Cuando Ponent Mon anunció que iba a publicar esta próxima primavera de 2018 el manga Sarusuberi (1983-1987) de Hinako Sugiura, no cupe en mí del gozo. Ya cuando escribí la reseña de su estupenda adaptación animada, Miss Hokusai (2015), rogué a todas las deidades ctónicas e infernales de la galaxia por que algún editor despistado, al que no le importara demasiado perder dinero, publicara algo de esta mangaka. Increíblemente, mi petición fue concedida (imagino que por Ereshkigal o Hécate) y aquí estamos, esperando a que llegue marzo para devorarlo (también me interesa mucho Pink [1989], de mi admirada Kyôko Okazaki). Mientras, para consolarme, he estado leyendo otra obra suya cuya temática, además, me encanta: Hyaku Monogatari (1986-1993). Fue el último cómic que realizó antes de abandonar la disciplina y dedicarse en exclusiva al estudio del periodo Edo.

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Hinako Sugiura de jovenzana

En realidad Hinako Sugiura (1958-2005), a pesar de su indudable talento para el cómic y la original perspectiva que aportaba a la novela gráfica japonesa, no llevaba nada bien el ritmo endemoniado de publicación del manga comercial. No se sentía realizada artísticamente además, así que a la edad de 35 años decidió retirarse. Y se centró en esa pasión vital que le hizo abandonar la universidad (Comunicación audiovisual y Diseño) para estudiar bajo la tutela del experto medievalista Shisei Inagaki: el periodo Edo. Y a partir de entonces, fue publicando libros sobre la materia, apareciendo con regularidad como especialista reconocida en diversos programas de televisión. Habiendo nacido en el seno de una familia dedicada a la creación de kimonos, no era de extrañar su devoción y respeto por las tradiciones japonesas.

Para la mayoría de la gente la Era Edo parece como de otra dimensión, algo procedente del mundo de la ciencia-ficción. Es difícil de imaginar que nuestros antepasados llevaran alguna vez tocados en la cabeza y que caminaran por las calles con ese aspecto que parecía sacado del plató de una película. Pero la Era Edo y el presente existen en el mismo flujo continuo de tiempo. Vivimos en la misma tierra que nuestros ancestros con moños vivieron una vez.

Hinako Sugiura

Pero esto no quiere decir que su carrera como mangaka fuera un fracaso, aunque a ella finalmente no le satisficiera. Ni muchísimo menos. Sus contribuciones a la revista Garo fueron periódicas y valiosas, además recibió prestigiosos galardones a lo largo de los años, como el Bunshun Manga Award o el Premio a la Excelencia de la Asociación de Dibujantes de Cómic de Japón. Hay que añadir también que se formó con una de las mangaka más interesantes de su tiempo, la autora feminista Murasaki Yamada, de la que, desgraciadamente, no hay nada publicado en Occidente todavía. Hinako Sugiura puede considerarse una de las escasas creadoras que en el s. XX hicieron suyo el legado artístico del ukiyo-e, raíz indiscutible del manga moderno, para vivificarlo en sus obras. Un puente entre el pasado y el presente.

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«Hyakumonogatari en una casa encantada» (1790) de Katsushika Hokusai

Y este Hyaku Monogatari es la muestra más clara de su amor hacia este periodo histórico de su país, pues se trata de una de sus criaturas más conocidas: el juego de mesa de las 100 historias de fantasmas o hyakumonogatari kaidankai. Nacido probablemente como una prueba de valor entre samuráis, consistía en relatar durante la noche, y a la luz de un centenar de velas, cien pequeñas historias sobre yôkai, yûrei y extraños acontecimientos. Conforme se iban desgranando, las velas se apagaban, hasta que el grupo de personas quedaba sumido en la oscuridad. Una invocación en toda regla que, como podemos apreciar en la ilustración de arriba, no siempre tenía por qué finalizar bien.

Como podréis imaginar, el germen de todas historias se encuentra en China, como tantas cosas de Japón, aunque en Cipango se encarnaron de una forma diferente y particular. Si os interesa el tema, os recomiendo la recopilación Liaozhai Zhiyi (1740) de Pu Songling. Volviendo a nuestro amado País del Sol Naciente, la popularidad de este juego tétrico fue en aumento, de las clases altas pasó a las restantes, y la publicación de volúmenes con 100 cuentos (hyakumonogatari) fantasmagóricos se normalizó. La difusión de los espectrales kaidan fue tremenda, y los escritores se lanzaban tanto a buscar en zonas remotas relatos del folclore popular, como creaban también sus propias narraciones. De hecho, el grueso de historias japonesas de fantasmas y demonios nació durante este periodo, el Edo. Y esos libros repletos de horror fueron convenientemente ilustrados, por supuesto, contribuyendo a enriquecer todavía más el panorama.

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Era solo una cuestión de tiempo que Hinako Sugiura dedicara uno de sus cómics a una práctica y usanza tan de la época como el hyakumonogatari. Pero a diferencia de sus predecesores, Sugiura no los impregnó de malevolencia, sino que son mucho más serenos de lo esperado. El sustrato budista gana peso para convertir el manga más en una colección de fábulas extrañas y curiosas, a veces cómicas, pero nada terroríficas. La intención de la autora no era que lo pasaras mal. Porque Hyaku Monogatari de Hinako Sugiura es eso, una antología de diminutos cuentos que hunden sus raíces en la tradición Edo. Son capítulos autoconclusivos donde la mangaka da rienda suelta a su amor por la época y su deliciosa fidelidad a la hora de plasmarla.

En sus viñetas tenemos los paisajes, usos y costumbres del Japón anterior a su apertura al mundo occidental. Un recorrido por sus aldeas, ciudades, palacios y chozas a través de lo extraordinario, donde la locura, el miedo, el asombro o la tristeza son los protagonistas. Hay que recordar, no obstante, que en Oriente lo maravilloso posee una carga de realidad infinitamente más intensa que en Occidente, donde no forma parte de la vida cotidiana. Existe una dicotomía, una separación clara entre los dos mundos; sin embargo, en Oriente lo fabuloso forma parte de la vida misma, por eso hace aparición hasta en lo más trivial. De ahí que, desde nuestro punto de vista, consideremos a los japoneses un pelín supersticiosos.

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Sugiura supo aprovechar el formato de microrrelato con una habilidad extraordinaria, porque eso resulta ser cada capítulo: un cuento de apenas ocho páginas. Con solo tres o cuatro frases presentaba eficazmente los argumentos, cediendo después el peso narrativo a su pericia con el pincel. Mantuvo de hilo conductor intermitente la figura de un anciano, que solicita de las personas que van visitando su casa un relato fuera de lo común: experiencias personales, leyendas de aldeas lejanas, rumores entre vecinos… Historias con un misterio entretejido, y una enseñanza casi siempre también. Por lo que desfilan tengu, tanuki, kappa, niños sin rostro, yôkai minúsculos que viven en las narices de moribundos, yuki-onna, geishas que se desvanecen y gatos que… solo son gatos.

Como suele ocurrir en esta clase de obras, la calidad de los relatos es variable; algunos gustan más que otros, pero todos tienen unos mínimos garantizados. Me han gustado mucho La mujer que corre y El pozo de la estrellas, quizás por su faceta surrealista; aunque Comer carne humana y El beso de la doncella son realmente divertidos. Y es que en algunos de los cuentos asoma un ligero humor, a veces negro, otras absurdo, que ilumina suavemente las historias.

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El arte, dentro de su estilo de línea clara y clásica, varía a lo largo de los capítulos, al servicio de la propia historia. A veces brota en una viñeta un paisaje que evoca los ideales taoistas chinos (en serio, puro shan shui), otras surgen oni que parecen extraídos de un rollo budista medieval, y no falta tampoco el influjo directo del ukiyo-e o algunos discretos estampados del chiyogami. Sugiura fue una erudita que estudió minuciosamente todas las expresiones artísticas de la era Edo para luego utilizar sus recursos como consideró conveniente en sus mangas. Siempre con el máximo respeto, de ahí que muchas de sus obras evoquen la esencia de los antiguos kusazôshi también.

Hyaku Monogatari no fue concebido como obra comercial, de hecho por su misma naturaleza heterogénea y tan poco acomodada a los gustos de los otacos occidentales, dudo que consiga algún día publicarse fuera de Japón. Pienso que tendría bastante mejor acogida entre lectores adultos de cómic europeo; aun así, suele ser un público poco interesado en el manga. Los estereotipos tienen estas cosillas, que generan prejuicios. Y mientras, obras maravillosas como estas no ven la luz mas que de milagro y lentamente, a través de scanlations. Pero menos sería nada.

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Hyaku Monogatari de Hinako Sugiura es una lectura solo indicada para otacos curtidos y con un interés real por la cultura japonesa. Se trata de una obra serena y cristalina, sin ambigüedades pero de corazón sutil. Por ahora hay disponibles 39 capítulos en inglés, aunque en mandarín están ya todos. Una antología para los forofos del folclore y las historias sencillas. Es necesario tener presente que la mentalidad nipona es diferente de la nuestra, y que con mangas como este es un auténtico placer disfrutar y amar esa diferencia. Muy recomendable, un preludio perfecto para lo que Ponent Mon nos tiene preparado en primavera. ¡Quiero hincarle los catirons ya! Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

2 comentarios en “99 pesadillas antes de Navidad de Hinako Sugiura

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