Seguimos desgranando las Peticiones Estivales, ya muy cerquita de que lleguen mis vacaciones (¡bien!), y con mi amado otoño a la vuelta de la esquina. Los calores van mitigando su intensidad y por las noches es posible incluso domir algo. Aunque hoy hemos tenido 36 rotundos grados, han sido completamente soportables.

La presente reseña ha sido sugerencia de Ange, que hace unas semanitas cumplió 8 años en el mundo blogueril, ¡felicidades! Toda una veterana con su indispensable El libro de Ange, que os invito a que lo visitéis si no lo conocéis todavía. Ange es una de las personas más alegres y optimistas de mi círculo otaco, siempre animando y apoyando a los demás de forma desinteresada. ¡Muchas gracias por estar siempre ahí, eres un solete!

Y la petición que ha realizado a SOnC son palabras mayores, Ange no se ha ido por las ramas: el clasicazo cinematográfico Yojimbo (1961), de Akira Kurosawa.

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No es la primera vez que cometo el sacrilegio de escribir sobre el cine de Kurosawa, también creo que de Yojimbo se ha disertado muchísimo. No podía ser de otra forma, es una obra maestra. Y a pesar de que no voy a aportar nada que no se haya dicho ya, este film merece su pequeño espacio en SOnC. No es mi cinta favorita del director, sin embargo es una de sus películas más aclamadas y célebres. Gracias a ella cambiaron muchas cosas, el western como género no volvió a ser el mismo, así como las películas sobre mafiosos. Su influencia y halo se extienden por el cine de todo el planeta, se trata de uno de esos imprescindibles al que no queda otro remedio más que reverenciar.

Yojimbo o yôjinbô significa en japonés «guardaespaldas», y es la ocupación del protagonista del film. O más bien deberíamos decir su no-ocupación, porque a pesar de que son requeridos sus servicios como tal, no llega a trabajar de ello con integridad. En ningún momento. Fue la vigésima película de Akira Kurosawa, la segunda con su propia productora, ya que el resbalón comercial (que no artístico) de la estupenda La fortaleza escondida (1958), animó al director a desligarse un poco de Toho, e invertir su propio dinero en sus películas. Este hecho cambió muchas cosas, como podréis imaginar.

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Sugino-sensei instruyendo a Mifune en el set de «Yojimbo» bajo la atenta mirada de Kurosawa.

Comenzó a prestar más atención a las obras de productoras competidoras como Toei, a la que tenía una tirria bastante considerable, y parece que su profunda antipatía hacia esta compañía lo llevó a concebir la bilogía de Yojimbo (1961) y Sanjuro (1962). Una respuesta al yakuza-eiga y ninkyô-eiga (cine de mafiosos) que los estudios en Kioto de Toei producían como longanizas. Kurosawa no compartía esa idea romántica del mafioso o forajido de corte tradicional que Toei trabajaba, estaba un poquitín más cerca quizás de lo que Nikkatsu Corporation produciría a lo largo de los 60; por lo que el director decidió crear su propia versión del género, mofándose del ideario del género, y logrando así engendrar un hermoso y decisivo film en el que el western clásico, el chanbara y el cine de gánsteres se estrecharon la mano con pompa y alegría.

El argumento es sencillo en extremo, cuenta la historia de un rônin (Toshirô Mifune) que, dejándose llevar por el puro azar, llega a un pueblo desolado donde la ley no existe, y sus habitantes viven aterrorizados, escondidos dentro de sus hogares. La causa es la guerra abierta entre dos clanes rivales yakuza por el dominio del territorio, y nuestro protagonista decidirá sacar partido a la situación ofreciendo sus servicios como espadachín. Pero el rônin, al igual que los dos bandos enfrentados, no jugará limpio.

El guerrero a sueldo se presenta a sí mismo como Kuwabatake Sanjurô, que es como no decir nada, pues se trata de un nombre escogido al albur mientras mira por encima de una ventana un campo de moras (kuwabatake es mora y sanjurô es su edad, 30 años). Sanjurô no vende barata su pericia como yojinbô o guardaespaldas, y habiendo demostrado gran habilidad en una reyerta, los dos jefes yakuza lucharán por tener su katana de su lado. Sin embargo, el rônin sin nombre aprovechará la situación para jugar a dos bandas, como si se tratara de un tablero de ajedrez, maximizar así su beneficio económico y, de paso, verlos con placer cómo se destruyen mutuamente. Su plan parece encarrilado hasta que llega a la ciudad Unosuke (Nakadai Tatsuya), hermano de uno de los oyabun, armado con una pistola y más sagacidad de la que a Sanjurô le gustaría.

Así queda esbozada la narración de Kurosawa, donde quedan reflejados muchos de los temas habituales de los westerns: el héroe solitario, de alma torturada, que debe tomarse la justicia por su mano ante la ausencia de esta; gente indefensa y a la merced de villanos, necesitada de protección y, uno de los más importantes: la batalla entre modernidad y tradición. Yojimbo tiene lugar en un momento impreciso después de la Restauración Meiji (1868), durante el cual Japón se abrió de nuevo al mundo y tuvo que dejar atrás el viejo sistema feudal y sus satélites. Un cambio de vastas proporciones en el que todavía los japoneses andan un poquillo enredados.

Yojimbo tuvo un éxito inmediato en Occidente, de hecho es la película de Kurosawa más conocida y celebrada por estos lares. Quizá porque toca notas muy familiares para nosotros, es una obra que hiede a Hollywood; no en vano, al señor Pantano Negro se le considera el director japonés más occidental de todos. Por esa basculación hacia la cultura dominante extranjera se le criticó muchísimo en su país.  Pero en este film no solo brota la admiración de Kurosawa hacia John Ford, el escritor de hard-boiled Dashiell Hammett o Federico Fellini. Yojimbo tiene mucho de nipón también a pesar de que sus detractores solo vieran sombras gaijin en él; la influencia de las convenciones del teatro kabuki son incuestionables y manifiestas, por ejemplo.

El mismo protagonista, Sanjurô, es una creación que se rastrea en el cine japonés. Cierto que puede recordar bastante a Humphrey Bogart por esa moralidad dudosa, egoísmo recalcitrante y pasado enigmático; sin embargo, ya en el cine mudo de las islas podemos encontrar anti-héroes protagonizando historias que despojan de todo tipo de idealización la figura del guerrero. Una muestra clara sería la visionaria Orochi (1925) de Buntarô Futagawa (reseña aquí), película que os recomendé el año pasado ya con mucho, mucho, pero que mucho fervor.

Sanjurô es un mercenario (y muy bueno, por cierto), y como tal actúa. Se encuentra en un campo de batalla donde ambas facciones son maliciosas, traicioneras y ruines; por lo que se adaptará al entorno no solo para sobrevivir, sino para pasarlo bien un ratejo. No es un samurái, no se debe ya al bushidô; es un hombre de su tiempo, un individuo aclimatado a las circunstancias de una nueva era. Por eso, con calma y sobriedad, hará gala de una fría inteligencia al servicio exclusivo de sí mismo. Nadie sabe cuáles son sus verdaderos propósitos. Mifune y su genial interpretación originaron el que ya es un arquetipo por derecho propio: el ¿héroe? sin nombre. Sanjurô será siempre recordado por su parquedad insolente, su belicoso espasmo en la espalda, rascarse la barbilla mientras cavila y el lento masticar de un palillo en su boca. Un rônin de espíritu travieso y poco de fiar.

Unosuke, antagonista absoluto de Sanjurô, se encuentra totalmente a la altura de tremendo protagonista; un guerrero peligroso y tan viajado como él que se las hará pasar putas de verdad. El resto de personajes en la película destacan por ser unas maravillosas caricaturas, personajes pulp esperpénticos que dotan a la cinta de un aroma casi surrealista. Sus presencias son esenciales en el film. Porque Yojimbo tiene mucho de comedia negra, es una obra plena de sarcasmos, una parodia, como antes comentábamos, de las ninkyô-eiga realizada con un sentido del humor perverso. Y gusto exquisito. Aunque, por supuesto, Yojimbo se convirtió en algo mucho, mucho más grande de lo que todos esperaban.

Yojimbo es la obra más accesible de Kurosawa, con un guion ingenioso y emocionante, de ritmo agradable y ejecución impecable. Todo lo bueno del lenguaje de Kurosawa está en Yojimbo, pero en formato masticable. Como director de fotografía trabajó el incomparable Kazuo Miyagawa, que ya había colaborado con Kurosawa en Rashomon (1950), y que en Yojimbo brilló de manera espectacular. La sencillez de la historia aúna fuerzas con una puesta en escena asimismo austera y polvorienta, donde los planos panorámicos y de ángulo ultra-preciso intensifican el vacío y soledad que rodean a Sanjurô.

¿Y qué decir de la banda sonora? No encontramos en ella nada de la esperada música tradicional japonesa, sino unas composiciones que beben del jazz, con arreglos de aire oriental pero ritmos latinos frenéticos. Y dosificada con meticulosa atención a lo largo de la película, otorgando protagonismo a los silencios, a los diálogos. No hay duda de que Masaru Satô volvió a hacer historia con este trabajo.

No se puede terminar una reseña dedicada a Yojimbo sin nombrar su plagio más famoso y que se ha ganado, además, un lugar por méritos propios dentro de la historia del cine. Me estoy refiriendo a la insigne y egregia Por un puñado de dólares (1964) del también insigne y egregio maestro del spaghetti western Sergio Leone. Porque sí, es un plagio como la copa de un pino de Yojimbo. Rodada en España, fue una película que costó producir 200.000 $ y por la que recibió Clint Eastwood, siendo este su primer papel protagonista, 15.000 $. Recaudó luego en total casi 15 millones de dólares, de los cuales la mayoría fueron al bolsillo de Kurosawa. En realidad el director japonés ganó más dinero a través de la demanda que interpuso que con la película. Cosas de la vida.

Los productores de Por un puñado de dólares no habían logrado hacerse con los derechos de Yojimbo, pero esta nimia circunstancia no los amilanó. Decidieron continuar con el proyecto variando algunas cosillas de la obra original y prau. ¡Alegría! Lógicamente, esto no sirvió absolutamente de nada, porque Leone además se permitió el lujo de realizar un calco casi perfecto de Yojimbo. Kurosawa, bastante enfurecido, los demandó y fueron a juicio. Todo este asunto, como era de esperar, incrementó la popularidad de ambas películas, y no impidió que Sergio Leone prosiguiese dirigiendo dos secuelas más, Por un puñado de dólares más (1965) y El bueno, el feo y el malo (1966), que son a día de hoy componentes de una trilogía indispensable y clásica dentro del género.

Yojimbo fue un antes y un después en el chanbara y el western. Ha influido de manera notable incluso en franquicias como Star Wars o tebeos como Usagi Yojimbo. Forma parte ya de la cultura popular de Occidente, lo que no pueden decir muchas obras niponas. Y aunque esto no suponga ser una virtud per se, sí nos habla de su enorme trascendencia, de las barreras culturales llenas de prejuicios que ha tenido que superar. Yojimbo es una película sobria y muy, muy divertida; de visión obligatoria para todo aquel que se considere amante del cine. Un film con un objetivo simple y puro: entretener. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

9 comentarios en “Peticiones Estivales: Yojimbo

  1. Hola Sho 🙂 pues se va al carrito de recomendaciones pero ya. Conozco la película «El bueno, el malo y el feo» no sabía que pertenecía a una trilogía que esta basada en el plagio…se ve que los productores se contagiaron de la ilegalidad de los personajes de Yojimbo XD.
    Por cierto Usagi Yojimbo lo tengo en mis lecturas pendientes, cuando por fin le toque el turno lo leeré con atención para detectar las similitudes con el film. Besos y gracias por la recomendación 🙂

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  2. ¡Oh, gracias Sho! Me atreví a sugerir algo muy conocido, porque aunque nos descubres joyitas de antaño tan desconocidas, sabía que algo más famoso tendrían mucho detalles que aporta y que no aportan otros blogs/webs. Como siempre una buenísima entrada 😉

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  3. Gracias por la recomendación! Llevo un buen tiempo leyendo tus entradas y nunca había comentado, debo decir que tus entradas gozan de un cariño y dedicación que no se suele ver en muchos blogs.
    Saludos!

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    1. ¡Muy buenas, Nicolás!
      Gracias por tus buenas palabras, la verdad es que procuro ponerle un poquito de alma a las entradillas, aunque a ratos pienso que no merece la pena, me da la sensación de estar escribiendo para las paredes xDDD pero comentarios como el tuyo animan mucho a continuar ❤
      Gracias de nuevo de todo corazón 🙂

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  4. Para qué te enteres, Sho, por si acaso no me lees por twitter: leo una entrada tuya y aprendo más que en todo un año de filosofía, historia y demás.
    Yojimbo me suena a que la vi con un amigo, y creo que no me gustó, o más bien no la entendí, porque apenas he visto películas de western, samurais o típicas japonesas. Tampoco es que vea o lea mucha ficción, pero esa parte apenas la toco, pese a que tenga cierto interés en la cultura oriental/japonesa.
    Un saludo, Sho, un abrazom uy fuerte y espero que te esté yendo muy bien 🙂

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