2017: un siglo de anime, anime, largometraje

Gen, el de los pies descalzos

Si existe un evento que haya marcado de manera indeleble la historia de Japón, ese ha sido los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki. Y no solo de Japón, del planeta entero. Pero los japoneses fueron los protagonistas de esta barbarie sin precedentes, así que no fue de extrañar que plasmaran estos sucesos en el mundo del manganime. Una de las obras más importantes relacionadas con lo ocurrido es, sin duda, el manga Hadashi no Gen de Keiji Nakazawa (1939-2012). Diez tankôbon y 54 episodios en los que Nakazawa, mediante su alter ego Gen Nakaoka, estampó sus experiencias como víctima. Porque Nakazawa, con seis años, fue testigo y superviviente de la monstruosa Little Boy. Su padre y sus cuatro hermanos no tuvieron tanta suerte. El tebeo es un clásico que todo el mundo conoce en Japón. Es un testimonio atroz y verídico de lo que supusieron esos terribles acontecimientos. La verdad es que no hay palabras para expresar un horror semejante, sin embargo Nakazawa decidió dibujarlo.

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Cartel del estreno de «Hadashi no Gen» en Estados Unidos (1985, Los Angeles)

Hadashi no Gen fue publicado en Shônen Jump entre 1973 y 1974. El éxito fue, y sigue siendo, enorme. Ha tenido numerosas encarnaciones, pero la que hemos seleccionado hoy es su película animada, del mismo nombre, realizada por Madhouse en 1983. Tuvo segunda parte, por cierto. La he incluido dentro de 2017: un siglo de anime por dos motivos: porque está basada en un manga icónico, y porque plasma de manera diáfana y sin paños calientes un acontecimiento trascendental en la historia de Japón. Podría haber elegido también La tumba de las luciérnagas (1988), que además es el anime más conocido fuera de Japón que trabaja el mismo tema; pero los estudios Ghibli tendrán una entrada propia en la sección más adelante. Las comparaciones son odiosas, y si habéis visto la obra de Takahata, Hadashi no Gen es bastante más sencilla. No obstante, debemos recordar que Gen, el de los pies descalzos es más antigua, y Madhouse por entonces no manejaba ni los presupuestos ni los recursos de los todopoderosos (y muy amados) Ghibli. Hadashi no Gen resulta más lineal, pero también es más explícita y cruda que Hotaru no Haka.

El manga de Hadashi no Gen, como imaginaréis, tiene un valor histórico incalculable. Y aunque se trate solo de la visión personal de un único individuo, su testimonio sigue siendo poderoso. Keiji Nakazawa comenzó a escribirlo tras el fallecimiento de su madre a causa del cáncer. Ambos fueron los únicos supervivientes de toda su familia. Es curioso, pero la esposa de Nakazawa, tras su muerte, insistió en que lo volcado en el tebeo era bastante comedido; que lo vivido por su marido fue infinitamente más espantoso, pero que decidió escribirlo de una manera más suave sin que perdiera su impacto. Porque el objetivo de Nakazawa siempre fue difundir lo ahí acaecido, que no cayera en el olvido y que sirviera para impedir la proliferación y uso de armas nucleares. Concienciar al mundo de su brutalidad. Quizá iría muy bien que lo leyeran Donald Trump y Kim Jong-un; pero me da que lo de estos dos señores no es la lectura… por lo que la película sería una excelente alternativa en su lugar.

Señor Yo La Tengo Larga y señor Yo La Tengo Más Oh Yeah:

¿Qué tal si se dejan de peligrosas bravuconadas durante una hora y media, y recuperan lo mejor de la infancia (que no es precisamente lo que están haciendo PUTOSCRÍOSQUESOISUNOSPUTOSCRÍOS) viendo una bonita historia sobre masacres colosales, dolor sin fin y enfermedades espeluznantes?

Atentamente,

Humana anónima con blog ridículo sobre dibujitos chinos.

 Hadashi no Gen podría ayudarles a mejorar su comprensión sobre lo que implican las armas nucleares, que a lo mejor no lo tienen muy claro. A no ser que fuesen unos psicópatas de mierda, por supuesto, que entra dentro de lo posible.

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Nakazawa escribió un par de obras más dedicadas al bombardeo de Hiroshima pero, sin duda, su trabajo más emblemático es este Hadashi no Gen, que tampoco ha estado exento de polémica. Ha sido utilizado como material docente en las escuelas japonesas, y entregado como presente oficial del Estado a figuras importantes de la política mundial; sin embargo, por su contenido antibelicista y crítico con el gobierno y ejército nipones de la época, no está bien considerado por los sectores sociales más conservadores. Además de que lo valoran poco adecuado para los críos. En esto último no puedo estar más en desacuerdo, pues Nakazawa precisamente creó este tebeo para chicos, y eso se nota.

La siguiente pregunta que surge es, ¿cuál es mejor? ¿el manga o el anime? El manga es más extenso, profundiza más y los detalles son más ricos. Nada nuevo bajo el sol. Es uno de los mejores tebeos históricos japoneses, competir contra eso es difícil. Sin embargo, la película animada no le va a la zaga, y es un hito del cine bélico japonés. Por su crudeza, por su ingenuidad, por su honestidad. Una producción dirigida al público infantil y juvenil, pero al que trata con respeto, no considerándolo idiota. Un feo vicio cada vez más extendido, la verdad.

Gen Nakaoka vive con su familia en Hiroshima. Son tiempos difíciles, la guerra no marcha nada bien y el racionamiento de los alimentos lleva al hambre y desnutrición de la mayoría de los japoneses. La madre de Gen, Kimie, tiene el embarazo muy avanzado y casi carece de fuerzas por la falta de alimento. A pesar de estas penalidades, son más afortunados que en otras ciudades del país, pues no han sufrido bombardeos tan intensos y destructivos. Es como si los aviones norteamericanos solo se acercasen a Hiroshima a espiar. Y eso también hace que broten algunas sospechas, pues posee una importancia estratégica relevante. Gen y su hermano pequeño Shinji procuran conseguir comida robando, y su natural alegría infantil les hace sobrellevar la situación con más inconsciencia. Son como animalillos que, sencillamente, se adaptan a un entorno hostil lo mejor que pueden.

El pueblo lo está pasando muy mal, sin embargo gran parte de él intenta huir de su miseria dejándose llevar por el fervor patriótico. Muchos continúan pensando que la guerra se ganará, y la fiebre nacionalista ofusca de tal forma que son incapaces de reconocer lo que en realidad está ocurriendo. Daikichi, el padre de Gen, es uno de los pocos que está en desacuerdo con la política belicista y fanática del gobierno, y no se preocupa en ocultarlo (el padre de Nakazawa fue encarcelado por sus ideas pacifistas). Piensa que la guerra acabará en derrota muy pronto, y espera que, a partir de entonces, las cosas mejoren para su familia. Peor que lo que hay no va a ser. Pero Daikichi en eso se equivoca.

El 6 de agosto de 1945 a las 8:16 de la mañana, con la ciudad ya despierta y sumida en sus actividades diarias, sucede lo impensable. El bombardero norteamericano B-29 Enola Gay suelta su carga sobre un hospital en el centro de Hiroshima.

La temperatura se elevó a más de 1.000.000°C, el aire se incendió y una luz intensa iluminó el cielo, todo el sitio quedó en blanco por la explosión nuclear. 90.000 personas murieron inmediatamente. Al menos 60.000 más morirían después a lo largo del año a causa de la radiación. 35.000 heridos y solo 20 médicos supervivientes en toda la zona para tratarlos. La lluvia radiactiva, la tormenta ígnea que arrasó lo poco que quedaba en pie, el agua potable vaporizada o envenenada. Las consecuencias inmediatas y retardadas fueron inenarrables. Y Hadashi no Gen lo cristaliza con impoluta nitidez. Sin rodeos, sin eufemismos o ambigüedades. Más del 80% de la población de Hiroshima eran civiles, y eso se sabía. Con Little Boy solo se buscaba hacer el máximo daño posible, y de paso realizar experimentos de campo. Pero ese ya es otro tema.

La bomba atómica parte por la mitad la película, creando dos arcos argumentales radicalmente distintos. Su desarrollo es directo y sin recovecos, lo que otorga inmediatez a la historia. Gen y su madre consiguen sobrevivir, pero a cambio, aparte de presenciar la muerte de toda su familia bajo los escombros incendiados de su hogar, deben sufrir situaciones terribles, verdaderamente terribles. Todo queda reflejado en este anime: la muerte, los moribundos, la enfermedad, la discriminación hacia los hibakusha, las hambrunas, etc. ¿Cómo seguir viviendo en una ciudad totalmente destruida? Gen y su madre lo logran, pero pagando un alto precio.

gen1El tono de Hadashi no Gen puede parecer, sobre todo para el espectador moderno, incoherente. Pues los personajes infantiles no pierden en ningún instante su dimensión cómica; y el contraste que genera con la tragedia de las circunstancias es algo WTF. Debemos recordar, no obstante, que Gen es un niño de 6 años, por lo que no se deberían esperar tampoco reacciones maduras; no puede comprender del todo lo que ocurre a su alrededor. Por no decir que resultan muy difícil de predecir las reacciones de una persona en situaciones tan extremas. Lo que sí es cierto es que el talante de Gen apenas sufre una evolución perceptible, y mantiene un insensato entusiasmo incluso en momentos sin esperanza. Quizá esto haga más digerible la película en general, a pesar de que contiene escenas atroces. Aunque también el chicuelo llora, llora mucho y por muy buenos motivos. En el apartado técnico, nos encontramos frente a una de las producciones tempranas de Madhouse, por lo que se puede esperar mucho ochenteo y diseños todavía algo acartonados. Pero, en conjunto, bastante aceptables. Yo es que soy fan a muerte de todo lo analógico, así que he disfrutado mucho con su arte y animación tradicionales. En ese aspecto es competente, aunque no deslumbra.

Hadashi no Gen es una película indispensable, igual que su manga. Ya son parte de la historia de Japón, y aunque en el caso del film no se puede decir que sea perfecto, tampoco le hace falta serlo. La trascendencia de esta obra va más allá, desgraciadamente. Es un documento histórico y como tal también hay que considerarlo. Eso sí, resulta feroz y descarnado. Mucho. Con una fuerza expresiva que intimida. Así que ojito los estómagos sensibles. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

cine, largometraje

Mondo Bizarro, donde Japón nunca defrauda

No es precisamente mi disco favorito de los Ramones, pero viene ni que pintado para la entrada de hoy. Os veo temblar… y con razón. Sí, de nuevo uno de esos artículos sobre cine y marcianadas que no le interesan a nadie. Tendréis que esperar unos pocos días hasta que vuelva a escribir sobre anime y manga.

Me ha parecido muy adecuado titular este post así porque, siguiendo muy libremente las pautas del género cinematográfico mondo, voy a tratar de dar un repaso amplio a las películas japonesas que más con el culo torcido me han dejado. El mondo es incómodo, porque señala todo aquello que no queremos ver. El mondo es grotesco, pues hace hincapié en el sensacionalismo sórdido. El mondo es políticamente incorrecto, por eso carece de predicamento en una actualidad de neomojigatería apestosa. No soy especialmente fan de él, pero quiero rendir un homenaje a las criaturas extrañas que pululan por el cine de Japón con mi propia entrada mondo: un listado de películas inusitadas, donde se restriegan por las narices ciertos tabúes o simplemente revelan nuevas formas de expresión. Hay de todo.

Podéis imaginar que, con la de toneladas de majaderías y excentricidades que genera Japón al año, ha sido muy complicado hacer una selección medianamente sensata. Tampoco me considero una experta en el tema, pero he tragado bastante basura al respecto y he aquí que os presento mi tour personal a los bizarros fondos de estas fascinantes islas. Siete obras que dignifican lo insólito, ya que las he seleccionado tanto en base a mi gusto personal como por su calidad. No os equivoquéis, ninguna de estas películas es ridícula. Tampoco para tomársela a broma. Algunas cintas son clásicos muy célebres, otras no tanto. Pero todas merecen nuestros respetos.


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Junto a Pitfall (1962), Woman in the dunes (1964) y The Man without a map (1968), conforma esa tetralogía de colaboraciones con mi admirado Kôbô Abe, del que escribí un poco aquí. Salvo la primera, todas son adaptaciones de novelas suyas, aunque las cuatro fueron guionizadas por él. Teshigahara fue una persona bastante singular, que no sé muy bien cómo acabó haciendo cine. Su padre fue un maestro de ikebana que revolucionó la disciplina y él estudió Bellas Artes, pero me alegro mucho de que se dedicara finalmente a la cinematografía. Yo y unos cuantos millones de personas, claro.

Teshigahara fue un director peculiar, y es muy evidente también la influencia del surrealismo en su obra. Gente como Buñuel o Cocteau lo marcaron profundamente. Le gustaba experimentar, jugar con las imágenes y los conceptos; y, sobre todo, crear poderosas metáforas visuales de gran belleza estética. Tanin no Kao no es una excepción dentro de su catálogo, y representa una etapa de especial brillantez filosófica. Porque La cara de otro es un viaje dentro del laberinto emocional y psicológico de su protagonista, el señor Okuyama. Sus implicaciones son profundas, y no podía ser menos teniendo a Kôbô Abe entre bambalinas.

Este film puede traernos recuerdos del clásico El hombre invisible (1933), también basado en otra obra literaria, esta vez de H.G. Wells; o la maravillosa Les yeux sans visage (1960) de Franju. Tiene mucho asimismo de La Metamorfosis de Kafka o del archiconocido binomio Jeckyll/Hyde de Stevenson. Pero Tanin no Kao resulta mil veces más brutal en su vesania existencialista. Cuenta una historia doble en realidad, la de dos seres cuyas identidades se han visto comprometidas por sus rostros. La narración principal pertenece al señor Okuyama, que ha sufrido un accidente laboral tan terrible que lo ha dejado sin cara. Pero el doctor Hira puede ayudarlo, creando para él una faz nueva, como una máscara, una segunda piel. Eso sí, duplicada de otro sujeto. El cuento secundario es el de una mujer cuyo rostro sufre las secuelas del horror atómico de Nagasaki, y que trabaja en un asilo para veteranos de la II Guerra Mundial, la mayoría con graves problemas mentales.

¿Cómo se construye la identidad de un ser humano? ¿Es el rostro una parte indispensable de la persona? ¿Cuánto es de fundamental? ¿Qué importancia tiene en realidad el individuo y su singularidad? A través de un relato donde la ciencia-ficción, el thriller psicológico y el drama se dan la mano, Teshigahara y Abe realizan una bellísima y elegante reflexión sobre la identidad, el yo y la hipocresía social. Sin complicaciones y de forma accesible, pero contundente. El film toca más temas, como el de la incomunicación, el aislamiento o la fragilidad, los cuales quizá emparentan este Tanin no kao con el espíritu de Ingmar Bergman que, curiosamente, en ese mismo año estrenó Persona (1966). Great minds think alike.


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Y a pesar del transcurrir de las décadas, Bara no Sôretsu continúa sorprendiendo y dejando al espectador atónito, sin saber cómo clasificar una obra que se mueve entre el documental, la ficción y la mirada caleidoscópica del Kubrick más implacable. ¿O fue al revés? Sí, eso es. El cineasta neoyorkino descubrió en Funeral parade of roses un tesoro que colmó su mente de imágenes y conceptos que vomitaría después en su magistral La naranja mecánica (1971). Pero no solo haría mella en Kubrick, también en Warhol o Tarantino. Los tentáculos de Bara no Sôretsu alcanzan el s. XXI y nos siguen estrangulando. ¿Y quién fue el responsable de tamaña hazaña? Toshio Matsumoto, que falleció, desgraciadamente, hace unas semanas. De hecho, cuando empecé esta reseña todavía estaba vivo, ha sido un shock conocer su desaparición.

Toshio Matsumoto fue el máximo pionero de cine experimental en Japón. Pasó toda su carrera innovando, y Funeral parade of roses fue su primer largometraje. El mítico Art Theatre Guild fue el que confió en el proyecto del director, y se encargó de su producción y distribución. Y no se puede negar que resultó un ejercicio de fe, porque tratar la temática del travestismo y la homosexualidad en el Tokio de los años 60 no era habitual. Todavía no lo es. El argumento, inspirado libremente en la tragedia clásica Edipo Rey (s. V a. C) de Sófocles , nos acerca al universo de Eddie, un travesti gay. Los bajos fondos de la ciudad, las drogas, la prostitución; pero también el ambiente de gran efervescencia cultural que se respiraba. Matsumoto rodó en la misma ciudad, utilizó de actores a los mismos protagonistas de ese entorno marginal pero lleno de vida. Completamente transgresora, Bara no Sôretsu acoge multitud de estilos y técnicas que se mezclan sin pudor, regalando a los más observadores un abanico de sensaciones indescriptibles.

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No se puede negar que la influencia de la Nouvelle Vague es patente, pero Matsumoto no escatimó en recursos para construir un relato completamente original y donde parece que el tiempo no transcurra, a pesar de que las emociones de los personajes sí avancen. Es como si estuvieran atrapados en un bucle donde las pasiones emergen como lava, a borbotones incandescentes. ¿Es Funeral parade of roses un enorme psicodrama? Quizá. El film no deja de albergar una historia muy terrenal, la de Eddie; y sus decisiones son consecuencia de esas experiencias. Es una aproximación honesta además al mundo de la transexualidad, que aún no se termina de comprender como una simple faceta más de la naturaleza humana.


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Un año después de que Kaikô Takeshi escribiera su relato Kyojin to Gangu,  Yasuzô Masumura lo llevó al cine. ¿Que quién es Yasuzô Masumura? ¡Vergüenza os tendría que dar no saber de él! Mentira. Sería normal que desconocierais su figura, porque no fue hasta hace 10 años que no se pudo acceder a un catálogo amplio de sus películas. Más vale tarde que nunca, dicen. Masumura todavía es uno de esos grandes olvidados del cine japonés, y es algo que Occidente debería resolver, porque nos estamos perdiendo a un cineasta extraordinario. Fue inspiración para mi admirado Nagisa Ôshima, y contribuyó al nacimiento de la Nûberu Bâgu o Nueva Ola Japonesa. Es cierto que esa Nueva Ola fue un invento de productoras como Shochiko, que deseaban conectar con el público juvenil, más que un movimiento cinematográfico modelado por mentes inquietas. De ahí su heterogeneidad, pero tampoco se puede negar que de ella surgieron importantes creadores que tuvieron a Yasuzô Masumura de referente.

Masumura, gracias a una beca, tuvo la inmensa fortuna de poder estudiar cine en el Centro Sperimentale di Cinematografia de Italia, donde aprendió de los grandes maestros del Neorrealismo como Visconti, Antonioni o Fellini. Y no solo eso, trabajó en los Estudios Daiei como ayudante de dirección de Kenji Mizoguchi o Kon Ichikawa. Aprovechó muy bien esas oportunidades, y pronto comenzó a destacar como director de sus propias películas en las que volcó todo sus afanes renovadores, con una pizca de sal iconoclasta. Trabajó muy diversos géneros, aunque su personalidad, amante de lo excesivo, siempre supo ensamblar la pasión de Occidente con la gentileza minimalista de Oriente. En Toys and giants encontramos su vertiente más sardónica y jocosa, una crítica al histérico mundo de la publicidad y, por ende, a la sociedad urbana japonesa del momento.

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Kyojin to Gangu es una sátira divertidísima y repleta de ironías. Se ridiculiza el keizai shôsetsu y la fragilidad de esos ídolos pop prefabricados que brotan como setas por nuestras pantallas. Una historia de competencia salvaje entre grandes compañías de golosinas, la falta de ética empresarial y la ambición desmedida que conduce a la locura y autodestrucción. Todo aderezado con lo mejor de la serie B y otra ristra de delirios tan agudos como espeluznantes. No es la mejor cinta de Masamura (fue su segundo film) y tiene ciertos altibajos; sin embargo, es un visionado que merece la pena. Entretiene, hace pensar y cuando cae en la chifladura, lo hace con tanta gracia… Ains.


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Ôshima-sensei ya es un viejo conocido de SOnC. Es un director que me gusta mucho por su falta de miedo a paladear diferentes sabores y texturas. Y porque tampoco le importaba ser controvertido, qué demonios. En 1967 decidió, con un par de narices, adaptar al celuloide uno de los mangas clásicos del pionero del gekiga Sanpei Shirato: Ninja Bugei-chô (1959-1962). Pero no realizó una película al uso, tampoco una animación tradicional. Nada de eso. Ôshima optó por lo más sencillo y arriesgado, que fue tomar el propio tebeo, sus ilustraciones y filmarlos. Directamente. 17 tankôbon condensados en 118 minutos. Wow. Calma, yo también pensé que el resultado podría ser un despropósito que acabara en una sinfonía de babas y ronquidos. Pero Ôshima supo rodearse de un buen equipo, como el compositor Hikaru Hayashi (Onibaba, Kuroneko), el guionista Sasaki Mamoru (Heidi, Ultraman), o actores a las voces como Rokkô Toura (Feliz Navidad señor Lawrence, Kôshikei) o Shôichi Ozawa (El pornógrafo, La balada de Narayama). Además, Ninja Bugei-chô exhibió todos los recursos que la cinemática podía ofrecer entonces cuando se enfrentaba a un objeto fijo e inmóvil. Movimientos de cámara, el control de su velocidad, zooms, seguimiento del objetivo a las líneas del dibujo, planos detalle… todo para brindar el adecuado dinamismo, respetando la fuerza del propio tebeo.

Band of Ninja es una obra compleja y de muchos vericuetos. Ubicada en el Período Sengoku (1467-1603), es tan violenta y convulsa como esa época. Desfilan gran cantidad de personajes y el vaivén histórico también es intenso. Requiere completa atención, porque es una obra épica de grandes proporciones donde el villano que desea unificar Japón mediante sangre y brutalidad es… ¡tachán, tachán! ¡Oda Nobunaga! Ninja Bugei-chô es perfecta para los que disfruten con un buen cómic de samurais y musculosas dosis de violencia. Pero no una violencia ciega, sino situada en un contexto áspero e intrincado. Como no es nada sencillo conseguir el manga original en cuestión, es una buena alternativa para conocerlo. Eso sí, es para gente paciente y que no se encuentre demasiado intoxicada del habitual espíritu otaco millennial. De lo contrario, no aguantará ni diez minutos.


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Creo que ya lo he comentado alguna vez, pero soy una enamorada del cine mudo en general. Es una etapa de la historia cinematográfica que me fascina, más que nada porque la considero una época de enorme creatividad y riqueza. El despertar del cine no tenía miedo a la experimentación, solo podía innovar y abrir nuevas sendas. Maravilloso. En Japón sucedió algo semejante, por supuesto, y una de sus piezas más extrañas e inquietantes fue (y es) Kurutta Ippêji (1926) de Teinosuke Kinugasa. Se puede considerar, nada más y nada menos, la primera película avant-garde de las islas.

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Se suponía que Kurutta Ippêji era una obra perdida. Una de tantas gracias a la guerra, los terremotos y el inevitable descuido humano. Pero su mismo director, en 1971, la encontró casualmente mientras rebuscaba por su almacén. Como la mayoría de obras vanguardistas, A page of madness nació bajo los auspicios de un movimiento artístico, en este caso literario: el Shinkankaku-ha. Este colectivo buscaba crear en Japón su propia modernidad, alejándose de las tradiciones anticuadas de la era Edo y Meiji. Deseaban vincularse con los ismos occidentales, y con la influencia del dadaísta francés Paul Morand muy presente, lograron formar el primer grupo literario modernista del país. En él militó el futuro nobel Yasunari Kawabata, que fue responsable de gran parte del guion de Kurutta Ippêji. Así que podemos decir que su director, Teinosuke Kinugasa, que conocía bien el mundo de las artes escénicas pues había trabajado como onnagata, amalgamó en la película todos los anhelos de contemporaneidad que imbuían al Shinkankaku-ha. De ahí que tanto expresionismo, surrealismo o la escuela de montaje ruso, entre otras vanguardias, aparecieran reflejadas en sus fotogramas. Una página de locura no fue muy apreciada en su momento, tenía más de cine europeo que nipón, el cual por aquel entonces se centraba sobre todo en el jidaigeki.

¿Fue Kurutta Ippêji una obra incomprendida? Más que incomprendida, fue ignorada y después olvidada. Y aunque no cambió el rumbo del cine japonés, sí que podríamos considerarla la primera obra concebida de manera internacional. Fue la contribución del cine de las islas al efervescente panorama avant-garde de la época. Con su propio sello, no una simple emulación de lo que se cocinaba en Europa. Una página de locura cuenta la historia de un hombre que trabaja en el manicomio donde está encerrada su esposa. Él sueña con sacarla de ahí, pero la mente humana es… complicada. Y la vida también. La aproximación de este film a la locura resulta escalofriante y, aunque se hace un poco difícil de seguir (no hay intertítulos, la película era narrada por un benshi), su lenguaje visual es lo bastante elocuente para hacerse comprender. Resumen: Kurutta Ippêji reunió a un director que sería oscarizado con un escritor que recibiría un nobel literario; supuso la primera conexión del cine japonés con la vanguardia internacional; y su reflexión sobre la desesperanza y la alienación continúa aguijoneando en la actualidad como una avispa. Es película de (mucho) interés.


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Tetsuo: the Iron Man resulta un antes y un después. Es como si David Lynch, Akira Kurosawa, Jank Svankmajer y David Cronenberg hubieran decidido construir su monstruo de Frankenstein particular, pero con piezas de vertedero y desguace. Un virus de metal que devora la carne y transforma al ser humano en un ente informe al servicio de su implacable voracidad. Shin’ya Tsukamoto y Kei Fujiwara son los responsables de esta atrocidad de belleza inconmensurable, de horror sin fin. Y lo hicieron con cuatro duros. Revolucionaron el cine con este poema estentóreo que se revuelca entre sus propios ecos industriales. Tetsuo es una balada ciberpunk inmisericorde cuyas enseñanzas son plenamente vigentes. Plasma un mundo donde el individuo ha sido reducido a cables e impulsos eléctricos, un esclavo de la tecnología y las máquinas al que no le importa ser engullido. Es más, exultante en su metamorfosis, disemina la ¿buena? nueva para calmar su hambre, y quedar reducido a la demencia de las emociones más básicas. Sin distinguir realidad de enajenación.

The Iron Man es una experiencia en 16 mm y B/N que exige mente abierta y pocos prejuicios. Tanto a nivel técnico como argumental fue un puñetazo en los morros, una explosión de creatividad y humor sádico que era muy necesario es esos momentos de apalancamiento. Tetsuo es el orden en el caos, y no todo el mundo puede seguir su ritmo. Pero no importa, eso es bueno. Y no tengo más que añadir porque, como ya he indicado, esta película es una experiencia, y debe examinarse de forma personal. Muy personal. Nunca resulta indiferente, puede fascinar u horripilar, pero jamás dejará impasible. Tetsuo es una obra de extremos en todos los aspectos.


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No sé si lo sabéis, pero la primera persona que se tiene constancia en la historia de la humanidad que se dedicó a la literatura fue una mujer llamada Enheduanna. Vivió en el s. XXIII a. C en Ur, y fue la suma sacerdotisa de Nanna, deidad patrona de la ciudad. Nadie tenía más poder religioso que ella y, políticamente, solo su padre Sargón el Grande, fundador del primer imperio humano, estaba por encima. ¿Y en Japón existió una figura similar? Pues en Japón tenemos a Himiko, reina-chamán del sol. Hay mucho debate respecto a su figura, que tiene un aspecto legendario importante, aunque las fuentes chinas la enmarcan en el s. III de nuestra era. Himiko es el primer soberano conocido de Japón y precursora del Gran Santuario de Ise. Gobernó con benevolencia y armonía en el reino de Yamatai, y fue muy respetada en el extranjero. Su autoridad no fue una anomalía, sino el ejemplo de que, antes del gran advenimiento de la cultura, filosofía y religión chinas de fuerte raigambre patriarcal, en Japón el poder político y religioso estaba en manos femeninas. Pero de eso hace mucho tiempo, y casi todo lo que sabemos actualmente sobre Himiko ha pasado por el tamiz budista y confuciano, con la ulterior contaminación. En la actualidad es un icono pop tal cual, no hay japonés que no sepa quién es. Es como si en Occidente ignoráramos la existencia de la Virgen María, harto improbable. Y sobre Himiko va esta película.

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De Masahiro Shinoda ya he escrito en el blog en un par de ocasiones, y su adaptación de Silencio, aunque no me impresionó, me acabó gustando mucho más que la de Scorsese. Cosas de la vida. Aunque perteneciendo a la misma generación cinematográfica que mi subversivo favorito, Nagisa Ôshima, Shinoda, en cambio, decidió volver su pensamiento a la tradición japonesa, y aplicar en ella nociones contemporáneas que sirvieran a su armonía, no a derrumbarla. Así las deconstruyó y volvió a recrear, pero respetando su esencia. Himiko es eso. Buscó el talento de la escritora y poetisa Taeko Tomioka para el guion, y realizó una película de belleza oscura y profundo lirismo.

La primera vez que vi Himiko no pude evitar que me recordara, a nivel formal, a una de mis películas preferidas: Sayat Nova o El color de la granada (1969) de Sergei Parajanov. Tienen la misma meticulosidad artística y una riqueza simbólica extraordinaria; la misma cadencia sosegada e idéntico lenguaje surrealista. Pero hasta ahí llegan las similitudes. Himiko se empapa de las metáforas visuales de la danza butô, y nutre de la ceremonia del kabuki. Es un espectáculo delicado que narra una historia descarnada donde se responsabiliza al amor de la pérdida del poder. Un amor, ¿u obsesión?, incestuoso y destructivo al que la mujer debe renunciar si quiere ganar la guerra. Conspiración, traición, muerte… y la interpretación magistral de Shima Iwashita. Himiko no es de las películas más celebradas de Shinoda, pero sí una de las más hermosas. Un homenaje a la pureza del shintô.

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Los que sepáis algo de cine nipón, seguro que estáis pensando que me he dejado en el tintero unas cuantas extravagancias cinematográficas. Obras como Symbol (2009) de Hitoshi Matsumoto, o la increíble La bestia ciega (1969) de, otra vez, Yasuzô Masumura, basada en una historia de Edogawa Ranpo, merecerían también añadirse a esta mi lista personal de maravillas extrañas japonesas. Y algunas más me vienen a la cabeza, ahora que estoy finalizando la entrada. Mecachis. Sin embargo, no puedo eternizarme, y este post lleva esperando desde octubre ser finalizado. Ya le tocaba al pobre, creo. Así que lo dejaremos aquí. De todas formas, si observo que gusta (lo dudo), una segunda parte no me importaría escribir. Porque material hay de sobra. De momento, nos conformaremos con estas siete honrosas cintas, que son una sugerente excursión por senderos poco transitados. Espero que hayáis disfrutado un poco al menos. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

anime, largometraje

And the winner is… NOT JAPANESE

No suelo prestar mucha atención a los Oscars porque, como creo que he comentado en alguna que otra ocasión, me parece una chifladura que unos galardones estadounidenses, que premian esencialmente productos estadounidenses, se hayan convertido en la representación de lo que se supone que es lo mejor del cine mundial. Un pelín presuntuoso diría yo, sin embargo es la noción instalada en la mente de medio planeta. No voy a entrar en cómo ha sucedido esto, que no tiene nada de extraordinario por otro lado; ni en el tráfico de influencias, corruptelas y demás fellatios que han rodeado desde siempre el asunto. Desde mi perspectiva su prestigio es muy relativo, aunque todo lo cuestionable que rodea estos premios no es tampoco óbice para admitir que gracias a ellos se pueden descubrir grandes obras. A veces se las premia y todo. Pocas cosas son totalmente negras o blancas en el universo humano, aunque nos empeñemos en verlo así (supongo que simplifica las cosas).

Este año 2017, en la categoría de mejor largometraje de animación, hay dos películas que tienen una clara vinculación con Cipango: Kubo and the two strings (2016) y La tortue rouge (2016). Muy diferentes entre sí, y que merecen su mini-reseña en SOnC. Me asombraría muchísimo que cualquiera de ellas lograra vencer, sobre todo teniendo en cuenta que se enfrentan al titán Disney por partida doble: Moana (2016) y Zootopia (2016). Ya sabéis, Disney, ese tradicional ganador desde la era de los trilobites (Palezoico para los puntillosos). Salvo Ma vie de Courgette (2016), he visto todas las aspirantes; y a pesar de que Zootopia me gustó y Moana me aburrió soberanamente, son las candidatas con más probabilidades de hacerse con la estatuilla (nota: me encantaría ver Courgette, porque tiene una pinta fantástica). Pero nunca se sabe, nunca se sabe… quizá nos llevemos una sorpresa. De momento Kubo está nominado en dos categorías (también en mejores efectos visuales), lo que podría considerarse esperanzador. La tortue rouge lo tiene bastante más negro, pero al menos ha llegado hasta aquí.

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Soy gran admiradora del stop-motion desde cría. Tuve la suerte de disfrutar muy pronto de las obras de ese coloso que fue Jiří Trnka (1912-1969)y más adelante de uno de sus más importantes discípulos, mi amado Kihachirô Kawamoto. ¿Cómo podía dejar pasar Kubo and the two strings? Los estudios de animación Laika, que conocía sobre todo por Coraline (me gustó mucho más que la novela de Neil Gaiman, lamento la blasfemia), no tienen muchos largos en su haber; pero esa falta de bagaje no la consideraría en absoluto un impedimento para realizar un buen trabajo. Así que ahí estaba Laika, que me daba excelentes vibras, y una temática que me entusiasma: el folclore japonés. ¿Qué podía fallar? Muchas cosas, la principal que eran occidentales (estadounidenses para más inri) los que metían sus hocicos en el intrincado universo mitológico de las islas. La ignominia que podía surgir de ello, volcada en el estereotipo y topicazo más rancios como suele ser habitual, podía ser de dimensiones ciclópeas. Pero salvo por el inevitable whitewashing de los actores de voz, Kubo and the two strings no es solo digna, sino respetuosa con la cultura japonesa. Un bonito homenaje, de hecho. Al menos desde mi perspectiva de palurda occidental, claro.

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Es cierto que esperaba encontrar algún rastro perceptible del Bunraku o cierto guiño a Kawamoto-sensei, pero creo que eso habría sido pedir demasiado. Se trata de un film además en el que los abyectos otacos reconoceremos muchos recursos e ideas, porque nos encontramos ahítos de verlos en mangas y anime. Un espectáculo gozoso que disfrutaremos sin problemas, aunque no nos sorprenderá demasiado. Sin embargo, reconozco que fue una jugada algo arriesgada por parte de los estudios, pues la mayor parte del público no está familiarizado con Japón, y Kubo and the two strings es un cuento típico japonés sobre japoneses en Japón con la idiosincrasia japonesa. Dirigido encima a toda la familia. El Western-centrism es algo tan arraigado, sobre todo en audiencias acostumbradas a productos anglosajones, que hace difícil se sientan cómodas con una obra que les resulte… remota. Pero con esta película no hay cuidado, si se logra superar el prejuicio inicial, es patente que tras su impecable fachada oriental, los que mueven los hilos son cerebros occidentales. Porque se nota y mucho. ¿Es eso negativo? Para nada. En realidad me parece uno de los puntos fuertes de esta película. La mezcla Japón-Occidente es enriquecedora, y sirve para tender puentes.

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Los aterradores villanos del film, entre los que se encuentra ¡PETER CUSHING! Amén.

Otra de las cosas que resulta fácil de advertir es el enorme cariño y cuidado que se ha puesto en todos y cada uno de los aspectos de Kubo and the two strings. Hay un trabajo descomunal detrás, de años diría yo. La labor de documentación ha sido exhaustiva, la han trenzado en el argumento y volcado en el terreno artístico de forma sensacional. El terrorífico gashadokuro que remite a Takiyasha la bruja y el espectro del esqueleto (c.1844) de Utagawa Kuniyoshi es sobrecogedor; la representación de la festividad del O-Bon, con su indispensable Bon Odori y la emotiva Tôrô nagashi son el punto de inflexión (y final) de la película. Pero hay mucho más: el reconocimiento sutil a las figuras de las Goze y los Biwa hôshi; la importante carga simbólica de la grulla y el mono (macaco japonés); la continua presencia de disciplinas como el kyûdo, el origami, etc; las referencias a personajes históricos como el samurái Hattori Hanzô; entrañables detalles que aluden a Trono de Sangre (1957) de Akira Kurosawa en ciertos diseños o a su actor fetiche, Toshirô Mifune, y no veo prudente alargar más la lista. Aunque podría.

El director, Travis Knight, que se estrena además con este film, se centra más en la faceta budista de Japón que en la autóctona, el shintô. La naturaleza de los antagonistas no acaba de corresponderse con el dios lunar Tsukiyomi y su parentela, sino a las deidades búdicas celestiales que residen en nuestro satélite, como las del Cuento del cortador de bambú. La protagonista de esa leyenda, la princesa Kaguya, comparte características similares con los villanos del film: son tenny’o.  Aunque en Kubo and the two strings los representen como si se hubieran escapado de The Nightmare before Christmas (1993), para dejar claro que son los malosmalosos.

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Con toda la intención, no he comentado nada todavía sobre el argumento. La verdad es que para mí fue lo más decepcionante del film, aunque no puedo decir que me pareciera una birria. Porque no lo es. Simplemente no está a la altura de todo lo demás. Es un bildungsroman sin fisuras, siendo su protagonista Kubo, un niño tuerto que se gana la vida contando cuentos con su shamisen. Con él, en una cueva al lado del mar, vive su madre, que se encuentra enferma desde que se golpeó la cabeza con unas rocas. Pero ni su madre es una mujer normal ni Kubo es un niño cualquiera; ambos tienen habilidades mágicas muy especiales. La mujer está muy preocupada por Kubo, pues un peligro gravísimo lo acecha si permanece fuera de la cueva durante la noche; así que le hace prometer que no se dejará ver hasta que salga el sol. Pero un día, como imaginaréis, se le olvida regresar antes del anochecer a su hogar. Ha permanecido rezando ante un farolillo que ha hecho para el O-Bon, intentando que su padre le responda de alguna manera. Y ahí comienzan sus aventuras. Entretenidas y llenas de acción, pero previsibles. Los personajes que van apareciendo son clichés, muy bien construidos, pero clichés al fin y al cabo. La historia, como va dirigida a un público familiar, tiene comedia blandengue por doquier y momentos sentimentales que me resultan molestos. Afortunadamente, no abundan tampoco demasiado. Imagino que la melosidad tipo Disney es muy difícil de sortear cuando se intenta desarrollar un producto con ciertas pretensiones comerciales. A pesar de todo esto, Kubo and the two strings sabe sacar partido a su sencilla historia con una dosificación de los golpes de efecto inteligente, por lo que no aburre en ningún instante.

Kubo and the two strings es la mezcla perfecta de tradición y modernidad, como el mismo Japón. La construcción artesana de todas las marionetas y escenarios se une a la última tecnología en materiales y CGI, que con delicadeza hacen la animación más fluida y suave, de gran realismo. Es un despliegue visual que me dejó atónita en el cine por su increíble nivel de detalle y dinamismo. Como amante del stop-motion, considero Kubo un salto cualitativo histórico, y eso que no soy precisamente amiga de las herramientas informáticas en la animación. Una excelente película para todos los públicos, que destaca más por su prodigiosa realización que por un guion original. Muy recomendable.

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Si Kubo and the Two strings intenta ganarse al público juvenil y familiar, La tortue rouge encarna los esfuerzos por alcanzar a los espectadores adultos. Todavía se continúa arrastrando el falso concepto de que la animación es, sobre todo, para niños o adolescentes. Y no es así, claro está. Eso Hayao Miyazaki lo sabe muy bien, por eso en cuanto vio Father and daughter (2000), ganador del Óscar al mejor cortometraje en 2001, quiso conocer a su director y ofrecerle colaborar con Ghibli. Y así fue como un inicialmente escéptico Michaël Dudok de Wit (creía que le estaban tomando el pelo) se involucró con una de las productoras más importantes y prestigiosas del sector. Le otorgaron una libertad creativa envidiable, trabajando exclusivamente con personal europeo. Solamente debía ceñirse al presupuesto y calendario. Ghibli y la francesa Wild Bunch aunaron fuerzas para crear La tortue rouge, y el resultado fue (y es) una aleación extraordinaria entre Oriente y Occidente. Señalar que este proyecto ha sido, por ahora, la única asociación de Ghibli con unos estudios no japoneses.

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Es muy obvio el sedimento japonés, concretamente el de Ghibli. Su espíritu ecologista, el trasfondo filosófico de índole metafísica, el lenguaje onírico que estalla ocasionalmente, el lugar del ser humano en el mundo, la fusión de realidad y fantasía, etc. Es una película muy curiosa, porque a pesar de tener un argumento elemental, se abre a múltiples interpretaciones. Por eso tampoco quiero alargarme demasiado con su reseña, pues cada persona la puede entender de una manera diferente. Su rica simbología además contribuye a ello. Las referencias que evoca resultan muy variadas, desde la Odisea, Los Viajes de Gulliver, pasando por Robinson Crusoe, Moby-Dick o El viejo y el mar. Pero ninguna de ellas se adapta del todo a La tortue rouge. Es un film bastante singular, carne de clásico.

Lo que sí resulta evidente es su naturaleza alegórica, que plasma los ciclos de la existencia humana. Pero no por sí mismos, sino contextualizados. Es interesante observar que Dudok de Wit, de forma intencionada, huye de la visión antropocéntrica. Sí, es la historia de un náufrago que llega casi de milagro a las costas de una pequeña isla tropical, pero la mayoría de planos dejan bastante claro que este hombre solo es un elemento más de su entorno. La naturaleza, vasta y generosa, alberga por igual vida y muerte. No juzga, no distingue; es terrible en su impasibilidad y belleza. La naturaleza simplemente es. El ser humano debe buscar, ocupar y aceptar su propio espacio, aunque el ego no siempre hace fácil admitir que solo se es una pieza más. Con más consciencia y habilidades, pero formando parte de algo mucho más grande que él mismo.

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El trabajo que ha realizado Isao Takahata en la producción artística ha sido memorable. Inspirado en la línea clara del tebeo franco-belga para el diseño de los personajes y la paleta de colores, oscila entre el minimalismo y la exuberancia de sus escenarios. Elegante, clásico, ultramoderno. La combinación de dibujo tradicional y animación digital es perfecta, ensamblada con tal equilibrio que resulta imperceptible. En general, su cuidadosa simplicidad es un soplo de aire fresco entre tanto fuego de artificio en el mundo de la animación actual.

El argumento, que lo he esbozado un poco hace unos instantes, es la vida de un superviviente en una pequeña isla desconocida. No sabemos su nombre, ni lo sabremos nunca. Los nombres en realidad no importan en este film; por no importar ni siquiera las palabras significan algo, porque La tortue rouge carece de diálogos. Son sus poderosas imágenes, los silencios y la magnífica música de Laurent Pérez del Mar los que consiguen que la película alcance esas cotas de genialidad que la convierten en un cuento atemporal. Veremos el empeño de nuestro hombrecito por navegar lejos de la isla, afanes frustrados por la presencia de una enigmática tortuga roja. Más personajes se unirán al elenco, perfilados con habilidad y sencillez; y mediante un compás tranquilo, iremos observando desde las delicias de lo cotidiano y lo banal hasta los sucesos más trascendentales. Todos tratados en igualdad de condiciones, y con una serenidad impertérrita. Eso es algo que me encanta de La tortue rouge, la ausencia de dramatismo, su fluir constante y sosegado casi etéreo, pero que llega al corazón. Esta obra emociona, pero sin recurrir a alharacas. Si Kubo and the two strings es muy recomendable, La tortue rouge resulta imprescindible.

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¿Y quién se llevará el preciado galardón? Personalmente me encantaría que La tortue rouge ganara, aunque lo veo harto complicado. Me ha gustado mucho más que Kubo, que a pesar de que ya es un hito dentro del stop-motion, presenta un trabajo menos audaz, más atado a ciertos convencionalismos. Sin embargo, me doy cuenta de que se trata también un poco de preferencias personales, y no es justo comparar estas dos películas ya que expresan dos formas de concebir la animación muy diferentes. Y van destinados a públicos distintos. Ambas merecen la atención popular, ambas poseen virtudes de sobra para ser reconocidas como grandes obras. Una oportunidad es todo lo que piden, ¿se la has dado ya? Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

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Amor entre doncellas

Creo que a todo el mundo le sucederá algo similar. Cuando llevas mucho tiempo esperando algo, siempre se teme que vaya a salir todo mal en el último momento. Es una sensación que experimento a menudo, y en este caso me inquietaba una posible gran decepción por varias razones. Así que, en cuanto he podido, me he tirado a la piscina para salir de dudas: cagarme en todo lo cagable o disfrutar como una bellaca. Como podéis comprobar, no acepto términos medios. Y es que si este tipo de obra cae en lo tibio, se convierte por obligación en una boñiga pestilente. No hay más.

¿Y cuál es mi conclusión? The Handmaiden (2016) ha cubierto mis expectativas con creces. Es más, me ha encantado. Había leído la novela en la que está basada, Fingersmith (2002) de Sarah Waters, que me gustó bastante; y vi también la estupenda miniserie de dos episodios que la BBC realizó en 2005. Pero mi interés por la película creció todavía más cuando me enteré de que el director iba a ser Park Chan-wook. Este hombre es responsable  de una de mis comedias románticas favoritas. Aclaro un par de cosas: detesto la comedia romántica moderna y me parece uno de los géneros cinematográficos que más insultan la inteligencia. Pero I’m cyborg, but that’s OK (2006) es harina de otro costal. Os la recomiendo con fervor y entusiasmo, incluso quizá más adelante me anime a hacerle una reseña (lo merece). Reconozco que Stoker (2013), lo último a lo que le eché el diente de este director, me dejó un poco fría, por eso temía que el libro de Waters pudiera quedarle en su adaptación algo incoloro pero, ¡bien lejos de la realidad!

Me avergüenza pensar que lo que he creído que era el libro secreto de mi corazón esté impreso, después de todo, con tan mísera sustancia como ésta… que ocupe su lugar en la colección de mi tío. Salgo del salón todas las noches y subo despacio la escalera, golpeando contra cada peldaño los dedos de mis pies calzados. Si los golpeo todos por igual, estaré a salvo. Después permanezco a oscuras. Cuando Sue viene a desvestirme, me propongo sufrir su contacto fríamente, como pienso que un maniquí de cera sufriría el contacto rápido e indiferente de un sastre.
Sin embargo, hasta los miembros de cera ceden por fin al calor de las manos que los levantan y los colocan. Llega una noche en que, finalmente, me entrego a las de ella.

Sarah Waters escribió una novela de misterio ubicada en plena Época Victoriana, con un bonito romance lésbico de telón de fondo, y una historia que esconde asuntos muy, muy turbios. Comienza y finaliza casi como una obra dickensiana, aunque profundiza en una oscuridad que el de Portsmouth no llegó a rozar jamás. Fingersmith la relacionaría más con Emily Brontë por la crueldad que emana, pero también tiene mucho de Henry James. Está estructurada de tal manera que ofrece la perspectiva, siempre en primera persona, de las dos protagonistas principales: la ladronzuela Susan Trinder y la rica heredera Maud Lilly. La enjundia que aporta esa doble visión, tanto en el argumento, la dinámica o la psicología de los personajes, es impepinable. ¿Respeta este zócalo Park Chan-wook? A rajatabla, de no haberlo hecho se habría cargado la película. Su esqueleto, aunque no es estrictamente lineal, no comporta ningún tipo de dificultad. Es más, esa particular disposición es necesaria y le brinda frescura.

Si tenéis pensado ver el film, manteneos bien alejados del libro y la miniserie. Solo me puedo imaginar otra forma de haber gozado más de esta cinta: no saber nada sobre su historia. Es un consejo bienintencionado por mi parte. Si ya la conocéis, ¡que no cunda el pánico! Aunque os daréis inmediatamente cuenta del porqué de la sugerencia.

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Lógicamente, Park Chan-wook no podía adaptar la totalidad de la novela. Ninguna película puede, son lenguajes distintos, y la traslación de un medio a otro tiene sus inconvenientes y ventajas. Las ventajas son, sobre todo, las que añadan de su propia cosecha el director y el guionista, y en The Handmaiden lo han hecho tan requetebién que podríamos decir que estamos delante de una obra distinta en apariencia.

Lo primero que llama la atención es que ya no tiene lugar en la Inglaterra del s. XIX, sino en la Corea ocupada por Japón del s. XX. El esfuerzo por mudar la Europa decimonónica a la indiosincrasia de este país es notable y de resultados sobresalientes, porque además han recreado una especie de híbrido, una Asia Oriental bastarda colonizada por Occidente muy realista. Sue se llama Sook-hee, y Maud es Izumi Hideko; Mr. Rivers es el Conde Fujiwara y el infame tío Christopher Lilly es el igualmente ruin tío Kôzuki. Pero voy a detener las comparaciones entre libro y película ya. Va a resultar complicado, pero no me parece justo porque el film por sí mismo vale su peso en oro. Park Chan-wook le ha otorgado un aire de ferocidad refinada que en gran pantalla crece, crece y crece.

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Sook-hee (Tae-ri Kim) es una muchacha huérfana que ha vivido toda su vida entre pequeños rateros, falsificadores y delincuentes de poca monta. Ella misma es hija de una ladrona que murió en la horca al poco de darle a luz, pero su vida está a punto de cambiar por completo con la propuesta de un colega estafador (Jung-woo Ha). Este conoce una extraña y adinerada familia japonesa cuya heredera parece un objetivo fácil al que engañar, Lady Hideko. Tiene pensado hacerse pasar por un aristócrata japonés, el Conde Fujiwara, casarse con ella y luego encerrarla en un manicomio. Para ello solicita la ayuda de Sook-hee, pues si trabaja como su doncella puede manipularla para inclinar su corazón hacia él. En principio parece una tarea limpia, sencilla y con mucho dinero como recompensa, por lo que nuestra chica accede. Aunque su llegada por la noche a la mansión, de peculiar estilo anglojaponés,  ya le hace barruntar que tanto el lugar como sus habitantes no son normales.

El señor de la casa y tío de Hideko es un coreano japonófilo («Corea es feo, Japón hermoso», dice) obsesionado con la literatura erótica nipona. Es un coleccionista de todo tipo de artefactos relacionados con la libido, y esconde un espíritu tan sórdido y egoísta en su interior que llegó a provocar la misteriosa muerte de su esposa. Fue gracias a ella, que era una noble japonesa arruinada, que logró la ciudadanía nipona. Adoptó su apellido (Kôzuki) y así representa su farsa vital de ser japonés. Realiza exclusivos recitales en la mansión, donde otros coleccionistas japoneses pueden disfrutar de la exquisita declamación de Hideko y comprar obras. ¡Ay, la pobre Hideko! Respira dentro de una jaula de oro, hermosa y solitaria, como una muñeca de porcelana. Lleva una vida triste, amedrentada por su tío que desea casarse con ella para tomar su fortuna. La sombra del ¿suicidio? de su tía y la culpabilidad por la muerte de su madre la atormentan también. Conforme pasan los días Sook-hee se percata de que el plan no va a ser tan fácil de llevar a cabo, sobre todo porque sus propios sentimientos la hacen tropezar. Empieza a sentir cierta compasión por Hideko, compasión que irá derivando hacia el deseo y el amor.

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The Handmaiden es una película difícil de clasificar, pues comparte características de diversos géneros. Para mí eso es maravilloso, pues no hay nada que me guste más que las obras que se atreven a salir de las fronteras de la conveniencia y ser ellas mismas. No estoy diciendo que The Handmaiden sea especialmente rompedora o iconoclasta, porque no lo es. Pero sí es audaz en muchos aspectos, y aunque se trata de una película sin ninguna duda comercial, no se ha dejado encorsetar.

En primer lugar podríamos decir que se trata de un drama histórico o period drama. Lo es. También es un thriller como la copa de un pino, con unas vueltas de tuerca apoteósicas. Muy cierto. Hacia el final, Park Chan-wook se desata un poco con los personajes masculinos e introduce unas gotitas de humor y gore. Verdad. Y, por supuesto, The Handmaiden es una película erótica. Mucho. Pero es un erotismo oriental que, a pesar de que es explícito, posee una delicadeza y elegancia que en Occidente son muy raras. Es shunga hecho celuloide. Y es interesante señalar que el alto contenido sexual, con escenas muy categóricas, no se apodera del espíritu del film. Eso habría sido lo más cómodo, dejarse llevar por el morbo que suscita una relación lésbica y las parafilias del déspota Kôzuki. A pesar de que tienen su peso (y no poco además), ese no es el quid de The Handmaiden.

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La doncella resulta opulenta y sutil, con una atmósfera gótica preciosa. La dirección artística es muy sensual, de envoltorio distinguido y extremadamente meticuloso. Solo por eso ya deslumbra, pero hay más, claro. Es curioso como Park Chan-wook plasma las relaciones heterosexuales como la dominación e imposición de la voluntad masculina sobre la femenina; relacionándolas con el dolor, físico y mental, y la reclusión del alma. No hay amor en ellas. Sin embargo sí brota entre Sook-hee y Hideko, de forma libre e inesperada. Un sentimiento entre iguales a pesar de la disparidad social.

Los personajes, interpretados con mucho esmero, se van desplegando gradualmente entre una paz engañosa y la sorpresa. Sobre todo los de ellas, la riqueza de matices y la profundidad que llegan a alcanzar es maravillosa. Son muy humanas, contradictorias y tiernas. El Conde Fujiwara se mueve entre el papel de galán clásico con alma de truhán, y el filósofo estoico que acepta las jugadas del destino con elegancia. No tiene corazón, pero sabe cómo proceder adecuadamente hasta el último momento. Un encanto. Kôzuki tiene algo de caricatura, un ser deleznable absorbido por las fantasías de su ego y una idea de la sexualidad enferma que lo mantienen alejado de la realidad. Un destructor de la vida, propia y ajena.

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Hay numerosos detalles truculentos, quizá emparentados con el Ero guro nansensu de la época que escenifica. Park Chan-wook ha sabido ensamblarlos con tino y cierta ironía también. Lo único que le puedo echar en cara a esta película es que existen algunos vacíos y preguntas que no se responden. Si se lee la novela (maldita sea, ¡he dicho que no iba a comparar!) no surgen, eso también es verdad. Quizá el director decidió hacerlo así para conceder al film algo de ingravidez, qué sé yo. Aun así, no lo considero nada serio, en conjunto es una obra redonda.

Cuando terminé de verla me pregunte a quién podía ir dirigida esta película, porque es bastante especial. Fractura un poco esos compartimentos estanco en los que solemos meter según qué obras. Un amante de los period dramas quizás considere que es un café demasiado cargado para su gusto; un fan del thriller probablemente piense que, por su aspecto, tiene más de film para señoras que de suspense. Un otaco promedio ni se planteará verla, demasiado adulto todo. Y el público occidental general acaso vea demasiados chinos pululando y sospeche aburrimiento. Y ya ni hablamos del prejuicio que puede generar el hecho de que se trate un romance gay, no el clásico heterosexual (aunque son chicas, eso da morbo, ¿no?).

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Una podría pensar que tiene unas cuantas papeletas para que pase sin mucha pena ni gloria por los cines. Pero nunca pierdo la fe en el ser humano (mentira) y espero que The Handmaiden se convierta en un bombazo. O por lo menos tenga algún tipo de reconocimiento, porque creo que lo merece. ¡Quiero contribuir a su difusión con una estúpida reseña en un blog que no leen ni 50 personas al día! ¡Viva! Por mí que no quede. Ah, no sé si lo había dejado claro, pero os la recomiendo. Es una de mis películas preferidas de este 2016. Casi ná. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

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¡Mozuelas con ritmo! Swing Girls

Ahora que ha regresado Hibike! Euphonium con su segunda temporada, no he podido evitar que me viniera a la memoria esta película, que se ha convertido ya en un peazo clásico por derecho propio. Los que me leáis hace tiempo ya sabréis que KyoAni no me emociona demasiado, sobre todo porque ese estilo y diseños suyos tan característicos no me gustan nada. Eso no quita que vea sus producciones y las considere buenas series (algunas, claro), pero suelo preferir otros estudios. Es el caso, por ejemplo, de Hibike!, que empecé a verla con reticencia y me fue ganando poco a poco. Un shôjo de indudable espíritu spokon pero centrado en la música en vez de una raqueta o un balón. Las historias con adolescentes también suelen cargarme la cabeza muy rápido, por lo que Hibike! en mi caso particular es un auténtico meritazo que me agrade. Pero no podía ser de otra manera, es un anime con personajes atractivos, gran calidad técnica, un argumento sencillo pero bien desarrollado y… y música, joder, música. Que me gusta mucho la música. Por eso esta segunda temporada la esperaba también con ganicas.

Aprovechando su vuelta, he considerado oportuno hacer una reseña sobre una película que, sin duda, comparte bastantes elementos con Hibike! y que con toda probabilidad inspiró a Ayano Takeda y Hami para crear su manga. Swing Girls (2004) de Shinobu Yaguchi es bastante célebre, cosechó buenas críticas hasta en el extranjero y ganó unos cuantos premios de la Academia Japonesa de Artes y Ciencias Cinematográficas. No es un film olvidado underground de contenidos turbios, nada de eso. Es una cinta extremadamente comercial, de humor limpio, dirigida a toda la familia y, lo mejor de todo, excelente. Soy fan de Swing Girls. Seguro que la conocéis.

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No conocía de nada al director, Shinobu Yaguchi, y creo que no he vuelto a ver una película suya otra vez. Pero solo por esta Swing Girls le agradeceré por siempre el haber posado su pie en el planeta Tierra. No es un film rompedor ni extraordinario en ningún aspecto. En ninguno. Los actores son eficientes, con cierta sobreactuación pero nada especialmente molesto (Juri Ueno la mejor); la dirección competente y sencilla, sin jaleos; el guión fresco y su desarrollo es el esperado. Los que hemos tragado mucho manganime, encontraremos parámetros en Swing Girls muy conocidos. No deja de ser la típica historia zero to hero pero colectiva (el individualismo los japoneses lo llevan todavía un poquito mal) donde el compañerismo, el trabajo en equipo, el esfuerzo y espíritu de superación tienen fuerte protagonismo. Nada nuevo bajo el sol. Pero hasta las premisas más trilladas pueden alumbrar obras interesantes; y que sorprenden no por su originalidad, sino por su capacidad de absorber la atención y emocionar al espectador.

Hay dos tipos de personas en el mundo: las que tienen ritmo y las que no.

La historia la hemos leído muchas veces: tórrido verano japonés, instituto en pequeña población de Yamagata, clases de repaso, estudiantes haraganas tratando de sobrellevar el aburrimiento. La banda escolar está subiendo al autobús para infundir ánimos al equipo de béisbol en el partido que se celebra en una población cercana. Pero en sus prisas, olvidan que todavía no ha llegado el repartidor de la comida. Cuando este aparece ya es muy tarde, y el señor debe continuar su trabajo entregando el catering de un funeral. Sin embargo Suzuki-chan, que ha observado todo perezosamente desde una ventana, aprovecha la situación para proponer a su profesor que ella y sus compañeras deberían acercarles la comida. Pobrecitos, se morirán de hambre. Así que cogen un tren con todos los bentô y… se les pasa la parada. Con todo el calorazo, deciden ir caminando hacia su destino y entregar las viandas, aunque la comida llega en mal estado. Toda la banda del colegio tiene que ser hospitalizada por intoxicación alimentaria. Bueno, todos menos Nakamura-kun, el pringadillo, que por una vez su mala suerte le ha salvado el culo (y nunca mejor dicho). Este muchacho será un poco el paria de la orquesta, pero de tonto no tiene ni un pelo. Sabe que Suzuki-chan y sus amigas son en parte responsables de lo ocurrido, por lo que las reprende y exige hagan algo al respecto, pues a la semana siguiente se jugará un partido decisivo para el equipo de béisbol. Las zagalas no tienen ninguna intención de unirse a la banda, pero ven en ello una oportunidad para librarse de las tediosas clases de matemáticas y hacer el perro en el aula de la orquesta. No saben ni leer ni tocar música, pero les es indiferente. Lo que ellas desconocen es que el virus del jazz es altamente infeccioso, muy complicado de erradicar. Y cuando se quieren dar cuenta, ya es demasiado tarde.

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El argumento da muchas vueltas, es como una montaña rusa en la que se ha subido muchas veces pero que aun así continúa excitando. Se conocen sus curvas, loops e inversiones; las vueltas de tuerca y recursos se presienten de sobra. Pero a pesar de tener una estructura lineal, quizá sea esa misma simplicidad la que hace que toda la historia y sus personajes resulten tan entrañables. Precisamente esos personajes no están trabajados de una manera muy profunda. Son más arquetipos que personas: las rebeldes punks, la chica tímida e inteligente, la enamoradiza y ligona, el profesor frustrado, la gordita comilona, etc. Los mejor modelados son Suzuki y Nakamura, pero tampoco son el colmo de la complejidad. Personalmente me gusta mucho Tanaka-chan, que toca la batería (qué haríamos sin baterías… ¡morir! son los malditos cimientos, sin ellos todo se desmorona). Me encanta su personalidad y echo de menos más desarrollo, porque habría podido ser un personaje muy, muy jugoso. Pero ese es uno de los defectos de este film, unas figuras casi demasiado reconocibles y esquemáticas. Por otro lado, esta carencia se ve compensada por unas interpretaciones bastante potables y unos gags ocurrentes.

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Hay momentos inenarrables, la búsqueda de setas en el bosque con el advenimiento del gran jabalí salvaje es mi favorito, completamente absurdo y adornado con el incombustible What a wonderful world de Louis Armstrong. Y no solo eso. El espectador tiene la oportunidad de atisbar un ligero chispazo de lo jodido que es el mundo de la música, así, en general. Aunque también estimula a acercarse a él, porque es un film optimista y que contagia el amor por el jazz con verdadera pasión. Swing Girls es una película divertida apta para todos los públicos, pero no cae ni en el sentimentalismo (¡BIEN!), el romance imbécil (¡BIEN!) ni la moralina (¡REQUETEBIÉN!). Toda una proeza en los tiempos que corren de gazmoñería, que utiliza cualquier ocasión para untar de almíbar disney todo lo que huela a público familiar. Son muy pocas las películas de este tipo que suelo tolerar.

Me ha recordado en algunas cosas a The Commitments (1991), y os aseguro que es todo un halago porque es uno de mis musicales preferidos; pero Swing Girls carece de su drama, profundidad y dureza, pues no deja de tratarse de una comedia blanca sobre adolescentes en el Japón rural del s. XXI. Por cierto, adoro el retrato de la familia de Suzuki-chan, los desconchones en las paredes del centro escolar, los trenes y sus asientos vintage, el vertedero de los emo yankii, la vista de los tejados llenos de nieve… en resumen, la dirección artística y la ambientación son geniales. Naturales y realistas, pero pulcras. Un 10.

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Los temas de la banda sonora están interpretados por los propios actores, algunos de ellos no habían rozado un instrumento musical en su vida, así que estuvieron bastantes meses dedicándose de manera intensiva a aprender y… ¡ni tan mal! Son ellos mismos los que tocan e incluso llegaron a girar por Japón como big band profesional. La selección de piezas además es estupenda: Glenn Miller, Benny Goodman, Michel Legrand, Louis Prima, Ken Woodman, Billy Strayhorn… clásicos del jazz intemporales sin los que servidora, por ejemplo, no podría vivir. Imposible. Y como broche final, este tema en su versión original para cerrar los créditos. ¿Qué más se puede pedir, señores?

Swing Girls es una película divertida sin pretensiones. Por eso, aunque algunas situaciones resulten un poco inverosímiles, son licencias que encajan sin problemas en la atmósfera de entusiasmo y buen humor del film. No es una obra perfecta, tampoco lo busca porque su objetivo es solo entretener y dejar al espectador con una sensación agradable en el cuerpo sin viscosidades. Y lo logra. Merece la pena echarle un vistazo, sobre todo si se ha tenido un mal día. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

cine, largometraje, literatura, MUAHAHAHA

Feliz Navidad, señor Lawrence

Parece que ya casi nadie se acuerda. Pero yo sí. Y eso que no me consideraba una fan a ultranza, ni siquiera me planteé que estuviera entre mis diez artistas favoritos. O entre los veinte. No pensaba en ello porque siempre había estado ahí y, a pesar de que su carrera me pareció bastante irregular, con momentos históricos y otros no tanto; a pesar de que lo vi en concierto, triturando sus clásicos bajo las cuchillas de una horrible batidora electrónica; a pesar de que me resultaba un guay insolente, una verdadera sanguijuela musical; a pesar de todo eso y más, lo admiraba y respetaba. Estoy sorprendida de lo mucho que me ha afectado su desaparición, no me esperaba este boquete en el pecho. Y que pasados unos meses continúe ahí. Que no era mi padre, leches. Ni siquiera lo conocí. Pero estas cosas suceden aunque resulten incomprensibles e inesperadas. Así que voy a rendirle un homenaje como merece, por aliviar un poco el asunto también. No sé si sabéis de quién estoy escribiendo, pero me refiero a David Bowie.

¿Y qué hace Bowie en un blog de japonesadas? Pues protagonizar la reseña de una película: Merry Christmas, Mr. Lawrence (1983) Gracias a este film descubrí a uno de mis compositores favoritos, Ryûichi Sakamoto, que realizó su espléndida banda sonora además de interpretar a ese Mishima de afeites magnéticos que es el capitán Yonoi. La primera vez que la vi era muy niña, pues mis padres adoraban las películas bélicas de la Segunda Guerra Mundial. En casa eran sagradas. La cuestión es que este film me impactó bastante. Recuerdo que Sakamoto me produjo auténtico pavor, me entristeció mucho que el rubio valiente (Bowie) acabara de esas trazas y todos en general me parecieron unos cabronazos. Incluido el rubio. Esa habría sido mi crítica si la hubiera escrito entonces, no sé cuántos años podía tener, ¿seis?, ¿siete?, calculo que por ahí iría la cosa.

Ahora estoy algo más crecidita, y encontrándose ya lejos ese halo de la infancia que todo lo idealiza, Merry Christmas, Mr. Lawrence la percibo de otra manera. No puedo evitar sentir cariño por ella, pero el tiempo no pasa en balde. Este film fue una coproducción japonesa y británica, que se basó en las experiencias personales del afrikáner Laurens van der Post como prisionero de guerra en la isla Java. Experiencias que recogió en su libro The seed and the sower (1963). No he tenido el gusto de leerlo todavía, pero imagino que tarde o temprano tendrá que caer. El director y guionista fue Nagisa Ôshima, todo un personaje con el que merece la pena detenerse un poco, así que me permitiréis la licencia.

MerryChristmasMrLawrence_1983

Nagisa Ôshima (1943-2013) fue un director que libremente escogió alejarse del academicismo cinematográfico de su país. No quería tratar grandes temas clásicos como hacía Kurosawa, Ôshima sentía una atracción por lo marginal que lo llevó a crear obras que convulsionaron profundamente. Fue un rebelde y admirador del cine occidental, armado de una causticidad que no cesó de dirigir su ojo crítico hacia todo aquello en lo que la sociedad japonesa evitaba posar su mirada. Muchos lo consideraron un provocador, y lo era, aunque no sin motivo. Ôshima fue un hombre con mucha ira dentro a causa de cómo su patria había gestionado todo lo concerniente a la Segunda Guerra Mundial. Los mismos líderes que metieron al pueblo japonés en la guerra y le hicieron creer que su emperador era un dios omnipotente destinado a la victoria, tras la derrota cambiaron de chaqueta sin hacer un mínimo ejercicio de autocrítica.

Podríamos tomar como ejemplo para ilustrar esa hipocresía y mirar a otro lado que Ôshima criticaba de su país, el horror de las comfort women: aproximadamente unas 300.000 niñas y adolescentes de los territorios ocupados fueron secuestradas, torturadas y usadas como esclavas sexuales por el ejército nipón. Una gran parte murieron y las supervivientes sufrieron secuelas físicas y psíquicas durante toda la vida. No ha sido hasta hace poco tiempo que Japón ha reconocido la existencia de estas ianfu; y fue en diciembre del 2015 que pidió oficialmente disculpas a Corea del Sur por ello. Aunque los países con víctimas de estos abusos y asesinatos fueron más, entre ellos China, Filipinas, Indonesia o Tailandia.

News1 PR Shoot 30/07/2013 - Glendale Central Library, 22. E. Harvard St. Glendale, CA 91205 - 30/7/13 Bok-dong Kim, a Korean sex slave survivor, sits on a chair, which is a part of a statue remembering Korean sex slave survivors, commonly known as comfort women, is unveiled in honour of the victims of Military Sexual Slavery by Japan during World War II, in Central Park outside the Glendale Central Library in Glendale, California Mandatory Credit: Action Images / Danny Moloshok Livepic
Bok-dong Kim, coreana de 87 años, fue secuestrada a la edad de 14 y forzada a servir como «ianfu» durante 8 años. Aquí posa junto a la estatua que recuerda a todas las víctimas que sufrieron esclavitud sexual bajo el poder japonés, sita en Central Park junto a la Biblioteca Central de Glendale, California.
Mandatory Credit: Action Images / Danny Moloshok

Ôshima se puede decir que fue un activista, aunque a él realmente lo que le interesaba era la dimensión humana y personal, tanto japonesa como extranjera. Su enfoque se centraba en todo aquello que su país no quería ver pero a través del individuo. Fue un revulsivo que aun todavía agita conciencias. Y sin duda sus películas más conocidas en Occidente fueron esa bofetada sexual de In the realm of the senses (1976) y la que hoy nos atañe. En esta última considera precisamente el tema de la Guerra del Pacífico (1937-1945), en sus últimos coletazos ya.

Java, 1942. Japón acaba de invadir las Indias Orientales Neerlandesas. Los indonesios, pensando que así se librarían de los holandeses, los recibieron con los brazos abiertos, pero pronto descubrirían que simplemente fue cambiar un colonizador europeo por otro asiático. Y con la brutalidad añadida de la guerra. Tanto es así que en Indonesia actualmente es recordada mucho más la crueldad japonesa que los siglos de explotación neerlandeses. Japón en pocos años consiguió borrar de un plumazo la poco amable presencia de otras potencias en el Sudeste Asiático mediante una política de atrocidades que tardó en llegar a la opinión pública mundial, eclipsada por la alemana. Pero los nipones no les fueron a la zaga en bestialidades. A uno de esos numerosos campos de concentración y de prisioneros, auténticas fábricas de muerte, nos traslada Ôshima en su Merry Christmas, Mr. Lawrence.

Sakamoto, Ôshima y Takeshi durante una rueda de prensa del film.
Sakamoto, Ôshima y Takeshi durante una rueda de prensa del film.

El capitán Yonoi, fervoroso seguidor del estricto código de honor japonés, dirige el campo de prisioneros al que acudirá, gracias a su intervención, el mayor Jack «Strafer» Celliers. En sus instalaciones también viven el coronel John Lawrence y el sargento Gengo Hara. Dos parejas muy distintas, con una evolución divergente entre sí y que llevarán por completo el peso de la película. Yonoi y Celliers son antitéticos, uno amante del orden y la justicia, otro indómito y audaz; pero ambos poseen algo de lo que avergonzarse en su pasado. Yonoi siente una atracción y curiosidad irresistibles hacia Celliers, que este aprovechará para convertirse en agente del caos. La relación entre Lawrence y Hara es, sin embargo, de otro tipo. Hara es el rostro feroz de la invasión japonesa, un personaje fascinante que representa la dualidad humana por su grosería y, a la vez, profunda ternura. Lawrence, sin embargo, es un hombre tranquilo y cultivado que vivió en Japón, comprende bien el país y lo respeta. Es el puente entre esos dos mundos enfrentados que cohabitan en dominación/sumisión y se mezclan indefectiblemente.

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Lawrence y Hara

El argumento arranca con un suceso de índole delicada: el supuesto ataque sexual de un guarda coreano a un prisionero herido holandés. Los dos hombres son descubiertos en circunstancias sospechosas y Hara hace llevar a Lawrence a su presencia para que le asista como intérprete. En verdad no requiere de su ayuda, porque Hara solo desea humillar y castigar lo más cruelmente posible a los hombres. Este evento que puede parecer una manera casual de presentar la historia, en realidad marca una pulsación soterrada a lo largo de toda la película. Un compás de naturaleza homoerótica que será todavía más evidente entre Yonoi y Celliers. Pero Ôshima tampoco se centra en el amor homosexual, eso lo haría más adelante en Gohatto (1999). Solo es uno más de los temas que tocó en el film.

El capitán Hicksley y el Coronel Lawrence
El capitán Hicksley y el coronel Lawrence

La llegada al campo de prisioneros del mayor Jack «Strafer» Celliers es el detonante que desafiará el orden establecido. Contemplaremos, casi como si fuera un documental, las salvajes rutinas y actividades del lugar; las preocupaciones militares de Yonoi, que no cejará en su empeño de recobrar una honra perdida saltándose incluso las Convenciones de Ginebra; la precaria situación de Lawrence, que se encuentra en una Tierra de nadie a pesar de su lealtad a los Aliados; y la amistad que va creciendo entre él y Hara.

-What’s wrong with them, Lawrence?

-I don’t know. They were a nation of anxious people and they could do nothing individually… So they went mad, en masse.

Este fenomenal y simple diálogo que mantienen Celliers y Lawrence a través de la pared de sus celdas, es muy esclarecedor. Ôshima hace una crítica mordiente a la sociedad japonesa mediante la reflexión de una mente objetiva: la de un gaijin que conoce y admira la cultura nipona. Y a la vez es ejemplo de lo que se ve en el film, esa incomprensión mutua Japón-Occidente a pesar de los esfuerzos por superarla. ¿Se logra finalmente hacerlo? Merry Christmas, Mr. Lawrence se ha molestado bastante a lo largo de su metraje en plasmar que estamos hablando solo de seres humanos. Quieran o no, están condenados a entenderse. Las barreras no dejan de ser una construcción, una convención que se puede superar si hay voluntad.

Celliers humilla a Yonoi

Hay algo muy curioso en esta película, y es que aunque esté situada en la década de los 40 del s. XX, podría perfectamente trasladarse a cualquier otra época moderna porque el fondo de la narración es atemporal. De hecho es un vistazo desde el presente hacia el pasado, una reinterpretación a través de su cristal y que muestra que los problemas de Japón siguen siendo los mismos aunque su encarnación sea distinta. Y Ôshima lo hizo de una manera aséptica, desapasionada; procurando intervenir lo menos posible y que fuesen los actores los que sacaran a la luz su espíritu.

Pero Merry Christmas, Mr. Lawrence no es una película perfecta. Aunque dentro del género bélico es una rareza a la que se debería prestar más atención, tiene sus defectos. Uno muy gordo, al menos para mí, es cómo Ôshima desarrolla la acción: a ratos es tediosa. Y ese flashback en medio rompe por completo la estructura narrativa, no está bien incrustado aunque se comprenda su presencia. También existe una diferencia muy marcada entre la interpretación de los actores japoneses y los británicos. No sé si es que sus métodos son distintos o qué demonios ocurre, se me escapa, pero es muy patente y produce una sensación extraña de que las piezas no logran encajar. Sin embargo también pienso que es algo bueno, pues ayuda a subrayar la oposición Japón-Occidente y la falta de entendimiento mutuo.

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Yonoi y Hara

Sin lugar a dudas, los dos personajes que más brillan son el de Celliers y Hara. David Bowie está asombrosamente brillante, desde mi punto de vista este fue el mejor papel que realizó, por mucho que The Hunger (1983) me guste o sea recordado más en general por la mítica Labyrinth (1986). Bowie creó un Celliers soberbio. Por otro lado, Takeshi Kitano dio vida al sujeto más complejo y humano del film: Hara. Es casi lo mejor de la película y su progreso resulta emocionante. Ese final con su primerísimo primer plano… buf, genial. Con esto no quiero decir que Tom Conti lo hiciera mal como Lawrence, pero queda totalmente eclipsado por la fuerza de Hara y Celliers. También Ryûichi Sakamoto sorprende con un atormentado y circunspecto Yonoi, cuya fragilidad es notoria a través de las grietas de su coraza.

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El apartado musical es uno de los que más me gustan. Sakamoto compuso para este film uno de los temas más famosos y emotivos de su repertorio (lo podéis escuchar en el vídeo). Y aunque es muy evidente la influencia de la legendaria Yellow Magic Orchestra, banda de la que formaba (y forma) parte, sobre todo por la instrumentación casi exclusivamente electrónica de las piezas, en conjunto es una buena banda sonora. La inclusión de motivos procedentes de la música tradicional indonesia, como el gamelán, enriquecen sus matices, a pesar de que la electrónica suele aplanar ese tipo de detalles.

Resumiendo un poco, Merry Christmas, Mr. Lawrence es una película chocante, incluso con un punto estrafalario que puede desconcertar al espectador, sobre todo al actual. De manera personal tampoco la consideraría una obra estrictamente bélica, a pesar de que la guerra sea el telón de fondo. Es un film en realidad sobre las relaciones humanas, mediante las cuales Ôshima aprovecha para hincar los colmillos a Japón. ¿La recomiendo? Sí, por supuesto.

Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

cine, largometraje

Los ojos de Occidente se ciernen sobre Japón y luego brotan entes desde las pantallas que devoran nuestros cerebros

Mentira, por supuesto, pero me apetecía ponerle un titulaco rimbombante y sangriento al post. En realidad es que ya tocaba una entradita de esas a las que no hace caso ni Dios. Hay que mantener las buenas costumbres, coñe. Si no, esta bitácora no se llamaría Sin Orden ni Concierto. Y debo rendir el conveniente tributo que merece su nombre.

Hoy voy a escribir sobre esos largometrajes occidentales que osan posar su mirada sobre las islas niponas. La cantidad de estereotipos que se encuentran en ellos son monumentales, pero también nos enseñan qué percibimos del país del sol naciente y cómo nuestra visión ha ido variando con el transcurrir del tiempo. ¿Cuál es la primera imagen o pensamiento que acude a nuestra cabeza cuando pensamos en Japón? ¿La flor del cerezo? ¿Videojuegos y salones de pachinko? ¿La katana de un samurái? ¿El monte Fuji? ¿Una refinada geisha? ¿La gran ola de Kanagawa? ¿Ninjas deslizándose en la noche? ¿Blade Runner? ¿Porno enfermo? ¿Una feroz horda de otacos (con pelucas verdes y azules) invadiendo a sangre y fuego Akihabara? Cada persona es un mundo, pero en Occidente, por mucho anime y mucho manga que manduquemos algunos, no nos libramos de ciertos clichés. Es que eso de los topicazos forma parte de la naturaleza humana, y en la siguiente lista de 9 películas se va a encontrar eso… y mucho, mucho más, obviamente.

¿Reflejan las películas occidentales la realidad de Japón? Una gran mayoría no del todo, tampoco suele ser su objetivo porque no son documentales, buscan entretener mediante ficción y llegar a su público de la forma más directa y sencilla posible. Lo más socorrido y efectivo es tirar del estereotipo. Unos más elaborados y reales que otros, por supuesto, pero no hay que olvidar tampoco que el cine tiene un sustrato iconográfico muy importante. Es complicado eludirlos entonces. No estoy justificando, aunque lo parezca, el uso de los clichés socioculturales en los filmes; sino explicando qué sucede a veces y por qué. Japón se ha utilizado en muchas ocasiones como excusa para recrear una atmósfera exótica y remota; un ejemplo de lo extraño e inhumano que puede llegar a ser el mundo. Para esta labor los tópicos son de lo más servicial. Por no hablar de la idealización descomunal que existe respecto a los samuráis, las artes marciales o la belleza sumisa y delicada de las mujeres japonesas (en realidad las asiáticas en general). ¡Están locos estos romanos japoneses! Y sí, desde nuestra perspectiva occidental, contaminada además de ese etnocentrismo anglosajón tan poco saludable, un poco raros son. También lo somos nosotros para ellos.

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Clásicos como «Breakfast at Tiffany’s» también esconden sus vergüenzas

Pero cuando los estereotipos mutan en caricatura y/o tienen una intención peyorativa, cruzan el límite y se convierten directamente en racismo. ¿Cuándo sucede eso? Sinceramente, no sabría decir exactamente en qué momento el simple cliché cambia a ofensa. El caso de los yellowfaces en Hollywood (actores blancos interpretando a personajes asiáticos), bajo el prisma moderno, se considera grotesco, denigrante. El ejemplo de Mickey Rooney en Breakfast at Tiffany’s es especialmente sangrante: del estereotipo a la vergüenza ajena. La representación de Japón y sus gentes ha dejado mucho que desear, ciertamente, así como la de hispanos, negros, amerindios, franceses, italianos o cualquier grupo humano que no fuera (sea) WASP. Esto daría para otra entrada bien larga, pero no continuaré por esa senda porque en este blog además no procede.

Las siguientes 9 películas de imagen real (por si no lo había dejado claro) poseen todas una carga de estereotipos inevitable. No son especialmente carcas o insultantes. Al menos no lo veo así, quizá si supiera más del país o fuese japonesa, pensaría de otra forma, quién sabe. Así que vamos a tener, aparte de buenas historias, las raciones pertinentes de bajos fondos, misteriosas damas, las gracietas derivadas del choque cultural, luchas con katanas, tecnología futurista y pintoresquismo de lo extraño. Por no hablar, sobre todo en las de factura más antigua, de cierto paternalismo occidental. Las más modernas suelen sufrir menos de estos clichés, seguramente debido al potente esfuerzo de Japón por exportar su cultura popular a los occidentales. El conocimiento suele ser enemigo del estereotipo.

Es un catálogo personal y heterogéneo a tope, como casi siempre indico cuando realizo listados de esta clase. No son las mejores ni tampoco he visto toooodas las películas occidentales que existen con elementos japoneses. Pero sí considero resultan curiosas, interesantes, algunas incluso muy buenas; y me apetecía escribir un poco sobre ellas. El orden no es indicativo de nada. Espero no liarme demasiado, pero tampoco sé todavía lo que va a salir de aquí. Estoy afilando los cuchillos aún; así que el que avisa, no es traidor.

9

Empezamos fuerte. Enter the void (2009) es un film muy poco convencional, tanto en su forma como contenido. O se odia por resultar incomprensible y pesado; o se ama por su exuberancia visual y filosofía nihilista. No hay punto medio con esta película, no suele dejar indiferente. Los que conozcáis a su director, el argentino Gaspar Noé, ya sabréis que no es un hombre que ponga las cosas fáciles al espectador, y tiene una perspectiva única para todo.

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La cinta muestra Tokio como paisaje, el paisaje además de los bajos fondos pero deslumbrante en su orgía de neón. Alucinante literalmente, pues en ella encontramos de manera explícita experiencias bajo los efectos de drogas psicodélicas como el DMT. Los personajes son todos occidentales jóvenes, que se buscan la vida como pueden mediante trapicheos y otras actividades nocturnas. Los principales son tres: Oscar, un pequeño camello; su hermana Linda, bailarina de streap-tease; y Alex, un artista yonqui enamorado de Linda. Pero hay más. Todos participan de una realidad sórdida en un panorama fascinante y surrealista. Pero en realidad se trata de una historia personal, la de Oscar. No es casual ese protagonismo descarado del plano subjetivo en casi toda la película.
Tomando como guía libre el Bardo Thodol o Libro Tibetano de los Muertos, espiritualidad, drogas y muerte se dan la mano en una combinación que no resulta del todo inusitada, sobre todo por ese reguero de simbolismo a lo Kubrik que deja tras de sí; pero que en este film toma una vertiente de caos y paja mental de aúpa. Una vorágine que detona cuando Oscar se dirige a The Void, un garito de mala muerte en Kabukichô. Bum.

8

El choque cultural tratado en tono de comedia surrealista. Aunque en Cold fever (1995) son más bien los islandeses los que son parodiados y percibidos por Atsushi Hirata, el protagonista, como gente verdaderamente rara. De Extremo Oriente al remoto norte de Europa; y de ahí atravesar Islandia en una Déesse roja. El protagonista, el clásico hombre de negocios gris, en realidad quería ir a Hawaii para jugar al golf; pero su abuelo le recuerda que han pasado ya 7 años de la muerte en accidente de sus padres en Islandia, y es su deber como hijo acudir allí para realizar los ritos funerarios pertinentes por el descanso de sus almas. Y allá que va el bueno de Hirata.

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Cold Fever es una road movie simpática y peculiar, ligera como un copo de nieve, donde el peso de la historia recae en los estrafalarios comportamientos de los personajes con los que se va topando Hirata en su periplo. Y con menudas situaciones marcianas se encuentra (la niña del lago de hielo me impresionó). No deja de ser un retrato de Islandia, pero a través de la mirada de un japonés: una tierra extraña vista por los ojos de un extraño. Y tiene algo de feérico, enigmático ese retrato. Sobre todo por esos horizontes blancos y fríos que muestra; esas playas desiertas, volcanes y cascadas solitarios de gran belleza. Por supuesto, no deja todo de tener un sentido mucho más profundo, pues Fridriksson lo que pretende es alentarnos a reflexionar sobre la muerte; pero de una manera dulce y calmada. ¿Lo consigue? La respuesta depende de cada uno.

7

No es ningún secreto que me gusta muchísimo el cine negro, así que es impepinable que House of Bamboo (1955) aparezca por estos lares. No es la mejor película del género, todo sea dicho. Posee la curiosidad de ser en color, muy apropiada para destacar ese aire exótico y folclórico de lo japonés según los baka gaijin. Este film tiene de verdadero interés el poder observar algo de lo que fue la Ocupación de Japón (1945-1952) por parte de Estados Unidos. Muy suavizada, no obstante. La presencia norteamericana, como todo, tuvo sus cosas buenas y sus abundantes cosas malas. Porque los Aliados también cometieron sus tropelías. Fueron unos tiempos muy duros para los japoneses, en los que el shikata ga nai («nada puede hacerse al respecto») se convirtió en un mantra, tanto para fortalecer la dignidad como para sucumbir a la resignación. En esa época la cantidad de personas que cayó en la drogadicción, juego, alcoholismo y prostitución se incrementó horriblemente. No solo fue la humillación de la derrota, sino la pobreza a la que se vio abocada una gran mayoría.

¿Se ve todo esto en House of Bamboo? No del todo, es un Japón parcialmente idealizado y pasado por el filtro de los vencedores. El país es un elemento decorativo en la película. Aun así, es sugestiva y se atisban ciertos detalles: los matrimonios mixtos, que se llevaban casi a escondidas; la prostitución disfrazada y apoyada estatalmente; la fractura social entre tradición y modernidad; la grosería y prepotencia de los norteamericanos, etcétera.

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Pero volviendo al largometraje en sí, nos cuenta la historia de la muerte a tiros en la calle de un ciudadano norteamericano llamado Webber. Las balas con que le dispararon, resultan proceder de un cargamento militar que viajaba en tren y fue asaltado semanas antes. Así que cuando su amigo Eddie Spanier, recién salido de la cárcel, llega a Japón y se entera de que Webber ha muerto, decide averiguar qué demonios ha ocurrido. En ese misterio están mezclados la esposa secreta de Webber, Mariko; y una banda mafiosa de estadounidenses que controla las salas de pachinko en Tokio.

House of Bamboo es un placer visual, su fotografía y dirección artística son estupendas, de gran elegancia y cierto aire hitchcockiano. Eh, que fue rodada en exteriores del propio Japón, y también en entornos urbanos como Tokio y Yokohama. La primera producción de Hollywood en hacerlo… solo las escenas de interior resultan algo ortopédicas. Pero es una maravilla observar el Tokio (Asakusa) de esa época, un Tokio que ya no existe. Por otro lado, se ven demasiadas mujeres en kimono, y el cliché de la asiática modosita y frágil es de libro (aunque Shirley Yamaguchi le brinda un temperamento especial a su personaje). Por lo demás, tiene un desarrollo lleno de recovecos y sorpresas, y cumple su función principal, la de entretener, con creces.

6

Es increíble cómo tras esa apariencia minimalista, de elegancia y contención en su escala de grises y colores apagados (como en Le Samouraï), se esconde una historia tan oscura y retorcida. Todo con calma, en silencio; y bajo esa superficie de simplicidad engañosa, el tumulto de las complejas relaciones de dominación y poder entre tres personas. El azar, la enfermedad, la desesperación, la obsesión, la culpa. Y el dolor como nexo común.

Magical Girl (2014) hace referencia al mahô shôjo, género que todos los que os pasáis por este blog conocéis de sobra. ¿Por qué una película española, situada en Madrid y con una historia propia del noir, está en la lista? No es solo por el nombre, es porque el argumento gira en torno a un traje de cosplay, que una famosa diseñadora japonesa ha realizado para la heroína de un anime del género. El traje y el cetro, claro. Como ya imaginaréis, la película contiene alguna que otra referencia al mundo de la animación, el manga o la literatura japonesa. YO TAMBIÉN AMO A EDOGAWA RAMPO (ya lo he dicho, ya me calmo). No en vano, su director Carlos Vermut es también dibujante de cómics.

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Alicia es una chica de doce años fan del manganime. Le gusta quedar con sus amigas, Makoto y Sakura, para ver series y comer ramen. En realidad se llaman Vanesa y Paloma, pero esos son sus nicks. El de ella es Yukiko, tomado de su anime favorito. A Alicia le gustaría tener el vestido que luce Megumi, la cantante que interpreta la canción principal de la serie, y del que solo existe un modelo. Pero al ser un producto tan exclusivo, su precio es muy elevado, así que es complicado que pueda tenerlo. Sin embargo, su padre, Luis, recurrirá hasta lo criminal para conseguirlo. La razón: Alicia está muriendo de leucemia. Y para ello, no se relacionará precisamente con personas cabales. Será además la casualidad, en este caso considero justificado llamarlo directamente fatum, el que conducirá como a monigotes a todos los personajes, mediante las más taimadas argucias: una lluvia de vómito, una pieza de puzzle, una lagartija negra.

Lo que podría entenderse como un melodrama tipo telefilm siestero, es un thriller característico del cine negro. Está estructurado en tres partes diferenciadas (mundo, demonio, carne) que presentan a los tres personajes principales. Magical girl posee una cualidad etérea, casi espiritual, que contrasta fuertemente con la sordidez del argumento. Es muy complicado discernir si hay villanos o bienhechores; pero lo que sí encontramos son víctimas. Está todo tan maravillosamente alicatado, que uno casi no se da cuenta de cómo se precipita el final. Con todos sus horrores.

P.D.: Yo también quiero pegarle unos buenos lingotazos a ese vodka Sailor Moon.

5

Limosin tenía planeado realizar este film en Francia, con actores franceses, escenarios franceses y en lengua francesa. Pero cambió de opinión y decidió grabarla en Japón, con intérpretes japoneses, un Tokio posmoderno de decorado y en lengua japonesa, por supuesto. Aunque su equipo de grabación no tuviera ni puta idea del idioma. Allá vamos, país del sol naciente. Y el resultado fue el de esperar: una película eminentemente europea, muy nouvelle vague, con fachada oriental. Vamos a dejarlo claro: Tokyo eyes (1998) es para hipsters, de hecho para la subdivisión de los gafapastas. Que hay categorías hasta dentro de estas gilipolleces de los moderners, no os creáis. Bueno, ahora en serio. La película en realidad va dirigida a todo aquel que le apetezca pasar un buen rato viendo un largometraje diferente y con referencias cinéfilas interesantes. No es una producción de gran presupuesto ni sigue los parámetros del cine comercial, pero merece un vistazo. O dos incluso.

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Hinano es una adolescente que trabaja a medio jornada como peluquera. No está muy contenta porque dice que no está aprendiendo nada de la vida; pero su hermano mayor, con el que vive en un pequeño piso, le dice que debe ser paciente. Este, que es policía, anda muy ocupado por los ataques de un desconocido en Shinjuku. Lo apodan Cuatro Ojos, porque a pesar de que dispara a sus víctimas, no las hiere, ni mata, ni roba. Muy extraño, parece que esté medio cegato. Su retrato robot es el de un hombre con unas enormes gafas de cristales gruesos. Pero no queda todo ahí. Hinano, mientras viaja en el metro, observa a un joven que le llama la atención, pues a hurtadillas está grabando con una cámara oculta todo lo que le rodea. Este chico, que se presenta como simplemente K, es un programador de videojuegos y amante del trance, con una personalidad algo extraña. Hinano no puede evitar sentirse atraída, empezar una relación amistosa con él y, finalmente, verse entre la espada y la pared. ¿Debería denunciarlo o tratar de convencerlo de que desista de ciertas actividades? Porque, efectivamente, K es Cuatro Ojos.

Tokyo Eyes es una peli bastante curiosa. No perfecta, pero curiosa. Podría tener lugar en casi cualquier ciudad grande del mundo, y los personajes podrían ser perfectamente mexicanos, neozelandeses o suecos. Es una historia intercambiable y de fácil comprensión, en la que no se aprecian apenas barreras culturales. Y si ya shipeáis a la parejita, la disfrutaréis mucho más.

4

Podemos decir, sin miedo a equivocarnos, que Sayonara (1957) se adelantó a su tiempo. Finales de los años 50, Estados Unidos: el percal con el racismo era tremendo. Ahí estaba peleando con fuerza el Movimiento por los Derechos Civiles, y no fue hasta 1964 cuando se consiguió promulgar una ley que prohibiera la discriminación por raza, color, sexo, religión o país de origen. Y ya vemos cómo está actualmente el tema también… Donald Trump no es una casualidad. Pero centrándonos en Japón, durante la Segunda Guerra Mundial y los años posteriores, los prejuicios raciales que inspiraban los japoneses eran bastante fuertes. Se llegó a encerrar en campos de concentración a decenas de miles de ciudadanos estadounidenses de origen nipón.

Sayonara mostraba, en plena ocupación de las islas, el racismo existente entre gran parte de la población norteamericana. Fue su denuncia sin tapujos mediante una hermosa historia de amor trágico. Debo decir, sin embargo, que esta película tuvo una contradicción bastante llamativa, pues uno de los personajes masculinos, el actor de kabuki Nakamura, fue representado por Ricardo Montalbán. Toma yellowface. No es que dude de las capacidades interpretativas de este artista, pero habría sido más coherente escoger un actor japonés. Que los había y muy buenos, de igual manera que eligieron a una actriz japonesa, Miiko Taka, para el rol principal femenino.

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Lloyd Ace Gruver es un piloto y héroe de la Guerra de Corea (1950-1953), con la vida bien planificada. Su vocación y carrera han sido, por tradición familiar, la militar; y piensa casarse con la hija de un general amigo de su padre. No está especialmente enamorado de ella, pero es lo que tiene que hacer, aunque para él su prioridad es el trabajo. No se ha topado todavía con el amor, por eso cuando su amigo Joe Kelly le dice que se va a casar con su novia Katsumi, no lo comprende del todo. Que un norteamericano se case con una japonesa está realmente mal visto, y se desalientan las relaciones que puedan derivar en boda mediante todo tipo de trabas, discriminaciones y acosos. Gruver tiene una mentalidad conservadora, pero aun así no le importa hacer de padrino en la boda de su amigo. Pero todo su mundo se irá al traste cuando conozca a la actriz principal del teatro femenino de Kobe, Hana-Ogi, y se enamore perdidamente de ella.

Sayonara es como una mezcla de Romeo y Julieta y Madama Butterfly, pero con un poso mucho más dulce, muy hollywoodiense. La puesta en escena es grandilocuente y esmerada, muy acorde además con la personalidad de Marlon Brando, que borda el papel de chico sencillo del sur. Brando brilla sobre el resto de los intérpretes, aunque Red Buttons (Joe Kelly) y Patricia Owens (como la prometida de Gruver, Eileen Webster) son muy dignos. Los personajes femeninos japoneses son el clásico estereotipo de lotus flower girl, dóciles y delicados, pero sin ninguna chicha más. En resumen, la película es una de esas grandes producciones que todavía mantienen el aroma de la Era Dorada de Hollywood, muy fácil de ver, entretenida y con un estrellón de protagonista. Además, está el plus de la denuncia social. Un clasicote.

3

La película comienza con una somera explicación sobre qué es la yakuza, su origen, su filosofía. Muchas veces he pensado que a lo mejor Pollack lo que pretendía era hacer su propio El Padrino (1972)… aunque a la japonesa. Pero no, esto es otra cosa. Cierto que comparten ese halo de glamour con el que se dota a las organizaciones criminales en algunas películas; una suerte de glorificación de la violencia y el drama de tintes trágicos. Pero poco más. The Yakuza (1974) es un ninkyô eiga de tomo y lomo, que para eso estaba además Toei a la producción y el inmenso Ken Takakura compartiendo protagonismo con otro gigante: Robert Mitchum. Takakura trabajó para Toei durante años en películas del género, interpretando siempre el arquetipo de guerrero estoico, duro, apegado a un profundo sentido del honor.

Todo hay que decirlo, Paul Schrader hizo muy buen trabajo en el guión, porque es una aproximación bastante honrosa al mundo de la yakuza, amén de una historia atractiva. El argumento funciona a dos niveles; uno enfocado en el bôryokudan y otro en la vida personal de los protagonistas. Hay quien se quejó de que tenía un argumento algo enmarañado, pero de eso nada. Solo hay que prestar un poco de atención, se sigue muy requetebién.

yakuza

Tenner, un empresario estadounidense metido en negocios con la yakuza, pide a su antiguo compañero de ejército, Harry Kilmer, que vaya a Japón para que le ayude a liberar a su hija. Esta ha sido secuestrada por un clan de gangsters nipones, a los que debe un cargamento importante de armas. Pero no es tan fácil. Kilmer, por la envergadura de la tarea, se ve obligado a pedir ayuda al hermano de su antigua novia, Ken Tanaka. Tanaka-san, antiguo soldado y ex-yakuza, trabaja como profesor de kendo en Kioto; pero ante la solicitud de Kilmer, no puede negarse, ya que está en deuda con él. No son amigos, de hecho se odian, pero Tanaka es ante todo un guerrero a la antigua usanza, y respeta el giri más allá de su propia vida. Por otro lado, Kilmer hace veinticinco años que no ve a su antigua pareja, Eiko, de la que continúa enamorado; y el encuentro vuelve a sacar a la luz ese misterio que la hizo rechazar su propuesta de matrimonio.

La película hace mucho énfasis en ese submundo que es el del gokudô o yakuza. No es exactamente un reflejo de la sociedad japonesa de los años 70, sino de su parte oscura. No obstante, se percibe un país en plena subida y que más tarde en los 80s tocaría techo, convirtiéndose en una de las principales potencias del planeta. Hay hermosos tatuajes, jugadores de oicho-kabu, los consabidos yubitsume, muchos kimonos y una manifestación solemne del código de honor bushidô. Todo el colorido que acompaña a la yakuza, a veces un poquitín exagerado, pero respetuoso. Los actores japoneses además, se encuentran en igualdad de condiciones frente a los norteamericanos. No son ni adornos ni elementos serviles: son personas. Y eso fue toda una novedad para la época. ¿Es posible hacer una película sobre Japón que no caiga demasiado en el estereotipo? Yakuza estuvo cerca, aunque tampoco lo logró del todo.

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Honestamente, Lost in translation (2003) es el largometraje que menos me agrada de los que he incluido en la lista. En realidad no lo habría metido ni de coña, pero creo que merece su lugar por el impacto que tuvo y su evidente trascendencia. Innegables. Mi problema es que no me gusta en general Sofia Coppola, y en este film todavía menos. Aun así, no es para nada mala película, de hecho os animo a que la veáis (si no lo habéis hecho todavía). Sin ironías, que deteste algo no me impide reconocer sus virtudes.

Ya solo para empezar, destacar la enorme química que hay entre Scarlett Johansson y Bill Murray. Son lo mejor del largometraje, ellos llevan sus riendas. Abordan los papeles de norteamericanos desorientados, solitarios y confusos muy bien. Su relación va creciendo poco a poco, y sus problemas personales pueden resumirse en una sola pregunta. ¿Qué narices estoy haciendo con mi vida? Uno en plena crisis de la mediana edad y otra recién comenzada su andadura en la vida adulta. Crisis existenciales llevadas por la Coppola en terra ignota. Porque el escenario, Japón, es la metáfora absoluta del misterio incomprensible que es la vida. Y la Coppola nos hace un recorrido turístico de Tokio con todos y cada uno de los clichés que os podáis imaginar. Everywhere. No sorprende en absoluto que mucho japonés se mosqueara con el tema.

Sin embargo, por otro lado, Lost in translation tiene como único punto de vista el de dos estadounidenses, es natural hacer notar esas tremendas diferencias culturales, el estereotipo difícilmente se puede sortear. Y tampoco se puede decir que muchas cosas que se plasman no sean ciertas.

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El argumento no es complicado, es el encuentro en tierra extraña de dos desconocidos y cómo se enamoran paulatinamente. Cada uno con sus demonios, incomprendidos por las personas más cercanas a ellos. Así que buscan consuelo el uno en el otro. Sofia Coppola, a través del que podría ser el itinerario del turista de clase alta en Japón, nos va desgranando el día a día (más bien la noche) de dos personas aparentemente muy distintas. Bill Murray, que interpreta a un actor ya de capa caída y que va a grabar, hastiado, un comercial de whisky a Tokio. Y Scarlett Johansson, una recién licenciada universitaria, que acompaña a su marido en su labor de fotógrafo en Japón. Ambos representan dos momentos de la vida importantes, donde se plantea qué hacer con ella o qué se ha hecho ya.

Lost in translation es muy poderosa visualmente, el lenguaje de los planos, la forma en cómo está narrada a través de imágenes sin prácticamente diálogo… Coppola arriesgó y le salió bien. Su colección de postales tokiotas es soberbia, sin duda.

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Si Lost in translation es la película que menos me gusta de este listado, Hiroshima mon amour (1959) es la que más. Este film es historia, no solo por lo que supuso a nivel cinematográfico, sino por su valor documental a la hora de plasmar uno de los horrores más grandes que ha provocado el ser humano: los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki (1945). Existe un debate encendido entre historiadores sobre si realmente fueron necesarias esas dos bombas para acabar con la Guerra del Pacífico (1937-1945), un conflicto que estaba desangrando el Asia Oriental y parte de Oceanía. No vamos a entrar en ello, pero lo que sí es cierto es que las acciones de Estados Unidos fueron de una destrucción sin precedentes en la humanidad, donde murieron casi un cuarto de millón de civiles inocentes.

Le ofrecieron a Alan Resnais hacer un documental al respecto, pero afortunadamente para todos nosotros, el proyecto se convirtió en película (su primera película), que tuvo como guionista a la maravillosa escritora Marguerite Duras. Este tándem solo podía presagiar algo extraordinario, que es lo que resultó finalmente: un auténtico clásico del cine. Y no pudo crearse en mejor momento: durante el aumento de tensiones en la Guerra Fría, que desembocarían en la Crisis de los misiles (1962). El mundo estuvo en un tris de irse a la mierda, y no es broma. Hiroshima mon amour, a través de la historia alegórica de dos amantes, es un alegato por la paz, un aviso de que el horror podría repetirse.

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El argumento nos cuenta el breve pero intenso romance entre una actriz francesa y un arquitecto japonés en Hiroshima. Ella está ahí finalizando de grabar un documental pacifista sobre lo acaecido hace diez años, y al día siguiente ya regresa a París. En las pocas horas que le quedan de estancia, su amante la presiona para que se quede, aunque solo sean unos poco días más; pero ella se niega. En su lugar, la actriz le va contando la historia de un antiguo amor de juventud durante la ocupación alemana en su ciudad natal, Nevers. Cómo la guerra y ese amor la volvieron loca. No sabemos ni el nombre de ella ni el de él, pero los podemos identificar con las ciudades de Nevers e Hiroshima directamente. El film establece un paralelismo muy claro entre las dos localidades, y así lo van mostrando sus recreaciones y el propio montaje de la película, que sigue una estructura no-lineal.

Uno de los temas importantes que trata la película, aparte del de la guerra, es el olvido humano. Con el tiempo, hasta el sufrimiento más insoportable, la muerte más cruel o el amor más profundo, van difuminándose y desapareciendo de la memoria de las personas. Y tras ese olvido queda un remanente de tristeza por haber perdido una parte de nosotros mismos. El guión de Duras está repleto de sutilezas y recursos literarios que, junto al tremendo lenguaje audiovisual de Resnais, hacen del visionado de Hiroshima mon amour una experiencia única que todo amante del cine, tarde o temprano, debería tener. No me atrevo a escribir mucho más sobre este film porque le tengo muchísimo respeto; y, además, posee un nivel de abstracción bastante potente, lo que la hace especialmente complicada de resumir en tan pocas líneas. Sobre todo si se le quiere hacer algo de justicia. Así que lo mejor que podéis hacer es verla.

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Aunque no las haya incluido, quiero hacer varias menciones especiales:

  • Mishima: A life in four chapters (1985) de Paul Schrader. Imprescindible para todo aquel que desee saber, sin entrar en juicios de valor sobre su controvertida persona, de la vida y obra de este extraordinario escritor. Muy recomendable.
  • Japanese story (2003), que nos presenta el affaire entre un hombre de negocios japonés y una geóloga australiana. Es realmente sorprendente, a pesar del tufo que inicialmente echa a comedia romántica. Y la actriz, Toni Collette, me encanta.
  • El díptico de Clint Eastwood sobre la Batalla de Iwo Jima (1945): Flags of our fathers y Letters from Iwo Jima, ambas del 2006. Impecables.
  • Y, para finalizar, El vengador Tóxico II (1989). Como fan irreducta que soy de esa fábrica de bizarradas que es la Troma, no podía dejar de lado esta grandiosa aberración donde aparece el mismísimo Go Nagai haciendo un cameo. Un clásico de culto que solo los estómagos más avezados (y con mucho sentido del humor) serán capaces de apreciar.
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Nuestro héroe disciplinando a los malvados

Y esto ha dado de sí por hoy la bitácora. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

anime, largometraje, literatura, paja mental

Érase una vez… el anime

Al dibujo animado se le tiende a considerar algo así como el hermano escuchimizado del cine. O como una especie de apéndice de él, que se tolera porque su existencia no puede ser evitada. Y, aunque han existido preludios desde hace mucho antes de que ni siquiera se llegara a concebir una imagen (no dibujo) real en movimiento, como las linternas mágicas o los taumatropos, la llegada del kinetoscopio y luego los hermanos Lumière, eclipsaron (aunque también ayudaron a su avance, ojo) desde el principio lo que llamaríamos luego cartoon, monito animado o caricatura. Y fue relegado, en su mayor parte, al campo de la experimentación, propaganda o el mundo infantil. No pasa nada, lo hemos asumido. Pero ahí ha estado, casi desde los inicios del propio cine. No pienso hacer una disertación sobre la historia de la animación porque ya hay bastante bibliografía al respecto, pero no viene mal recordar por encima, de vez en cuando, los orígenes de esta disciplina, todavía un poco ninguneada (aunque cada vez menos), y de la que tanto disfrutamos millones de personas.

Así que para la posteridad tenemos esos primigenios esfuerzos de los padres de la animación, J. Stuart Blackton o Émile Cohl en la primera década del s. XX; y ya, posteriormente, los trabajos, por ejemplo, de mi admirado Winsor McCay. Inciso: si tenéis la oportunidad de leer su Little Nemo in Slumberland (1905), no os arrepentiréis, una auténtica obra maestra del cómic, una maravilla.

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«Little Nemo» también tuvo su propio corto animado, medio documental además, en 1911

Con el tiempo, los creadores se fueron haciendo más ambiciosos, perfeccionando sus técnicas, y aparecieron las primeras obras que ganaron gran popularidad como Betty Boop o Popeye, de los indispensables hermanos Fleischer (inventores del rotoscopio), o Felix el Gato. Pero no solo se trató de pequeños cortos, sino de verdaderos largometrajes. Y no fueron de Disney, amigos, aunque luego fuese la empresa que se convirtiera en la institución de referencia del dibujo animado. Lamentablemente, la primera película de larga duración (70 minutos) de la que se tiene conocimiento, El Apóstol (1917), y la primera que se realizó con sonido, Peludópolis (1931), ambas argentinas y dirigidas por el genio de Quirino Cristiani, se dan como perdidas. Una tremenda lástima. El largometraje más antiguo animado que tenemos conservado, y añado además que en buen estado por la excelente labor de restauración que se llevó a cabo, es Las Aventuras del príncipe Achmed (1926). Una joya inspirada en un relato del clásico literario Las Mil y una Noches Hace gala de una técnica inventada por la propia directora, la alemana Lotte Reiniger, inspirada en el teatro de siluetas y marionetas javanesas y balinesas (wayang). Le costó tres años finalizarlo, tan laboriosa fue su confección. SOY FAN A MUERTE DE LOTTE REINIGER. Así, en mayúsculas y en negrita. Amo a esa mujer. Todo lo que he visto de ella me gusta. TODO. Y para muestra, un botón. Aquí os dejo el trailer de Achmed. (Un fotograma suyo es mi fondo de móvil, con eso lo digo).

Pero Sin Orden ni Concierto es un blog dedicado a lo japonés, ¿no? O eso os preguntaréis. Pues sí, más o menos así es. Puede parecer que el mundo de la animación fuese un invento netamente occidental y, aunque las primeras obras sí en gran medida lo fueron (estadounidenses, francesas, rusas, alemanas, argentinas, etc), en Oriente no fueron a la zaga. Personalmente considero (puedo estar equivocada) que la animación es algo tan intrínsecamente relacionado con el cine que, de forma espontánea, era natural que fuera surgiendo en diversas zonas del planeta. Además, en Japón hay que tener una variable muy en cuenta, y es que la relación entre manga y animación siempre ha sido muy estrecha, incluso en el pasado, por lo que no es de extrañar la aparición temprana de cartoons. El primer dibujo animado que tenemos atestiguado fue hallado en un proyector privado de Kioto no hace tanto, en el 2005, y está datado del año, aproximadamente, 1907. Casi nada, señores, de los primeros del mundo. Su nombre: Katsudô shashin. Se trata de una película en 35 mm de autoría desconocida; y compuesta por 50 imágenes, directamente dibujadas en el celuloide, de un niño saludando con un sombrero.

Pero la animación japonesa no era conocida como anime en aquellos tiempos. Sean Eiga o Dôga eran los términos más utilizados. Anime fue la denominación que llegó más tarde con Osamu Tezuka, que fue, junto a otros creadores, los que consolidaron sus características. Porque, aunque esté extendida la noción de que los dibujos animados surgieron en las islas con Manga no Kamisama y su mítico Astroboy, no fue así. También cabe señalar que no todos los dibujos animados procedentes de Japón deberían considerarse anime simplemente por ser japoneses. Esa es una generalización hecha desde fuera y que se refiere a la animación comercial que se suele exportar. Pero regresando al tema principal, que no sé ya cuál es de tantas vueltas que estoy dando (perdón, perdón), los dibujos animados han existido, en forma de cortometraje, desde bastante tiempo antes que Tezuka. Y gozando de buena salud. Ya no solo era una evolución lógica de toda su rica tradición pictórica popular, sino el esfuerzo de una nación, recién abierta al exterior tras siglos de confinamiento, por modernizarse, estar a la altura y superar a otros países.

No pienso saturaros con un listado de las diferentes obras y estudios que fueron apareciendo a lo largo de los años, porque me parece tedioso y es información bastante fácil de hallar por internet. Pero que esto sirva para disipar dudas, si es que existían, al respecto: se hacía animación en Cipango desde el temprano s. XX. Con épocas más flojas que otras, claro.

Este cortometraje en B/N y mudo, llamado Kobutori (1929), es solo un ejemplo de la inquietud existente que llevaba ya desde mediados de la década de 1910 floreciendo. Y no solo se adaptaban relatos del folclore (costumbre que perdura actualmente de la que estoy encantada), sino que, conforme los años transcurrían, se iban acomodando a las circunstancias históricas, apareciendo incluso propaganda política y bélica anti-americana. Es el caso del primer largometraje que se realizó en Japón: Momotarô: Umi no Shinpei (1945). Nada extraño teniendo en cuenta que en otros lugares del planeta se procedía de igual manera.

Ciertamente, la derrota en la Segunda Guerra Mundial supuso un batacazo no solo para la animación, sino a todos los niveles. Y fue entonces, con la ocupación americana, cuando algunos autores descubrieron la formidable maquinaria Disney. Y de aquellos polvos, estos lodos. La animación realista y detallada, repleta de imaginación del estadounidense, fue la inspiración inevitable de lo que luego sería el anime. Una inspiración que ayudó a que Tezuka y otros más, revitalizaran un panorama melancólico a causa de la guerra.

Y creo que no me voy a enrollar más. Como ya os he comentado, hay abundante bibliografía al respecto. Os remito en específico al libro de Jonathan Clements Anime: a History (2013), bastante prolijo y muy interesante, que trata el tema de la historia de la animación japonesa de forma excelente. Por mi parte, lo que voy a hacer a continuación es recomendaros cinco largometrajes pioneros (no series, no cortos) de los dibujos animados asiáticos, concretamente chinos y japoneses. No he visto todos los que existen (ojalá), porque encima no suele ser sencillo encontrarlos. De ahí que esta sea mi parcial y subjetiva selección. Todos tienen en común que van dirigidos a niños y sus fechas de creación van de 1941 a 1968. Hay que tenerlo muy en cuenta. También aviso que es muy fácil advertir elementos e ideas en estas películas que luego se han utilizado, y no pocas veces, en obras posteriores. Incluso contemporáneas. No dejan de ser creaciones de las que han mamado distintas generaciones de artistas, ya por eso solo se merecen un mínimo de atención y respeto. El orden de presentación es cronológico y no obedece a ningún tipo de preferencia.

Me habría gustado incluir algo de animación coreana antigua y algo de la vietnamita también, pero me ha resultado imposible echarles un vistazo. Si alguien sabe dónde lograr este tipo de material, que lo escriba en comentarios, gracias. Bueno, allá vamos.

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El estreno de Blancanieves y los siete enanitos (1937) supuso toda una revolución en el mundo de la animación. Un antes y un después. Fue también un tremendo estímulo para que otros creadores se afanasen en lograr un resultado similar o superior, y eso les ocurrió en China a los hermanos Laiming y Guchan Wan. Junto a sus otros dos hermanos, Chaochen y Dihuan, fueron los padres fundadores de la animación china. Estos cuatro hermanos querían hacer de la animación una herramienta de pedagogía y difusión de información asequible y entretenida para todo el mundo, haciendo especial hincapié en la idiosincrasia de su país. Por eso, aparte de realizar los primeros trabajos animados de China en la década de los años 20, ya enzarzados en la Segunda Guerra Mundial (Segunda guerra sino-japonesa, 1937-1945), crearon multitud de cortos que llamaban a la resistencia frente a los invasores japoneses, el imperialismo occidental y el opio. No fueron tiempos fáciles. Ellos, que vivían en una Shanghái ocupada militarmente, conocieron de primera mano el rigor bélico. Pero eso no les impidió decidirse a crear el que luego sería, no solo el primer largometraje animado de China, sino de toda Asia: Tie Shan Gongzhu o La princesa del abanico de hierro. Su éxito incluso se dejó notar en Japón, siendo una de las inspiraciones más obvias del futuro anime.

El acicate que significó Blancanieves para la realización de Tie Shan Gongzhu es incuestionable. El influjo estético se halla en cada fotograma, hasta el uso del rotoscopio fue emulado; pero esto último quizá forzado también por las circunstancias, ya que abarataba el coste general. Eso es algo que hay que tener presente cuando se ve esta película, los durísimos aprietos económicos que sufrieron los hermanos Wan al estar en plena guerra. Para mí fueron unos auténticos héroes, ya que la producción de Tie Shan Gongzhu fue larga y con unos recursos muy exiguos. También debo añadir que la cinta no ha llegado hasta nosotros en las mejores condiciones, lo que puede hacer de su visionado una experiencia algo incómoda. Este largometraje tiene valor ya solo por sí mismo, porque es parte de la historia de la animación, pero no será lo mejor que veáis en vuestras vidas.

Tie Shan Gongzhu es la adaptación libre (pero muy libre) de una de las historias que conforman el clásico literario chino Viaje al Oeste (s. XVI), donde se narran las andanzas del Rey Mono Sun Wukong (sí, Son Gokû, chavalada), atravesando multitud de tierras del Asia Central hasta la India, para conseguir unos sutras sagrados del Buda. Es un viaje iniciático, un peregrinaje, que lo acercará a él y a sus acompañantes a la iluminación. Es una obra capital que, por supuesto, ha influido enormemente también en la cultura japonesa. Pero regresando a Tie Shan Gongzhu, su argumento gira en torno a la búsqueda de un abanico de hierro que puede acabar con el fuego en una aldea de campesinos. Pero la dueña de este abanico no se va a dejar convencer tan fácilmente. Nanay.

Si hay cosas positivas que comentar de este largometraje, que las hay sin ninguna duda, aparte de su elocuente trascendencia es que, a pesar de sus carencias, sorprende en multitud de instantes por su exquisito realismo y elaborados fondos. Algunas veces (no siempre) los movimientos son tan fluidos que no tienen nada que envidiar a ese prodigio que es Blancanieves. En momentos puntuales sí que se puede decir que los hermanos Wan consiguieron alcanzar esa excelencia que tenía Disney. Pero en conjunto, dadas las circunstancias además, era imposible. Aun así, ¡un extraordinario trabajo!

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Este fue el debut de la recién fundada Tôei, por entonces Tôei Dôga, que deseaba convertirse en la Disney oriental. Sus ambiciones eran grandes y, actualmente, ya sabemos perfectamente la importancia de este gigante de la animación. Hakujaden es el primer largometraje en color japonés y resultó una fuerte apuesta, porque incluso lo estrenaron en Estados Unidos. Con un par. El éxito en Japón fue rotundo y estimuló todavía más a los estudios para continuar en su idea de ser una competencia digna para Disney. No hace falta que diga que sin Tôei el anime no habría sido igual. Allí trabajó gente tan enorme como Tezuka, Takahata o Miyazaki. ‘Nuff said.

Aparte de la relevancia histórica de Hakujaden, resulta una película que, aunque tiene una influencia aplastante sobre todo del primer Disney (Blancanieves, Fantasia y Bambi everywhere), es realmente hermosa, y me refiero a nivel visual. La animación todavía es imperfecta, pero el arte y sus fondos son espectaculares. Se nota que pusieron verdadero esmero en plasmar el ideal de belleza taoísta en los paisajes y colores. ¿Taoísta? Pues sí, porque Hakujaden tiene lugar en China. No sé si se trata de algún tipo de guiño conciliador hacia ese país, pero a pesar de que se trata de un largometraje japonés, la impronta china se deja notar por todos sitios. Es deliberada, porque hasta el argumento es una variación de una de las leyendas chinas más antiguas e importantes de su folclore: La leyenda de la serpiente blanca.

La historia arranca con unos bonitos cut-outs que, mediante una canción (sí, hay números musicales), nos cuentan cómo nuestro protagonista, un niño llamado Hsu Hsien, se ve obligado por la presión social a abandonar a una shirohebi con la que había entablado una tierna amistad. Los años pasan, pero ninguno de los dos se ha olvidado del otro. Una noche de tormenta mágica, la shirohebi (serpiente blanca) recibe forma humana. Se convierte en una doncella, de nombre Pai Niang, aunque no deja de ser un ente sobrenatural. Un yôkai en japonés, para entendernos. Y de eso va en el fondo todo, del amor prohibido entre un humano y una criatura fabulosa, y los obstáculos con los que se topan por defenderlo. El más importante de ellos, la figura del bonzo y exorcista Hokai, que en su fervor por librar al mundo de espíritus, se entromete en la vida de la pareja provocándoles serias dificultades. Todo con las mejores intenciones, pero su fanatismo resulta muy perjudicial.

Aparte de este trío, existen varios sidekicks que amenizan y brindan la chispa cómica a la película. Son un pequeño panda y un zorrito en el caso de Hsu Hsien; y para Pai Niang una doncella-pez con la que mantiene una relación senpai-kôhai. El cuento en sí es bastante interesante; no posee el típico barniz con la dualidad bien-mal que siempre se les encasqueta a los críos (hace cavilar); las desventuras de la pareja y los esfuerzos de sus compañeros por ayudarlos son atractivas; pero el desarrollo y el ritmo están descompensados. Gran parte del peso de la trama recae precisamente en estos sidekicks, porque el trío protagonista es bastante insulso, y las piezas no acaban de encajar del todo. Aun así, se visiona sin problemas y no aburre; a pesar del tono candoroso (a veces cursi) y la fragilidad argumental en algunos tramos.

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Con una animación muy particular y estilizada, alejándose paulatinamente de las características de Disney, esta película es un punto y aparte con muchísima más trascendencia de la que se le concede habitualmente. Su influencia es muy patente en Samurai Jack, por ejemplo, una de mis series animadas favoritas occidentales. Los diseños, los fondos, el movimiento… el arte y la técnica de El pequeño príncipe y el Dragón de ocho cabezas son admirables. Con muchos elementos de la pintura tradicional japonesa. Los personajes llegan a ser casi una abstracción de formas geométricas y colores, de una simplicidad elegante y eficaz. Ya no interesa tanto una sensación de realismo a la hora de plasmar el dibujo, sino su expresión. Pero Disney sigue ahí, no os penséis, aunque cada vez menos.

Desde la estupenda banda sonora, del grandísimo Akira Ifukube (uno de los padres de Godzilla), la dirección de Yûgo Serikawa (Saibogu 009Mazinger Z) hasta el trabajo entre bambalinas de Isao Takahata como asistente de dirección o de Seiichi Hayashi en la animación, todo nos está hablando de que es una obra que, junto al trabajo de Tezuka, supuso el comienzo de la madurez del anime. El asentamiento de su propia personalidad.

El argumento consta de distintas adaptaciones y variaciones sustanciales de leyendas shintô, recogidas en el Kojiki (711) y el Nihongi (720), donde el dios Susanowo se ve involucrado. Están muy, muy, pero que muy suavizadas (este dios en realidad es bastante salvaje), seguramente debido a que su público objetivo es el infantil. La historia es la búsqueda, por parte de esta deidad, de su madre la diosa primordial Izanami, que ha fallecido. Susanowo, en forma de niño, no se conforma con las palabras de consuelo de su padre el dios primordial Izanagi, y decide ir a su encuentro. Como no sabe dónde se halla en realidad, visita a su hermano, el dios de la luna Tsukiyomi; y a su hermana, la diosa del sol Amaterasu, para averiguar algo más preciso sobre su paradero. Y durante esa búsqueda, se enfrentará a monstruos, dioses y vivirá peripecias de lo más pintorescas. Porque son pintorescas. Y muy previsibles. Pero es lo que tienen los mitos y las leyendas, que todo el mundo, intuitivamente, conoce su evolución y posible desenlace. Máxime si forman parte del entorno cultural. No obstante, es un bonito viaje que entretiene y sorprende por lo bien que ha envejecido.

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Y regresamos de nuevo a los hermanos Wan, veinte años más tarde, para toparnos con un asombroso y abrumador ejercicio de arte visual. Flipante, todo un espectáculo de color y delicadeza. Solo los asiáticos son capaces de hacer cosas semejantes. Fue un zas! en todos los morros del planeta. Su grito era: ¡estamos aquí y somos mejores que vosotros cuando nos lo proponemos! Porque Da Nao Tiangong o Caos en el cielo, fue lo mejor que se hizo en animación en su tiempo, meándose en la cara de Disney o el anime japonés. Siento ser tan soez, pero me ha salido del alma. Fue una cumbre que los chinos, al menos hasta donde yo sé y lamentándolo profundamente por mi amado Naya, no han conseguido alcanzar otra vez de forma tan demoledora. Y espectacular.

Fue una suerte que se estrenara un par de años antes de la Revolución Cultural de Mao Zedong (1966-1976), porque si hubiera sido más tarde, habría resultado altamente improbable su producción. De hecho, al año siguiente ya fue censurada. La situación a la que llevó esta pretendida «revolución» a la productora de esta película, Shanghai Animation Film Studio (en su mejor momento creativo entonces), fue de una parálisis casi de facto ya que sus obras, obligatoriamente, estaban supeditadas a su ideología. No pudo ser más desastroso. Gran parte de sus animadores y creativos fueron enviados a campos de trabajo en el interior del país. Los estudios no volvieron a recuperarse del todo nunca. Por eso también es un largometraje al que homenajear, independientemente de que su calidad es indiscutible.

Da Nao Tiangong, continuando con la filosofía educativa centrada en la cultura china de los hermanos Wan, es una adaptación de los primeros relatos incluidos en el Viaje al oeste. Con Sun Wukong, por supuesto, de protagonista. Casi la podríamos considerar una especie de resarcimiento por Tie Shan Gonzhu, donde los Wan no pudieron explayarse todo lo que les habría apetecido. Con Da Nao Tiangong se quedaron bien a gusto, utilizando todos los recursos técnicos de su época sin contenerse. El ritmo de la película es el idóneo teniendo en cuenta que la música posee una presencia muy fuerte. Es un estilo muy tradicional, basado en la cadencia de la ópera china, que quizá para el espectador occidental no familiarizado se haga algo lento. Por lo demás, esta obra es, simplemente, épica. Su espíritu es clásico y, por ello, el argumento peca de candidez y cierta simpleza si lo observamos con los ojos del presente. Pero es que se trata de una obra infantil; y su objetivo, como siempre dejaron claro los hermanos Wan, era instruir. Entretener, pero instruir.

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Isao Takahata estrenándose como director y con Hayao Miyazaki ayudándole en el proyecto. Taiyô no Ôji: Horus no Daibôken no es Ghibli. Pero se perciben infinidad de ideas que luego veríamos prosperar, y no solo en obras de su productora como Castle in the sky (1986); sino en productos previos como Heidi: Girl of the Alps (1974) o ajenos como The big bear of Tallac (1977). Su influencia posterior no ha sido poca. Una solo puede sonreír, en total complicidad, conforme va viendo esta película. Taiyô no Ôji: Horus no Daibôken ya es otra cosa. Otra cosa si la comparamos con largometrajes anteriores. Continúa siendo un producto infantil, pero no tanto. La clave, sobre todo, es Hilda. Y que a Hols se le ve el pene durante dos segundos. Es broma. Bueno, es verdad, pero es broma.

Tenéis razón, empecemos por el principio. Taiyô no Ôji: Horus no Daibôken nació bajo el ala de la ya omnipotente Tôei. En realidad todas las películas japonesas que he incluido en esta lista son producciones suyas. No ha sido premeditado, os lo aseguro. Es solo la muestra de que, al menos en cuestiones de anime comercial, eran todo un referente (sin intenciones de obviar a Tezuka, que conste en acta). Y esta película tiene el honor de ser el primer pinchazo de los estudios. Y la última película que dirigió Takahata para ellos. ¿Por qué la incluyo entonces en esta lista? Por las intenciones que tenía el equipo creativo y lo que supuso. Takahata & co. deseaban sacar adelante un proyecto casi inaudito en esa época: una película de animación accesible para todos los públicos, no solo niños. Y querían experimentar también incluyendo una historia de tipo heroico con un mensaje profundo detrás. No lo lograron del todo. No porque ellos no quisieran, sino porque las circunstancias sociales del país, en Tôei y su propia inexperiencia, fueron una fuente continua de constricciones y frustración. Por eso Taiyô no Ôji: Horus no Daibôken se quedó a medio gas. Con mucho cliché y personaje trivial, aunque con un gran potencial como bien luego se pudo comprobar. El dibujo y la animación tienen esa tosquedad naïf que luego se vería tanto en la década de los 70, pero que ganó mucho en dinamismo respecto al pasado.

El argumento, inicialmente basado en una leyenda de los Ainu, cuenta la lucha de Hols, un niño del norte de Europa, por reunirse con su pueblo atacado implacablemente por el pérfido brujo Grunwald. Este nigromante quiere acabar con la humanidad (ahí es nada) y es el típico villano unidimensional más malo que la quina. En la historia tenemos también el objeto mágico que puede otorgar la victoria a nuestro pequeño héroe (la espada del sol), los habituales animalitos sidekicks y ese enigmático personaje femenino que es Hilda. Ella es, como bien dicen en el anime, «una niña triste y solitaria que ya no sabe llorar». Pero se considera a sí misma un monstruo. Dividida entre la lealtad hacia su hermano (Grunwald) y lo que le dice su corazón, es el personaje más profundo de la película. Realmente está desarrollado como si fuera protagonista, aunque en teoría ese papel lo desempeñe Hols. Es lo mejor de Taiyô no Ôji: Horus no Daibôken, con sinceridad, ya solo por ella se disfruta la historia. Pero, a pesar de todos sus defectos, es un clásico que los amantes de la animación sabrán apreciar.

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Hilda con Mauni, la protoHeidi

Después de todo este rollo patatero, aclaro por si no es evidente, que parte de este artículo es una mera labor divulgativa. No soy investigadora ni nada parecido, solo una fan que lleva un blog. Para realizarlo, a parte de acudir a Jonathan Clements, he recurrido para documentarme correctamente y no escribir alguna atrocidad, a gente como Antonio Horno López o David Almazán Tomás, que sí se dedican seriamente a estos menesteres. No os llevéis una impresión equivocada, no soy un enciclopedia con patas. Todavía.

Y eso ha sido todo por hoy. Es la entrada más larga, con diferencia, que he escrito. No sé si habrás llegado hasta aquí habiéndola leído por completo (y sin echar un par de cabezadas). Los que lo hayáis logrado incólumes, tenéis mi gratitud y admiración. En serio.

Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

cine, largometraje, MUAHAHAHA

Le Samouraï

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No existe soledad más profunda que la del samurái,

si acaso la de un tigre en la selva… tal vez…

Bushidô

(El libro del samurái)

Jef Costello permanece tranquilo tumbado en la cama. Fumando. El piar monótono de un pajarillo en su jaula y el sonido de la lluvia no son suficientes para amortiguar el poderoso silencio. El humo se disipa, la furtiva sombra de un gato se aleja. Todo parece inmóvil en el espartano apartamento de Costello, como si un enorme vacío estuviera a punto de engullirlo. Pero no. Costello se incorpora y dirige hacia la jaula de su pequeño compañero. Se pone con cuidado la gabardina, el sombrero y sale. Es un hombre extremadamente observador y meticuloso, no deja ningún detalle al azar. Roba un coche con naturalidad, una bonita déesse gris perla, y, mientras enciende otro cigarro, conduce por las calles de París. Una chica guapa en un semáforo lo mira con interés desde su automóvil. Pero Costello continúa su camino, solo, hacia un taller de la periferia donde le cambian la matrícula y exige una pistola. Paga y se va. Todo esto sin una palabra. Ocho minutos sin diálogo, solo acción. Y no se echan en falta, porque son verdaderamente sus actos los que dibujarán la personalidad de los protagonistas de esta película. Su rotundo lenguaje corporal. Cuatro, cinco sencillos trazos al servicio del movimiento y Jean-Pierre Melville ya lo ha logrado: la perfección.

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Este tipo es Alain Delon y el monstruo que devora TODO en esta película. Al espectador también se lo come, por cierto (so be careful). Una película, Le Samouraï (1967), franco-italiana. Sip. ¿Qué hace en Sin Orden ni Concierto? Pues a causa de mis peculiares asociaciones mentales, ha acabado protagonizando la actual entrada. La semana pasada escribí sobre un manga que se podría considerar un ejemplo de la filosofía de la Nouvelle Manga que lidera(ba) Frédéric Boilet. Un movimiento dentro de la historieta que se ha visto influido (de ahí su nombre) por la Nouvelle Vague cinematográfica. En el arte casi todo ocurre así. Es una simbiosis maravillosa multidisciplinar que, para los pobres mortales que la observamos babeando, siempre es fuente de inmensos placeres. Le Samouraï posee una fuerte impronta nipona (no ya solo en el nombre, sino en el espíritu de su personaje principal) y su director fue, entre otras cosas, el precursor imprescindible sin el que la Nouvelle Vague no habría sido igual ni en broma. ¿Relación muy cogida por los pelos con lo japonés? Qué queréis que os diga, me importa tres mierdas humeantes. Hoy en el menú está el samurái gabacho. Punto.

El silencio de un hombre, como es conocida la película en español, forma parte de la trilogía samurái de Melville: Le Samouraï (1967), Le cercle rouge (1970) y Un flic (1972). Con Alain Delon y la filosofía del bushidô impregnando las tres cintas. Seamos honestos, es un bushidô adaptado a la mentalidad occidental, pero que sus raíces budistas y shintô se huelen a distancia. Tampoco hay que ignorar que el bushidô, tal como lo conocemos actualmente, es de factura moderna e imbuida del ethos occidental a su vez. Ha evolucionado muchísimo desde su nacimiento medieval. Pero continuar por esta senda sería ya desviarme demasiado; volvamos al cine. Le Samouraï es el germen de muchas cosas. Su héroe lacónico e impasible, de tintes trágicos, ha sido imitado hasta la saciedad. Lo encontramos en Drive (2011), The American (2010), Ghost Dog (1999) o The driver (1978), por poner varios ejemplos. Es el asesino profesional, frío y perfeccionista, que es capaz de cumplir con su trabajo a costa de su vida. Porque el auténtico samurái siempre ha de estar dispuesto a morir y ese, que es su destino, ha de encararse con honor y serenidad. Jef Costello es padre de lo ultra-cool, el origen de lo que se ha llegado a convertir en un cliché del cine occidental. Un icono pop.

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Cathy Rosier y Alain Delon

Le Samouraï está englobada en ese género que se denomina polar: el cine policial francés de los años 50, 60 y 70. Y, aunque le debe mucho al noir estadounidense, tiene su propia e inconfundible identidad. El polar, comparado con su hermano norteamericano, es mucho más calmado, tiene un pulso distinto, más reflexivo y silencioso. La ambigüedad moral también es clarísima, el polar se centra en los delincuentes y criminales; en su psicología y vidas. La resolución de un misterio ya no es tan importante, es el realismo el que maneja la batuta. Y plasmar esa realidad dura, enferma de corrupción hasta su misma cúspide, es una de sus características. Woo, Besson, Tarantino o Scorsese saben todo esto muy requetebién.

Y de todas las estupendísimas (y no tan estupendas, de todo hubo) películas que conformaron el género, sin duda sobresale Le Samouraï como una de las obras más brillantes y cuidadas. Amo con todas mis fuerzas Les diaboliques (1955), Bande à part (1964) o La mariée était en noir (1967) pero, al menos para mí, Le Samouraï es como la escultura griega clásica: sobria, de una belleza matemática distante, sublime. Destaca de entre todas por su armonía fría inesperada. Melville se superó a sí mismo con este film. No sé dónde leí (no es mía la apreciación, pero la comparto) que es el director más americano de los franceses; y el más francés de los americanos. No hay duda de que Jean-Pierre Melville conocía y admiraba con fervor Hollywood y su cine negro, no obstante su influencia la destiló en sus obras despojándola de melodrama y artificios superfluos. Aun así, su trabajo siempre fue prolijo y esmerado; minucioso y de estética depurada.

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La historia de Le Samouraï es como una flecha: lineal, sencilla, contundente. Esto no es The Big Sleep (1946), desde luego. Pero con muchísima menos ornamentación argumental, logra un magistral juego de espejos. Como en casi todas sus películas, el diálogo tiene una importancia secundaria. Melville tiene la prodigiosa habilidad de expresar, comunicar historias y emociones de forma eficiente pero austera; con las pinceladas justas pero muy elocuentemente. Una simplicidad zen que raya en lo ascético, aunque de gran dinamismo.

Jef Costello, en uno de sus encargos en un club parisino, ha sido atisbado por unos pocos testigos. Sobre todo por la pianista (Cathy Rosier) del lugar, que lo ha visto frente a frente. Es algo imperdonable para un profesional de su categoría, que es extremadamente escrupuloso. A pesar de este error que ya lo ha condenado, prosigue con su meticuloso plan de doble coartada. Como esperaba, la policía lo detiene como sospechoso pero la pianista no lo delata y su alibí es invulnerable. El comisario (François Périer) sigue pensando que es su hombre, por lo que decide presionar a su amante (Nathalie Delon) y poner micrófonos en su apartamento. Costello es consciente de todo esto y de que, por añadidura, sus contratantes, al haber sido detenido, ya no lo consideran fiable: deben matarlo. Nuestro hierático asesino se encuentra atrapado entre dos fuegos y sabe que el único responsable de su situación es él mismo. Pero, como no podía ser de otra forma, ya tiene prevista una solución.

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La atmósfera fatalista se percibe desde el minuto 1. Sabemos qué va a suceder, aunque no cómo. Melville, más que preocuparse en mantener una intriga (que lo hace pero no utilizando los recursos habituales), se centra en presentar la vida y circunstancias de Costello casi a tiempo real. No llega a 40 horas lo que dura la propia acción. Un anti-héroe solitario cuya única compañía es un avecilla que, al contrario de su dueño, no puede permanecer en silencio y pía continuamente. Ah, pero hay sorpresas, por supuesto, el director es todo un prestidigitador. Aunque no hay espacio para el romance en una existencia así, Melville no hace de Costello una máquina sin sentimientos. Hay destellos leves, casi imperceptibles, que muestran que tras esa necesidad de autocontrol y meditado cálculo, hay un romántico de alma oscura. Y aquí Alain Delon lo borda, está perfecto. Pero no solo él, Cathy Rosier está espléndida también, su personaje de femme fatale atípica me gusta mucho.

El ritmo de Le Samouraï no lo considero ni lento ni rápido, es como tiene que ser. Melville obliga al espectador a prestar atención porque la ausencia de voces la exige. Y en este film se cumple el dicho de «una imagen vale más que mil palabras»; o la cita evangélica «por sus obras los conoceréis». No sabemos nada de Costello ni del resto de los personajes. Nada. Es una película del presente. Son sus actos y gestos los que abren las puertas a sus mentes. Por supuesto, tiene sus escenas de acción, de una perfección alucinante: me quedo con la persecución en el metro de los últimos minutos. Pero todo, en conjunto, transmite sensación de calma atemporal. Esa dirección artística tan refinada y casi minimalista; esa fotografía discreta de color desvaído (me encanta); esos planos tan simples (los cojones) pero tan llenos de significado… uf. Canelita en rama.

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Le Samouraï es un clásico indiscutible que todo el mundo debería ver aunque fuera solo una vez en su vida. Ha sido, y es, un vórtice que continúa generando inspiración y admiración tanto en Occidente como en Asia. Para mí lo mejor que hizo Melville a pesar de que tenga films que me gusten más; y de lo mejor también que se ha hecho de noir. Adoro su infinita elegancia, el clasicismo y, a la vez, modernidad que emana. Sus matices son increíbles y, después de haber pasado un tiempo, asaltan detalles en la cabeza que desvelan nuevas implicaciones. Y ni os digo si se visiona por enésima vez. Es todo un referente del cine negro. ¿La recomiendo? MUCHO.

Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

cine, largometraje

Kumiko la cazatesoros

Va a llegar un momento en el que en vez de «mangas y anime a gogó», tendré que poner «todo lo que me salga del chocho que tenga relación con Japón». Pero todavía no ha llegado. Por ahora, a pesar de las (cada vez más abundantes) excepciones, Sin Orden ni Concierto seguirá centrado en los tebeos y la animación del país del sol naciente.

Pero como bien habrás deducido por este escueto preámbulo, la entrada de hoy no va ni de anime, ni de manga, ni de literatura o cine japoneses. Está dedicada a una película norteamericana y que buena parte de su historia se desarrolla además en Estados Unidos. Aunque tiene una profunda relación con Japón, por supuesto: Kumiko, the treasure hunter (2014).

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Kumiko es silenciosa y tímida como Bunzo, el conejito rubio con el que comparte vida en un minúsculo piso de Tokio. Kumiko tiene 29 años y siente toda la presión que supone ser una mujer de su edad en Japón. Presión por alcanzar el éxito profesional y presión por tener que casarse y formar una familia. Ya es moza vieja. En una sociedad tan competitiva y, a la vez, tan tradicional, Kumiko como soltera en un empleo sin expectativas de promoción, es una perdedora. Su jefe la apremia, su madre la estruja; ambos, sobre todo ella, le exigen ser un miembro útil y respetable según los parámetros sociales nipones. Pero Kumiko no es una orgullosa rebelde; Kumiko es una solitaria que ve como única salida de esa abrumadora realidad que odia, la evasión. Una evasión, una huida mediante una película: Fargo (1996). En ella cree encontrar la solución a sus problemas, porque llega a la disparatada conclusión de que el argumento del film sucedió de verdad. ¡Los Coen lo dicen al inicio! Así que el dinero que Carl Showalter (Steve Buscemi) enterró bajó la nieve junto a un cercado, sigue ahí. Es su tesoro.

Es evidente que algo en la cabeza de Kumiko no funciona bien; como una especie de Quijote, enajenada por su obsesión con Fargo, decide dejarlo absolutamente todo atrás para dirigirse en busca de El Dorado. Sin equipaje, sin ropa de abrigo, sin avisar a nadie, sin una mínima previsión (salvo la tarjeta de crédito corporativa de su jefe que ha robado) y solo sus notas y un mapa que ha cosido en un paño. Así se lanza al vacío de las grandes llanuras heladas de Minnesota y Dakota del Norte. Y avanza, pacientemente. Nada ni nadie la paran.

Lo que podría haber sido una aventura grotesca, cómica o cruel, que es como se tiende a plasmar la locura, los hermanos David y Nathan Zellner la convierten en un retrato tierno y afectuoso. No hay juicio, dejan que el personaje crezca por sí mismo. Al estilo de los cuentos de Andersen, Kumiko the treasure hunter tiene un halo dulce e infantil de regusto amargo; y la frontera entre realidad y fantasía resulta difusa. Se hace muy difícil no empatizar con la protagonista, y su búsqueda acaba convirtiéndose en la del espectador también. Y, como en todo cuento, los personajes secundarios que van apareciendo son bastante pintorescos. Desde el jefe tocapelotas displicente, la amiga de la infancia asentada con la sensibilidad de un tonel, los guías turísticos estrafalarios, la anciana que añora la compañía pero que solo desea escucharse a sí misma, el policía buen samaritano, etc. Y todos ellos, al interactuar con Kumiko, crean situaciones surrealistas que dejan perplejo. Y de paso se muestra el desconocimiento insolente de los estadounidenses sobre Asia. Un humor muy de los Coen, he de decir.

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La película está estructurada en dos partes bastante diferenciadas: la vida en Japón de Kumiko y su posterior aventura en Norteamérica. Para mi gusto quizá se explayan demasiado con la primera y hace que marque el ritmo de la película un pelín lento; pero también comprendo que contextualizar, sobre todo con un personaje tan complejo como el de Kumiko, no sobra. Un personaje que Rinko Kikuchi, la actriz, borda. Kumiko es una mujer taciturna, sus habilidades sociales son nulas y ni por asomo desea desarrollarlas; prácticamente no habla con nadie (salvo con su madre y por teléfono), se comunica con monosílabos, frases balbuceadas y la mirada baja. Bunzo, el conejito, es el ser vivo más cercano a ella. Sin embargo, su lenguaje corporal, en elocuente represión, es tremendo. El trabajo que ha hecho Rinko Kikuchi es extraordinario. Papelón.

Dudo que esta película logre gustar a una mayoría, porque se aleja bastante de cualquier planteamiento al que el cine convencional nos ha acostumbrado. Es diferente, pero accesible a la vez. No se trata de una marcianada ni mucho menos, pero obliga a que nos deshagamos de ciertos clichés que se tienen asumidos como si fueran lo que tiene que ser. No considero sin embargo que sea demasiado arriesgada, es muy natural en todo lo que ofrece, sin aspavientos; y el homenaje, más o menos encubierto a los Coen, fortalece esa sensación.

Con un lenguaje visual muy poético, la película se va desgranando en una serie de cuidadosos planos de gran belleza estética. Esos grandes angulares son maravillosos, mostrando paisajes limpios, puros, que refuerzan la noción de soledad y viaje iniciático de la protagonista. Todo ello acompañado de una música y efectos sonoros que expresan nítidamente sus mecanismos mentales. Me ha gustado mucho tanto la fotografía como la música, impecables. La canción de cierre me ha entusiasmado especialmente, y aquí os la dejo.

Creo que es interesante comentar que los hermanos Zellner (dirigiendo, guionizando y actuando) se inspiraron en una leyenda urbana para realizar este film. Una leyenda urbana con un poso muy real: la triste historia de Takako Konishi. Si os interesa la historia que hay detrás, la podéis ver aquí en un documental realizado por Paul Berczeller en el 2003. Aunque os recomiendo, si os interesa todo este tema, comenzar con la película (la leyenda urbana), para no autospoilearos algunas cosillas.

Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

El gif bonus de Bunzo está dedicado a Mishusina
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