Ojalá supiera más de cultura japonesa.
Ojalá hubiera leído más libros de Japón y sobre Japón.
Ojalá fuera inmortal y multimillonaria, porque así tendría el tiempo y los recursos para documentarme a conciencia sobre Cipango (y millones de cosas más, claro).
Pero como no soy, ni sé, ni tengo lo expuesto, esta es la única lista que puedo confeccionar. Una lista con 5 libros dedicados al terror. Sí, es un género que me entusiasma, uno de mis favoritos porque invoca nuestras emociones más primarias y lo irracional siempre tiene su fascinación. Habría incluido también a Shirô Hamao o a alguno de los que aparecen en esta entrada, pero he preferido diversificar.
Son cinco libros de autores, épocas y estilos muy diferentes. Cinco maneras distintas de enfocar y sentir lo horrible, el espanto, el misterio. Y con intensidades también variables. Dentro del género creo que hay para todos los gustos, así que deseo que por lo menos uno te atraiga lo suficiente para leerlo. Estaría genial. Y si no es así… pues qué le vamos a hacer. A otra cosa, mariposa.
¿Quién no conoce Battle Royale (1999) de Kôshun Takami? Como mínimo la película y su secuela tienen que sonar. Es uno de esos bestsellers que se comprende perfectamente que llegaran a convertirse en tal fenómeno. Pero no nos emocionemos tampoco tanto, el que haya leído El Señor de las Moscas (1954) de William Golding o La larga marcha (1979) de Stephen King, reconocerá el mismo compás. Y no es algo malo en realidad, las influencias son beneficiosas si se crea a partir de ellas algo nuevo, como es el caso. De hecho el resultado es bastante más recomendable que Los Juegos del Hambre (2008), que sospechosamente posee tantas similitudes con la obra de Takami. Aunque no voy a entrar en ese barrizal ahora ni en el futuro. Paso.
Teniendo de base la clásica ucronía de la Segunda Guerra Mundial, Battle Royale es un engendro salvaje, extraño y paranoico; con la violencia cruda del pulp y un retorcido darwinismo social que disfraza una filosofía amoral y déspota. El existencialismo de Sartre también encuentra su lógico lugar en esa pequeña isla donde unas decenas de adolescentes se enfrentan a la muerte, completamente aislados, buscando el verdadero significado de la vida. Profundo, ¿eh? pues es lo que hay en Battle Royale y más.

El totalitarismo rige la República del Gran Oriente Asiático. La subversión se halla en todo aquello perteneciente a los enemigos del Estado, como «los americanos imperialistas». La obediencia y sumisión son indispensables, la disidencia castigada con la muerte. Para evitar divergencias entre la población, se lleva a cabo el Programa de Experimentación bélica nº68, cuya verdadera intención es controlar mediante el miedo y el terror. Una vez al año, 50 clases de tercer curso de secundaria son seleccionadas al azar. Los alumnos de cada centro escolar son trasladados a un espacio incomunicado donde se les suministran armas. ¿Para qué? El objetivo es eliminarse unos a otros hasta que solo quede un superviviente. Al finalizar el «experimento», el vencedor sale por la tele, recibe un pensión vitalicia y una foto con la dedicatoria del Gran Dictador. Nadie sabe cuáles han sido los institutos escogidos hasta que el evento casi ha terminado. Todos los años millones de personas sufren con pavor el que un miembro de su familia, un amigo, un conocido, sea elegido para morir de una manera injusta y atroz.
Pero esta vez algo es distinto. Ha habido una extraña filtración, una intrusión que el Estado todavía no ha sabido identificar. Aun así, prosiguen con el «experimento», y en la isla de Okishima reúnen a los 42 alumnos de la clase 3ºB del instituto Shiroiwa. Los equipan con material de supervivencia, a cada uno con diferentes instrumentos además; les colocan un collar explosivo, que los controla y vigila para que no rompan las normas… y los sueltan. No pueden negarse a matar, no pueden esconderse o quedarse quietos en el mismo lugar, no pueden acceder a ciertas áreas, que conforme pasa el tiempo aumentan. No hay salida, es matar o morir.
A Hiroki siempre le había sobrecogido cómo una chica de tercero de instituto podía ser tan despiadada. Al parecer resultaba que había adquirido la mentalidad de un adulto desde mucho tiempo atrás. La mentalidad retorcida de un adulto… no, sería más ajustado decir la mentalidad retorcida de una chiquilla.
La sangre bajaba empapando la manga hasta el Colt del 45, y luego empezó a gotear desde la embocadura del cañón como una delgada línea roja, formando sin hacer ruido un charco sobre un montón de hojas secas a sus pies.
Me llama mucho la atención esa docilidad casi inmediata que presentan los estudiantes al afrontar una situación extrema que ha sido totalmente impuesta, atropellando sus voluntades. Claro que hay una minoría rebelde, pero es eso: minoría. De 42 estudiantes se pueden contar con los dedos de una mano los que no aceptan estas circunstancias abusivas. Es muy evidente que Takami está haciendo una crítica feroz al tate shakai y al arraigado espíritu colectivo de la sociedad japonesa. Aunque el autor introduce con pinceladas muy definidas a cada uno de los estudiantes, con sus propias características y peculiaridades, no dejan de ser marionetas que representan un papel muy concreto. No hacen nada por sublevarse y cumplen obedientemente con lo que se espera de ellos. Aunque son personas individuales, con sus vivencias y sentimientos, no dejan de ser y actuar como meros números. No todos, claro. El trío conformado por Shûya Nanahara (estudiante masculino nº 15), Noriko Nakagawa (estudiante femenina nº 15) y Shôgo Kawada (estudiante masculino nº 5) será el centro de gravedad en torno al cual orbitará la historia.
Battle Royale es ágil y engancha con rapidez. No es la mejor novela de terror del universo, pero ofrece buen entretenimiento si no se es demasiado remilgado. Aparte de las escenas explícitas donde los sesos vuelan por los aires y la sangre fluye como el río Congo, tiene un trasfondo con más enjundia de la esperada. Hay violencia, sí. Hay muertes gratuitas, sí. Hay humor negro, bastante. Pero también hace reflexionar.
En esta entrada, dedicada a la película de Kenji Mizoguchi, ya hablé un poquito de este libro. Si no tenéis muchas ganas de acudir al enlace y leer ese amago de crítica cinematográfica, os duplico a continuación el contenido de interés literario. El título original es Ugetsu Monogatari y tiene no poca trascendencia su significado: Ugetsu es una palabra que designa una luna brumosa de fulgor pálido, rodeada de nubes cargadas de lluvia. Ese momento en el cielo está relacionado con la aparición de seres enigmáticos y fabulosos en la tradición asiática. Monogatari lo podríamos traducir como historia, leyenda, cuento.
Cuando salió a buscar el lugar cerca del porche donde le había dicho el abad que se sentara, encontró un hombre en la penumbra con el pelo y la barba tan enredados que resultaba imposible saber si era un monje o seglar. Las malas hierbas se enroscaban alrededor de él, hojas plumadas se mecían sobre su cabeza, y entonces murmuró algo casi inaudible, con voz tenue no más fuerte que el zumbido de un mosquito:
«La luna brilla en el río, el viento susurra entre los pinos.
La larga noche, el claro crepúsculo, ¿para qué son? «El capuchón azul
Cuentos de lluvia y de luna (Trotta, 2002) es un libro de relatos, nueve en total, del escritor Ueda Akinari (1734-1809) y publicado en 1776. Creo que no voy a insistir mucho en la relevancia de este autor en la literatura japonesa, pero se trata de una de sus figuras clásicas más importantes. Este caballero, por sus circunstancias vitales, tuvo un profundo apego a todo lo místico y sobrenatural plasmándolo, lógicamente, en su obra. Se podría decir que Ueda Akinari fue un pionero de la weird fiction en Japón y su libro más célebre, este Ugetsu Monogatari, no deja de ser una recopilación de cuentos góticos o kaidan. Y de los más importantes en las islas. La influencia china no podía faltar, en realidad son adaptaciones de relatos de la Dinastía Ming (1368–1644) pero acomodadas enteramente a Japón y, sin duda, embebidas de su espíritu poético y emocional, alejado del racionalismo del Continente. Ya imaginaréis que, a pesar de que fue un escritor dirigido a un sector creciente y educado de la población (la Edad Media ya quedaba atrás), conformado por comerciantes y pequeños burgueses (chônin), su influencia y trascendencia no ha sido, por eso mismo, pequeña. Grandísimos autores como Jun’ichirô Tanizaki (1886-1965), Ryûnosuke Akutagawa (1892-1927) o Yukio Mishima (1925-1930) le rindieron pleitesía y es, sin duda, una de las figuras más influyentes en la literatura japonesa del s.XX. Como no podía ser de otra forma, Lafcadio Hearn (1850-1904) también adaptó en sus obras algunos de sus cuentos.

Como casi toda recopilación, hay narraciones que gustan más que otras; que sorprenden menos o que calan más. Cuentos de lluvia y de luna, sin embargo, personalmente me ha parecido homogéneo en ese aspecto. Algunos son (sobre todo el primero) más complejos que otros, pero los nueve tienen ese trasfondo ético y moral que imparte una enseñanza, lo que podríamos considerar en Occidente parábolas, pero que en Japón se llamó yomihon. Los nueve presumen de un estilo elegante, comedido, muy distinguido; una maravillosa muestra de ese ideal estético del miyabi.
Los relatos de la edición de Trotta son «Shiramime», «Cita en el día del Crisantemo», «La cabaña entre las cañas esparcidas», «Carpas como las soñadas», «Buppôsô», «El caldero de Kibitsu», «La impura pasión de una serpiente» y «El capuchón azul». Son clásicos. Y como tales, no solo hablan del encuentro del ser humano con lo extraordinario, sino que profundizan en la naturaleza del hombre y la disecciona. Como siempre suelo repetir cuando trato obras antiguas, no es inteligente enfrentarse a ellas desde una perspectiva contemporánea. Ugetsu monogatari fue creado en el s. XVIII, y en él encontraremos ese contexto (que es necesario conocer un poco para comprender ciertas cosas) y una visión del mundo que pertenece exclusivamente a esa época. Si se tiene en cuenta esto, sin duda los que amen el folclore japonés y la faceta más tradicional del país, hallarán en Cuentos de lluvia y de luna un auténtico tesoro.
Este libro tardó un poco en ganarme, pero conforme iba avanzando en su lectura, no me quedó otro remedio que reconocer la gran labor de investigación periodística que realizó Richard Lloyd Parry para su creación. No soy muy amiga de la prensa de sucesos y suelo evitar todo lo que puedo el amarillismo, porque me parece una de las formas más insultantes de manipular información. Y cada vez está más extendido, pero ese ya sería otro tema. He seleccionado este People who eat darkness no ya solo por la historia, que es real, sino por reivindicar un poco el género periodístico que tan denostado se encuentra dentro de la literatura. Es cierto que hay mucho cabestro que parece que le hubiera tocado el grado de Ciencias de la Información en una tómbola de Cantorrodao del Cascote. Es el medio donde más se maltratan las letras. No obstante, existen profesionales en el gremio que lo dignifican; en España se me ocurren Antonio Salas o Juan Soto Ivars (cada uno en su estilo), y en el caso del Reino Unido tenemos, por ejemplo, al autor de este libro: Richard Lloyd Parry. Es editor jefe de la redacción asiática de The Times y lleva trabajando como corresponsal en Tokio desde 1995. A causa de su trabajo y nacionalidad, vivió de manera muy cercana todo lo referente a la desaparición de la joven británica Lucie Blackman en el año 2000. Cubrió la noticia, que tuvo repercusión mundial, y diez años después decidió escribir en más profundidad sobre ello.

Lucie y su mejor amiga Louise deciden, por circunstancias personales y económicas, ir a trabajar unos meses a Japón como hostesses o chicas de compañía. Son dos muchachas de clase media inglesas de 20 años, con ganas de vivir la vida y conseguir además algún dinerillo extra con esta experiencia puntual. Louise tiene un contacto en Tokio que le asegura que el trabajo es relativamente simple y el sueldo alto. Así que, ilusionadas aunque con ciertas reticencias familiares, vuelan hasta allí. Su primer gran viaje… y a un lugar tan distinto y ajeno a Sevenoaks como jamás podrían haber imaginado: se topan con una especie de Enter the void. La shithouse, como Lucie bautiza a su nuevo hogar, no es ni mucho menos idílica; y se dan cuenta de que subsistir en una de las ciudades más caras del planeta es difícil. Aun así, tras un primer mes duro, Lucie y Louise se han adaptado a su vida en Roppongi, el distrito gaijin por antonomasia. Nuestra protagonista incluso ha encontrado el amor en un guapo texano que la corresponde, y su trabajo en el club Casablanca va bastante bien. Los clientes son hombres de negocios de mediana edad que no las han puesto en ningún aprieto serio; y logran disfrutar además de nuevas amistades. Pero eso pronto va a cambiar. Lucie avisa a Louise de que tiene una salida con un cliente el 1 de julio. Nada sospechoso. Un cliente que le ha regalado incluso un teléfono móvil, conduce coches de lujo y la va a llevar a comer. Tras una última llamada desde un apartamento en la costa, Louise no volvería a escuchar la voz de Lucie jamás.
“At first they didn’t take it all that seriously,” one person close to the investigation told me. “It was just another girl who had gone missing in Roppongi. In Tokyo, girls go missing quite often—Filipinas, Thais, Chinese. It’s impossible to investigate them all.” What marked this case out from others was not merely the nationality of the victim, or the identity of her former employer, but the intense external pressure that quickly came to bear on the police.
La familia de Lucie decidió acudir a los medios de comunicación al ver que la policía tokiota no estaba a la altura de la circunstancias. Nadie ponía interés real, la investigación no avanzaba, no se sabía nada salvo que Lucie había desaparecido. Una llamada sospechosa a Louise de un desconocido que hablaba de una secta religiosa emponzoñó todavía más el asunto. En cambio la reacción de la prensa internacional fue colosal, para bien y para mal.
People who eat darkness (2011) no es solo la crónica del asesinato de Lucie Blackman. El autor nos ofrece una panorámica muy amplia, completa y escrupulosa. Por supuesto que explica con detalle quién era Lucie, su familia, sus amigos; qué la llevó a trabajar en Tokio como chica de compañía, cómo era su vida allí, qué sucedió hasta su desaparición. Pero también la psicología, el intrincado contexto social y político del momento, el choque cultural, cómo se coordinó el asunto desde la Policía Metropolitana de Tokio, quién fue su asesino, sus motivaciones. Un complicado engranaje que Parry plasma con objetividad y procurando explicar al lector occidental las características más destacadas de la sociedad y cultura niponas, sin caer en embrollos. No lo tenía fácil, pero lo consiguió. Mediante un inglés pulcro y sencillo, Parry escribió un auténtico descenso a los Infiernos.
[She] had quickly discovered one of the defining features of life as a foreigner in Japan and the reason it attracts so many misfits of different kinds: personal alienation, that inescapable sense of being different from everyone else, is canceled out by the larger, universal alienation of being a gaijin.
Creo que es importante aclarar que, aunque Lucie Blackman trabajara en ese enmarañado submundo del Mizu Shôbai, nunca se llegó a prostituir. Tampoco su amiga Louise. Si lo hubieran hecho, el crimen NO habría sido menos execrable, debo añadir. El negocio de las chicas de compañía es muy especial en Japón, una especie de nuevas geishas que están ahí para paliar la soledad y el aburrimiento mediante conversación y unos tragos. Nada a priori ilegal y que además tiene cierta tradición social. Pero cada persona es un mundo y sus necesidades también.
People who eat darkness no ha sido todavía publicado en español. O al menos no tengo noción de ello, así que el texto solo está disponible en inglés. Es accesible y de lenguaje directo, muy fácil de leer. Aunque no lo considere una obra maestra, sí es un documento interesante y estremecedor, que no se enreda en sentimentalismos sino que propone una visión aséptica y lúcida de lo acaecido. Un recorrido por un Japón fascinante y repulsivo al mismo tiempo; con un ritmo apropiado y que en general sorprende, ya que muestra que la maldad humana no tiene fin, siempre va a más. No creo que los estómagos delicados lo pasen especialmente mal leyendo People who eat darkness, pero requiere de cierto temple. Lo que Parry cuenta no es fácil… y da miedo. Miedo de verdad.
Podría haber elegido cualquier otro relato o compilación de Edogawa Rampo, pero me hace ilusión El extraño caso de la Isla Panorama (1926) porque Satori recién lo ha sacado del horno este pasado mes de abril. Y qué narices, prefiero escribir sobre él ya que me ha deslumbrado. Isis da fe de ello.

Lo bueno de los anime es que a veces sus creadores ayudan bastante a que nos familiaricemos con la tradición y cultura de su país. Esta temporada de primavera 2016 están emitiendo la serie Bungô Stray Dogs, donde sus protagonistas son (casi) todos literatos importantes japoneses. Entre ellos no podía faltar Edogawa Rampo. POR SUPUESTÍSIMO, SEÑORES. No voy a hablar de la serie que he abandonado, recuperado y vuelto a abandonar no por su falta de calidad, sino por mis eternos problemas con el sentido del humor que se gasta. Pero creo que para un espectador de anime algo espabilado es una oportunidad de oro para conocer no solo a Rampo, sino a otros más que han hecho del mundo un lugar infinitamente más hermoso con sus obras. Y están ahí, para que todos podamos leerlas, de verdad de la buena. Mirad, si es que Satori nos lo ha puesto a huevo.
¿Cómo describir tanta locura y lascivia, placeres, jolgorio, embriaguez y éxtasis, los incontables juegos de vida y muerte que se sucedían sin fin? Quizás lo más parecido sean las pesadillas fantásticas, sangrientas y placenteras producto de las mentes retorcidas.
El extraño caso de la isla Panorama, como buena fanática que soy de Suehiro Maruo, no es ninguna novedad. Hizo una adaptación de este cuento de Rampo en el 2008, y Satori ha tenido el buen gusto de utilizar como portada y contraportada algunos de sus dibujos. Saben lo que se hacen, desde luego. Pero no voy a escribir sobre el manga. Eso ya lo hizo, además muy bien, mi compañera bloguera Mishusina aquí.
Quien no sepa de Edogawa Rampo, no debería estar perdiendo el tiempo leyendo esta reseña minusválida de blog cutre. Tendría que, directamente, acercarse a una librería o biblioteca y buscar con fruición material suyo. A todo aquel que le guste Edgar Allan Poe, Oscar Wilde o Gaston Leroux, nuestro amigo Rampo le entusiasmará. Garantizado. Su obra ennobleció ese siempre subestimado género de lo detectivesco y abrió sus puertas en Japón. Pero no solo eso, este señor fue mucho más allá. Y sí, es cierto, le debe bastante a la literatura más tétrica del s. XIX, pero este escritor fue hijo de su tiempo y así también lo plasmó.
El extraño caso de la isla Panorama nos narra la historia de un soñador empedernido que, por casualidades de la vida, tiene (y aprovecha) la oportunidad de erigir en el mundo real sus fantasías más descabelladas. Convertirse en un creador superior, utilizando el propio planeta como materia prima. Nada de papel, tinta, acuarelas u óleos; sino animales, plantas, lagos, montañas, mares, seres humanos. Resumiendo: quiere ser un dios. ¿Y lo consigue? Este tipo de aspiraciones de tipo luciferino y que desafían el orden establecido, suelen finalizar en una Caída… No digo más.
Hirosuke Hitomi y Genzaburô Komoda eran un par de compañeros universitarios que se parecían como dos gotas de agua. Idénticos. La gente solía hacer bromas al respecto, pero en el fondo eran personas distintas y sus caminos discurrieron por terrenos diferentes. Komoda pertenece a una de las familias más ricas del sur de Japón, con una fortuna inmensa; Hitomi es un soshei que malvive de sus escritos y traducciones en pensiones de mala muerte. Un día, de manera imprevista, se entera de que su gemelo ha fallecido a causa de un ataque epiléptico… y que la extraordinaria semejanza física que compartían sigue ahí. Su febril cerebro no tarda en gestar un plan para suplantarlo, hacerse con su patrimonio y, a través de él, poder llevar a cabo su ansiada y mil veces imaginada magnum opus: la futura isla Panorama. Pero no todo va a ser tan sencillo, aunque su maquinación está bien alicatada, requiere de ciertas maniobras de naturaleza bastante lúgubre y tiene un gran escollo que superar: la esposa de Komoda, Chiyoko.
Aunque pareciese que actuaba cegado por la promesa de una inmensa riqueza, lo cierto era que si el antiguo Hirosuke Hitomi soportaba todas aquellas terribles emociones, era porque padecía esa neurosis común a la mayoría de los criminales. Algo no funcionaba dentro de su cabeza y, en determinadas situaciones, su sistema nervioso era disfuncional.
El extraño caso de la isla Panorama es un relato exuberante y lleno de fantasía. Una fantasía sin duda hermosa pero muy sombría, que por un lado recuerda a los paisajes oníricos de Lord Dunsany, pero bien empapados de láudano; y por otro a las miserias truculentas de la Alraune de Ewers. Una flor hipnótica que huele a cadáver. Edogawa Rampo desarrolla el argumento como si fuera una espiral, un maelstrom que engulle a su protagonista en pleno clímax y solo deja tras su paso decadencia y olvido. El final no puede ser más apoteósico, de un sentido del humor exquisitamente macabro. Y todo aderezado con la magnífica traducción de Yoko Ogihara y Fernando Cordobés; la obra de Rampo no podría haber caído en mejores manos. El extraño caso de la isla Panorama es un cuento tortuoso, escrito de forma muy bella, y que encantará a los amantes de la degeneración.
Kôbô Abe (1924-1993) es especial. Lo he dejado para el final porque es un punto y aparte. Al menos para mí. Si los anteriores autores tenían todos un algo que finalmente podía identificarlos como japoneses, Abe no. Se podría haber llamado Matías Morgenstern, Izarbe Bagüés o Indra Brahmbhatt. Y sus historias haber sucedido en Bombay, Jaca o Traiguén sin problemas. Porque Kôbô Abe decidió trascender su identidad cultural para acceder a ese sustrato común humano, llámese inconsciente colectivo o arquetipos ancestrales. Para lograrlo excavó estrato tras estrato, hasta alcanzar esos abismos de los que todos participamos y exponerlos a la luz del sol.

Muchos lo consideran el Kafka japonés. Pues muy bien. A mí esa clase de etiquetas me suelen resultar molestas y demasiado restrictivas. No es la comparación, que es lo de menos, sino la subordinación implícita. Y hacer eso con Abe es algo muy, muy feo. E injusto. Claro que su obra tiene una influencia dominante del checo, el absurdo, lo angustioso y alienante aparecen continuamente; pero Abe tenía su propia personalidad, muy marcada por cierto, y que reflejó de forma indeleble. Abe no es el Kafka japonés, Abe tiene influencias de Kafka, como también las tuvo de García Márquez, el surrealismo, Lu Hsün o sus vivencias en Manchuria. Y no hay que perder de vista que, junto a Kenzaburô Ôe, revolucionó por completo la literatura japonesa del s. XX. Alguien de la tremenda importancia artística de Kôbô Abe no debería ser reducido de esa manera. Ni siquiera como presentación ante un público profano, porque inocula una idea eurocéntrica innecesaria.
—No entiendo… no entiendo… —murmuró el de traje pardo mientras recorría despacio la habitación, manteniendo cuidadosamente el equilibrio con el bastón—. Me gustaría hacer algo por ustedes. No somos enemigos, ni pretendemos dominarlos por la fuerza. Pero no entiendo… Todo está fuera de mi capacidad de comprensión… ¿Por qué dice que no debemos comerlos a ustedes? Su carne es la más sabrosa, nutritiva y sana. ¿Por qué están en contra de algo tan lógico?…
—Somos responsables de la reproducción y de la salud de todos ustedes —continuó el de traje negro—. Hemos mejorado cuantitativa y cualitativamente su vida, mucho más de lo que hubiera sido en estado natural, y sólo nos quedamos con lo que ha sobrado. Alimentarnos de su carne es nuestro derecho, que también garantiza su vida y salud. Prosperidad mutua, ¿no le parece?El Grupo de Petición Anticanibalista y los tres caballeros
Regresando a Los cuentos siniestros, es una compilación de siete relatos que Abe fue escribiendo entre los años 1954 y 1964. Son bastante diferentes, pero todos ellos tienen esa impronta suya de personajes desmadejados, presos de una realidad casi intangible y asfixiante que los esclaviza mediante lo irracional. Ansiosos, sin nombre ni rumbo fijo, incomunicados, parece que floten en un mundo informe y fantasmal. ¿Está ahí de verdad o es una proyección mental? Quizá solo sea un reflejo de sus propias neurosis, miedos y traumas. Y la ambigüedad de esa ironía solapada con la que Abe sazona sus historias, aumenta la sensación de vacío, incongruencia y desesperación. La prosa es cruel y meticulosa, muy inmediata, creando un excelente contraste con las historias.
Mis favoritos son «El Grupo de Petición Anticanibalista y los tres caballeros», de un sarcasmo delicioso y que me recuerda a esta joyita de Jonathan Swift; y «El huevo de plomo», que podría incluirse dentro de la que él denominó ficción científica. Este último rompe un poco con el tono oscuro de los demás, como un rayo de luz, y es bastante divertido. El resto son «El pánico», «El perro», «La casa», «La muerte ajena» y «Al borde del abismo». Si no se conoce a Kôbô Abe, esta recopilación es perfecta para estrenarse. Recoge lo principal de su carácter y, al tratarse de cuentos pequeños, se puede ajustar la dosis de su veneno muy requetebién.

Y esto ha sido todo por hoy.
Paranoia slasher, folclore y clasicismo, investigación periodística sobre los crímenes de un violador y asesino, misterio y decadentismo, los límites de la cordura y el absurdo.
Sintetizando mucho, esos son los temas principales que se han tocado en los cinco libros de la entrada. De todo un poco dentro del género, para que los que menos se sientan inclinados hacia él, se atrevan con algo y, si hay suerte, les pique el gusanillo en el futuro. Porque aunque no lo parezca, el terror es versátil y posee multitud de facetas. Buenas noches, buenos días, buenas tardes.