Ya estamos otra vez en esos momentos cuando se reparten los Óscares. No es que haya sido algo premeditado, pero en todos estos años de blog, siempre he escrito una entrada dedicada a alguna obra japonesa (o relacionada con Japón), que ha tenido la fortuna de ser nominada. Siempre lo comento, no soy muy fan de estos galardones, la sempiterna hegemonía estadounidense es un pelín irritante ya; sin embargo, reconozco que es una buena plataforma de lanzamiento para artistas que, de otra manera, no llegarían al gran público. Me refiero sobre todo a ciertas categorías como la de Mejor película de habla no inglesa, Mejor cortometraje, Mejor documental (largo y corto), Mejor cortometraje animado e, incluso, mejor largometraje animado.
Este año estoy gratamente satisfecha con bastantes de los nominados, trabajos como La Favorita, Bao, Isla de Perros, BlacKkKlansman o Vice tienen fuerte presencia y son películas que me han gustado bastante. Por no hablar de que Roma, que se ha convertido en mi película del 2018, es una de las grandes favoritas. No lo acabo muy bien de comprender, porque se trata de un film totalmente anticomercial, pero ahí está, oigan. Quizá como la enésima pataleta de Hollywood hacia Trump, lo que hace su éxito actual un poco oportunista; sin embargo, eso no quita que sea un trabajo excepcional en todos los aspectos, y que merezca reconocimiento. Roma está nominada en multitud de categorías, entre ellas la de Mejor película de habla no inglesa, donde compite con nuestra protagonista de hoy en SOnC: Manbiki Kazoku o Shoplifters, de Hirokazu Kore’eda. ¿Con cuál me quedo de las dos? Buf, no sé. Roma es mucha Roma, pero Kore’eda aquí ha hilado muy fino. También me ha gustado mucho (pero mucho) Cafarnaúm de Nadine Labaki, no tanto la polaca Cold War. Mis gustos rara vez coinciden con el criterio de la academia californiana, por cierto.
Pero regresando a Manbiki Kazoku o Un asunto de familia, se trata de una obra que, a los que hemos seguido la carrera de Kore’eda algo de cerca, nos resultará familiar. Porque del concepto de familia, además, va el argumento. Shoplifters es un drama familiar donde encontramos retazos de I wish (2011), Like father, like son (2013), After the storm (2016) o Our little sister (2015), cuya reseña podéis leer aquí. Podríamos decir que es el tapiz donde el director ha entretejido los temas principales de esas obras previas, para concebir un nuevo retrato del Japón contemporáneo. Y no resulta una estampa amable, a pesar de la perenne sutileza del estilo de Kore’eda. Shoplifters tampoco es una denuncia social; sin embargo, como slice of life de realismo afilado, no puede evitar reflejar graves taras en la sociedad nipona.
El argumento es muy simple, y desde esa base Kore’eda construye una película que crece en complejidad psicológica conforme avanza, planteando una serie de dilemas éticos profundos, incluso escabrosos. Todo con la usual serenidad de este director, experto en hacer de lo más prosaico poesía. El director perfecciona todos sus recursos habituales en Manbiki Kazoku, corazón y mente quedan sublimados en las corrientes de un sentimentalismo racional que atropella al espectador con sus contradicciones y encrucijadas morales. Pero me estoy adelantando, comencemos por el principio.
Érase una vez que se era, en uno de los países más ricos del mundo, una familia tan, tan pobre que, a pesar de que no les faltaba trabajo, no les llegaba para comer. Abuela Shibata contribuía con su pequeña pensión, mamá Shibata trabajaba planchando, papá Shibata era albañil y la hija mayor, Aki, una bonita adolescente, hacía lo propio en un hostess club. Shota, el hijo pequeño, intentaba ayudar haciendo pequeños hurtos en supermercados y tiendecillas, alentado además por su padre. Así lograban poder tener algo que llevarse a la boca.
Un día, regresando a casa, encontraron desamparada en un balcón a una niña, que apenas tenía con qué cubrirse en el frío de la noche. La puerta estaba cerrada, no podía entrar, y la criatura se hallaba en un estado de abandono lamentable. Como además oyeron gritos muy violentos de una pareja en el interior, decidieron rescatarla. Ya la llevarían de vuelta a su hogar al día siguiente. Pronto descubrieron que la pobre chica estaba llena de quemaduras de cigarrillos y hematomas, y que el miedo le impedía hablar. ¿Cómo podían sus padres maltratarla de esa forma? Abuela Shibata intentó curarla y darle de comer.
Sin embargo, cuando estaban llevándola de regreso, los escucharon de nuevo discutiendo, pero no preocupados por la desaparición de su hija, sino despotricando con rudeza sobre la niña. Ojalá nunca hubiera nacido, ojalá no existiera, ojalá no apareciera jamás. Los Shibata no se lo pensaron dos veces: no podían dejarla con personas así. Yuri, que ese era su nombre, necesitaba una familia de verdad. Los días pasaron y los medios de comunicación se hicieron eco de la ausencia de la niña, incluso hicieron acusaciones veladas a los padres de ser unos asesinos. Los Shibata se inquietaron, pero tampoco demasiado; y continuaron con sus rutinas, brindándole amor y un genuino hogar a Yuri, que se cambió su nombre a Lin, que le gustaba más. Nueva vida, nuevo nombre. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
Por supuesto, la película no finaliza ahí. Ni es un cuento costumbrista de desenlace… feliz. Shoplifters se parece más a una matrioshka, historias inesperadas dentro de otras historias, que ocultan una sordidez y desesperación abrumadoras. Es un film imprevisible. Pero Kore’eda sabe dosificar sus venenos con sabiduría, alterna ternura y sensibilidad con frialdad e inclemencia de forma natural y fluida. Como cuando la luz del sol desaparece al llegar una tormenta. Porque la vida, en realidad, es algo similar. Y el autor nos obliga a revisar frases y acciones de los personajes conforme avanza el film, ya que adquieren nuevos significados, asumen implicaciones distintas.
Japón, a pesar de ser uno de los países más desarrollados del planeta, con escasos niveles de delincuencia además, alberga grandes desigualdades sociales, que se invisibilizan por vergüenza y miedo al deshonor. Pero están ahí, y desde los 2000 en pleno auge. Lo que muestra Kore’eda en Un asunto de familia no es algo excepcional, sino producto de las continuas crisis y el capitalismo neoliberal imperante en el país, cuyas prioridades son discrepantes con unas políticas sociales más humanitarias. En cierta forma, la película muestra la indiferencia del sistema hacia los excluidos, débiles y pobres; hacia todo lo que se halle en los márgenes de la sociedad, que los culpabiliza por su situación e ignora.
Son muchos los temas que trabaja Manbiki Kazoku, pero todos parten de la noción de familia. ¿Qué hace que unos individuos conformen un núcleo familiar? ¿Los lazos de sangre son suficientes? Kore’eda explora también la naturaleza y dinámica de los sentimientos en una sociedad tan poco expresiva como la nipona, que grita en silencio por la necesidad de contacto humano, que reprime su horror hacia esa soledad que la está invadiendo. Cada personaje analiza un arquetipo diferente mediante sus particularidades y rarezas; y ofrece una perspectiva distinta del mundo, recreando un efecto puzzle que, finalmente completado, resulta paradójico. Y triste.
El director es capaz de, a través de un delicado sentimentalismo, disculpar lo que es reprobable. Se mueve en una ambigüedad resbaladiza, entre las brumas de un paraje gris que llegan a justificar la mentira, el robo o el asesinato. La complejidad moral de Shoplifters es fascinante y dolorosa a la vez. Y para ello, Kore’eda se ha servido de una narración mínima pero cristalizada en toda una señora actividad de voyeur, con una edición exquisita, invocando las deliciosas escenas cotidianas de Yasujirô Ozu.
No sé qué añadir más sobre este maravillosa película que no implique destriparla. Es una obra llena de secretos, y de personajes realmente entrañables. El camino al infierno, dicen, está pavimentado de buenas intenciones; y es un refrán que podría encajar bastante bien con Shoplifters. Tiene un ritmo apacible, así que los fogosos es mejor que reduzcáis las revoluciones del motor una miqueta. Es Kore’eda, y este señor siempre se toma su tiempo para contar sus historias. Y esta merece la pena verla. Espero que le vaya bien en la gala y se lleve la estatuilla. Roma también la adoro, pero tiene más nominaciones… y la generosidad es una virtud. ¿O no? Soñar es gratis. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.
Hola Sho, ¡muchas gracias por tu recomendación! Que reseña más hipnótica, la veré me ha encantado todo lo que has escrito y conoces de sobra mi predilección por los claroscuros del ser humano. Besos 🙂
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