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Microrreseña: Never open it de Ken Niimura

Y entre col y col, lechuga. Un pequeño descanso entre tanto noir nos va a venir fenomenal, que en la variedad está el gusto. Dicen. Como es habitual en esta época del año, voy con el culo bastante apretado, pero siempre puedo hallar, tarde o temprano, un poco de tiempo para leer y disfrutar de las obras de uno de mis mangaka favoritos: Ken Niimura. A través de su instagram y twitter he ido viendo crecer a lo largo de los meses los distintos trabajos en los que ha estado ocupado; y uno de los que más me interesaba zampar, por mi eterno amor al folclore japonés, era este Never open it (2018). Y por fin he podido degustarlo, ¡ñam, ñam! Admito que habría preferido tenerlo en formato físico (estoy muy chapada a la antigua, qué le voy a hacer, ¡pobres arbolitos!), pero mejor esto que nada.

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«Mujer joven montando en una tortuga (parodia del cuento de Urashima Tarô)» de Suzuki Harunobu, circa. 1765

Por cierto, tú, camarada otaco, también puedes leerlo gratuitamente aquí, un lujazo que no deberías dejar escapar por nada del multiverso. Never open it consta de tres episodios, el último dividido en dos partes, donde Niimura nos narra una versión muy curiosa del cuento tradicional nipón de Urashima Tarô. Se trata de una leyenda que todos los japoneses conocen y que, como podía esperarse, su influencia ha caído como lluvia de confeti sobre casi toda expresión cultural popular contemporánea del país. Impregnando también obras clásicas de la otaquería como Dr. Slump, Dragon Ball, Cowboy Bebop, Detective Conan, Gintama y un larguísimo etcétera. Incluso ha traspasado fronteras, la añorada Ursula K. Le Guin hizo su pequeña interpretación de la historia, que se incluyó en la compilación A Fisherman of the Inland Sea (1994).

Así que es muy probable que conozcas el relato, una fábula llena de fantasía y tristeza a la vez. Muy japonesa. Si no es así, vamos a refrescarte un poco la memoria: Urashima Tarô es un pescador que salva la vida a una tortuga que está siendo hostigada por unos niños. El animal, en agradecimiento, lo invita a visitar el Palacio submarino del dios Dragón (Ryûgû-jo), un lugar fabuloso construido de coral blanco y rojo. Allí, durante tres días, goza de placeres sin fin y de la compañía de la bellísima princesa Oto-hime. Pero el joven quiere regresar al hogar, pues su madre se encuentra sola y enferma. La princesa, entonces, le entrega un misterioso cofre que le permitirá regresar si así lo desea, pero que no debe abrir jamás bajo ninguna circunstancia.

 

Pero lo que no sabe nuestro protagonista es que un día pasado en Ryûgû-jo son como cien años en la superficie, y cuando regresa todo su mundo ha cambiado. Han transcurrido 3 siglos. Al preguntar a los vecinos de la aldea por su familia, le responden que hace muchísimo tiempo vivía allí un tal Urashima Tarô, pero que desapareció en el mar y nunca regresó. El pescador, sintiéndose desolado, decide abrir el cofre, del que sale un denso humo blanco. Inmediatamente, su cabello se vuelve completamente cano, y su cuerpo se encoge y arruga como el de un anciano.

Esa es la historia en esencia, aunque existen distintas variaciones. Se cree que tuvo su origen durante el periodo Nara (710-794), aunque fue recogida por escrito por primera vez en el Otogi-zôshi, en el s. XV. Es uno de los primeros cuentos en el mundo donde se relata un viaje en el tiempo, y personalmente me parece fascinante. Sobre todo porque me recuerda un poco a una leyenda de la zona de mi pueblo. Y no es broma. ¡¡Conexión loquísima Pirineos-Japón!! Esta narra como el abad del monasterio de Leire, San Virila (870-950), que no acaba de comprender el misterio de la eternidad del Cielo ni su felicidad sin fin, decide salir a dar un paseo por el bosque para despejar un poco la cabeza. Mientras camina, queda embelesado por el canto de un ruiseñor y, deleitándose en su canción, pierde la noción del tiempo. Cuando regresa al monasterio han pasado 300 años. Putadón.

 

Regresando a lo que nos concierne, como el cuento de Urashima Tarô es tan celebérrimo, Ken Niimura realiza una aproximación a él… diferente. Muy respetuosa con la historia tradicional, de hecho su progreso inicial sigue con fidelidad todas sus premisas… hasta que ya no lo hace, claro. El autor da un volantazo, una auténtica vuelta de tuerca al argumento que renueva por completo la leyenda, modernizándola. Y difuminando suavemente la amargura. Le brinda una vertiente psicológica inédita, donde afloran sentimientos que el mito ha mantenido siempre a raya; logrando así humanizar el cuento. Los personajes se sienten cercanos, sus reacciones resultan lógicas y creíbles.

Si a todo esto le añadimos el maravilloso arte de Niimura, tenemos frente a los ojos una pequeña gema que atesorar con mucho cariño. ¡Este señor es un verdadero maestro del vacío y la geometría del caos! La arquitectura de sus viñetas es de un dinamismo flipante, y con una sencillez de trazos ascética, muy elegante. Blanco, rojo, negro. Con mesura logra una expresividad asombrosa.

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Never open it comienza por el final de la leyenda para ofrecernos luego otra historia distinta. Se lee en un periquete, aunque os recomiendo pasar un rato admirando el dibujo de Ken Niimura, lo merece porque es todo un espectáculo para la vista. A mí me tiene alucinada esa simplicidad tan suya, que con tan poco logre transmitirlo todo. Esa es una virtud que no muchos poseen. Y eso. Que no sé a qué estáis esperando, ¡leedlo ya! Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

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Microrreseña: el sereno vacío de Wo Shi Bai

En mis búsquedas, casi todas infructuosas, por encontrar en la red algún manhua que pudiera ser capaz de entender con mi actual nivel de mandarín, me tropecé en la publicación NeoCha con un autor bastante intrigante. A parte de que podía comprender el escaso texto de sus tebeos, el concepto de sus obras me dejó completamente fascinada. Eso fue para Navidad, y a partir de entonces no he cejado en seguir sus pasos a través de su tumblr, donde habitualmente publica gran parte de sus trabajos.

Su persona es todo un misterio, solo se sabe que nació en Shanghai y que es hombre. Poco más. Su nombre artístico, igual de enigmático que su perfil público: Wo Shi Bai (我是白), que se traduce como «soy blanco». Durante un tiempo ha existido algo de revuelo entre seguidores y curiosos, pues en esta época, donde la privacidad y anonimato son tan raros en el mundo digital, Wo Shi Bai había logrado mantener cierto hermetismo. Las especulaciones estallaron por los aires como confeti mediante comentarios de lo más pintorescos. Sin embargo, parte de ese misterio se resolvió durante las exposiciones que tuvieron lugar en Fuzhou y su ciudad natal el pasado 2017. Y digo en parte ya que solo tuvieron la oportunidad de conocerlo personalmente los que allí acudieron, el resto del planeta proseguimos todavía a oscuras. No obstante, en mi caso particular tampoco es algo que me preocupe demasiado. De momento lo que me interesa de Wo Shi Bai son sus cómics, no su edad, género o si le gustan las ardillas listadas como mascotas.

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Esta es la portada de su cómic Migraine (2017), que ha sido además publicado por la editorial indie Paradise Systems, que distribuye a todo el mundo a través de su web. Es un tebeo que sigue la tradición del histórico lianhuanhua chino, con unas características muy concretas que no se dan ni en Japón ni en Corea. Los lianhuanhua eran (y siguen siendo) libritos ilustrados con una imagen por página, tamaño de bolsillo, orientación horizontal y texto mínimo. Tienen su origen en la Dinastía Song (960-1279), pero a finales del s. XIX sufrieron el fuerte impacto del incipiente cómic europeo, convirtiéndose durante el s. XX en una herramienta de propaganda política muy poderosa para el Partido Comunista, así como un medio eficiente de alfabetizar al campesinado. No obstante, por lo que se hicieron realmente célebres fue por sus narraciones de aventuras repletas de la épica de las antiguas leyendas chinas, y sus historias pulp. El grandísimo escritor Lu Xun (1881-1936) sostenía la firme opinión de que los lianhuanhua eran una nueva forma de expresión artística, y que las críticas que recibían por su poderosa difusión entre las clases populares eran simplemente puro esnobismo.

Los lianhuanhua fueron los cómics, las películas y las series de TV de millones de chinos durante décadas, hasta que fueron desplazados en los años 90 por los manhua de influencia nipona. Actualmente son valiosas reliquias para coleccionistas y objeto de serios estudios académicos, pues son considerados parte imprescindible de la historia cultural del país. Y después de este pequeño rodeo para explicar un poquito algo de la tradición comiquera china, que es tan antigua y rica como nuestra amada japonesa, regresamos a Wo Shi Bai. El artista e ilustrador de Shanghai hace suyo el legado del lianhuanhua y lo renueva por completo, otorgándole una flamante mirada contemporánea.

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Adaptación a lianhuanhua de la película Star Wars. Más info aquí.

Migraine es una obra con mucho de autobiográfico, y en ella queda plasmada una de las características más reconocibles de Wo Shi Bai: la expresión de las emociones más complejas a través de imágenes simples, pero siempre con un desapasionamiento quirúrgico. Y el resultado es, en algunos momentos, pertubador por su pulcritud minuciosa, como un disparo de emociones dirigido al cerebro, no al corazón. Y las ideas que de ahí brotan son difíciles de verter en palabras, por eso las obras de este autor son tan peculiares.

Wo Shi Bai ha realizado también interesantes series de ilustraciones como su Chuck and the Portal, pero son sus pequeños cómics los que brillan con luz propia. Suelen ser cortos, one-shots a lo sumo de 20 viñetas en total; y tienen de protagonista a un humanoide (小白人) con los vehículos de expresión más elementales. ¿Se trata de un alter ego? Quizá. Pero suele ser el protagonista de sus pequeñas parábolas filosóficas, aunque también aparecen a menudo otros personajes de atributos igualmente muy sencillos, pero alta carga simbólica.

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Chuck and the Portal (2017)

En los lianhuanhua de Wo Shi Bai no existen las fronteras del espacio y el tiempo. El artista rompe sus límites, los deforma y manipula para sus propósitos. Es el suyo, además, un surrealismo de corte clásico, que evoca la profunda metafísica de Giorgio de Chirico (1888-1978) y asimila los ropajes de René Magritte (1898-1967); pero que no se encuentra exento de una aguda angustia existencial. Las paradojas son habituales, así como una estructura circular en su narrativa que se cimenta claramente en el pensamiento de Zhuangzi (s. IV a. C). Y no podía ser de otra forma, aunque algunas referencias las reconozcamos como occidentales, Wo Shi Bao no deja de ser chino, y el poderoso influjo cultural de su patria tiene que florecer a la fuerza. El sueño de la mariposa, cuento incluido en el Sobre la igualdad de las cosas del filósofo, surge como una de sus inspiraciones recurrentes.

El arte de Wo Shi Bao es de línea clara y minimalista, de una elegancia simple y que resulta perfecta para transmitir los conceptos sobre su cotidianeidad fantástica. Sus tebeos son feudo de la imaginación, donde el inconsciente presume de su poderío. Resultan muy cerebrales mediante ese rosario de alegorías, invitando a la reflexión. No obstante, aunque a priori puedan parecer densos, son obras muy accesibles y agradables, perfectas por su disposición y dinámica para leerse en un medio digital. Y para muestra, un botón: este es su Limpieza.

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Hasta donde he podido rastrear, sus trabajos comenzaron a publicarse a principios del 2017. No lleva mucho en esto del mundo del cómic (al menos como Wo Shi Bai), pero en pocos meses está logrando hacerse un merecido sitio. A través de su instagram y su tumblr se pueden disfrutar de la mayoría de sus tebeos, y os invito a que les echéis un vistazo. Merecen mucho la pena, a mí este señor me tiene enamorada con sus silencios y vacíos tan llenos de significado. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

 

literatura, Microrreseñas

Microrreseña: Magia China de Algernon Blackwood

Algernon Blackwood (1869-1951) es uno de mis escritores favoritos, lo descubrí leyendo en mi adolescencia a H.P. Lovecraft, que en su ensayo El horror sobrenatural en la literatura (1927) le dedicaba grandes elogios. Me llamó mucho la atención, fue una especie de flechazo. Y a no mucho tardar, leí un relato corto suyo, El Wendigo (1910), incluido en una antología que realizó Alianza Editorial llamada Los mitos de Cthulhu y otros cuentos (1968). Fue mi primer contacto con él y, a partir de entonces, el señor Blackwood me acompañaría toda la vida. Junto a Lord Dunsany y Arthur Machen conforma mi tríada mágica de fantasía, horror y belleza.

Os preguntaréis qué pinta un escritor inglés en un blog dedicado a la cultura japonesa y oriental. Pues muy fácil, estos días he releído un cuentecillo de su autoría, Magia china (1920), que remite, como bien deduciréis, a la majestuosa e infinita Catai. Y la nostalgia me ha secuestrado hasta el tuétano de los huesos, por lo que decidí darle un pequeño homenaje a mi querido Bosquenegro, aunque fuera de manera un poco tangencial. Es mi blog y hago lo que me da la gana, ¡ea!

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El maestro Algernon Blackwood

Algernon Blackwood era un panteísta, un fervoroso devoto de la Naturaleza a la que respetaba y temía al mismo tiempo. Veneraba su poder y belleza, a la vez que la dotó en sus relatos de una especie de conciencia, una conciencia que lo abarca todo y se expresa a través de seres primordiales, casi como divinidades, que trascienden la moral humana.  Terribles, grandiosos, atemporales; y que cuando irrumpen en la esfera del hombre pueden otorgar el éxtasis o ser portadores de locura y muerte. Blackwood fue un escritor pagano que también se dedicó a los cuentos de fantasmas, pero siempre marcados por la metafísica ocultista de su época: la Teosofía y la Orden Hermética de la Aurora Dorada (Golden Dawn). No cabe duda de que fue un Iniciado, y en sus obras así lo plasma, pero de una manera sutil y respetuosa.

El relato que nos incumbe hoy, Magia China, está incluido en el que es uno de los tesoros más amados de mi biblioteca, desde que lo compré allá en un lejano 1995: El valle perdido (Siruela, 1990). La primera vez que lo leí fue en una biblioteca pública, y no pude vivir ya sin él; me lo compré tras un año sacándolo prestado sin parar como una enferma mental. Nunca me cansaré de repetir lo agradecida que estoy a Siruela por su colección El Ojo sin Párpado, del que formaba parte El valle perdido o La casa vacía, ambos de Algernon Blackwood. Simplemente mágica, lo mejor que se ha publicado en España en fantasía, misterio y terror, con permiso de la labor que está realizando actualmente Valdemar.

Una brisa ligera entró por la ventana, temblaron los huertos lejanos, al pie de la colina: se elevaron, flotaron en la oscuridad y, casi en seguida, me descubrí en un quiosco de flores; un río azul se extendía centelleante bajo el sol, ante mí, serpeando por un valle encantador donde había grupos de árboles floridos entre mil templos diseminados. Empapado de luz y de color, el Valle dormitaba en medio de una belleza apacible que infundía lo que parecían ser anhelos imposibles, inalcanzables, en mi corazón. Deseé adentrarme en esas arboledas y templos, bañar mi alma en ese mar de tierna luz, y mi cuerpo en el frescor azul del río perezoso. Tenía que rendir culto en mil templos. Sin embargo, estos anhelos imposibles quedaron satisfechos en seguida. Al punto me descubrí en aquel lugar… al tiempo que por mi cabeza desfilaba lo que calculo que abarcaría siglos, si no eras. Estaba en el Jardín de la Felicidad, y su perfume maravilloso disipaba el tiempo y el dolor; no había fin que pudiese encoger el alma; ni principio, que es su estúpido extremo opuesto. Ni había soledad.

Pero regresando a El valle perdido, este contó con la magnífica traducción de Francisco Torres Oliver, el mejor y más importante especialista de literatura anglosajona fantástica que hemos tenido nunca. Los cuentos que conforman el volumen son todos extraordinarios y siguen esa estela irreal, a ratos también feroz, de ascetismo neopagano que fascina y absorbe lentamente como un teatro de sombras. También hay lugar para el amor, pero se trata de un sentimiento que aunque no está exento de intensidad, se halla situado en los parajes nebulosos del platonismo. Magia china narra el reencuentro de dos amigos tras muchos años de separación; uno de ellos ha encontrado su razón de ser en China y detalla sus experiencias, sobre todo las relacionadas con un misterioso incienso que conduce el alma al Jardín de la Felicidad. ¿Una referencia por parte de Blackwood al maravilloso YuYuan (豫园) de Shanghái? ¡Quién sabe!

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«Montañas y cascada» de Liu Yunfang

Magia china es un pequeño cuento que, como muchos de los relatos de Blackwood, se deleita en ensoñaciones filosóficas y atesora la delicadeza del misticismo oriental, idealizando la espiritualidad y pensamiento chinos. Esa mirada típica a Oriente como lugar de perpetuos enigmas y exotismo, que en esta historia queda sublimada por la admiración del autor a su sabiduría ancestral. El refinamiento y sofisticación de una cultura antiquísima, que con su serenidad supera a Occidente en su búsqueda de la Eternidad. China es embellecida a través de sus clichés y convertida en poesía, el arquetipo de la perfección frente a los zafios europeos. Esa es la noción que transmite uno de los protagonistas, enamorado de China; un visionario que se rinde a su dominio y postra su propio destino ante su trono. El otro, sin embargo, representa el pensamiento crítico y el pragmatismo que, aunque ocasionalmente pueda ceder a la utopía, su sino es la destrucción, muy a su pesar. Dos caras de una misma moneda.

Os invito a que le deis una oportunidad, pues se trata de un relato lleno de presagios e inquietantes certezas, donde el amor juega un papel trascendental como intermediario entre dos mundos que construyen una realidad más vasta y pavorosa de lo que nadie podría imaginar. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

manga, Microrreseñas

Microrreseña: Umami de Ken Niimura

Vuelven las Microrreseñas, esta vez con el primer número del esperadísimo nuevo tebeo de Ken Niimura. ¡Qué ganicas tenía ya de hincar el diente a material fresco! En esta ocasión el mangaka hispano-japonés nos presenta un cómic con la gastronomía como telón de fondo. Y ocupando un espacio también importante en su historia, claro. Su nombre: Umami.

Como todos los que me leáis a menudo ya sabréis, soy espantosa en la cocina, la destructora de los fogones, apodada también «La Carbonizadora de los Nauts Pirenèus«. Es una frustración muy grande resultar una abominación en cuestiones culinarias, y no será porque no le haya puesto ganas. Uno de mis mejores amigos, al que quiero un montón, es un chef maravilloso (y al único que le permito que me cocine carne, por lo demás podríamos decir que soy vegetariana) y se ríe mucho con mis sufrimientos. Alguna vez le ha tocado padecerlos también, con todo el estoicismo que le brinda su profesionalidad. El día que comió el bizcocho amorfo de dulce de leche que horneé no dijo ni pío, es un santo. ¿Y qué hace una criminal de la cocina como yo leyendo un manga así? Pues disfrutar, como puede hacer cualquier hijo de vecino, porque este primer episodio ha sido genial.

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Hacen falta dos para cocinar: las aventuras de una chef y una cocinera.

Dos chicas, de caracteres muy distintos, unen sus caminos para llegar a la capital del reino. Una necesita conseguir sal, pues parece que todas las poblaciones de las inmediaciones de Minas Alba, su aldea, se encuentran desabastecidas. Otra se dirige al palacio del Rey, donde tendrá el gran honor de trabajar entre sus fogones. A ambas les encanta cocinar, pero con dos puntos de vista diferentes. Mientras nuestra protagonista diminuta otorga prioridad a la diversión y la espontaneidad, su espigada compañera de viaje es una orgullosa alumna de la Academia Real de Artes Culinarias, donde se forma a los mejores profesionales de la disciplina con las últimas técnicas y deliciosas recetas. Como el agua y el aceite, sin embargo las cualidades de ambas combinadas son imprescindibles para cocinar bien. ¿Qué aventuras les esperan recorriendo el país? Ah, pues para conocerlas habrá que leer Umami, por supuesto.

Umami hace referencia al quinto de los sabores básicos, identificado científicamente en 1908 por el profesor de química de la Universidad Imperial de Tokio Kikunae Ikeda. Creó este neologismo para designar este nuevo sabor, haciéndolo universal. Su traducción al castellano sería algo así como «sabroso, delicioso». Es el que brinda palatabilidad a los alimentos, el que nos hace disfrutar. Y también es un juego de palabras… que para poder desentrañar no hay que perderse el tebeo.

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Este primer capítulo es fresco y dinámico, realmente entretenido y con un sentido del humor muy especial, a veces absurdo, otras insolente; pero siempre luminoso. La disposición de las viñetas para su lectura en pantalla informática es buena, con mucho ritmo y acomodada a una acción trepidante que estalla en un arte lleno de fuerza y cierta ingenuidad también.  Lo que me encanta de Umami, además, es cómo acerca el mundo del cómic occidental y el oriental y los fusiona con total naturalidad. Y es que, en realidad, estamos hablando del mismo medio, así que su combinación no deja de ser algo lógico y enriquecedor.

En este enlace puedes descargar Umami (2017) desde la web de Panel Syndicate. Tú marcas el precio de su primer número. La voluntá, como diría aquel. Eh, y disponible en inglés y castellano, camaradas otacos. Umami es un cuento con ingredientes tradicionales, pero que parece que vaya a ser guisado de una manera distinta. Ha comenzado con muy bien pie. Yo le daría una oportunidad, porque la cosa promete. Y mucho. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

cortometrajes, Microrreseñas

Microrreseña: Float Talk

No todo van a ser reflexiones intensas en las que se escapa un puré de neuronas por las orejas. En SOnC también hay sitio para los telegramas que solo ruegan poder transmitir de la manera más rápida y eficaz posible su información. En este caso, se hace saber, por orden de la Daigensui-Rikugun-Taishô Sho-Shikibu, que el siguiente cortometraje es mucho bonito y mucho sugerente.

Ha sido un hallazgo de ultimísima hora y completamente fortuito; esos suelen ser además los más interesantes. Y emocionan porque no se esperan en absoluto. Float Talk (2016) es el primer trabajo que podemos disfrutar en Occidente del equipo de videoartistas Kesyuroom203, formado por Minami Nakai (Ishikawa, 1979) y Kiyoko Nakai (Tokio, 1982). Estas damiselas llevan trabajando juntas desde 2005, pero he sido incapaz de encontrar más obras suyas por internet. Porque una vez vi este corto, quise más, claro. Pero nada. Espero que vayan subiendo, poco a poco, más material a su vimeo, porque esta presentación me parece realmente prometedora.

Float Talk son 12 minutos de poesía visual. Es una historia sobre la amistad de dos chicas, Hiwa y Tôko, que suelen compartir momentos muy especiales en un lugar fuera de lo común: un claro en el bosque donde hay una especie de divergencia espacial que se llama «el agujero». Ambas tienen personalidades muy distintas, Hiwa tranquila y acomodaticia, Tôko impetuosa y cabezota. Pero conforme van haciéndose mayores, las cosas cambian… y no para bien. El precio de ir madurando no es siempre el de hacernos mejores personas; y los que no quieren crecer, simplemente se quedan atrás y desaparecen.

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El arte es lo más destacado del cortometraje. No es que lo demás sea mediocre, que ni por asomo, pero brilla con luz propia, casi eclipsando el resto. Y es que es muy, muy especial. Juega con las texturas y los contrastes de colores, que tienen una paleta suavemente otoñal. Es un 2D que emula el cut-out, realzando sus superficies con patrones rugosos pero delicados. Una preciosidad, como si el arte de Noburô Ôfuji hubiera despertado en el s. XXI. Por último, subrayar también la maravillosa música, compuesta por Yutaka Ito y Hanako Kimura. Se trata de una pieza interpretada al piano de melodía sencilla pero encantadora.

En conjunto, Float Talk es una buena muestra de lo que la animación independiente está logrando, y cómo las mujeres van haciéndose un sitio en la disciplina, derrochando talento y con mucho que decir además. ¿Le daréis una oportunidad? Yo no me lo perdería en vuestro lugar. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.