¡Ya están aquí las Peticiones Estivales de este 2018! La verdad es que estoy bastante contenta porque ha habido más participación que en las ediciones pasadas, así que, ¡muchísimas gracias a todos los que habéis realizado alguna sugerencia para SOnC! Me habéis ofrecido mucha variedad de trabajo, y eso es realmente estimulante.

Vamos a inaugurarlas con una petición de @morganmorag que, con mucho tino además, solicitó algo de gekiga. Y es que hace bastante que no escribo sobre algún autor del género. Imperdonable. Por lo que hoy vamos a tener la reseña de todo un clásico: Munô no Hito (1985) o El hombre sin talento de Yoshiharu Tsuge (1937, Tokio). Fue publicado en España no hace mucho por Gallo Nero, y es una adquisición que os recomiendo sin pestañear. La misma editorial también ha tenido el exquisito gusto (y fortuna) de sacar adelante La mujer de al lado, un volumen de varias historias cortas muy digno también. Os prometo que no es nada fácil encontrar material fuera de Japón de Tsuge, es un hombre bastante peculiar, y hasta no hace mucho las obras publicadas en Occidente de este maestro del manga eran contadas con los dedos de una mano en inglés y francés (cómo no). Ahora podemos añadir dos más. En español. Y ya.

Este señor al que vemos posando rodeado de cámaras fotográficas con pintas de un ser humano normal es el autor protagonista de hoy. Aparecen también su hijo y esposa, la actriz e ilustradora Maki Fujiwara. Podría haberme inclinado por Yoshihiro Tatsumi (del que ya escribí un poco aquí), Osamu Tezuka, Sanpei Shirato o Shigeru Mizuki, nombres habituales relacionados con el género, y que suelen acudir a la mente del lector de tebeos avezado. Sin embargo, he preferido alejarme un poco de lo obvio, y acudir a los márgenes del manga. No por eso menos trascendentales e interesantes. Yoshiharu Tsuge fue, y es porque continúa vivo a pesar de vivir alejado del mundo del cómic, uno de los mangaka más importantes e influyentes de la historieta de Japón. Aunque su nombre no suene tanto como el de otros (gracias a Gallo Nero eso está cambiando por estos lares), su importancia es capital en el desarrollo y evolución del gekiga, que Tsuge además llegó a rebasar.

Pero antes de entrar en harina con El hombre sin talento, resulta imperativo detenerse un mínimo en la biografía de este hombre. Su obra, una de las más originales del manga nipón, está vinculada de manera insondable a sus circunstancias vitales. No se entiende la una sin la otra.

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Tsuge, en 2015, comentando en una cafetería algunos originales de su clásico «Chiko» (1966) Fuente: http://d.hatena.ne.jp/shimizumasashi/comment/20111019/1319027589

Unos tebeos tan singulares como los suyos no podían proceder de una vida común tampoco. Muy a su pesar, Tsuge tuvo una infancia difícil marcada por un entorno de familia disfuncional, la pobreza extrema y la II Guerra Mundial. Psicológicamente, Tsuge sufrió durante toda su vida adulta las consecuencias de una niñez y adolescencia muy, muy penosas.

Su padre falleció, dejando a su madre con varias bocas que alimentar, por lo que nada más acabar la educación primaria, Yoshiharu Tsuge se vio obligado a trabajar en fábricas. Tenía dos hermanos y dos hermanas más, siendo él el mayor (su hermano Tadao Tsuge, del que seguro que escribiré en el futuro, también se dedicó al mundo del cómic). Se crió en un Tokio devorado por la guerra y su posterior recesión. Con 14 años intentó fugarse como polizón en un carguero de bandera estadounidense; con 16 ya estaba dibujando, a los 20 intentó suicidarse.  Siempre fue una persona extremedamente tímida, por lo que el negocio del manga le permitía no tener que relacionarse casi con gente y, a la vez, ganar dinero con modestia. Se estrenó en el mercado del kashi-hon, muy popular entre las clases humildes en los años 50, y donde solía dibujar chanbara para el público joven. A pesar de que eran tebeos sencillos, con la influencia inevitable de Osamu Tezuka, no dudó en inocularles tinieblas, cosa que llamó la atención de los profesionales del gremio. Sin embargo, la miseria no lo abandonaba, y se vio forzado a vender su propia sangre para subsistir. A los 18 años creó su primer gekiga; y en 1967, Shirato Sanpei lo invitó a publicar su material en la fundamental revista Garo, que se convirtió en uno de sus medios de expresión. En sus páginas se explayó con tranquilidad y osadía, rompiendo las reglas establecidas del manga, innovando y creando nuevos géneros incluso. Sus tentáculos creativos llegaron hasta el mundo del cine, la música y la literatura, que leyeron asombrados (y ávidos) todas sus invenciones y novedades.

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El que se apoya en la puerta es Mizuki, con su inconfundible sonrisa; el de en medio sin gafas y chaqueta blanca, Tsuge.

Pero la mente de Tsuge, influida quizás por la neurosis padecida por su padre y multitud de traumas más, no le permitió llevar una carrera artística constante y uniforme. En 1966 sufrió una profunda depresión que lo condujo a abandonar sus propias creaciones, y para ganarse la vida trabajó como ayudante de Shigeru Mizuki. Aprendió muchísimo de él, su estilo se pulió y absorbió muchas de sus características. Pero Tsuge se recuperó, y continuó adquiriendo una reputación bastante especial. Su obra, completamente insólita para la época, junto a su talante inusual, le hicieron ganarse los adjetivos de ishoku (único, original) y kisai (genio), que aunque triunfaba entre la crítica especializada, el público general encontraba inaccesible. Podríamos considerar a Yoshiharu Tsuge el primer mangaka excéntrico de la historia de Japón.

Tsuge dibujó básicamente gekiga, tebeos avant-garde como crónicas oníricas, y narraciones autobiográficas. También historias sobre sus viajes por el Japón menos conocido, a ese Japón recóndito al que no se presta(ba) atención. En total, publicó unas 150 obras, hasta que a finales de los 80 decidió retirarse definitivamente del mundo del manga, por el que sentía ya una profunda repugnancia. A pesar de que la depresión interrumpió  su carrera profesional en varias ocasiones, su adiós en 1987 fue definitivo. No ha regresado ni tiene intenciones. Es posible que ese odio que desarrolló hacia la industria editorial comenzara ya en los 70, cuando el modelo de negocio cambió. La libertad creativa se supeditó a la productividad, algo totalmente incompatible con la manera de ser y hacer de Tsuge.

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Munô no Hito o El hombre sin talento

Y así llegamos hasta el tebeo protagonista de hoy, El hombre sin talento (1985). Tsuge nunca fue un autor optimista, de hecho todo ese entusiasmo renovador que muchos artistas de la posguerra cultivaron, y que vio renovadas sus energías en el boom de los 80, no impregnó en absoluto su espíritu atormentado. Esa década fue además una etapa dura para él, estuvo ingresado varias veces en instituciones psiquiátricas, y perdió la visión de su ojo izquierdo. Se encontraba extenuado, y este manga  recoge muy bien ese sentir vital, que no obstante lo acompañó desde niño, y que fue ahondando sus raíces a lo largo de los años. Se trata de un cómic enclavado en el watakushi-manga, género que él mismo inició con Chiko, el gorrión de Java (1966). El watakushi-manga es una especie de traslación al medio del tebeo del género literario watakushi-shôsetsu o «novela del yo», que surgió a finales de la era Meiji. Un tipo de novela centrado en las vivencias y pensamientos del mismo escritor, imbuído también de una potente crítica social, riqueza simbólica y complejidad psicológica. El mangaka, como buen introvertido, era (seguirá siendo, digo yo) un lector voraz, y no titubeó a la hora de dejarse empapar por los libros que leía. Visto en perspectiva, era inevitable que Tsuge acabase creando el watakushi-manga. Porque abrirse en canal y mostrar las entrañas al público no puede ser más tsugiano.

talento17Pero a diferencia de sus obras pasadas, que emanaban un fulgor claramente surrealista, Munô no Hito es esencialmente realista, más cercano si cabe al watakushi-shôsetsu. Una historia formada por otras más pequeñas, presentadas mediante pequeños detalles cotidianos, que son los que construyen y dan verosimilitud a la narración. Siempre desde una estricta perspectiva individual, en primera persona. Sin embargo, aunque tiene tintes autobiógraficos muy evidentes, reducir El hombre sin talento a la categoría de memorias, confesiones o un mero diario, sería constreñir su naturaleza. Este manga es mucho, mucho más.

Podríamos comenzar diciendo que El hombre sin talento es un enorme slice of life. Porque el costumbrismo nipón, con esa eterna dicotomía entre tradición y modernidad que brota por doquier, alcanzó su orgasmo en los 80; y Tsuge lo expresó de una manera contudente. La lucha por adaptarse a un mundo nuevo, ajeno, extranjero, superficial y cruel. Pero este combate empezó para Tsuge ya de niño, con la derrota de la II Guerra Mundial. Muchos japoneses no supieron aclimatarse a ese nuevo cosmos que los dejaba atrás. Un capitalismo feroz que asfixiaba lo que no fuera rentable, y que ridiculizaba además el pasado. Y el protagonista de Munô no Hito no es otro que una de esas personas desarraigadas, cuyo espíritu todavía se aferra al viejo Japón, y es incapaz de salir del agujero. Regodeándose en su miseria, rumiando junto a otros como él la amargura  que brinda ser consciente de la propia mediocridad. Y solo desear desaparecer. Ese es Sukezo Sukegawa, álter ego de Yoshiharu Tsuge.

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Sukezo Sukegawa es un mangaka que decide abandonar la profesión para dedicarse a negocios que no funcionan. Su esposa lo desprecia por su insensatez, y su hijo, un muchachito enfermizo que padece asma, parece estar desarrollando algún tipo de desorden mental. El único sustento que tienen para sobrevivir es el trabajo de ella, repartiendo publicidad en los barrios obreros. Viven con muchas estrecheces.

Sukegawa empezó con un proyecto de venta de cámaras de segunda mano que al principio funcionaba bien, pero acabó quebrando; luego decidió dedicarse a la venta de suiseki, o piedras de forma y/o color especiales que evocan de manera hermosa paisajes, animales, etc. Una disciplina antigua procedente de China y que en su momento álgido movió mucho dinero, pero totalmente abandonada cuando Sukegawa resuelve dedicarse a ella. Como carece de dinero, no puede viajar a lugares remotos y especiales donde hallar suiseki de calidad, así que los busca al lado de su casa, en el río Tama. Un lugar muy transitado y que todo el mundo conoce, por lo que resulta absurdo vender piedras que cualquiera puede recoger con facilidad. Algo tan lógico no penetra en la cabeza de Sukegawa, que con terquedad insiste incluso en ampliar el negocio. Sukegawa duerme, sueña, divaga, tiene ideas grandilocuentes y su mente vuela. Pero la realidad es más tozuda que él, su empresa está condenada al fracaso.

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Sukegawa se relaciona con otras personas tan perdidas como él, unos sumidos en las mezquindades de su especialidad, de espaldas al presente y regurgitando la gloria del ayer; otros devorados por la miseria y su propia amargura; también alguno que refleja su propia pasividad y abandono, su afán autodestructivo inconsciente. Para él es un consuelo no encontrarse solo en su condición de inadaptado, incluso siente cierta alegría perversa al observarlos tan desdichados como él. Porque todos, en cierta manera, han elegido vivir así, el mismo Sukegawa reniega de su propio talento (¡que lo tiene!) una y otra vez.

Pero toda esta indolencia por parte de Sukegawa, ese vacío existencial que roza el nihilismo, tiene unos fundamentos filosóficos sólidos. Se trata, nada más y nada menos, que del objetivo final del budismo, que es alcanzar el nirvana. La propia etimología de la palabra nirvana es «extinguirse de un soplo, apagarse como una vela». Evaporarse, dejar de existir. El mismo Sukegawa lo expresa así en varios momentos, y es que Tsuge fue un gran lector de los textos de las diferentes escuelas budistas japonesas.

El hombre sin talento carece de estructura lineal, pero se recorre con bastante facilidad. Son seis cuentos autoconclusivos que pueden leerse de manera independiente y sin seguir un orden concreto, pero que juntos forman un volumen cohesionado y natural. Unido esto a un dibujo sencillo, pero de una expresividad apabullante, tenemos entre manos un tebeo engañosamente simple. Formalmente es clásico, pero su mensaje es profundo y complejo. El arte, que bebe de grandes maestros como él (Tezuka, Mizuki), con una ambientación y escenarios extraordinariamente minuciosos, es uno de sus puntos fuertes; aunque a los otacos más familiarizados con el estilo comercial es posible que les cueste acostumbrarse. Esto es gekiga, esto es manga alternativo. Ha sido toda una experiencia disfrutar de sus maravillosos paisajes rurales y urbanos, de una prolijidad exquisita.

Se trata no ya solo de un autorretrato por parte de Tsuge, sino de una estampa social dolorosa, donde se plasman las crueldades de una sociedad que se fagocita a sí misma. Hipócrita, codiciosa y de una competitividad desalmada. No hay lugar para aquellos que se resisten a esa maquinaria de capitalismo feroz, sea porque no pueden ya adaptarse a los nuevos tiempos, sea por pura rebelión, sea por apatía inconformista. O todo a la vez. Y Tsuge no vacila a la hora de emponzoñar la historia con una ironía acre que se mofa de todo y de todos, incluido él mismo. Hay cierto aroma sadomasoquista en todo ello.

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Sin embargo, aunque la imagen que vierte sobre sí mismo es bastante sangrante, lo hace desde una posición de autocontemplación, con una serenidad luminosa. Y se muestra sin temor suspendido sobre un abismo donde comparte desgracias y reflexiones con otros parias como él. Todos participan de un mismo destino, y reverberan en la misma frecuencia. Algunos de ellos son auténticas caricaturas hasta en su diseño, pero todos están trazados con un perfil psicológico nítido, con su propio simbolismo. Un abanico de sentimientos y emociones que asombran por su precisión.

Además de la dureza, la ligera denuncia social y esa vulgaridad soez que Tsuge plasma, desafiante, con brillante sentido del humor (el profiláctico en el río, el niño que defeca en medio del restaurante, etc), en El hombre sin talento hay espacio para el lirismo. Porque Tsuge sabía crear poemas con sus dibujos, con sus textos. Una poesía de belleza delicada y simple, deudora del Mono no aware. Los guiños al surrealismo, a pesar de que se trata de una obra realista, no son pocos; y aportan una fascinación morbosa a todo lo que va acaeciendo.

El hombre sin talento es un manga que todo amante de la cultura japonesa debería leer tarde o temprano, porque ha trascendido ya las barreras del mundo del tebeo.  Munô no Hito es literatura, es filosofía, es arte. Con una tranquilidad pasmosa y sin caer en el melodrama (en una obra así sería de muy mal gusto), Tsuge desgrana unas historias que reflejan la sociedad y sentir de una época, que expresan una angustia vital tan introspectiva como misteriosa. Su mensaje continúa siendo totalmente vigente, y cala. Ya os digo yo que cala. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

 

11 comentarios en “Peticiones estivales: El hombre sin talento de Yoshiharu Tsuge

  1. Hola Sho 🙂 pues no sé, tus palabras para esta obra me han calado en lo más hondo. Si así es el manga ¡bienvenido sea! Justamente ayer hablaba con mis padres sobre este capitalismo feroz en el que todos estamos envueltos y el tiempo que pasa demasiado rápido (que en realidad somos nosotros que vivimos más acelerados) Saber que hay un autor que se sintió así de abrumado hace que lo sienta aún más cercano. Japón es una caja de sorpresas, nunca deja de mostrarme otra visión o el eco de lo que estuve pensando jaja. Un abrazo Sho.

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    1. ¡Aloha, Coremi! 🙂
      Este manga es muy especial, merece una lectura atenta porque posee multitud de matices y viñetas sobre las que reflexionar. Es una pena que Tsuge decidiera mandarlo todo a escaparrar, pero por ptro lado comprendo su profundo hastío…
      Un mundo complejo y feo este en el que vivimos, pero no tenemos otro a no ser que lo construyamos. Y somos muchos para llegar a un acuerdo común, me parece… en fin.
      ¡Abrazote!

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  2. Pues sí que es difícil encontrar su material fuera de Japón, sí… lo tendré que buscar en una de las librerías frikis de mi ciudad a ver si hay algo, aunque habrá que esperar a que haya dinero y ganas de de deprimirse, porque menudas historias…xD también espero tener suerte, porque últimamente no ecuentro nada de lo que quiero, tengo muchos mangas pendientes (algunos descubiertos en Sin orden ni concierto) y siempre están agotados,descatalogados o ni están. Qué cosas más rarillas leemos.
    Por otro lado, me alegro de que estés publicando otra vez. Estuve revisitando el blog varias veces al mes después de la entrada de Takahata y me estaba empezando a preocupar por si te había pasado algo, jajaja. Pero veo que estás de vuelta, así que maratón de entradas, que tengo unas cuantas para leer.

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    1. ¡Muy buenas, may! 😀
      el material de Tsuge es complicado de encontrar, sí. Además que por lo que tengo entendido, el propio mangaka no lo pone nada fácil para que editoriales no japonesas publiquen sus trabajos. Es de la opnión de que sus obras no merecen la pena que se traduzcan, tiene una opinión muy pobre sobre sus mangas. Un hombre extraño Tsuge.
      He tenido problemas personales serios, la salud es la que manda, y tuve que retirarme un tiempo de la blogoesfera. ¡Pero aquí estamos de nuevo!
      ¡Un abrazo de oso, may, gracias por estar ahí! ❤

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  3. Muchas gracias disfrute mucho esta entrada de peticiones estivales, Tsuge me gusta mucho y había visto que esta editorial había publicado su trabajo, y ahora después de leer esto creo que no dudare en pedir a alguna amistad de por esos lares que me lo traiga de favor 🙂 Recordé también que en una entrevista para una serie documental sale Maruo con una camiseta de Neji shiki lo único que eh podido leer de Tsuge y me encanto, y si aun puedo sugerir una petición estival aunque a estas alturas sea mas capricho estival por aquello del destiempo 😛 Hideshi Hino y Kyoko Okazaki siempre se me han hecho interesantes y sus trabajos son brutales tocando mi kokoro.

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    1. ¡Aloha, deliririum! 😀
      Tsuge es miel sobre hojuelas, un gran mangaka con un mente extraordinaria, rebosante de creatividad y mala leche. Para mí es un genio, y fue muy triste que decidiera retirarse, aunque también comprendo su postura frente a la industria del manga, que es monstruosa.
      Queda apuntada tu Petición Estival, Hino y Okazaki también son dos autores que me gustan muchomuchomucho :3
      ¡¡Saludos, nos leemos!!

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