¡La primavera ya está aquí! No lo parece demasiado, pero el equinoccio vernal lo hemos dejado atrás hace ya unos días, así que SOnC estrena la nueva estación con la sección dedicada a la arqueología del shôjo: Shôjo en primavera. No podía ser de otra forma. Y lo hacemos con un manga escrito y dibujado por el que ha llegado a ser considerado «el Stan Lee japonés», también llamado el Rey del Manga (manga no ôsama): Shôtarô Ishinomori (1928-1998).

Que no haya aparecido todavía por aquí es cosa seria (no tengo perdón), pues nos estamos refiriendo a un autor histórico, a la altura de Osamu Tezuka, y cuya ingente labor ha sido imprescindible para el desarrollo y evolución del tebeo japonés. Ishinomori es uno de los grandes, sin él el manga moderno y, sobre todo, el tokusatsu no serían igual. Creo que merece la pena que nos detengamos un poquito (solo un poquito, tranquilos) en conocer al mangaka antes de meternos en harina con el cómic que hoy nos ocupa: Ryûjin Numa (1957-1964) o El estanque del dios Dragón.

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En esta foto del año 1969 aparecen importantes autores del gekiga, ¿a cuántos reconocéis? ¿sois capaces de localizar a Ishinomori-sensei entre ellos? ¡Venga, no es tan difícil!

A pesar de la descomunal contribución de Ishinomori a la cultura popular japonesa, casi no se le menciona en Occidente. Se ha escrito largamente sobre Osamu Tezuka, Shigeru Mizuki, Yoshihiro Tatsumi o Sanpei Shirato, sin embargo de Shôtarô Ishinomori no hay tantas referencias teniendo en cuenta además el volumen de su obra y trascendencia. De hecho, en 2007 recibió de manera póstuma el certificado de El libro Guinnes de los récords como el autor que ha publicado más números de comics: 770 títulos diferentes (500 tankôbon) en total. Yo también entono un mea culpa porque en tres años de blog únicamente lo he nombrado de pasada en una única entrada. Pero hoy, más vale tarde que nunca, puedo al final reparar esa fea omisión.

Si hay que comenzar por algún sitio, es de rigor indicar la fecha y lugar de nacimiento: 25 de enero de 1938 en Tome, prefectura de Miyagi, en la región norteña de Tôhoku. Desde niño sintió que su vocación eran los tebeos, y con sus primeras publicaciones en Manga Shônen, siendo todavía adolescente en 1955, llamó la atención de Tezuka, que lo acopló a los artistas de su órbita. Los apartamentos Tokiwa-sô forman ya parte de la historia del manga, y en ellos Ishinomori comenzó a desarrollar su propia carrera. Aunque no hiciera del realismo dramático del gekiga exactamente su bandera y llegara a ser más celebrado por sus extraordinarias obras de ciencia-ficción, manga no ôsama trabajó casi todos los géneros. Incluido el que hoy nos atañe, el shôjo, incorporando además importantes novedades que afectarían a su evolución. Como perteneciente a la generación yakeato, que nació durante la Guerra del Pacífico (1937-1945) y vivió durante su infancia y adolescencia las consecuencias del terrible conflicto bélico, sus experiencias influyeron en sus obras hondamente.

ishinomoriShôtarô Ishinomori es conocido, principalmente, por sus colaboraciones televisivas en series de los 70 basadas en mangas suyos: Kamen Rider (1971), con sus diversas secuelas y encarnaciones; Himitsu Sentai Gorenger (1975) o J.A.K.Q. Dengekitai (1977), que asentarían los cimientos del super sentai, alcanzando fama internacional. Pero en el mundo del manga, que fue realmente la disciplina donde se explayó, fue responsable de grandísimos clásicos como Cyborg 009 (1964-1979), el ya mentado Kamen Rider o seinen históricos como Sabu to Ichi Torimono hikae (1966-1972) o Hokusai (1987). No obstante, a mí, personalmente, me llama la atención su labor en el gekushû o manga de entretenimiento educativo. Fue un auténtico pionero en este género, que se dirigía tanto a un público adulto como juvenil, y en el que predomina el espíritu pedagógico. Muy interesante pinta la historiografía del cómic que realizó en Manga Nihon no Rekishi (1989-1993), planteando sin rodeos un Japón integrado en un continuum cultural junto a China y Corea, una noción alejada por completo del tradicional (y extendido) nacionalismo nipón que siempre ha enfatizado la singularidad e impermeabilidad de la nación japonesa.  Y totalmente visionario fue su Shônen no tame no manga-kanyûmon (1965), un manual para que jóvenes aspirantes a mangaka pudieran aprender los primeros rudimentos de la profesión. Él fue el primero en crear un tebeo de estas características a nivel mundial.

Sin embargo, el cómic estrella de hoy es un shôjo, como antes comentábamos. Porque como muchos de los fundadores del manga moderno, Ishinomori realizó unas cuantas obras en esta demografía. Y a pesar de que no gozaba ni del mismo respeto ni prestigio que su hermano el shônen, y ni muchísimo menos el seinen, nuestro amigo shôjo tiene una importancia capital en el tebeo japonés. Más allá del tradicional desdén o indiferencia que despierta todavía,  el mal llamado «género para chicas» tuvo en su infancia unos cuantos paladines que no lo hicieron nada mal. De hecho, Môto Hagio, una de las renovadoras de la demografía, no duda en citar como influencia a Osamu Tezuka y, como no podía ser de otra forma, a Shôtarô Ishinomori. Su manga Poe no Ichizoku (1972-1976), del que tenéis su reseña aquí, posee una gran influencia de la obra que precisamente vamos a tratar hoy: El estanque del dios Dragón.

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Ryûjin Numi en realidad es una colección de seis historias cortas que Ishinomori fue dibujando desde 1957 hasta 1964. La primera y la última, que tienen casi el mismo nombre, Ryûjin Numa y Ryûjin Numa no shôjo, son dos versiones distintas del mismo cuento. A salvedad de este dúo de one-shots, ninguno más comparte vinculación. Son narraciones distintas y con estilos diferentes, en los que es posible observar la evolución estilística de Ishinomori y su gran versatilidad.

Ryûjin Numa

Es el cuento que da título al tankôbon, publicado por la legendaria revista Shôjo Club. Es el único, junto a su primer avatar Ryûjin Numa no shôjo, que tiene lugar en un contexto puramente japonés. Narra la llegada de Kenichi a su pueblo durante las vacaciones de verano, donde le espera su prima Yumi y sus tíos. Pronto tendrá lugar el festival donde el kami de la laguna sagrada, un dragón, es venerado con diversas celebraciones. Un espectáculo folclórico de gran colorido que Kenichi no quiere perderse. Pero algo raro sucede en la aldea, fenómenos extraños rodean el estanque, donde se aparece una enigmática y bella muchacha vestida con un fino kimono. Y, lo más importante, parece que el dios dragón se encuentra muy descontento y está provocando serias desgracias entre algunos habitantes del pueblecito. El sacerdote del templo está convencido de que para calmar su furia serían necesarias ofrendas de dinero. ¿No huele un poco a chamusquina? Eso le parece a Kenichi, así que, fascinado por la visión de la doncella y, a la vez, receloso por lo que está acaeciendo, decide investigar los acontecimientos.

dragon4Ryûjin Numa es un cuento fantástico con destellos de intriga y el acostumbrado romance por parte del personaje principal femenino. Kenichi parece ajeno a los esfuerzos de Yumi, recién llegada a la pubertad, porque los ojos de su primo están fijos en la esquiva mujer que parece encontrarse en el meollo de todo el misterio. ¿Cuál será el desenlace de estos secretos? Ishinomori no decepciona en el desarrollo de la historia, con un final agridulce muy adecuado.

Yoru wa Sen no Me wo Motteiru

Noriko Umemiya es una joven universitaria huérfana que aspira a trabajar como tutora de los chicos de una familia acomodada. Son tres hermanos rebeldes que se han criado sin la presencia de su madre, por lo que a Noriko le cuesta ganarse su confianza. Pero esa no será la única dificultad con la que se tope la joven. El padre de la chavalada parece también un hueso duro de roer, al que le persigue un pasado desgraciado y turbulento. Nuestra protagonista se verá envuelta en una serie de incidentes misteriosos y que ocultan un gran peligro del que tratará de proteger a sus pupilos.

Acción, suspense y un final que desvela una confidencia inesperada… aunque para Noriko solo representa la meta a la que aspira toda chica japonesa de la época (y parece que actualmente también). Un shôjo siempre será un shôjo, y más en la década de los 60. Por lo demás, Ishinomori se atreve a tomar prestados elementos del gekiga e introducirlos en su historia, aportando cierta crudeza insospechada. Un relato bastante curioso.

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Mizuiro no Hoshi

Se trata del one-shot más clasicote, al menos desde nuestra perspectiva, pero que en su momento fue bastante innovador. Una historia romántica en el Moscú decimonónico, donde dos jóvenes se conocen en circunstancias dramáticas y se enamoran. Ellos son Maria y Leonid; ella estudia canto en la Escuela de Música, y él es un pobre escritor con problemas de autoestima. Muy pronto, Maria destaca entre sus compañeras y el gran compositor Ruskin la elige como estrella de su próxima y gran ópera. El triángulo amoroso está servido, se masca la tragedia, ¿qué sucederá? Nada a lo que el Grupo del 24 no nos haya acostumbrado, pero de una forma mucho más sencilla y tosca. Quizá sea el relato más flojillo de los seis, sin embargo su valor se mide en la cantidad de características que vaticina del shôjo de los 70.

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Kiri to Bara to Hoshi to

Es el one-shot más ambicioso del recopilatorio y, como indica su título, La niebla, la rosa, la estrella y…, está dividido en tres partes, preludiadas por citas de autores como Hermann Hesse (1877-1962) o Dante Alighieri (1265-1321).  La niebla es una historia del pasado, donde la protagonista, Lily, nace como vampiro; La rosa pertenece al presente, en la que se desarrolla un crimen que Lily deberá resolver para limpiar el honor de los vampiros; y La estrella se encauza en un futuro (realmente nuestro pasado, pues el mangaka lo sitúa en 2008) donde unos monstruos similares a los de la mitología grecorromana invaden la Tierra procedentes de Marte.

Este último, La estrella, es el más bizarro del trío. Una mezcla de ciencia-ficción bobalicona, pero bastante audaz, con melodrama folletinesco. Muy Serie B, lo que me entusiasma, y que además se atreve a lanzar sus propias reflexiones filosóficas sobre la naturaleza humana y vampírica. Lily es una vampira que, en cierta manera, detesta su condición, pero la acepta procurando causar el menor daño. Mantiene su vampirismo oculto, y vive su existencia fingiendo ser una persona normal. Siente una gran empatía por la que fue su especie, de alguna manera todavía no ha renegado de su humanidad.

Kiri to Bara to Hoshi to es el más Tezuka de los cuentos que Ishinomori incluyó en la compilación, tanto en el argumento como los recursos artísticos. A pesar de la intriga, la acción y las bonitas pinceladas de terror gótico, ahí tenemos muy presentes los gags cómicos que más que divertir, cortan el rollo bastante. Pero eran otros tiempos, y este tipo de elementos se consideraba necesario incluirlos, y así modelar un tebeo adecuado para las mentes más jóvenes. Relajar la tensión y oscuridad de las historias, porque, recordemos, no dejaban de ser shôjo.

Kaigara no Yôsei

El elfo de la concha o Kaigara no Yôsei es un cuento sencillo sobre un elfo (yôsei es la palabra que se utiliza en Japón para las criaturas mágicas occidentales como hadas, duendecillos o elfos) que cuando es atrapado por algún humano, debe concederle tres deseos para así liberarse. Y es lo que les ocurre a tres hermanos en una playa, encuentran una concha donde habita un ser de este tipo. Por supuesto, les concede sus peticiones aunque, como en todos los anhelos cumplidos, existe una letra pequeña. Kaigara no Yôsei es una historia tierna sin presunciones que se lee con verdadero placer.

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Ryûjin Numa no Shôjo

La primera versión del relato, que data de 1957, es mucho menos refinada y carece de los detalles de su hermana pequeña. Contiene los ingredientes básicos: el amor no correspondido, la doncella misteriosa, la corruptela económica; pero narrada con más rapidez y sin la riqueza de matices del one-shot posterior. Si embargo, es el dibujo lo que me ha entusiasmado, por su aire primitivo y de bella geometría. Ese candor e inocencia resultan deliciosos, así como esa disposición tan elemental de las viñetas. El románico del manga, camaradas otacos, también posee su magia.

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Los protagonistas tampoco se llaman igual, aquí son Akira y Miki; pero su dinámica personal es la misma: la indiferencia, los celos y la dicotomía amor real vs. amor inalcanzable. Unos patrones que veremos repetidos una y otra vez en la demografía con mayor o menor fortuna; y cuyo desenlace también variará dependiendo del grado de madurez que el autor quiera dispensar a su obra. En este caso, Ryûjin Numa no shôjo alcanza un final mucho menos cruel que el que siete años más tarde Ishinomori concebiría, aunque no por ello resulta menos encantador.


Como en todas las obras clásicas shôjo, no pueden faltar los elementos que lo caracterizan, como el entorno occidental idealizado. Las referencias a obras literarias europeas están muy presentes, como la poesía de Francis William Bourdillon (1852-1921) o Algernon Charles Swinburne (1837-1909). Por no hablar de que imprescindibles como El Fantasma de la ópera de Gaston Leroux, Carmilla de Sheridan LeFanù o el musical The sound of music sobrevuelan continuamente sobre estas pequeñas historias. Sin embargo, no podemos negar que el cuento principal, que da nombre a la compilación, es de ascendencia japonesa, incrustado en el rico folclore del sintoísmo.

Me ha llamado muchísimo la atención cómo Ishinomori, en el one-shot Mizuiro no hoshi, que quizá sea el relato más simple y fiel a la demografía, decidió mantener la presencia de ciertos recursos del emonogatari. El emonogatari fue un formato híbrido entre tebeo y novela, una especie de “libro ilustrado” dirigido al público joven. Eran como versiones impresas de los cuentos de los kamishibai, con un dibujo naturalista y fuerte presencia de texto. Durante unos años compitieron en popularidad con el manga, hasta que fue barrido por este a finales de los 50.

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Shôtarô Ishinomori, a pesar de la pureza infantil con que impregna los cuentos, introduce ingredientes que no son tan esperados en el shôjo, al menos en esa época. El misterio, el terror, la ciencia-ficción ¡y el noir! Es realmente sorprendente encontrar estos géneros en una demografía que, por entonces, se dedicaba más bien a formar a las niñas japonesas para que fueran las perfectas esposas, madres y amas de casa. Para ello, Ishinomori coloca de protagonistas de la acción a personajes masculinos, dejando los femeninos en roles mucho más acordes con los ideales del momento: bellas muchachas de carácter sumiso, casi siempre pasivo y enfocado a la esfera de los sentimientos. Uno de ellos, no obstante, Kaigara no Yôsei, se aleja un poquitín de esa disposición, tomando las premisas de un slice of life fantástico muy lindo.

Ninguno de los argumentos sorprende, de hecho la resolución de un par de ellos es tremendamente manido, y en eso se nota que son obras de hace cincuenta años. Tienen mucho de folletinesco, y la violencia explícita es un recurso que Ishinomori no duda en invocar, lo que hace de estos one-shots obras, por otro lado, bastante insólitas. Es indudable que se trata de un shôjo que ya se percibe distinto, Ryûjin Numa auspicia lo que unos años más tarde el Grupo del 24 ofrecería al mundo: la revolución.

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Bocetos de Ryûjin Numa no shôjo (1956)

Shôtarô Ishinomori respeta totalmente el estilo gráfico del shôjo, con esos enormes ojazos estrellados y detalles románticos florales. En todos, además, la influencia de Tezuka y su Ribbon no Kishi (1953-1956) es cristalina. Los personajes cómicos o malvados aparecen totalmente caricaturizados, con el típico trazo Disney en su dinámica; sin embargo, en Mizuiro no Hoshi el estilo es muy distinto, fluye a borbotones del jojô-ga, resultando extraordinariamente cercano al que luego desarrollaría Riyoko Ikeda. Esta diversidad estilística es maravillosa para poder observar la evolución del dibujo shôjo, no solo la del propio mangaka. El progreso de una demografía que tanto ha aportado, y continúa haciéndolo, al arte del tebeo japonés. En Kiri to Bara to Hoshi to se comienzan a apreciar también los modos y formas que una década más tarde serían la seña de identidad de la demografía.

Pero no solo brota exuberancia, Ishinomori también ofreció delicado minimalismo, también nos descubrió la belleza de los vacíos y silencios que son pura poesía. Una esencia netamente japonesa que rezuma sus jugos en la encarnación más joven de Ryûjin Numa.

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Ryûjin Numa es una bonita compilación de seis one-shots que hará las delicias de los amantes de la historia del manga. Tienen la virtud de ofrecer al ojo observador la historia estilística del shôjo mediante unos relatos de argumento atractivo. Como casi todo volumen recopilatorio, su contenido resulta bastante heterogéneo; y las historias no pueden presumir del mismo nivel de calidad. No obstante, a pesar de sus diferencias no se puede decir que haya alguno realmente malo. Todos poseen su interés y entretienen, aunque no habría que olvidar a la hora de abordarlos que son hijos de su tiempo. Juzgarlos desde la óptica del presente no es que resulte solo estúpido, sino también bastante injusto. Si eres fan del shôjo, deberías leerlos; si eres fan del manga en general, tendrías que hacerlo igualmente. Son ya historia. Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

5 comentarios en “Shôjo en primavera: Ryûjin Numa

  1. Hola Sho, genial rebuscaré en los confines de la web a ver si encuentro material de Ishinomori 🙂 el dibujo me resulta interesante, y tienes toda la razón no hay que juzgar las obras desde el contexto actual (eso se suele olvidar siempre, incluso entre libros) Como siempre una entrada genial, adoro cuando presentas manga clásico, así voy aprendiendo más de su historia. Besos.

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    1. ¡Estupendo, Coremi! 😀
      A ver si te gusta ❤
      Este manga creo recordar que no es difícil de encontrar, otro cantar sería hacerse con otros shôjos suyos, sobre todo de los años 60. Lo veo más complicado, pero si te topas con algo, ¡házmelo saber! Gracias 🙂
      Un abrazo de oso de vuelta, ¡nos leemos!

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  2. Superb!
    Una vez mas, te luces Sho…
    Ishinomori… Cyborg 009, creo que tambien «El Capitan Centella» (si no es de el, se inspiraron en su obra) y «The Skull Man» (uno de mis animes all time favs)… No he leido manga de el 😦 malamente, pero si puedo recomendar algunos animes, como los que mencioné arriba.
    Skull man es una adaptacion del manga del mismo nombre, hecha x Bones hace ya tiempo, pero que debe andar x ahi para bajarla, y tiene cameos (que tuve que investigar en la wiki pa entenderlos) que conectan con Cyborg 009. El op Hikari no machi de Tokio, tiene un feeling agridulce retro de aquellos.
    Cyborg 009, hay como 3+ series de anime desde los 60’s pa’ca, ademas de peliculas y creo que hasta un live action. Si bien las primeras series muestran lo caricaturesco del manga de aquellos años, su longevidad da muestra de la calidad de la historia. Pero, para quien quiera subir al tren, no tiene mas que ir al Necfliz y buscar «Cyborg 009: Call of Justice», y prepararse para un superb upgrade de la franquicia al nuevo milenio, con diseño de personajes mas estilizados y habilidades mas cientificamente explicadas; ademas de que en los primeros capitulos te dan una reseña de la historia de los cyborgs y como llegaron a los tiempos actuales, perfecto pa empezar de cero…
    La pelicula del 2012 tmb esta buena, aunque medio saca la pistola, ya que pelean contra… Dios!
    La peli se llama «Re:Cyborg 009».
    perdon x explayarme pero pues 😛
    Saludos!

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    1. ¡Muy buenas, Khalil! 😀
      Jeje, sabía que asomarías la cabeza por esta entrada, ¡es que Ishinomori es first class! ¡Y ha hecho tanto por el manga en general!
      Así que me ha encantado que te explayaras, espero que el resto de lectores lean tu comentario, es importante conocer más de este mangaka 🙂 Por cierto, ¿por qué no escribes una entrada dedicada a la faceta shônen de Ishinomori?? ¡Estaría genial! 😀 😀 Y además creo que hace falta más difusión sobre su figura 😉
      ¡Un abrazo enorme, Khalil, nos leemos!

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