Antes debería haber hecho esta reseña… pero como soy un poco (bastante) tarambana, se me ha ido pasando de manera imperdonable. Cuando salió publicado Henshin, lo compré inmediatamente y absorbí cual esponja. Tenía además muchas ganas de que Niimura me lo firmara porque oportunidades iba a tener, pero las circunstancias no me acompañaron en absoluto. Cuando pasó por mi ciudad me encontraba en Vietnam (con un brote de sarpullidos apocalípticos debo añadir, PUTO CALOR); y la siguiente ocasión más o menos factible, que habría sido en el Salón del Manga de Barcelona (aunque creo que no firmaba libros), andaba esos días de conciertos hasta las cejas. La frustración que he generado por ello ha sido de dimensiones ciclópeas. Pero ya me resarciré, ya… algún día, espero. Por cierto, lamento el titulaco de la entrada, pero es que los de clásicas somos un poquito asín. No es que se me haya ido el perol ya de manera absoluta (que podría ser también); Henshin significa transformación y he aquí que mi cabecita repleta de conocimientos inútiles, lo ha relacionado con otras metamorfosis más antiguas, las de Ovidio o Apuleyo.

Henshin, que no es la primera obra ni muchísimo menos de este autor, es uno de mis mangas favoritos de este pasado 2014. Y sí, es un manga. De cabo a rabo, aunque el arte pueda despistar a algunos. Se trata de un volumen que compila diferentes relatos autoconclusivos e independientes entre sí; cada uno de ellos con un final bastante despejado. Son como pequeños fragmentos en movimiento de la vida de sus protagonistas, extirpados con pulcritud y formando un mosaico dispar con el nexo común de la especial mirada de Niimura. Y esa visión, aunque las historias tengan un aroma inequívocamente nipón, es occidental; lo que ofrece un análisis del país aguzado y sereno.
Las temáticas que se tratan son muy variadas; hay algo de autobiografía, realismo mágico, slice of life, super-héroes, qué sé yo. Heterogéneo a tope; algunas historias son muy divertidas, otras introspectivas, unas sorprenden y otras son crueles. Hay vituperios muy elegantes xD a la sociedad japonesa (Las mentiras están más que vetadas), poesía sin necesidad de palabras (La primera nevada) o reflexiones bastante duras (Merci). Las pinceladas escatológicas sueltas, por ejemplo, me encantan, pero es que soy un poco soez yo en el fondo. En general son cuentos muy cercanos con un poso de ternura en los que es fácil sumergirse a pesar (y no es pesar, en realidad es virtud) de su sencillez formal. En escasas páginas y a veces sin casi letra, Niimura bosqueja con precisión sus cuentos y personajes. Toda una hazaña.
Hay mucha capacidad de observación y sensibilidad en Niimura, está claro; ha creado una obra sutil pero muy directa también. Henshin es a ratos candoroso y a ratos insolente, pero de lectura espiritosa sin duda.
El dibujo, nada que ver con el estilo convencional de los mangas comerciales, es AMOR. Adoro esos trazos aparentemente desmañados, infantiles; pero concisos, dinámicos y muy elocuentes. Parece que vayan a saltar de las páginas; hay viveza y frescura. También tengo claro que este manga no es para todo el mundo, aunque en general resulte completamente accesible. Solo prejuicios muy arraigados pueden impedir disfrutar de este tebeo. Como diría mi querida mamá, c’est trop bien, trop génial! Y eso. Que muy bien este manga, coño, que lo leáis.
Para los que quieran más información: los capítulos de Henshin se fueron publicando inicialmente en Ikki, perteneciente a Shogakukan. Para un mangaka no nacido en Japón eso es una proeza casi inconcebible, pero aquí tenemos a Ken Niimura que lo ha logrado para alegría de todos. ¡Buen trabajo, chavalote!
Podría haber hecho una entrada más larga, pero son más de una docena de relatos, cada uno el esbozo de un diminuto universo contenido, y habría sido alargar el tema de manera innecesaria. Lo que se debe hacer con Henshin es gozar, esta mini-reseña es más que suficiente para presentar la obra.
Y sí, lo habéis adivinado: me voy a dormir. Buenos días.