xiao Hong. Si os interesa conocer más sobre sus experiencias, la película The Golden Era (黄金时代, 2014) puede resultaros útil. En el cartel la frase clave es: «Ella reconoció la tempestad» (她认出风暴), o así la traduciría yo en mi mandarín macarrónico. También aparece una cita suya que dice: «Las personas y los animales son iguales, están ocupados en vivir, están ocupados en morir» (人和动物一样, 忙着生, 忙着死).

Xiao Hong fue una criatura de su tiempo, representó el dolor y desarraigo de una época no ya solo turbulenta, sino extremadamente brutal. Y su propia existencia fue así, llena de desengaños, frialdad y caos. Xiao Hong renunció al viaje consuetudinario y abrazó el abismo, porque en el abismo hay libertad. Fueron sus intensas vivencias las que alimentaron su singular escritura, aunque pagó un precio muy alto.

El mayor dolor (y desgracia) de mi vida es todo porque soy mujer.

Xiao Hong fue muy crítica con «las guardianas del patriarcado» del medio rural y su pensamiento feudal. Ella sabía que lo único que podían hacer esas señoras era llevar una existencia entumecida, tediosa y, sin darse cuenta siquiera, convertirse en cómplices del canibalismo moral de ese entorno subdesarrollado y anclado todavía en la Edad Media. Pero también supo prestar atención a la vida de las mujeres del campo y su destino en una sociedad que las quería sumisas, dóciles y siempre hermosas; e intentó despertarlas, hacerlas reaccionar ante la continua humillación a la que estaban sometidas. Nadie hasta entonces lo había hecho. ¿Aparece todo esto en Recuerdos de Hulan He? Por supuesto.

Recuerdos de Hulan He es como las nubes que se ven pasar en un día de brisa: suaves, informes y evocadoras. Quiere parecer inocente por usar los ojos de una niña, pero son los pensamientos de una mujer adulta los que nos muestran con nostalgia los paisajes rurales del noreste de China. Una nostalgia no exenta de fina ironía, y que descubre un mundo esclavo de la superstición y la ignorancia. ¿Llegaría a superar algún día el medio agrario chino ese confucianismo fermentado en la olla de un taoísmo adulterado con hechicerías? Ignoro incluso si ha sucedido ya. Hay un proverbio chino que dice: «Al pájaro que asoma la cabeza lo matarán a tiros» (枪打出头鸟), que podría ser un equivalente al japonés: «El martillo siempre golpea el clavo que sobresale» y su noción de wa. Una persona que destaque por el motivo que sea puede romper la armonía social, por lo que es susceptible de ser atacada. De hecho es deseable que lo sea: al redil o destrucción. Y eso, entre otras muchas cosas, es lo que observamos en Recuerdos de Hulan He.

Comienza con la sencilla descripción de su pueblo, sus calles, sus casas, sus negocios y transeúntes… pero pronto ese retrato en apariencia realista se agrieta y la fractura entre objetividad y subjetividad es evidente. Recuerdos de Hulan He no son solo retazos de memoria que plasman un mundo sino que, como toda memoria, es imperfecta y repleta de ausencias que Xiao Hong rellenó con poesía, creando así un nuevo universo personal no menos real que el que existió en su infancia, sino incluso más rico. Un santuario en el que refugiarse de la tragedia que era su existencia.

Xiao Hong eligió con celo sus recuerdos, no los dejó al azar, aunque la narración fluye libremente sin un orden concreto, como la corriente del río Hulan. La autora puso suma atención solo en lo que le apetecía, y pasó por alto lo que no deseaba, sin más, dando al texto el aire de espontaneidad y ligereza propio de la infancia. Porque son los sentidos de una niña, sus ojos, nariz, oídos los que nos describen de manera tan sensorial pequeños detalles de su aldea o las historias que suceden. Nos lleva de la mano correteando por huertos, patios, plazas y, por supuesto, a la orilla del Hulan, señalando no solo las risas, la música o los juegos, sino también la miseria, la crueldad y la tristeza. La estampa que puso ante nuestros ojos es muy vívida.

Con cierto pinchazo de amargura en momentos puntuales, Xiao Hong nos obsequió con un relato sereno y dulce a pesar de su violencia disfrazada. Sin duda, los momentos más gratos son los que describe junto su abuelo, al que quería tanto; y no es solo hasta al final del libro que aparecen historias articuladas con personajes obvios. Estas historias, la de Feng Bocatorcida y sobre todo la de «la pequeña nuera», resultan estremecedoras. Una siempre se sorprende de lo lejos que puede llegar la maldad humana, da la sensación de que no tenga límites.

Por otro lado, las ilustraciones de Hou Guoliang son maravillosas. Se trata de un artista, además, de Heilongjiang, de la tierra de Xiao Hong, de modo que, pese a que ha transcurrido casi un siglo, seguro que muchas de las imágenes que aparecen en la novela le resultarían familiares. O no. La cuestión es que su delicado arte capta muy bien la esencia lírica del texto de Xiao Hong. Son dibujos llenos de hermosos pormenores; y su trazo, fino y claro, expresa de manera sutil tanto escenas de gran intimidad como asesinatos. A pesar de los brillantes colores que se exhiben en algunos cuadros, hay una suave nebulosa, muy leve, que otorga a las ilustraciones una cualidad etérea que remite, cómo no, al mundo de los recuerdos. Es un estilo que bebe de la pintura clásica china, y quizás sean esas reminiscencias añejas tan exquisitas las que hacen tan agradable disfrutar de las láminas una y otra vez.

¿Recomiendo Recuerdos de Hulan He? Desde luego, es una edición preciosa. La adaptación del texto original es bastante decente (aunque la traducción no sea del mandarín sino del francés, por Miguel Marqués Muñoz) y es una buena forma de introducirse en la literatura de Xiao Hong. Pero, ante todo, aconsejo leer la novela. Como lectura complementaria esta obrita de Gallo Nero es una maravilla… pero la novela. Por favor. Leedla.

Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

anime, largometraje

La leyenda de Sirius

Sanrio es el imperio de la todopoderosa zarina de lo kawaii Hello Kitty, eso nadie lo duda. Sin embargo, esta empresa japonesa es mucho más; de hecho, hace un tiempo muy, muy lejano incluso comenzó a realizar animación con pretensiones internacionales. Eran los años 70 del s. XX y Sanrio quería picar más alto. En 1977, con la creatividad del poeta e ilustrador Takashi Yanase (¡viva Anpanman!), vio la luz el cortometraje animado Bara no Hara to Joe, comenzando una etapa audiovisual bastante interesante, sobre todo para los husmeadores como yo que gustamos de entretenernos escarbando entre material antiguo. Sanrio continuaría luego con Chiisana Jumbo (1977) junto a Yanase-sensei de nuevo y, tomando ya una buena carrerilla con Yanase otra vez, llegaría la bestialidad de Chirin no Suzu o Ringing Bell (1978).

Ninguno de los dos cortometrajes, tampoco el mediometraje Chirin no Suzu, a pesar de ir dirigidos al público infantil, pueden considerarse obras almibaradas e inofensivas. Estamos hablando de Japón, camaradas otacos, y la crueldad junto a la tristeza se reparten sin distinción de edad como peladillas en boda gitana. El caso de Ringing Bell resulta especialmente siniestro, pero de ese anime ya escribiré otro día.

Sanrio no se iba a quedar ahí, por supuesto, y envidó también sin miedo con largometrajes audaces, buscando hacerse un hueco en Occidente. Primero probó con una coproducción con Estados Unidos, The mouse and his child (1977), bastante convencional y que no entusiasmó demasiado; Hoshi no Orpheus (1979) llegó después, adaptando cinco mitos clásicos recogidos en Las Metamorfosis de Ovidio, pero otorgándoles un giro funkilorro y discotequero muy del momento. Luego, siguiendo la estela de la mitología grecorromana, Sanrio trabajó con Madhouse y el mismísimo Osamu Tezuka en la adaptación de Unico (1981), aunque el manga ya había tenido un amago anterior de serialización en TV, que quedó en OVA de borrajas. Y después, en ese mismo año, Sanrio parió nuestra estrella de hoy: Sirius no Densetsu (1981) o La leyenda de Sirius. Sin duda la obra más llamativa de la compañía en esa época.

Irían detrás de ella otras películas, claro, como la segunda parte de Unico (1983), el exitoso drama histórico Oshin (1984), basado en la que sería la primera asadora exportada fuera de Japón; o el que me parece su trabajo más valiente, Yôsei Florence (1985). De hecho, Sirius no Densetsu y Yôsei Florence pueden considerarse películas hermanas, comparten muchas cosas sobre todo a nivel artístico, y ambas poseen un espíritu desobediente que las hace especiales incluso después de tantos años. Pero tampoco es de extrañar, ya que fueron dirigidas por el mismo director, Masami Hata, y gozaron de las historias del propio Shintarô Tsuji, el jefazo de Sanrio. Sin embargo, es La leyenda de Sirius la protagonista del SOnC de hoy. No obstante, os dejo por aquí Fairy Florence por si queréis echarle un vistazo, merece muchísimo la pena, es mi favorita de las dos.

También es cierto que ambas han sido comparadas hasta la náusea con Disney, y han salido perdiendo, por supuesto. Como si se tratase de un esfuerzo extraordinario por lograr la excelencia de la maquinaria estadounidense y se fallara porque, ¿cómo se puede conseguir algo así? La tecnología de Disney es inalcanzable. Pero todos sabemos que esto no es cierto, al menos ahora, en nuestro presente. Con todo, debemos reconocer que en los 70 y 80 el panorama era distinto, y sí, Sirius no Densetsu le debe muchísimo a Disney, aunque detenerse en la epidermis resultaría injusto, porque hay mucho más que disfrutar y valorar de este largometraje.

La leyenda de Sirius fue concebida a lo grande, creada para ir más allá de las fronteras de Japón, saltar a Occidente y demostrar que la animación de calidad en grandes salas y para toda la familia no era el coto privado de nadie. No es que no se hubiera intentado antes, pero Sirius no Densetsu lo hizo en el mismo lenguaje comercial que los norteamericanos facturaban al planeta entero. Este film fue planteado de tal manera que hasta la banda sonora, compuesta por Koichi Sugiyama, fue interpretada por la orquesta sinfónica NHK de Tokio: suntuosidad y alto presupuesto. No fueron, ni mucho menos, tacaños. ¿Les salió bien? En el plano artístico un sí rotundo; en el comercial, ¿alguien la recuerda o la conoce? Pues ahí tenéis la respuesta.

Pero comencemos por el principio, ¿qué nos narra La leyenda de Sirius? Shintarô Tsuji nos relata un cuento repleto de elementos que se alimentan de lo legendario, una historia de amor imposible donde el villano hace tiempo que fue derrotado, esparcidos sus huesos y tomado su globo ocular como reliquia y símbolo de poder. El malo está muerto, los malandrines que restan son solo mezquindad. Sin embargo, las semillas que sembró brotaron y crecieron con vigor, convirtiéndose en la divergencia que conformaría un abismo infranqueable. O casi.

Themis, diosa del fuego y Glaucos, dios del agua, son hermanos y vivían como uno solo, en completo amor y alegría. Pero su felicidad era envidiada por el dios del viento, Argon, y decidió diseminar mentiras llenas de odio entre los dos. Donde antes hubo un profundo afecto, surgió un rencor inmenso que condujo a un violento enfrentamiento entre Themis y Glaucos. La guerra fue tan devastadora que el dios superior se vio forzado a intervenir, neutralizar a Argon y arrancarle su fuente de poder, su ojo, para entregárselo a Glaucos. Pero esta paz forzada apenas puede ocultar el resentimiento y aversión que siguen sintiendo los hermanos; y, cada uno en su reino, el Océano y la Tierra junto al mar, continúan aborreciéndose en la distancia.

Tanto Themis y Glaucos han tenido descendencia, y como herederos de los reinos de sus padres, tienen responsabilidades. La hija de Themis, Malta, es la guardiana de la Llama Sagrada y debe cuidar de que nunca se apague, pues asegura la calma en las aguas del Océano y la prosperidad del reino del Fuego. Malta siempre se encuentra escoltada por la pipiola hada ígnea Pialé, que siente un intenso amor por ella. El hijo de Glaucos es Sirius, que llegada su mayoría de edad recibe el ojo de Argon como atributo de futuro gobernante del Océano. Su compañero de travesuras es el pequeño sireno Teak, la voz de la sensatez. Ambos príncipes son muy jóvenes y tienen la cabeza un poco en las nubes, sobre todo Sirius, que en una de sus escapadas, atravesando las Regiones Tabú donde hay extrañas criaturas y yacen los despojos del antiguo dios del viento, alcanza la orilla del mar y llega hasta el reino del Fuego. Allí descubre a Malta, pronto ambos se enamoran y viven su inocente idilio en un jardín secreto.

Sin embargo, su amor está condenado desde el principio: no solo porque pertenezcan a clanes enemigos (que sean primos hermanos ya pues da igual), sino porque los dos son herederos al trono de sus respectivos territorios. Malta, en unos días también, alcanzará la mayoría de edad y relevará a su madre de su cargo con la llegada de un eclipse solar mágico. Pero la sabia tortuga Moelle les brinda una diminuta esperanza: durante el eclipse, en la colina de Mobius, unas raras flores brotan, liberando unas esporas que, flotando, se dirigen a una lejana estrella donde fuego y agua todavía coexisten en armonía. Solo tendrían que seguirlas. Y los muchachos se aferran a esa perspectiva con optimismo.

Como bien imaginaréis, la historia se complica. Y debo añadir que La leyenda de Sirius es una tragedia, por lo que el final no es feliz como se acostumbra a ver en las producciones Disney. Aquí hay muertos, otaquería, y los japoneses son además especialistas en espachurrar nuestros kokoros y hacernos llorar si es posible. Se trata de un cuento de hadas que se inspira en los cientos de leyendas que existen de amor imposible (Tristán e Isolda, los amantes de Teruel, Romeo y Julieta, Niu Lang y Zhi Un, etc) para crear su propio y descarnado drama. Los personajes en sí no nos van a sorprender, pues representan arquetipos bien conocidos por todos que simplemente están al servicio del relato. Pero resulta muy bonito observar el abanico de emociones que se despliegan ante nosotros: la curiosidad por el sexo opuesto, la ingenua adoración del enamorado o la ansiedad ciega de la pasión. Todo con mucho esmero.

Sirius no Densetsu en ese aspecto es peculiar, ya que permite una doble lectura. Va dirigido a un público infantil, y ahí tenemos los ingredientes habituales de la fórmula, como los recursos cómicos, bellas danzas visuales de gran cromatismo o los típicos personajes graciosos; pero también encontramos moléculas bastante más oscuras que solo una persona adulta puede comprender en toda su dimensión. Es una auténtica película para toda la familia, de la que tanto mayores como pequeños pueden disfrutar.

En el terreno artístico es imposible no aludir a Fantasía (1940) o Peter Pan (1953) y su compañera Campanilla, las influencias están ahí bien presentes. Pero también tenemos al bishônen de Tezuka y sus malvados burlescos (Mabuse es una maravillosa salamandra gigante japonesa), no hay que olvidar que el director, Masami Hata, trabajó en Mushi Pro. Sirius no Densetsu aspiraba a ser un largometraje con lo mejor de Occidente y Japón, uniendo la ciencia de ambos mundos para ofrecer al espectador un producto bueno y accesible. De hecho, decidieron utilizar los 24 fps acostumbrados en el cine estadounidense (son el estándar), incluso en algunos momentos llegaron a los 80 fps, otorgándole una fluidez extraordinaria a escenas donde el fuego o el agua son los protagonistas.

Los paisajes que se nos muestran en Sirius no Densetsu, en especial los submarinos, son de una belleza e imaginación incomparables. Mucho más ricos y misteriosos que los que Disney más tarde elaboraría para su Sirenita (1989). Son muy evidentes los coletazos de un Yôji Kuri comedido, de una psicodelia vibrante en sus criaturas surrealistas. Además recordemos que se trata de animación tradicional, hecha a mano, nada de ordenadores y CGI, lo que concede mucho más mérito a ese laborioso esfuerzo que obtuvo una obra tan espectacular. Es una película sugerente y poética, y muchos de sus recursos visuales luego los hemos podido observar en trabajos posteriores, como por ejemplo Sailor Moon.

La leyenda de Sirius es una película grandilocuente y compleja, realizada con sumo gusto y que, por desgracia, no logró lo que tanto ambicionaba. Una lástima que se encuentre así de olvidada, pues no lo merece. Quizá es que por su crueldad intrínseca no llegó a conectar con el público general, no lo sé, sin embargo se trata de una obra conmovedora que nos susurra que, en realidad, el amor no lo puede todo; y que la lealtad y la candidez no son un escudo que nos proteja del mal. Lecciones valiosas.

¿La recomiendo? Por supuesto. Sirius no Densetsu es capaz de transmitir con eficacia sentimientos que muchas películas de acción real no pueden ni rozar. Aunque haya cargado con el sambenito de Disney-wannabe y por ello desdeñada, La leyenda de Sirius es una obra única y preciosa en su rareza, que no se avergonzó de sus ascendentes pero que tampoco tuvo miedo de arriesgar. Su influjo todavía se puede percibir, aunque no sea muy conocida (aún) entre los otacos. Veamos si con esta entradilla podemos cambiar un poco eso.

Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

Shôjo en primavera

Shôjo en primavera: el cuento del valle de Tonkara

Como ya comentaba en la entrada anterior, hallar en Occidente shôjo primigenio es bastante complicado, aunque no del todo imposible. Por algo SOnC tiene esta sección anual, ya que leeeeeeeeentamenteeee se va publicando material antiguo de esta demografía, tanto por scans como de manera legal. Pero la cosa a grandes rasgos continúa siendo muy poco asequible. Quizá el shônen lo tiene algo más fácil, ya que despierta más interés por ser bastante mejor valorado que el shôjo; y es una cuestión que resulta injusta, porque la calidad es la misma. Un shônen merdoso es tan hediondo como el más repelente de los shôjo, sin embargo se suele tolerar mejor el primero.

Siguiendo la estela de la querida Mî-kun, hoy continuamos con un shôjo de animalitos también, al menos lo es el relato principal y más largo que da título a la recopilación. Se trata de Tonkaradani Monogatari o El cuento del valle de Tonkara (1953-1959) de Osamu Tezuka. Exacto, un manga de los años 50. Y sí, con Tezuka tomando el relevo de Leiji Matsumoto en el blog (hay que mantener el nivel).

El cuento del valle de Tonkara consta de 11 relatos que fueron impresos entre 1953 y 1959, y finalmente recopilados en el último tomo, el 382, de la Tezuka Osamu Manga Zenshû u Osamu Tezuka Complete Manga Works que Kôndansha empezó a publicar en 1977, cerrando la colección en 1997.

Todas son historias independientes y autoconclusivas, pero con el nexo común de pertenecer al mismo mangaka y a una misma demografía, la de las niñas. La narración principal y más larga es la que da nombre al propio volumen: Tonkaradani Monogatari. Si quisiéramos hacer una traducción más precisa, deberíamos indicar que tonkara es una palabra que designa a un tipo de avecilla, como un herrerillo o carbonero, así que sería algo así como «el cuento del valle del herrerillo».

Se trata de una historia compleja pero lineal, que cuenta las vicisitudes de una pequeña ardilla llamada Jiro, la cual vive con sus padres y hermanos en el valle de Tonkara. Muy pronto su apacible vida cambia con la llegada de una ardilla con hipertrofia muscular, que en una pelea vence al padre de Jiro, obligando a su familia al exilio y al hambre. La nueva ardilla fisioculturista se hace la jefa absoluta de Tonkara, por supuesto. En su huida, Jiro se separa de su familia y, completamente desamparado en las fauces de un zorro, una niña llamada Sanae lo encuentra y acoge en su hogar, no sin antes ser atacada por un águila (!!!) que la deja ciega.

Este es el comienzo, muy resumido por cierto, de un relato rocambolesco lleno de desgracias y aventuras excéntricas donde Tezuka exprimió toda su imaginación, aunque el resultado fuera bastante folletinesco. Todo se resume en la búsqueda del hogar, del regreso al valle de Tonkara a través de un laberinto repleto de obstáculos, algunos de ellos bastante inesperados. Y la venganza, por supuesto. ¿Puede llegar a recordar un poco a su Jungle Tatei (1950), a Kimba? Pues sí, por aquel entonces lo estaba dibujando también, de modo que no resulta una sorpresa, aunque El cuento del valle de Tonkara es infinitamente más descabellado. También encontramos en sus viñetas personajes arquetípicos del universo Tezuka como Hige Oyaji, Ham Egg o Acetylene Lamp, estos dos últimos cumpliendo con el que es su deber: hacer el mal.

No obstante, hay un trasfondo de cierto aroma ecologista en todo el cuento, de amor por la naturaleza. Un amor que se cristaliza mediante la nostalgia por el paraíso perdido, y expresa cómo el progreso humano es enemigo de los bosques, los animales, los ríos y los valles; y aunque se asume como un mal necesario, la crítica por la pérdida de los espacios silvestres está ahí por parte del autor. ¿Podemos vislumbrar ahí la silueta de Kenji Miyazawa? Yo pienso que sí, así como también es indudable que Miyazaki y sus compañeros de Ghibli aprendieron unas cuantas cosas de Tezuka. Y Tezuka, a su vez, aprendió otras tantas de Disney, ya que en este primer cuento la influencia de Blancanieves y los siete enanitos (1937) o Bambi (1942) es tan flagrante que arden las retinas. Pero se lo disculpamos por completo, ya que él nunca negó su ascendencia artística, cosa que la industria Disney todavía no ha reconocido con El Rey León (1994).

Los diez cuentos restantes son: «Canta, Penny», «La historia del sombrero de copa de seda», «La princesa caballero: Tink y el huevo de oro», «El pato de cuello blanco», «La escama dorada», «Por qué madre perdió su pierna», «El diablo se invita a sí mismo al baile», «Por qué madre perdió sus ojos», «Mignon» y «El manantial de la grulla». Todos son invención de Tezuka, salvo los que se señalan como adaptación de otras obras previas, como cuentos rusos, otomanos e incluso una ópera. Unos son muy escuetos, otros se extienden un poco más, pero en general son relatos cortos que beben de las mismas fuentes estéticas que su hermano mayor. Algunos incluso guardan una pequeña moraleja, por lo que podríamos emparentarlos con las fábulas tradicionales. Por supuesto, hay crueldades y melodrama a cascoporro como sucede en los cuentos infantiles, y los animalitos tienen, en conjunto, un protagonismo especial en la mayoría de ellos.

Hay historias que me han gustado más que otras, porque la calidad es algo desigual. Quizás han llamado más mi atención aquellas de tufillo más clasicote, aunque no se puede decir que sean las joyas de la corona de Tezuka. Sí que resultan muy interesantes para evaluar las características del shôjo más temprano, y saber valorar su evolución posterior con otros autores que vendrían después a revolucionar la demografía. Manga no Kamisama plantó la semilla de una secuoya gigante, y supo también abonarla con obras de gran talento. ¿Es esta compilación una de ellas? La respuesta es que tan solo por tratarse de trabajos iniciales suyos merecen ya una lectura atenta.

Me ha llamado la atención que gran parte de estos cuentos, incluido el principal, se encuentran «sombreados», como si hubieran sido publicados originalmente en color. Los scans ya sabemos que no son la fuente más fidedigna para elucubrar en cuanto a un tema así, pero da la sensación de que algo de cierto hay en ello, pues he encontrado un par de páginas que parecen corroborar la sospecha. Os las dejo un poco más abajo.

El arte de estos relatos es tan hermoso y elemental como se puede esperar de una obra de Tezuka de principios de los años 50. Vigoroso, firme, claro y expresivo; con esos ojazos tan característicos y su pasión por el movimiento, aunque los paneles todavía resulten muy estáticos. Sin embargo, su audacia visual y maestría están ahí, ofreciendo nuevas emociones a sus jóvenes lectoras. Que sí, que mucho Disney, pero también mucho Tezuka creciendo a ojos vistas.

¿Qué relatos recomiendo en particular? Pues los que comento a continuación han sido los que más han despertado mi interés:

«El diablo se invita a sí mismo al baile» es un caramelito para todos aquellos que amemos La Princesa caballero (1953) y, sobre todo, vástagos suyos como Versailles no Bara (1972) o Shôjo Kakumei Utena (1997). Es el convencional cuento de princesa en palacio dieciochesco, con ligeras emanaciones revolucionarias, que esconde misterios, intento de asesinato y final agridulce. La protagonista es tan inane como víctima de las envidias, bella y abandonada entre los lujos de la corte; sin embargo, la noche del baile real se convertirá en un desafío para ella, también en un descubrimiento maravilloso.

Vale, es cierto que «Tink y el huevo de oro» es en realidad la referencia directa a La Princesa caballero en esta compilación, pues hace acto de presencia Tink e incluso la misma Zafiro; pero se trata de un cuento muy breve y algo insulso, nada que ver con la suntuosidad de chocolate y nata que es «El diablo se invita a sí mismo al baile». Un tipo de shôjo que se convertiría en canónico, pero que aquí sigue siendo todavía una novedad, además conducida de una manera lúcida y divertida.

«La historia del sombrero de copa de seda» en realidad son varias historias cuyo engarce es, naturalmente, un sombrero; aunque el protagonista principal es un pajarillo que busca un nido mejor y más cálido para su familia. Por error queda atrapado dentro de él y va pasando de mano en mano, de aventura en aventura, ¡hasta un espectáculo de la compañía Takarazuka Revue brota de repente en su periplo! Se trata de un cuento enérgico, lleno de humor y payasadas; una carrera enloquecida donde la meta parece que nunca se alcanza. Un poco como en El cuento del valle de Tonkara, pero mejor estructurado, siguiendo la dinámica de dibujos animados clásicos como los Merrie Melodies de Warner.

Mi última selección en realidad son dos, y las he unido porque ambas pertenecen al universo del folclore japonés y su corazón es el de un hengeyôkai. En este caso concreto una serpiente y una grulla. Esta clase de cuentos son muy habituales en la mitología de las islas, mujeres que en realidad son yôkai con capacidad de metamorfosis. Casi siempre en agradecimiento a una persona, toman aspecto de mujer, conviven con su benefactor e incluso tienen hijos. Pero como todo versado en Cipango sabe, yôkai y ser humano son como el aceite y el agua, su unión solo provoca amargura. Y es lo que dibuja Tezuka, todo narrado con delicada melancolía en algún lugar impreciso del tiempo durante la era Edo, donde además son los humanos quienes contienen el germen de la incomprensión y la maldad.

Las historias son «Por qué madre perdió sus ojos» y «El manantial de la grulla». Los lectores curtidos de manga hemos leído cientos de veces cuentos similares, pero no debemos olvidar que estamos ante los pasos incipientes del shôjo, quizá se trate de hecho de los primeros tebeos que estampen en sus viñetas este tipo de narraciones tan propias de la tradición cultural nipona.

¿Y el resto de relatos no merecen la pena? Claro que sí, de hecho también he disfrutado con «La escama de oro», basado en un cuento clásico turco; y «Mignon», que aunque inspirado en la novela de Goethe Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister (1795) y su adaptación operística Mignon (1866), tiene todos los ingredientes que Tezuka gusta de añadir a sus shôjo: intriga, enredos, niñas vestidas de niños, algo de comedia y un final insospechado. «Por qué madre perdió su pierna» me dio mucha penita, por ejemplo; y a pesar de ser cortito, tiene unos fallos de coherencia algo obesos. No hay demasiados personajes grises tampoco, la verdad, pero es algo de esperar en esta clase de trabajos.

¿Recomiendo Tonkaradani Monogatari? Sin ninguna duda, es un pedazo (bueno, pedacitos) de historia del manga. Y, además, siempre es un placer contemplar la esbelta línea de Tezuka, leer esos disparatados relatos colmados de ingenio y fantasía. No es lo mejor de su repertorio, pero tampoco hay que olvidar que se trata de obras muy tempranas, contemporáneas de Astroboy (1951), y que son sus primeros escarceos en el shôjo. El cuento del valle de Tonkara no posee las pretensiones de Metropolis (1949) o Faust (1950), es material ligero de típicos cuentos infantiles pero, ojito, que quien los narra no es un artista cualquiera,

Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

Shôjo en primavera

Shôjo en primavera: Mî-kun, la gatita atigrada de Leiji Matsumoto

Como ya bien sabréis, el pasado 13 de febrero el grandioso Leiji Matsumoto nos dejó a los 85 años. Sin este caballero la ciencia-ficción en Japón no habría sido la misma. Hablar de él es como intentar hacerlo sobre Osamu Tezuka, son figuras tan trascendentales en la historia del tebeo nipón que es complicado empezar por algún sitio, han sido personas a nivel cultural inmensas. Y, por descontado, ya se ha dicho de ellas casi todo lo que merece la pena saber. Así que hace unos días decidí ofrecerle mi pequeño vasallaje, pero a la particular manera amorfa de SOnC. claro. Que desde luego no iba a poder abarcar toda su grandeza ni tampoco iba a añadir ninguna novedad.

Teniendo a la vuelta de la esquina marzo y la sección Shôjo en primavera, me pareció una buena forma de escribir sobre Matsumoto; la cuestión es que, a pesar de que fue, efectivamente, uno de los pioneros de la demografía y comenzó su carrera dibujándola, no conseguí encontrar ninguna de sus obras iniciales para poder leerlas y comentarlas. Nada de Gin no Tani no Maria (1958), que fue reeditado por Tezuka en 1979, Hoshi yo Kienaide (1958), Natasha (1968), Gin no Kinoko (1961) o el recopilatorio de sus shôjos tempranos Kareinaru Shôjo Manga (1980) publicado por Kôbunsha. Nada de nada. De todas las formas, toparse con un manga para chicas de esa época puede considerarse un milagro del tipo las Apariciones de Lourdes. Vamos, que o te vas a vivir a Japón para escarbar entre material o en Occidente no arañas gran cosa.

Por lo que mi gozo parecía estar ya naufragando en un pozo, hasta que recordé el amor de Leiji Matsumoto por los gatos. ¿De dónde venía todo eso? Algo me quería sonar y, ¡equilicuá!, hallé un shôjo de los 70 del sensei. No se puede considerar una obra temprana suya, pero como manga ya añejo, me iba a servir de sobra como homenaje en la sección. Y aquí está: Torajima no Miime (1978) o Mî-kun, la gatita atigrada. Un solo tankôbon de 9 capítulos dedicados a su gatita Mî.

Pasé mi juventud con Mî-kun. Durante 14 años, ambos Mî-kun y yo fuimos jóvenes y corrimos por los tejados.

Y ahora, mientras estoy sentado en la misma mesa de dibujo bosquejando manga, Mî-kun ya no está conmigo. La Mî-kun que siempre se sentaba sobre mi radio-cassette observándome dibujar manga ya no está conmigo. Esa Mî-kun permanece solo en mi manga.

Juntos con los recuerdos en mi corazón, vamos a dedicarle este libro a Mî-kun.

Con este prólogo conmovedor Matsumoto nos presentaba su obra. Mî-kun falleció un 10 de noviembre de 1974. Cualquiera que haya tenido familia peluda sabe lo que se la quiere y el dolor que se siente cuando la perdemos. Y este pequeño manga está lleno del amor y la desdicha que sintió Matsumoto por su amiga Mî-kun. A poco que seáis sensibles Torajima no Miime os espachurrará el kokoro. Y ahí la tenéis, en las fotos de la derecha, junto a su esclavo humano. Matsumoto hizo inmortal a su amada gatita a través de su tebeo, la hizo eterna; de igual manera que a nosotros nos ha quedado todo su trabajo para que siempre lo recordemos y admiremos. Incluso a través de este humilde tebeo sobre su vida hogareña.

Como ya imaginaréis, no era la primera vez que Leiji Matsumoto dibujaba animalitos. En sus comienzos como dibujante, cuando se casó con la diosa Miyako Maki que también se dedicaba al shôjo, trabajó junto a ella creando tebeos y, como a él se le daba bien pintar bichitos monos, le quedó ya una especie de hábito. Matsumoto lo que quería en realidad era crear mangas de ciencia ficción, pero también resultaba importante poder llenar el estómago y pagar las facturas. Por lo que era el turno de los perritos, gatos y cuentos para niñas. Todo llegaría, por supuesto, la publicación de Sexaroid (1968) con su ya nombre artístico definitivo (hasta entonces había sido Akira Matsumoto), iba a cambiar mucho las cosas.

Sin embargo, cuando Matsumoto creó Mî-kun, la gatita atigrada, ya poseía cierto estatus, no fue un compromiso nutricional, sino un acto de amor. En este manga nos muestra retazos de su propia vida cotidiana en compañía de Mî-kun; pequeñas historias donde se involucran los gatitos vecinos de Mi-kun, algunos callejeros, otros con su hogar. También cómo llegó Mî-kun a Matsumoto y su familia, cómo su hija Atsuko sentía un cariño especial por ella, pues se conocieron siendo ambas casi recién nacidas, etc.

Son relatos chicos con mucho humor, ternura y también gran dureza que se van desgranando a lo largo de 9 episodios. Son muy sencillos, y ahí radica su encanto; Matsumoto expresa todo su afecto por Mî-kun en ellos. Se trata de una gatita con nombre masculino, ¿y por qué? Pues porque al ser atigrada, puede pasar por un machito también. Esa es la explicación del autor, además de que es ella misma la que escoge su propio nombre, Mî. Y, como no podía ser de otra forma, la única persona en la casa que entiende el idioma felino de Mî es Matsumoto. Entre ellos existe una comunicación especial que nadie más comparte.

Y donde hay amor verdadero, también hay sufrimiento auténtico, es algo que a los japoneses les encanta recalcar. Esa mezcla de sentimientos que equilibra los unos a los otros, pero que siempre realza un final lánguido con pinceladas de tragedia. Pero no hay tragedia en realidad en Torajima no Miime, solo el inexorable transcurso de la vida; aunque sí hallamos melancolía y mucha, mucha nostalgia. Tiene un poco de Soy un gato de Sôseki en algunos aspectos, pero sin la ácida crítica social porque, recordemos, este manga no deja de ser un shôjo cuyo objetivo es rendir honores a la gatita Mî.

El arte de Matsumoto en Torajima no Miime es puro bizcocho de mantequilla. Nada del otro mundo, con los clásicos recursos cómicos y bufonadas aparatosas cuando así se requiere, y que también sirven para suavizar momentos bastante más arduos. Es totalmente reconocible en su estilo, pero quizá para el que esté acostumbrado a melodías más siderales resulte chocante. No obstante, los que hayáis catado algo de Otoko Oidon (1971) seguro que reconoceréis algunos de sus tics.

La vida de gato callejero es dura, sobre todo porque los humanos la hacemos así con nuestra indiferencia y crueldad, ese sería el leitmotiv principal de Matsumoto en este tebeo. Mî-kun es una gatita afortunada, no como otros peludetes como Charles, Shirobota o Chibitora que aparecen en sus viñetas. Especialmente emotiva es la historia de Chibitora, así que preparad los pañuelos.

Mî-kun, la gatita atigrada tuvo su versión animada en 1999, dos capítulos de apenas 10 minutos cada uno que realizan una especie de mezcolanza entre varios cuentos del manga. Os los dejo por aquí ya que por su escasa duración merecen un vistazo. No tienen la mejor calidad del mundo, pero resultan dignos.

Miyako Maki y Leiji Matsumoto tuvieron más gatos, por supuesto, a los que llamaron a todos Mî. Creo que en estos momentos iban ya por la cuarta generación. Pero Mî-kun the first siempre fue especial para él, como bien dejó plasmado en estos relatos. El slice of life no era un género extraño para Matsumoto, además, y en Torajima no Miime volcó mucha de su sabiduría para concebir una Mî-kun mágica que se mueve entre dos mundos, el humano y el felino, repartiendo alegría con su mera presencia.

Y, todo hay que decirlo, Matsumoto ya había hecho aparecer a Mî con anterioridad en la mítica serie Space Battleship Yamato (1974), y luego volvería a hacer acto de presencia en su imprescindible Galaxy Empress 999 (1977/1978) o en Fire Force DNA 999.9 (1994/1998). Quizás sin acreditar también, haciendo discretos cameos, en otras tantas obras suyas. Mî-kun siempre estuvo en el corazón de Leiji ❤

¿Recomiendo Mî-kun, la gatita atigrada? ¡Pero qué clase de pregunta es esa, leñes! ¡Es Leiji Matsumoto escribiendo sobre su gatita! ¡PUES CLARO! Eso sí, los espíritus sensibles lo pasarán mal. Son historias hermosas, reflexivas pero muy tristes. Sobre todo para aquellos que sentimos afinidad hacia los animales, hay momentos de nudo goooordo gordo en el gaznate. Sin embargo, me parece la manera más bonita que pudo idear Matsumoto de honrar a Mî-kun, de hacerla pasar a la posteridad. Espero de todo corazón que se hayan encontrado en el cielo, y estén sobrevolando juntos millones de galaxias entre ronroneos, risas y polvo de estrellas.

Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

manga

Nieve Roja de Susumu Katsumata

Este pasado 2022 nos ha dejado varias novedades editoriales en España bastante jugosas, estoy encantada. Pero lo que no me tiene tan entusiasmada es el vacío de mis bolsillos, por lo que no he podido hacerme físicamente con todo lo que me habría gustado. Así que he tenido que seleccionar con cuidado mis lecturas para poder tener algo en el frigorífico también, y una de ellas ha sido esta Nieve roja de Susumu Katsumata (1943-2007).

La verdad es que, a la chita callando, la editorial Gallo Nero se está haciendo con un pequeño catálogo de gekiga en su colección Gallographics bastante interesante, de hecho diría que imprescindible, pues han ido eligiendo títulos con sumo esmero entre autores como mi amado Seiichi Hayashi, Yoshihiro Tatsumi, Masahiko Matsumoto o Yoshiharu Tsuge. Y este pasado 2022 han brillado con especial fulgor Flores Rojas de Yoshiharu Tsuge y, por supuesto, Nieve Roja, que en 2005 ya se había llevado el premio de la Asociación de Dibujantes de Cómics de Japón. Fue todo un éxito entre lectores y crítica en su tierra, lástima que Katsumata solo pudiera disfrutar de las mieles de la popularidad un par de años más, un melanoma se lo llevó por delante.

En 2008 fueron Éditions Cornélius los que se atrevieron a sacar Akai Yuki o Neige Rouge fuera de Cipango, en 2009 fue la canadiense Drawn & Quarterly, luego siguieron Coconino Press en Italia en 2018 y Reprodukt en Alemania en 2021. Y en noviembre de 2022, por fin, en España, con una edición sobria y elegante, Gallo Nero publicó Nieve Roja, que además contiene un prólogo estupendo de Paolo La Marca, profesor de lengua y literatura japonesas en la Universidad de Catania, y responsable de la colección de manga de la editorial italiana Coconino Press antes mencionada. La traducción ha corrido a cargo del prestigioso tándem formado por Yoko Ogihara y Fernando Cordobés.

El mangaka, Susumu Katsumata, no fue como el resto de los maestros del gekiga, que se inspiraban en la sordidez de los ambientes urbanos o el noir cinematográfico. Sí tenía en común con ellos la inquietud de plasmar el drama de la realidad cotidiana, alejarse del cómic de entretenimiento para acceder a una perspectiva superior, más amplia pero también más severa. Sin embargo, a Katsumata, al menos así deja traslucir en esta Nieve Roja, le atraían más los paisajes de su niñez en la agreste región de Tôhoku.

Susumu Katsumata fue hijo ilegítimo, su padre no quiso saber nada de él ni de su madre, y se casó con otra mujer. Con seis años quedó huérfano y fue criado por su tía. No sabemos si tuvo una infancia feliz, pero probablemente todas estas circunstancias lo marcaron de alguna forma. Cuando terminó sus estudios secundarios, acudió a la Universidad de Educación de Tokio, donde estudió Física y realizó un posgrado en física nuclear. Sin embargo, fue con 23 años cuando supo que su carrera se encontraba en las artes, haciendo su debut con varios 4-koma en la Garo, en 1966. A partir de entonces comenzó a colaborar con más publicaciones, donde sobre todo realizaba ilustraciones y portadas, aunque también dibujó sus primeros mangas.

Fue con el paso del tiempo que halló su propio camino estilístico, sobre todo a partir de 1969. Fue entonces cuando decidió buscar otra senda, la suya, que consistió en expresar la dureza que caracterizaba al gekiga a través del lirismo de la vida rural, otorgando más peso a las experiencias personales y la relación íntima de sus personajes con la naturaleza. Katsumata hacía poesía con sus pequeños relatos, pero sin amansar la violenta esencia del hombre, que plasmaba sin disimulos.

Esta Nieve Roja es una antología que compila 10 relatos que fueron publicándose en su mayoría en la revista Manga Goraku entre 1976 y 1985. Son muy variados, aunque todos tienen en común el Japón rústico de mediados de la era Shôwa. Un Japón nacido de su memoria, un Japón donde fantasía y crueldad se mezclan, como en los recuerdos de un niño. En carrusel giran en torno a sus historias criaturas como los kappa, las yuki-onna, yûrei y astutos mujina; pero también maltratadores, prostitutas, monjes lascivos o ancianas violadas.

Se trata de narraciones despiadadas en muchos aspectos, sobre todo desde nuestra mirada del s.XXI, pero que no dejan de reflejar la realidad de un Japón que ya dejó de existir, solo quizás sobreviviendo perdido en las brumas de la memoria de unos pocos, y en las páginas de este manga. No deja de llamarme la atención tampoco la ferocidad a la que son sometidas las mujeres de manera corriente, y con qué normalidad la aceptan, aunque en ocasiones consumen sus pequeñas venganzas. Cosas del patriarcado.

Los nombres de los relatos son «Hanbei», «La cuesta de los grillos», «Torajiro Kappa», «Funeral para gansos salvajes», «Historia de una bolsa», «Las moras», «Espectro», «Kokeshi», «El espíritu del sueño» y «Nieve roja». Son independientes y autoconclusivos, pero tienen en común el sexo, la muerte, el amor a la naturaleza de Katsumata y la presencia de lo sobrenatural, que forma parte de lo cotidiano. Hay también un viento de nostalgia que lo agita todo.

Y en esta atmósfera de primitiva melancolía, también hay lugar para un más allá, encarnado en la isla de Sajalín (cuando todavía era la japonesa Karafuto), susurrando sobre lo lejano, lo remoto de donde no se suele regresar. Los protagonistas son personas normales y corrientes del campo, y quizás por esa sintonía con la tierra y el mar, viven a la merced de emociones tan primarias como honestas, aunque no por ello morales.

Las historias son narradas con sencillez, casi como si fueran cuentos infantiles, pero si se releen aparecen nuevos matices que antes se habían pasado por alto. Una metáfora por ahí, un detalle en una viñeta por allá… desde luego Katsumata poseía una sutileza que lo diferenciaba de manera muy obvia de otros autores del gekiga. Es el más cercano de ellos al mundo literario como tal, recreándose en la frontera de la ilusión y una cruda objetividad.

Nieve Roja debe paladearse con lentitud, una lectura rápida no comunicará gran cosa, salvo los dislates y supersticiones de unos pueblerinos olvidados en el norte de Japón. Y a pesar de todas las brutalidades que Katsumata relata, se advierte el cariño con que representó a sus viejos paisanos.

Y no me olvido del arte en sí, no. El dibujo de Katsumata es engañosamente simple, como los Pixies. Por un lado parece ingenuo, casi cómico, rozando lo ordinario; y luego descubres su trazo preciso y delicado, rico en pormenores y gran expresividad. Trabaja bastantes temas, y muestra lo bello, lo feo, lo atroz y lo bondadoso con dulzura, pero una dulzura que no evita el leñazo de realismo destemplado.

¿Recomiendo Nieve Roja? ¡Vaya pregunta! ¡Pues claro! Es historia del manga, un clásico. Solo espero que otras obras suyas, de temática antinuclear y que ya se han traducido a otros idiomas, no tarden en llegar al español demasiado.

Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

Shôjo en primavera

Shôjo en primavera: La princesa Caballero de Osamu Tezuka

Hoy es mi cumpleaños y como es un día especial, hay entrada nueva en SOnC. Un regalo de mi parte para vosotros. Espero poder volver a retomar el ritmo habitual en el blog después de unas semanitas con la mente en otros asuntos, o al menos esa es mi intención. Y para comenzar con buen pie, nada mejor que un clasicote comiquero de los gordos. Llevo reservándome la reseña de este manga desde hace unos cuantos meses, pero es que merece un lugar destacado dentro de esa sección que, tras el equinoccio vernal, se despereza y asume protagonismo en SOnC: Shôjo en primavera. Y es que La princesa caballero o Ribbon no Kishi  de Osamu Tezuka son palabras mayores, nos estamos refiriendo a uno de los pilares básicos de una de las demografías más populares e importantes del universo manga. Fue un antes y un después en el shôjo.

El papel de Manga no Kamisama fue fundamental para el desarrollo del manga para chicas, pero no fue su único autor. Leiji Matsumoto y su Midori no Tenshi (1959),  Macoto Takahashi y su Sakura Namiki (1957) o la pionera Miyako Maki y su Maki no kochibue (1960), son solo tres ejemplos de lo que en los años 50-60 ya se estaba realizando. Sin embargo, Ribbon no Kishi se puede considerar la más célebre de las obras que asentaron sus bases, y una de la más tempranas. Aunque no la primera. Ese honor corresponde a Nazo no clover (1934) de Katsuji Matsumoto.

Con una evidente inspiración en los espadachines que Douglas Fairbanks y Errol Flynn interpretaban en el cine, Nazo no clover o El trébol misterioso relata las peripecias de una muchachita disfrazada de hombre que, enmascarada, defiende a los débiles de los abusos de la nobleza. Apareció como contenido extra en el número de abril del legendario magazine Shôjo no tomo (1908-1955), cuya contribución en la gestación de la estética, el arte y lenguaje visual del futuro shôjo fue incalculable. Es ahí donde comenzamos a vislumbrar esos ojos enormes y acuosos de la demografía, y que son la fuente de todo el sentimentalismo a flor de piel de sus historias. Junto a una belleza lánguida e idealizada de la naturaleza, con pétalos al viento y estrellitas, conformaron ese estilo denominado jojô-ga (dibujos líricos), que se convirtió en marca de la casa.

Sin embargo, no debemos perder de vista que el shôjo como tal nació tras la II Guerra Mundial y no terminó de desarrollarse hasta los años 70. Es consecuencia directa de la modernización de Japón, ya que no deja de ser una actualización a la sociedad capitalista de los tradicionales roles de género, y una manera de controlar a las futuras procreadoras de la nación. De ahí que, desde las primigenias novelas shôjo shôsetsu hasta los tebeos, transmitieran un código rígido e inmutable sobre lo femenino, que difundía entre las jóvenes urbanitas de clase media un ideal de mujer elegante, sumiso y enfocado al hogar. Ese ryôsai kenbo de la era Meiji que instaba a ser buenas esposas y madres sabias, lamentablemente, continúa algo vigente.

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Una de las portadas de «Maki no kochibue» (1960) de Miyako Maki

El primer Ribbon no Kishi de Tezuka fue publicado entre 1953 y 1956; y constó de 16 episodios distribuidos en 3 tankôbon. Luego vendría su secuela Futago no Kishi (1958) y una nueva versión del manga original en 1962, realizada por el propio autor. Por eso, a la hora de afrontar la lectura de esta obra, hay que tener muy en cuenta la época en la que fue creada. Como siempre suelo comentar (y no me cansaré de hacerlo), juzgar las obras del pasado con la visión del presente no es ni sabio ni inteligente. En La Princesa Caballero hay misoginia, machismo e incluso transfobia. Eso es una realidad. Pero en su momento, ninguno de esos conceptos se solían trabajar en Japón; y mucho menos en productos dirigidos a niñas. Y a pesar de todo, Ribbon no Kishi fue una obra atrevida y valiente; que junto a Tetsuwan Atom abrió las puertas a una nueva concepción del tebeo nipón, y donde las jovencitas podían verse reflejadas en un personaje dinámico y perspicaz, con iniciativa y poder.

No es ningún secreto que para crear a su princesa Zafiro Tezuka, además de conocer casi con seguridad Nazo no Clover de Katsuji Matsumoto y estar familiarizado con La Pimpinela Escarlata (1905) o el Zorro de Johnston McCulley, se dejó imbuir del espíritu del Takarazuka Revue y sus otokoyaku. La idea de vestir de hombre a una mujer y brindarle atributos tradicionalmente masculinos como el coraje, la intrepidez y la habilidad en el combate provino de este espectáculo teatral centenario que ha fascinado a decenas de generaciones de japoneses. Y lo sigue haciendo en la actualidad.

¿Era necesaria esta introducción para escribir la reseña de Ribbon no Kishi? La mayoría de las cosas apuntadas ya las he ido comentando en más profundidad por las diferentes entradas de Shôjo en primavera. Sin embargo, creo que recordarlas no viene nada mal, sobre todo para refrescar la memoria y dejar claro que La Princesa Caballero es hija de su tiempo, y que como tal hay que valorarla. Su trascendencia es innegable, sus tentáculos alcanzan el presente y han dejado huellas indelebles en las obras de muchos creadores y artistas. Dentro y fuera del shôjo.

Cuando vio la luz, Ribbon no Kishi no tenía demasiadas expectativas de sobrevivir; en esa época nadie habría apostado por una serie regular exclusiva para niñas. Nadie salvo Tezuka, que ya había escrito un par de historietas para chicas (Mori no yonkenshi, Kiseki no Mori no Monogatari) como ensayo a su La Princesa Caballero. Fue publicada en la Shôjo Club durante 3 años y resultó un éxito absoluto. Y así comenzó todo: fiat shôjo.

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«Princesa Caballero» (2016) de Phillip Light para el homenaje a Osamu Tezuka de Gallery Nucleus.

Ribbon no Kishi fue publicado en España en 2004 de la mano de  EDT (por entonces Glénat) en 3 tomos; y Planeta, que quiere dejar claro que sigue teniendo mucho que decir en el mercado del manga, se desmarcó este pasado 2018 con una maravillosa edición integral de tapa dura, 687 páginas y casi kilo y medio de Kamisama no Manga. ¡Y que no se me olvide, con la siempre excelente traducción de Marc Bernabé!

Como bien sabréis los fans de Tezuka, Planeta está publicando una serie de clásicos imprescindibles de su bibliografía como Astro Boy, Black Jack, Fénix, Ayako o una majestuosa antología que incluye Metrópolis, Lost World, Next World y La isla del Tesoro. Y La Princesa Caballero brilla con luz propia entre ellos. Una demografía que ha sido tan denostada desde sus primeros pasos, está recuperando el espacio que le correspondía por derecho propio; y Ribbon no Kishi se revela como ese clásico esencial a redimir. Porque se trata de una obra a la misma altura que Astroboy.

¿Y de qué va La Princesa Caballero? Pues es una serie de historias, inspiradas en los cuentos del folclore centroeuropeo de Charles Perrault y los hermanos Jakob y Wilhelm Grimm, que cuenta los avatares de la princesa Zafiro. Ella es la hija de los reyes del país de Silverland, con una predecible ley sálica, lo que le impide acceder al trono. Sin embargo, las circunstancias son mucho más complicadas de lo que podría parecer. Antes de nacer, en el cielo, los bebés reciben un corazón azul si van a ser niños o uno rojo si van a ser niñas. Tink, un querubín bastante travieso y atolondrado, decide que Zafiro tiene cara de chico, así que le asigna un corazón azul. Pero cuando llega su turno de verdad (tiene el número 110), le es concedido un corazón rojo, por lo que acaba teniendo los dos a la vez.

¿Qué será de Zafiro? ¿Mujer u hombre? Tink la ha liao parda, así que Dios lo envía a la Tierra para que, si nace niña, le arrebate el corazón azul. Y Zafiro resulta ser chica, y así es anunciada a los mensajeros del palacio real; sin embargo, por una confusión tonta, entienden que es chico, y es proclamada públicamente como hombre. Y heredero al trono de Silverland. Pero la cosa no queda ahí, el gran duque Duralmin (pérfido y malvado) sospecha que hay gato encerrado y que su hijo debería ser el auténtico futuro rey. Por lo que maquina para destapar el enredo. Mientras tanto, Zafiro es educada tanto como chica como chico, ya que al poseer ambos corazones posee las supuestas cualidades de ambos géneros; y solo el médico, el aya y los reyes conocen el secreto. Y Tink, por supuesto, que pretende llevar a cabo su misión.

Zafiro parece esquivar bien las intrigas de Duralmin, y aunque echa de menos no poder mostrarse en público como mujer, encuentra la manera de disfrazarse durante el Carnaval y disfrutar de los bailes y las fiestas que se celebran. En una de ellas conoce al primogénito del rey del país vecino, Goldland. Su nombre, Franz Charming; y Zafiro se enamora perdidamente. Será ese amor es el que dicte su destino final.

En La Princesa Caballero, como no podía ser de otra forma, suceden muchas más cosas. Estas son las premisas básicas de un manga en realidad conformado por multitud de cuentos, donde desfilarán un amplio abanico de personajes. Porque son cuentos a la occidental, con su potente sustrato cristiano e influencia de los fairy tales europeos. La narrativa es sencilla y lineal, dirigida al público familiar y centrado en el infantil, por lo que encontraremos en abundancia los habituales recursos cómicos de Tezuka, y una caracterización de los personajes que roza la parodia. Los villanos son muy villanos, los personajes cómicos muy reconocibles y los buenos estúpidamente intachables. Son como máscaras de teatro, arquetipos que ayudan en la construcción de una firme arquitectura social que no debe quebrarse.

Por supuesto, hay excepciones, y la proverbial habilidad de Kamisama no Manga para giros argumentales inauditos logra hacer de Ribbon no Kishi una lectura divertida y equilibrada. Resulta un tebeo de verdad entretenido, que sorprende por su frescura a pesar de tener más de 60 años. ¡Ha envejecido estupendamente! La notoria (y deliciosa) ingenuidad que exhala se diluye en la usual crueldad de los cuentos de hadas, ahí tenemos continuas referencias a Los seis cisnes, Cenicienta, La Bella Durmiente u obras de ballet como El Lago de los cisnes, que adquieren un nuevo rostro en este manga.

¿Y cuáles son esas excepciones de las que hablamos? Pues, por ejemplo, hay dos personajes que, personalmente, me gustan mucho, y representan una ruptura más dástrica hacia los rígidos roles de género de ese tiempo que la propia Zafiro. De hecho, Zafiro como protagonista del tebeo, debe doblegarse finalmente a las convenciones sociales de la época. No hay que negarle su osadía en ciertos aspectos, pero esa audacia siempre se justifica porque tiene un corazón masculino. En cuanto le falta, se convierte en la típica damisela en apuros; y no hay que olvidar que su móvil y objetivo es el amor de un príncipe azul. Sin embargo, en los secundarios Tezuka asume más riesgos, como son los casos de la diablesa Hecate y la espadachina Friebe.

El caso de Hecate es especialmente fascinante, pues además es plasmada como una auténtica beatnik, una anacronía en toda regla en la ambientación medieval del manga. Hecate además es un personaje que evoluciona, un perfecto ejemplo de gris. Rompe con el binomio bueno vs. malvado, se niega a dejar de ser ella misma: no quiere el corazón rojo de Zafiro para ser más «femenina», se rebela ante la autoridad materna (Madame Hell), no quiere casarse con el Príncipe y acaba ayudando a Zafiro.

Friebe, por otro lado, es la abuela de Utena Tenjô. Punto. Es senshi por elección personal, no espera pacientemente a que aparezca el hombre de su vida, sino que se lanza a buscarlo con una espada en la mano. Que resulta ser Zafiro. Es arrogante, intrépida y temperamental, lo que no es óbice para que también sea toda una experta en actividades domésticas. Más que Zafiro, es Friebe la que representa la unión de los paradigmas de lo masculino y femenino de la época, y lo más importante: sin conflicto, sin necesidad de recurrir a un corazón azul. Friebe elige su propio destino, no aguarda a que decidan por ella.

Zafiro en realidad no es libre, sino vasalla de sus responsabilidades como futura monarca, y debe obediencia a sus padres; por lo que debe ocultar su identidad femenina. Su interior se encuentra en guerra, una guerra que las circunstancias exacerban y la conducen a tener que elegir, ya que albergar dos corazones se manifiesta como incompatible. Y Tezuka hace muy patente esa disputa íntima, pero siempre, recordemos, desde la perspectiva de su contexto histórico. En Ribbon no Kishi no hay espacio para el género no binario o las identidades transgénero; a pesar de que fue una obra rompedora, continúa sujeta a la ideología hegemónica del Japón de los años 50. Y hay machismo para parar un tren de mercancías, no se le pueden pedir peras al olmo.

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Friebe y Zafiro

La Princesa Caballero es un prodigio que se continúa disfrutando en la actualidad sin problemas a pesar de todo. Tiene la ventaja de poseer diferentes niveles de lectura, tanto para niños como grandes, donde Manga no Kamisama inoculó sus inquietudes (que eran muchas) y espíritu antibelicista. Y siempre con un optimismo a prueba de bombas. Tezuka hace un alarde de imaginación extraordinario, con una flexibilidad a la hora de combinar diferentes géneros (misterio, aventuras, fantasía, terror, etc) que resultaban inesperados para lo que se solía ofrecer al público femenino en la esfera del shôjo shôsetsu. Son tantas las aventuras y vicisitudes que se narran (deudoras del emonogatari), con tantos recursos innovadores que luego se convertirían en cliché de la demografía, que sería imposible enumerarlos todos: amnesia, luchas con piratas, brujas malvadas, diosas celosas, metamorfosis varias, amores imposibles, bailes de máscaras…

Respecto al arte, es meridiano que la Blancanieves de Disney sirvió como modelo para Zafiro; y en general el animador estadounidense fue una influencia dominante en los trabajos de Tezuka,  tanto en papel como en cel. Las profusas escenas con animalitos, de nuevo remiten a Disney, así como la dinámica de las viñetas, que parecen más un dibujo animado que una mera ilustración. El dibujo fluye con facilidad ante los ojos, lleno de energía. Los diseños son engañosamente sencillos, pero en su simplicidad se esconde un estudio minucioso que elige de manera lúcida un estilo aniñado y dulce, de fisonomía manierista (esas cinturillas de avispa, esas piernas interminables… ay) que se convertirían en marca de agua del shôjo. La sensación es de estar ante un trabajo sin duda vintage, pero también pasmosamente contemporáneo. Por eso es un clásico, caramaradas otacos.

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Princess Knight (Ribbon no kishi), 1965, de Osamu Tezuka. Procedente de la exposición «Tezuka: The Marvel of Manga» del Museo de Arte Asiático.

¿Qué más puedo añadir a la reseña de La Princesa Caballero? La verdad es que no demasiado, porque tampoco deseo destripar la obra ni hacer un análisis exhaustivo, que haría necesarias bastantes entradas más. Esto es un blog, no una tesis doctoral, amiguitos. La presente solo tiene por objetivo ser una introducción y, si no habéis leído el manga, despertar vuestro apetito. Y no solo hacia este tebeo, sino al shôjo y a otros trabajos de Tezuka de su primera etapa. Espero que haya logrado un poquito su propósito. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.